Molly Winslet (Convertida)

Quizá Molly es todo lo que se podría esperar de un ser inmortal en su pleno esplendor: tez de porcelana pulida, ojos de fría luminosidad y escalofriante atractivo, barbilla altanera, labios de carnoso carmesí… Pero hay algo, en sus pupilas abarrotadas de deseos ambiciosos y mortíferos, que deja entrever la humana que dejó atrás hace ya tiempo.

Nadie lo hubiera dicho cuando sus iris escarlata declaraban muerte y crueldad… Pero los años de constante descontrol neófito habían llegado a su fin, dando como resultado una mujer de arrebatadora hermosura, que no sólo resultaba mortífera, si no también inteligente.

La señorita Winslet había recuperado por fin su perspicaz mirar, sus gestos arrogantes pero al mismo tiempo… sutiles.

Vertiginosamente distinta a la muchacha cándida y dulce, su nuevo aspecto desprende elegancia, madurez, orgullo, respeto… Pero también insolencia. Su figura ha llegado a su cenit, de ondeante silueta, curvilínea como una mujer madura, llegando a medir 1,73… nada que ver con aquella diminuta muchacha que un día fue.

No hay mucho más que decir, pues es de sobra conocido cómo son sus nuevos gustos por la ostentación y el refinamiento, con su ánimo implacable de llamar la atención en su ociosa vida. Sin embargo, cabe mencionar cierto cambio… pues la nueva responsabilidad con su familia le lleva a elegir mejor el lugar y el momento. Por tanto, se ve obligada a pasar desapercibida en ciertas ocasiones, y no sólo para los fácilmente controlables humanos… sino también para aquellos que son inocuos a sus trucos mentales.

En definitiva, podríamos decir que las circunstancias han atenuado aquella impulsividad maliciosa, dando resultado a una mujer más cautelosa en su parecer, sin dejar de lado su propia naturaleza.

Insolente, prepotente, altanera, egoísta, impulsiva, fría, implacable, manipuladora… Quizá pudo resultar un verdadero refugio para la señorita Winslet y su reciente conversión, hasta el punto de negar su antigua humanidad, o albergar algo de ella.

No fue hasta que su ceguera le llevó a la tragedia cuando algo de aquella realidad emergió de su oscura fachada, pues, a pesar de ser un ser creado para matar y no disculparse, los vampiros no nacen por sí solos, son mutaciones de la propia humanidad. Crueles y mortíferos, sí, pero arraigados al aspecto y la naturaleza de su pasado.

El resentimiento hacia lo que la sociedad quiso hacer de ella le había llevado a rechazar su procedencia, a repudiar a su propia familia y a despreciar a toda persona mortal. Y, entre toda aquella turbia negación, se encontró con que aún le latía el corazón al ver los ojos de su hermano.

Y, con aquella angustia por verse derrumbadas todas sus frías convicciones sobre los sentimientos, Molly renació en su nuevo cuerpo, maldiciéndose por haber sido tan necia y egoísta, y desesperada por hallar nuevamente aquella prudencia que parecía haberse esfumado.

A medida que la calidez de su humanidad resurgía en ciertas facetas, también se asentaban aquellos rasgos propios de su inmortalidad. Más cautelosa, menos impulsiva, pero sin perder la frialdad que le permite proteger lo que es suyo.

Juguetona, atrevida, seductora en su apariencia, y generosa y abocada a defender por todos los medios a aquellos que ama. Aun así, no siente remordimientos a la hora de asesinar si lo considera necesario, y el regocijo inmortal al alimentarse de vidas humanas continúa latente.

Sigue encontrando diversión en su superioridad, pero su tiempo de ocio se ha reducido, ahora tiene una razón por la que no quiere llamar la atención de los de su propia especie.

Siente que su orgullo es una virtud, a pesar de los problemas que le ha acarreado confiar demasiado en sus propias aptitudes. Ha dejado atrás la idea de ser invencible, tras contemplar las múltiples amenazas ante las que se enfrenta su especie: cazadores, inquisidores, vampiros ambiciosos de poder, otros seres sobrenaturales…

El derroche y los bailes han perdido interés, pero siguen siendo su zona de confort cuando desea no pensar demasiado. Su voz se ha convertido en algo íntimo, algo que sólo permite apreciar a quién se ha ganado su confianza.

En defintiva, Molly ha madurado, ya sea por el tiempo o las circunstancias, y aunque mide su comportamiento, no ha dejado atrás aquella mezcla de picardía y elegancia en todas sus formas.

Molly nació en Londres, fruto de los rescoldos de un amor desgastado entre George Winslet y su esposa, Elinor. Cuando aún era una niñita, se trasladaron a la capital francesa, donde la familia creció en riquezas y reconocimiento, brindando a su hija de una infancia y juventud llena de comodidades y ociosidad.

Cuando cumplió 14 años, Elinor quedó encinta de un retoño que se convirtió en motivo de felicidad y devoción para su hermana mayor. Los años pasaban, y la jovencita de los Winslet comenzó a ser motivo de interés para jóvenes y no tan jóvenes que buscaban una mujer con quien fundar su propio hogar.

Esa fue la gran brecha que sacudió los cimientos del futuro de aquella familia.

Molly se negaba a contraer matrimonio a su temprana edad, y sentía que la sociedad que le presionaba a cumplir los deseos de su progenitora, era insípida e injusta. Su condición de mujer se había vuelto una auténtica jaula, dejando en penumbra todos sus deseos de libertad y realización en sus años de juventud.

Aquello separó a madre e hija, hasta el extremo de provocar la desesperación en la muchacha de 17 años que se veía abocada a aceptar la proposición de su mejor amigo, el cual la había traicionado amargamente al haberse enamorado de ella. Y entre todas aquellas tensiones familiares, la ausencia de protección por parte de nadie, un padre que poco podía intervenir en sus problemas familiares, y un hermanito que sufría al ver aquella situación… Molly huyó.

Y lo hizo a través de su gran y nuevo descubrimiento: el vampirismo.

Su libertad.

Y su perdición.

El odio hacia aquellos que habían mirado primero por el resto que por su felicidad dio lugar a un ser destructivo y malvado. Negaba toda relación con aquellos repugnantes mortales, y se dedicaba a jugar con ellos y con sus vidas gracias a sus potentes y mortíferas habilidades.

Así se mantuvo por toda Europa durante dos años, tras los cuales parte de aquella locura se vio reprochada por su latente persona, y eso le hizo volver a París. Allí continuó engañándose a sí misma, sin preocuparse lo más mínimo por su pasada familia, aunque en el fondo los añorara.

Pero de nada sirvió, su interior pugnaba por salir y rogaba por acabar con todas aquellas atrocidades que acabarían llevándole a la muerte.

Y así fue, llegó el terrible día en que Molly resurgió en aquel cruel ser y decidió retomar las riendas de lo que dejó atrás. Nunca imaginó que encontraría una familia derrumbada, con un padre difunto, una madre trastornada y un niño traumatizado por la pérdida de los seres a los que admiraba.

Esa fue la chispa que prendió lo que tanto se esforzó por enterrar: su humanidad.
Tras meses de desconsuelo y rabia, en los que no fue capaz de hacer nada más que pagar su desgracia con asesinatos y periodos de encerramiento, decidió hacer contacto con Olivier, su pequeño hermanito.

Al principio los ojos de aquél desprendían sorpresa y miedo por el irreconocible aspecto de su hermana. Pero gracias a ella, a su gran amor que jamás había menguado y a su paciencia, Oli consiguió volver en sí, aunque Elinor no fue tan afortunada.

Aquel carácter exaltado e irritante había desaparecido, dejando una mujer desolada, incapaz de dar la cara al mundo que la juzgaba, y sin creer que su hija hubiera regresado.

Volvieron a Londres, donde Molly procuró que se reencontraran con los familiares que allí albergaban. Les otorgó todas las comodidades y cuidados que fue capaz de conseguir con su gran fortuna, la cual venía de las numerosas herencias que había conseguido robar por Europa en sus años de neófita.

Sin embargo, Molly sentía que ya tenía la vista puesta en París, y que mientras ella perdurara junto a sus familiares, estaría poniéndoles en peligro. Así, y con gran dolor, decidió despedirse y dejar a su ya crecido hermano a cargo de una madre más cuerda y unos tíos que le adoraban.

La señorita Winslet, de 23 años, ha regresado a la capital francesa, y cuenta los días antes de verse en la obligación de “desaparecer”, ya que ella jamás crecería, y confesar su condición no era una opción. Ahora su prioridad es proteger a sus seres queridos, y solucionar aquellos problemas que dejó sin atar en París para evitar venganzas.