Miel (Eire y Nadez)

Huir por todo París con la ropa llena de manzanas escondidas no era tarea nada fácil cuando lo hacías en mitad de la noche. Colarse en una fiesta privada tampoco lo había sido, claro está, pero esto lo superaba con creces. Una manzana cayó al suelo desde mi manga. Me agaché raudo a cogerla para seguir corriendo. No llegaría al campamento a tiempo así que sólo quedaba una solución.

La Corte de los Milagros era un difícil lugar de encontrar a menos que ya supieses donde se encontraba. Sólo los rufianes, los canallas, los mendigos y las prostitutas iban allí a hospedarse. Podía parecer un peligroso lugar salvo porque allí dentro todos los "chicos de la calle" nos teníamos un cierto respeto. Nunca habían agredido a nadie dentro de La Corte, y era vivienda de muchso desahuciados con toda su familia. La policía no podía llegar allí y la gente de clase alta jamás se aventiraría a meterse por el alcantarillado o por juchas otras de las entradas secretas de La Corte de los Milagros.

Corrí hasta dar con una de las primeras entradas (tras un tablón aparentemente clavado en la pared, cuyos clavos eran bastante fáciles de soltar si sabías como) que dejaba al descubierto un largo túnel en donde encontraría el inciio de la corte. Me metí por él tras forzar la entrada y recolocarla rezando porque ya nadie me estuviera siguiendo. Me deslicé túnel adentro envuelto en la más absoluta oscuridad. Avancé a tientas hasta que hubo una luz al final. Me dirigí allí con más aprisa hasta que caí al otro lado.

Lo primero que vi fue un nutrido grupo de personas de todas las edades y de ambos sexos que jugaban a algún estúpido juego con piedras. Todos parecían bastante concentrados, aunque me saludaron cuando entré. Les sonreí a todos y fui en busca de un pequeño saco donde poder meter las manzanas.

La Corte se hallaba iluminada por un millar de candelabros que colgaban del techo y de las paredes. Había por todas partes mantas en el suelo y mesas, sillas, alguna cama entera e incluso algún que otro cómodo sofá o sillón. Al menos eso veía hasta donde me alcanzaba la vista, ya que la Corte era un enorme laberinto lleno de pasadizos en el que se hospedaban miles de marginados. Habían tratado de darle cierta decoración poniendo viejas cortinas e incluso cuadros que se habían encontrado o robado. Mesitas con figuritas. En algún lugar había una especie de capilla donde oficiaban la misa de los que allí morían.

Cuando me hube echado al hombro las manzanas y estaba dispuesto a irme,la entrada por la que yo había pasado trajoa otra persona más. Aguanté la respiración hasta que vi la cabeza de Nadez.

Me encontraba ayudando en el puesto de flores de mi querida Valeria, ese día no tuvimos mucha suerte ya que pocas personas se acercaban siquiera a mirar, me senté en uno de los tablones que allí se encontraban, estaba más aburrida que nunca, pero algo llamó mi atención, un grupillo de personas seguían velozmente a un muchacho.

Observé con mejor detenimiento para captar a quién seguían, mi sorpresa fue tal al ver que el que iba a la cabeza era Cam. Me eché a reír cuan loca desquiciada, miré a Valeria y le dije que me iba por ese día, al fin y al cabo el puesto ya se estaba recogiendo.
Salí corriendo como alma que lleva el diablo desde el mercado para poder alcanzar las rápidas zancadas de Cam. Me llevó más tiempo del que pensaba, puesto que quería despistar a los hombres que lo seguían, me metí en un oscuro callejón y fui a parar frente a aquellos hombres incapaces de alcanzar a Cam, mi respiración aumentaba por momentos, era como si me ahogara, pues a causa de la carrera y de que no podía parar de reír, el aire no llegaba entero hasta ellos.

Tropecé con varios hombres y caí al suelo, todo era parte de una jugarreta. Los miré desesperada ya que a causa del golpe que nos dimos ellos también quedaron algo atontados.
-¡Rápido que se escapa!- exclamó uno que ya había perdido de vista a Cam, negué con la cabeza y me apresuré a decir:
-El hombre que buscáis fue por allí- dije señalando el callejón por el que había entrado yo. Los hombres hicieron un ademán con la cabeza y empezaron a correr en la dirección que señalé, cuando se hubieron perdido de mi vista me volví a echar a reír.

Me levanté del suelo y caminé hasta donde supuse que iría el "príncipe de los ladrones", el alocado Cam. Caminé serena hasta dar con una de las entradas a la Corte de los Milagros, un refugio para gente de bajos recursos, esta se encontraba tras un tablón aparentemente clavado en la pared, cuyos clavos eran bastante fáciles de soltar si sabías como, al abrirlo dejaba al descubierto un largo túnel por donde encontraría el inicio de la corte. Me adentré a él tras abrir la entrada y colocarla de nuevo para que nadie tuviera la osadía de seguirme si no sabía a donde me dirigía. Me deslicé por el túnel oscuro hasta que en el camino me topé con una luz y supuse que era el final del túnel y el principio de la corte.

Bajé con cuidado para no caer del túnel, cuando hube entrado me encontré con los rostros curiosos de las personas, todos a expectativas de saber quién osaba entrar, al verme todos saludaron amablemente, yo devolví el saludo y mis ojos divisaron el rostro preocupado de Cam, reí sonoramente y negué con la cabeza.

-¿Qué has robado esta vez querido compañero?- pregunté divertida acercándome a él, sus facciones denotaron tranquilidad al darse cuenta de quién le dirigía la palabra.

Continué caminando por las callejuelas de esa gran ciudad, con aire distraido. Mi barriga me estaba diciendo que era hora de comer, pero todavía no había podido encontrar nada que llevarme a la boca, por lo que me dedicaba a ir de un lado a otro.

Los adultos me miraban con alguna que otra mueca de indignación cuando mis manos tiraban suavemente de sus vestidos y me hacían un gesto para que me marchara.
Y yo, como siempre bajaba la cabeza y me dedicaba a mirar como mis pies pisaban el suelo, llenos de polvo.

Mi vestido marrón, con el cual me había escapado del orfanato, hacía mucho que estaba roto, pero no me importaba. A mí me gustaba, era bonito. Además, cuando aprendiera a coser iba a convertirlo en un precioso vestido, más bonito que el de las princesas. Y yo iba a estar tan guapa como mi mamá.

Miré al cielo e intenté esbozar una sonrisa, para que ella no se preocupara y viera que estaba bien. Sí, ahora estaba bien. Había encontrado una vieja manta que alguien tiró y ya no pasaba frío por las noches. Ahora sí estaba bien. O al menos eso intentaba decirme a mí misma, pero lo cierto era que tenía mucho miedo. No quería volver al orfanato. No iba a volver a ese lugar nunca.

Estaba sumida en mis pensamientos cuando escuché un montón de voces que gritaban. Alcé la mirada y me vi a un montón de personas acercándose a mí. ¡Me habían descubierto!
Y si me cogían me iban a llevar al orfanato y la madre superiora me iba a castigar para siempre. Me escondí tras una caja muy grande y miré aterrada como una muchacha les decía algo. Suspiré aliviada al ver que se iban e inmeditamente seguí a la chica para darle las gracias.

Entonces vi a un montón de gente mirando con curiosidad a un chico. Me quedé quieta, tras esos personajes y me dediqué a mirar, con un nudo en la garganta, el lugar al que había llegado. No sabía muy bien dónde estaba, pero no pasaba nada. No conocía nada de la ciudad, era demasiado grande como para acordarme de casi nada.Sólo esperaba que no se enfadaran conmigo por haber entrado así.

-Sólo unas manzanas, giatana-respondí enseñando el contenido de mi saco-. Pero no me di cuenta de que tenían perros guardienes. Los alertarona todos-suspiré y me la volví a echar al hombro- Como se ponen por un poco de comida...

Me acerqué hasta Nadez para salir con ella de La Corte. Esta noche no corría ningún peligro. La gente no solía aventurarase hacia el campamento gitano en mitad de la noche, así que podría dormir en la carreta. Mañana me marcharía temprano a continuar con mis robos con toda la tranquilidad del mundo. últimamente estaba llamando demasiado la atención y ya se empezaba a escuchar por ahí el nombre de "Príncipe de los ladrones" entre personas de la clase alta. Eso me molestaba. Yo les robaba y mi identidad tenía que seguir siendo un secreto...

-Umm, Nadez, ¿Tu tienes hijos?-miré por detrás de ella-Lo digo porque detrás de ti hay una niñita...

Los habitantes de La Corte se asomaron también para verla. Varias mujeres se enternecieron al verla y fueron enseguida a buscar algo para ella. Yo me adentró un poco en el túnel y le tendí la mano.

-Hola, pequeña, ¿te has perdido?-saqué una manzana de mi saco-¿Quieres una manzana?

La niña estaba sucísima, como si se hubieran dedicado a revolcarla por todo París. Tenía una expresión inocente y atemorizada que me hizo entristecerme. ¿De dónde salía esa criatura? ¿Dónde estaba su familia? Al menos había ido a parar a La Corte, donde la ayuda estaba asegurada. Miré a Nadez.

-Háblale tú, a lo mejor las mujeres le inspiran más confianza.


Me eché hacia atrás para permitirle paso a Nadez. Me giré y comencé a pedir manta que abrigasen y algún vestido que tuviesen de sobra. Esa niña estaba mal de verdad y en la corte había una montaña de objetos robados que eran, en su mayoría, para quien más los necesitaba. Contemplé como Nadez hablaba con la chiquilla y esperé que consintiese hablar con nosotros. No podía quedarse demabulando sola por París y mucho menos por la noche. El Otoño había llegado y ya hacía algo de frío...En invierno, sin duda alguna, moriría.

Reí ante las palabras de Cam, "manzanas con perros guardianes", la gente últimamente se alteraba demasiado. De pronto sus ojos se posaron más allá de mi y yo me aventuré a mirarlo curiosa ladeando levemente la cabeza.

-Umm, Nadez, ¿Tu tienes hijos?. Lo digo porque detrás de ti hay una niñita...- dijo y yo lo miré con cara de pocos amigos, me volteé y observé a la niña que estaba detrás de mi, tenía un aspecto desganado y abandonado, pero pese a toda la suciedad y lo raído de sus ropas la niña era realmente encantadora.

-Muy gracioso Cam... Hijos dice... Tsss- resoplé por lo bajo, aveces sus bromas me indignaban, ¡pensar que yo tuviera hijos era ponerme más años de los que tenía!.

Todos los que se encontraban allí se acercaron a nosotros con el fin de ver a la pequeña, era de suponer que no se acercaban muchos niños por ahí, primeramente por que les sería difícil encontrar la corte y segunda por que la mayoría no sobrevivían solos en las calles de París.

-Hola, pequeña, ¿te has perdido? ¿Quieres una manzana?- preguntó Cam pasándole una manzana, ella lo miró con la cabeza gacha, no pronunció ni una sola palabra, tal vez estaba asustada y no me extrañaba. Cam me miró con ojos suplicantes, la niña lo había entristecido.

-Háblale tú, a lo mejor las mujeres le inspiran más confianza.- dijo y negué con la cabeza esbozando media sonrisa.

-Eres un negao, Cam- y dicho esto me puse en cuclillas para poder mirar a los ojos a la niña.
Alcé su mentón con un dedo de forma delicada y le dediqué una sonrisa.
-Hola pequeña, ¿como te llamas?- pregunté esperando respuesta, cogí la manzana de la mano de Cam y se la puse en el bolsillo guiñándole un ojo y esperando que cogiera la confianza suficiente para responder a nuestras preguntas.

De repente un montón de personas comenzaron a rodearme, como si fueran a hacerme algo. Retrocedí unos pasos y tragué saliva. La última vez que tanta gente se había acercado a mí fue para... mejor no recordarlo.

Sin querer unas lágrimas comenzaron a almacenarse en mis ojos y un nudo se hizo en mi garganta. Sacudí ligeramente la cabeza para evitar ponerme a llorar. Y es que no hace mucho me había prometido que nunca nadie más me iba a ver llorar. Porque la gente disfrutaba viéndome así, o al menos las chicas del orfanato se reían cuando lo conseguían.

Entonces se me acercó un chico y me dijo que si quería una manzana. Yo lo miré a los ojos y asentí tímidamente. Tenía mucha hambre y es que llevaba sin probar bocado...desde ayer por la mañana. Extendí la mano poco a poco, con algo de miedo porque cada vez que la madre superiora me hacía hacerlo era para pegarme.

Me preguntó si me había perdido, pero no contesté. No sabía qué decir. Sí, estaba perdida, pero lo había estado desdehacía ya cinco años, primero en el orfanato y luego por las calles de parís. Me limité a encogerme de hombros y a mirarme a los pies.

Una chica me preguntó mi nombre. Yo alcé la cabeza y la miré durante unos segundos.
Seguramente si decía mi nombre me llevarían de nuevo al orfanato y no quería ir.
El miedo comenzó a apoderarse de mí y no pude evitar que las lágrimas que había intentado contener resbalaran por mis mejillas.

-No quiero volver al orfanato-dije entre sollozos-no quiero.
Comencé a juguetear con mis dedos, en un acto de nerviosismo. Tenía mucho, mucho miedo. Si volvía ahí me iban a volver hacer daño, a pegarme y a castigarme. Tendría miedo a quedarme dormida por si aprovechaban para hacerme algo, como cortarme el pelo o hacerme que me hiciera pis en la cama, mojándome con agua tibia y que por ello me castigaran a lavar todas las sábanas durante una semana como mínimo.

-Aho-ahora me voy. No teneis que decirle a nadie que me habeis visto. Por, por favor, no me lleveis al orfanato. Seré buena, lo prometo. Lo seré.

Las palabras que pronunció la chiquilla hicieron que se me encogiera el corazón. Me coloqué nuevamente al lado de Nadez para charlar con ella tratando de calmarla. Se la veía muy nerviosa y tenía miedo, mucho miedo. Sonreí con toda la dulzura que era capaz mientras la miraba.

-Eh, eh, nadie va a llevarte a ningún orfanato. Nadie echa a nadie de La Corte de Los Milagros si sabes guardar el secreto de su existencia-señalé hacia atrás, donde las demás personas asientieron casi al unísono-.¿Quieres entrar? Hace algo de frío por esos túneles y tampoco es que las calles sean una maravilla.

Así una de sus pequeñas manitos con delicadeza mientras seguía sonriendo. Quizás podía hacer que se ganase mi confianza y la de Nadez si le hablaba dulcemente.

-Yo tampoco tengo padres, ¿sabes?-le dije en un susurro-.Pero mi abuela me ha cuidado...¿Tu no tienes más parientes?

Por fin conseguí que andase hasta La Corte. Los allí congregados se retiraron un poco para dejarle paso a la niña. Esperaba que a ella no le asustase la gente como aquella...Todos muy delgados debido a la pobreza en la que vivían y con ropa muy harapientas y remendadas por doquier. Aunque sus rostros no estaban tan tristes, incluso habían familias con niños.

Cuando oí las palabras de la niña, se me formó un vacío en el pecho; ¿como alguien tan joven era capaz de resistir ante tantas atrocidades?. Observé los ojos melancólicos de la pequeña y le hice una caricia en el pelo.

-Nunca dejaría que volvieras allí, sé lo que se sufre en un orfanato- dije en un susurro secando las lágrimas de sus ojos con mi dedo indice, Cam se agachó hasta quedar en mi altura y sonrió con dulzura a la niña.

-Eh, eh, nadie va a llevarte a ningún orfanato. Nadie echa a nadie de La Corte de Los Milagros si sabes guardar el secreto de su existencia. ¿Quieres entrar? Hace algo de frío por esos túneles y tampoco es que las calles sean una maravilla.- dijo a la niña mientras asía una de sus manos y la invitaba a pasar a la estancia.

Me levanté y giré la cabeza para observar a la gente que se encontraba allí. Una de las mujeres llamó mi atención con un siseo, fui hasta ella para ver qué quería.

-Perdone señorita... soy costurera- dijo guiándome hasta una esquina donde había un saco abultado, sacó un vestido de color azul cielo y una pequeña chaqueta gris. -Hago ropa para la gente de este lugar, es mi forma de agradecer la bondad con la que el señor nos colma a los que residimos aquí y quisiera dejar esta pequeña ofrenda a esa niña- sonreí alegremente al oír las palabras de aquella mujer, tomé las prendas y abracé a la mujer.

-Gracias señorita, es usted un amor de persona- ella sonrió conmigo y se sentó en uno de los sillones, volviendo a tejer animadamente.

Fui hasta donde se encontraban Cam y la pequeña, seguían cogidos de la mano. Cogí la mano libre de la pequeña y le dediqué una sonrisa.

-¿Dime pequeña, como te llamas?- volví a preguntar. -¿Te gustan los regalos?- dije esta vez guiñándole un ojo y observando el amago de sonrisa que aparecía en sus labios. Me volví a poner de cuclillas y le sacudí el vestido suavemente.
-Tienes un hermoso vestido, pero mira, me han pedido que te entregara esto-puse en sus bracitos la chaqueta y el vestido azul cielo que la amable mujer me dejó para ella. -Es un regalo, ahora ya tienes dos vestidos- sonreí ampliamente y peiné sus sedosos cabellos con mis dedos.

Tragué saliva y miré al chico a los ojos, mientras asentía lentamente. Él había dicho que no me iban a llevar al orfanato de nuevo. Y eso hizo que me tranquilizara.
Me sequé las lágrimas que habían comenzado a correr por mis mejillas y respiré un par de veces para dejar de sollozar.

Nadie echaba a la gente de... de La Corte de los Milagros, o así la había llamado él.Miré a mi alrededor y me sonrojé al comprobar la cantidad de gente que me estaba mirando.
-Lo, lo siento. No quería entrar sin permiso-balbuceé-no...no diré nada a nadie.
Yo no era una chivata, pero tenía que reconocer que aunque quisiera decirle a alguien de este sitio no podría, pues ni siquiera sabía muy bien cómo había llegado hasta allí.

El chico me dijo que él no tenía padres, que lo había criado su abuela, y me preguntó si tenía otros parientes. No, no lo sabía, no los conocía o al menos no me acordaba de nadie más. No, sólo tenía a mi madre y a mi padre. Y a ella la perdí a los minutos de nacer.
Sacudí la cabeza.

-No, pero no estoy sola. Papá y mamá me cuidan desde el cielo-dije señalando hacia arriba.

Entré con el chico a aquel lugar y bajé la mirada al ver a tanta gente. Me puse más roja y apreté la mano del chico.

La chica se acercó a mí y me preguntó mi nombre.
-Me llamo Eire-le dije sonriendo tímidamente.

Entonces me preguntó si me gustaban los regalos y abrí mucho los ojos. La sonrisa de mis labios aumentó notablemente y asentí. ¿A quién no le gustaban los regalos?
Me dio un vestido precioso, tanto que no pude evitar darle un abrazo a la joven.

Eire, "Miel", pensé para mis adentros sin dejar de observar a Nadez y a la pequeña. El vestidito nuevo era muy bonito y no pud evitar sonreír al ver como abrazaba a mi amiga. Le hice un gesto a un compañero y enseguida trajo algo de pan fruta y queso.

-Eire, Come un poco-le ofrecí cuando él me lo entregó-Se te ve muy delgadita y seguro que tus papás estarán más felices en el cielo si comes más...

La condujimos hasta una mesita baja con una diminuta silla para que pudiera comer sentada. La niña me inspiraba una ternura enorme con aquellos ojos rande sy claros que miraban todo como si no acabase de entender las cosas. Me daban ganas de cogerla en brazos y abrazarla muy fuerte. Nunca habría imaginado que me saldría la vena paternal tan pronto, quizás era por mi quizás próxima paternidad.

Yo tenía bastante relación con los niños de mi campamento: solían venir a casa cuando etaban enfermos y la abuela los medicaba con mi ayuda. Además solía jugar con ellos y Payaso s eunía a la juerga, como el perro loco que era. Los niños gitanos eran alegres, de piel morena y con los ojos llenos de picardía. Eire parecía frágil, como una muñeca de porcelana que estuviera rota por muchos sitios,y en sus ojos no había trucos ni triquiñuelas. Nunc me había topado con una criatura así.

Miré a Nadez de reojo y le sonreí. Estaba siendo muy cariñosa con la niña. Le hice un gesto de mecer a un bebé.

-¿Quieres uno?-bromeé

Cuando Eire dijo su nombre sonreí ampliamente, pues eso me recordaba algo que me había contado la vieja Valeria hacía tiempo...
Cam ofreció comida a la niña y la dirigimos a una pequeña mesa donde podía disfrutar de la humilde comida, pues en realidad se la veía desvalida y eso me apenaba profundamente.

Eire agradeció aquel gesto con una amplia sonrisa y los ojos brillantes, no pude evitar sonreirle y acariciar sus lisos cabellos. Me senté a su lado sin dejar de sonreír y acariciando su espalda, sus grandes ojos se posaron en mi y me sonrió, aquello me llenó de ternura.

-Sabes... tienes un nombre precioso. Una vieja amiga mía me contó que ella había conocido a una tribu de indios en un lejano lugar, ellos le enseñaron su idioma y su forma de vida... y una vez me dijo que Eire en ese extraño habla significaba Miel...- relaté parte de la historia de Valeria a la niña, pues el efecto que ella producía tanto en Cam como en mí y aquel nombre también, me recordaba a la Miel, dulce y tierna...

-¡Oh!, ¡qué mal educada soy!- exclamé al darme cuenta que no nos habíamos presentado a la niña. -Yo me llamo Nadezhda, pero puedes decirme Nad, mi nombre es algo difícil de pronunciar - dije guiñándole un ojo - y este hombre tan feo se llama Cam...- bromeé de nuevo y miré divertida a Cam quien estaba de pie junto a nosotras, mirando con ternura a la pequeña Eire.

Cam solo me miró de reojo y logró sonreírme, pues estaba segura que estaba absorto en sus pensamientos y no se había dado cuenta de mi comentario, entonces con una pequeña mueca hizo un gesto de mecer a un bebé.

-¿Quieres uno?- bromeó abiertamente, yo apreté los labios para intentar no reírme y lo fulminé con la mirada.

-Si... algún día, pero no tuyo- dije sacándole la lengua y girando el rostro haciendo un sonido similar a "jum" con la garganta, pero en realidad solo escondía mi divertida sonrisa a causa de su broma.

Arrugué la nariz y bajé la vista, dedicándome a mirar con algo de atención los adoquines de allí. No es que tuvieran nada de especial, eran grises y viejos como otros cualquiera, seguramente serían feos, pero yo no sabía mucho de eso, de la belleza.

Todo lo que me había parecido bonito me habían dicho que era feo, que era malo o que era algo vergonzoso. Y aunque yo no entendía muy bien por qué era así, siempre acababa aceptando que yo me equivocaba.

Por ejemplo, una vez vi un gato negro con unos ojos azules preciosos, se había colado en el orfanato cuando el resto estaba en el patio y yo castigada, y se había hecho mi amigo porque yo lo cuidaba y lo acariciaba y cuando la madre superiora se enteró me dijo que era el diablo, que yo era una bruja por tratar con semejantes animales y que ni se me ocurriera volver a hacer algo de eso.

Miré a los ojos de la chica cuando me contó esa historia sobre mi nombre, sobre lo que significaba.
-Los indios esos son muy listos-le comenté-Alguien me contó una vez que también inventaron una planta de la que sacan el chocolate-le dije esbozando una sonrisa.
De repente me sentí como una estúpida me limité a sonreír ligeramente.

Entonces el chico, Cam, me dijo que comiera algo y yo lo miré algo confusa. Me llevaron a una pequeña mesa con un mantel de cuadraditos blancos y rojos y una silla del mismo tamaño. Entonces trajeron algo de fruta, pan y queso y mis ojos se abrieron todavía más.

-¿Es...esto es para mí?-pregunté tímidamente-Pe, pero yo...yo no tengo dinero. No...no puedo pagarlo. No...
Tragué saliva y miré la comidaque yo tenía delante. Hacía mucho que no provaba bocado, pues la gente de París solía estar demasiado ocupada como para dar algo de alimento a una don nadie como yo, aunque siempre que podía solía ir por los restaurantes, sobre todo de noche y algún que otro cocinero más o menos amable optaba por darme algo de las sobras.

-Pero...muchas gracias de verdad-les dije con una pequeña sonrisa en mis labios.

Le saqué la lengua a Nadez, bromista y me volví a concentrar en la niña que miraba la comida como si fuera un tesoro. Conócía muy bien esa expresión, yo había tenido la misma cientos de veces cuando era pequeño y alguien de fuera, un desconocido, me ofrecía comida. Hasta que no aprendí a robar no hubo comida de verdad para mí. Toda una generación de gitanos nos habíamos vuelto ladrones por aquella época perfeccionando el robo de tal manera que se había convertido en casi un arte para nosotros.

-Es un regalo, no has de pagar nada, Eire-le aseguré. Y luego sonreí- Sí,los indios eran muy listos y quizás podamos conseguir algo de chocolate para ti.

Comencé a pensar en posibles lugares donde robar chocolate de manera rápida y sencilla. Quizás cuando volviese de camino...A estas horas alguna tienda seguiría abierta, ¿no? Y si no mañana por la mañana temprano, para que nadie me pillase.

-Simplemente aliméntate. Necesitas fuerzas para crecer-le dije acariciándole la cabecita. Se me pasó por la cabeza que quizás Nadez pudiese darle un baño en el lago cercano al campamento gitano. Se lo propuse a ambas.

Arrugué la nariz levemente al pensar que Eire se quedara allí, la corte de los milagros era un buen lugar donde refugiarse, eso sin dudarlo, pero el simple hecho de dejar a una niña sola no me daba buena espina y menos a ella, por que empezaba a cogerle cierto cariño, ya que se encontraba sola y eso me partía el corazón. Escuché atenta la proposición de Cam y se me pasó algo por la cabeza...

-¿Y si nos la llevamos al campamento?... podríamos cuidarla mejor.... ¿no crees?- le atosigué con mis preguntas, juntando las manos y abriendo os ojos de par en par, me apenaría muchísimo si dejara a la pobre niña, más sola de lo que ya estaba.

Negué rápidamente con la cabeza y rodeé unos de los brazos de Cam, pidiéndole con los ojos que no se negara, que no dejara sola a la niña y me ayudara a cuidarla, ya que yo no podría sola y mi hermano no lo vería correcto si me quedara con la niña, pues nuestra estadía nunca era precisa y tampoco es que un campamento gitano sea el mejor lugar del mundo, pero antes que una triste soledad cualquier lugar era mejor.

-¡Eire!, ¿te gustaría acompañarnos esta noche?, dormirías conmigo y por la mañana iríamos en busca de comida... yo te cuidaré y Cam también ¿verdad?- pregunté soltando el brazo de mi compañero y acariciando la suave cabellera de la niña, con una sonrisa de pena; solo esperaba que Cam dijera que sí y poder llevarla a mi carreta, asearla, peinarla y vestirla con el bonito vestido que le había regalado aquella bondadosa mujer. Solo quería que sintiera ese calor que hacía tanto tiempo no sentía, pues el orfanato es un lugar duro y frío, lo sabré yo bien, pero las oscuras calles lo son aún más...