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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Stiva Záitsev Mar Feb 04, 2014 5:41 pm

El color de las telas se mezclaba con el halo nocturno de las estrellas, el palacio era un lugar indescriptible para quienes nunca en sus vidas podrían estar ahí –casi mágico- rodeado de jardines extraordinarios que engalanaban sus alrededores; los abetos que custodiaban sus caminos se alcanzaban a observar a largas distancias y las luces brillantes de sus enormes ventanales señalaban las figuras de toda la clase social alta y aristocracia de la ciudad de la luz: Paris. No obstante para quién había estado rodeado de aquellos lujos no se deslumbraba en lo absoluto, en todo caso, la primera impresión que nacía desde sus entrañas era desdén, repulsión y la absurda parte en la que debía coincidir con las alimañas insaciables y peor aún sosas. Ninguno de ellos representaba para el rey de Inglaterra una prueba insuperable, todos podrían ser comprados con el precio de sus palabras, para algunos bastaría de halagos sencillos para ceder, sus cabezas –lamentablemente- nunca albergarían el nivel de codicia o maldad con la que el ruso había nacido, él era un destinado a gobernar desde antaño y esos a fungir como peones dentro del juego.

-¡Majestad!- se escuchó parlotear entre la multitud a un escandaloso hombre que se abria paso apresuradamente, por sus vestimentas de gala militares y su cabello oculto por la tonta pelula blanca le hacia ver todavía más ridículo frente al brujo, sin embargo, no dudó en responder a la insignia francesa con una mueca imperceptible de sus labios y un asentimiento elegante de su cabeza -¡Su majestad es un placer, un honor tenerle en el palacio! Dudábamos de que usted se presentaría sabemos que no es de su agrado asistir a esta clase de actividades…- cuánta razón tenía aquel pérfido de dos patas que se mecía con pleitesía argumentando lo que escuchaba de bocas y oídos indiscretos ¡Oh pero si esto hubiese sido Inglaterra! Su lengua habría alimentado a los canes y sus ojos fueran el platillo elegido de los cocodrilos. Su impertinencia, su osadía le hizo volver atrás ¿En dónde se había encontrado a semejante comediante? ¡Rusia! Mi tierra natal, la tierra que me vio nacer y crecer entre los grandes prados congelados, en dónde los círculos sociales más distinguidos se escarnecían de la caracterización del intransigente Zar y su “ejercito” de papanatas –La boca no sólo se nos dio para hablar incoherencias y mencionar sólo lo que oímos de otras personas más indiscretas que usted…- arremetió intransigente a los comentarios del anfitrión quién calló nerviosamente al escuchar la voz severa con la que era interrumpido -¡Oh su majestad perdone usted si he sido precipitado y le he ofendido! Simplemente hago mención de lo que entre pasillos de la del palacio se ha mencionado; que el gran Rey de Inglaterra es un caballero que aborrece las reuniones sociales, los bailes, pero goza de otro tipo de…entretenimiento…- completó en voz baja tornando su mirada hacia la mujer que acompañaba al polémico rey tomada de su antebrazo, Pero Stiva sólo admitió lo dicho con una sínica sonrisa a medio torcer.

-Dudo que sepa a la perfección la clase de entretenimientos que podría llegar a tener…- añadió reprimente pero todo el tiempo sostuvo la clase sofisticada en la que se desenvolvía fuera de su hábitat y nivel de confort.

¿Acaso también seria Francia un sitio extranjero del cual debía cuidarse las espaldas? La coincidencia entre esa situación le reprochó el paso de los años más oscuros de su vida en Rusia devolviéndolo al inicio de sus deseos más codiciosos que habría de enfrentar o fungiría como parteaguas de sus siguientes movimientos en su destino, finalmente entre sus manos tenía la posibilidad de cambiar vertiginosamente el camino que desde muy pequeño tenía a lado de sus padres, justo ahí, entre las mocedades del castillo de invierno del Zar se tejía escrupulosamente el destino de sus vidas, principalmente de aquel que interfería para lograr su objetivo, ni más ni menos que el general del ejercito Zarista.



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Mensaje por Anna Brullova Miér Mar 05, 2014 5:25 pm

Anna no estaba para nada cómoda de haber tenido que aceptar la invitación a dicha velada. Aun recordaba con que desdén tomó la misiva y tras leerla por solo un segundo la depositó con delicadeza nuevamente en la charola de plata, - mi señora, esperan contestación, ¿que debo decir? - dijo el mayordomo quien mantenía la mirada en alto, sin posar sus ojos en ella, una joven soltera y que vivía sola, tal vez una extravagancia para la aristocracia parisina, de parte de una extranjera. Se alzaban mil rumores de ella, como que en realidad era la viuda de un noble ruso que había huido de su país, o la amante del rey. La verdad era que a la rusa poco y nada le interesaba, pero sabía que no podía seguir postergando su presentación ante la sociedad que deseaba ver con sus propios ojos cuanto de cierto era eso de que su fealdad superaba todo lo imaginado y que por vergüenza se mantenía apartada de los círculos sociales. El hombre en un movimiento de ojos rápido la contempló, - en verdad es adorable – se dijo, aunque por supuesto, la rusa era una mujer intocable para cualquier persona que no fuera de la nobleza o por lo menos así lo pensaban todos.

La joven mantenía en su regazo un libro abierto y con el señalador daba leves golpes a la pagina, mientras pensaba detenidamente que contestar, - Di que asistiré – fue su respuesta luego de mantener un silencio pesado durante unos minutos, - ahora dejame sola – le exigió, Anna, no deseaba compañía alguna, prefería quedarse en la mas completa soledad, rodeada de sus pensamientos y sus recuerdos que muchas veces la atormentaban, pero sentía que debía encontrar una explicación a la forma salvaje en que sus padres habían muerto.

La semana pasó entre sus actividades en el museo y los últimos detalles legales sobre el testamento de su padre. Cuando quiso acordar estaba lista para concurrir a tan importante velada. El camino le había parecido aburrido y apenas entrar en el Palacio no pudo mas que comparar lo pomposo de la decoración, las mujeres vestidas de forma  exagerada y poco elegantes en verdad. Aun con la importante ambientación, no llegaba a tener la magnificencia de los palacios imperiales rusos. Dejó que un leve suspiro escapara de sus labios, casi de forma imperceptible, pero con una profunda nostalgia, no por la vida en el palacio, sino por los afectos y el tiempo perdido.

Caminó parsimoniosamente por el lugar  observando con disimulo a los invitados, algunos los recordaba de las veladas en el palacio de Invierno del Zar, otros de reuniones con su padre, pero ninguno lograba captar por un leve y efímero segundo su atención. Hasta que una voz fuerte sobresalió en el murmullo apagado de los invitados, era un tono de voz extremadamente particular y el sarcasmo que denotaba con cada frase la hizo pensar si a esa voz la había escuchado en algún lugar antes. Su mirada buscó  al dueño de aquel vozarrón, entonces lo distinguió, especialmente por lo incomodo que se encontraba el caballero que dialogaba con él– por calificarlo de alguna forma, ya que más parce un pusilánime -  pensó - definitivamente la está pasando de maravilla haciendo sentir cómodo al francés – caviló mientras sonreía de lado y bajaba la mirada escondiéndose detrás de su abanico. Aunque por un momento le pareció que aquel timbre de voz le recordaba algo de su pasado, optó por dirigirse a donde se encontraba la sala de música, lejos del salón de baile, ella no estaba con ánimos de socializar.

Cerró la puerta de la sala, aunque ésta se abrió suavemente,
Anna se dirigió al piano y se sentó para luego comenzar a tocar una melodía melancólica y bastante atormentada, como su animo. Ya no tenía lagrimas para derramar, ahora solo un sentimiento de total destrucción anidaba en su pecho, deseaba encontrar al responsable de la muerte de su padre y hacerle pagar por todo lo que ella vivía en éste momento.


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Mensaje por Stiva Záitsev Dom Mar 16, 2014 12:22 pm

Las mirabas se centraban en ellos y el tumulto de la reunión comenzó a dirigir su atención hasta el francés que continuaba dubitativo en qué decir y en cómo dirigirse al rey de Inglaterra, las trabas consistían en una avalancha tras otra de palabras envueltas entre la cortesía y el desdén muy pronto rozando al desprecio que sentía por esas escorias que levantaban la voz sólo cuando sus intereses estaban de por medio. El límite era su propio infierno que día a día se encargaba de alimentar con osadías y revanchas ¿Cuál era el final del camino si su vida pertenecía a sí mismo? Ni Dios, ni el diablo se pelearían algún día por su alma pues jamás se desprendería de ella, ni la vendería al mejor postor. Su mejor oferta algún día podía alcanzar la inmortalidad; costara lo que costara, pisando las cabezas que tuviera que pisar.

Entre en barullo y la comitiva que acompañaba al monarca de una de las máximas potencias actuales de Europa sobresalió la voz del hombre quién inclinando su cuerpo hacia el frente realizó una reverencia exagerada como disculpa por la indiscreción cometida -Su majestad os ruego a usted la clemencia y disculpad mi indiscreción, pero compréndame, soy un mortal indispuesto por el alcohol y el poder de las palabras de terceros, ¿dígame usted que puedo hacer para enmendar a mi lengua?- mencionó volviendo a retomar su postura erguida, no obstante, por más que éste deseara verse superior ante el rey seguía siendo un ratón frente un león dispuesto a devorarlo de un bocado –Si yo fuese un rey más cruel y obstinado ¿cree usted señor que seguiría con vida? En primer instancia cortaría su lengua, después le sacaría los ojos; la lengua para que escarmentara dirigirse al rey de Inglaterra con respeto, pues, usted es un mortal y yo fui elegido por Dios para gobernar una nación o al mundo. Y sin los ojos jamás volvería a ver lo que tanto desea tener entre sus manos ¿ve cuan misericordioso puedo ser?...- río por debajo de esa careta multifacética que llevaba continuamente, era pues, un arma de dos filos. La espada y la pared. Siendo de ésta manera y tras concluir su última frase sus ojos bicolores volvieron hacia uno de los extremos del salón en dónde la multitud se congregaba al indicio del baile, el sonido estrepitarte de los violines y la orquesta; tenía la atención de los oídos sordos de sus participantes y las miradas ya ciegas omitían a esos ojos que le observaban con recelo.

Aunque la música llenara el escenario con imponentes melodía de salón un sonido particular llegó hasta sus oídos, tanto el instrumento y como su intérprete desplegaban la esencia de una tonada embelesada por la melancolía, los altibajos de las notas lo llevaron a una fecha particular en su memoria más no comprendía el porqué en aquella vez su conciencia le jugaba una pesada broma con el pasado –Rusia…- agregó entre un murmullo sustancialmente silencioso, estos no eran audibles para su acompañante, aún así la tensión de sus músculos despertó la curiosidad en la mujer a quién se acercó cuidadosamente -¿Escucháis aquellas notas que se mezclan con la música de ésta pantomima?- su negativa devolvió a Stiva la certeza de que quién le acompañaba no era más que una hueca sin estribos o con alguna clase de conocimiento sobre la música de ciertos instrumentos musicales como el piano, por lo que soltó su brazo desacreditando la compañía de la mujer, aunque ésta toda la noche le siguiera cuan perro.

Las puertas de la habitación contigua se abrieron de forma discreta,  y cómo espectador en primera fila sus ojos se enfocaron en la joven mujer que le daba la espalda y se mantenía sumida en la melodía que entonaba con tanta pasión.


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Mensaje por Anna Brullova Dom Abr 06, 2014 1:05 pm

Sus dedos se posaban en las teclas de marfil de  aquel señorial piano de cola, como si de pequeñas aves se trataran. Las notas con su cadencioso ritmo y melancolía envolvía el ambiente de una música que la transportaba a su amada Rusia, al hogar de sus padres, aquel que ya no existía, ese que tras su huida, ardió en llamas con los cuerpos de sus padres, la servidumbre y los de sus asesinos, ¿como ella se enteró? poco importaba, lo único real, era que esa dulce joven con mirada melancólica y porte de ángel, deseaba solo un fin, tener en sus manos la vida o la muerte de quién había jugado con su destino.

Cerró los ojos mientras se movía suavemente en cada desplazamiento de sus manos sobre el piano. La última vez que interpretara ésa misma melodía lo había hecho en una cena íntima que diera el Zar de Rusia, para algunos conocidos, unos pocos parientes y monarcas europeos emparentados de alguna forma con el soberano. En esa ocasión, su padre le pidió que los deleitara con una de sus interpretaciones y así lo hizo, nunca se negaba a los pedidos de su adorado padre. Por eso cuando terminó de tocar aquella melancólica pieza, tras recibir los consabidos aplausos, las frases de alago, algunas cínicas otras verdaderas, se dirigió en busca de Dimitri, deseaba saber que opinión tenía sobre aquella interpretación. Anna era extremadamente puntillosa y perfeccionista, atributos que su padre había forjado en ella.

Buscó por todo el salón, preguntando disimuladamente a conocidos y servidumbre, quienes le informaron que a mitad de su interpretación, lo habían visto abandonar la sala en compañía de uno invitado. Salió, pues en su búsqueda, caminó por uno de los pasillo que daba a diferentes despacho, oficinas, y salas de reuniones. Todo estaba en silencio, solo la penumbra que reinaba en el corredor le permitía distinguir por donde caminaba. A lo lejos, casi como un murmullo, escuchó la voz de su padre, Apresuró  su paso, pero sin hacer el mas mínimo sonido. Cuando su mano rosó el pomo del la puerta entreabierta y apunto de llamarlo, las palabras murieron en su garganta, sus ojos se abrieron con asombro al escuchar la voz airada de su padre, - no, no lo haré, aunque usted sea el hombre más importante de Europa o el mismísimo Arzobispo de nuestra Santa Iglesia Ortodoxa -.

Ana se alejó cada vez más de la puerta entreabierta del despacho,  pero aún así pudo seguir escuchando, su padre mantenía ese extraño dialogo acalorado, - ya le he dicho, ademas usted, al fin y al cabo, ademas, aunque a usted le moleste y a pesar del cargo que invista, no debería olvidar que desde su nacimiento, es ruso y  se debe  a su rey – la voz con orden de sentencia que Dimitri utilizara en esa frase, no era otra cosa que el fin de la discusión. Ella lo conocía bien, aquel militar, no dejaría que su adversario se quedara con la última palabra, así fuera el mismo demonio. Cuando observó como su padre abandonaba el despacho, se escondió con presteza tras un cortinaje y allí lo contempló pasar, echo una furia, realmente quien hubiera discutido con él, había logrado sacarlo de sus casillas, pocas veces lo pudo observar con ese humor, pero Anna era lo suficientemente inteligente para saber que no era buena idea acercarse a él, durante el resto de la velada.

Estaba a punto de abandonar su escondite cuando, ruidos en la habitación le alertaron que no debía moverse. Pudo distinguir a un caballero, que abandonaba con prisa el lugar. Era un hombre bien trajeado, pero con una capa que lo cubría perfectamente, permitiendo su total  anonimato.

Aquel divagar en los recuerdos se esfumó, y aunque continuó tocando, el sonido de unos pasos amortiguados por la gruesa alfombra llamaron su atención, - ¿papá? - susurro, aun con su mente un tanto en los recuerdos, deteniendo abruptamente la melodía. Levantó su mirada y giró su cabeza hasta contemplar la figura que  se encontraba en la puerta del Salón.


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Mensaje por Stiva Záitsev Lun Jun 09, 2014 7:44 pm

Normalmente y dada las circunstancias su respuesta habría sido la más inadecuada para el momento, la joven le confundía severamente con alguien más anciano, lo que le hizo disgustarse medianamente formando una curvatura en su frente que a simple vista lo evidenciaba ¿Papá? A qué se refería o en que recuerdos estaría sumida la mujer a la que interrumpía para mandarle al infierno tan rápido -Lamento decepcionarle miladi, no soy su padre…- mencionó desinteresado al alejar la vista sobre su rostro, centrándose con mayor cuidado en los diferentes retratos al oleo que colgaban sobre las lujosas paredes del palacio -…pero puedo enviar por él si es su preocupación el saber dónde se encuentra. – alargó la vista por sobre su hombro en dónde pudo apreciar nuevamente el rostro pálido de la joven, sus rasgos indudablemente extranjeros le hicieron recordar vagamente a la juventud de Yulianna, su piel alba como el crudo invierno de Rusia, su país natal.

A simple vista sus recuerdos se esfumaban por la presencia del rey el cual transgredía el silencio desvergonzadamente -Confieso que si ha sido usted quién tocaba la melodía anterior, me ha atraído gratamente, en ésta colmena de abejas que sólo desean confundir a la reina, lo que busca un rey es la tranquilidad que puedo notar hay en ésta habitación…o así me lo parece- añadió dando media vuelta hasta perfilarse a su interlocutora.

Sin embargo, sus ojos bicolores parecían ahondar más afondo en aquel rostro absorto, ellos, como costumbre se sumían en la lectura de sus más recónditos ademanes desde esas líneas expresivas de su sien hasta la saliva que surcaba por su garganta de manera angustiante -Retiraos y que nadie nos interrumpa.- emitió el monarca a su comitiva quienes de inmediato cruzaron la puerta del salón que les alejaba de la reunión tras las ruidosas paredes ¿y es que todo lo que el deseara se cumplía sin chistar? Si bien decía que todos se arrancasen las orejas habrían de hacerlo, si bien muchos otros debían abandonar mucho más que su lealtad hacia sí mismos para pertenecerle ASÍ DEBÍA SER. Nada conmovía al áspero gobernante de Inglaterra.

-Adelante…-continuó dialogando dando un par de pasos hacia su costado consiguiendo la vista del paisaje fuera de los enormes vitrales, no obstante la atención en ella permanecía enfocada como si fuese un exótico descubrimiento entre el enorme nido de víboras que siseaban lejos de su alcance. -Continúe con la pieza, es posible que me parezca muy familiar, estoy seguro de que su música en algún sitio la he escuchado.-


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Mensaje por Anna Brullova Sáb Ago 09, 2014 7:49 pm

Sus dedos que se deslizaban con presteza sobre las frías teclas del piano, se detuvieron al escuchar aquella voz, para Anna el mundo se le detuvo. Mil recuerdos llegaron a su mente. Deseó encontrarse en algún otro lugar. Lo miró con disimulo intentando recordar sus facciones. Aquella voz la reconocería con facilidad en cualquier sitio aunque solo susurrara unas palabras. Pero el rostro se le escapaba, pues luego de la muerte de sus padres, muchos de los recuerdos, anteriores a su llegada a Paris,  se habían desdibujado.

Envaró su cuerpo cuando el caballero se deslizó como si se tratase un semi dios, teniendo  potestad sobre vivos y muertos – arrogante – caviló, sin quitar sus ojos de la espalda del caballero. Debía ser astuta, si deseaba recordar de donde específicamente lo recordaba.

Giró con delicadeza su cabeza cuando contempló como el grupo de personas que había interrumpido su tranquilidad, tras hacer su aparición el exasperante personaje, se detenían, a mitad del salón de música, confundidas por la forma en que el caballero le echaba literalmente. Anna levantó una ceja al ver con que manera servil aquellos invitados se retiraban como si fueran simples marionetas o juguetes de un niño caprichoso.

Cuando él, pidió que continuara tocando, estuvo a punto de decirle que lo lamentaba, pero que no era una caja musical para tocar a su antojo. Aun así se contuvo, inspiró con lentitud, mantuvo en todo momento su calma y colocando en su rostro una suave sonrisa asintió mientras comenzaba nuevamente a tocar.

- si no le es mucha molestia, ¿cree que  sería posible presentarse? - dijo con voz suave y armónica, llevando su mirada a la espalda del caballero que parecía absorto contemplando el paisaje o cualquier elemento, menos haciendo lo que se suponía el protocolo exigía. Sonrió levemente, intuyendo que ella también lo había quebrado al continuar en esa habitación, en presencia de un total extraño y sin ser presentados como se suponía se debía.

Se quedó un segundo esperando que el caballero se presentara, pues a mas de la forma servil con que los acompañantes se habían retirado, lo único que había sacado en limpio, era que se trataba de un personaje de la realeza, por sus vestimentas, galardones y altanería. Pero ella también lo era, aunque en el auto exilio, que se había impuesto, no usaría su parentezco con el Zar de Rusia para tener privilegio alguno. Mas bien, muy por el contrario, mientras menos descubrieran su verdadera naturaleza mejor.

Volvió a inspirar en el momento en que la pieza mostraba su dramatismo, tan característico de las composiciones rusas. - si ésta composición le parece conocida, pues entonces debe haber visitado en alguna oportunidad el éste de Europa, o recibido a nobles de esos reinos –  expresó, - aunque en verdad,  sea solo una simple composición del pueblo llano y no de la nobleza – sonrió suavemente, llegando así al final de la interpretación. Sus dedos se detuvieron y la última nota quedó sonando en el silencio de la habitación, muriendo lentamente, evaporada como la nieve bajo el rayo abrazador del sol.

Se levantó del taburete y caminó hasta colocarse a una distancia prudente del noble, porque se notaba que lo era, aunque su tes algo bronceada denotaba que en algún tiempo su posición no había sido la misma que en ése momento – ¿o estaré sacando absurdas conclusiones? - caviló, intentando comprender, como un miembro de la nobleza europea podía conocer una melodía del bulgo ruso, por más que ella la hubiera convertido en una composición algo más elegante y aceptable para un salón de música.

- mi nombre es Anna, Anna Brullova – dijo haciendo una suave reverencia y manteniendo su mirada en la ajena, demostrando que ella no era como los monigotes que habían salido de la habitación espantados ante los desplantes del ser que tenía enfrente.


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