AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Yolène Patoux
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Yolène Patoux
Yolène Patoux
N. Completo: Yolène Suzette Patoux Buchanan
Edad: 29 años aparentes/ 58 reales
Clase Social: Media
Especie: Licántropo
Nacionalidad: Francesa (Mitad Irlandesa)
Ocupación: Institutriz
Orientación Sexual: Heteroflexible
PB: Deborah Ann Woll
Descripción Física
Altura: 1.78 m
Peso: 61 kg
Medidas: 87-65-82
Color de ojos: Azules
Color de pelo: Pelirrojo
Alergias: Azucenas
Contextura: Media
Habilidades
→ Habilidades: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.
→ Atributos: Garras afiladas, dentadura afiliada, rasgos lobunos (en su forma transformada) y longevidad.
Poderes
→ Transformación: Habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa. Cuando el licántropo está en su forma transformada aumenta un 50% su potencia física.
→ Sanación acelerada: Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento; si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros licántropos cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida y su característico olor.
→ Memoria fotográfica: Capacidad de recordar cosas oídas y vistas con un nivel de detalle perfecto. Las personas con esta habilidad no olvidan nunca escritos, sonidos, imágenes y los recuerdan mucho tiempo después como si lo hubieran escuchado/visto apenas unos días antes.
→ Fortaleza: Capacidad de resistencia extrema al dolor físico
→ Rastreo: Poder de rastrear la localización de un objeto o criatura. El personaje puede descubrir la situación de cualquier persona a la que conozca, donde quiera que esté el blanco en un radio de veinte kilómetros.
Descripción Psicológica
Esa cruda e inexplicable verdad que otros se esfuerzan por ocultar es evidente a los ojos de Yolène; siempre están a la vanguardia, defendiendo sus pertenencias, sus territorios. Es observadora y vivaz, aunque diga pocas veces una milésima parte de lo que recolecta en sus pensamientos. Se reprime para no desatar sentimientos fortalecidos por la licantropía que puedan decantar en una hecatombe. Ha aprendido a evitar pensamientos que la puedan llevar a liberar su bestia interna en contextos poco adecuados o derechamente descontextualizados. Solamente se muestra tal cual es cuando está sola de nuevo en su habitación o en luna llena, cuando simplemente no puede elegir al respecto.
Le duele haberse alejado de su niña recién nacida, pero no se arrepiente, ya que no imagina viviendo cada noche con el miedo de matarla en un arrebato generado por la licantropía. Siente que ningún niño merece tener licántropos como padre y que la ha salvado con el sacrificio de su amor. Fue por es mismo que jamás le contó a Guillaume sobre su hija, para que no la buscase y para no darle otro padre bajo la misma condición. Yolène ni siquiera le escribe a Darcelle para no crear vínculos, tomando en cuenta que se ve bastante más joven que su hija.
Como institutriz es estricta, pero también cariñosa cuando la situación lo maerita. Paciente cuando el alumno quiere aprender y no consigue hacerlo a pesar de su esfuerzo, y castigadora cuando la hacen perder el tiempo, pero jamás golpea si los amos del hogar no le han dado el consentimiento expreso de hacerlo (ella piensa que pueden preferir golpearlos ellos). No disfruta tanto de la música como antes debido a sus aguda audición, pero intenta cerrar los ojos y pasar y acostumbrarse, porque extraña el placer que sentía al escuchar piano y violín.
Detesta no la falta de cultura, pero sí a quienes la menosprecian y rechazan teniéndola enfrente. Le cuesta mucho contenerse cuando los hijitos de papá a su cargo no se dan cuenta de lo afortunados que son. También enseña cosas que le desagradan, desde luego, como son las normas sociales con respecto al trato con el marido y la familia. No es que sea una mujer demasiado liberal, pero el tema de la familia le trae malos recuerdos en todas direcciones. Con sus padres viéndola como la carga, sus hermanos ignorándola y su hija apartada para siempre de su vida, no hay nada que hablar. No obstante su dolor, se las arregla para tragárselo cada vez que debe repasarlo con las jovencitas. Entiende que ser institutriz no solamente es su alimento, sino también el de Darcelle. Jamás se le olvidará enviar un solo franco para su mantención.
Intenta ocultarlo, pero por dentro siente que se ha liberado con la licantropía, pues está lejos de toda preocupación. Es su lado más oscuro, el no aceptado, el que le pide que se quite el vestido y se entregue a la libertad de la noche lupina, y lo hace en ocasiones, pero jamás piensa sobre ello. Si lo pensara, se frenaría, y las bestias más magníficas piden estar afuera, no enjauladas. Es como si la loba le hiciera trampa a la humana para llevarla a vivir.
Es una institutriz, claro que sí, pero lleva algo por dentro que la llama a vivir la libertad que eso significa. Es dueña de su destino, gana su sueldo, nadie manda sobre ella. Puede que no lo comprenda todavía, pero la licantropía no es su maldición, sino su bendición.
Historia
¿Qué se puede decir de la vida de Yolène? Demasiado; ése es el problema. ¿Quién querría saber de alguien así? Ninguna persona respetable, desde luego, a menos que fuera un novelista buscando cuestionable inspiración. Increíble, pero no siempre fue así. Su historia comenzó bien, casi de lujo, como toda hija de matrimonio bien constituido y economía estable, pero el ser humano subestima la capacidad del destino para sorprender a sus huéspedes.
La menor de siete hermanos, después de seis varones; una mujer al fin, pero a nadie le importaba ese detalle después de haber tenido una exitosa racha pariendo adanes. No sólo era la menor, sino la única hembra; el único dolor de cabeza que sus padres tendrían que soportar. Los señores Patoux se veían a sí mismos cuidando el honor de Yolène para que encontrara pronto marido y los dejara de molestar. La mera idea provocaba jaquecas en el padre de Yolène, Buiron Patoux. Cada vez que oía el llanto de su niña, imágenes de malos ratos y cuidados excesivos lo asaltaban; como buen oficial del ejército, exigía la eficiencia al máximo, cosa que no esperaba obtener de una mujer. ¡Estaba acostumbrado a tratar con hombres, soldados permanentes de su unidad! Tener que lidiar con muñequitas de porcelana no le gustaba en lo más mínimo. La madre, Yolande, se percataba del trato distante que recibía de parte de Buiron cuando cuidaba a la niña en desmedro de la atención hacia los mayores, los cuales no necesitaban tantos cuidados. Su manera de actuar, en vez de explicarle a su marido de los cuidados hacia los bebés, fue quitarle tiempo a su hija para dedicarlo a los varones, así que Yolène acabó por ser criada por su nodriza más que por su madre. Pero no terminaría allí.
A medida que Yolène fue creciente y entendiendo el entorno que la rodeaba, pudo notar cómo su madre le exigía el doble y hasta el triple que a cualquier miembro del hogar, incluso por sobre el personal del servicio. No era tratada como sirvienta, desde luego, pero llegaba a sudar con su diario vivir. Yolande consideraba que la mejor manera de hacerla pagar por el mal humor de su marido era hacer que valiera la pena el mismo, por la que la llenaba de las institutrices más estrictas para que la hicieran aprender todo, absolutamente todo lo necesario para eliminar toda queja sobre sus hábitos y su clase. Usando la vara en la posadera, la niña aprendió inglés, italiano y alemán; se le inculcaron conocimientos de pintura al óleo, acuarela y carboncillo; la hicieron memorizar geografía e historia, sin mencionar fórmulas matemáticas; y le metieron en la cabeza un extenso compendio de preceptos religiosos y morales. Para las reuniones sociales tampoco faltó incluir el violín y el piano a dichos conocimientos. Esa era su vida y no cabía nada fuera de eso. Sus padres no la presentarían a la comunidad como mujer si no aprendía aquello a la perfección. Todo cambiaría muy pronto.
Un día, a los veinte años de Yolène, llegó a casa el hermano de su padre, Boniface, quien venía con ánimos de “cambiar de aire”, según su propia boca. La joven no lo soportaba por sus comentarios denigrantes hacia las personas que leían y estudiaban. Sumado a la grotesca panza que ocultaba bajo el saco, resultaba una pésima compañía según la propia pelirroja, así que apenas le daban permiso para dejar la mesa, se encerraba en su cuarto para leer con la excusa de alejarse lo más posible de ese señor que por desgracia era su tío. Cuando ya no podía concebirlo en casa, acudía a la Iglesia a rezar para volver a calmarse. Rezaba el rosario tres veces y luego volvía a casa. ¡No soportaba lo tonto que era! No solamente no le interesaba aprender, sino que además se burlaba de quienes sí tenían cultura. Lo odiaba. Sólo podía expresar cuánto lo aborrecía cuando se confesaba con el sacerdote del templo. Aquel era su canal mientras que sus estudios su refugio.
Pero como no solamente las cosas no van como uno las planea, sino que además van al revés, una noche los señores Patoux mandaron a llamar a Yolène a la sala de estar; su tío tenía algo que decirle. Allí mismo, frente a los amos de la casa, Boniface le pidió matrimonio a Yolène. Ésta ni siquiera le contestó; miró a sus padres como si se tratara de una broma y cuando se percató de que no lo era, subió las escaleras y se encerró en su alcoba sin decir una palabra. Abrieron su puerta con un cuchillo y le dijeron que la decisión estaba tomada. Cuando su progenitor se dignó a mirarla a los ojos, sólo fue para amenazarla con la calle si no aceptaba la proposición. La joven lloró de impotencia toda la noche una vez que la dejaron a solas. Estaba atrapada. Le daba una rabia tremenda no poder realmente decidir sobre su vida. Había leído tantas veces en los libros que el ser humano tenía miles de posibilidades y todo era mentira; estaba atrapada entre la espada y la pared, y no había texto alguno que le enseñara a salir de esa. Atrapada como una rata, así se sentía.
Así fue que, como cada vez que sentía que no había salida, acudió a la Iglesia a confesarse. Fue una tarde de lo más particular.
El obsequio
—Padre, bendígame, porque he pecado —susurró la pelirroja con pesar al mismo tiempo que se inclinaba junto al confesionario.
El sacerdote al otro extremo preguntó.
—¿Es usted, Yolène? Apenas escucho su voz.
—Sí padre, soy yo. —no cambiaba el volumen. Era como si algo lo estuviese drenando dentro de sus pulmones; el sentimiento, podía ser.
—Cuénteme su pecado, hija mía.
Tragó una buena cantidad de aire antes de seguir. Tenía planeado que decir lo que tenía en mente fuera más fácil.
—He deshonrado el cuarto mandamiento, padre —salió la parte más sencilla; lo difícil era llegar a la parte compleja— El día de ayer mi tío, a quien no puedo ocultar mi aborrecimiento, solicitó mi mano ante mis padres. Y… lo siento, pero no pudo evitar ser irrespetuosa y descortés al encerrarme sin responderle nada.
Un minuto de silencio se apoderó de los presentes momentáneamente.
—¿Y usted ha aceptado? —quiso saber el religioso.
—Sí —la respuesta no la hacía sentir orgullosa, y era fácil saber la razón— Me han amenazado con la pobreza y la deshonra de no acceder a la petición. Estaremos comprometidos seis meses y nos casaremos luego de sus asuntos pendientes con el ejército.
—Entonces ha obrado bien, hija mía. Los pensamientos rebeldes que nublaron su vista momentáneamente no son nada que Dios no perdone mientras haya arrepentimiento. Con su aceptación se ha resignado a su voluntad y oprimido su desobediencia. Son acciones apreciadas en el cielo —habló moralmente correcto el sacerdote.
Esta vez el silencio vino de parte de Yolène. Ella mantenía tensas sus manos en posición de rezo y rogaba poder morderse las uñas. Ahora venía lo complicado.
—No es por lo que he hecho, padre. Es por lo que voy a hacer —admitió, mirando directamente a los pensamientos que se encontraban en el interior.
El aire se hizo pesado. Dentro de sí, el funcionario de la Iglesia pareció sentir algo que todavía no entendía.
—Señorita Patoux.
—Guillaume.
Yolène rompió la primera barrera, la del nombre. El padre removió la cortina que separaba sus vistas y la miró a los ojos buscando respuestas; vaya que las encontró. Ahí estaban los azulejos de la pelirroja llenos de intención. Estaba decidida.
—Guillaume —repitió— Voy a casarme con un hombre al cual odio. Quiero que tú seas el primero en poseerme.
La puerta de la iglesia se cerraba y otra se abría, una sin retorno.
Sorprendentemente para Yolène, volver a casa y fingir que nada había pasado fue sencillo. Después de todo, no era como si fuese el centro de atención en su hogar. Sólo tenía que actuar como siempre y nadie sospecharía. Era el mueble olvidado de su casa; sólo le prestarían atención si cambiaba de estado. Así todo iría bien. Recibía visitas de parte de su indeseable prometido y fingía amabilidad porque así se esperaba de ella. Secretamente se sonreía con complicidad bajo esa faz; nunca sería de Boniface.
Parecía el plan perfecto, y así lo fue hasta que Yolène se dio cuenta de que su apetito aumentaba, su energía decrecía y su período no llegaba. Cuando comenzó a crecer su vientre al cuarto mes, supo de lo que se trataba: estaba embarazada. Quiso ocultarlo de todas las maneras posibles, estrechando su corsé y comiendo menos. Así funcionó durante un mes más, uno antes de su boda, pero la paz se quebró cuando Yolande entró a la habitación de su hija sin llamar a la puerta. Ahí estaba la barriga abultada de su hija, un volumen que ella conocía muy bien. La golpiza que se llevó Yolène fue de proporciones, pero hubiera sido peor si no se hubiera ocultado dentro del armario para huir de las agresiones. Su padre y sus hermanos se enteraron, desde luego. Pasó horas encerrada pensando en qué hacer, pero ya estaba todo hecho. La noticia llegó a oídos de Boniface, acabando con el compromiso instantáneamente. Para evitar la inminente deshonra, los Patoux no hallaron nada mejor que enviar lejos a Yolène para acallar los rumores. La pelirroja sólo tendría hasta que diese a luz para quedarse en su propia casa.
Así fue que llegó el nefasto día. Buiron estaba borracho y Yolande mortalmente callada mientras se encargaba de sus tejidos. Yolène paría sola con una partera barata que la hizo sufrir bastante antes de tener al recién nacido fuera de su cuerpo. Hicieron oídos sordos a los gritos de la joven hasta que escucharon los lamentos de un nuevo ser. Había nacido una niña, quien recibió el nombre de Darcelle. Venía la parte complicada, en que tenía que irse de casa. Por la incertidumbre que le generaba la idea, acudió a la única persona en la que confiaba para pedir ayuda: Guillaume. Se arrepentiría toda su vida de esa decisión.
Yolène ingresó al templo cabizbaja y un tanto débil por haber parido esa misma tarde, pero aún consciente de que sería expulsada de su casa por el honor de la familia. Buscó al padre de su hija, pero no lo encontró en ningún lado. Buscó fuera del edificio y oyó unos quejidos que le llamaron la atención. Los siguió al reconocer en ellos cierta familiaridad. Al llegar a la fuente de dichos sollozos, se encontró frente a frente con quien ya no era Guillaume. «C-Corre» fue lo único que alcanzó a decir antes de que el hombre de transformara en bestia. No hubo oportunidad de esconderse ni de huir. Tampoco hubo tiempo de reaccionar. El grito despavorido de una mujer se perdió en medio de la nada cuando el animal le hizo contraer su maldición.
Apenas Yolène se despertó, percibió de inmediato que algo no andaba bien. Ya no toleraba la música como antes, los adornos de plata de la casa no le parecían agradables y hasta su olfato y su visión habían evolucionado de una manera sorprendente. Cuando vio la cicatriz en la parte baja de su espalda ante el espejo, no le quedó ninguna duda. Sus estudios habían hecho emerger frutos; ahora sabía la clase de plaga que en ella había brotado: era un licántropo. Quedaban noches para la luna llena: no iba a esperar a que llegara y quedara el desastre. Ahora tenía una hija a quien proteger y no podía tomar las mismas egoístas decisiones. Fue así que con profunda pena dejó a su niña recién nacida en casa, tomó unas cuentas pertenencias, y se marchó. No haría que Darcelle cargara con su peso, ni nadie más. Merecía una familia normal, aunque tuviera que renunciar a la maternidad.
Desde ese entonces hasta el día de hoy, Yolène no ha vuelto a ver a su hija, aunque recuerda todo de ella y le envía una cierta cantidad de francos cada mes. Sus conocimientos son la base de su trabajo como institutriz y el amor que no pudo darle a Darcelle lo usa para no solamente inculcar conocimientos a señoritas, sino que además para enseñar a querer. A pesar de que se comporta intachable, es consciente que dentro de sí reside una fiera mayor. Aunque no lo admita, le gusta en demasía sentirse así de libre. Pero será algo que solamente ella sabrá.
Última edición por Yolène Patoux el Lun Mar 03, 2014 6:13 am, editado 4 veces
Yolène Patoux- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 23/02/2014
Re: Yolène Patoux
FICHA EN PROCESO
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: Yolène Patoux
Ficha finalizada
Mil gracias
Mil gracias
Yolène Patoux- Licántropo Clase Media
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Re: Yolène Patoux
TE HE MANDADO UN MP
Asagi Dunkelheit- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/01/2011
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Re: Yolène Patoux
Muchas gracias.
Corregido.
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Yolène Patoux- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 23/02/2014
Re: Yolène Patoux
FICHA APROBADA
BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES.
BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES.
Asagi Dunkelheit- Vampiro Clase Alta
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