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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Heirik av Holstein Dom Mar 02, 2014 8:54 am




"La realidad son cientos, miles de posibilidades que se alternan, luchan entre ellas y se conjugan para dar origen a una única y horrible solución; o quizás varias únicas soluciones."
Heirik
av Holstein
Henri Eirik Karl Adolf
av Holstein-Gottorp och Danmark
21 años
Humano/Brujo de Clase Alta
Bisexual
Nacido en Estocolmo, Suecia
Atmokinesis, Ilusionismo y Apatía
Físico
Con una altura considerable que evidencia su etnia escandinava, Heirik aparenta más o menos la edad que posee. De rasgos finos, una nariz no muy sobresaliente, aunque agrandándose en el último tramo y de perfil casi recto, deja un vacío para unos labios alargados, de los cuales el inferior es levemente más carnoso que el superior. La línea formada por los pómulos marcados continúa por los bucinadores que esta zona donde deja crecer una barba Stiletto; el resto se lo rasura. Sus cejas son finas y rectas, con una leve inclinación en los extremos y enmarcan unos ojos cuya tonalidad azul grisáceo en ocasiones adquiere tintes de un verdoso igualmente poco saturado. Por último, no suele prestar demasiada atención a su pelo, liso, por lo que no presta atención a las modas, ni usa sombreros. Tiene una pequeña tara, el recuerdo de un antiguo golpe en su rodilla izquierda que tiende a rememorar el dolor en ciertas ocasiones, en especial en días especialmente lluviosos y húmedos; el resto del tiempo no le molesta.
Psicología
¿Cómo comprender a Heirik sin entender esa intrincada mente, tan simple y a la vez tan compleja? Trastornado de nacimiento con una no tan extraña, pero sí desproporcionada, avidez por conocer, su curiosidad hace las veces de significativo don como de terrible maldición. Su insaciable necesidad de conocimientos le ha condicionado, en ocasiones, a crear su propia realidad sin tan siquiera ser consciente de ello, alejándole así del mundo cuyos secretos precisa desentrañar con tanta desesperación. Su debilidad, por lo tanto, son las dudas y la intriga que le ocasionan los misterios que se le presentan, pero su avanzado intelecto es capaz de analizarlos tan detalladamente que en apenas unos instantes logra dar origen a decenas de posibilidades que se alternan, luchan entre ellas y se conjugan para dar origen a la aberrante solución que, si su afección no se le interpone, tenderá a ser la correcta.

Su destreza para retratar la realidad se basa en el hecho de ser un alivio para el hervidero de ideas que se acumulan en su cabeza, una forma de plasmar sus problemas u ocurrencias, por lo que sus manos se han visto acostumbradas a una disciplina que atiende fielmente al desarrollo de su pensamiento. También es capaz de expresarse a través de otros campos del arte además del dibujo, la pintura y la escultura, como evidencian las composiciones creadas por Andrea que, de una u otra forma, no es más que otra de sus creaciones, por mucho que él no sea consciente de estas otras habilidades. Sabe hablar su sueco natal, italiano, francés y el nórdico antiguo que ha aprendido junto con Gunna.

De personalidad extremadamente viva, son extraños los días en los que se encuentra relajado. Generalmente se muestra como alguien hiperactivo, que, si no habla, tan sólo se debe a estar haciéndolo internamente y consigo mismo. Es extraño que tenga respeto por alguien o sus opiniones, tan sólo callándose en contadas opiniones. De hecho, podría considerarse que es alguien con tendencia a la violencia, pues, sin que nadie pueda saber bien de dónde sale, no es infrecuente que la rabia o la necesidad de agredir de alguna manera le invada. No rechaza su palabra a nadie más que aquellos que causan una mala impresión en él, generalmente guiándose más por intuición que por un razonamiento preciso, pues es consciente de que a veces el instinto va por delante de la mente a la hora de descubrir la verdad.

En lo referente a sus relaciones personales no se puede decir que realmente tenga apego a nadie, a excepción de a sus padres y, ligeramente, a sus hermanos. Los únicos individuos que ejercen una mediana influencia sobre él son Andrea, si es que una ilusión de su propia mente puede considerarse como influencia, y Gunna, la seiðmaðr o bruja que le instruye en la magia. Por otro lado, él no se considera sexualmente inmaculado, pues cree que compartió su lecho con Andrea un buen número de veces; la verdad es que nunca ha tenido una relación carnal física y real. Sin embargo, sí hay ciertos entes que le ocasionan un sentimiento que puede variar entre la incomodidad y el verdadero pánico. Los párrocos, curas, cardenales o las grandes casas del Señor y catedrales son para él como el polen para los afligidos de la fiebre del heno debido a un exorcismo al que le sometieron siendo pequeño.

Quizás sea esa la razón por la que bascule entre la opción de ser alguien endemoniado o el escepticismo hacia esas Iglesias que han comenzado a surgir como champiñones a lo largo del territorio europeo y que luchan entre ellas por salvar las almas de aquellos a los que asesinan por la gloria de un mismo Dios. Heirik, aún sin llegar a renegar de una divinidad, es incapaz de comprenderla y, quizás, por su imposibilidad de alcanzar solución al problema, no desperdicie demasiado tiempo dedicándolo a aquellos menesteres. Él no necesita la salvación de ningún dios, o eso considera él, pues la muerte se le muestra tan irreal como lejana ya que el mundo está tan lleno de opciones y posibilidades, así como de caminos por transitar, que dejar la vida en un instante próximo por cualquier infortunio se torna como una solución imposible.

Le encanta el agua en general y el mar en particular, sintiendo una irremediable inclinación a zambullirse y nadar en cualquier masa del líquido, afición de la que ninguno de los catarros que ha tenido a causa de ella ha logrado remediar. No puede decirse que sea alguien demasiado pudoroso, pero tampoco puede decirse que no lo sea, más bien tratándose de una característica que depende del estado anímico, o mental, en el que se encuentre en el preciso instante que se quiera evaluar. También se vuelve loco por la fruta o por cualquier alimento con el que pueda ensuciarse al comer, preferiblemente siempre con las manos, disfrutando mucho más de las comidas de esta manera.
Biografía
Era un frío veintisiete de Febrero, del año mil setecientos setenta y nueve, cuando Henri Eirik (nombres que contraerían en Heirik) nació en el Kungliga slottet (Palacio Real) de Estocolmo. Él no resultó ser el heredero al trono que, siglos atrás, Gustav Vasa había liberado de los daneses, ya que ese cargo lo ostentaba su hermano mayor, Gustav Adolf, algo que muchos agradecerían unos años después. Su alumbramiento vino posibilitado por el matrimonio que su padre, Gustav III de Suecia, había contraído años atrás con Sofia Magdalena af Danmark, hermana del rey danés.

Sus primeros años, de los cuales no recuerda ni un ápice, vinieron marcados por su condición de príncipe, por lo que al infante no le faltó de nada ni tuvo complicaciones de salud; los problemas llegarían después, al desarrollar su consciencia y afectando, no a su físico, sino a su mente. Pronto fue manifiesto para todos que el joven tenía una gran avidez de conocimientos, de observar el entorno que le rodeaba y desentrañarlo hasta averiguar sus más íntimos secretos, pero sólo los más perspicaces lograron entender los indicios de que su ansia era tan grande que el mundo no le bastaba para saciarse y que, por lo tanto, necesitaba más para mantener cierta estabilidad. Cuando Heirik comenzó a hablar resultó indiscutible que la demencia que había afectado a algún rey derrocado del país tiempo atrás, también había llegado a él, pues él distinguía entes donde otros no podían ver más que aire y ausencia de.

La verdad es que el joven tuvo suerte, pues sus privilegios de nacimiento le conferían cierta inmunidad que le garantizaba la supervivencia en un mundo donde lo diferente era despreciado, mutilado y asesinado en un intento por proteger la estructura y el orden social. Su padre permitió que contando con apenas el lustro de edad se le practicara un exorcismo, algo que, por supuesto, no curó su enfermedad, sino que le confirió un trauma para con los párrocos y todo lo que tuviese que ver con ellos. A partir de ese momento desarrollaría un temor atroz a los hombres con sotana y a los edificios religiosos, algo que no ayudaba precisamente a desmentir la posibilidad de una posesión por parte de algún demonio. Sea como fuere, al ver el nulo fruto del proceso, el monarca no permitió que se le realizase ningún otro.

Pero ningún mal viene sin su parte positiva y la gran desventaja que le maldecía también le otorgaba un don que muchos podrían envidiar. Sus ojos, incansables, observaban todo con avidez, procesándolo y almacenándolo en una memoria que terminó por forzarle a plasmarlo en papel, en una técnica tosca en un principio pero que, a base de repetición, fue mejorando. Eso no pasó desapercibido al pintor de la corte quien, con beneplácito del monarca, déspota ilustrado, le comenzó a instruir en las técnicas de esbozo y óleo, por poco profundizadas que fueran éstas debido a su corta edad.

Alrededor de a los ocho años de edad, ni tan siquiera su esquizofrenia le bastaba para colmar su curiosidad. Comenzó a hacerse con los cadáveres de los ratones que mataban en el castillo, los cuales escondía en sus aposentos para destriparlos y adivinar la configuración que tenían sus pequeños cuerpos. A las pocas semanas, los muertos ya no le servían y dedicaba sus horas a atrapar especímenes vivos para someterles a procesos que muchos considerarían, sin riesgo a equivocación, como torturas. El hedor de la carne putrefacta terminó siendo tan horrible en su cuarto que no tardaron en descubrir su pila de restos de alimañas. El castigo, que fueron severos azotes y varias noches sin cenar, no sirvió para evitar estos procederes, sino para enseñarle a ser más cuidadoso.

Poco después de ese incidente, viajaría a Uppsala. Mientras su madre y su hermano mayor dormían, él y una sirvienta se escaparon de la casa donde estaban hospedados para viajar al norte de la ciudad, al lugar donde antes había estado ésta emplazada, lo que entonces se conocía como Gamla Uppsala y que en su día había sido el principal centro del paganismo nórdico. Por aquel entonces no quedaba mucho más que un número respetable de montículos funerarios, pero ni rastro del antiguo templo. Heirik se perdió por entre las colinas artificiales, dejando que sus pies decidieran su rumbo, caminando con un dudoso equilibrio que sugería el estado de trance que casi le dominaba. En medio de su devenir fue asaltado por una mujer de mediana edad, de cabello negro como el tizne y una mirada gris tan gélida como el propio hielo. Sus palabras fueron ciertamente desconcertantes para el príncipe, cuyo corazón se fue acelerando a cada palabra que ella pronunciase, hablando el sueco con un extraño dialecto que hacía difícil su compresión. Cuando su ánimo no aguantó más con la situación, no le quedó más remedio que huir, algo que la seiðkona acompañó con las palabras de que, antes o después, él volvería a aquel lugar buscándola. No habló con nadie de los sucesos de esa noche y, aunque intentó olvidarlos, permanecieron latentes en su mente a la espera del momento para volver a aflorar.

A principios de mil setecientos noventa y dos, recién cumplidos los trece años, viajó al sur del continente patrocinado por su padre e incitado por el pintor de la corte sueca. Su destino sería Milán, donde pasaría a ser discípulo de Marin Knoller. El hombre supo distinguir el interés innato del joven, pero, según decía él, su bendición era su perdición, pues carecía de la disciplina necesaria como para comprometerse con un encargo en concreto. Sin embargo, Heirik nunca había pretendido dedicarse a vivir del arte, ya que, por alguna razón, tenía la idea de que viviría siempre mantenido, sin que le faltase de nada por la sencilla razón de que siempre había sido así. Por el contrario, su interés para viajar a Italia era el de aprender a plasmar con exactitud todo aquello que inundaba su cabeza. En su habitación guardaba varios archivadores, escondidos de la vista de todos, donde plasmaba a carboncillo muchas de estas visiones, pues algunas de ellas habían horrorizado a quien había tenido el valor de enseñárselas. Su formación se completaba con las visitas al taller de un escultor local y con dos profesores que le instruían en las materias que alguien de su posición debía dominar -o, al menos, que intentaban enseñarle-.

Fue allí, en las cercanías de la Piazza del Duomo, donde conoció a Andrea. Heirik debiera admitir que en ese primer encuentro realmente se amedrentó por su piel, cuyo tono rivalizaba en pureza con el blanco de la cal, por su mirada, que portaba las vetas de la malaquita, y por su voz, profunda y suave a la vez, como si le hubiera robado a un adulto la potencia de su tono y la sutileza al armonioso y aterciopelado canto de una doncella. La impoluta apariencia que portaba y esa seguridad pícara llamaron la atención del escandinavo, que no pudo sino entablar conversación con él acerca del vuelo de las palomas y murciélagos y de la estructura ósea de sus alas. Resultó ser que él también era un artista, no uno enfocado a las artes plásticas como lo era el escandinavo, sino dedicado en cuerpo y alma a los placeres de la escritura y la música. A la compañía del violín del que nunca se separaba debió añadir la propia de Heirik, pues al sueco le resultaba amenizante compartir gustos y opiniones, así como tener alguien con quien se entendiese a pesar de las mínimas diferencias ideológicas. No era extraño que Andrea se quedase a dormir a menudo con Heirik durante los tres años que estuvieron juntos, por lo que terminaron desarrollando un próximo vínculo afectivo y de lealtad que terminó llevándoles al lecho. Heirik quedó seducido por el conocido durante siglos como vicio florentino, ese pecado de la sodomía al que él, por su conducta enajenada, no podía ver mal alguno, incluso llegando a encontrar divertida la situación en la que vivía, escondiendo sus aventuras, fingiendo a los ojos de la ciudad y entregándose el uno al otro en la íntima soledad.

Pero toda felicidad viene con un precio a pagar, que, en muchos casos, se salda en la caída de la misma. Una noche de verano, en medio de una tormenta, cuando Andrea y Heirik estaban regresando a casa tras haberse tomado unas cuantas rondas de cerveza fueron atracados por un grupo de borrachos que los llevaron a un callejón. Sin aparente razón, torturaron a ambos, aunque de distinta manera. Si bien los dos recibieron algún que otro golpe, el mayor tormento físico lo recibió el italiano, mientras que el otro debía observar cómo su amante sufría bajo la afilada hoja del cuchillo y cómo la sangre caía para mezclarse con el fango y perderse en la oscuridad del agua de lluvia que se enturbiaba al llegar al suelo. Al parecer la tempestad era lo suficientemente fuerte como para engullir los alaridos de ambos y las risas de sus verdugos, por lo que nadie pudo acudir en su auxilio. El último instante que Heirik recuerda de esa noche fue cómo la suave garganta de Andrea quedaba marcada por una fina línea que al instante se vio teñida de rojo con la misma celeridad con la que él perdió el conocimiento. Cuando los primeros rayos del sol le despertaron en aquel mugriento lecho de barro se encontró solo, sin nadie a su alrededor, ni tan siquiera el cuerpo de su compañero o la sangre que el aguacero se había llevado consigo.

La realidad distaba de lo que había vivido él. La verdad era que Andrea nunca había existido, no al menos más allá de la mente de Heirik, y que todos sus debates o sus encuentros pasionales nunca se habían dado en el mundo físico. Los asaltantes, sin embargo, sí que habían sido reales, pues habían podido ver a aquel pobre loco sentado en la taberna hablando con una invención y, encontrando una manera de divertirse a costa de otro, le habían seguido y habían fingido toda la escena, como un engaño teatral en el que la mente del sueco había querido participar.

El ánimo y el corazón del escandinavo se quebraron en ese instante y, durante las semanas siguientes, la apatía se entremezcló con la cólera y un júbilo tan exaltado que no se trataba más que de una reacción de defensa, que de falacia tenía en demasía y que resultaba ser más peligrosa que los estados más abatidos que le achacaban durante ese tiempo. Tomó entonces la determinación, o más bien el impulso, de regresar a su patria, concretamente a Gamla Uppsala, a cumplir el designio que le habían profetizado años atrás. Su intención era la de pedir ayuda a aquella seiðkona para traer de entre los muertos a su difunto amante. Tras el mes que duró su viaje hasta Estocolmo, el príncipe se deshizo de toda compañía para ir en solitario a la vieja ciudad. Allí buscó a la mujer por entre los tumultos, pero no fue hasta la tercera noche -o la que él pensó que fue la tercera- que ella se le apareciese. No hubo respuesta a su saludo, tan sólo una sonrisa de satisfacción y un gesto para indicarle que le siguiese.

Las explicaciones que la mujer le dio entonces a él le sonaron como mera palabrería, así que, sin respeto alguno, le conminó a tan sólo a hacer lo que debiese hacer para traer de nuevo a Andrea. Ella le contestó, en ese dialecto extraño que no era más que nórdico antiguo, que no había comprendido el trato, que no era otro que ella tan sólo le ayudaría a cambio de que él fuese su aprendiz. Heirik terminó aceptando, pues, en ese instante, a la necesidad se le unió su ya cultivada curiosidad.

Primero debían adivinar a qué mundo había ido a parar al que querían salvar, si a la montaña sagrada, Helgafjell, si a los campos al otro lado del mar, Fólkvangr, si al salón del cielo, Valhalla, o al mundo bajo tierra, Niflheim. A razón de la muerte y la personalidad de Andrea descartaron varios destinos -aunque la mente del muchacho jugaba aleatoriamente con sus propios recuerdos- entre ellos Helheim, el territorio más profundo y oscuro de Niflheim, del que, una vez dentro, no se podía salir. Determinaron, con júbilo para el príncipe, que no podía evitar sentir todo como un juego de astucia, que su antiguo amante se encontraba en la montaña, como alguien común. Después de aquello, la bruja se despidió de él, decretándole que esperase dos jornadas en el mismo lugar, tras lo cual regresaría con lo necesario para el ritual. Así hizo él y ella cumplió su palabra. Tras el procedimiento, que sucedió en esa segunda noche, no pareció que Andrea hubiese regresado de entre los muertos, ni que tan siquiera hubieran podido contactar con él, para desconcierto de la seiðkona, algo lógico si se partía de la premisa que el latino no existía en la realidad física. Sin embargo, Heirik pareció verse alterado por esa visión que le volvió a asustar, pero a la que luego se lanzó sin dudar ni un instante más. La carrera se tornó en persecución, pues la figura de Andrea rehuía de él, tan sólo insinuándosele, pero nunca dejándose atrapar. Horas después regresó a Gamla Uppsala en busca de más respuestas, respuestas que sólo encontraría a través de la formación que había prometido recibir. Así, el segundo en la línea de sucesión a la corona sueca se convirtió en secreto en un seiðmaðr, un brujo pagano, aprendiendo esa antigua sabiduría que se había conservado en las tradiciones y que casi había sido erradicada por el yugo de la fe que había llegado años atrás de las tierras del sur.

Pero, a su regreso a ella, tampoco permanecería demasiado tiempo en la capital, pues pronto su hermano le mandaría a París, donde había contactado con gente entendida de las aflicciones mentales como esperanza para curar a su hermano pequeño. No es que estos dos tuvieran una sólida relación, pero, al fin y al cabo, eran familia. Así que Heirik no tuvo más remedio que partir nuevamente de su patria y se dirigió a Francia acompañado de Gunna disfrazada como su fiel sirvienta y, desde luego, seguido por el fantasma de Andrea.
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Última edición por Heirik av Holstein el Vie Mar 14, 2014 7:55 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Asagi Dunkelheit Lun Mar 03, 2014 2:55 am

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