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AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las notas de un atardecer [Avril Lelièvre]
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Las notas de un atardecer [Avril Lelièvre]
por Aleister J. Ferdinand Mar Feb 04, 2014 4:35 pm
“Es una cosa muy obscura
y muy dulce ese grande
y extraño sentimiento de un
corazón que se pone a amar.”
―Victor Hugo.
y muy dulce ese grande
y extraño sentimiento de un
corazón que se pone a amar.”
―Victor Hugo.
Me levanté, con el pensamiento vagamente dirigido en la afinación. Un par de intentos, y quedó mejor de cómo estaba. Me relajé, preparé mis dedos, y toqué. La sincronización se hizo sentir nuevamente, corría por mi interior, recorriendo las viejas calles desoladas por la que no transitaba desde hacía meses. Toqué, toqué y toqué, y al punto en que todo estaba en el tope, sonreí, volvía a sentir lo mismo; volvía a sentir la música.
El crepúsculo bañaba aquel paraje conforme pasaban los minutos. El distintivo color del jardín se vio sumido bajo un manto anaranjado. ¿Hay algo más único que disfrutar de un atardecer bajo la sombra de un árbol, acompañado de tu violín?
Era la naturaleza y yo, fusionados sólo en el sonido que producía mi instrumento. El público que alguna vez había tenido en mi adolescencia, había pasado a ser rosas, árboles y pequeñas aves. Aún no comprendía cómo es que era la única persona allí, el jardín lucía totalmente vacío, al menos desde donde yo estaba. Un pequeño banco de madera, rodeado por una serie de arbustos, todo en tal estado de perfección que daba la impresión de cumplir el rol de una pared, y estar creando la ilusión de un cuarto, pues hasta había una suerte de puerta a mis espaldas. Frente a este pequeño apartado, a través de la extensa planicie, un poco más allá del horizonte, se encontraba el verdadero artista de aquella tarde, presentando su último movimiento, el crepúsculo.
No podía pensar en otra cosa que no fuese ese momento, me había consumido en su maravilla. ¿Es que acaso el hecho de ser un cazador, prohíbe pasar un buen momento de vez en cuando? Estoy seguro que no. Y allí estaba, un cazador tocando el violín. Había reemplazado la complejidad de la caza, por la simpleza de la música.
Aunque mi ocupación nunca me abandonaba.
Llevaba ropas casuales, una camisa blanca algo abultada, junto con unos pantalones oscuros, en el cual llevaba oculta una de mis dagas, pues la camisa se deslizaba por sobre el pantalón.
La calidez abandonaba el jardín a cada segundo, tal vez había sido un error el haber venido sin un abrigo. Todo seguía tan vivo como siempre, y el atardecer duraría unos minutos más.
Estaba pensando demasiado, debía concentrarme en lo que hacía; cerré los párpados y sentí la esencia de la vida dentro de mí.
El crepúsculo bañaba aquel paraje conforme pasaban los minutos. El distintivo color del jardín se vio sumido bajo un manto anaranjado. ¿Hay algo más único que disfrutar de un atardecer bajo la sombra de un árbol, acompañado de tu violín?
Era la naturaleza y yo, fusionados sólo en el sonido que producía mi instrumento. El público que alguna vez había tenido en mi adolescencia, había pasado a ser rosas, árboles y pequeñas aves. Aún no comprendía cómo es que era la única persona allí, el jardín lucía totalmente vacío, al menos desde donde yo estaba. Un pequeño banco de madera, rodeado por una serie de arbustos, todo en tal estado de perfección que daba la impresión de cumplir el rol de una pared, y estar creando la ilusión de un cuarto, pues hasta había una suerte de puerta a mis espaldas. Frente a este pequeño apartado, a través de la extensa planicie, un poco más allá del horizonte, se encontraba el verdadero artista de aquella tarde, presentando su último movimiento, el crepúsculo.
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No podía pensar en otra cosa que no fuese ese momento, me había consumido en su maravilla. ¿Es que acaso el hecho de ser un cazador, prohíbe pasar un buen momento de vez en cuando? Estoy seguro que no. Y allí estaba, un cazador tocando el violín. Había reemplazado la complejidad de la caza, por la simpleza de la música.
Aunque mi ocupación nunca me abandonaba.
Llevaba ropas casuales, una camisa blanca algo abultada, junto con unos pantalones oscuros, en el cual llevaba oculta una de mis dagas, pues la camisa se deslizaba por sobre el pantalón.
La calidez abandonaba el jardín a cada segundo, tal vez había sido un error el haber venido sin un abrigo. Todo seguía tan vivo como siempre, y el atardecer duraría unos minutos más.
Estaba pensando demasiado, debía concentrarme en lo que hacía; cerré los párpados y sentí la esencia de la vida dentro de mí.
Última edición por Aleister J. Ferdinand el Miér Feb 05, 2014 8:08 pm, editado 1 vez
Aleister J. Ferdinand- Cazador Clase Alta
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Re: Las notas de un atardecer [Avril Lelièvre]
por Avril Lelièvre Miér Feb 05, 2014 5:36 pm
Entrelacé mis manos en un gesto involuntario de rezo e inspiré profundamente, aspirando el delicado aroma de la naturaleza. Mis ojos azules habían quedado estupefactos por la perfección de la escena; contemplaban el cielo anaranjado con algo de introspección pero también con un poquito de brío, como si mi siguiente movimiento dependiera de lo que me respondiera el paisaje. En breve el día llegaría a su fin y aquel lugar quedaría inundado por la oscuridad. Nunca me había disgustado la noche, pero siempre he preferido el día porque es cuando mejor se pueden apreciar los pequeños detalles; aunque hay flores hermosas que sólo se dejan ver por la noche, como la que recibe el nombre de la Dama de la Noche.
Tenía mi libreta a un lado. La había traído con la esperanza de poder escribir algo que mereciera la pena, pero me di cuenta de que al final acabaría narrando -como siempre- sólo desgracias y seguramente quedaría bañada en mis propias lágrimas. Me sentía algo egoísta y a la vez afortunada por estar sola en el jardín. Sentí que no quería que aquel momento terminara nunca, que quizás podría mudarme aquí y olvidarme de una vez de todo aquello que me martiriza. Sin embargo eso es imposible, tan sólo podía permitirme el acudir aquí una o dos veces por semana, pues su localización no me favorecía del todo. Suspiré, notando cómo pasaban por mi mente algunos gratos recuerdos. Estaba segura de que este lugar también le gustaría a Maëlle, tan pequeña...tan frágil.
Aquel día llevaba el pelo semirecogido y un vestido azul marino con algunos volantes que me ponía a menudo.
Quedarían unos cinco minutos de puesta de Sol cuando mis oídos pudieron percibir una melodía cuya procedencia parecía no ser muy lejana. Así, guardé la libreta en mi bandolera y comencé a caminar, en busca del origen. ¿No estaba sola? A la vez que paseaba mis cabellos brillaban con la luz cálida y cegadora que quedaba del Sol. Y, ahí estaba, un hombre tocaba el violín al lado del tronco de un árbol. Me quedé algo atolondrada y no quise interrumpirlo; creía que no había algo más bonito que una puesta de Sol, pero estaba equivocada. Nada se comparaba a eso y realmente aquella melodía me había envuelto en un abrazo. Tan grande era mi fascinación que no pude evitar llorar. En realidad hacía mucho tiempo que no experimentaba otra cosa que no fuera el dolor. Lloraba en silencio, rodeada de flores.
Tenía mi libreta a un lado. La había traído con la esperanza de poder escribir algo que mereciera la pena, pero me di cuenta de que al final acabaría narrando -como siempre- sólo desgracias y seguramente quedaría bañada en mis propias lágrimas. Me sentía algo egoísta y a la vez afortunada por estar sola en el jardín. Sentí que no quería que aquel momento terminara nunca, que quizás podría mudarme aquí y olvidarme de una vez de todo aquello que me martiriza. Sin embargo eso es imposible, tan sólo podía permitirme el acudir aquí una o dos veces por semana, pues su localización no me favorecía del todo. Suspiré, notando cómo pasaban por mi mente algunos gratos recuerdos. Estaba segura de que este lugar también le gustaría a Maëlle, tan pequeña...tan frágil.
Aquel día llevaba el pelo semirecogido y un vestido azul marino con algunos volantes que me ponía a menudo.
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Quedarían unos cinco minutos de puesta de Sol cuando mis oídos pudieron percibir una melodía cuya procedencia parecía no ser muy lejana. Así, guardé la libreta en mi bandolera y comencé a caminar, en busca del origen. ¿No estaba sola? A la vez que paseaba mis cabellos brillaban con la luz cálida y cegadora que quedaba del Sol. Y, ahí estaba, un hombre tocaba el violín al lado del tronco de un árbol. Me quedé algo atolondrada y no quise interrumpirlo; creía que no había algo más bonito que una puesta de Sol, pero estaba equivocada. Nada se comparaba a eso y realmente aquella melodía me había envuelto en un abrazo. Tan grande era mi fascinación que no pude evitar llorar. En realidad hacía mucho tiempo que no experimentaba otra cosa que no fuera el dolor. Lloraba en silencio, rodeada de flores.
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Re: Las notas de un atardecer [Avril Lelièvre]
por Aleister J. Ferdinand Jue Feb 06, 2014 4:01 pm
No recordaba ningún otro día parecido a éste; realmente la música tiene el don de sanar el alma. Sonreí mirando el cielo, sabía que esa felicidad duraría sólo unos segundos, así que decidí disfrutarla.
El atardecer comenzaba a morir, y el encantador manto anaranjado se comenzaba a intensificar aún más, haciendo imposible mirar directamente el ocaso. Voltee para buscar un lugar en el banco y apreciar lo que quedaba de tarde, pero algo me detuvo, y congeló el momento por segundos.
Una preciosa chica de cabellos dorados yacía frente a mí.
Pestañee un par de veces, para comprobar si aquello no era más que una jugada de mi mente, pero no, ahí estaba ella. Y por desgracia, emitía un ligero llanto que silenciaba en el instante. Creo que era la imagen más desgarradora que había vivido, quería abrazarla, decirle que todo estaría bien, y tal vez eso debía hacer.
Olvidé la daga y el asunto de seres sobrenaturales por un instante y dejé el violín en el banco, mientras me apresuraba a su lado con algo de nerviosismo; nunca se está uno seguro de cómo reaccionará alguien al abrazo de un completo extraño, no, nunca se está seguro, pero aquella chica, si, ella lo necesitaba.
―Nunca te he visto antes, pero me basta verte llorar para sentir que está mal no hacer algo ―dije casi en un susurro, mientras entrecruzaba mis brazos cuidadosamente alrededor de ella. Soy Aleister, por cierto. Lamento haber tocado tan mal, no quería hacerte llorar ―pronuncié con una leve sonrisa, intentando animarla mientras me apartaba delicadamente de ella.
Había estado tocando por minutos sin percatarme que realmente, sí tenia público. Ella era la única allí, la única testigo de lo que allí había ocurrido. Tal vez la música la había guiado hasta aquí, y aunque en ese momento no estaba seguro del todo, me sentía afortunado. El viento había llevado las notas de mi violín a los oídos de una bella mujer, y ese es el mayor logro al que podía aspirar en aquel entonces.
Quería hacerla sentir mejor, deseaba hacerlo.
La luz cada vez más débil del atardecer se deslizaba por sus cabellos, haciendo de todo aún más surreal. Y el viento, para mi sorpresa, comenzaba a traer consigo una brisa cálida y agradable. Después de todo, ¿quién necesita abrigos?
El atardecer comenzaba a morir, y el encantador manto anaranjado se comenzaba a intensificar aún más, haciendo imposible mirar directamente el ocaso. Voltee para buscar un lugar en el banco y apreciar lo que quedaba de tarde, pero algo me detuvo, y congeló el momento por segundos.
Una preciosa chica de cabellos dorados yacía frente a mí.
Pestañee un par de veces, para comprobar si aquello no era más que una jugada de mi mente, pero no, ahí estaba ella. Y por desgracia, emitía un ligero llanto que silenciaba en el instante. Creo que era la imagen más desgarradora que había vivido, quería abrazarla, decirle que todo estaría bien, y tal vez eso debía hacer.
Olvidé la daga y el asunto de seres sobrenaturales por un instante y dejé el violín en el banco, mientras me apresuraba a su lado con algo de nerviosismo; nunca se está uno seguro de cómo reaccionará alguien al abrazo de un completo extraño, no, nunca se está seguro, pero aquella chica, si, ella lo necesitaba.
―Nunca te he visto antes, pero me basta verte llorar para sentir que está mal no hacer algo ―dije casi en un susurro, mientras entrecruzaba mis brazos cuidadosamente alrededor de ella. Soy Aleister, por cierto. Lamento haber tocado tan mal, no quería hacerte llorar ―pronuncié con una leve sonrisa, intentando animarla mientras me apartaba delicadamente de ella.
Había estado tocando por minutos sin percatarme que realmente, sí tenia público. Ella era la única allí, la única testigo de lo que allí había ocurrido. Tal vez la música la había guiado hasta aquí, y aunque en ese momento no estaba seguro del todo, me sentía afortunado. El viento había llevado las notas de mi violín a los oídos de una bella mujer, y ese es el mayor logro al que podía aspirar en aquel entonces.
Quería hacerla sentir mejor, deseaba hacerlo.
La luz cada vez más débil del atardecer se deslizaba por sus cabellos, haciendo de todo aún más surreal. Y el viento, para mi sorpresa, comenzaba a traer consigo una brisa cálida y agradable. Después de todo, ¿quién necesita abrigos?
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Re: Las notas de un atardecer [Avril Lelièvre]
por Avril Lelièvre Sáb Feb 08, 2014 6:39 am
¿Puede permitirse sentir este maleado corazón?
El jardín había quedado completamente bañado por una luz naranja, pues el Sol estaba en su máximo esplendor, alumbrándonos; quizás quería que brilláramos. Apenas me dio tiempo a estar sumida en ese trance, cuando fui consciente de cómo la música había cesado y cómo la silueta masculina a la que había estado observando hacía su camino hasta mí con algo de inquietud. Y de repente caí presa de la calidez de un abrazo, uno que realmente me costaría olvidar. Repetí sus palabras en mi mente... ''llorar''. Sonreí un poco de medio lado con algo de dulzura mientras ambos nos separábamos. Inmediatamente me llevé las manos a los ojos para deshacerme de aquellas lágrimas, aunque en realidad no quisiera que se fueran. La sonrisa se intensificó con aquello último que dijo...en realidad había sido un malentendido. -Yo soy Avril...- le confesé mientras me percataba que no podía apartar la vista de sus ojos -Ya has hecho algo...- le señalé su violín que reposaba en un banco -No lloraba porque toques mal -de hecho tocas de maravilla- , lloraba por la belleza que desprendías- fui sincera, siempre lo era y no quería que se preocupara por mí.
En aquel instante me preguntaba qué pasaría por la mente del hombre..encontré su aura y me trasmitió calma pero a la vez pasión. Pensé que ambos éramos muy afortunados en aquel instante...ambos habíamos presenciado una majestuosa puesta de Sol que finalmente se había llevado el Sol a dormir. Seguramente él habría pensado que era el único espectador al igual que yo. Nuestro alrededor era consumido poco a poco por la oscuridad, pero aún se mantenía una brisa cálida...la misma calidez que había traído aquel abrazo. En otras circustancias me habría impresionado mucho, pues una no está acostumbrada a que un extraño venga y te abrace así sin más. Pero no sé...de todos modos sentí como si aquello fuera algo efímero...que se desvanecería en menos de lo que canta un gallo.
-Siento haberte preocupado e interrumpido cuando tocabas...creo que ha sido un malentendido.- quería hacerle saber que estaba bien, al menos en aquel instante. Sonaba un poco apagada en comparación con antes; no, no podía dejar que mi ser creyera que esto era lo habitual, que lo habitual era el contemplar la verdadera belleza, la belleza en la que hacía años que no me permitía ser partícipe. Sabía que si bajaba la guardia y me decía a mí misma 'Esto es lo correcto' acabaría hundiéndome más al fin y al cabo. ¿Qué iba a decirle? Tienes delante a una bruja que puede ser peligrosa y poderosa sin quererlo ni beberlo. No sé cómo pero hice uso de mi atmokinesis sin percatarme de ello, pues el cielo había quedado envuelto de nubes y ya no quedaba ni rastro del Sol que tanto nos había inspirado.
El jardín había quedado completamente bañado por una luz naranja, pues el Sol estaba en su máximo esplendor, alumbrándonos; quizás quería que brilláramos. Apenas me dio tiempo a estar sumida en ese trance, cuando fui consciente de cómo la música había cesado y cómo la silueta masculina a la que había estado observando hacía su camino hasta mí con algo de inquietud. Y de repente caí presa de la calidez de un abrazo, uno que realmente me costaría olvidar. Repetí sus palabras en mi mente... ''llorar''. Sonreí un poco de medio lado con algo de dulzura mientras ambos nos separábamos. Inmediatamente me llevé las manos a los ojos para deshacerme de aquellas lágrimas, aunque en realidad no quisiera que se fueran. La sonrisa se intensificó con aquello último que dijo...en realidad había sido un malentendido. -Yo soy Avril...- le confesé mientras me percataba que no podía apartar la vista de sus ojos -Ya has hecho algo...- le señalé su violín que reposaba en un banco -No lloraba porque toques mal -de hecho tocas de maravilla- , lloraba por la belleza que desprendías- fui sincera, siempre lo era y no quería que se preocupara por mí.
En aquel instante me preguntaba qué pasaría por la mente del hombre..encontré su aura y me trasmitió calma pero a la vez pasión. Pensé que ambos éramos muy afortunados en aquel instante...ambos habíamos presenciado una majestuosa puesta de Sol que finalmente se había llevado el Sol a dormir. Seguramente él habría pensado que era el único espectador al igual que yo. Nuestro alrededor era consumido poco a poco por la oscuridad, pero aún se mantenía una brisa cálida...la misma calidez que había traído aquel abrazo. En otras circustancias me habría impresionado mucho, pues una no está acostumbrada a que un extraño venga y te abrace así sin más. Pero no sé...de todos modos sentí como si aquello fuera algo efímero...que se desvanecería en menos de lo que canta un gallo.
-Siento haberte preocupado e interrumpido cuando tocabas...creo que ha sido un malentendido.- quería hacerle saber que estaba bien, al menos en aquel instante. Sonaba un poco apagada en comparación con antes; no, no podía dejar que mi ser creyera que esto era lo habitual, que lo habitual era el contemplar la verdadera belleza, la belleza en la que hacía años que no me permitía ser partícipe. Sabía que si bajaba la guardia y me decía a mí misma 'Esto es lo correcto' acabaría hundiéndome más al fin y al cabo. ¿Qué iba a decirle? Tienes delante a una bruja que puede ser peligrosa y poderosa sin quererlo ni beberlo. No sé cómo pero hice uso de mi atmokinesis sin percatarme de ello, pues el cielo había quedado envuelto de nubes y ya no quedaba ni rastro del Sol que tanto nos había inspirado.
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Re: Las notas de un atardecer [Avril Lelièvre]
por Aleister J. Ferdinand Miér Feb 12, 2014 1:56 pm
Las nubes ocuparon el lugar que alguna vez había poseído el sol. Minuto a minuto la noche caía por sobre todo lo demás y nos envolvía, abrazándonos y sumiéndonos en su infinidad.
Pero a pesar de todo me sentía bien, y al mismo tiempo aliviado.
―Yo soy Avril... no lloraba porque toques mal ―de hecho tocas de maravilla―, lloraba por la belleza que desprendías.
Me tomó un par de segundos comprobar que realmente había dicho aquello. Si ella creía que yo desprendía belleza, sin duda no se percataba de lo que ella desprendía. Todo parecía más vivo junto a ella, incluso yo; la vida reconocía lo preciosa que era. Las palabras habían brotado de sus delicados labios con una voz dulce, tierna y agradable a mis oídos. Nunca antes había escuchado un nombre así; era único, tal como su presencia.
Cada vez nos sumergíamos más en lo que comenzaba a ser el nacimiento de la una hermosa noche.
―Siento haberte preocupado e interrumpido cuando tocabas... creo que ha sido un malentendido.
Creo que era el malentendido más afortunado que había vivido, y no podía más que agradecer que hubiera aparecido.
―Oh ―dije esbozando una sonrisa―. Para nada, ya terminaba ―exclamé mientras le dedicaba un rápido vistazo al cielo. Está oscureciendo, y realmente me sentiría más tranquilo si te acompaño de vuelta a tu hogar, Avril ―pronuncié con mis ojos buscando los suyos.
Ambos habíamos compartido un recuerdo maravilloso, y sinceramente, esperaba poder repetir ese tipo de experiencias. Mi vida ha sido la de un cazador; martirizada, solitaria y fría.
Levanté nuevamente la vista y pude apreciar un bosquejo de lo que sería la luna de esa noche. Toqué mi anillo y una batalla de ideas se desató en mi interior.
No.
No podía irme sin saber que ella estaba a salvo, nada más que eso, ¿cierto?
Pero a pesar de todo me sentía bien, y al mismo tiempo aliviado.
―Yo soy Avril... no lloraba porque toques mal ―de hecho tocas de maravilla―, lloraba por la belleza que desprendías.
Me tomó un par de segundos comprobar que realmente había dicho aquello. Si ella creía que yo desprendía belleza, sin duda no se percataba de lo que ella desprendía. Todo parecía más vivo junto a ella, incluso yo; la vida reconocía lo preciosa que era. Las palabras habían brotado de sus delicados labios con una voz dulce, tierna y agradable a mis oídos. Nunca antes había escuchado un nombre así; era único, tal como su presencia.
Cada vez nos sumergíamos más en lo que comenzaba a ser el nacimiento de la una hermosa noche.
―Siento haberte preocupado e interrumpido cuando tocabas... creo que ha sido un malentendido.
Creo que era el malentendido más afortunado que había vivido, y no podía más que agradecer que hubiera aparecido.
―Oh ―dije esbozando una sonrisa―. Para nada, ya terminaba ―exclamé mientras le dedicaba un rápido vistazo al cielo. Está oscureciendo, y realmente me sentiría más tranquilo si te acompaño de vuelta a tu hogar, Avril ―pronuncié con mis ojos buscando los suyos.
Ambos habíamos compartido un recuerdo maravilloso, y sinceramente, esperaba poder repetir ese tipo de experiencias. Mi vida ha sido la de un cazador; martirizada, solitaria y fría.
Levanté nuevamente la vista y pude apreciar un bosquejo de lo que sería la luna de esa noche. Toqué mi anillo y una batalla de ideas se desató en mi interior.
No.
No podía irme sin saber que ella estaba a salvo, nada más que eso, ¿cierto?
Aleister J. Ferdinand- Cazador Clase Alta
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