AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
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Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
El atardecer teñía los campos de cultivo de colores rojos y amarillos brillantes, pero eso no era lo único que le daba color al paisaje. Rouge, con su cabello rojo y sus coloridos ropajes, daba tanto o más color que el sol que se ponía. La joven caminaba con pasos largos y fuertes por la dura tierra mientras miraba a un lado y a otro, asegurándose de que no había nadie por los alrededores. A la gente no le sentaba demasiado bien que los gitanos se paseasen por sus tierras, mucho menos que tomasen prestadas algunas frutas u hortalizas. A Rouge le parecía sumamente egoísta puesto que muchas veces esas frutas y hortalizas acababan pudriéndose en los árboles sin que nadie pudiese comerla. ¿Qué había de malo en coger unas pocas?
Resopló. Si ella tuviese dinero, si poseyese alguno de esos campos, no impediría que la gente se abasteciese de un modo razonable. Unas pocas frutas no hacían daño a nadie. El problema aparecía cuando la gente robaba en grandes cantidades para vender y ganar dinero, en vez de cogerlo para comer.
Rouge siguió caminando con el sol a su espalda y su sombra se proyectaba sobre la tierra. No era la primera vez que acudía a este campo a por manzanas. Sus pasos fueron ralentizándose cuando a unos pocos metros vio un bulto tendido en el suelo, bajo uno de los manzanos. Se detuvo y se hizo visera con la mano. Parecía un joven y daba la impresión de ser muy alto, a pesar de que estaba tendido en el suelo. Parecía dormido…
Se agachó y recogió un palo del suelo y luego reinició la marcha con más cautela. Al llegar a donde estaba el joven, utilizó el palo para pincharle un brazo. Tal vez estaba muerto…
Resopló. Si ella tuviese dinero, si poseyese alguno de esos campos, no impediría que la gente se abasteciese de un modo razonable. Unas pocas frutas no hacían daño a nadie. El problema aparecía cuando la gente robaba en grandes cantidades para vender y ganar dinero, en vez de cogerlo para comer.
Rouge siguió caminando con el sol a su espalda y su sombra se proyectaba sobre la tierra. No era la primera vez que acudía a este campo a por manzanas. Sus pasos fueron ralentizándose cuando a unos pocos metros vio un bulto tendido en el suelo, bajo uno de los manzanos. Se detuvo y se hizo visera con la mano. Parecía un joven y daba la impresión de ser muy alto, a pesar de que estaba tendido en el suelo. Parecía dormido…
Se agachó y recogió un palo del suelo y luego reinició la marcha con más cautela. Al llegar a donde estaba el joven, utilizó el palo para pincharle un brazo. Tal vez estaba muerto…
Rouge- Gitano
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Fecha de inscripción : 24/06/2010
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Jueves. Sí, el día que ansiaba prácticamente con todas mis fuerzas a llegar pues, sin contar con el domingo, día que debiera dedicar para servir a adorar a un Dios para el cual no tuviera iglesia, capilla o, siquiera, icono para rezar, era la única jornada libre en la que pudiera faltar al trabajo, por gracia y benevolencia del ”Santo Patrón”, como algunos llamaban al propietario de la fábrica donde pasaba largas e insufribles horas. Como otros tantos días, me había dispuesto a dedicarme a caminar, pero, al contrario que la mayoría de las veces, me había decantado por no encerrarme en los límites definidos de los múltiples jardines que adornaban la afamada ciudad de París, si no que, traspasando los lindes de dicha ciudad, me dirigí hacia los campos que se abrían más allá, siempre al horizonte, sembrados de trigo, cultivos, flores o, sencillamente, árboles frutales. Salvando las diferencias, aquello me recordaba a mis largos y tranquilos paseos por las cercanías de la villa que mi familia tenía cercana a Smolensk, de la cual no sabía desde hacía cinco largos años a causa del, quizás justo, destierro que mi hermano había ocasionado. Lo más seguro era que aquel lugar ya se encontrara sumido en un estado de abandono, si los guardas y los pocos sirvientes hubieran desistido, como era obvio, en esperar el regreso de la desdichada familia Trubetzkoy.
La soledad y la calma invadían el lugar y yo, propenso a recoger y potenciar las sensaciones del ambiente en mí, me dejé embargar por la quietud. Mis pasos, así, se volvieron más lentos y pesados, poco a poco viéndose ralentizados, en impredecible devenir que debiera de haberme llevado a algún lugar poco certero. Me dejé caer, sentándome primero para, posteriormente, tumbarme, inmerso en un trance que poco me dejaba percibir del mundo exterior. De esta manera, los minutos pasaron a la sombra de aquel manzano, sin ser yo consciente de cuánto tiempo gastara allí. Solo yo y el mundo, nadie más.
No fue hasta cierto momento después, que no sabía si temprano o tardío, que algo hubo de importunarme, interrumpiendo aquel sueño o, quizás, salvándome de él. Fue un pinchazo en mi brazo derecho el que me hiciera despertar, provocando que mis párpados se abrieran poco a poco, cegados aún por la hiriente luz del sol. Lo primero que logré a ver fue un impactante reflejo de color rojizo que, al contrario de lo que pudiera parecer, no fue ofensivo para mis pupilas, ya que aquella melena pelirroja protegía parcialmente a mis claros ojos de los rayos celestes. A medida que me iba acostumbrando a la gran luminosidad del mediodía, una figura de mujer se fue perfilando frente mía, pudiendo descubrir como, si bien lo que nos rodeaba quedaba impregnado por un color amarillento, su piel refulgía con un tono blanquecino, impoluto e inmaculado, solo roto por la gama azulada de sus iris que, aunque claros, diferían de los míos propios.
En aquellos instantes me sentía turbado, perdido después de aquella ensoñación, pero, sin embargo, no por eso dejaba mi desconfianza de lado, pues, si de algo estaba seguro, era de que no conocía a aquella muchacha, si mi memoria no pretendía confundirme. Enderezándome levemente para apoyar mi peso sobre mis brazos flexionados, dejando mi espalda en posición inclinada, al tiempo que reprimía un bostezo, me quedé mirándola, con la mirada algo ofendida, esperando una explicación por haberme despertado que, si bien no llegaba a ser molestia, esperaba que tuviera un porqué.
La soledad y la calma invadían el lugar y yo, propenso a recoger y potenciar las sensaciones del ambiente en mí, me dejé embargar por la quietud. Mis pasos, así, se volvieron más lentos y pesados, poco a poco viéndose ralentizados, en impredecible devenir que debiera de haberme llevado a algún lugar poco certero. Me dejé caer, sentándome primero para, posteriormente, tumbarme, inmerso en un trance que poco me dejaba percibir del mundo exterior. De esta manera, los minutos pasaron a la sombra de aquel manzano, sin ser yo consciente de cuánto tiempo gastara allí. Solo yo y el mundo, nadie más.
No fue hasta cierto momento después, que no sabía si temprano o tardío, que algo hubo de importunarme, interrumpiendo aquel sueño o, quizás, salvándome de él. Fue un pinchazo en mi brazo derecho el que me hiciera despertar, provocando que mis párpados se abrieran poco a poco, cegados aún por la hiriente luz del sol. Lo primero que logré a ver fue un impactante reflejo de color rojizo que, al contrario de lo que pudiera parecer, no fue ofensivo para mis pupilas, ya que aquella melena pelirroja protegía parcialmente a mis claros ojos de los rayos celestes. A medida que me iba acostumbrando a la gran luminosidad del mediodía, una figura de mujer se fue perfilando frente mía, pudiendo descubrir como, si bien lo que nos rodeaba quedaba impregnado por un color amarillento, su piel refulgía con un tono blanquecino, impoluto e inmaculado, solo roto por la gama azulada de sus iris que, aunque claros, diferían de los míos propios.
En aquellos instantes me sentía turbado, perdido después de aquella ensoñación, pero, sin embargo, no por eso dejaba mi desconfianza de lado, pues, si de algo estaba seguro, era de que no conocía a aquella muchacha, si mi memoria no pretendía confundirme. Enderezándome levemente para apoyar mi peso sobre mis brazos flexionados, dejando mi espalda en posición inclinada, al tiempo que reprimía un bostezo, me quedé mirándola, con la mirada algo ofendida, esperando una explicación por haberme despertado que, si bien no llegaba a ser molestia, esperaba que tuviera un porqué.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
De cerca aún parecía mucho más alto y grande, su cuerpo reflejaba el trabajo duro que debía hacer para mantenerse. Era un cuerpo curtido por el trabajo. Lo que más llamaba la atención de su apariencia eran aquellos ojos de un verde tan pálido que parecía descolorido y los carnosos labios que parecían fuera de lugar en un rostro de rasgos tan duros. No tenía la piel demasiado oscura, pero a pesar de ello no era pálido como los ricos que Rouge había visto.
La ropa que llevaba era la de un trabajador: una simple camisa amarillenta con manchones, que en mejores tiempos debía haber sido blanco, y unos toscos pantalones marrones. Unas botas gastadas completaban el atuendo.
Él se sentó con parsimonia y la miró con una expresión interrogante en busca de algún tipo de explicación. Rouge se balanceó sobre los pies, meciendo la falda de un lado a otro en una postura que intentaba ser inocente.
-Siento haberte molestado, pensé que estabas muerto –movió la ramita y dibujó sobre la tierra-. Quería comprobar si había algo de valor –confesó sin ningún pudor.
Tomar objetos de un muerto no era robar. Técnicamente, una vez el muerto está muerto lo que lleva con él ya no es de su posesión.
-¿Qué haces bajo mi manzano?
Técnicamente, aquel tampoco era su manzano. Pero si la posesión se medía por el tiempo que se pasaba junto al objeto de posesión, Rouge pasaba mucho más tiempo junto a aquel manzano que el propio dueño.
La ropa que llevaba era la de un trabajador: una simple camisa amarillenta con manchones, que en mejores tiempos debía haber sido blanco, y unos toscos pantalones marrones. Unas botas gastadas completaban el atuendo.
Él se sentó con parsimonia y la miró con una expresión interrogante en busca de algún tipo de explicación. Rouge se balanceó sobre los pies, meciendo la falda de un lado a otro en una postura que intentaba ser inocente.
-Siento haberte molestado, pensé que estabas muerto –movió la ramita y dibujó sobre la tierra-. Quería comprobar si había algo de valor –confesó sin ningún pudor.
Tomar objetos de un muerto no era robar. Técnicamente, una vez el muerto está muerto lo que lleva con él ya no es de su posesión.
-¿Qué haces bajo mi manzano?
Técnicamente, aquel tampoco era su manzano. Pero si la posesión se medía por el tiempo que se pasaba junto al objeto de posesión, Rouge pasaba mucho más tiempo junto a aquel manzano que el propio dueño.
Rouge- Gitano
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Fecha de inscripción : 24/06/2010
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Al parecer el motivo que aquella joven tenía para haberme importunado con aquella improvisada vara de madera no era otro que comprobar si me encontraba muerto y, en el supuesto de que así fuera, ”tomar” cualquier cosa útil de mi cuerpo sin vida. Lo cierto era que no me agradaba en buena medida que hubiera intentado desposeerme de los objetos que pudiera llevar en aquel momento, al fin y al cabo, aunque a mí no me pudieran servir, a otros bien podrían de hacerles buen uso, y con ello no me refería a una completa desconocida. Lo cierto era que las escasas monedas que guardaba conmigo bien podrían haberles sido útil a mi madre y hermana, así como cualquier otro ”algo de valor”. Lamentaba decepcionar a aquella señorita de pelo cobrizo, pero, para suerte mía, mi estado de salud era bueno, o, al menos, suficiente como para, sin mayores altercados, vivir aún alguna década más.
- ¿Su manzano? – repetí sorprendido por sus palabras, aunque pronto pude rectificar, dando por posible su afirmación -. Entonces discúlpeme, si estas tierras son suyas y quiere que me marche, no se preocupe, solo tiene que decirlo – la indiqué, al fin y al cabo había aún mucho campo extendiéndose hacia cualquier dirección, incluyendo aquella que llevaba a la lejana y apenas perfilada ciudad de París, allá en el horizonte
Procedí a levantarme, a la espera de que contestara su deseo, o de que desmintiera su propiedad sobre aquellos lares. Mis articulaciones me dolieron al volverse ver activadas tras aquella larga quietud y tuve que reprimir un pequeño gemido, mezcla de aquella extraña sensación de placer y del abandono del sueño. De su decisión de si quería que mi compañía se prolongara por más tiempo o si, por el contrario, prefería que desapareciese del lugar, dependía que nuestra conversación se prolongase, al menos, un par de palabras más o, sencillamente, se cortase en una pequeña despedida.
- ¿Su manzano? – repetí sorprendido por sus palabras, aunque pronto pude rectificar, dando por posible su afirmación -. Entonces discúlpeme, si estas tierras son suyas y quiere que me marche, no se preocupe, solo tiene que decirlo – la indiqué, al fin y al cabo había aún mucho campo extendiéndose hacia cualquier dirección, incluyendo aquella que llevaba a la lejana y apenas perfilada ciudad de París, allá en el horizonte
Procedí a levantarme, a la espera de que contestara su deseo, o de que desmintiera su propiedad sobre aquellos lares. Mis articulaciones me dolieron al volverse ver activadas tras aquella larga quietud y tuve que reprimir un pequeño gemido, mezcla de aquella extraña sensación de placer y del abandono del sueño. De su decisión de si quería que mi compañía se prolongara por más tiempo o si, por el contrario, prefería que desapareciese del lugar, dependía que nuestra conversación se prolongase, al menos, un par de palabras más o, sencillamente, se cortase en una pequeña despedida.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Lo vio levantarse con agilidad, aunque con cierto cuidado en sus movimientos. Rouge supuso que se debía al tiempo que había estado allí acostado durmiendo en una postura no demasiado cómoda. Muchas veces a ella le había pasado lo mismo. Aquel manzano había acogido sus sueños en multitud de ocasiones, tanto los que tenía despierta como los que tenía dormida.
Era un hombre joven y fornido y, cuando se puso de pie, su altura la impresionó. Mientras estaba acostado, ya había constatado lo alto que era, pero así, de píe, lo comprobó de primera mano. Ella no era una mujer bajita, pero al lado de él se sentía casi como una de esas muñequitas de porcelana que había visto en la tienda del profesor Soren.
Podría haberlo ignorado, dejar que se marchase. De hecho, no era mujer de relacionarse demasiado con la gente, a no ser que sacase algo de provecho. Aparentemente, este joven no tenía nada de provecho, pero despertaba su curiosidad.
-Oh, no, no es mi manzano. -le explicó, no solía conversar con la gente extraña, pero le apetecía hablar con él, puesto que le intrigaba-. La naturaleza no tiene dueño. Pero a él le gusta proporcionarme manzanas a mí.
Se acercó, pasando muy cerca de él, y alargó la mano para coger una manzana roja que colgaba de una de las ramas más bajas. La limpió en la colorida falda de su vestido y luego le dio un gran mordisco sin dejar de mirarlo con sus enormes ojos azules.
Era un hombre joven y fornido y, cuando se puso de pie, su altura la impresionó. Mientras estaba acostado, ya había constatado lo alto que era, pero así, de píe, lo comprobó de primera mano. Ella no era una mujer bajita, pero al lado de él se sentía casi como una de esas muñequitas de porcelana que había visto en la tienda del profesor Soren.
Podría haberlo ignorado, dejar que se marchase. De hecho, no era mujer de relacionarse demasiado con la gente, a no ser que sacase algo de provecho. Aparentemente, este joven no tenía nada de provecho, pero despertaba su curiosidad.
-Oh, no, no es mi manzano. -le explicó, no solía conversar con la gente extraña, pero le apetecía hablar con él, puesto que le intrigaba-. La naturaleza no tiene dueño. Pero a él le gusta proporcionarme manzanas a mí.
Se acercó, pasando muy cerca de él, y alargó la mano para coger una manzana roja que colgaba de una de las ramas más bajas. La limpió en la colorida falda de su vestido y luego le dio un gran mordisco sin dejar de mirarlo con sus enormes ojos azules.
Rouge- Gitano
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Fecha de inscripción : 24/06/2010
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Al parecer su concepción del mundo era, si no me equivocaba, que las cosas pertenecían a todos y a ninguno al mismo tiempo, ¿quizás desdeñosa de aquella abominable repartición que el ser humano había hecho en todo lo que podíamos contemplar? Posiblemente pudiera coincidir en algunos aspectos con ella, si es que realmente era esa su forma de pensar, pero mi ascendencia era noble, y, por lo tanto, me había hecho criarme ante la idea de que algunas cosas me pertenecían por derecho, por aquellas grandes obras que mis antepasados realizaran, por mucho que ya hiciera unos años que me arrebataran toda esa herencia, de la que solo me quedara un apellido vacío, a veces una carga demasiado grande para llevar sin gloria. Esa educación me condicionaba a ver el mundo desde algo que sentía tan inherente al ser humano como era la propiedad privada. Por experiencia podía asegurar que el ser humano era avaricioso, interesado, injusto y muy rencoroso, por lo que, si había un animal que no mereciese mi confianza, posiblemente fuesen las propias personas, aunque me sabía necesitado, de alguna manera, de compañía de mi misma especie.
- ¿Y solo a ti? – pregunté divertido por la idea de que aquel frutal solo floreciese por agasajar a aquella jovencita que, en ese preciso instante, se dirigía hacia el árbol, acercándose hacia mí – Entonces debe de ser muy afortunada si tanto aprecio le tiene.
En su caminar, el reflejo del sol se imprimió sobre aquella pátina cobriza que era su cabello, reflejando de una manera espectacular e, indudablemente, atrayente. Mi percepción del mundo desapareció de nuevo, centrándose ahora exclusivamente sobre aquella ráfaga informe de color que se movía a mi lado a un ritmo que, si bien me pareciera incierto, se me antojara eterno luego hubiera recobrado el dominio de mi mismo apenas unos segundos después. Sin mayores aspavientos giré en cuanto pude hacia aquella muchacha que recogía uno de aquellos frutos rojos que se dispuso a dirigir hacia su boca, soltando el normal sonido que siempre produce tal acción, quizás basto, pero, sin embargo, siempre atrayente.
- Me llamo Anatol – me presenté sin dar más detalles de mi mismo, solo intentando ser cortés, quizás intentando expiar la broma que acababa de hacer, la cual algunos hubieran tildado como ”a su costa”
Cogí aire profundamente, imitándola al iniciar también un caminar, aunque el mío más bien se pareciese a un vago deambular sin demasiado sentido o razón, siempre al amparo de las hojas de aquel manzano, sin demasiada intención de que el aún abrasador sol del mediodía otoñal hiciera efecto sobre mis mejillas, quizás tornándolas de un tono bermellón, algo que éste no había conseguido más que al comienzo del periodo estival.
- ¿Y solo a ti? – pregunté divertido por la idea de que aquel frutal solo floreciese por agasajar a aquella jovencita que, en ese preciso instante, se dirigía hacia el árbol, acercándose hacia mí – Entonces debe de ser muy afortunada si tanto aprecio le tiene.
En su caminar, el reflejo del sol se imprimió sobre aquella pátina cobriza que era su cabello, reflejando de una manera espectacular e, indudablemente, atrayente. Mi percepción del mundo desapareció de nuevo, centrándose ahora exclusivamente sobre aquella ráfaga informe de color que se movía a mi lado a un ritmo que, si bien me pareciera incierto, se me antojara eterno luego hubiera recobrado el dominio de mi mismo apenas unos segundos después. Sin mayores aspavientos giré en cuanto pude hacia aquella muchacha que recogía uno de aquellos frutos rojos que se dispuso a dirigir hacia su boca, soltando el normal sonido que siempre produce tal acción, quizás basto, pero, sin embargo, siempre atrayente.
- Me llamo Anatol – me presenté sin dar más detalles de mi mismo, solo intentando ser cortés, quizás intentando expiar la broma que acababa de hacer, la cual algunos hubieran tildado como ”a su costa”
Cogí aire profundamente, imitándola al iniciar también un caminar, aunque el mío más bien se pareciese a un vago deambular sin demasiado sentido o razón, siempre al amparo de las hojas de aquel manzano, sin demasiada intención de que el aún abrasador sol del mediodía otoñal hiciera efecto sobre mis mejillas, quizás tornándolas de un tono bermellón, algo que éste no había conseguido más que al comienzo del periodo estival.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Notó la diversión en su voz. Se reía de ella porque no la entendía, porque no compartía su visión del mundo y de las pertenencias. Y no era el primero que se reía de es, Rouge había soportado muchas burlas. Alzó la barbilla con cierto gesto desafiante.
-Por supuesto que lo soy, además me siento afortunada. Uno debería sentirse afortunado por las cosas que la naturaleza le ofrece.
¿Acaso él no se sentía afortunado por todo lo que le rodeaba? Sólo era necesario echar una ojeada alrededor para sentirse afortunado y agradecido: un cielo soleado, el suelo cubierto de verde y frutas y hortalizas maduras. La naturaleza nos entregaba demasiado y la gente sólo se preocupaba por colocar y señalar bien los límites de sus tierras. Incluso este hecho de señalar los límites había traído muchas disputas que habían terminado con derramamientos de sangre. Disputas que habían sido, en algunas ocasiones, por unos pocos centímetros.
Dio otro mordisco a la manzana, esta vez el mordisco fue algo violento y el sonido pareció retumbar en el silencioso campo. Rompió la carne de la manzana con los dientes delanteros y luego masticó con lentitud, aunque con un movimiento firme de mandíbulas. Se apoyó en el tronco del árbol y lo vio volverse hacia ella antes de presentarse con una elegancia que sorprendió a Rouge. Tenía los modales de un príncipe, pero sus ropas eran las de un mendigo.
-¿Anatol? –era un nombre extraño por allí, no se contuvo en hacer la siguiente pregunta-: ¿De dónde eres?
Había apreciado el leve acento desde el principio, pero había supuesto que se trataba de algún problema de dicción, muy típico en personas analfabetas de las clases bajas. Pero ahora su nombre le confirmaba que realmente ese joven no era original de Paris.
Lo siguió con la mirada mientras él se paseaba de un lado a otro bajo las hojas del manzano, con las manos cogidas detrás de la espalda y rostro de concentración. Volvió a morder la manzana mientras esperaba que le respondiese.
-Por supuesto que lo soy, además me siento afortunada. Uno debería sentirse afortunado por las cosas que la naturaleza le ofrece.
¿Acaso él no se sentía afortunado por todo lo que le rodeaba? Sólo era necesario echar una ojeada alrededor para sentirse afortunado y agradecido: un cielo soleado, el suelo cubierto de verde y frutas y hortalizas maduras. La naturaleza nos entregaba demasiado y la gente sólo se preocupaba por colocar y señalar bien los límites de sus tierras. Incluso este hecho de señalar los límites había traído muchas disputas que habían terminado con derramamientos de sangre. Disputas que habían sido, en algunas ocasiones, por unos pocos centímetros.
Dio otro mordisco a la manzana, esta vez el mordisco fue algo violento y el sonido pareció retumbar en el silencioso campo. Rompió la carne de la manzana con los dientes delanteros y luego masticó con lentitud, aunque con un movimiento firme de mandíbulas. Se apoyó en el tronco del árbol y lo vio volverse hacia ella antes de presentarse con una elegancia que sorprendió a Rouge. Tenía los modales de un príncipe, pero sus ropas eran las de un mendigo.
-¿Anatol? –era un nombre extraño por allí, no se contuvo en hacer la siguiente pregunta-: ¿De dónde eres?
Había apreciado el leve acento desde el principio, pero había supuesto que se trataba de algún problema de dicción, muy típico en personas analfabetas de las clases bajas. Pero ahora su nombre le confirmaba que realmente ese joven no era original de Paris.
Lo siguió con la mirada mientras él se paseaba de un lado a otro bajo las hojas del manzano, con las manos cogidas detrás de la espalda y rostro de concentración. Volvió a morder la manzana mientras esperaba que le respondiese.
Rouge- Gitano
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Fecha de inscripción : 24/06/2010
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Su reacción ante mi broma fue la de mostrarse a la defensiva, quizás queriendo no ser objeto de sorna o, simplemente, protegiendo su opinión respecto a lo que nos rodeaba. Sí, bien sabía que en el mundo había gente que prefería una sociedad sin propiedades, sin el suplicio de tener que contemplar como algunos, bien por suerte o por méritos, poseían ingentes cantidades de tierras y efectivos almacenándose en bancos, mientras que muchos otros debían conformarse por soportar pesadas tareas para poder llevar a casa un pan que, en la mayoría de los casos, podría considerarse insuficiente. No eran pocos los que había conocido arruinarse a causa de las deudas y de los créditos contraídos con los usureros, oficio en la que la avaricia era una plaga muy extendida y en el que, en gran parte de Europa, habían triunfado los judíos, que bien hubo de llevarles a la desgracia en algunos países, como en la Castilla de hacía varios siglos atrás, cuando tal reino aún gozaba de independencia y nombre propio. Bien era sabido que, allí donde la belleza y la riqueza residiera, era muy propenso que, tarde o temprano, los celos y la codicia terminaran por hacer aparecer la desgracia, la violencia y el llanto.
Sea como fuera, mi intención no había sido la de tratar a nuestro entorno como una mera propiedad sin vida, aunque bien sabía que en mi vida tenía que tener prioridades y, precisamente, la de proteger nuestro derredor no era una de las principales. Por desgracia ya no podía dedicarme sencillamente a la vida contemplativa y debía luchar día a día para comer y que a los restos de mi familia no les faltara nada o, mejor dicho, que les faltara lo menos posible. Era lejano el sueño de que, en una tarde de invierno nos llegase una misiva diciéndonos que, por algún revés del destino, el zar reinante, hijo del que nos expulsara, expiara la tamaña falta de mi hermano y que, por gracia de Dios, nos dejase regresar a la Madre Patria, justo para ver florecer los manzanos que rodearan nuestra finca en Smolensk. De una u otra manera, mis esperanzas quedaban relegadas a un alejado rincón, rodeadas de un alto muro formado de desconfianza.
Mis ojos se desplazaban por el claro cielo, cargado de pinceladas blanquecinas que bien formaran o desdibujaran las abundantes nubes del cielo. Algún pájaro planeaba por aquellas alturas, alejadas de la pobreza que invadía el mundo terrenal, más cerca de un Dios que, en la mayoría de los casos, parecía haber dado la espalda al mundo, cansado de la insolencia y los pecados de sus hijos. Tras de mí, la suave aunque firme voz de aquella chica volvió a sonar, pero, para mi sorpresa, no para contestar con su nombre, si no para hacerme saber de que se había percatado de que no pertenecía por aquellos lares. Sin duda mi acento, rudo a veces y sin pulir, a pesar de mi larga estancia en tierra gala, me había delatado, pero el nombre parecía ser el detonante de aquella pregunta. Suspiré. No muchos tenían aprecio a mis compatriotas, lo cierto era que no hacía mucho que las tropas rusas habían ocupado la ciudad parisina, a causa de las guerras napoleónicas, y eso no despertaba muchas simpatías hacia a la gente como yo, por muy expatriado que yo fuera.
- San Petersburgo. Rusia – intenté explicarme, sin querer rechazar su pregunta o mentir, cargando mi voz de ese tono de queda que indicaba reserva, preparándome para una mirada de desagrado. Lo cierto era que un buen número de personas no hubiera sabido cuál era mi procedencia si me hubiese limitado a indicar el nombre de mi ciudad, pues el analfabetismo reinaba en los mundos por los que, quisiera o no, tenía que moverme. Ciertamente, pudiera haber sido algo que me hubiera gustado cambiar o paliar, pero tenía demasiadas preocupaciones cuidando de mi madre y de mi hermana como para dedicarme a los demás. Lo primero eran los míos.
Sea como fuera, mi intención no había sido la de tratar a nuestro entorno como una mera propiedad sin vida, aunque bien sabía que en mi vida tenía que tener prioridades y, precisamente, la de proteger nuestro derredor no era una de las principales. Por desgracia ya no podía dedicarme sencillamente a la vida contemplativa y debía luchar día a día para comer y que a los restos de mi familia no les faltara nada o, mejor dicho, que les faltara lo menos posible. Era lejano el sueño de que, en una tarde de invierno nos llegase una misiva diciéndonos que, por algún revés del destino, el zar reinante, hijo del que nos expulsara, expiara la tamaña falta de mi hermano y que, por gracia de Dios, nos dejase regresar a la Madre Patria, justo para ver florecer los manzanos que rodearan nuestra finca en Smolensk. De una u otra manera, mis esperanzas quedaban relegadas a un alejado rincón, rodeadas de un alto muro formado de desconfianza.
Mis ojos se desplazaban por el claro cielo, cargado de pinceladas blanquecinas que bien formaran o desdibujaran las abundantes nubes del cielo. Algún pájaro planeaba por aquellas alturas, alejadas de la pobreza que invadía el mundo terrenal, más cerca de un Dios que, en la mayoría de los casos, parecía haber dado la espalda al mundo, cansado de la insolencia y los pecados de sus hijos. Tras de mí, la suave aunque firme voz de aquella chica volvió a sonar, pero, para mi sorpresa, no para contestar con su nombre, si no para hacerme saber de que se había percatado de que no pertenecía por aquellos lares. Sin duda mi acento, rudo a veces y sin pulir, a pesar de mi larga estancia en tierra gala, me había delatado, pero el nombre parecía ser el detonante de aquella pregunta. Suspiré. No muchos tenían aprecio a mis compatriotas, lo cierto era que no hacía mucho que las tropas rusas habían ocupado la ciudad parisina, a causa de las guerras napoleónicas, y eso no despertaba muchas simpatías hacia a la gente como yo, por muy expatriado que yo fuera.
- San Petersburgo. Rusia – intenté explicarme, sin querer rechazar su pregunta o mentir, cargando mi voz de ese tono de queda que indicaba reserva, preparándome para una mirada de desagrado. Lo cierto era que un buen número de personas no hubiera sabido cuál era mi procedencia si me hubiese limitado a indicar el nombre de mi ciudad, pues el analfabetismo reinaba en los mundos por los que, quisiera o no, tenía que moverme. Ciertamente, pudiera haber sido algo que me hubiera gustado cambiar o paliar, pero tenía demasiadas preocupaciones cuidando de mi madre y de mi hermana como para dedicarme a los demás. Lo primero eran los míos.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Abrió la boca y frunció los labios en una pequeña O cuando escuchó su respuesta. Nunca hubiese imaginado que vendría de tan lejos. Se acercó de nuevo a él y lo estudió de cerca, intentando encontrar algo en aquel joven que lo hiciese diferente.
-Ruso... -susurró-. ¿Qué hace un ruso en francia? -funció las cejas pelirrojas hasta que casi se juntaron sobre el puente de la nariz. Era conciente de que estaba haciendo muchas preguntas que, además, eran demasiado personales. No eran el tipo de preguntas que le haces a alguien nada más conocerle. Pero Rouge no se regía por órdenes ni modales establecidos. La única educación que había recibido era la que los gitanos habían podido y sabido darle.
Terminó de mordisquear la manzana y lanzó el corazón al suelo, a varios metros de dónde se encontraban. Sabían que aquel corazón de manzana podía servir a la tierra o algún que otro animal.
-Ruso... -susurró-. ¿Qué hace un ruso en francia? -funció las cejas pelirrojas hasta que casi se juntaron sobre el puente de la nariz. Era conciente de que estaba haciendo muchas preguntas que, además, eran demasiado personales. No eran el tipo de preguntas que le haces a alguien nada más conocerle. Pero Rouge no se regía por órdenes ni modales establecidos. La única educación que había recibido era la que los gitanos habían podido y sabido darle.
Terminó de mordisquear la manzana y lanzó el corazón al suelo, a varios metros de dónde se encontraban. Sabían que aquel corazón de manzana podía servir a la tierra o algún que otro animal.
Rouge- Gitano
- Mensajes : 215
Fecha de inscripción : 24/06/2010
Re: Hurto de manzanas [Anatol K. Trubetzkoy]
Aquella muchacha de cabellos ígneos se sorprendió, al parecer, por la procedencia del joven o, al menos, eso es lo que quiso ver Anatol, esperando que no le desagradara el hecho de que fuese ruso. De todas formas, de haber sido así, al chico no le hubiera perturbado realmente.
- No estoy aquí de visita – le contestó, algo reacio a revelarle mucho más. Lo cierto era que al muchacho no le gustaba demasiado hablar de su pasado y orígenes, como si, en parte, se sintiera avergonzado de haber perdido sumamente tanto, a pesar de no haber sido realmente su culpa, o de ser un príncipe ruso exiliado, miembro de una de las familias con mayor prestigio y renombre de toda Rusia, y sin tener apenas dinero para comer decentemente todos los días del mes -. ¿Debo suponer que la señorita es de París, entonces? – preguntó, intentando desviar la conversación hacia un terreno menos desagradable para el chico
El muchacho, entonces, mientras esperaba respuesta, volvió al completo amparo del árbol, llegando hasta el tronco, donde apoyó levemente su espalda, sintiendo la rugosidad de la corteza clavándosele contra su piel a través de la ropa.
- No estoy aquí de visita – le contestó, algo reacio a revelarle mucho más. Lo cierto era que al muchacho no le gustaba demasiado hablar de su pasado y orígenes, como si, en parte, se sintiera avergonzado de haber perdido sumamente tanto, a pesar de no haber sido realmente su culpa, o de ser un príncipe ruso exiliado, miembro de una de las familias con mayor prestigio y renombre de toda Rusia, y sin tener apenas dinero para comer decentemente todos los días del mes -. ¿Debo suponer que la señorita es de París, entonces? – preguntó, intentando desviar la conversación hacia un terreno menos desagradable para el chico
El muchacho, entonces, mientras esperaba respuesta, volvió al completo amparo del árbol, llegando hasta el tronco, donde apoyó levemente su espalda, sintiendo la rugosidad de la corteza clavándosele contra su piel a través de la ropa.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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