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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yulianna Fiódorovna Mar Abr 19, 2011 9:01 am

23:00. Noche oscura. Perdida. Temerosa. Sola.

Caída la noche de París todo puede pasar, pero Yulianna Fiódorovna Osolin no imaginó que el peligro la fuese a perseguir después de la estupenda velada que acababa de tener.

A las 20:00, había estado cenando en uno de los mejores restaurantes parisinos, rodeada de gente agradable. Algunos nobles, también la alta burguesía, e incluso miembros de la realeza. Todo era perfecto. Gente vestida de gala, bebidas, y lo mejor de todo, muchas damas vestidas con artículos de la empresa de nuestra protagonista. Vestidos fabulosos, valorados en mucho dinero, que en esa noche acompañaban a las mejores damas de París. Orgullosa. Así se sentía ella.

Bebida, comida, y mucha gente. La combinación perfecta, además de la música clásica que los acompañaba. Piano, violín y arpa.

Yulianna bebió y rió como hacía mucho tiempo que no hacía. Una velada perfecta, pero empezaba a agobiarse, así que decidió salir de allí y para su sorpresa se encontró con un muchacho. Él aún no la había visto. Estaban en la terraza. Tenía un violín, y lo estaba tocando. Pero solo. ¿Por qué no entraba dentro? Quizás al ver a tanta gente la vergüenza le había podido. Yulia no lo sabía, pero no le quiso molestar. Salió de allí y volvió a entrar. No podía esconderse y tampoco huir. Así que decidió quedarse al lado de la puerta del balcón. Disfrutando de la música del joven. Ella, pensativa, se dio cuenta de que jamás habían coincidido. A decir verdad, ella solo sabía de él que era un estupendo músico, que tocaba el violín como los ángeles.

Tiempo después, tras el aperitivo, y en el descanso de los músicos, ella ordenó que le llevasen una copa de buen vino y algo de comer a todo el equipo. Sin duda lo agradecerían, pero hay algo que destacar. El chico entonces entró, y pareció darse cuenta de que todo el vino era tinto, menos el suyo, que era blanco. El preferido de Yulianna, y que ella tomaba. Lo mandó hacer así para que se diese cuenta de que se había fijado en él. Le sonrió y la velada continuó.

Antes de irse, Yulianna iba a coger su coche de caballos. Pero antes se volvió en busca del joven. No había ni rastro. Decepcionada continuó su camino. No estaba interesado. Ni lo más mínimo. Pero justo antes de montar en su coche, un vagabundo pasó y le robó la capa que esta noche ella llevaba. Era de gran valor, y sin duda la vendería en el mercado, y eso ella no lo permitiría. Así que, sin pensárselo dos veces, echó a correr detrás de él. Lo persiguió por la calle, pero no logró alcanzarlo, seguramente por el calzado que ella llevaba. Se dio por vencida, pero cuando se quiso dar cuenta...

Algo pasaba. Otro hombre se acercaba a Yulianna. Iba armado. La cogió y esta no pudo oponer resistencia. La llevó contra la pared, y ella, asqueada, le arañó la cara con todas sus fuerzas para que se apartase, pero este se acercó para besarla. Ella gritó. Como nunca había hecho. No podía pasarle eso a ella. No. Definitivamente se negaba. Respiró profundamente y con las fuerzas que le quedaban, le golpeó en sus partes nobles, haciendo que las rodillas de ese hombre andrajoso se doblaran. Se disponía a correr cuando frenó en seco. Alguien la llamaba. "Señorita". Decían, y segura estaba de que no se trataba del hombre que minutos antes la acosaba, sino de otro chico. Era una voz de hombre. Y cuando se dio la vuelta, el vagabundo no estaba, pero sí otra persona. Alguien que jamás habría esperado encontrarse en esa situación, y que llevaba su capa en brazos. No se trataba de otro, sino de el violinista.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Jue Jun 09, 2011 11:00 am

La vida es dura, difícil, un largo camino lleno de esfuerzo diario; esas palabras, con variaciones, habían llegado repetidas veces a los oídos de Anatol K. Torbinskiy, un pobre chico de aspecto sereno y con un extraño acento que le delataba como extranjero, cuya impasible mirada escondía una melancolía que negaba aquellas declaraciones. No toda vida era tan complicada como el día a día del pueblo de París; lejos, al otro lado del continente, las grandes familias de la alta nobleza gozaban de privilegios que los aristócratas franceses sólo podían imaginar. Y allí, en aquellos extensos y, a veces, fríos lares había crecido el muchacho, hasta la temprana juventud, colmado de lujos y buenas compañías; lugar de donde había sido arrancado para terminar en aquel país galo. Sin embargo, el ruso no se regocijaba en la pena y en la propia compasión, no como hubiere hecho en los meses inmediatos a su exilio, sino que trabajaba por recuperar lo que, por derecho le correspondía, un derecho que había quedado manchado por lo mismo que se lo garantizaba: la familia, la valía de su apellido y el honor. Pero a veces pensaba que la vida se ocupaba de procurarle demasiadas trabas para lograr su objetivo y, en los últimos tiempos, todo aquello se recogía en un único nombre: Andrei. Por eso esa noche había vuelto al modesto edificio que hacía las veces de su hogar antes de que el cambiaformas regresara y se había marchado de inmediato, con un bulto bajo su chaqueta. Tras una caminata de largos minutos, terminó llegando a una zona más pudiente de la capital, y se dispuso buscar algún punto donde pudiera esconderse, lejos de miradas ajenas, y encontrar la ansiada soledad que sabía que no encontraría en casa; no en esta ocasión.

Las desgastadas cerdas del arco chocaron contra las cuerdas que se tensaban sobre el instrumento, recorriendo el diapasón para llegar al cordal. La chiarriante, aunque suave, vibración que surgió comenzó a articularse en una improvisada melodía que, más que sonar, hablaba por el chico, gritaba por él, y eso se reflejaba en su cuerpo. Así, sus trabajados músculos se movían al son de la música, se unían a aquella fiesta en la que la alegría y el jolgorio habían sido sustituidos por la angustia y el dolor que hacía el no lograr comprender una serie de razones sobre las que no se consideraba con derecho a preguntar. Era aquello, esos exagerados movimientos de los que él no era dueño, lo que le provocaba tamaño bochorno desde su temprana niñez, y no era otra la del infructífero intento de evasión de la sociedad. Una vez hubo terminado de tocar, el silencio se apoderó del lugar, o al menos en lo que respectaba a lo que escuchaba el chico, al tiempo que sus ojos seguían sumidos en la oscuridad que garantizaban sus húmedos párpados. El chico los terminó abriendo, recuperando la mirada altiva y segura, casi desafiante de la que borró todo rastro de las pocas lágrimas que había derramado. Luego, se dispuso a regresar de vuelta al mundo, a su hogar, aunque antes decidió comprar algo para cenar con el poco dinero que llevaba allí. Escogió el primer restaurante que vio y eligió mal; el interior, ostentoso, a juego con la gente que lo llenaba. Anatol se dispuso a dar media vuelta cuando fue arrastrado a ”una bebida para los músicos”; se sintió perdido durante los segundos en los que el miedo de que alguien le hubiese visto atenazaba su corazón, tiempo tras el cual fue demasiado tarde declinar la oferta. El chico llevó la copa de fino cristal a sus labios para dejar el vino llegar a su garganta, el mejor que tomaba desde que había abandonado Rusia.

________________________________________________________

Dos horas después de aquello, Anatol aún seguía en la calle; aquel pequeño contratiempo le había disuadido de regresar con Andrei, al menos no por el momento. Sabía que no debía exponerse de aquella manera, o más bien exponer a su preciado violín, pero a veces el ruso no tenía el suficiente ánimo para hacer caso a su instinto y, bien la razón, bien caprichos, se imponían; aquella era una de las pocas veces en la que lo segundo dominaba sus decisiones. El chico se encontraba sentado en el suelo, con la espalda contra un edificio, protegido por las sombras que el astro nocturno arrojaba sobre su presencia cuando escuchó el grito de una mujer ; Anatol apartó la mirada para encontrarse a un hombre corriendo y alejándose de la mujer que lo perseguía acusándolo, al parecer, de haberle robado. A Anatol no le hubiese gustado que le llamasen como tal, pero, en cierta medida, se veía obligado a actuar de manera, en cierta medida, ”valiente”. El entrenado cuerpo del ruso se unió a la persecución y, más acostumbrado al esfuerzo físico, terminó alcanzando al hombre. La capa que llevaba en sus manos sin duda era de mujer y demasiado lujosa para aquel desgreñado pelo y esas ennegrecidas manos, bastante peor que las suyas, que no estaban precisamente en sus mejores momentos. Arriesgándose a equivocarse, el chico forzó al pordiosero a entregarle la prenda y se dispuso a dar media vuelta, donde no encontró ni rastro de la mujer. Sea como fuere, no podía darse por vencido, así que se dispuso a ir en su búsqueda. No tardó en dar con ella corriendo en dirección contraria. Anatol la llamó.

- Mademoiselle! – repitió en su, ni por asomo, perfecto ruso, alcanzando a la mujer y con la capa volando tras su ligero trote - ¿Es esto suyo? – preguntó él, sin llegar a sonreír, pero guardando una distancia respetuosa para no asustar a la rubia fémina más de lo que ya debía estar. Fue entonces cuando escuchó una segunda voz que, ni por timbre ni por procedencia, podían pertenecerle a ella:

- Lo pagarás caro, fulana – era una agria voz de hombre que denotaba enfado. Anatol se giró hacia el origen de la misma. El hombre se acercó, parando al verle a él -. Apártate de ella; no te metas donde no te llaman – le advirtió

- No está sola – sólo expuso lo obvio, con aquel deje que, seguramente, restaba algo de fuerza a su recia voz

- ¡Oh! Creo que eso puedo verlo – dijo con un tono que denotaba una punzante sorna -, por suerte no es la única con compañía

El hombre mostró la corta vaina de una afilada navaja que refulgió a la blanquecina luz de la luna a lo que Anatol contestó con un ceño fruncido. ”Se acabaron las heroicidades por hoy” pensó él antes de gritar a la mujer que corriese para, seguidamente, hacerlo él mismo. El muchacho era visiblemente más fuerte que el vagabundo, pero prefería no arriesgarse a salir herido si podía salir herido; al menos en aquella ocasión.
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Mensaje por Yulianna Fiódorovna Sáb Jun 11, 2011 3:28 pm

Yulianna miró a su acosador, a poca distancia de ella, y también del jóven, que se encontraba en frente de ella. Con la capa en sus brazos. Ella no se paró a agradecerle nada, tampoco dijo su nombre, y mucho menos le preguntó el suyo. No. Ella ahora no podía perder tiempo; ni un minuto. Solo podía correr. Huir. Empezar otro día nuevo. Ese había sido un infierno. Entonces se dispuso a marcharse, pero pensó que aquel chico que la observaba con sus grandes ojos se merecía agradecimiento. Pero eso sería después.

Corrió. Mucho. Como nunca había echo. Levantó su vestido y le indicó al joven con la cabeza que la siguiera. Aquel era un lugar peligroso. Durante unos minutos que se hicieron eternos no pudo tan siquiera pararse a respirar aire puro. No podía parar. Esa zona era de las más conflictivas de París, y ella no quería correr más riesgos. No por hoy.

Pasó un charco, continuó corriendo por el callejón, miró para ver si la seguía solamente el joven, y al ver que así era corrió aún más, sintiéndose mucho más cansada que antes. No aguantaría mucho más, aunque posiblemente "su acompañante" si podría correr mucho más, pues tenía un cuerpo, por lo que había podido observar durante esos breves segundos que lo había tenido en frente, que era un chico con un cuerpo cuidado. Y... ¿podría ser ruso? No lo sabía, pero esa sería una gran coincidiencia, y si fuese de clase alta, quizás pudieran conocerse de antes. No lo sabía, no podía asegurarlo, pero si pertenecía a una familia importante Rusa... quizás la noche en la que el terror azotó su casa él estuviera allí, minutos antes, durante la fiesta pero... no lo sabía. Aunque le encantaría averiguarlo.

Continuaron hasta que vio algo de luz y entonces frenó en seco. Tomó la mano del joven y giró a la derecha. Irían a un restaurante, buscaría un refugio, claro... si él quería acompañarla, conocerla, aceptar sus disculpas por haberle causado molestias y quizás... ofrecerle vino de nuevo.

Entonces vio el cartel "Ma petite maison". Era un lugar que marcaba la diferencia entre los callejones y el resto de la vida, mucho mejor, en París. No es que fuese muy muy muy elegante, ni muy muy muy exquisito o caro, ni mucho menos el mejor, pero era acogedor, y por fortuna, ella había estado allí antes.

Cuando estuvo en frente se percató de que nadie los seguía. Estaban a salvo, y ahora podrían descansar y comer algo.
Yulianna le miró y tomó ahora su brazo, sin preguntar, pero esperando no molestar o que el joven no tuviera nada que hacer.


-Soy Yulianna. -Dijo con su acento ruso y voz un tanto melosa.

Entró y vio el pequeño salón, con dos camareros amables y el dueño en la entrada. Si no se equivocaba su nombre era Jack. Un agradable señor de unos cuarenta años, con bigote y cabello canoso, que vestía traje, aunque no demasiado caro, pero todo había que decirlo, que el día de la boda de su única hija Lauren había comprado un hermoso y elegante traje en la tienda de Yulianna. Y es que si algo tenía ésta, eran conocidos e influencias. Había salido del agujero negro en el que se había visto envuelta ocho años antes. Ahora era otra.

Se sentaron en una acogedora mesa. Ella esperó que él lo hiciera, le sonrió y pidió vino tinto y agua. Necesitaba refrescarse. En breves momentos traerían la carta. Un tentempié no estaría mal.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Miér Jun 22, 2011 6:05 am

El muchacho notaba cómo el aire frío de invierno se inmiscuía en sus pulmones, pasando por la garganta, rozando sus paredes e irritándolas hasta casi llegar a hacerlas doler. Sin embargo, el chico no paró, dejó que sus piernas avanzaran por el barro de las estrechas calles de la capital gala mientras su ritmo se amoldaba al propio de la chica, más lento que el que pudiese haber llegado a alcanzar él sin no mucho más esfuerzo, causa indiscutible del duro trabajo de aquellos últimos cinco años. El hombre, por descontado, había aceptado el reto que suponía aquella persecución, aunque, debilitado a causa de la falta de una decente alimentación y del escaso trabajo físico, no lograba acortar la distancia que ya se había impuesto entre ambos dos grupos. La huida prosiguió por callejones que de los que el chico sólo tenía un vago recuerdo, si es que existía recuerdo alguno, dado que no solía frecuentar bastante aquella zona de la ciudad, con seguridad alejada de su lugar de residencia o de trabajo, por mucho que se encontrara igualmente a las crecientes afueras de París. Sin embargo, no mucho después, la mujer paró de golpe, sobresaltando al muchacho que ya se disponía a apremiarla por obviedades de la situación cuando, sin previo aviso, ella, eludiendo cualquier decoro, que en cualquier caso era algo secundario en aquel instante, cogió su mano y desvió su camino hacia algún lugar a su derecha. El chico no se opuso; difícilmente ella podría perderles más de lo que pudiera hacerlo él.

La lejana voz del hombre ya era tenuemente audible, y sus apresurados pasos chapoteando contra la húmeda tierra habían dejado de escucharse en la lejanía. Sea como fuere, aquella pudiente fémina de ojos claros y pelo de un claro dorado parecía no tener intención de dejarse alcanzar, o al menos encontrar, y pronto el ruso se vio atravesando la puerta de un restaurante en del cual jamás en sus años de estancia en la ciudad había tenido constancia. Pese a eso y al nuevo contacto que suponía que, esta vez, le cogiera del brazo, no se opuso.

El interior era modesto, algo que el ruso agradecía, pues los lugares ostentosos tenían la característica de hacerle recordar su pasado en Rusia y todo lo que había perdido, así como de hacer resurgir el orgullo herido de su familia, algo que le ponía de no demasiado buen humor y bastante a la defensiva. La pareja de desconocidos terminó sentándose en una mesa no muy alejada y ella pidió bebida sin preguntar; en realidad el muchacho estaba sediento, a causa de la carrera, y hambriento, por no haber cenado aún, pero no tenía demasiado dinero encima, como era costumbre.

- Yo me llamo Anatol – contestó tiempo a la mujer, algo después de que ella se hubiese presentado, en un francés que seguía denotando imperfecciones en cuanto a fonética; el acento de la mujer también se le había antojado algo extraño, pero el ruso prefería no sacar conclusiones precipitadas o mostrar algún comentario que ella pudiera entender como ofensivo, situación que él pretendía evitar -. Tome – intentó mostrar una pequeña sonrisa mientras alargaba un brazo para tenderle la lujosa capa que no mucho atrás había arrebatado a aquel que supuso como ladrón

El camarero entonces se acercó a ambos dos y les ofreció un trozo de cartón completado con una caligrafía que pretendía ser refinada, pero que mostraba la omisión de algunas reglas ortográficas, muestra indiscutible del analfabetismo reinante tanto allí como en cualquier lugar del Viejo o Nuevo Mundo. Sin embargo, Anatol hizo caso omiso de aquello y se dirigió directamente a los precios; no eran desorbitados, pero el muchacho prefirió decantarse por algo más barato. El chico necesitaba guardar dinero para alguna urgencia y no derrochar en demasía.

- Unas gachas de avena, s'il vous plait – pidió él con su voz grave y segura, casi como si pretendiese desafiar las prisas del tiempo con una dosis de calma y sosiego
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Mensaje por Yulianna Fiódorovna Mar Ago 16, 2011 10:34 am

Ambos perdieron de vista a aquel delincuente. Había sido una mala noche, un mal día, pero todo pasaba, así que no le dio mayor importancia y cuando al fin se vio a salvo, con buena compañía, en un lugar en el que no hacía frío, con bebida, una luz tenue y sobretodo algo de comer, se sintió reconfortada e inevitablemente tuvo que volver a sonreir.

Y aquel joven que sin rechistar había aceptado cada movimiento que Yulianna había llevado a cabo, se encontraba ahora sentado en frente de ella. Parecía pensativo, pero era algo normal, pues de nuestra protagonista solo sabía el nombre, que tenía una mirada intensa, el cabello dorado y que no se dejaba intimidar por nadie. Y me atrevería a decir que él ya se había percatado de que ella era un tanto impulsiva, y me refiero a la manera de cogerle el brazo o de echar a correr tomando su mano. Pero ella era así. Inevitablemente siempre sería así. Y no era algo que le preocupara.

Entonces, al cabo de unos instantes y un trago de agua después, él dijo su extraño y bonito nombre: Anatol. Y Yulianna estaba segura, por su manera de hablar, de que ese chico era de su mismo país, es decir, de Rusia. Y cada vez que se encontraba a una persona de allí le entraban más ganas de regresar. ¿Cuándo sería el día? Esperaba que pronto. Pero no era momento de pensar en eso, sino en la comida.


-Es un placer haberle conocido hoy señor Anatol. -Dijo con total sinceridad.

-Sí. Traíganos eso y.... Hachis parmentier (gratinado de puré de patatas y carne picada), y Jamón de Bayona.... ah! No puedne faltar Acras de morue (buñuelos de bacalao) y de postre... Tarte Tatin. Dos raciones de cada, por favor. -Alzó la vista entonces encontrándose con los ojos de su acompañante. Le gustaría saber algo más de él, y aclarar algo.

-Anatol... ¿qué puedo saber de usted? -dijo con una tierna sonrisa. -Ahh... y espero que no le moleste que le invite yo... pues es lo mínimo que podría hacer. -Sonrió y sirvió vino para dos, esperando que le gustase.
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