Por amor... ¿al arte? [Priv. KYO VOOCH]

Hoy era un día nublado, oscuro y algo deprimente. Al Sol le quedaban pocas horas para desaparecer por el horizonte, pero tampoco había mucha diferencia, las enormes nubes grises y el frío daban la impresión de que fuera de noche, además estar en un bosque no ayudaba mucho para menguar esa sensación de nocturnidad.
Normalmente no solía introducirme en la arboleda yo sola, era un lugar difícil de cubrir por los muchos lugares donde cualquier criatura podía esconderse, o simplemente era un lugar perfecto para emboscadas. Llevaba allí todo el día y la verdad es que a primera hora de la mañana me pareció una buena idea venir a este lugar a cazar, pero conforme avanzaba el día y el cielo se cubría esa sensación había desaparecido, además de no haber cazado nada todavía. Era lo que se conocía como un día desperdiciado.

Caminaba entre los árboles, con una daga en la mano, y la cara cubierta con una tela de color verde oscuro. Hoy llevaba puesto el traje de cazadora, era más cómodo andar entre bosques con pantalones y ropa fuerte que no con los típicos vestidos que me ponía cuando salí a cazar por la ciudad, para no levantar sospechas. Pero allí no debía guardar las apariencias.
Notaba las manos frías, al igual que la punta de mi nariz, hacía un rato que se había levantado algo de aire y eso bajaba la sensación térmica. Decidí que si en una hora no encontraba nada interesante volvería a casa y me daría un buen baño caliente, además de prepararme una copiosa cena, hoy no había comido nada y de vez en cuando mi estómago hacía ruido para recordármelo.
Pasé junto a una casa de madera muy derruida. Antes había gente que solía vivir en los bosques, leñadores, cazadores de animales normales... pero después de que algunos vampiros, licántropos y cambiaformas decidieran refugiarse en estos lugares muchas de esas personas habían perdido la vida, o simplemente habían huido asustadas. Por eso de vez en cuando te encontrabas con restos de aquellas familias.
Escuché unos pequeños ruidos y mi cuerpo se puso en tensión, por fin ocurría algo interesante. Caminé en silencio hacia el lugar de donde provenían, intentando no pisar ramas que pudieran crujir y delatarme. Había alguien, lo notaba y lo oía. Ahora la pregunta era si aquella persona, o cosa, era amistoso o peligroso.
Con algo de esfuerzo me subí a un árbol, quedando agazapada en una de sus grandes ramas, no a mucha altura, a la espera de ver cualquier cosa.
Distinguí la forma de un chico, aunque desde aquella altura y con la cara medio tapada no lo veía muy bien. Agarré la daga que llevaba en mi mano derecha con fuerza y salté, cayendo detrás del chico, haciéndome un poco de daño en las rodillas, pero nada preocupante, y coloqué mi daga en su garganta, sin ejercer mucha presión, no sabía todavía lo peligrosa que era aquella persona.

Pegué mi boca a su oído. - ¿Nunca te han dicho que no debes andar solo por el bosque? - pregunté con tranquilidad. Mi voz sonó algo más grave, amortiguada por la tela que me cubría - Imagínate que te haces daño, no habría nadie cerca para escucharte gritar - agarré con más fuerza el mango de mi daga, esperando cualquier reacción.

Mediodía y nada. Ya estaba cansado de mirar por el ventanal del ático sin encontrar siquiera un pequeño atisbo de inspiración. Miro el cuadro que tenía a medio pintar con el entrecejo fruncido. Se trataba de una composición boscosa, una mezcla de rojos, marrones y negros que realmente no llevaban a ninguna parte. “¿Y yo me considero pintor?”

Suspiro, definitivamente me encontraba sin una pizca de motivación. Cabizbajo, me encamino hasta el ventanal, dejando atrás el cuadro y alejando pensamientos pesimistas me apoyo en el borde. Con una mano, entreabro un poco el cristal para dejar pasar el aire de la calle y así menguar la sensación de agobio por el olor a pintura.
No es que hiciera un día perfecto. Se veía oscuro y con amenaza de lluvia, pero sin duda necesitaba tomar el aire y eso era lo que iba a hacer. Di media vuelta dejando la ventana tal cual, así al menos en mi ausencia se airearía un poco el cuarto. Me ajusté bien la camisa y cogí una chaqueta cerrada que me coloqué por encima. Me gustaba bastante porque me quedaba un poco ancha y así dejaba moverme más libremente. Eché un último vistazo al ático antes de cerrar la puerta tras de mí y bajar las escaleras laterales del edificio para camuflarme entre la gente camino a las afueras de la ciudad.

¿Qué mejor lugar para tomar el aire que el bosque? Con suerte podría estirar las piernas, dar un paseo, o quizá encontrar algo interesante. Pasé una mano por el cabello algo desordenado. Por más que intentaba hacer que se mantuviera en su sitio siempre quedaba algo de punta, como por naturaleza, ya me acostumbré a ello.

Los edificios iban desapareciendo hasta dejar paso a pequeños árboles y arbustos, caminando unos minutos más conseguí internarme en el bosque. Gracias a mis sentidos, la oscuridad no era un problema, por lo que me fui moviendo entre la vegetación con suma tranquilidad, disfrutando del paisaje. Empezaba a anochecer de verdad y a levantarse un poco de frio y viento. Algunos animalillos correteaban hacia sus cuevas, nidos y demás refugios. Yo simplemente caminaba.

- ¿Hm? –me detuve un momento, olisqueando el ambiente. El fortuito viento me había traído un aroma de lo más delicioso y si no me confundía, se escuchaban algunos pasos o ruidos sordos no muy lejos de mi posición. Me agaché, dejando la palma de la mano sobre el suelo del bosque, sin duda algo o alguien un poco más grande que un animal común se movía a unos cuantos metros de donde me encontraba. Ágilmente, me enderecé de nuevo y caminé hacia aquel olor.
Me adentré bastante en el bosque y sinceramente, hacía un frio bastante importante, empezaba a moquearme la nariz y eso no era bueno para poder rastrear. “Tenía que haber cogido algo más de abrigo…” Pensé para mis adentros, usando la manga del jersey para limpiarme un poco la agüilla molesta que caía de mis fosas nasales.

Entonces se escuchó un chasquido y luego como un salto, un golpe seco en el suelo, justo detrás de mi, pero ya era tarde para reaccionar, estaba demasiado entretenido intentando no manchar la manga de mi preciado jersey. No hice ningún movimiento al verme sorprendido con una daga en el cuello. ¿Pero qué clase de juego era este? ¿Quién demonios es capaz de quedarse en un árbol y amenazar con una daga a la gente?
- ¿Nunca te han dicho que no debes andar solo por el bosque? –sin duda era una voz de mujer,  y me sobresaltó.  Si hubiera tenido mis orejas zorrunas en ese momento se habrían movido levemente por el suave calor que salía de la boca de ella, pegada a mi oreja-. Imagínate que te haces daño, no habría nadie cerca para escucharte gritar –uy uy… eso se ponía feo. Puse las manos medio en alto, donde pudiera verlas y tragué saliva al notar el filo de la daga rozarme el gaznate.
- Pues en verdad si, alguna que otra vez me lo han mencionado –dije y medio sonreí, aunque ella no podía apreciarlo seguramente-. Y dígame, señorita… Porque sin duda eres una mujer aunque intentes esconderlo –mencioné y pegué un poco la espalda al pecho de ella, para cerciorarla de que me había dado cuenta- ¿Qué haces sola por el bosque emboscando a chicos inocentes como yo? –pregunté y giré el cuello para mirarla de reojo. No me sorprendió verla con el rostro tapado, aunque pude vislumbrar la comisura de sus labios, por donde salía vaho debido al frio nocturno.

El chico era un poco más alto que yo, aunque no mucho por lo que no tenía que levantar mi brazo para llegar a su cuello.
Noté como pegaba su espalda a mi cuerpo mientras hablaba, adivinando que era una mujer. No aparté ni un milímetro la daga de su garganta, no me gustaba verle tan tranquilo, apenas se había inmutado con mi aparición y por el arma en su cuello, lo que me dio a pensar que aquel muchacho no era una persona normal y corriente paseando por un bosque.
Separé un poco mi cara de la suya cuando se giró para mirarme de reojo y fruncí el ceño, quitando la daga de su cuello lentamente y bajando el brazo para poder separarme un poco más de él, aunque apunté el arma a su espalda, haciendo una leve presión con ella.

- Ya sabes... las mujeres y sus pasatiempos - contesté aunque sin ningún tipo de emoción en mi voz.
Sin dejar de apuntar mi arma hacia él, anduve a su alrededor hasta colocarme frente a él y le miré a los ojos. No era un vampiro, o no aparentaba serlo. Saqué un botecito de agua bendita de los muchos bolsillos que mi traje de cazadora tenía, y lancé un poco de agua a su cara. Esperé que gritara, que me confirmara que era un vampiro pero nada de eso ocurrió. Aquello me dejó algo más tranquila, los vampiros eran rápidos y extremadamente fuertes, lo que habría aumentado el nivel de peligro.
Volví a guardar el bote y también la daga, sin apartar mis ojos de los suyos, y saqué una pistola de la parte trasera, de donde la llevaba enganchada al cinturón. Si no era un vampiro las únicas opciones que quedaban eran las de licántropo o cambiaforma, también podía ser un brujo, pero de haberlo sido ya habría desaparecido utilizando algún truco de magia de los suyos.

- Dime una cosa... - me quité la capucha que cubría mi pelo, recogido en una coleta, y luego el pañuelo que cubría mi cara - ¿A cuántos pobres granjeros te has comido hoy? - probé, preguntándole de forma indirecta si era un licántropo - ¿El lobo feroz sale a asustar a pequeñas niñas en el bosque? ¿No te da vergüenza? - apunté mi arma a su pecho. Los licántropos solían tener también bastante fuerza, si aquel chico intentaba cualquier cosa apretaría el gatillo y la bala de plata atravesaría si corazón sin que le diera tiempo a pestañear. Y si resultaba ser un cambiaforma... bueno, tampoco saldría muy bien parado.
Arrugué la nariz cuando un olor a pintura me llegó, y miré sus manos, algunos de sus dedos tenían manchas de pintura fresca. ¿Aquel chico era pintor? nunca había conocido a un pintor, aunque por lo que había oído no eran tiempos buenos para los pintores, a menos que fueras uno realmente buena o tuvieras un mecenas muy muy adinerado que te pagara por hacerle retratos.

Ni hablé ni hice el menor movimiento, esperando a que contestara o al menos una reacción por su parte, ya que era ella la que me había atacado. Seguía mirándola de reojo, dejando los ojos vagar por aquel vaho que se le escapaba de los labios por su respiración aparentemente tranquila, hasta que retiró su rostro de mi campo de visión y cambió de posición, apuntándome esta vez con la daga en la espalda. Para mantener las distancias supuse.

Por toda respuesta a su comentario me encogí de hombros. No cualquier mujer se dedicaba a dar paseos nocturnos por el bosque y ponerse a la busca y captura de personas. Por lo que o era una aldeana instruida defendiendo su territorio o era algo mucho más peligroso. No había que menospreciar a una mujer, y menos a una armada.

Escuché pasos y noté como caminaba, moviéndose en círculo hasta colocarse frente a mi, mirándome directamente a los ojos. Obviamente le sostuve la mirada con toda la tranquilidad que me era posible aparentar, pues tras escudriñarla mejor en la oscuridad, gracias a mis sentidos pude atisbar sus trajes e indumentaria bien equipada. Sin duda era una cazadora y se la notaba alerta por mi amenaza. ¿Yo? Si solo soy un inocente zorro…

Observé cómo hurgaba en sus múltiples bolsillos hasta dar con el objeto deseado, un bote con algún tipo de líquido que, sin pensárselo me arrojó a la cara. Me quedé de piedra, no solo hacía un frio que pelaba sino que además pretendía ducharme, para ayudar a entrar en calor, vaya. Fruncí el ceño y me sequé con la manga del jersey para volver a mirarla después con una ceja arqueada. ¿Con qué más cosas pretendían atacarme? Estaba claro que probaba suerte a ver si algo de lo que llevaba encima me hacía mostrar alguna debilidad. Me puse en tensión, hincando bien los pues en la tierra cuando escuché el ruido metálico de una pistola. Mi instinto zorruno me decía que si ella intentaba probar suerte con ese arma, probablemente sería mi fin si acertara en lugar vital y, sabiendo que era una cazadora, lo más seguro es que pasase.

Escuché atentamente cómo ella intentaba indagar haciéndome preguntas, al menos intentaba mantener un pequeño diálogo conmigo antes de mandarme al hoyo. Escudriñé sus facciones cuando dejó su rostro al descubierto, era una chica joven, sin duda, y llevaba el pelo recogido en una coleta, aun así con el viento que se iba levantando, podía aspirar el aroma que desprendía, bastante apetecible tal como había olisqueado minutos antes de la intrusión. Reí suavemente por su último comentario.

- ¿De veras crees que tengo pinta de ser un lobo feroz? –dije a modo de respuesta y coloqué los brazos en jarra- solo soy un muchacho aficionado a la pintura y a los paseos nocturnos. Ya sabes, los hombres y sus pasatiempos –le dediqué una media sonrisa en la oscuridad, intentando parecer amigable y natural. Quizá eso me salvara de un disparo letal.

Bajé un poco la pistola, aunque sin dejar de apuntarle, cuando me reprochó el haberle dado la imagen de lobo feroz. ¿Entonces no era un licántropo?
Puse los ojos en blanco ante ese comentario sobre los pasatiempos, recordando lo mismo que yo había hecho.
Entonces simplemente era un cambia forma. Guardé la pistola. Normalmente aquellas criaturas no planteaban problemas, no solían ser agresivas ni atacar a las personas, aunque sí que había habido un par de veces en las que me crucé con alguno al que tuve que matar. Existían algunos cambia forma que no controlaban muy bien sus habilidades y habían llegado a herir a personas, pero por lo general no suponían peligro o amenaza alguna si no les provocabas. Decidí no hacerlo con aquel, si se transformaba no sabía qué forma adoptaría, y no me apetecía averiguarlo y tener que enfrentarme a un animal dos veces más enorme que yo.

Me crucé de brazos y miré al chico de arriba abajo - Es raro encontrar a un cambiaforma de noche en un bosque y con su forma humana, ¿he interrumpido alguna cita que tuvieras con un animalito del bosque? - pregunté poniendo una media sonrisa.
"No le provoques" me recordó la parte sensata de mi cabeza. Pero no podía evitarlo, mi personalidad no era que se dijera muy agradable. Y menos con los extraños.

- No me gustaría estar interrumpiendo nada - me encogí de hombros aunque sin hacer la menor intención de irme de allí. Aún no sabía si aquel chico era peligroso o no, o si había atacado a personas. Debía ocuparme de aquellas criaturas que consideraba potencialmente peligrosas, y por el momento aquel cambiaforma no me parecía no una cosa ni la otra, lo único que había sacado en claro era que era pintor, y que le gustaban dar paseos nocturnos por el bosque. Eso no ayudaba mucho la verdad.

Relajé un poco la postura al ver que la mujer bajaba ligeramente el arma y sonreí ampliamente cuando por fin me vi fuera de peligro tras escuchar cómo enfundaba de nuevo la pistola.
Al parecer había despertado su curiosidad o simplemente quería seguir examinándome. Imité su gesto cruzándome de brazos y le sostuve la mirada relajadamente. Por fin se había percatado de mi condición de cambiaformas, bueno, realmente pocas opciones le quedaban ya.

- Bravo, sí. Soy un cambiaformas –afirmé con un tono algo burlón, pero sin intención de ofender y le dediqué una media sonrisa- digamos que intentaba buscar algo de aire fresco y un poco de motivación para seguir con mis pinturas –lo que si había encontrado había sido fresco y un baño no planeado, motivación de momento… quien sabe- no interrumpías nada importante, como dije antes, solo paseaba.
Me moví en el sitio, ya sentía las piernas entumecidas de estar tanto tiempo en la misma posición. Aproveché a estirar los brazos por encima de la cabeza y luego a ambos lados, para entrar un poco en calor.

- ¿Y eso? ¿Pretendías encontrar algún animal interesante en vez de una persona? No siempre pasear en la forma animal es la más cómoda, créeme –caminé hacia ella con naturalidad y me apoyé con la espalda pegada al árbol que se encontraba justo a su lado- además si paseara libremente en mi otra forma sería más llamativo para cazadores que buscan pieles bonitas –dije dejando entrever algo de chulería- tranquila, no soy una amenaza para ti.

Aproveché mi posición para examinarla más de cerca. Ahora si que podía atisbar sus facciones con más claridad y fijarme más detenidamente en sus ropajes, claramente diseñados para la cacería profesional, nada femenino lo que le daba un toque bastante curioso y porqué no, morboso.

Entrecerré los ojos mirando al cambiaformas, reprochándome por dentro no haberme dado cuenta de su especie. El haberme centrado tanto en la caza de vampiros había hecho que olvidara cómo reconocer a las demás especies y eso no me gustaba nada, era como si estuviera perdiendo facultades con los licántropos y los cambiaformas.
No aparté la mirada de él mientras se movía, apoyándose en un árbol, mirándome de arriba abajo como si me evaluara. Yo también me moví, colocándome frente a él, con los brazos cruzados.

- ¿No eres una amenaza para mí? - pregunté levantando una ceja - Te sorprendería la de criaturas mágicas que han dicho eso y luego me han atacado, tengo cicatrices que lo demusetran - dije levantando un hombro, quitándole importancia.
Aparto un mechón de pelo de mi cara y deshago la coleta que llevo hecha para volver a hacerla, sujetando mejor mi pelo para evitar que se me ponga en la cara. Coloco también la capucha de mi traje sobre mi cabeza. Muchas veces había pensado en teñirme el pelo, sabía que había chicas de la alta nobleza que lo hacían, existían mejunjes especiales para eso, podías hacer que tu pelo fuera más claro o más oscuro. Había pensado en teñirme el mío porque siempre llamaba la atención, destacaba entre la gente, y eso no era lo que yo necesitaba, un cazador debía pasar desapercibido, no llamar la atención.

- No pretendía encontrar ningún animal, solo estoy investigando las desapariciones que han habido de pueblerinos cerca de aquí. ¿No sabrás nada de eso? - pregunto acercándome a él un poco, y cuando lo hago el olor a pintura vuelve a llegarme. Realmente aquel olor era de mis preferidos, me hacía recordar cuando vivía en Inglaterra, cuando en mis ratos libres pintaba en el desván de mi casa, la sensación de la pintura en mis manos, el olor... - Al parecer varias familias desaparecieron, o algún miembro de ellas. Mucha gente dice que estos bosques están encantados, que un monstruo vive en ellos. Sinceramente no creo que sea uno solo... al principio pensé que se trataba de un aquelarre de vampiros, pero ellos prefieren la ciudad, los núcleos urbanos, aquí no hay muchas personas que desangrar - me acerco un poco más - Luego pensé en licántropos, pero llevo varios días viniendo por aquí y todavía no he encontrado a ninguno. Solo he encontrado un cambiaformas, sospechoso ¿no crees?- pregunto mirándole con acusación, entrecerrando los ojos - Me es difícil de creer que hayas venido únicamente a pasear.

Seguía observándola, intercambiando miradas y evaluaciones superficiales con la cazadora, siguiéndola con los ojos a medida que se movía o gesticulaba. Alcé ambas cejas, haciéndome el sorprendido por el comentario de las cicatrices y cerré los ojos meneando la cabeza hacia los lados negativamente. Sin duda había criaturas mucho peores que yo sueltas por el mundo, normal que la mujer fuera tan cautelosa.

Volví a alzar la vista, avispado, cuando su aroma me llegó de lleno a las fosas nasales. Por lo visto se había deshecho la coleta que llevaba dejando libre su cabello, del que pude distinguir destellos rojos. Medio sonreí, observando en silencio como de nuevo se recogía el pelo para después, cubrirse con la capucha de sus ropajes de cazadora.

Comenzó a hablar de nuevo e inició, por lo que pude ver, un lento pero seguro acercamiento hacia mi persona. Sin mover un músculo, aunque relajado, me mantuve en mi posición mientras escuchaba a la cazadora atentamente. Por lo visto sólo hacía su trabajo, lo que su condición de cazadora requería. Asentí con la cabeza, obviamente no podía reprocharle nada.
Familias desaparecidas, leyendas y mitos de monstruos. Estaba claro que se refería a cambiaformas descontrolados o dominados por su forma animal violenta, licántropos o vampiros insaciables, nada que ver conmigo, que solo era un pequeño animalejo comparado con todo aquel percal.
Seguía acercándose y asi, con esa pequeña distancia que nos separaba, apenas un paso o dos, pude verle por fin, sus suaves rasgos y, por qué no, algún que otro mechón de rojo cabello que se le escapaba del recogido. Volví a negar con la cabeza tras la pregunta, parecía casi como si quisiera culparme directa o indirectamente de algún tipo de desastre, o quizá incluso sacarme información de seres sobrenaturales que lo hubieran llevado a cabo, pero sinceramente, no tenía ni idea.

- Si yo te contara… -dije en un suspiro, cruzándome de brazos. Eché la cabeza hacia atrás para apoyarla en el tronco del árbol y así perder contacto visual con la cazadora por un momento. Miré al cielo, bueno… el poco cielo que dejaba entrever la espesura del bosque. Estaba claro que la mujer me estaría interrogando hasta que pudiera demostrarle de alguna forma que yo no era aquel molesto espécimen come aldeanos, aunque también podía intentar escabullirme de ella lo más rápidamente posible, perdiéndola de vista, optando por la forma zorruna y correr hasta que no hubiera mañana. Nah, sería mejor no tentar a una bala en el trasero o en algún lugar mucho más feo-. Puedes creerme, o puedes seguir haciendo especulaciones –me encogí de hombros y la miré de nuevo a los ojos, profundizando en ellos, como intentando averiguar de alguna forma si podía confiar en ella.

- Mira –dije finalmente y le mostré mis manos, también me remangué un poco las mangas del jersey dejando ver mis brazos, fuertes, aunque no demasiado musculosos, lo que me gustaba pues era una persona ágil y eso sería más molesto que otra cosa-. Como puedes comprobar tengo manchas de pintura, apostaría a que te has dado cuenta al olerme, es un tipo de aroma del que no es fácil desprenderse –sonreí y volví a bajarme las mangas, hacía frio y tampoco quería abusar- soy pintor de retratos y paisajes, y mi forma animal no es otra cosa que un adorable y precioso zorro. Como mucho habría podido robar alguna que otra gallina de un establo, pero no creo que mis terribles fauces o zarpas dieran para mucho más.
Confesé y me quedé mirándola, expectante, intentando indagar en sus ojos a ver qué podría pasársele por la cabeza. ¿Me pediría una demostración? Bueno, no me costaría demasiado, pero, ¿por qué tomarme las molestias? Era una cazadora que había abusado de una persona inocente. Simplemente me encontraba en el lugar menos indicado en el momento menos apropiado, como quien dice. En cualquier caso, era una mujer y estaba interesada -o eso parecía- y sinceramente, no tenía nada interesante que hacer en ese momento, por lo que podría quedarme a ver cómo se desenvolvía el encuentro.

Miré con curiosidad a aquel chico mientras hablaba y se movía, el rechazo que había sentido en un primer momento había dejado paso a una pequeña curiosidad que iba creciendo en mí. Nunca había tenido un contacto tan directo con un cambia forma, el encuentro más cercano que había sufrido había sido justo antes de trasladarme a vivir a Paris, cuando tuve que esconder a una chica de unos catorce años que era perseguida por un grupo de enfurecidos pueblerinos. Al parecer la chica se había transformado y uno de ellos lo había visto ante lo que reaccionó como cualquier persona humana hubiera hecho, o se suponía que debía hacer, afilando la guadaña y persiguiendo a la pobre chica... Yo me encontré con la cambia formas por casualidad y no sabría decir si fueron sus ojos llorosos y la forma en la que temblaba, o que me recordó a alguien especial para mí, pero acabé escondiéndola hasta que la masa enfurecida de pueblerinos se disipó.
En los pocos días que estuvimos juntas no cruzamos ni una palabra y no nos acercamos la una a la otra, fue extraño. Después de eso cada una seguimos nuestro camino y jamás volví a saber de ella. Fue la relación más curiosa que tuve con una persona.

Entrecerré los ojos mientras el chico se levantaba las mangas, dejando ver sus brazos, confirmando mi suposición de que estaba relacionado con la pintura.
Le sostuve la mirada unos momentos antes de encogerme de hombros, suspirando y decidiendo que no suponía un peligro alguno. Estiré los brazos y me senté en la hierba, llevaba todo el día por aquel bosque de arriba abajo, mis piernas me pedían un pequeño descanso, además el haber saltado del árbol, cayendo detrás de aquel chico, me las había dejado algo entumecidas.

- Bueno, en ese caso te dejo que sigas con tus planes maléficos o vayas a robarle las gallinas a alguien - dije pasando mis manos por mis piernas estiradas, haciéndolas entrar en calor - Te pediría una demostración, pero creo que a algunos de vosotros no os gusta eso. ¿Es como desnudarse delante de alguien? No lo sé, simplemente sé que la última vez que le pedí a alguien como tú que se transformara me gruñó, y allí acabó nuestra relación - dije aquello último sobre actuando, poniendo un tono de fingido dolor, llevándome una mano a la frente, como si aquello me hubiera roto el corazón.

Miré al chico y sonreí - Dime, ¿qué tal se vive de la pintura? Creo que no son buenos tiempos. Yo solía pintar, ¿sabes? antes de... de venirme a vivir aquí - dije sin querer dar muchas explicaciones - Aunque siempre lo solía hacer con el carbón que sobraba de las hogueras, no teníamos mucho dinero y no podía permitirme gastarlo en caros materiales de pintura - expliqué encogiéndome de hombros.

La muchacha parecía estar rememorando algo, pues se pasó largo rato en silencio hasta que, de forma directa o eso me pareció, me mandó a seguir con lo que tuviera en mente. Vaya por dios. Ahora que había despertado mi curiosidad…
Reí suavemente por su interpretación y asentí. Era la verdad. Mostrar nuestra otra parte a otra persona era casi como desnudarse. Al menos para mí, era como una segunda piel y salvo en casos excepcionales nunca mostraba mí forma animal a nadie. Mientras la cazadora me preguntaba, fui dejando el árbol atrás para sentarme a su lado.

-Por  suerte, supongo, nunca he sufrido de dinero. Unas veces he tenido más, otras veces menos –me encojo de hombros y la miro- hice cosas en el pasado que me hicieron cobrar un buen pellizco y con eso me mantengo, después de haber dejado a mi familia claro está. Sólo tenía que cuidar de mí mismo –tampoco quería dar demasiados detalles,  a no ser que ella me los pidiera- prácticamente vivo de mis pinturas y por ello necesito buen material.

Ladeé la cabeza, observando cómo se pasaba las manos por las piernas para hacerlas entrar en calor. Se me pasó por la cabeza la genialísima idea de querer enseñarle entonces mi buhardilla, que aparte de ser mi casa, también era mi estudio donde dibujaba. Ya que la chica no parecía haber podido disfrutar de algo como pintar con materiales decentes, al menos podría echar un vistazo y de paso ofrecerle algo caliente que llevarse a la boca. Claro otra cosa sería que aceptara la invitación.

-Dices que no has podido permitirte materiales de pintura, ¿te gustaría probar? -pregunto sin dejar de mirarla. Apenas conocía a la chica, pero en poco rato habíamos pasado de la hostilidad y a que ella me apuntara con un cuchillo, pistola y me tirara de todo a la cara, a una conversación mas o menos... humana- Si no tienes nada que hacer, podría llevarte donde vivo, al menos estaremos más calientes, podremos charlar si quieres y de paso ves el estudio.

Quizá me estaba metiendo en terreno peligroso. Invitar a una cazadora que acababa de conocer -bueno conocer entre comillas porque ni siquiera sabía su nombre- a mi casa, así por las buenas, siendo yo un cambiaforma. ¿Quién me diría a mi que no me vendría un día una tropa de cazadores a darme precisamente caza? Sin duda me la estaba jugando y ella lo sabía seguro, por tanto era una muestra de confianza. Intenté indagar en su mirada, ya era bastante de noche y quedarse alli sin un fuego o algo sería seguramente quedar a merced de posibles criaturas o animales nocturnos.

Cuando se sentó a mi lado una parte de mí, la más sensata y con mejores reflejos, me empujó a separarme. Pero la otra parte que pretendía ser amable, y a la que le gustaba el rumbo que estaba tomando aquella conversación, fue más fuerte por lo que cuando se sentó a mi lado no me moví, simplemente le miré mientras le escuchaba hablar sobre su economía.
Pensé en qué habría pasado si yo no me hubiera convertido en  cazadora, si... aquello no hubiera sucedido, empujándome a una vida corriendo detrás de criaturas sobrenaturales. ¿Habría seguido pintando, dedicándome a ello? Lo más seguro es que no, pensé. Seguramente me habría casado con algún joven del pueblo donde vivía, algún artesano o agricultor, algún hijo de los amigos de mi padre, había tenido hijos con él y habríamos heredado la herrería de mi familia.
Arrugué la nariz, metida en mis pensamientos, al imaginarme aquella vida tan aburrida.

Miré al chico algo sorprendida. ¿Me estaba invitando a su casa? ¿dónde él vivía?... entrecerré los ojos, intentando adivinar si era alguna especie de trampa o simplemente al chico no le había quedado claro a qué me dedicaba. Supongo que poner un cuchillo en la garganta, apuntar con una pistola y echarte agua bendita por encima, no había servido para dejar suficientemente claro que  yo no era una chica normal.
Desvié la mirada hacia los árboles, hacia la profundidad del bosque. No se oía ruido alguno, únicamente el ruido de pequeños animales, o el sonido de las ramas crujiendo cuando el aire soplaba con más fuerza.
Me mordí el labio, dubitativa. Quería irme de allí, y la opción que me planteaba aquel muchacho me tentaba en gran medida. Un lugar seco, caliente, con olor a pintura y con gran cantidad de material con el que yo había soñado tener cuando era pequeña.

- De acuerdo - acepté, mirando de nuevo al chico - La verdad es que tengo curiosidad por ver ese estudio que tienes - me acerqué un poco a él - Y espero que no sea alguna especie de trampa, te advierto que un cuchillo, una pistola y un poco de agua bendita no son las únicas armas que llevo encima... y te sorprenderías de la cantidad de lugares que tiene un cazador para esconder armas - digo esa última frase bajando mi tono de voz, convirtiéndolo en un susurro, y después de decirla me separo y me levanto - ¡Decidido entonces! ¿nos vamos? - pregunto con una media sonrisa, tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse, pero me fijo en una gota de agua que tiene en uno de los mechones revueltos de su pelo y extiendo la mano, quitándosela - Siento lo del agua - digo sin poder evitar sonreír - Necesitaba asegurarme de que no eras un vampiro.

La miraba de reojo observando su reacción de sorpresa tras la invitación. No era para menos, seguramente estaría pasándosele por la cabeza que o estaba loco o tenía algún tipo de retraso mental por querer meter a una cazadora en mi casa. No pude evitar sonreír ampliamente cuando veía en su mirada la duda, cosa que pude avalar tras ver que se mordía el labio. ¡Jah! Entonces se lo estaba pensando realmente.

Finalmente aceptó, quizá no muy convencida aunque debió pensar lo mismo que yo, que seguramente tras las horas que eran no era seguro para nadie estar tan alejada de las zonas de ciudad.
Igualmente, algo en mi interior daba como ganada aquel tira y afloja, como si de una vocecilla interior se tratara, y tuve que acallarla tras escuchar a la cazadora describirme toda su indumentaria más la que –a saber dónde- tendría guardada por ahí.  Alcé ambas cejas, sorprendido gratamente al ver que al final la chica tomaba la iniciativa para salir pitando de aquel lugar. Iba a coger su mano, agradecido por el gesto para levantarme, pero ella se detuvo en quitarme alguna que otra gota que aun rondaba después de haberme rociado con el agua bendita momentos antes.

-No te preocupes, te entiendo. ¿Gajes del oficio? –reí por lo bajo y finalmente me levanté, sacudiendo un poco las ropas y acomodándome un poco antes de partir. ¿El pelo? Ni me molestaba en intentar arreglármelo, era como si tuviera vida propia.

-No queda muy lejos y es bastante humilde, pero bueno sirve para lo que es básicamente –decía mientras andaba hasta colocarme a su altura, dispuesto a emprender el camino de vuelta a casa- vamos, ¡o acabaremos congelados al final! Por cierto, ¿cómo te llamas? –ni siquiera había habido tiempo para presentaciones, ni tampoco pensaba que las cosas tirarían por aquellos cauces, así que qué menos que una presentación formal. Empecé a caminar para marcar el camino, esperando que me siguiera y no se quedara atrás, aunque no dudaba de las capacidades de la muchacha para moverse por el terreno. Antes de que ella preguntara el mío, decidí revelarle mi nombre- Yo soy Kyo, encantado –dije volviéndome levemente hacia ella para dedicarle una sonrisa zorruna desde la semioscuridad.

No puse réplica alguna cuando dijo que su casa era bastante humilde. La verdad es que en aquellos momentos cualquier cosa con techo, lejos del aire frío, y con una chimenea con la que calentarme me bastaba, así que sentí y caminé a su lado, haciendo crujir las ramas y hojas secas bajo mis pies.
En realidad no me molestaba salir a cazar por el bosque, era un lugar que me resultaba acogedor e incluso me recordaba, en parte, a los bosques que había cerca de donde yo vivía en Inglaterra, aunque no eran tan espesos ni estaban tan infestados de criaturas mágicas. Aquello era algo que me había sorprendido cuando llegué a Paris, la cantidad de criaturas sobrenaturales que rondaban por la ciudad. En el tiempo que llevaba allí me había encontrado con gran cantidad de variopintos personajes, muchos más de los que había visto en mi viaje desde Inglaterra hasta aquí. ¿Sería cosa de ser una gran ciudad? yo provenía de una humilde aldea, donde jamás habíamos visto cambia formas, hombres lobo o brujos, únicamente vampiros, y solo una vez... aquella vez.

- Vianna... me llamo Vianna - respondí cuando el chico me preguntó por mi nombre, presentándose él primero. Aceleré un poco el paso para colocarme a su altura - ¿Kyo? - pregunté con curiosidad, levantando una ceja. - Es un nombre curioso, nunca lo había oído. ¿Tiene algún significado especial? - mientras hablaba rodeé mi cintura con mis brazos, protegiéndome del frío, que ahora parecía notarse más, notando como mi nariz estaba helada, al igual que mis mejillas y mis dedos.

Caminé mirando mis pies, sin levantar la vista, pensando en lo extraño de aquella situación. Normalmente no confiaba de forma tan repentina en seres sobrenaturales, mi experiencia como cazadora me había enseñado que la mayoría de ellos solían ser mentirosos, manipuladores y no jugaban limpio, pero había algo en Kyo que me despertaba confianza aunque no dejé que esa sensación me dominara, siempre debía estar atenta por si cualquier situación se torcía.

- Y dime, ¿suele ser algo normal invitar a jóvenes indefensas a tu casa? - pregunté con un tono de diversión, mirándole con una divertida sonrisa - Seguro que decir que eres pintor te sirve muchas veces... Bonjour mademoiselle, soy un joven pintor que necesita una bella musa para sus retratos. ¿Le complacería ser esa musa que busco? - dije aquella frase poniendo un tono de voz más grave, intentando imitar la de Kyo - ¡Oh vamos! ¡seguro que has seducido a muchas jovencitas con ese viejo truco! - digo riendo y le doy un suave golpe con mi codo en su brazo, picándole - Pocas mujeres lo admitirán, pero muchas desean un pasional romance con un joven pintor, la cosa del arte ya sabes... a muchas les vuelve locas - vuelvo a reír.

Caminaba más o menos al compás de la joven cazadora pero, al tener las piernas algo más largas finalmente conseguía –aunque no era mi propósito- adelantarme levemente.  A cada paso notaba como el bosque se iba haciendo cada vez menos denso, y el ruido de la ciudad de París se alzaba como un susurro.  Ladeé la cabeza para mirarla cuando ésta finalmente respondió con su nombre a lo que correspondí con una sonrisa y una negación de cabeza cuando preguntó por el origen de mi nombre.

-En verdad tiene su historia –confesé y la miré aprovechando que había alcanzado mi paso- Mi madre era aficionada a la lectura, cuando quedó embarazada de mí, tuvo por antojo cebarse a albaricoques  -me encogí de hombros- por lo visto Kyo es en otro idioma precisamente eso, albaricoque. No sé, supongo que lo buscaría por alguno de sus tantos libros y le haría gracia –sonreí para mí, recordando algunos de los momentos en la gran casa suiza en donde viví en mi infancia, con grandes salones y una gran biblioteca llena de todo libro imaginable. Misma biblioteca donde años atrás había conseguido informarme de lo que sería hoy día mi segunda piel como cambiaformas.

Observé de reojo como Vianna se rodeaba con los brazos, era indudable que tenía frio, con suerte llegaríamos rápido para poder poner la estufa y preparar algo caliente para templar el cuerpo. Se hizo un momento de silencio en el que ambos caminábamos y sólo se escuchaba el crujido de nuestros pasos sobre el suelo del bosque, tras unos pasos más dimos con el sendero que daba paso a la ciudad y con ello el sonido de la gravilla bajo los pies.

Vianna rompió el silencio y alcé la vista hacia ella. Su pregunta con aquel tono y el intento de imitación me hicieron soltar una carcajada. Se la veía animada y eso me hizo relajarme bastante. Sin darme cuenta, mpezaba a simpatizar con aquella chica al ir descubriendo otro lado de la cazadora, mucho más humano y picante que me llamaba la atención.

-No te voy a mentir, lo he intentado en alguna ocasión. ¡En serio! Es buena excusa –no era difícil presumir de talento y luego intentar engatusar a alguna muchacha bonita para algún retrato o pose ligera de ropa, cosa que a muchas jóvenes sobre todo de alta cuna les gustaba.
Tras el último comentario de Vianna, aminoré levemente el paso para fijarme más en ella: el pelo cobrizo que sobresalía de su capucha, sus pálidas facciones marcadas por el rojizo mate del frio le daba un toque gracioso y también adorable por otro lado.

-Y tu, Vianna. ¿Te dejarías seducir con ese viejo truco? –pregunté divertido, alzando la ceja y dándole un tono un poco burlón. Mientras esperaba su respuesta llegamos a la linde del bosque, donde nos detuvimos. Teníamos París frente a nosotros y ya sólo quedaba adentrarnos entre sus calles y gentío.

Cuando me contó el origen de su curioso nombre no pude más que reír de una forma que hacía mucho tiempo no hacía. Aquello me sorprendió, no me esperaba una historia así ni mucho menos, me esperaba una corta historia sobre que era un nombre familiar, o que era típico del lugar de donde había nacido... pero jamás algo relacionado con albaricoques.
- Vale - hablé entre risas - Realmente te llevas el primer premio en historias sobre el origen de un nombre.
Una parte de mí deseó en ese momento tener una historia igual de curiosa, comparable a la suya, que poder contarle. Poder decirle que mi nombre también era especial, que tenía un origen divertido o curioso, o incluso impactante, pero la verdad es que no era así, me llamaron Vianna porque a mis padres les gustó el nombre. Fin. Aquello no era nada especial...

Le miré con una sonrisa triunfadora cuando admitió que había utilizado aquel truco, disfrutando de mi acierto en aquella suposición, e incluso fantaseé imaginándome a delicadas chicas de alta cuna sucumbiendo a los encantos de aquel chico, riendo como tontas los chistes malos que él contara, encargando millones de retratos únicamente para poder estar cerca del joven pintor... Realmente algunas chicas eran así de pavas.

Su última pregunta me hizo mirarle de reojo, sonriendo de lado, dejando unos segundos de silencio entre ambos mientras yo desviaba la mirada hacia la ruidosa París, siempre llena de vida. Recordé la primera vez que había llegado allí, como aquellas calles me habían abrumado hasta el punto de pasar mi primera noche subida en un tejado, contemplando la ciudad a mis pies, como si desde aquella altura pudiera escapar de las calles, la gente y el ruido.

- Es una ciudad bonita ¿no crees? - pregunto, girándome hacia él, mirándole - Y no, conmigo tus encantos de artista no te valdrán. Estoy hecha de acero, no creas que soy una tonta y vacía chica de alta cuna que se deja seducir al más mínimo retrato - sonrío de lado y suspiro, notándome algo cansada. El frío nunca me ha sentado muy bien - Y ahora, oh gran seductor de jóvenes inocentes - digo bromeando - ¿por dónde es?

Me sentí orgulloso de haberla hecho reír. Pocas veces tenía un trato así con la gente y poder mantener una conversación con otra persona, aunque fuera de temas como de dónde procedía el nombre me hacía sentirme incluso reconfortado.  
Le devolví la mirada de soslayo y la acompañé con la vista para admirar la gran ciudad que se nos podía por delante.
Asentí  a la pregunta de Vianna. París era una ciudad inmensa que aparte de eso, había crecido muchísimo en los últimos años. No solo con gente procedente de toda Europa por el hecho de ser pionera en muchas cosas como la ilustración, sino también todo lo relacionado con lo sobrenatural, convirtiéndose en un centro neurálgico de criaturas que buscan un enclave para mantenerse seguros, comunicados y sobre todo, buscar sus quehaceres.

-La llaman la ciudad de las luces por alguna razón, ¿no? –reí por su comentario y, haciendo acopio de valentía -u osadía por donde se mire- me acerqué a ella para pasarle un brazo por los hombros, frotando suavemente para ayudarla a entrar en calor.
Aun con la sonrisa pintada en mi cara, señalé con la mirada el camino a seguir. No estaba lejos, de hecho había escogido ese hogar por varios motivos: Uno de ellos por ser una buhardilla y ser alto, por tener buena iluminación para la pintura y sobre todo, porque quedaba cerca del bosque y a pocos minutos del centro a pie.

- Vamos, es por aquí –dije y me separé un poco de ella para ponernos en marcha- estoy seguro de que te gustará, no preguntes porqué, es una intuición –me encogí de hombros.
La guie por las calles que, a pesar de las horas seguían teniendo gente. París era una ciudad que no dormía, no cabía duda. Finalmente doblamos un par de esquinas más y nos paramos frente a un edificio de tres alturas. Señalé la parte más alta y me volví hacia ella.

-Por aquí –dije con una sonrisa y la conduje hasta las escaleras laterales que accedían a la buhardilla. Subimos y abrí la puerta con un ruido sordo-.  Espera aquí un momento –dije y me apresuré a entrar con ella y cerrar la puerta después.
El olor a pintura casi había desaparecido pues cuando salí de la buhardilla, había dejado abierto el ventanal para que el lugar se descargara. El sitio estaba iluminado sólo por la luz que esa misma ventana dejaba traspasar. Tras pasear la mirada me encaminé hacia ella y la cerré para que no pasara frio, después me dispuse a encender las velas y las lámparas de aceite. Sabía de sobra que ya existían métodos innovadores pero sinceramente me encantaba la iluminación que daba un buen candil.

-Bueno esto ya va teniendo pinta de ser una casa, ¿no? En seguida enciendo un fuego. Ponte cómoda -dije con una sonrisa y me dispuse a cojer leños que tenía acumulados al lado de la puerta- tienes mantas encima de la cama si quieres cubrirte.

La buhardilla no era ni muy grande ni demasiado pequeña. Era un espacio amplio de dos habitaciones, una de ellas, con puerta era el aseo -y esas cosas- y el resto era un solo habitáculo compuesto por la chimenea que hacía las veces de cocina, unos muebles en la pared, con estanterías llenas de materiales y otro mueble cerrado a modo de despensa, la cama, bastante cómoda. en verdad me había dejado un dinero en ella y cómo no, una pequeña mesa con unas sillas -que estaban nuevas porque nunca las usaba- y mis lienzos y caballete.

Mientras contemplábamos la ciudad frente a nosotros, viéndola vibrar, Kyo se acercó a mí pasando su brazo de sus hombros con la intención de hacerme entrar en calor. No sabría decir si aquello me incomodó o simplemente no me importó, normalmente no toleraba el contacto de otras personas, y mucho menos el de alguien a quien acababa de conocer momentos antes, pero decidí ser educada y no apartarte, por cortesía.
Le seguí cuando indicó el camino y sonreí, sin decir nada, ante su suposición de que su casa me iba a gustar. Estuve por decir algo como si huele a pintura seguro que me gusta, o alguna tontería parecida, pero decidí quedarme callada.
Caminamos entre las calles que momentos antes habíamos observado desde el bosque, ahora todas ellas parecían más grandes y ruidosas, había gran cantidad de personas que iban y venían, pasando a nuestro lado. Intenté imaginarme la cantidad de vidas que había e incluso me pregunté si al otro lado de la ciudad habría también una chica acompañada de un joven pintor.
Observé con curiosidad el edificio al que llegamos, y seguí a Kyo, girando un par de esquinas más, hasta llegar a unas escaleras laterales que nos condujeron hasta una puerta. Entré detrás de él y esperé como me dijo. En seguida pude notar un suave olor a pintura, aunque no demasiado fuerte, que inundaba toda la casa. Sonreí ante aquello, me gustaba el ambiente de su pequeña "guarida".
Me adentré más cuando dijo que me pusiera cómoda, quitándome la capa que me cubría los hombros, dejándola sobre una de las sillas.

- No te importa que deje un par de cosillas aquí encima ¿no? - dije de forma distraída mientras empezaba a sacar mis armas, tres dagas de la parte trasera de mi traje, un par de botes de agua bendita, dos cuchillos algo más largos, dos pistolas y diversas balas de plata, me quité también los protectores de cuero, que llevaban en mis brazos y la parte baja de mis piernas, y el corsé, también de cuero, que solía llevar sobre la ropa y me protegía de golpes.
Cuando me deshice de todo aquello quedándome únicamente con ropa normal de calle, unos pantalones oscuros y una camisa de un tono azul claro, me sentí realmente descansada. La ropa de cazadora solía ser pesada, y aún llevaba un segundo corsé debajo de toda la ropa, siempre intentaba cubrir las zonas del pecho, la espalda y el cuello por ser las más vulnerables.
Cogí una de las mantas que había dicho Kyo y me la puse sobre los hombros. Me acerqué hacia donde tenía los lienzos y las pinturas y los observé con curiosidad.

- Eres muy bueno - alagué mientras cogía un lienzo apoyado contra la pared y lo contemplaba frente a mí - Vaya, ahora entiendo por qué consigues conquistar a tantas jovencitas - dije bromeando. Volví a dejar el cuadro donde estaba y seguí mirando los demás. Miré la cantidad de utensilios y herramientas que tenía con gran curiosidad, jamás había visto cosas tan curiosas, no sabía para qué servían la mayoría de ellas y sospechaba de que algunas fueran para pintar. Sonreí mientras pasaba el dedo sobre los utensilios, notando las diferentes texturas que tenían. Observé también con curiosidad su paleta de colores. Había gran cantidad de colores, más de los que yo había imaginado, con gran cantidad de tonalidades. Puse el dedo sobre uno de los colores que aún estaba algo fresco, manchando mi yema y luego mirándola con una sonrisa. Yo siempre había pintado con carbón lo que significaba que ninguno de mis dibujos había tenido nunca colores y ver todos aquellos tonos, pinceles, lienzos, hizo que me sintiera como una niña de nuevo.

- ¿En qué estás trabajando ahora? - pregunté por cortesía, dándome cuenta de que no estaba sola y debía ser educada, dejar de prestar más atención a los pinceles y concentrarme más en Kyo.

Había conseguido iluminar suficientemente la estancia y prender un fuego que fue cobrando vida hasta desprender un calor muy agradable.  Me incorporé del suelo frotando las manos y paseando la mirada por la habitación. Vianna había dejado sus ropas de cazadora y cachivaches varios quedándose más cómoda. Observé la de cosas que llevaba puestas que ahora reposaban descansando sobre la silla y la mesa, anonadado al ver todo lo que ese pequeño cuerpo podía soportar y esconder.

-Gracias –dije cuando hizo el comentario sobre algunos de mis lienzos- la mayoría de los cuadros no los tengo aquí. Muchos de ellos descansan ahora con sus respectivos dueños –expliqué a la vez que atravesaba el cuarto para ir a la alacena. Iba rebuscando las cosas mientras hablaba- tampoco te creas que tengo lindas muchachas subiendo a mi casa toooodos los días. Me considero un chico solitario en verdad -dije haciendo rodar los ojos y sonreí.
Cogí algo de bollería, fruta fresca y los utensilios para hacer un té y los fui colocando cuidadosamente frente al fuego, al lado de la cama –que era mi lugar típico para comer- Me estiré, alzando los brazos cuan largos eran hacia el techo, soltando al relajarme una exclamación de alivio. Me sentía un poco entumecido y gracias al calor del hogar sentía como iba recobrando la energía.
Me encogí de hombros ante la pregunta de Vianna. Realmente estaba pasando una semana de estancamiento mental y no me sentía con mucha creatividad precisamente.

-Ahora mismo... en nada. Estoy esperando a que me llegue la inspiración –confesé finalmente y me dispuse a preparar la cafetera con agua para colgarla al fuego- ¿Te apetece un té bien calentito? –pregunté mientras me sentaba en una de las mantas que había colocado en el suelo, frente al fuego, e iba paseando la mirada por la comida que había dispuesto- sírvete lo que gustes, no es mucho, pero al menos calma el gusanillo.

La comida normalmente, a no ser que fuera carne o productos de panadería no la compraba. En cuanto a pescar, era un hobbie que tenía que sobre todo era muy divertido cuando estaba en mi forma zorruna. La fruta fresca era facil de conseguir del bosque, si sabías dónde buscar.

Seguí observando las pinturas que había mientras Kyo iba de un lado a otro, preparando algunas cosas a las que no presté mucha atención, estaba más concentrada en aquel rincón de pintura que tanto me había encantado. Reí suavemente cuando dijo que no todos los días tenía chicas en su casa, aunque me costaba creerlo, Kyo no era un chico de los que pasara desapercibido, además, su faceta artística le daba un toque... ¿exótico? no sabía muy bien cómo catalogarlo, pero el ser artista o tener una profesión fuera de lo normal siempre te daba algunos puntos extra con las mujeres. O eso pensaba yo.
Me giré y le sonreí, asintiendo, cuando me preguntó si me apetecía un té. Caminé hacia donde él estaba y me senté en el suelo, frente a la chimenea. Me envolví más en la manta y cogí un pequeño trozo de fruta mientras observaba el agua calentarse al fuego, realmente me apetecía mucho esa taza de té, no recordaba la última vez que lo había bebido.
Dejé que el fuego me calentara, al igual que la manta que tenía sobre los hombros, mientras me sumía en mis propios pensamientos dejando mi mirada fija en el fuego.

La casa de Kyo era realmente acogedora, no como la mía que se basaba únicamente en una habitación y un cuarto de baño, con una cama, un escritorio y un armario que se caía a pedazos. Pero era lo máximo que me podía permitir, nunca tenía un trabajo fijo, me limitaba a los trabajos temporales ya que la vida de cazadora ocupaba más de la mitad de mi tiempo. Conocía a otros cazadores que compaginaban su vida "normal" con la vida de cazador, decidiendo no centrarse únicamente en esta segunda, pero yo no era así, la vida de cazadora había conseguido consumirme hasta el punto de ser mi principal prioridad, no tenía una familia que se preocupara de si volvía o no, mi vida en aquellos momentos no era de importancia, y ese había sido el motivo por el que día tras día la ponía en peligro cada vez que salía a cazar.

- ¿De dónde eres, Kyo? - pregunté desviando la mirada del fuego, centrándome en sus ojos - ¿Cuál es tu historia? - pregunté, dando conversación, queriendo centrarme en otra cosa que no fuera mis propios pensamientos - Si quieres contármelo, claro... no pasa nada si no lo haces - aclaré rápidamente, encogiéndome de hombros con naturalidad. Sabía que no era algo cómodo que un extraño te pidiese que le contaras su vida, yo misma no lo haría, pero simplemente quería distraerme un poco.

Me acomodé cual indio con las piernas cruzadas sobre la manta, cogiendo algo de bollería que llevarme a la boca. Los pasteles, galletas y demás cosas por el estilo solía ir a comprarlas a una pastelería que quedaba cerca de casa, donde una muchacha bastante mona los vendía. Para qué engañarnos, la tienda ganaba puntos teniéndola a ella, pero también había que admitir que estaban jugosos y en definitiva muy buenos.

La tetera, colgada sobre el crepitante fuego empezó a sonar soltando un  suave pitido y vapor de agua por el morro. Me incorporé para apartarla del fuego y con cuidado de no quemarme la dejé al lado de las demás cosas. Si esa noche no hiciera tanto frio, seguramente me atrevería a salir a enseñarle a Vianna las vistas que tenía desde el tejado. No sería la primera vez que saliendo por el ventanal me encaramaba en lo alto del edificio para ver y admirar la extensa ciudad de las luces.

- Amm…  -se me acumulaban las ideas en la cabeza y ahora la muchacha me asaltaba con preguntas. No era algo de lo que normalmente hablara pero tampoco me disgustaba. Le devolví la mirada y después me levanté para ir hasta el mueble y coger un par de tazas, luego volví y me senté en el mismo lugar, acomodándome y serví el té bien calentito en ambos recipientes.

- No me molesta contarte un poco de mí, tienes curiosidad, ¿no? –Sonreí  tendiéndole una de las tazas humeantes- supongo que te estarás haciendo muchas preguntas sobre la naturaleza de los seres sobrenaturales como yo. Créeme, no todos son tan amigables. Has dado con una joya –reí por lo bajo, sonriendo de medio lado y me llevé mi taza a los labios para dar un buen sorbo. Disfruté del líquido caliente mientras sentía cómo me volvían a la mente muchos recuerdos, buenos y malos, de mi infancia allá en Suiza. La gran casa, los gigantescos bosques repletos de vida, el aire puro y limpio de las montañas alpinas…

- Nací y me crie en Suiza, mi familia era de bastante rango para la zona y los tiempos que corrían por lo que tenía una mansión... apañada –mis ojos se iban paseando por la comida hasta dar con el bollo que dejé a medias anteriormente, lo cogí para seguir degustándolo, pellizcándolo y llevándome trocitos a la boca- Yo era un niño normal, no nací cambiaformas como les pasó a muchos otros –me encogí de hombros, guardando silencio por unos momentos. Dejé que el crepitar del fuego nos envolviera unos instantes y luego proseguí-. Me pasó cuando tenía siete u ocho años, creo. Mi padre tenía por afición salir a cazar a los bosques y para ello mandaba cartas a la gente adinerada y con títulos para que todos fueran al evento. El primer día que mi padre me hizo ir con él, me perdí en el bosque. ¿Alguna vez has oído historias de ninfas del bosque o hechiceros? –pregunté entonces, mirando a Vianna a los ojos.
Me llegaron a la mente entonces, tras contar todo aquello, recuerdos de mi infancia de cómo los niños de la comarca donde vivía hacían sus apuestas y divagaban sobre ninfas que se convertían en humanos, y hechizeros que tomaban por costumbre apropiarse de cuerpos de animales para asemejarse a ellos y pasar desapercibidos por los bosques. Y pensar que eran chiquilladas…