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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Pierrot Quartermane Jue Feb 20, 2014 8:26 pm

Tarde o temprano sentirás la necesidad de reencontrarte con
personas que conociste cuando eras pequeño.

El día en que Pierrot nuevamente se encontraría con Frauke Neumann, finalmente había llegado. En sus cartas, ella le había pedido que fuera él quien eligiera el sitio donde lo harían, él había sugerido un restaurante pensando que, de ese modo, si el encuentro resultaba un poco incómodo por la cantidad de años que tenían sin verse, podrían disimularlo tomando la cena. Aunque eso no tenía por qué ocurrir. La conocía, ella lo conocía, y ambos eran personas agradables que se habían tenido mucho cariño y que a la fecha aseguraban sentirlo. Aún así, Pierrot se sentía nervioso, emocionado, sí, pero nervioso. La última vez que le había visto, él apenas estaba en la pubertad. No sabía qué opiniones o reacciones podría mostrar ella ahora que lo viera tan cambiado, convertido en un hombre y pretendiendo ser un aristócrata cuando toda su vida había sido un campesino. Se sentía un poco ridículo. ¿Qué opinaría de su nuevo corte de cabello? ¿Y de su ropa? ¿Le parecería demasiado extraño que le hablara tan formalmente, como le habían enseñado que debía hacer, en especial en presencia de una dama, o debía hablarle como había hecho en el pasado? No, aunque quisiera ya no podía. Se estaba acostumbrando a sus nuevos modales y en el fondo sabía que todos agradecían que los pusiera en práctica.

Llegó media hora antes al lugar de la cita porque no deseaba que ella se le adelantara y quedar como un impuntual. Fue recibido como el caballero que era y sentado en una mesa que quedaba junto a un balcón que mostraba una maravillosa vista de la ciudad. El clima era agradable; en resumen, todo parecía perfecto. Esperó pacientemente, y cuando visualizó a lo lejos la silueta de una mujer rubia, levantó la vista y entornó los ojos. El cabello rubio de la mujer, largo, ondulado y brillante, le caía en cascada sobre los hombros esbeltos. Estaba de espaldas y hablaba con el encargado de conducir a los clientes a sus mesas. Le dio un vuelco el corazón al reconocerla cuando ella giró un poco su cuerpo hasta quedar de lado. La claridad de la luna le iluminó el rostro y su cabello brilló. Poseía un hermoso perfil.  Era ella, de eso no había duda. Todo su cuerpo se estremeció y se le encogió el estómago cuando sus miradas se encontraron. Mientras ella se acercaba a su mesa, no podía dejar de mirarla. Sus enormes ojos azules, su piel pálida y suave, eran hipnóticos.

Señora Neumann… —pronunció completamente absorto en la belleza de la mujer, al mismo tiempo que con distraídos y torpes movimientos se ponía de pie dando un tropezón contra la mesa.

No supo qué más hacer, qué decir, estaba tan impresionado que no encontraba las palabras exactas, así que permaneció callado por temor a echar a perder el momento con algún comentario estúpido.

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Mensaje por Frauke Neumann Lun Mar 03, 2014 9:15 pm

La esposa de Horst Neumann llevaba aproximadamente unos cuatro meses en París. Su esposo, quien era un empresario importante no sólo en Londres, sino en el resto del mundo, la había enviado con la confianza puesta por completo en ella. Resultaba que sólo la dejó partir lejos de su hogar para transportar mercancía ilícita ¿Quién desconfiaría del equipaje de una mujer como ella? Las voces iban y venían de un lado a otro, todos conocían la fama de aquella mujer tan prestigiada, por eso todo salió como se había planeado. La rubia estaba experimentando la mejor etapa de su vida, lejos de aquel hombre que la maltrataba todo era perfecto, incluso se podría decir que le restaban años a su edad por la carencia de estrés experimentado todo ese tiempo. Sin aquella mirada inquisitiva de su señor esposo la vida le sonreía, tanto era así, que uno de sus sueños más grandes estaba por cumplir. Su pequeño Pierrot estaría frente a ella, y aunque nadie fuera como antes, la simple idea de poder abrazarlo de nuevo le mantuvo feliz.

Frauke Neumann había ido un día antes a recorrer la zona comercial, no sola, para nada, iba acompañada siempre de dos doncellas. Entre las tres terminaron por escoger un vestido de seda fina color arena, según la modista era lo último que había salido a la moda. La simple idea de ver a ese muchacho de nuevo la impulsaba a querer verse perfecta para él. La mujer no recordaba cuando había sido la última vez en esmerarse tanto en su arreglo. Con su esposo todo era por inercia, por mandado, no por placer. Por supuesto que era malo comparar las situaciones, incluso un insulto hacerlo con aquellas dos personas, sin embargo le era inevitable, su vida toda giraba en torno a ese hombre que decía ser su compañero hasta la muerte, cambiar de rumbo en el camino le resultaba cómo un respiro fresco en una mañana calurosa. Cuando el momento llegó, su corazón palpito acelerado.

Llegó de forma puntual. Su mirada recorría aquel ostentoso restaurante. No se sorprendió de la calidad del mismo, siempre supo que aquel pequeño niño llegaría lejos de alguna u otra manera. La mirada de Pierrot cuando era sólo un infante mostraba el hambre de tragarse al mundo. ¡Claro que tendría lo mejor! Él siempre se lo había merecido, por su corazón, por su valentía, por su coraje a la vida. Si su corazón se encontraba acelerado por el encuentro, en ese momento la dicha la abrazaba. ¡Que ganas de volver a verlo! Impaciente, pero sin perder la delicadeza de sus movimientos, y aquella elegancia bien aprendida desde la cuna, la señora de Neumann caminó a paso decidido hasta la mesa indicada. Parpadeó al notar al atractivo hombre que tenía enfrente. Aquello si que era una sorpresa, en sus recuerdos se encontraba el niño al que le leía cuentos a escondidas.

Pierrot... — Susurró con un amor que sólo le había entregado de esa manera a su pequeño Hunter, a diferencia del rubio que andaba de misión por París, con el castaño sintió deseos de rodear su cuello, atraerlo, acariciar su rostro y darse cuenta que no era un sueño, sino alguien real. No lo hizo, se mantuvo tan perfecta cómo la esposa trofeo que fue desde el momento que contrajo nupcias. — Disculpe mi atrevimiento, joven Quartermane, fue sólo un desliz, la emoción de está vieja al ver a una persona querida, extrañada — Tomó las puntas de su vestido y efectuó una reverencia. El joven le movió la silla y ambos se sentaron para compartir la mesa.

Frauke se quedó un momento en silencio. Se atrevió a observar cada detalle perfecto e imperfecto del rostro masculino. La vida dura que el joven tuvo le había pasado factura, no se trataba de recordar aquello que pudiera causarle vergüenza, sino un orgullo de haber llegado a ese momento. Se sorprendió de lo bien cortado de su cabello, de su rostro limpio, de incluso las uñas limpias; se le contuvo el aliento en un par de ocasiones, sólo el mareo por la necesidad de aire en sus pulmones le recordó que debía hacerlo. Al final ladeo el rostro, su sonrisa se ensancho, y su corazón volvió a hablarle.

Tanto tiempo — Rompió el hielo quizás con las palabras más tontas dichas en su vida, pero era verdad, tanto era lo que había pasado, tantos fueron los años y ahí estaban. — En ninguna misiva me había dicho sobre su cambio tan brusco de vida, ni siquiera tuvo la oportunidad de pedirle un retrato, creo que este momento supera por completo mis expectativas, mi querido Pierrot, ya no eres mi pequeño, mírate, tan apuesto — Estiró sus manos para buscar una de las ajenas, la acunó entre las suyas y no dejaba de verlo con esa adoración guardada por el tiempo sin haberse visto.

Frauke Neumann sabía, que si la muerte llegaría al otro día, descansaría feliz después de aquel encuentro que tanto quería.


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Mensaje por Pierrot Quartermane Dom Abr 27, 2014 1:24 am

Cuando al fin fue capaz de reaccionar, jaló una silla para que la dama pudiera sentarse a la mesa. No dijo nada por un largo rato, sólo se dedicó a observarla con detenimiento, y a escuchar sus palabras. Lo que más logró fascinarlo, fue escuchar esa voz de nuevo, una voz que lo había alentado por tanto tiempo y que había callado por tantos años. Escucharla de nuevo, era una delicia para sus oídos. Escuchar esa voz era darse cuenta que no todo en la vida era desgracia y egoísmo, que también había cosas bellas; era como entrar de manera automática a otro mundo, uno mejor.    

Quince años han pasado desde entonces, para ser precisos —indicó Pierrot, muy pensativo—. Sí, supongo que he cambiado en todo este tiempo. Pero usted, usted sigue idéntica, tal y como la recuerdo.

Pierrot nunca imaginó llegar a sentirse tan extraño, pero así fue. No había nada malo con la señora Neumann, ella era perfecta, tan perfecta como su voz, tan perfecta como era capaz de recordarla. Todo se debía a algo dentro de él, al deseo incontenible de abrazarla que le carcomía por dentro. Verla allí, tan cerca y después de tantos años, lo remontó a su niñez y pubertad, a los momentos felices y llenos de paz que ella le había brindado, porque sí, esa señora elegante que jamás había tenido responsabilidad alguna para con él, era la autora de sus mejores recuerdos. Ella era sinónimo de calidez, de estabilidad, de consuelo. Ella, que había sido imposibilitada para tener hijos, le había tratado como uno, aunque, extrañamente, él jamás la había visto a ella como a una madre. Ella era algo más, ella era una amiga, la más entrañable.

No se deje engañar por lo que ve, señora Frauke, esto es sólo ropa y unos zapatos. En realidad… en realidad sigo siendo el mismo, el campesino que conoció y arropó por las noches. Uso esto tan solo porque ahora tengo un apellido que me obliga a guardar las apariencias… —comentó cuando notó cómo ella insistía en hablarle de usted, algo que lo hizo sentir un poco incómodo, todavía más extraño con la situación. Una mueca se dibujó en sus labios cuando recordó el apellido Quartermane, e irremediablemente al portador de éste, su hermano, Nigel, el que tanto lo despreciaba, el causante de que la noticia de al fin haber encontrado a su familia fuera sinónimo de amargura.

Se quedó en silencio mientras recordaba con pena y algo de rabia sus recientes —y muy desagradables— encuentros con su hermano gemelo y luego prosiguió.

¿Me recuerda? ¿Recuerda cómo era yo a esa edad? —Preguntó a Frauke de pronto, con un tono melancólico y de añoranza, algo que debió extrañarla—. Era muy ingenuo, pensaba que las cosas eran sencillas. Creía en esos cuentos de hadas de los libros que usted me leía. ¿Recuerda las veces que deseé que mi vida cambiara? Cada noche cerré mis ojos y rogué a Dios encontrar a mi familia. Es irónico, pero ahora daría lo que fuera por volver a esos años —sonrió, pero fue una risa amarga y sarcástica.


Cuando Pierrot sugirió a la señora Neumann llevar a cabo el reencuentro en un restaurant, él imaginó que hablarían de otras cosas, de lo que ella y su esposo habían hecho durante quince largos años, que tomarían la cena y reirían con divertidas anécdotas, y que al final de la velada, ambos se irían a casa con una alegre sensación en el alma. Pero, a cómo iban las cosas, parecía que sería completamente al revés, y era su culpa.

Perdóneme, por favor. Usted acude a mí con la promesa de una gran velada y yo la abrumo con mis tonterías. Lo lamento —se removió en la silla y enderezó la espalda, dando la impresión de haber despertado de ese extraño momento que lo había llevado a empezar semejante conversación. De pronto, pareció apenado—. Supongo que lo he hecho porque no había tenido la oportunidad de hablarlo con nadie y usted siempre me inspiró confianza. Pero, mejor hablemos de usted. Cuénteme, ¿qué ha sido del señor Neumann? ¿Por qué ha venido sola a París? No quiero ser entrometido, es sólo que me extraña y me intriga demasiado. Jamás se le separó un instante, ¿por qué la ha dejado viajar sola? —Mientras la cuestionaba, alzó su mano e hizo una seña al camarero para ordenar la cena. Ambos pidieron raviolis y él ordenó una botella de vino tinto para acompañar el delicioso platillo.

De un momento a otro, Pierrot ya no parecía el mismo. Cambió su humor, o mejor dicho, se obligó a sí mismo a hacerlo, si es que quería salvar ese reencuentro y hacer de él algo agradable. Lo que debió parecerle curioso a Frauke Neumann, es que Pierrot ya no era el muchacho tímido que anteriormente temía abrir la boca y prefería guardarse todos los cuestionamientos que le carcomían por dentro. Ahora, parecía mucho más seguro.


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Mensaje por Frauke Neumann Dom Mayo 18, 2014 9:45 pm

La mirada se le nubló unos instantes. Frauke tuvo que cerrar los ojos con fuerza para controlar las lagrimas que estaba a punto de derramar. Una dama cómo ella no podía ejecutar tremendas escenas bajo la mirada de las personas, sería una vergüenza grande para su marido, para ella misma, para el apellido que portaba, sin embargo le era inevitable ponerse así, sentirse abrumada por la felicidad que estaba experimentando. Hace tiempo se hizo a la idea de que su vida sólo sería una desgracia, que el estar casada con Horst era un castigo que debía cumplir, el tener frente a ella a una de las personas que más felicidad le había ocasionado le resultaba extraño. La felicidad volvía a su cuerpo, la esperanza revivía como esa braza caliente que quiere volver a convertirse en una gran llama cálida. Por eso y por más lo observaba con fascinación, con amor infinito, ese que guardaba sólo para él y Hunter.

¿Las apariencias? No es malo que vista de buena manera, no al menos cuando no olvida de donde viene, cuando el alma y el corazón son tan puros que los peligros no los lastiman. Lo dice como si le pesara su mejora, ¿tan malo fue darse cuenta de la realidad? — La mujer no entendía a la perfección lo que acontecía con la vida del joven. Desde hace mucho tiempo que las cartas que ellos se enviaban se resumían a pequeñas líneas para informarse seguían con vida, nunca fueron demasiados detalles, para la mujer del señor Neumann la cosa era simple, no deseaba acongojar al joven con sus problemas maritales, pero tampoco se le permitía escribir demasiado, porque todas sus cartas eran leídas antes de enviarse, su marido debía mantener toda su vida bajo secreto, todos sus movimientos turbios. Esos dos detalles eran las principales razones del porqué no le había dicho demasiado a su pequeño ahora grande Pierrot.

Ahora podemos el mismo idioma, puede entender lo que significa tener que luchar cada día para que la sociedad no lo tache ¿no es gracioso? Lo que un apellido y el dinero nos obliga a hacer, aunque tiene usted una gran ventaja, esa simple y clara, es hombre — Se encogió de hombros con elegancia, incluso su rostro cambió, mostró una sonrisa melancólica, esa llena de cobardía y resignación. Frauke tenía que convertirse todos los días en la esposa modelo, sólo cuando dormía se le permitía ser ella misma, porque cuando cerraba los ojos y conciliaba el sueño no hacía más que respirar, lo que seguramente su marido también controlaría si a los demás les permitiera entrar a casa mientras duermen.

Pierrot, el hecho de encontrar a tu familia y que no haya sido lo que esperabas, no quiere decir que sea menos importante o digna, eso lo debes de tener claro — Se atrevió a tutearlo porque el tema se encontraba en un grado más intimo. — La familia es lo que es, sin importar en que se hayan convertido, agradece que ahora no pasas hambre, y tampoco tienes que temer por enfermedades fuertes debido a tu falta economía para poder frenarlas, ve lo bueno, no lo malo, Dios te bendijo, acéptalo como es y conviértelo en tu propio cuento de hadas — Una copa de agua llegó a la mesa, Frauke Neumann remojó sus labios con suavidad para poder proseguir más cómoda con sus palabras. — ¿Recuerdas alguno? ¿Se te olvida que para todo final feliz existía un gran camino de desgracias? Quizás sigues en esa etapa, no dejes de soñar, mi amor — Estiró sus manos para tomar las ajenas, le era inevitable demostrarle su amor y sus ganas de alentarlo a disfrutar la vida, si ella no podía el tenía esperanza. Muchas cosas a su favor para poder alcanzar la felicidad.

¡Ay mi pequeño caballero — Suspiró en medio de sus palabras. — ¿Usted cree que estoy abrumada? ¿De verdad? No lo estoy, más bien me encuentro fascinada, ¡cómo ha cambiado! — No le soltó las manos, se las apretaba a cada palabra, emocionada, encantada, dispuesta a disfrutar la velada a cada instante — Nada de lamentos, por favor, deje de preocuparse, hable con tranquilidad y así seré feliz, dejándose llevar, como cuando niño, como cuando me abrazabas en medio de la nada sin importar que pudiera mi marido castigarnos — Una sonrisa radiante se dibujó en su rostro. — Podría empezar diciéndote la parte dulce de mi historia, que mi marido confía tanto en mi que me deja traerle parte de su negocio, que quería que yo me tomara un descanso de nuestra ciudad y pudiera comprar una casa para futuros descansos, ya estamos grandes, la edad poco a poco empezará a cobrarnos los años vividos, necesitamos lugares para poder relajarnos — Volvió a beber agua y de esa manera cortó el contacto, bajó las manos y las descansó sobre su regazo.

La realidad es que mi marido es peor que antes — No se iba a callar, no iba a mentir, no podía hacerlo, Frauke Neumann confiaba en ese joven que tenía enfrente, sabía que con él no corría riesgos — Uno de sus tantos negocios turbios, eso es lo que me trae aquí, es lo que le hizo desprenderse de mi, sabe bien que no puede hacerlo el mismo, y que nadie sospecharía de su "intachable" mujer, así que aquí estoy, cumpliendo, tenía también que ver unos papeles de una casa, eso es cierto, pero creo que tiene pendientes allá en los que no quiere que su mujer se entrometa, y que mejor que decir que le ha pagado un viaje a una de las ciudades más deseadas — Volvió a encogerse de hombros ¿qué otro gesto podría hacer? — ¿Se da cuenta que su familia no es peor que la mía? — Aquello era una pregunta, pero más bien ella lo aseguraba por completo.

Cambiando de tema a cosas más alegres ¿tienes alguna prometida? — La pregunta del millón. Lo que le interesaba era saber si en realidad él quería una familia, si estaba dispuesto a formar lo que tanto le había faltado y deseado. Frauke creía que Pierrot necesitaba de eso, de darse cuenta que podía formar la suya pese a todo lo malo que había vivido, le interesaba ayudarle a llegar a eso, a no volver a irse sabiendo que lo dejaría de nuevo sólo.


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Mensaje por Pierrot Quartermane Miér Jun 10, 2015 1:28 am

Oh, señora Neumann, he estado tan inmerso en todo lo relacionado a mi familia que debo admitir que no he tenido el tiempo suficiente para pensar en el amor —confesó, aunque en su voz no se notó rastro de pesar.

Él nunca había sido un muchacho enamoradizo, de hecho dudaba haberse enamorado a la fecha, no porque no le interesara encontrar una pareja, sencillamente porque no había conocido a la mujer indicada que le robara el corazón.

Durante un largo rato, Pierrot la observó y escuchó a la mujer, concentrado, embelesado, completamente fascinado con sus palabras. ¿Era posible la existencia de una mujer más perfecta que Frauke Neumann? Pierrot lo dudaba seriamente. Y, conforme el tiempo avanzaba rápidamente, sin que la pareja se percatara de ello, él más se convencía de ello. Ella lo poseía todo. Era inteligente, culta, educada, y además de poseer un gran corazón, era hermosa. Una dama en toda la expresión de la palabra. Él pudo notar en más de dos ocasiones hizo comentarios en los que hacía énfasis a su edad, tachándose de vieja, pero para Pierrot sus años no hacían más que sumarle virtudes a la mujer. En silencio se preguntó si ella realmente se sentía en desventaja por sus cuarenta años. Probablemente todo se debiera a Horst Neumann, su marido, pues no era ningún secreto para él –y para algunos pocos- que durante toda su vida matrimonial él se había dedicado a maltratarla, no solo físicamente, sino de manera psicológica, por lo que lo le resultaría nada extraño descubrir que la autoestima de la mujer se había dañado considerablemente gracias al hombre y sus crueles acciones. Para el muchacho la conducta de Horst era incomprensible. Jamás había entendido por qué se había ensañado así con su esposa, cuando ella se había esmerado en complacerlo en todos los aspectos durante todos esos años. Durante su estancia en la residencia de los Neumann, él jamás había presenciado de manera directa un enfrentamiento entre los esposos, pero muchas noches le había resultado difícil conciliar el sueño a causa de las ruidosas peleas provenientes de la casa de los Neumann. En ese entonces, él había sido tan solo un jovencito incapaz de hacer algo por Frauke, pero ahora que era mayor estaba seguro que de presenciar nuevamente un maltrato hacia la dama a la que tanto le debía, no dudaría en defenderla.

Ella aún no le había soltado las manos, así que él decidió devolverle el cariñoso gesto estrechándola fuertemente entre las suyas. Llevaba en los dedos algunas sortijas, pero la que más llamaba la atención era la argolla matrimonial que Frauke aún portaba, probablemente ya por pura obligación y sin ningún tipo de ilusión.

No quiero que me tache de entrometido pero, ¿por qué sigue permitiendo que su esposo la lastime? ¿Por qué no lo ha denunciado… o abandonado? —su sentido común le dio el aviso de que estaba yendo demasiado lejos con tan atrevidas sugerencias, y quizá era cierto, pero eso no lo detuvo—. ¿Cuánto tiempo más piensa seguir aguantando? No quiero imaginar el infierno que ha tenido que vivir a manos de ese hombre, pero lo que más me cuesta entender es por qué usted no ha hecho nada al respecto. ¿Tiene miedo… o lo sigue amando? No está sola, me tiene a mí —sus manos se afianzaron aún más a las ajenas en una clara señal de apoyo—. Aunque… si me dijera que sigue sintiendo algo por él después de todo lo que le ha hecho, aunque sería una magnífica explicación para justificar la permanencia a su lado, admito que me costaría aún más entenderla…

Pierrot la miró fijamente, sintiendo cómo su corazón se aceleraba, ante la espera de una respuesta que no sabía si realmente quería escuchar. Por un lado, necesitaba entenderla, pero por otro sabía que iba a sentirse realmente desilusionado si ella admitía poseer sentimientos por ese hombre que no se la merecía. ¿Era posible que la extraña sensación que lo invadía fuera una inesperada punzada de celos? Porque se le parecía mucho. Aunque sonara a una locura, quizá finalmente no le sería necesario buscar por más tiempo a la mujer que le robaría el corazón. Quizá la tenía enfrente. Después de todo, le había robado el corazón hacía mucho.


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Mensaje por Frauke Neumann Jue Jul 16, 2015 1:17 am

Para Frauke, las muestras de preocupación hacía ella no existían, o de existir sólo era por parte de sus sirvientes, y su hijo Hunter. No recordaba esa sensación de cuidadnos, interés, y aprecio. Su esposo se las ofreció contadas veces antes de casarse, y todo gracias a su plan para convertirla en su esposa. El frío el día disminuyó ante la sensación. A la altura de su pecho sintió como las brazas incrementaban. La esposa de Horst Neumann cerró por un momento los ojos. Se veía como sus labios hacían discretos movimientos, aunque no existió sonido alguno proveniente de ellos. En ese momento estaba realizando una pequeña oración; pequeña, breve, pero cargada de mucha fe. Agradecía por la oportunidad de volver a sentir aquello. Al finalizar no dudó en persignarse, y esa fue la única razón por la que tuvo que cortar el contacto entre sus manos entrelazadas.

Cuando abrió los ojos, notó la mirada intensa de Pierrot. Lo cierto es que jamás se cuestionó lo que sentía, aunque lo sabía, y mucho menos intentó llegar a alejar de su vida a Horst, eso último siempre lo deseó, sin embargo, nunca lo realizó. Y es que Frauke vivía bajó amenaza, no se trataba de sólo palabras que el viento se llevaba. La agresión del hombre existía, se la había mostrado por más de veinte años. La mujer comprendía porqué el joven se atrevía a hablar de aquella manera, con temas tan íntimos, como prohibidos. Quizás si los papeles estuvieran revertido ella haría lo mismo, claro, siempre y cuando ninguno de los presentes pudiera escuchar, y delatarla con el hombre que le dio su actual apellido. La desesperación apareció, y con ella el ambiente agradable se tornó ligeramente incomodo para ella.

Una dama debía ser agradecida con la vida, más aún cuando se le otorgaba un estatus tan elevado cómo la de una reina, y también ser discreta, jamás develar aquello que se encontraba dentro de su hogar.

Por un momento creí que habías conocido por completo a mi marido, pero acaba de recordar que te protegí lo suficiente para sólo ver aquello que era permitido para la salud de un niño. — Suspiró con discreción. Los hombros no debían perder la postura, sino aquello se vería despreocupado, y por lo consiguiente la dejarían cómo una mujer poco educada. — Su fortuna le amarra un poder elevado, se relaciona con gente tan sanguinaria que muchos ni siquiera lo imaginan, además, sino tiene socios o conocidos, existen quienes lo admiran, tienen respeto, o temen. — Mordió la parte interna de su labio inferior. La mujer creía estaba hablando demasiado deprisa, dejando salir muchos secretos. Lo que le dejaba tranquila era la falta de personas a sus alrededores. — Si yo hubiera pensando en escapar, no habría durado más de dos horas, me habrían encontrado, y su furia se incrementaría. El castigo podría ser letal — De sólo decirlo su piel se erizó. Estaba claro que la mujer le tenía miedo a su marido.

Intentando regularizar su respiración, dado que se escandalizó un poco, la mujer desvió su mirada de aquel par de ojos curiosos. Apreció los anillos de matrimonio que portaba. Demasiado pretenciosos, así como costosos. Estaba claro que Horst solo daría a su mujer algo que estuviera a su altura, no de ella, sino de él. De esa manera tendría dos cosas que presumir en una. La primera su hermosa, perfecta, y elegante mujer. La segunda el anillo, y con eso dejando en claro su poder adquisitivo. Un hombre cómo él no se andaba con rodeos. Claramente Pierrot no entendería el pensamiento del señor Neumann, no existía comparación alguna, y aunque en el joven existiera un poco de malicia, jamás se compararía.

¿Cómo decir lo que sentía? ¿Estaba permitido que una mujer develara sus sentimientos? ¿Sus deseos? Resultaba complicado, al menos para ella. Su vida no fue muy fácil con su marido, y veinte años a su lado se decía fácil, más había resultado todo lo contrario. Decir todo aquello en voz alta quizás la llevaría a una realidad desesperante. Porque una cosa era pensarlo, y otra totalmente distinta decirlo, hacerlo del conocimiento de alguien más.

Me acostumbré a él, Pierrot. — La costumbre era un estado complicado, incluso llegaba a deprimir, porque dejaba en claro la resignación de la persona ante sustitución. — Aprendí a vivir con él, con sus costumbres, manías, e ideas. Yo decidí casarme con él, me enamoré, incluso me ilusioné porque imaginé una vida distinta a su lado, una que él mismo me hizo creer que llegaría a existir. Cuando un hombre y una mujer se casan ante Dios, su unión debe ser para toda la vida, sólo existen casos contados en los que la iglesia permite la anulación, pero dado que Horst tiene relación con algunos líderes de la iglesia, pensarlo me lleva también a pensar que es imposible — Nunca hablaba demasiado, las mujeres debían ser prudentes, pero para su buena suerte su antiguo compañero de cuentos, estaba dispuesto a escuchar. Le había otorgado el permiso. La clase alta ignoraba las edades cuando se trataba de un hombre y una mujer. El protocolo seguía siendo el mismo, todo y aunque ella le llevara el doble de años. — No lo amo, creo que para nuestro segundo aniversario ya había dejado de amarlo — Estiró una mano para tomar su taza de té. Bebió unos cuantos sorbos discretos.

Deje de amarlo, aprendí a temerle, a ser prudente y a comportarme cómo se suponía debía de ser… — El rostro de la mujer cambió de tonalidad, en sus mejillas se podía apreciar el rosáceo de la vergüenza — Dejé de desearlo como hombre, pero también debía ser una buena amante — La señora Neumann se llevó una mano a la boca cubriéndola. Sintió que la ansia la consumía. Estaba comportándose como una verdadera indiscreta. Su descaro le costaría caro. Horst siempre se enteraba de todo. Estaba claro que sus ojos azulados se habían nublado, hacer escuchar sus tormentos le resultaba inquietante — Pero… Mi apuesto caballero, esta noche ha sido la mejor de todas, jamás imaginé volver a verte, eres una bendición. Contigo aprendí lo que es el verdadero amor — Lo decía en serio. Frauke había sentido demasiadas cosas por él cuando pequeño, y ahora al tenerlo de frente, sin importar la platica aterradora, las sensaciones se dispararon. — Ojalá Dios me hubiera bendecido con un hombre cómo tú. Los ojos son las puertas del alma, y los tuyos tienen escritos la bondad, el amor, la paz, y la alegría — Estiró su mano para acariciar la mejilla del muchacho.

Todo se detuvo, en ese momento sólo eran ellos dos.


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Mensaje por Pierrot Quartermane Lun Ago 03, 2015 2:23 am

Pierrot se hubiera mantenido sereno frente a Frauke el resto de la noche, si tan solo ella no hubiera ahondado tanto en el tema de su marido y los malos tratos que le daba. Enterarse de los detalles, lo hizo sentir tan irritado como pocas veces se había sentido. Y es que en el pasado, cuando Pierrot había creído que no era más que un humilde campesino sin familia, carente de un apellido, solía ser un muchacho tranquilo que raras veces se manifestaba en contra de algo o de alguien; se conducía por la vida como un ser en extremo pasivo. No obstante, desde que había llegado a París para descubrir sus orígenes y se había topado frente a frente con el desgraciado de su hermano gemelo, eso definitivamente había cambiado. Los constantes desprecios y humillaciones por parte de Nigel habían despertado en él una parte de sí mismo que no había conocido hasta hacía muy poco; había reaccionado, se había dado cuenta de que no podía permitir que nadie lo pisoteara, incluso si se trataba de su propia sangre. Con su carácter estaba demostrando que, en efecto, era un digno poseedor del apellido Quartermane, quizá mucho más que el propio Nigel.

Sin embargo, más que hacerle sentir molesto el tema de Neumann, era un tema que le resultaba doloroso. Ahora sabía por qué Frauke, algunas veces, se había mostrado nerviosa y asustada como una adolescente. Él siempre había sabido que su matrimonio no era el más feliz del mundo, siempre supo de los problemas entre ellos, porque era evidente, pero jamás se imaginó a qué grado habían llegado las cosas entre los esposos. La sonrisa se le borró de los labios y el corazón empezó a latirle más rápido. Sí, estaba consternado. Y si bien sabía que los problemas maritales eran de dos y lo correcto era no inmiscuirse, también se convenció a sí mismo de que no había alternativa y era su deber ayudarla. Eso era lo que quería, lo que su corazón le exigía. Todos sus sentidos despertaron de golpe y lo invadió un deseo superior de protegerla, algo que estaba mucho más allá del honor y la caballerosidad. En ese instante, mientras sujetaba con fervor las manos de la dama, Pierrot supo que no quería que Frauke regresara con Neumann, que la quería a su lado, para darle la maravillosa vida que por tantos años le habían negado y que tanto se merecía. Anhelaba cuidarla como ella alguna vez había hecho con él, alejarla de esa vida miserable. Deseaba verla sonreír, como antes, pero en serio; ver en sus labios una sonrisa que proviniera desde su alma, que la hiciera libre, completamente libre y feliz.

Pierrot la miró, y mientras intentaba recuperarse de su asombro, llegó a la conclusión de que ya tendría el tiempo suficiente para hablar de su futuro más delante y que debían ocuparse del presente. Pero, ¿cómo hacerlo? Horst era un hombre tan poderoso y tan peligroso que, en el momento en que el que se le enfrentaran, automáticamente pasarían a convertirse en dos ovejas en medio de un bosque infestado de lobos. Sin duda, debían ser valientes. Pero, mientras tanto, una nueva duda lo asaltó. Dudó un momento, porque en verdad temía escuchar la respuesta, pero finalmente prosiguió.

¿Alguna vez él… —hizo una breve pausa, no porque no encontrara las palabras adecuadas para formular la pregunta, sino porque sería un cuestionamiento demasiado directo— la agredió físicamente? ¿Él la golpea, Frauke? —pero ni siquiera fue necesario que la rubia abriera la boca para responder, sus bellos ojos, de mirada afligida y avergonzada, se lo dijeron todo—. ¡Dios! No puedo creer que él se haya atrevido a tanto. Es un desgraciado —negó con la cabeza, luego presionó sus manos aún más sobre las ajenas en una clara señal de apoyo, y se movió sobre la silla, de modo que pudo acercar su cuerpo y su rostro un poco más a la mujer, como si estuviera a punto de hacerle una confesión—. Déjelo. —Pronunció clara y llanamente—. Frauke, por favor, es preciso que lo haga. Yo la ayudaré. Jamás la encontrará, lo prometo, pero tiene que hacerlo. No puedo dejar que vuelva al lado de ese hombre que se ha dedicado por tantos años a hacerla miserable, no voy a permitirlo. Mi señora, no debe temer más. Sus días llenos de angustia terminaron. No más desdicha, Frauke. No más. Yo cuidaré de usted, lo juro.

El joven estaba tan cerca de la mujer, que era casi seguro que los cotilleos a cargo de los presentes se dispararían, pero no le importaba en absoluto.


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Mensaje por Frauke Neumann Sáb Oct 24, 2015 2:38 pm

¿Dejarlo? En más de una ocasión se cuestionó aquello, y olvidó la cuenta de las veces que de verdad quiso hacerlo, sin embargo habían varias cuestiones que se lo impedían. Para empezar Frauke había sido educada de una manera poco ortodoxa, aunque era la hija consentida de su padre, lo cierto es que aquel hombre profesaba la misma ideología de su marido, en más de una ocasión se dio cuenta de los maltratos que su madre tenía que pasar, pero la mujer, a pesar de ser alentada por sus hijos, siempre decía que debía aguantar, todo y gracias a ellos, aunque claro, había una gran diferencia, porque la esposa de Horst jamás había podido tener hijos. La idea de una separación siempre le resultó atractiva, pero parte de su educación también reflejaba una imagen social. ¿Qué diría de ella? En ese entonces le importaba demasiado lo que fueran a decir. Se había pasado toda la vida forjando su imagen, misma que recaía en la de una mujer respetable, segura, hermosa, feliz, y que cuidaba con recelo su hogar. Una imagen a seguir; toda una gran mentira.

Frauke siempre hablaba del ser impecable, y sin embargo ella era la que menos la ejercía. Para empezar mentía al decir que era la mujer más feliz del mundo; no lo era. Había incluso mentido en más de una ocasión por culpa de su esposo, y aunque estaba claro ella era un ser humano muy aparte de él, él no hacerlo le generaría grandes consecuencias. Ya se había cansado hace mucho tiempo de discutir, de recibir agresiones, de tener que llevar a cabo castigos, por eso se había rendido. Aceptar todo aquello que le habían mandado era lo más adecuado, y ella lo supo desde hace mucho tiempo, quizá por eso seguía con vida. Aprender a obedecer a un monstruo como su marido había sido la clave, y aunque dentro de su alma existía un aire rebelde, ese mismo chocaba contra la pared de lo que debía ser. En resumen había deseado demasiado poder salir de esa vida tan mala que tenía, pero nunca encontraba la manera o la escapatoria, así que prefería vivir en esa jaula de cristales que le habían otorgado. Algunas personas llegaban a tener destinos crueles, ella sabía que era su caso, y no podía hacer nada para cambiarlo. ¿O sí?

A la mujer no le importaba la cercanía de Pierrot, y es que no lo veía con morbo. Estaba confesando la realidad sobre sus hombros, nada era una mentira, y por eso no veía nada malo con aquellas acciones, aunque parecía que los demás sí. Invadida por la emoción del momento, la mujer se armó de valor y decidió simplemente atreverse a seguir así. La sociedad ya la había hecho mucho daño, hacer algo indebido por primera vez en su vida, no haría la diferencia, y la seguirían señalando.

Terminó por hacer una clara mueca de dolor. El joven Quartermane resultaba convincente, alguien que en sus ojos reflejaba la llama clara del compromiso, la decisión, y la verdad. Hace mucho tiempo ella no notaba aquello, claro, tomando en cuenta que se guiaba con bondad, no con la maldad, y mezquindad de su esposo. Era extraño ver patrones parecidos, aunque con enfoques distintos, por un extraño momento se espantó, pero no de mala manera, más bien porque sintió que por primera vez, la decisión podría hacer la diferencia, y su vida quizás tendría otro camino. Se sintió esperanzada.

Quiso poder otorgar algunas palabras, hacerle ver su punto de vista. Su interior resultaba un remolino, una especie de huracán que estaba destruyendo todo a su paso. Todo aquello que creía cimentado, bien colocado, y perfectamente aprendido. Frauke pensó entonces que las personas si podían llegar a tener dobles oportunidades, que quizá podían cambiar tanto como su entorno. Su fe siempre había sido ciega, todas las noches pedía a Dios ayuda, le imploraba que la rescatara de ese infierno personal. Fue ahí también que comprendió que todo lo que se realizaba en la tierra, se pagaba en la misma, aunque terminaba por cuestionarse eso también, tomando en cuenta que ella jamás había hecho una acción mala, por el contrario. Dios escuchaba, ayudaba, y quizá aunque no sentías su mano para moverte de sitio, lo que sí hacía era darte las herramientas, situaciones, y personas para salir del calvario que uno mismo aceptaba, y que no dejaba soltar. En resumidas palabras todo ese patrimonio había sido su culpa, y las consecuencias también, porque tenía la autonomía para poder salir adelante, y romper aquellas cadenas que tanto la lastimaron.

Cerró los unos escasos instantes, el calor que Pierrot poseía al hablar, parecía que se había instalado en su interior. Al volver a abrir los ojos, sonrió de oreja a oreja, más tranquila, sintiendo un poco de libertad emocional, y física, algo muy extraño, nunca experimentado.

La idea es más que conveniente, y no crea que no lo he considerado,  aunque creo que podría ser el momento, el lugar, y lo más indicado, no sería para nada difícil. ¿Alguna vez se cuestionó todo aquello que ese hombre hace? ¿El poder que tiene? ¿La cantidad de dinero y aliados que están de su lado? Es un hombre de cuidado, como lo sabes si yo soy quien tiene las consecuencias menos dolorosas, imagine su impacto, su magnitud y su alcance, es algo demasiado peligroso, él preferiría verme muerta a que lo dejara solo, sería un golpe muy bajo, y le seguro, mi apuesto caballero, su ira no descansaría, y como se imagina, no estoy dispuesta a ponerlo en riesgo — Dicho eso se separó, recargando su espalda en el respaldo de la silla. Debía borrar esas ideas nocivas de su interior. Era lo mejor para todo.

En parte tengo culpa ¿lo sabía? Como su esposa era mi deber entregarle un heredero, darle un hijo que siguiera con nuestro apellido. Nunca lo hice, y por supuesto el jamás habría dejado que adoptáramos a una criatura. ¡Imagina la vergüenza! — Dramatizó un poco. Sólo lo necesario para hacerle entender que no era broma. Decir las cosas resultaba muy sencillo, pero hacerlas resultaba un gran reto, y es por eso que Frauke no lo hacía, porque nunca antes se había enfrentado a algo así, y quizá tenía miedo de salir perdiendo, o peor aún, muerta.


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Mensaje por Pierrot Quartermane Miér Ago 10, 2016 12:37 am

Pierrot irguió los hombros e imitando a su compañera pegó la espalda al respaldo de su silla, estremeciéndose, sin poder evitarlo. Él preferiría verme muerta, había dicho ella, y la sola idea lo perturbó. Desde luego, lo creía capaz. En ningún momento le cruzó por la cabeza que Frauke estuviera exagerando. Por el contrario, quizá se quedara corta en su opinión respecto a Horst. Y es que durante el tiempo que Pierrot vivió en la casa de la pareja, allá en Inglaterra, si bien jamás se enteró de los negocios sucios de Neumann, porque él los manejó siempre con suma discreción, muchas cosas le habían parecido extrañas. Por ejemplo, el impacto que éste tenía sobre Frauke. Demasiadas veces se preguntó por qué la señora Neumann, que siempre fue risueña y gentil con él, parecía volverse otra persona completamente diferente, cuando su marido aparecía en escena. Era como si el imponente Horst Neumann acarrease consigo una gran nube gris que lo oscurecía todo. No solo era un hombre frío e indiferente, uno que jamás se molestó en disimular su menosprecio por él, sino que Pierrot siempre tuvo la ligera sospecha de que él verdaderamente no era un hombre bueno. Ahora, gracias a la confesión de Frauke, finalmente lo confirmaba.

Él no puede culparla por eso —replicó, indignado, alzando un poco la voz sin proponérselo. Le molestaba en demasía aquella opinión—. Si Dios no quiso que usted le diera hijos, seguramente es porque sabe el tipo de persona que es él. No se lo merece. Si no supo ser un buen esposo, ¿cree que hubiera sido un buen padre? Lo dudo. Es evidente que ese hombre no se preocupa por nadie más que por sí mismo —masculló, negando lentamente con la cabeza—. La naturaleza es sabia, señora —añadió con desprecio.

Pierrot la contempló un instante y cuando la vio desviar momentáneamente la mirada, se percató de que sus palabras, así como el tono de su voz, debieron resultarle demasiado duros. ¡Pero qué desconsiderado! Era más que evidente que el tema de la maternidad era algo que seguía afectado a Frauke, una vieja herida que probablemente nunca terminaría de cerrar.

Lo lamento, sé que esto también la afecta a usted —prosiguió, modulando el tono de su voz hasta adoptar uno mucho más mesurado—. Pero no debe culparse. Usted es una gran mujer, realmente extraordinaria. Su único error fue haber caído en las garras de ese desgraciado… y ni siquiera estoy seguro de que haya sido culpa suya —especuló y no necesitó que ella se lo confirmara para convencerse de ello—. Por suerte está aquí, conmigo. No importa lo que diga, yo no puedo permitir que usted regrese a su lado. Lo sabe, ¿verdad? No debe tener miedo. Ya no más, Frauke. Encontraremos la manera de librarla de él.

Durante el resto de la velada no se volvió a hablar del tema. Cenaron e intentaron hablar de otras cosas, pero de vez en cuando guardaban silencio, como reconsiderando el peligro en el que ambos se encontrarían. Aun así, Pierrot supo que nada le haría cambiar de opinión. A pesar de los riesgos, estaba determinado.


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Mensaje por Frauke Neumann Jue Sep 15, 2016 10:44 pm

Guardó silencio, se notaba nerviosa, en ocasiones volteaba hacía ambos lados vigilando a los presentes, intentando ver algún error que pudiera existir a su alrededor, sin embargo todo parecía normal, tranquilo, sin ninguna novedad. Debía de ser una mujer cautelosa, colocarse unos pasos adelante de su marido. Aunque no lo pareciera, siempre lo había estado, ¿por qué? Horst le había enseñado su verdadera naturaleza, lo que era capaz de hacer, su carácter tan voluble y poco tolerante, por su parte, ella sólo mostró debilidad, sumisión, nunca le dejó ver que era una mujer pensante, sumamente inteligente, y que tenía más aliados que enemigos, otro factor en contra de aquel hombre. A Frauke sólo le faltaba decisión, empuje y algunas manos que pudieran ser su guía; parte de su soporte. Se notaba que tenía miedo, que la zona de confort en la que había vivido fue su gran consuelo, pero también parte de su conformismo cruel. Llevaba 40 años viviendo mentiras, era momento de frenar aquello, sino la vida se le iría, y jamás regresaría. ¿Cuánto tiempo más debía de aguantar? ¿Cuantas lagrimas debían ser derramadas? Ya era suficiente, debía empezar a vivir nuevamente.

Dentro de su pecho pudo sentir cosquilleo. ¿Acaso Pierrot fue enviado de nueva cuenta por Dios a su vida? Siempre fue una mujer de fe. Nunca perdió aquella gran virtud, quizá por esa razón seguía de pie. No iba a dejarse caer en ese momento, no cuando la claridad había aparecido de un momento a otro. Se sintió contenta, con mucha esperanza, con ganas de gritarle al mundo que iba a ser libre, que podría llegar a hacer de su vida lo que quisiera, porque era suya, iba a ser dueña de sí misma. Ya no importaba la manera en que la sociedad la llegar a ver. ¿Su padre? Se encontraba muerto, no podría hacer más por ella, no se decepcionaría de su pequeña hija trofeo, debía rescatar todo lo que valía la pena.

Se puso de pie, se notaba el dramatismo en sus movimientos, pero también podía percibirse su alegría. La mujer jamás perdería la elegancia. Sin embargo ya nada importaba, esperó se pusiera de pie Pierrot, cuando lo hizo lo abrazó, pero no lo hizo como tiempo atrás, ni siquiera como al inicio de la velada, aquello era complice. No tenía nada que ver con el pasado, ya no se trataba de una señora buscando con desesperación la imagen de un hijo, se trataba de un hombre y una mujer que podían amarse a los ojos ajenos.

Sintió dicha.

La situación es complicada — Uno de sus trabajadores se acercó al gerente de aquel restaurante, él se encargó de pagar el consumo de la pareja, mientras que ellos avanzaban con los brazos entrelazados, aunque Frauke se notaba emocionada, también seguía estando cautelosa, no deseaba que nadie les escuchara y sus planes se cayeran. — Debemos contactar a Hunter, y a su vez a su prometida. El señor Neumann viene a la ciudad para darle fin a la vida de la joven, mi querido hijo se ha enamorado de ella, no podemos permitir que sufran, debemos dejar que sean tan felices como nosotros — Frente al restaurante ya se encontraba en carruaje que esperaba a la aún esposa de Horst Neumann.

Debo despedirme ya, no podemos levantar sospecha, mi esposo debe tenerme vigilada, pero espera noticias mías, tengo empleados que son amigos míos, darán la vida por mi, tanto como nosotros al ajeno — Le sonrió con dulzura — Un gusto haberlo visto de nuevo, pero más aún, un gusto saber que usted es parte de mi presente y mi nuevo futuro — Dio un beso cálido y cariñoso en la mejilla del chico antes de efectuar una hermosa reverencia — Hasta la próxima, mi adorado Pierrot — Dio la vuelta y se perdió en las calles parisinas.


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