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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Alioth Wolff Jue Ene 16, 2014 2:32 pm

-La noche no había sido propicia para alguien cuya sonrisa superficial era tan escasa como indecisa, se rumoreaba tras su rostro que no necesitaba la banal intervención de una falsificada firma de impresiones sensuales, la lascivia siempre había sido una caprichosa amante que acompañaba como un vigía hasta el color de sus ojos, era por eso que incluso sin sonreir sus intenciones no pasaban inadvertidas más la intensidad de éstas era lo que tal vez ahuyentaba a las damas e incluso a los hombres cuales se jactaban de hombría miraban al suelo una vez que le veían.

"No debería acaso alegrarme" Pensó, preguntándose como si estuviese afirmando mientras una copa tanteaba entre sus dedos, odiaba como el olor del sexo parecía llamarle, algunas cortesanas tenian sus senos como arma, sonreían y pasaban sus manos por las turgentes entrepiernas de los caballeros con sobrada cartera pero él se mantenía al margen, discutiendo consigo mismo que al menos debía de parecer un buen hombre si quería tener algo de cena esta noche. Una de las mujeres le sonrieron, era el segundo cliente que tenía esa noche y se pavoneaba como la mujer fácil que era "Déjala, tienes dinero de sobra y no es necesario cenar todas las noches".

Alzó la copa en honor a aquella mujer, la cual arrugó el ceño "Zorra" su pensamiento siguió repitiendo aquella palabra, aunque parecía que el tampoco era del agrado de aquella mujer, puesto que si aquel cliente hubiese visto su rostro no estaria tan seguro si ella era la opción a elegir que mas le convenía, bebió el pequeño trago que le quedaba en la copa y desabotonó un par de botones de su camisa, vestía como si fuese un gitano, unos pantalones negros que se pegaban a sus caderas pero que dejaban desde sus rodillas a sus talones la tela más suelta de lo normal para poder moverse y una camisa de tela tan ligera que pareciese soportar la frialdad del ambiente, asi como exponer el tono oscuro de su piel morena. Los ojos del color marrón claro se iluminaron unos escasos segundos con la urgencia de la soledad así pues, se levantó de su rincón y salió.

Escuchó decir a alguien:

Una mala noche. ¿Eh?

Así que tan solo sonrió y sacó su cajetilla de tabaco, olió el aroma desagradable que impregnaba aquesta como si el tabaco se hubiese fundido con la barata exigencia de la cajetilla y sacó el primer cigarrillo de esa noche acomodandolo en sus labios, con la partida del tiempo en sus manos, sin prisas, apoyando su cuerpo en la pared mientras dejaba que sus labios se escondiesen unos segundos por el humo escuchandose su voz en el silencio-

Mala noche...no lo sabes tu bien.
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Mensaje por Marcel de Maupassant Jue Ene 16, 2014 4:11 pm

No había sido una buena semana, desde luego. El primer caso que le había revuelto las tripas en años. Al parecer, un padre cualquiera había decidido matar a sus hijos sin motivo aparente. Y no los había asesinado de una forma rápida, indolora y limpia. No, ¿para qué? Les había acuchillado a los tres más de quince veces, a cada uno.  No conseguía dejar de pensar en otra cosa, en su cabeza aparecían de pronto los rostros de las criaturas con muecas de dolor y terror. ¿Cómo puedes temer a tu propio padre? ¿Cómo alguien puede hacer daño a sus propios hijos? Sí, de acuerdo, Marcel no estaba para hablar. Él no era precisamente un ángel, y sabía de sobra lo que era tener las manos manchadas de sangre inocente, mas aún así… Eran niños…
Maupassant era un detective extraño. No resolvía los crímenes para sentirse un héroe o para encarcelar a los delincuentes, tampoco lo hacía por el dinero, el poder o la corrupción, como sí la mayoría. Lo suyo era más complicado, más personal. Necesitaba motivaciones para no aburrirse, y el hecho de resolver determinados casos cumplía la función de entretenerle. ¡Ejercitar la mente, ése era su motivo! Había visto los peores homicidios, las violaciones y mutilaciones más terribles. Él mismo había visto morir a una mujer en sus manos, unas manos que habían asesinado de hecho a ésa misma mujer. Y aún así… no sentía nada. No sentía lástima, compasión y su estómago nunca se revolvía. Salvo el tipo de casos en los cuáles se veían envueltos niños. Los seres más inocentes que podían existir.
No necesitaron ni investigar; cuando llegaron al escenario el padre tenía el cuchillo cubierto de sangre en sus manos, llorando y confesando a gritos. Los vecinos eran los que habían denunciado. Sin embargo, hoy era cuando le habían ajusticiado. Pena de muerte. Marcel, desde luego, no había ido. No sentía el más mínimo interés por ver morir a un asesino de niños.

De modo que ya era de noche, y se encontraba en el burdel. Allí era más o menos conocido por ciertas razones, como puede ser las veces que acudía por motivos detectivescos pero, sobre todo, por su extraño gusto. Nunca contrataba a las mujeres para tener relaciones con ellas. Jamás. El sexo no iba con él, como se solía decir a sí mismo, era asexual por imposición propia. Sentía atracción hacia las féminas, por supuesto, y por algún que otro hombre aunque le costara reconocerlo… pero a pesar de ello no se acostaba con nadie. La sola idea de pensar en la intimidad que se necesitaba para hacer algo así le repugnaba. El conectar tan profundamente con otra persona aunque sea a cambio de dinero…
… ¿y entonces por qué acudía al burdel? Pues bien, desde hacía bastante tiempo tenía una especie de aparición en las noches. Una bella mujer de labios rojos y colmillos afilados se acercaba a él cuando estaba profundamente dormido, acariciaba su rostro y juntaban ambas bocas. Sólo eso, nada más. Vivía tan obsesionado con la imagen de esa misteriosa mujer (o lo que fuera, a decir verdad), que acudía a diferentes lupanares para contratar a cualquier prostituta y pagarle para que se disfrazara de ella, que se maquillara como ella e hiciera las mismas caricias. Para estar en el mismo estado de trance, dormido, en otro mundo; Marcel fumaba opio antes de acudir al prostíbulo. Una dosis que lo dejara atontado, pero lo suficientemente cuerdo para poder más o menos pensar y moverse. Sabía controlarse y ponerse límites en cuanto a droga se refiere, o al menos eso se repetía hacia su propia persona.
Aún así, nunca, nunca, jamás, ninguno de ésos encuentros era como el que él supuestamente soñaba.

Salía de la habitación junto a la prostituta, a quien ya había pagado y ésta se fue. El detective desentonaba totalmente en aquel lugar. Vestía completamente de negro, tanto la camisa, como la corbata, su levita y los pantalones más los zapatos. No olía a sexo, como todos los demás. Y en su mirada no había ni rastro de lascivia cuando se cruzaba con una de las mujeres semidesnudas (o desnudas enteras, qué demonios). De hecho, es que ni se fijaba en ellas. Pese a todo en su rostro se podía apreciar perfectamente que se había drogado. Sus ojos amarillentos, las pupilas dilatadas, la piel pálida y el cansancio evidente.
Hizo un rápido visionado antes de irse… y entonces se fijó en un joven que estaba solo, sin parecer tampoco interesarse por nada o nadie. Si no fuera porque iba colocado no se hubiera acercado a él… y si no fuera también porque aquella noche necesitaba compañía. Era una de ésas extrañas noches donde odiaba a la gente, pero también la necesitaba desesperadamente.  

- Una mala noche, ¿eh? -le dijo al joven, cuando estuvo lo suficientemente cerca de él.
Le echó un rápido vistazo de arriba abajo, analizándolo, sin que esa mirada tuviera connotaciones extrañas. Su ropa, su semblante, la manera en cómo fumaba, la curvatura de sus labios al sonreír… Se fijaba en absolutamente todo. Y para qué mentir, le resultaba atractivo. Pero nada más.

- Pues igual estás de suerte, entonces... - murmuró mientras se apoyaba también en la pared, al lado del cortesano. Y le devolvió la sonrisa. Una sonrisa muy falsa de la que cualquiera podría percatarse. Llevó sus  propias manos a su ropa, buscando su paquete de tabaco (ver al chico fumando despertó su mono), mas no lo encontró-. Maldita zorra, me ha robado los cigarros… -susurró en voz baja, dejando caer momentáneamente sus párpados para rápidamente volver a clavar sus ojos en el muchacho-. No me darás uno, ¿cierto? -le preguntó finalmente.
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Mensaje por Alioth Wolff Vie Ene 17, 2014 12:52 pm

- La tercera vez que se escuchó decir la misma frase, más que irritarle convirtió su rostro en una escena más relajada puesto que sus rasgos parecían suavizarse ante la presencia de un simple extraño al que por los segundos que continuaron a aquella extraña presentación o una carta de bienvenida de pocas palabras, ¿como se sabía cuando el individuo era el adecuado?; Al fin sus ojos dejaron de fijarse en las personas que vagaban sin rumbo por la acera y su mirada así como su atención se centraron en el hombre que habló, " ¿sabrá que soy uno de los de aquí? " fue lo primero que pensó "No es un cliente" eso lo sabía, es más se le notaba desde el principio en el modo de acercarse pues quien se iba a acercar a alguien de ese modo si deseaba sexo, normalmente solo se la tocaban ( lamentando la brusquedad de las palabras ) y ponian el dinero en tus manos, era una transacción satisfactoria a quien quería un rato de placer junto con quien deseaba dinero.

Por eso, algo le decía que ese hombre no quería nada de sexo, sino más bien alguien con quien hablar o simplemente de verdad solo necesitaba un cigarrillo y resultaba ser el único en la escena del crimen como se diría cuando una persona está en un sitio a la vista del otro cuando menos es necesario-

Yo soy una de las zorras fuera de servicio, pero siempre llevo mi tabaco propio

-Tras responder como lo que enfatizaba como una respuesta positiva le tendió la cajetilla de tabaco cuyo aroma parecía ser el mismo, incluso parecía enfatizar su protagonismo al resaltar sus bordes, también entregó unas cerillas para que encendiese el tabaco, de ese modo su vista se centró nuevamente en aquel individuo, estaba aseado pero no suficiente como para decir que el trasero lo tenía tatuado en dinero, elegancia más algo extraño, sus ojos se encontraron con los ajenos y el aroma que desprendía el aliento ajeno parecía tener un olor fuerte "¿viene drogado?" lo dudó, cuando se drogaban las personas no te miraban más bien lo contrario, reían y empezaban a alardear de su buen sistema físico o se quedaban tirados sobre una cama, quizás el líbido también se acusaba de un pequeño cambio pero nada más, en cambio, la persona que tenía en frente era distinta.

Te podía mirar a los ojos, dar respuestas claras "Quizás sea una equivocación" resopló no muy convencido aunque no sabia quien era para juzgar después de todo el se dedicaba a lo que se dedicaba y había visto más de una cosa que no había sido de su agrado, había hecho cosas sucias y tambien habia tenido que recurrir a la droga en un par de ocasiones para aquellas clientas ricachonas y cansadas de la sociedad, miró hacia el interior y entonces habló-

Como la mala noche nos ha unido a ambos ¿O ha sido un paquete de tabaco? Si lo desea puede tomarse un trago a mi nombre, después de todo si se queda aqui mucho tiempo no van a ser las zorras lo único que le ataquen.

-No mentía pero en realidad no decía toda la verdad, allí no importaba quien se pusiera incluso un vagabundo solía dormir en una esquina del burdel para ver a las mujeres o a los nuevos talentos que entraban o salían de ese lugar, el aire era fresco, no era de extrañar que las mejillas del cortesano mostrasen signos de debilidad aunque su exterior no daba más señales que las evidentes, le gustaba el frío, le encantaba sentir cuando el aire se viciaba y despeinaba su cabello con tintes de descuido mientras sus mejillas se enfriaban a un ritmo acelerado, no era una "virgen" sensible a los cambios pero sus mejillas siempre habían sufrido ese cambio, era fácil también ver que varios hombres esperaban robar a quienes salian o entraban en el burdel, para aguarles la noche o simplemente porque era su modo de vida, Alioth ya habia ojeado su alrededor, un hombre cabizbajo pareció entenderle pero otros, se quedaban escondidos, esperando ver si aquella victima era suficiente para esa noche.

Alzó la mano en señal de negación y la volvió a guardar en el bolsillo,una buena calada y de nuevo su rostro se escondió bajo el particular humo que asomaba por su boca, el tabaco, como acariciaba sus labios resecos o humedos parecía cambiar conforme pasaban los momentos, peinó sus cabellos y tomo automaticamente otro cigarrillo colocandolo en su boca, aun no lo encendió, parecía "simpatizar" con el contrario, por razones obvias, sabía que no se encontrarían de nuevo seguramente y si lo hacían no tendrían muchas palabras el uno con el otro, quizás porque desprendía ese aroma dulce y amargo de alguien que no quiere encontrar a alguien ruidoso aquella noche, que quiere tener a alguien a su lado pero cuyo silencio prolongado más que resultar irritable parecía lo contrario, esas dos razones parecían ser las más poderosas de entre las que habia pensado.

Después de todo, Alioth era silencioso, conservador de su intimidad, no preguntaba que hacian los demás y solo se dedicaba a continuar con su instinto-
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Mensaje por Marcel de Maupassant Vie Ene 17, 2014 2:44 pm

Desde luego, se había pasado con la dosis recomendada de opio. Pero normal, ¿no? Después de lo que había tenido que ver en los últimos días. Y ese exceso en la cantidad de la droga le hacía sentirse realmente vulnerable a lo que había a su alrededor, puesto que sus capacidades se veían muy, pero que muy reducidas. A Marcel le gustaba controlarlo todo; ser, de alguna forma, el mandamás en la sombra. Es decir, ser capaz de anticiparse a los hechos y luego actuar en consecuencia. No obstante, en aquella ocasión, le era imposible. Su mirada era borrosa y veía a las personas de su alrededor poco nítidas, como si fueran meras sombras oscuras que deambulaban de un lado a otro, en busca de a saber qué. Parpadeó varias veces, intentando de alguna forma poder prestar la atención necesaria al tipo que tenía al lado.

El detective, además, sabía de sobra que ése muchacho era un cortesano, que estaba allí trabajando. No era difícil averiguarlo; incluso estando drogado lo veía como algo bastante obvio.
Lo primero, su ropa. Era una ropa descuidada, indigente (de acuerdo, podría ser un vagabundo que andaba por allí solo para observar a las mujeres y hombres desnudos que se mostraban ante los clientes como si de ganado se trataran); pero dejaba ver parte de su cuerpo con cierta picardía, por decirlo de alguna forma. Dos botones desabrochados despreocupadamente y una camisa de tela ligera que dejaba intuir que había bajo ésta; la piel tostada de un chico en plena juventud. Realmente sutil, ya que como se suele decir, menos es más. La efectividad es mayor cuando se deja paso a la imaginación. En la imaginación todo es perfecto, idealizado.
Lo segundo, su pasividad. Antes de que Marcel apareciera en acción y le hablara estaba solo, sin prestar atención a nadie. El chico no se fijaba en la infinidad de bellas mujeres que pasaban enfrente de él, como si las tuviera demasiado vistas, pero no catadas. Hay una gran diferencia.
Y lo tercero pero no menos importante, si fuera un cliente y no una de las personas que vendían su cuerpo a cambio de unas míseras monedas, cuando el detective se hubiera  acercado a conversar lo más probable es que le hubiera mandado a la mierda. Y no había sido así.  


-Se deduce desde la otra punta de la estancia que eres una de ésas zorras -musitó con su tono de voz ronca, tras años y años de tabaco. Acentuó la última palabra, casi con ironía, casi con burla. Mas aceptó los cigarros y las cerillas con una cordial y auténtica sonrisa (sí, en esta ocasión no había sido forzada), e inclinó  levemente la cabeza, como si con ese gesto dijera un mudo gracias.
Rápidamente encendió uno de los pitillos, siendo cuidadoso de que la pequeña llama de la cerilla no se apagara, y dejando posteriormente que ésta cayera al suelo. Ah, aquello era otra cosa…  Podría sonar extraño, pero el tabaco le hacía sentirse verdaderamente bien. Como si hubiera tomado un potente calmante, llegando incluso a minimizar los síntomas del opio que había fumado. O quizá todo eran invenciones suyas y era a causa del mono, o del conocido efecto placebo.
El humo que ambos expulsaban de entre sus labios iba ascendiendo poco a poco, hasta desaparecer por completo antes de que pudiera ni siquiera llegar al techo.


-Tranquilo -dijo en esa ocasión, dando una calada tras otra y mirando de reojo a todos los rufianes que acechaban en cada rincón dispuestos a robar o atacar al menos prudente-. Créeme si te digo que no se atreverían a acercarse.
Y era verdad. Marcel era detective, conocía prácticamente a todos los ladrones de poca monta que en aquella noche habían decidido congregarse en el burdel. Y si no los conocía, sabía diferenciarlos del resto con una rápida mirada, como también había diferenciado al chico de entre todos los otros hombres. No era la primera vez que acudía al burdel, obviamente, y en muchas ocasiones había ido como lo que era, detective, y no como un cliente más. Conocía tanto a la mayor parte de las prostitutas como a los truhanes, y ellos a él, desde luego.  

-Me estoy cansando de toda esta muchedumbre -sentenció rotundamente, arrojando el cigarro ya consumido al suelo, reencontrándose éste con le cerilla, pisándolo para poder apagarlo-. ¿Nos vamos de aquí? ¿Tenéis alguna habitación libre?
Espetó eso último sin más. Pero lo extraño era que su tono de voz había sido todo el rato igual, y en la expresión de su rostro no se avistaba cambio alguno (aparte de los que el opio le provocaba, eso sí). Quería compañía, hablar. O dormir, no lo tenía claro.
-Pagaré por tu compañía, tenlo seguro -y asintió al decir eso-. Y también por tu silencio. Simple compañía.

Marcel también era un tipo de pocas palabras. Sin embargo eso no significaba que no supiera  comunicar lo que quería cuando lo deseaba. Para entenderse no hacían falta palabras y tampoco hacía falta que los demás hablaran para comprenderles. Los gestos, la forma de caminar, la manera de vestir… A veces un pequeño y casi inapreciable detalle revelaba más sobre una persona que horas y horas de insípidas conversaciones. A Maupassant le encantaban ésas situaciones, cuando no se necesitaban palabras para dialogar.

Y sin más preámbulos, se separó de la pared, haciendo un gesto con su mano para que el chico le siguiera, subiendo hasta las habitaciones.
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Mensaje por Alioth Wolff Dom Ene 19, 2014 12:39 pm

- Aquel hombre sin duda era un especimen extraordinariamente extravagante, se comportaba como se habría comportado él mismo de haber tenido un ápice de dignidad y sobre todo dinero, miraba a su alrededor sabiendose superior pero conociendo su lugar ya que no estaba en momentos de desafiar pero no podía tener la boca cerrada, era un extraño encanto el que tenía que aun cuando no le parecía atractivo sexualmente hablando encontraba al individuo que tenía en frente bastante curioso, aunque pensara en juzgarle no podría, esquivaría la lógica porque por mucho que hablase le parecía peligroso pero al mismo tiempo le daba la seguridad de, al menos por el momento, hablar sin tener pelos en la lengua -

Lo se

-Su voz sonó tranquila "Si hubiese querido sexo ya lo habria dicho desde el primer momento" lo único que podía adivinar es que el tipo era igual de sincero que el propio cortesano así que no sería de extrañar que si quisiera a alguien, lo primero que buscase sería a una mujer no un hombre y lo segundo que desde que le hubiese visto se lo habria pedido, los hombres eran menos sutiles que las mujeres pues el genero masculino optaba por ser obscenos y en cambio las mujeres o se ofrecian de elegante manera o quizás en algunos casos de manera desesperada e igual de indecorosa y obscena pero era divertido esperar ver como es cada persona. Tiro el cigarrillo al suelo apagandolo de un pisotón y volvió a entrar al interior del burdel siguiendo al otro.

Era casi de la misma estatura que su "cliente" o al menos eso tendría que decir porque no iban a dejar pasar a un hombre solo para dormir, por mucho dinero que éste tuviese, el aire estaba igual de caluroso que cuando había salido, no solo por el calor humano sino que el sexo tenía un poderoso poder energizante, caldeaba el cuerpo como si fuese una estufa y especialmente en las mesas con muchos invitados se irradiaba ese calor sexual y lascivo que era altamente contaminante como adictivo. Los hombres metian las manos bajo los muslos de las mujeres y como buen cortesano miraba todo lo que éstas hacían, algunas mujeres gemían con teatralidad, otras fingian sorpresa y escondian su cuerpo con recato aunque eso , se sabía, prendía al hombre y estaban tambien las mujeres que estaban con los hombres y aquellos que ocupaban los cuartos, tan solo resoplo-

Esperame en la entrada de esa habitación, es la que yo suelo usar así que está vacía, solo pagame por mis servicios los que incluye la tarifa de la habitación, no necesito mas dinero por callar, puesto que es obvio que en esa habitacion solo vamos a estar tu y yo y unas copas de más o si lo prefiere puede dormir mientras yo me tomo la bebida.

-Habló todo lo que tenía que decir, podria haber sido como los otros manejando sumas de dinero aprovechando que el otro estaba drogado o bebido o quien sabe que tenia en el cuerpo ademas de lo que la gente normal tenía pero no era de ese modo, si, cierto que los borrachos eran sus preferidos porque se quedaban dormidos en medio de cualquier cosa que pidiesen, se les devoraba, les robaba el dinero y se iban, además lo bueno de los borrachos es que no distinguian bien a quien tenia delante, solo desean un momento de placer y es fácil desbancarles, algo le decía, que como tocase algo más de aquel hombre se acordaría muy bien de su rostro, no solo eso, sino que la arrogante actitud que a veces mostraba, le recordaba muy bien a la propia actitud de Alioth por lo que chocaba.

"Ni siquiera se su nombre." Pensó "¿Y para que quieres saberlo?" a lo cual hizo un gesto afirmativo, no necesitaba saberlo, solo sería una noche y ninguna más, se acercó a una mujer maquillada y algo pasada de peso, sus senos parecían un vaiven desenfrenado mientras tentaba a algunos clientes que a veces la miraban y otras sin embargo era ignorada-

Dame mi llave, tengo un cliente.

*- ¿Ese madurito? que gusto tan bueno, como siempre

Si, si lo que sea no le hagas esperar

-No le gustaba hablar ni socializar, ella lo sabía pero nunca perdía la oportunidad para "ojear" el genero de los demás, le tendió la llave junto con un paquete de condones los cuales miro con una sonrisa lobuna y los guardó en el bolsillo mientras guiaba a aquel hombre a la habitación, la abrió con un sonido metálico y el golpeteo de la madera al dar la bienvenida al que parecía ser su dueño, estaba al principio a oscuras asi que encendió la luz.

No era una luz de gran calidad, tampoco hacía falta ser generoso, habia una cama que engañaba por su aspecto ruín y simplón siendo verdaderamente cómoda, unos sillones, una cómoda con algunos juguetes en los que el precio venía incluido, lo prometido, siempre habia una botella de vino esperando a quien entrase, dos copas, una mesa de origen victoriano cuyo color parecía suavizar el caracter fuerte de la madera, los sonidos de un apasionado orgasmo estallaron mientras cerraba la puerta dejando la llave en la cerradura de forma despreocupada, abrió un cajón y guardo los condones mientras abria una de las pequeñas ventanas que tenía la habitación, el color de la pared parecia resistente ya que a pesar de unos rasguños y raspones continuaba con su color original, un cambio de ropa, una toalla y un baño que solo tenia una ducha y un pequeño inodoro sin contar con nada más-

Póngase cómodo

-Sonaba a sarcasmo contenido en sinceridad, ya que Alioth se sentó en el sillón y empezó a abrir aquella botella a un ritmo pasmosamente habilidoso-
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