Donatella Schiavone

PODERES INNATOS

HECHICERÍA: HABILIDAD PARA HACER QUE COSAS SUCEDAN, YA SEAN A FAVOR O EN CONTRA DE ALGUNA PERSONA, POR MEDIO DE CONJUROS, HIERBAS Y POCIONES. ESTO INCLUYE ALTOS CONOCIMIENTOS DE HERBOLARIA QUE LES PERMITEN HACER TAMBIÉN CURACIONES.

PERCEPCIÓN DEL AURA: HABILIDAD PARA VER LAS AURAS DE OTROS SERES, CUYOS COLORES INDICAN SU HUMOR, IDENTIDAD Y NIVEL DE HOSTILIDAD, DE ESTE MODO SABEN SI ESTÁN BAJO AMENAZA. ESTE PODER LES PERMITE RECONOCER A LICÁNTROPOS Y CAMBIAFORMAS CUANDO NO ESTÁN TRANSFORMADOS E IDENTIFICAR A LOS VAMPIROS GRACIAS A SU AURA PÁLIDA.

PODERES A ELEGIR

LIMPIEZA: PERMITE BORRAR TODA HUELLA MÁGICA, TODO EFECTO DE MAGIA O TODO LO QUE SEA RELACIONADO CON ELLA, DE LOS OBJETOS Y EN OCASIONES DE LA MENTE AJENA Y PASAR DESAPERCIBIDO.

CREACIÓN DE ILUSIONES: HABILIDAD QUE LE PERMITE CREAR ILUSIONES A SU ALREDEDOR; IMITARÁ TEXTURAS, SONIDOS, OLORES, ETC., DESCONCERTANDO ASÍ A SU OPONENTE Y BRINDÁNDOLE UNA EXCELENTE ARMA DEFENSIVA. EL POSEEDOR DE ESTE DON SERÁ CAPAZ DE ENTRAR A LA MENTE DE SU ADVERSARIO CON SUS ILUSIONES.

POSESIÓN: PODER QUE DA LA CAPACIDAD AL MORTAL DE INTRODUCIR SU ALMA EN EL CUERPO DE UN INMORTAL Y TRATAR CARA A CARA CON SU ESENCIA INTERIOR.

Sumisa y obediente. Donatella fue entrenada para acatar órdenes y a respetar a todos, pues, debido a su naturaleza, ella es inferior. La convencieron de que es menos que el resto, que está por debajo de su padre, de su marido, y todos los que se crucen en su camino, y actúa en consecuencia, como un animal herido que ya no acepta caricias, y que duda de la sinceridad de cada persona que conoce. Ya no cree en el amor, ni en la familia, ni en los sueños; de niña fue alegre y vivaz, pero se encargaron de que cada grieta de su corazón noble, se convirtiera en un abismo que separase lo que fue de lo que debía ser. Acepta con la cabeza gacha las injusticias, los vejámenes y los castigos, pues, en su corazón, se siente culpable de todas las desgracias que cayeron sobre su familia; nadie le sacará de la cabeza que, por su condición, fue que sus padres dejaron de quererse y se distanciaron. Por ello, cree que todo lo malo que le ocurre, es lo que realmente merece.
Habla, come y duerme cuando se lo permiten. Vive cada día de su vida como una autómata, que respira sólo porque es una función natural de su cuerpo. Realiza cada tarea con gran empeño, porque no desea decepcionar más a quienes la rodean. Podría decirse que es una muerta en vida, pero la muerte sería demasiado buena para ella. Está aletargada, estancada en un limbo del que nadie la puede sacar.
Sonríe porque sabe que forma parte del protocolo, baila porque es lo que se espera de ella, da órdenes a los criados porque sabe que debe hacerlo como señora de la casa, cumple con sus menesteres como esposa porque no tiene más opción. Se compra objetos lujosos porque siempre tiene que lucir maravillosa para dar la impresión de un matrimonio feliz. Le dice a su marido que lo ama, porque a él le gusta que lo haga para luego gritarle “mentirosa” y maltratarla.
Su existencia no tiene más motor que el deber. Parece haber nacido para servir, para ser tapete de los hombres de su círculo íntimo, y de alguna que otra mujer también. Donatella llora en silencio, ya que a ninguna dama debe notársele la angustia; siempre tiene estampada en su boca una mueca alegre, que no es más que un triste personaje de mujer feliz el cual practica cada día al despertar y al mirarse al espejo.
Paradójicamente, su labor dentro de la Inquisición se convirtió en libertad. Allí explota su imaginación reprimida, su inventiva florece, para marchitarse una vez que termina con sus tareas. Dentro del Santo Oficio descubrió que puede ser útil por algo más que un título de hija o de esposa, y si bien es completamente agnóstica, cree que hubo una fuerza superior que la condenó el día que salió expulsada del útero de su madre.

Donatella nació un 15 de Marzo de 1778, en la ciudad de Torino, en Italia. Fue la deseada niña del encumbrado matrimonio del heredero de la Casa de Saboya, Camillo, y la heredera del conde de Cavour, Ludovica. Tanto el ducado como el condado, pasaron a manos de Camillo cuando su padre y su suegro, perecieron en un accidente marítimo a manos de unos piratas. Ser la menor, teniendo dos hermanos varones, tuvo sus ventajas desde el primer momento. Acaparó toda la atención, los mimos y cuidados. Eso le granjeó los celos de Giulio y Giuseppe, que le escondían juguetes, le tiraban de los cabellos y la lanzaban al barro; celos que fueron superados con los años, cuando los tres ya tenían uso de razón y podían compartir juegos.
Creció feliz y ajena a la profesión de su padre y a los conflictos que éste tenía con su madre. Cuando tenía diez años, escuchó una discusión en la que Camillo acusaba a Ludovica de haberle transmitido su sucia herencia a Donatella. Si bien ella se había sentido extraña desde muy pequeña, todo tomó forma en su mente aún inocente. Se enteró, de ésta manera, que Ludovica era una bruja, una hechicera, de la cual Camillo se enamoró irremediablemente, aunque debía darle caza. La insultó y golpeó, diciéndole que ella había hecho un conjuro para atraparlo. La mujer lo negó entre lágrimas, y salió de la habitación dando un portazo, sin reparar en su hija, que se había apoyado contra la pared a contener el llanto. Su padre salió tras su esposa, vio a Donatella, pero no le habló, siguió su camino.
Tres días después del incidente, todo parecía indicar que la paz había regresado al hogar. Sus hermanos, ya adolescentes, cuchicheaban y no le hacían formar parte de sus juegos, de sus círculos de amistades, y tampoco se bañaban con ella en el lago artificial de la residencia, como otrora. La niña reflexionaba sobre todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, mientras peinaba a una de sus muñecas bajo la mirada de su institutriz –una adorable anciana llamada Rita-, cuando Camillo mandó por ella. Se reunió con él en el despacho.
El hombre, sin vueltas, la interrogó como lo hacía con alguna de sus presas. Si era consciente de sus habilidades, si alguien más sabía sobre ello; Donatella tenía los ojos a punto de desbordar, jamás había sido tratada con tanta frialdad, y sus respuestas parecían no contentar a ese desconocido que estaba en el cuerpo de su papá. Él notó que estaba siendo demasiado duro, que su hija aún era una niña y que era totalmente inconsciente de lo que ocurría. Le pidió perdón y la abrazó hasta que ella se tranquilizó. Luego tomó asiento frente a ella, y reformuló las preguntas de una manera que fuera comprensible. Ludovica entró a la habitación con el rostro enrojecido por la furia, y sin mediar palabra, estampó una bofetada en la mejilla de su marido. Lo espetó por tratar a su niña como a una delincuente, y en nada mejoró su ánimo el notar que la pequeña había llorado. El hombre tardó unos cuantos minutos en reaccionar, se puso de pie, zamarreó a su mujer y la lanzó contra un mueble. En ese instante, Giulio y Giuseppe ingresaron, alarmados por el griterío, y separaron a Camillo de su mujer. Al día siguiente del escándalo, el jefe de familia partió muy temprano sin decir a dónde iba.
En la gran mansión nada fue igual, y mucho menos cuando los dos hijos varones contrajeron nupcias y se fueron a vivir son sus respetivas esposas. A Donatella ya nada la hacía feliz; y mucho menos el hecho de que su padre le hubiera impuesto un mentor, que la sometía a un entrenamiento espantoso para conocer qué habilidades tenía. Ludovica, a pesar de no estar de acuerdo, jamás emitió una opinión, y dejó que la nena se marchitara. Fueron cuatro años de duras rutinas. Al culminar ese tiempo, se reunió con su padre en el Vaticano, donde se le informó que ingresaba a la Inquisición. Había desarrollado una gran agudeza, y preguntó qué opciones tenía. Y la respuesta se la dio el mismo Camillo: ingresas o mueres. Y algo en la mirada de él le indicó que serían las mismas manos que la habían acariciado con amor, las que se encargarían de que muriera.
Siempre fue creativa, y esa fue una característica que Camillo resaltó en la reunión y que le dio un puesto dentro de los tecnólogos. Así fue como Donatella ingresó a la Inquisición y se radicó en Roma. Se despidió de su madre con un saludo ausente y una honda tristeza en el pecho, culpándola de nunca haber hecho nada por ella, pero sin decirlo en voz alta.
Odió al Santo Oficio desde el primer instante. Quizá lo había odiado desde aquel interrogatorio que le hizo su padre y que había decidido guardar en lo más profundo de su inconsciente. Primero fue ayudante de un científico loco, que amputaba dedos y los guardaba en un frasco con un líquido que olía espantoso; luego de un hombre de mirada bondadosa, que le enseñó a fabricar balas, con él se sintió cómoda y que, por fin, había encontrado un lugar en el mundo, pero el anciano murió víctima de una de sus propias creaciones; ya había adquirido los conocimientos y eso fue de gran ayuda para hacerse de su espacio dentro de la Inquisición, siempre bajo la atenta mirada de su padre.
A los diecinueve años la prometieron con el hijo mayor de uno de los hombres más reconocidos de la política italiana, y de gran renombre dentro del Santo Oficio. Alessandro Schiavone fue un pretendiente ideal, romántico, guapo y encantador, y Donatella se sintió feliz el día de su boda. Él, durante ese año de compromiso, se mostró como un caballero, y a ella poco le importó renunciar a la herencia de los Saboya, obligada por Camillo, que había perdido por completo la cordura y la había repudiado, aunque públicamente seguía siendo el padre ejemplar.
Pero en la luna de miel, Alessandro se transformó. Le arrebató la virginidad con bruteza y le explicó que él, como su marido, iba a dirigir su vida como se le antojase; que otra de sus funciones era controlarla, ya que se desconfiaba de su condición. Ahí se enteró que su esposo también formaba parte de la institución católica, pero que su nombre no estaba en ningún lado por cuestiones de seguridad; eso explicaba que ella jamás lo hubiera sentido nombrar, aunque debía de haberlo sospechado por la fama de su suegro.
Donatella descubrió que Alessandro, al igual que su padre, la despreciaba por ser una bruja. Si bien aceptó que él tuviese amantes, que jamás dijese a dónde iba, que la humillara verbalmente, que la golpease cuando volvía borracho o, simplemente, porque estaba de mal humor, decidió no tener hijos, motivo por el cual le pidió a una amiga que le hiciera pócimas para no quedar embarazada. Por dos años surtieron efecto, pero dejó de ser infalible, y un niño comenzó a crecer en su vientre. Donatella tomó la decisión de ocultar su estado todo el tiempo que le fuera posible, y rogar, que en una de las golpizas que Alessandro le propicia, tenga la fortuna de abortar.

■ Le oculta a su marido que está embarazada
■ Detesta a la familia de su esposo
■ Su apellido de soltera es Saboya
■ Renunció a todos sus derechos como heredera de su padre tras el matrimonio.
■ De pequeña aprendió a tocar el violín, aunque no es algo que le entusiasme mucho.
■ Es alérgica al pelo de gato.
■ Desde niña le enseñaron a hablar piamontés, además de francés, inglés y latín.
■ Está viviendo desde hace tres meses en París, debido a una misión especial de su esposo.