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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Darren Ralph Dom Ene 19, 2014 9:16 pm

Los juegos favoritos de Darren eran protagonizados, en su mayoría, por sus mascotas y muñecas del Orfanato. Christine e Ileana, de diez y ocho años aproximadamente, pertenecían a una y otra categoría respectivamente. Las primeras, que incluía a todas aquéllas que habían dejado de serle de utilidad, estaban a merced del humor de su amo. Si la excitación, el dolor y la pérdida de sangre no acababan con ellas; siempre podían volver con los demás huérfanos al día siguiente. Las segundas, sin embargo, eran las más especiales. Desafortunadamente para ellas, solo podían gozar de ese maldito privilegio una vez. Lo que significaba que, cuando su virginidad les era arrebatada por su muy dispuesta verga, pasaban a formar parte de su harén, ese grupo de putas propensas a una muerte lenta y dolora. Los colmillos del vampiro segregaban de excitación, querían salir del mismo modo que su duro falo. La lujuria y la maldad teñían sus orbes azulados. Christine apestaba a miedo y sostenía a la inocente Ileana fuertemente de la mano. Como cada mes, dos niñas eran enviadas a la mansión Ralph para que disfrutaran de todo tipo de atenciones. Los encargados de los niños en el Orfanato, se habían tragado cada una de sus jodidas palabras, ¡como si fuese el mejor samaritano y no el más cabrón de todos! Pero quienes habían estado a solas con él, lo sabían. El temor de una prematura muerte, de perder a un ser querido porque las muy putas terminaban por agarrar cariño a quienes le tendían una mano, hacían que mantuviesen su secreto bien guardado. Había desmembrado a más de una delante de sus compañeras, solo para mostrarles lo que podía ser el monstruo que se metía en sus cuerpos si no hacían lo que se les pedía. – Acérquense. Ordenó. En su palabra iba explícito que algo malo sucedería si se negaban a escucharlo. Christine, a quien la experiencia le había enseñado, se movió rígidamente hasta el sillón donde se hallaba él. Arrastraba consigo a Ileana. Darren bebió un trago del vino que su sirviente le había servido y lo dejó sobre la mesa del centro. Tan rápido, que el ojo humano no habría podido seguirlo, su mano se cerró sobre la mano blanquecina de la niña de ocho años. La voluntad de Christine se quebró entonces, la dejó ir, sabiendo que no podía hacer nada por ella. Empezó a desnudarla con una lentitud devastadora y no pudo evitar sonreír con cinismo mientras la calmaba diciéndole que iba a probarse un vestido nuevo.

La sonrisa iluminó el rostro de Ileana y los colmillos del vampiro se alargaron. Las sombras, cómplices, le ocultaron. Escuchó un por favor salir de los labios de la mayor, a lo que él respondió descubriendo más piel. - ¿Qué esperas, Christine? Tú también te probarás uno. La pelinegra tembló, producto de su petición. No eran las frías ráfagas la que le ponía en ese estado, si no el saber lo que vendría después. Tragó. Darren escuchó cómo la saliva bajaba por su garganta. El corazón aceleró su ritmo. La sangre cantaba por las venas ajenas. La que latía en el cuello resaltaba aún más. ¡La muy puta le invitaba a morderla! ¡Como si fuese a ir por esa cuando podía beber directamente de entre sus piernas! Moviéndose con la gracia y rapidez que caracterizaba a su especie, pronto se encontró rasgando el viejo vestido de Christine. Sin preocuparse por los documentos sobre el escritorio que pertenecían a su primo el conde, lanzó al infante sobre éste, colocándose entre sus piernas. Cogió a la joven por la parte trasera de las rodillas para obligarlas a doblarlas y a exponer así, su parte más sensible a su escrutinio. La acarició con mordacidad. Estaba seca, pero le importaba una mierda. Ya había probado que acogía la punta de su verga – y unas pulgadas más – cuando la metía a la fuerza, solo había que deslizarse, su cuerpo tendría que mojarse o sangrar por su dura invasión. Un grito de dolor escapó de la garganta de su pequeña puta cuando introdujo dos dedos hasta los nudillos. Y eso fue todo lo que Ileana necesitó para acercarse hasta ellos. La niña le veía horrorizada, pero si era por lo que estaba haciéndole a su compañera de habitación no lo dijo, porque los rayos plata que dejaban pasar los cristales de la ventana hacia el escritorio del conde, les bañaba y ella soltó un grito al ver sus colmillos. Darren hizo lo único que podía, la ignoró y, como si quisiese darle un mejor espectáculo, su cabeza se enterró entre las piernas de Christine. Sus colmillos atravesaron la piel sensible como pudo. Succionó, sediento. Se apartó solo para mirarla directamente y sugerirle que corriese a pedir ayuda, un hilillo de sangre caía sobre su labio inferior. Lo lamió. – Vete. Eres la próxima. Ocho años, al parecer, era una buena edad para que las niñas desarrollaran su inteligencia. Ileana corrió hacia la puerta. La caza había empezado. Nadie la detendría de huir, los sirvientes sabían que esa, era la parte más emocionante del juego. Colocó la palma sobre el plano vientre mientras sonreía a la joven sobre la mesa. – Si sabes que nadie vendrá a por ti, ¿cierto? Estamos muy lejos de la ciudad. El bosque es todo lo que encontrará. Y a mí, agregó malicioso, cuando terminemos.
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Mensaje por Jenna Saltzman Vie Ene 24, 2014 12:12 am

Sueño, somnolencia, vigilia, ¿llamas?... Llamas, eso era lo que sentía en mi interior.
Desperté. Había algo que no daba lugar al magnífico descansar de un cuerpo inerte como se acostumbra. No necesitaba preguntas, porque la respuesta se presentaba de antemano en mis entrañas. Esa sensación de fuego interno, ahogo indescriptible.
Me sentía inexplicablemente enferma y débil, como después de una prolongada inanición. Sangre, gritaba una voz a conciencia. Incluso luego de haber bebido en las últimas veinticuatro horas, ansiaba alimento. Y ahora se presentaba como una de las más crueles agonías, haciéndome odiar la dependencia que producía aquel líquido carmesí, dependencia que me sostenía de manera suficientemente equilibrada. Me conocía lo bastante para saber que la fuerza física aún no me restaba. Pero mi mente… mi mente, se mostraba tan grogui, totalmente abatida por la sed.
Con un penoso esfuerzo, extendí el brazo en busca de la botella de vino que solía dejar en la cómoda para aplacar en varios sorbos cualquier locura que se me ocurriera. Pero no está vez, ya que se encontraba sin una mísera gota. Maldición.
Cuando se nos descubre está clase de contratiempo cotidiano no resta más que el letargo de uno mismo, al menos en el plano mencionado anteriormente… Pero luego existe aquel más voraz, la cual hace alusión a los sentidos. Como si se tratara de una lucha en el cual los mismos disputan por probar su creciente intensidad, así se van sintiendo los pequeños vestigios de pólvora suicida.

En mi sombrío aposento, negras colgaduras no permitirían siquiera la entrada de una partícula de luz. Pero, podría sugerir, ya habían oscurecido aún más su matiz, lo que significaba que oportunamente me encontraba por la noche. Y que mejor que el ir a cazar tu propio “tentempié”, ya que en estos casos el cansancio no forma parte del juego.
Para mi desgracia, no me encontraba en buena posición para partir una cacería. Estaba segura que las susodichas alimañas me seguirían buscando por un par de francos. ¿Y a dónde se supone que debía ir? Un lugar inhóspito, solitario. Lo que dejaba por descarte, creo yo, las afueras de la ciudad.
Una vez comprobada la oscuridad de las horas a mi merced, me acerqué sin cuidado al ventanal para descubrir el cortinaje, y dejar que la cámara se ventilara un poco.
Una ráfaga empezó a soplar entonces, alzando a gran altura las cortinas y apoderándose de mi piel, refrescando hasta los recónditos más imperceptibles de mi cuerpo. Pero no habría sido tan sólo refrescada exteriormente; sino que mi olfato, oh, por favor, atraía un alud de todos los individuos allí afuera. Demasiada “esencia metálica”, erróneamente llamado por algunos.  

Afortunadamente, la casa de Angeline no se encontraba dentro de lo que se considera densidad de población; me tomaría tan sólo unos minutos el llegar allí si intercambiaba meticulosamente una caminata a pasos de hombre, entrelazando zancadas más veloces, tanto como mi condición lo permitiera.
Vestí lo más apropiado posible y salí en dirección de la lejanía. Me era difícil obstruir aquellos pensamientos instintivos, el atacar a cualquiera que se cruzara a mi costado, ¡que arte podría llegar a resultar todo ello! Pero de una manera u otra, lo conseguí. Era libre en la mayoría de sentidos, hasta con el asunto de suprimir cualquier culpa; menos en la subyugación que esto ejercía sobre mí, lo más obvio, y el intentar retarme a mí misma no era una opción.
El aroma en masa iba disminuyendo a medida que el sendero incrementaba su largo. Pero alguien, siquiera una persona lo suficientemente idiota para ir de caza o algo por el estilo, debía de haber. Así, mientras viera menos multitud, habría acelerado cada vez más. Las residencias se transformaban en árboles, convirtiéndolo luego por completo en un frondoso bosque, y obligando a mis ojos concentrarse en la búsqueda de una entidad con la cual me sustentaría.
Ahora el sigilo se exigía todavía mayor, siendo causa el absoluto silencio que la zona me brindaba. O sería tanta la desesperación que eso creí.
Aún tensa y firme clavada en el suelo, juré sentir el correteo de unos pies; así como también podía percibir el aceleramiento de un corazón. Por supuesto, aquel olor tan característico, sinónimo del fin de la sequedad en mi garganta.
Aquella marcha se distinguía intermitente, como si sus pies corrieran por única necesidad. ¿Qué sería? ¿Y por qué se movía a esa frecuencia?
Entre tantas preguntas innecesarias que producía una mente ligada a la necesidad, pude finalmente oír una respiración agitada aproximadamente a mi designio. Irónicamente, lo que parecía estar escapando de algo, ahora se acercaba a otra muerte. Como si fuese una vaga representación del cuento El Pozo y el Péndulo. Y a pesar de no saber diferenciar las magnitudes con la que se llevaría a cabo tal muerte, no estaba estimando adecuadamente.
–¿Qué demon...

Una niña. De eso se trataba. Una niña. Y, para mi total y última desgracia, los infantes no pertenecían a mi menú. Argh… todo indicaba, al parecer, que nada ni nadie querrían terminar con mi calvario conscientemente exiguo. Bueno, quién querría. Sólo eran una serie de piedras en mi camino ¿Qué seguiría?
Encima, su sangre –a causa de la agitación- se sentía tan bien.
–¡Niña! ¿Qué haces aquí? –dije con tono ya hasta exasperado.
No respondió. Sería por el miedo de mi persona, alteración respiratoria, o por lo que fuera. Lo certero aquí era, que de algo –alguien- se estaba escabullendo. Esta vez, me pregunto quién fuera tan desgraciado como para hacerle daño. Miré hacia las cuatro orientaciones.
–Vamos, te llevaré a reportar.
Condenándome, una vez más, el tiempo no se hallaba de mi lado.
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Mensaje por Darren Ralph Miér Feb 19, 2014 9:43 pm

El nombre que escupía con siniestra entonación el vampiro, no era tan escalofriante como el trofeo que llevaba consigo. La melena azabache de su mascota iba firmemente enrollada en su muñeca. En su excitación, previa a la cacería que se avecinaba; y la fúnebre cooperación de su compañera, no había medido su fuerza. La cabeza de Christine se había desprendido como si no fuese una misma con el cuerpo que era taladrado, fieramente, por su miembro. ¡Darren lo había lamentado al principio! Cogérsela sin mirar en su rostro el delirio que sentía cada vez que se metía hasta sus entrañas, de pronto, se había tornado jodidamente aburrido. Y así lo fue hasta que vio cómo la sangre se encharcaba bajo ellos y goteaba al llegar hasta el borde del escritorio. La elegante alfombra que al conde tanto le gustaba, amortiguaba el sonido, pero no por eso era menos entretenido. Los sirvientes tendrían que quemarla y cambiarla si no querían enfrentarse a la ira de su primo. No es que a él le importara una mierda. Tras un último empuje dentro de la estrecha vaina, se retiró, su lengua ya lamiendo los residuos sobre la piel ajena, amoratada debido a su dura sujeción. Aunque su pequeña puta había presentado batalla, al final, su cuerpo la había traicionado. Con una ceja en lo alto, se cogió el falo de la base, mientras miraba – con una sonrisa un tanto demente estirando sus comisuras – cuán brilloso por los jugos de Christine estaba. La barra en su palma quemaba. Era malditamente consciente de la niña que corría por los bosques. Si su verga pudiese hablar, sin duda le estaría gritando que se pusiera en marcha, que había nuevo territorio que reclamar. Un gruñido bajo vibró en su pecho cuando se concentró en los sonidos a su alrededor. La niña seguía corriendo. El fuerte retumbar de su corazón, actuaba como un faro, mostrándole el camino para encontrarla. – Te advertí que fueses una buena puta. Solo espero que me ayudes a meterle algo de sentido común a mi nueva pequeña. La carcajada, rica, oscura y vil, brotó de su garganta. Los árboles parecían alimentarse con su presencia, pues se mostraban gigantes y amenazadores. Cualquiera que observara desde lejos y no recayera en la cabeza con la que mantenía dicha conversación, ¡creería que se trataba de un demente hablando consigo mismo!

- Ileana. Papá ya se ha desocupado. Ahora es tu turno de jugar a ser su puta. Sal de donde quiera que estés o me enfadaré. La burla estaba impresa en las palabras de Darren. Sabía perfectamente dónde se hallaba su presa. El que levantara la voz, solo era parte del plan. La niña creería que él se hallaba lejos. – Vamos a darle una sorpresa, susurró esa vez, acercando la cabeza de Christina a su rostro. Ella era ahora su cómplice. Las gotas carmesíes seguían cayendo de donde había sido cercenada. El vampiro aprovechó la ocasión para atrapar algunas con su lengua. Saltó a lo alto de un árbol para tener un mejor panorama, dándole más tiempo a Ileana para que se ocultara. Su falo seguía estando en desacuerdo. En cualquier momento, haría que se reventara la bragueta para salir de su encierro. No era solo a su arrogancia a la que se enfrentaba. En verdad, Darren estaba orgulloso de sí mismo. Su madre había sido una puta y él, aunque ya no tenía muchos recuerdos de su época como humano; sabía, sin lugar a dudas, que había estado haciéndolo desde que había aprendido a caminar. No había habido pudor en la habitación donde todos convivían. Su padre había cogido a su madre siempre que se le antojaba, sin importarle si sus hijos eran testigos. Fuese como fuese, su verga era ahora una potencial arma. Si decidía dispararse sola, ¿quién era él para negarle tal placer? Fue entonces cuando la percibió. Su mirada se oscureció. El azul en sus orbes era tan intenso, que fácilmente podría confundirse con el negro. Saltó a la gruesa rama de otro árbol, sin preocuparse siquiera en actuar con sigilo. Ileana era suya. El que aún no llevara su esencia, no la hacía menos de él. Ese era un problema que pronto solucionaría. Escuchó las palabras del otro predador. La desnudez de la niña, sin duda era algo en lo que cualquiera repararía. Sonrió. La huérfana, ni siquiera había pensado en recoger su vestido cuando fue testigo de su naturaleza como vampiro. – Salgo de cacería para atrapar a una puta y me encuentro con otra. Al parecer, ya no eres necesaria, Christine. Cayó con elegancia entre ambas. Ileana, al ver su espalda, soltó un grito. Y hubo otro más cuando reparó en el trofeo que cargaba consigo. – Esos son gemidos para mis oídos. Y ni siquiera te la he clavado, añadió, sin apartar la mirada de la inmortal. – ¿Vas a observar o a participar? Aunque eso último había sonado como una cuestión, el tono de su voz declaraba que él ya había tomado una elección.
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Mensaje por Jenna Saltzman Sáb Abr 05, 2014 6:08 pm

¿Qué habría de hacer una niña sola en el bosque? Fue lo primero que golpeó contra mi mente, aunque sabía bien que en el fondo la pregunta no estaba siendo bien formulada, sino que “¿De qué habría de escapar?” sonaba ser algo más acertado. Y temo afirmar el haber olvidado mencionar un gran detalle para entregar a deducciones ajenas: El hecho de que la misma no llevaba ninguna prenda consigo en su exámine cuerpo. Lamentablemente, aquello era un exponente que inevitablemente daba a mal pensar. Pues, un cuerpo desnudo escabulléndose por “x” motivo… Creo que pocas teorías podría haber sacado mi mente en esa primera instancia.
La pupila depositó sus brillantes y desesperados ojos en mí, como si tratase de gritar con ellos ayuda y/o misericordia. Su fragancia de casta inocencia invadía el lugar, pese a que no sabría hasta cuando podría rociar esa pureza. ¿Estaría ella frente a las realidades ubicadas en París?
Tonto sonaba, ya que tan sólo con mi presencia podía confirmarlo, no obstante no todo ser sobrenatural interfiere de la misma manera frente a una pequeña.
Dudé un instante. No estaba segura si encargarme de ella cargándola y llevándola a un lugar relativamente más seguro en la velocidad que me era permitida. Quizás ello daría hincapié a que pudiera delatarme con gran facilidad. Resoplé con molestia desviando la mirada hacia las profundidades de la arboleda, volviendo la misma segundos después a la afligida criatura.
–Ya, tranquila –intenté sosegarla –Date prisa.

Poco, sin embargo, duró la tranquilidad que sugerí, ya que ni bien terminé de pronunciar tales palabras, descendió entre nosotras, con gran agilidad y docilidad, un enorme cuerpo masculino. Rubio era, de ojos aparentemente celestes, puesto que la intensidad de éstos hacía dudar su verdadero color.
Y clavó entonces su figura frente a nuestras narices, mirándonos intercaladamente, de manera intimidante y absurda a la vez. Oí posteriormente sus cínicas palabras hacia la infanta que al parecer se hacía llamar Ileana. Ahora sí, no cabían dudas de quién era el depredador de su candor…  Y menos cuando dejó en evidencia la cabeza, seguramente decapitada por éste, colgando de su mano. La niña soltó un grito atormentado.

Repulsión, impotencia, varias cosas cruzaron mi juicio en ese momento. Conocía lo desgraciados que podían llegar a ser los vampiros (Pues estaba claro que pertenecía a ellos, más si su aura continuaba afirmándolo), yo era un claro ejemplo de ello; pero no que tan bajo era capaz de caer la raza. La primera idea que atravesó mi cegada mente fue de asesinarlo ahí mismo. Luego que quizás sería mejor darle una advertencia, recordando su rostro para un futuro y llevarme con prisa a la otra (Ridículo era, por supuesto). Pero tal era la impotencia mencionada anteriormente, junto a la sed que aún poseía, que no pude evitar volver a la primera; con la diferencia que esta vez trataría de no horrorizar más a la que sugería ser su próxima víctima.
Realicé un ademán de querer empujar a Ileana, indicándole hacia dónde debía correr, siendo en este caso el norte; coordenada en la cual contaba con unos cuantos metros, no obstante siendo los más cercanos a una muchedumbre humana.
Escuché entonces la segunda frase dedicaba a mí por parte del vampiro, mientras escaneaba sus pensamientos. Una nueva oleada de repulsión intervino en mi interior.
–Vaya, que repugnancia logras emanar. Felicitaciones –dije mirando nuevamente a su anterior mártir, antes de volver a colocarme en sus ojos sin poder evitar enseñar mis colmillos, cada vez más molesta –¿Participar? Tal vez, pero no de la manera en que piensas.
Antes de abalanzarme sobre él, para mi suerte la niña ya había entrado a escaparse del escenario, siguiendo mi instrucción. Salvándose de ver más sangre.
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