En el mar de la tristeza, siempre hay un bote salvavidas.

Fue lo primero que se me vino a la mente unos días atrás cuando filosofaba un poco acerca de mi vida. Y lo pensé porque... sentía ahogarme en aquel basto mar, sin encontrar puerto donde mantenerme a salvo.Que nadaba a contra corriente, y que cada brazada que daba era en vano, porque siempre iba a permanecer en el mismo lugar y que iba a llegar el momento en que finalmente se minaran mis fuerzas, terminando por darme por vencido, e
irremediablemente ahogado.


Me sentía solo, y no porque lo estuviera realmente, todo lo contrario. Había fuertes marejadas tratando de llevarme hacia a la orilla, a la playa más cercana, pero que yo en la necesidad y en la necedad de aferrarme a un recuerdo doloroso, me negaba a ponerme a salvo, pensando que justamente mi destino era ser arrastrado hacia adentro, por un gigantesco remolino, pagando por cada uno de mis pecados.

Y lamentablemente me estaba dejando morir...

Por un momento, pensé en dejar de luchar por mi vida: Llévame contigo, merezco la peor de las suertes. La parca rondaba cerca, podía sentirla, incluso olerla... y yo trataba de abrazar su manto y que me llevara con ella, hacia donde el destino quisiera llevarme.

Fue entonces que - de algún lado y sin previo aviso- llego hasta a mí una pequeña barca. Pequeña, pero de madera fuerte y duradera. No supe como reaccionar al principio. ¿Por qué Dios me habría brindado su ayuda si merecía su castigo? Dudé en subirme, pero el instinto de supervivencia me olbligó a treparme en ella y así finalmente descansar. Dormí... y dormí. No sé por cuanto tiempo, pero cuando abrí los ojos, una gaviota me miraba con curiosidad. Me sobresalté pero no tuve miedo de ella. Desgraciadamente me percaté de que tenía lastimada su ala izquierda, y que de no brindarle mi ayuda, podría morir. La tomé con cuidado y la envolví en mi regazo tratando de darle calor.


-No te preocupes "arenita" - le llamé de inmediato a la Gaviota - Tú y yo navegaremos hasta la orilla. Llegaremos de algún modo. No hay remos y la brisa marina no empuja con fuerza, pero tu y yo encontraremos esa isla y una vez que pongamos un pie ahí y tú puedas volar, seremos libres por fin.


Pasaron algunos días, en donde los ánimos variaban en tonalidades, de azules a claros, de claros a oscuros y el sentimiento de abandono me consumía. ¿Es que acaso me habría salvado de morir ahogado, pero sucumbir ante la desesperanza y la hambruna? ¿Dios me estaba poniendo a prueba por segunda vez? ¿Dudaba de mi fe?. Entonces lloré, lloré como nunca en la vida había llorado. ¿Qué podía hacer? No podía quedarme ahí sentado y dejar morir a mi gaviota. Debía ser fuerte para ella, por mi amiga.


Con las últimas fuerzas que me quedaban, salté del bote y comencé a patalear, tratando de empujar la barca, pero sin ningún resultado. Entonces miré hacia el cielo azul y dije unas palabras:

-Ayúdame Dios a encontrar mi norte verdadero. Mamá no te olvides de mí...


El viento comenzó a soplar con fuerza y entonces  las olas crecieron varios empujando la barca hacia adelante. Como si una fuerza extraña y sobrenatural llevara la barca a buen resguardo. El empuje era fuerte, pero a la vez delicado, suave... perfecto. Las esperanzas volvieron a mi cuerpo y el deseo de vivir y comenzar de nuevo dibujaron una sonrisa en mi rostro de labios resecos.


"Arenita y yo todavía tenemos esperanzas"- pensé, no todo está perdido. Allá adelante, está nuestro destino.


Siento una mano tocando mi hombro. Me inquieto, pero no siento miedo. Sé que hay una presencia divina acompañándonos. Algún ser celestial que ha bajado a la tierra y en su infinita bondad nos hace compañía. Mis ojos se llenan de lágrimas, porque con el simple roce de su mano, me transmite paz y serenidad. Ése angel (asi lo he llamado yo) Nos ha acompañado durante las últimas siete días, noches y madrugadas. Nos ha escuchado y nos ha abrazado cuando más lo hemos necesitado. Ha tocado mi corazón y lo ha sanado con sus finos hilos de amor y sabiduría. Mi corazón ahora tiene una capa de acero indestructible, pero maleable. Ahora nadie entrará tan fácil, pero aquel que logre penetrar, no saldrá jamás.


El ángel ha señalado con la mano que el destino está próximo a llegar,que la isla está a pocos días de distancia. Con un ligero asentimiento de cabeza le he dado a entener que lo comprendo, lo entiendo, pero no lo acepto. El destino es incierto…