AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Marcel de Maupassant.
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Marcel de Maupassant.
DATOS BÁSICOS
♢ Edad: 47 ♢
♢ Especie: Humano ♢
♢ Estatus social: Clase media ♢
♢ Ocupación: Detective ♢
♢ Orientación Sexual: Asexual por imposición propia ♢
♢ Lugar de Origen: Madresfield, un pueblo en el condado de Worcestershire, Inglaterra. Aunque más exactamente a las afueras de éste, en la casa señorial del conde de Beauchamp y su familia. ♢
♢ Habilidades: Buena técnica a la hora de la lucha cuerpo a cuerpo, sobre todo en cuanto a defensa propia se refiere. Sabe manejar armas blancas y armas de fuego. ♢
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
''Hay peregrinos de la eternidad, cuya nave va errante de acá para allá, y que nunca echarán el ancla.''
Lord Byron.
Ésa frase de Lord Byron es perfecta para describir a Marcel, sobre todo teniendo en cuenta que el poeta inglés es su autor favorito y que tienen rasgos en su personalidad muy parecidos. Ése tipo de persona que vaga sin rumbo, que no descansa, que no busca nada en especial y no piensa en el futuro, pero que en ocasiones tampoco vive el presente como debería. Sin ataduras, sin cadenas.
En cuanto a su forma de ser se podría decir que lo más característico del detective es, sin duda, su soledad casi impuesta. Le gusta estar solo, por supuesto; el hecho de no tener apenas amigos (uno muerto y otro vivo, lo que quizá sea tener en realidad una única amistad…) nunca ha sido para él un terrible estigma o algo de lo que auto compadecerse. Pero claro, Marcel es contradictorio consigo mismo. Como le sucede a su Barón de Byron, siente una mezcla de amor y odio por el ser humano. Los repele, no los soporta la mayoría de las veces… pero a la vez los necesita.
''Si pudiera estar siempre leyendo, jamás sentiría la necesidad de compañía.’’
Lord Byron.
Y ahí es cuando asoman los problemas. Cuando Maupassant encuentra a alguien que despierte su interés, alguien único en su especie, completamente nuevo y con una forma de ser no vista antes… se obsesiona con él, o con ella. Una obsesión y una casi dependencia enfermiza. Por suerte, esto no es algo que le ocurra con normalidad; pero ahí está, haciéndole perder los papeles. Por otro lado, rápidamente esos fugaces y platónicos enamoramientos se evaporan al cabo de unos pocos meses, cuando se aburre de ellos y ha exprimido su compañía hasta el máximo. Ésa es una de las razones por las que nunca se ha enamorado sintiendo lo que es el verdadero amor.
No obstante, sus obsesiones no son sólo con algunas personas elegidas, sino también en su trabajo. Cuando le llega un caso que merezca la pena puede pasarse días enteros sin dormir, sin saber en qué fecha se encuentra; llegando al punto de no comer ya que supuestamente con el estómago vacío se piensa mejor. Sus compañeros de comisaría no soportan este detalle, ya que pocos pueden aguantar su ritmo. Marcel trabaja solo la mayoría de las veces. Y así lo prefiere.
En cualquier caso, el hecho de que trabaje en solitario es mucho mejor para él mismo y para sus iguales. Piensa que la mayoría de éstos son unos incompetentes (aunque no sea del todo cierto), y por ello los trata de manera sarcástica e irónica, rozando el desprecio; ya que cuando Marcel cree que alguien en general es insoportable se lo hará saber sin dejar cabida a la vacilación con sus comentarios hirientes, mas con educadas formas. Es decir, que ni se den cuenta de su desprecio por ello. Después de todo, ha sido educado como un sirviente, y sabe cómo debe comportarse en público, si bien a veces sus cambios de humor o sus arrebatos de cólera le traicionan.
¿Su forma de ser, la droga que le está empezando a afectar en el cerebro… o la enfermedad heredada de su madre? Quién sabe, estamos a comienzos del siglo XIX, cuando la psiquiatría aún era una recién nacida y todavía mamaba de su madre…
Lord Byron.
Ésa frase de Lord Byron es perfecta para describir a Marcel, sobre todo teniendo en cuenta que el poeta inglés es su autor favorito y que tienen rasgos en su personalidad muy parecidos. Ése tipo de persona que vaga sin rumbo, que no descansa, que no busca nada en especial y no piensa en el futuro, pero que en ocasiones tampoco vive el presente como debería. Sin ataduras, sin cadenas.
En cuanto a su forma de ser se podría decir que lo más característico del detective es, sin duda, su soledad casi impuesta. Le gusta estar solo, por supuesto; el hecho de no tener apenas amigos (uno muerto y otro vivo, lo que quizá sea tener en realidad una única amistad…) nunca ha sido para él un terrible estigma o algo de lo que auto compadecerse. Pero claro, Marcel es contradictorio consigo mismo. Como le sucede a su Barón de Byron, siente una mezcla de amor y odio por el ser humano. Los repele, no los soporta la mayoría de las veces… pero a la vez los necesita.
''Si pudiera estar siempre leyendo, jamás sentiría la necesidad de compañía.’’
Lord Byron.
Y ahí es cuando asoman los problemas. Cuando Maupassant encuentra a alguien que despierte su interés, alguien único en su especie, completamente nuevo y con una forma de ser no vista antes… se obsesiona con él, o con ella. Una obsesión y una casi dependencia enfermiza. Por suerte, esto no es algo que le ocurra con normalidad; pero ahí está, haciéndole perder los papeles. Por otro lado, rápidamente esos fugaces y platónicos enamoramientos se evaporan al cabo de unos pocos meses, cuando se aburre de ellos y ha exprimido su compañía hasta el máximo. Ésa es una de las razones por las que nunca se ha enamorado sintiendo lo que es el verdadero amor.
No obstante, sus obsesiones no son sólo con algunas personas elegidas, sino también en su trabajo. Cuando le llega un caso que merezca la pena puede pasarse días enteros sin dormir, sin saber en qué fecha se encuentra; llegando al punto de no comer ya que supuestamente con el estómago vacío se piensa mejor. Sus compañeros de comisaría no soportan este detalle, ya que pocos pueden aguantar su ritmo. Marcel trabaja solo la mayoría de las veces. Y así lo prefiere.
En cualquier caso, el hecho de que trabaje en solitario es mucho mejor para él mismo y para sus iguales. Piensa que la mayoría de éstos son unos incompetentes (aunque no sea del todo cierto), y por ello los trata de manera sarcástica e irónica, rozando el desprecio; ya que cuando Marcel cree que alguien en general es insoportable se lo hará saber sin dejar cabida a la vacilación con sus comentarios hirientes, mas con educadas formas. Es decir, que ni se den cuenta de su desprecio por ello. Después de todo, ha sido educado como un sirviente, y sabe cómo debe comportarse en público, si bien a veces sus cambios de humor o sus arrebatos de cólera le traicionan.
¿Su forma de ser, la droga que le está empezando a afectar en el cerebro… o la enfermedad heredada de su madre? Quién sabe, estamos a comienzos del siglo XIX, cuando la psiquiatría aún era una recién nacida y todavía mamaba de su madre…
HISTORIA
- Infancia y adolescencia:
Sus primeros recuerdos de la infancia siempre están ligados al frío y a la lluvia. Al silencio también, a largos pasillos y clásica ostentación. Unos jardines inmensos y bien cuidados, con arbustos recortados formando figuras de animales extraños que él, un niño que apenas conocía mundo, no sabía reconocer. Historias de fantasmas contadas alrededor de aquella enorme y magnífica chimenea. Cuadros de otras ciudades, de ciudades grandiosas, cuadros de personas que él no conocía y que nunca conocería porque habían muerto hacía ya muchos años.
En definitiva, la infancia y la adolescencia de Marcel consistieron en vivir en la casa señorial del conde de Beauchamp, lugar donde vivía la aristócrata familia Lygon. Su mundo se reducía a ir desde la mansión hasta el pequeño pueblo de Madresfield y viceversa. Pero no nos confundamos, él no se lamentaba. Aquella vida no estaba mal, la familia Lygon era muy cuidadosa con sus trabajadores y los hijos de éstos, ofreciéndoles incluso una buena educación; ya que sí, los padres de Marcel eran sirvientes en aquella residencia.
Sebastian de Maupassant; un francés originario de París que había conseguido gracias a sus magníficas referencias el puesto de ayudante de cámara del cabeza de la familia Lygon, el conde de Beauchamp; había llegado allí teniendo unos veintisiete años, conoció a la jefa de cocina, la señorita Mary Anderson y al poco se casaron. Pasaron escasamente dos años y tuvieron a su primer hijo, Marcel. Posteriormente tuvieron dos más, Lorraine y Lewis Newell. Eran una familia feliz. O al menos, lo fueron durante un tiempo.
Como primogénito que era Marcel estaba destinado a heredar el trabajo de su padre, ser ayudante de cámara del hijo mayor del lord, el joven Evelyn Lygon. Y para él ese futuro estaba más que claro y asumido. Evelyn era un crío dos años mayor que él y eran muy buenos amigos. La familia Lygon dejaba que sus hijos jugaran con los hijos de los criados y que recibieran una educación básica semejante. Hasta llegar a la adolescencia. Con diecisiete años recién cumplidos Evelyn se fue a Londres, a estudiar la carrera de Historia en la universidad de Oxford. Marcel tenía entonces quince años y su formación como ayudante de cámara debía comenzar. Aprendía rápido y sin rechistar, esperando paciente a las vacaciones, a los días de fiesta, para reencontrarse con su buen amigo Evelyn.
Mientras, su hermana menor fue enviada a una rígida escuela famosa por su dura educación, pero al menos allí la formarían como institutriz y podría aspirar a un empleo mejor que el de su madre. La familia Lygon les había prometido a los Maupassant que cuando acabara su instrucción ella podría trabajar en Madresfield, como profesora de los futuros niños Lygon. El pequeño Lewis aún era demasiado joven, pero sus padres ya tenían pensado algo, que se dedicara al servicio de Dios, como les sucedía a la mayoría de los benjamines de las clases medias y pobres. Por extraño que pareciera, a pesar de vivir en Inglaterra, la familia Lygon no era protestante, sino católica debido a sus raíces irlandesas. Al igual que el padre de Marcel, algo propio en un francés tradicional.
Sí, todo marchaba sobre ruedas… Salvo un pequeño detalle, la madre de Marcel, Mary. Era una mujer alegre, maravillosa, que amaba a su marido y a sus hijos, muy buena amiga de las señoras de la casa. Pero tenía un grave defecto; estaba enferma. No sabían muy bien qué le sucedía, pero algo iba realmente mal. Estaba loca, le daban arrebatos extraños de cólera y despreciaba a la gente que supuestamente amaba. Parecía que no conocía la diferencia entre el bien y el mal, y se encerraba en sí misma. No era extraño que en esos arrebatos a veces la encontraran llorando, escondida en los jardines de la casa. Los arrebatos, cuando Marcel era un niño, sucedían muy de vez en cuando, eran escasos y podrían pasar meses sin que sucediera nada, pero según pasaban las primaveras se hacían más y más frecuentes. Cuando Marcel contaba con diecisiete años su madre intentó asesinar a una de las sirvientas. Fue la gota que colmó el vaso y la encerraron en un manicomio de Londres. La familia Lygon corrió con los pagos. El padre de Marcel, Sebastian, quedó desconsolado, pero intentó seguir adelante por sus hijos. Hasta que pasó la desgracia. Una de esas frías y lluviosas noches llegó un carruaje desde la capital de Reino Británico, con un médico que traía consigo una triste y terrible noticia. La madre de Marcel se había suicidado. Él, su padre y sus hermanos pequeños no se lo podían creer.
A partir de entonces Sebastian, su padre, no paraba de decir que quería irse de allí. No soportaba vivir en un lugar que le recordaba demasiado a su mujer y además desde su partida echaba de menos su patria francesa, por lo que habló con sus hijos y les dijo que marcharía a París, pero que ellos no podrían irse con él. Marcel tenía un puesto asegurado como ayudante de cámara y seguirían formándole como tal, su hermana seguía en la escuela para ser institutriz y su hermano pequeño sería un sacerdote. Estaba todo decidido, y él, Sebastian, no quería arruinar la vida de sus hijos como él estaba dispuesto hacer con la suya. No obstante, Marcel no podía quedarse allí sólo. ¿Si su padre se iba por qué él no podría irse también? Ya era un joven que podía pensar por sí mismo, la infancia la había dejado atrás. No quería quedarse toda su vida en la mansión, cuando aquella idea en sus tiempos de niñez sí le era agradable. Sus hermanos no estaban junto a él, su buen amigo Evelyn cada vez venía menos a la mansión. No quería estar solo, y rogando a su padre… éste aceptó.
Llegó a París un día antes de cumplir los dieciocho años.
- Juventud:
¡Dieciocho años y estaba en París! La idea le encantaba, le enloquecía. Había pasado toda su existencia en un pequeño pueblo y ahora se encontraba en la ciudad más importante y más grande de toda Europa. Su padre no tardó en encontrar trabajo, peor pagado y menos importante que el anterior, pero lo encontró. Trabajaba como auxiliar administrativo en el Banco Central. Vivían en un barrio obrero, al lado de las fábricas. Podría parecer horrible, gris y desalentador, pero a Marcel le encantaba. Era muy diferente a todo lo que había visto. Pero debía trabajar también, e intentó buscar algo acorde con sus estudios y su formación como ayudante de cámara o mayordomo. Nada. No tenía experiencia, y si hablaba de su padre las familias nobles querían contratarle a él, pero no al chaval. Hasta que se topó con el señor Maréchal, un detective procedente de una muy buena familia. Un señor ya maduro, soltero, que requería un ayudante en su casa. Marcel aceptó su trabajo, y sin saberlo eso supondría el mayor cambio en toda su vida.
Maréchal era un buen tipo y le enseñaba ciertos conocimientos a Marcel, los cuales él desconocía. De acuerdo, Marcel había tenido una muy buena educación, sabía de historia, de literatura, de arte y de tonterías que no le servirían para nada como era el hecho de conocer a casi toda la nobleza inglesa. Maréchal se encargó de educarle en otros aspectos, en anatomía, química, en cómo vivir en París, cómo pelear, la deducción. Y vio que ese joven medio inglés, medio francés, podría tener futuro en el cuerpo de policía parisino, que su futuro era ser detective, y no un simple criado para los demás.
Marcel habló con su padre, quien seguía siendo un administrador bancario, y aceptó lleno de alegría. Su hijo podría llegar a tener una vida mucho mejor que la que le correspondía por nacimiento. Ir a París, después de todo, no había sido tan mala idea.
La formación de Marcel seguía su curso, y Maréchal le pagó los estudios necesarios para poder trabajar como detective, a cambio de su trabajo como mayordomo. No le pagaba en dinero, pero sí le alimentaba y le daba educación a cambio de sus servicios.
- Vida adulta y actualidad:
Dicen que las enfermedades mentales severas, como puede ser la esquizofrenia, la bipolaridad o los trastornos de personalidad empiezan a manifestarse cuando uno llega a la edad adulta, entre los dieciocho y los veintiún años. De ser un chaval jovial, que se entretenía leyendo o charlando con Maréchal, pasó a ser un completo extraño para sus allegados. Ya era solitario de por sí, pero comenzó a encerrarse cada vez más en sí mismo. Mostraba ciertos rasgos de su personalidad un tanto peculiares, por ejemplo, si las cosas no salían como él quería, podía cargarse cualquier cosa que estuviera delante. Terribles arrebatos de cólera, como le sucedía a su madre. Distinguía el bien del mal, por supuesto, pero eso no quitaba que él siguiera sus propias reglas y no las de la sociedad, o las que Maréchal y su padre le enseñaban.
Se aburría, en definitiva. Ése era su principal defecto, ya que ese hecho acarreaba todo lo demás. Buscaba nuevas experiencias, distracciones, entretenimiento. Al comienzo eran tonterías, escondía libros o pruebas que Maréchal investigaba, viendo la reacción de éste. Caminando por el mercado robaba una manzana, o robaba a alguien más adinerado. La emoción del momento, el éxtasis de hacer algo diferente y que podía acarrearle consecuencias. No obstante, fue evolucionando a cosas peores, y Maréchal, que desde luego no era estúpido, se acabó enterando. Y evitó que Marcel hiciera algo horrible, que le hubiera traído unos problemas enormes de por vida.
Salía de la casa del detective, de sus clases, y vio a una mujer hermosísima caminar por la calle. Demasiados colores, pensó, demasiada ostentación hortera. No le gustaban esa clase de adinerados franceses, en especial los parisinos. Prefería la clase alta inglesa, consideraba que tenían más clase, vestían más elegantes. ¿Qué hizo? Pues bien, vio un carruaje pasar justo por la calzada, a la izquierda de la mujer y la empujó. Quería ver como las fuertes patas de los caballos, con sus herraduras, aplastaban ese rostro de autosuficiencia, toda aquella vestimenta horrible. Afortunadamente, Maréchal lo observaba todo desde la puerta y sujetó a la mujer para que no tuviera lugar la catástrofe. Hubo una discusión en mitad de la calle, pero con su carisma y habilidades Maréchal convenció a la mujer de que todo había sido un accidente. Ése día fue el único que habló del tema con Marcel y dejó las cosas claras. No le dirían nada a su padre, no querían que pensara que su hijo podría haber heredado la enfermedad de su madre y que se sumergiera en un oscuro pozo, pero harían un trato. Marcel empezaría a trabajar ya, siendo su ayudante. Ayudante de detective. Maréchal pensaba que si Marcel empezaba a investigar, que si empezaba estudiar los cuerpos muertos, los crímenes y lo terrible que podían ser las personas, se entretendría, podría distraerse de su figurada locura. Supondría un juego para él, y así evitaría que cometiera un terrible error. Mejor que estuviera con ellos, la policía, y no en su contra.
Los años fueron pasando y el trato entre Maréchal y Marcel seguía en pie. El padre del segundo murió cuando éste contaba con treinta cuatro años, de una neumonía. Marcel fue subiendo puestos en la comisaría, hasta que llegó al mismo nivel que su mentor, detective. Sus habilidades eran asombrosas, todo el mundo lo decía, pero a la vez inspiraba cierta desconfianza. Seguía teniendo ésos arrebatos cuando por ejemplo no era capaz de resolver un caso por sí mismo y debía pedir ayuda a Maréchal, o cuando le retiraban de uno. Sí, poco a poco lo iba controlando mejor, pero aún así... los compañeros lo sabían, y por su comportamiento extraño nadie quería trabajar a su lado. Sin embargo, era el protegido de Maréchal, todo un mito en la policía parisina. Sabían que él no se equivocaba con la gente, que ése Marcel debía ser único para contar con el beneplácito del mayor. Y así era, Maréchal conocía la auténtica personalidad de Marcel y era el único capaz de ayudarle, de persuadirle, de ser su amigo… hasta que la muerte también decidió llevarle. Murió tres años después que el padre de Marcel, con setenta años, estando ya retirado desde hacía tiempo. Había vivido mucho; y entonces Marcel no tenía a su ángel de la guarda. Había aprendido a manipular con los años, a mentir, y a fingir como era su verdadero yo, desde luego, pero ahora nadie le ponía límites a su supuesta locura. Y ser su propia niñera le era muy difícil.
- La supuesta actriz suicida:
Una noche, cuando Marcel contaba con cuarenta años, acudió al camerino de una actriz que le traía de cabeza, aunque tan sólo por su belleza y por su gran talento al actuar (Marcel tiene cierto temor al sexo, puede sentir atracción, pero el sexo es algo que le repugna, que le hace sentir sucio, que no le agrada en absoluto). Estaba estresado, de modo que… ¿no era buena idea ir al teatro y ver la representación de su obra favorita, Fausto de Goethe? Se sabía los diálogos de memoria, de modo que podía prestar atención a la obra y pensar en lo que iba hacer a continuación. Lo llevaba planeando desde hacía mucho tiempo.
Cuando la obra finalizó se acercó al camerino, con un ramo de rosas rojas (sabía que eran las favoritas de ella, al fin y al cabo era detective). Disfrazado, sin que nadie pudiera reconocerlo, consiguió entrar en éste, alegando ser un gran seguidor de la mujer. Entró y cerró la puerta por dentro, sin que la actriz se diera cuenta. Estuvieron un rato hablando, y Marcel con su arte de engatusar a la gente, en apenas cinco minutos, se ganó la confianza de ella. Le pidió un abrazo, y la joven aceptó encantada por todos los halagos que el hombre le dedicaba. Marcel le iba a entregar además el ramo de flores, de dónde sacó rápidamente una pequeña navaja, afilada a conciencia, y para que ella no gritara, plantó sus labios sobre los de la muchacha. Tomó sus muñecas y le hizo dos profundos cortes en éstas; siguió sus conocimientos en anatomía, y sabía que el destino de ella en ese instante era morir, si es que nadie acudía a ayudarla… pero, ah, no había gritado… Forcejeó con ella durante un rato, aún con ambas bocas juntas, hasta que se desmayó por la pérdida de sangre y la depositó sobre el diván que tenía en su camerino, dejando el ramo de rosas sobre su regazo. Se fue de allí rápidamente y en cuanto llegó al río Sena tiró su disfraz, dejando una prueba en la ciudad de París, pensando que así posteriormente la caza sería más entretenida si se lo dejaba más fácil a los de su equipo, a la policía.
Al día siguiente se río internamente cuando llegó a la comisaría. Qué irónico, pensó, le había tocado resolver precisamente ése caso… ¿Su veredicto? Suicidio. Y ninguno de sus ayudantes, o del resto de policías, sospechó que fuera un asesinato. Por desgracia el disfraz debió perderse y quizá estaba ya en el mar. Y el ramo de flores no les dijo nada. Panda de estúpidos…
No había gente competente en París, por lo visto. ¿Qué iba hacer? ¿Qué demonios iba hacer si nada le motivaba, si nadie estaba a su nivel, si nadie jugaba con él, si nadie le entretenía? Ni siquiera si se ponía en el otro lado de la balanza…
No sintió remordimientos por el asesinato de la joven en aquel momento, pero sí cuando llegó a casa de Maréchal (la cual había heredado). Era invierno, encendió la chimenea por el frío, y vio el cuadro que había sobre ésta. El rostro de su mentor le miraba, y parecía triste, enfadado… desilusionado y aterrorizado. ¿O eran imaginaciones suyas?
Ésa noche no controló su dosis de morfina y superó la recomendada. Y lloró. Por todo. No recordaba la última vez que había llorado… ¿tal vez cuando su madre había muerto hacía ya tantos años atrás...?
Por suerte, tres semanas después llegó el caso de su vida. El que le lleva obsesionando desde hace mucho tiempo y del que se ha obsesionado completamente. El extraño caso del chupasangre.
- El extraño caso del chupasangre:
No había casos que realmente le motivaran. Todo eran violaciones, asesinatos por dinero, envidias o droga. Muertes de amantes celosos y de hermanos envidiosos. ¿Qué interés podía tener en algo que se resolvía con prácticamente tan sólo chasquear los dedos? ¡Necesitaba distracciones, algo que le entretuviera de verdad! Ya había probado la cocaína, la heroína, el opio y el hachís, además de la morfina, su favorito. Sabía con exactitud qué dosis tomar para no terminar mal, y sabía cuando dejarlo para no volver a ser un esclavo, pero en esta ocasión de los estupefacientes.
Desalentado, aburrido y pensando en que nunca nada salía como él deseaba… le avisaron de un espantoso triple asesinato. Sonrió. Sonrió por ello, y su superior lo notó, por lo que Marcel rápidamente borró esa sonrisa de su rostro.
Cuando llegaron a la escena del crimen (la habitación de un hotel de cinco estrellas en el centro de la ciudad), lo que vio le extraño más que nada en el mundo… Las víctimas tenían dos pequeñas perforaciones en el cuello y no presentaban más heridas. No había moratones de forcejo, o signos de lucha en la habitación. ¿Qué diablos…? ¿Cómo podían haberles desangrado así? ¿Con qué? Y no menos importante, ¿quién podía hacer algo semejante?
Vampiro. Ésa palabra se escuchaba entre todos los presentes. Marcel estalló en carcajadas. ¿Vampiros? ¿Estaban tontos o qué? Él era un gran amante de la literatura gótica y de terror, pero sabía distinguir la realidad de la ficción. No encontraba explicación posible, pero sabía que tendría que haberla… La lógica dominaba el mundo. Y él sabía cómo emplearla… o eso pensaba.
No pudo resolver ése primer caso. Y tampoco los siguientes que iban apareciendo. Más muertes similares, todas en hoteles de lujo… Bien, algo estaba claro. Aquel hombre o mujer tenía dinero y estatus social, ésas habitaciones eran muy caras y sus víctimas siempre eran prostitutas o vagabundos. ¿Pero cómo lo hacía?
Empezó a obsesionarse, a obsesionarse como nunca antes lo había hecho. Pasaba las noches en vela, investigando sin parar, leyendo sobre vampiros, pensando aunque… no, no. ¡Debía haber una explicación científica a todo aquello! ¡Los licántropos, los fantasmas y los vampiros no existían! ¡Todo eran fantasías de escritores!
Y entonces le retiraron del caso. No era capaz de resolverlo y le dijeron que había una brigada especial… para aquel tipo de asesinatos. No le dejaron seguir investigando, y para su sorpresa no volvieron a hablar de ello, ni siquiera aparecían las noticias de más homicidios parecidos en el periódico. ¿Ésa brigada existía? ¿Lo habrían resuelto y él no…? Entonces, en su máxima desesperación, recibió la visita de ella.
- La mujer de los labios rojos:
Unos intensos labios rojos, entre ocultando unos colmillos que brillan con intensidad ante cualquier atisbo de luz. Una piel nívea con la nieve que permite ver las venas azules crear caminos sobre ésa palidez. Unas mejillas sonrosadas sabe Dios porqué. Un vestido que se mueve con cada uno de sus movimientos, como si fuera una extensión más de su cuerpo y un olor que inunda toda la estancia, toda la habitación, un olor extraño, nada parecido a algo que pueda ser real. Y unos ojos atentos, curiosos, felinos.
Ésa es la mujer de los labios rojos. La mujer que visita a Marcel de vez en cuando, sin previo aviso, en su habitación, habitante de sus sueños y pesadillas. Una mujer que nunca ha podido tocar, ni siquiera rozar con la yema de sus dedos. Desde que le dieron el extraño caso del chupasangre. ¿Una fantasía, un rasgo más de su locura latente…? ¿Quién era ella, quien aparecía sólo y únicamente cuando Morfeo hacía acto de presencia en los aposentos del detective…?
Dormido, con los ojos cerrados, lo primero que sentía era el inconfundible olor. Después, unas caricias en sus mejillas, unas manos increíblemente suaves; para posteriormente notar como unos labios se posaban en los suyos propios para depositar sobre ellos un rápido y fugaz beso robado. Entonces, y sólo entonces, era capaz de abrir los ojos y ver a la mujer. A continuación, ella desaparecía, como si nunca hubiera existido y Marcel caía en un profundo sueño.
Todo aquello podría parecer obra de su imaginación… Mas cuando Marcel despertaba por la mañana y acudía al baño, viéndose en el espejo; siempre, sin excepción, el rojo carmín de la mujer seguía sobre sus labios. Como si el beso hubiera sido real.
¿Estaría perdiendo completamente la cabeza? ¿Empezaba esta locura a ser semejante a la de su madre…? Oh, ésa mujer.
La mujer. La mujer de los labios rojos y los dientes afilados. La única mujer capaz de despertar completo interés en Marcel, la única mujer que le llama verdaderamente la atención. Una fantasía para él.
La necesita, la desea. Y vive obsesionado, cómo no, con su fantasmagórica presencia.
DATOS EXTRAS
- Meras y simples curiosidades:
-Es probable que la enfermedad mental que posee sea trastorno antisocial de la personalidad, es decir, que probablemente sea un sociópata. Heredado de su madre y provocado también por su adicción a los estupefacientes.
-Es un fumador empedernido. Es raro verle sin un cigarro sostenido entre sus dedos.
-Siempre, y sin excepción, viste de negro. No soporta la ostentación parisina, prefiere la clásica elegancia inglesa.
-Habla inglés y francés como lenguas maternas, por lo que es bilingüe; pero también gracias a su esmerada educación habla español, alemán e italiano.
-Sabe qué dosis exacta tomar de heroína, cocaína, hachís o morfina para no acabar siendo un esclavo de éstas. O al menos eso cree él.
-Es un gran amante de la literatura gótica y de terror, Lord Byron es su autor favorito, sin contar con Goethe, Shelley, Coleridge… Además de Fausto de Goethe, una obra que de alguna forma le ha marcado.
-Siente interés por el arte. El jardín de las delicias de El Bosco es su obra predilecta. Le parece tan caótico que lo adora. Y su interés es mayor en la iconografía religiosa. Se ha recorrido toda Italia sólo por ver el arte y la arquitectura renacentista; adora los bajorrelieves de las puertas del Baptisterio de Florencia. Cuando estuvo allí pasó una hora entera observando cada detalle.
-Aún mantiene la amistad de su infancia con Evelyn Lygon, escribiéndose cartas y visitándole siempre que acude a Londres. Él y Maréchal han sido sus únicos amigos a lo largo de su vida. Mantiene también el contacto con sus hermanos, vía carta. Siempre está persuadiendo a su hermano para que deje la Iglesia y se dedique a algo de verdad.
-Se considera un hombre más inglés que francés, a pesar de tener la doble nacionalidad y de tener apellido y nombre francés.
-Todos los meses acude al cementerio de París, para depositar sobre la tumba de Maréchal un recorte del periódico, dónde se habla de un caso resulto por él, Maupassant, y un perdón escrito a pluma. Es su manera de pedir disculpas por el gran error que cometió al asesinar a la actriz, y demostrando de alguna forma que quiere y necesita mantener el trato con su mentor, aunque éste haya fallecido.
-Desde que esa aparición angelical y diabólica hizo acto de presencia en su vida tiene por costumbre ir a un burdel de la ciudad de París, para así contratar a una de las meretrices y decirles que se hagan pasar por la mujer. Nunca nada de sexo o algo que se le asemeje, solamente el beso en los labios y las caricias en el rostro.
-Tiene cierto reparo al sexo, es decir, se siente atraído por las mujeres (y algún que otro hombre, para ser sinceros), pero nunca hace nada con ellos. Tampoco es que le desagrade, ni mucho menos… Pero, de alguna forma, le produce sensaciones que no le agradan. Ésa intimidad que se debe necesitar para llegar a ello, el sentirse tan cercano de otro ser humano no va con él. El sexo, al fin y al cabo, le incomoda. Por lo que es asexual por imposición propia.
-Sus modales son exquisitos, después de todo fue educado para servir a una familia noble, para ser ayudante de cámara.
-Siente un gran respeto por las diferentes clases sociales, es de los que piensan que por ejemplo una actriz no puede casarse con un noble.
-Por extraño que parezca, le encantan los críos. Cree que son los seres más sinceros del universo.
-Nadie sospechó de él en el caso de la supuesta actriz suicida, pero sí en otros en los cuáles Marcel no ha tenido nada que ver. Algunos de sus compañeros creen que tiene un afán tan grande de sentirse halagado e idolatrado que sería capaz de cualquier cosa para ser el centro de atención.
gracias a αgusτınα• de sourcecode
Última edición por Marcel de Maupassant el Mar Ene 14, 2014 11:47 am, editado 4 veces
Marcel de Maupassant- Humano Clase Media
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Re: Marcel de Maupassant.
FICHA EN PROCESO
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
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Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 19/06/2010
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Re: Marcel de Maupassant.
Terminada.
Marcel de Maupassant- Humano Clase Media
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Re: Marcel de Maupassant.
FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
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Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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