AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Body Heat || Privado
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Body Heat || Privado
«La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.»
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
Se sostuvo la melena rubia en un rodete a la altura de la coronilla, lo ató con un listón de terciopelo color rojo y pudo, por fin, estar lista. Observó de reojo a la encargada del burdel, que había supervisado su accionar desde que entró a la habitación ordenándole que se acicalara, pues una persona muy importante requería sus servicios fuera del prostíbulo. La misma mujer fue la que eligió el atuendo, una cotilla color púrpura con ribetes rosados y bolados de encaje haciendo juego, acordonada a la espalda, que hundía aún más el abdomen plano de la cortesana y realzaba sus atributos. Por sobre la rodilla, se figuraba la terminación de unas espléndidas medias de seda en la misma tonalidad de la pieza superior, que se sujetaban a las ligas. Le molestó terriblemente que la madame le prohibiera usar algún calzón y, directamente, le colocara un vestido azul sobre la ropa interior. El profundo escote poco dejaba a la imaginación, y en su cuello colgó una delicada pieza de piedras preciosas de imitación, que a diferencia de muchas, que eran bastante ordinarias, podía juzgársela como elegante, aunque a un ojo avezado no se lo podría engañar. Su rostro, de por sí era de un blanco puro y transparente, un pequeño mapa se dibujaba en sus párpados cuando los bajaba, pues las delicadas venas trazaban líneas de un violeta claro y un celeste opaco, así que sólo colocó polvo para que sus mejillas se colorearan levemente, delineó sus ojos con un carboncillo y resaltó sus labios con carmín. Por último, se perfumó con una colonia que a la encargada le habían regalado, y si bien no era un acto de generosidad, pues sólo se la había prestado por tratarse de un cliente de primer nivel, Dulcie lo agradeció, le gustaba oler bien.
Ya hacía mucho tiempo que viajaba sin escolta, su dueño había terminado por comprender, si es que esa palabra entraba en su vocabulario, que no intentaría escapar. Nada podía hacer, debía resignarse a esa vida y a la fatalidad del destino. Era demasiado consciente de que algún día ya no vería más la luz del Sol, que no despertaría más, y quizá, en la eternidad, conseguiría sosiego para su alma. En lo profundo de su corazón, deseaba morir; anhelaba que cada cliente que le tocase fuese un desquiciado abusivo y que sus métodos cruzaran los límites y acabara por fin con ella. Nadie la lloraría, ni siquiera su hermano. Él ya no cumplía ni el rol del ideal de la infancia que había atesorado a lo largo de todos esos años, ni el de compañía que había decidido imaginar cuando reapareció en su vida. Strider no era más que una bestia, quizá mucho peor que Argeneau, pues sus instintos había direccionado hacia ella, su melliza, con quien compartió el útero, y la había obligado a caer en su abismo. Lo odiaba, como nunca había odiado a nadie. Le había arrancado de raíz el último vestigio de inocencia que atesoraba, algo que no habían podido lograr en todo ese tiempo viviendo bajo el yugo del vampiro; sin embargo, él, con una simple frase, lo había arrasado. No podía perdonarlo, era incapaz de hacerlo, por más que se esmerase; quería conseguirlo, no por su hermano, sino por sí misma. Jamás había albergado rencor en su alma, ni hacia su padre que la vendió, ni hacia su amo, ni hacia ninguno de los clientes que hicieron y deshicieron con su cuerpo. Aceptó a todos y cada uno como parte de su destino. Pero su hermano había despertado en ella los sentimientos más oscuros y también el deseo, y eso hacía que lo detestara aún más.
Abandonó todos sus pensamientos cuando el carruaje se detuvo frente a la mansión. Ya nada la impresionaba, ni el lujo de aquella casa ni las ideas locas que pudiera tener el dueño. Había vivido lo suficiente para conocer la miseria humana, y también que cada día podía caer más y más profundo. Estaba acostumbrada al constante descenso, a la sensación de vértigo, y a pesar de ello, algo en su interior se resistía a aceptarlo. Caminó a grandes pasos, la noche, a pesar de ser primaveral, distaba de ser calurosa y algunas nubes anunciaban una tormenta. En la puerta, la recibió un elegante mayordomo, que la saludó con la cordialidad necesaria con la que se trata a las prostitutas. Se preguntó si aquel hombre tenía aquella gélida mirada ante una visitante de medianoche o era su habitual expresión. Poco importaba. La hizo esperar en el vestíbulo algunos minutos, y allí se dedicó a admirar la arquitectura de la residencia, pero sin entusiasmo, sólo por el entretenimiento que otorga el silencio. Cuando el empleado regresó, le indicó que la acompañase, que el señor pronto estaría listo. Ingresó a un saloncito y tomó asiento, erguida, con las manos apoyadas en el regazo y el corazón a punto de salir por su boca. Nada había más cruel que la espera, que la incertidumbre, ¿con quién se encontraría? Oyó pasos y una voz masculina, aún lejana. Dulcie no podía quitar sus ojos de la puerta, y el andar del caballero se acercaba, abrumándola. Apretó los párpados por unos instantes, instándose a ser fuerte, y cuando los abrió, su rostro cambió por una expresión relajada y una suave sonrisa en sus labios, así debía verla el hombre al entrar.
Ya hacía mucho tiempo que viajaba sin escolta, su dueño había terminado por comprender, si es que esa palabra entraba en su vocabulario, que no intentaría escapar. Nada podía hacer, debía resignarse a esa vida y a la fatalidad del destino. Era demasiado consciente de que algún día ya no vería más la luz del Sol, que no despertaría más, y quizá, en la eternidad, conseguiría sosiego para su alma. En lo profundo de su corazón, deseaba morir; anhelaba que cada cliente que le tocase fuese un desquiciado abusivo y que sus métodos cruzaran los límites y acabara por fin con ella. Nadie la lloraría, ni siquiera su hermano. Él ya no cumplía ni el rol del ideal de la infancia que había atesorado a lo largo de todos esos años, ni el de compañía que había decidido imaginar cuando reapareció en su vida. Strider no era más que una bestia, quizá mucho peor que Argeneau, pues sus instintos había direccionado hacia ella, su melliza, con quien compartió el útero, y la había obligado a caer en su abismo. Lo odiaba, como nunca había odiado a nadie. Le había arrancado de raíz el último vestigio de inocencia que atesoraba, algo que no habían podido lograr en todo ese tiempo viviendo bajo el yugo del vampiro; sin embargo, él, con una simple frase, lo había arrasado. No podía perdonarlo, era incapaz de hacerlo, por más que se esmerase; quería conseguirlo, no por su hermano, sino por sí misma. Jamás había albergado rencor en su alma, ni hacia su padre que la vendió, ni hacia su amo, ni hacia ninguno de los clientes que hicieron y deshicieron con su cuerpo. Aceptó a todos y cada uno como parte de su destino. Pero su hermano había despertado en ella los sentimientos más oscuros y también el deseo, y eso hacía que lo detestara aún más.
Abandonó todos sus pensamientos cuando el carruaje se detuvo frente a la mansión. Ya nada la impresionaba, ni el lujo de aquella casa ni las ideas locas que pudiera tener el dueño. Había vivido lo suficiente para conocer la miseria humana, y también que cada día podía caer más y más profundo. Estaba acostumbrada al constante descenso, a la sensación de vértigo, y a pesar de ello, algo en su interior se resistía a aceptarlo. Caminó a grandes pasos, la noche, a pesar de ser primaveral, distaba de ser calurosa y algunas nubes anunciaban una tormenta. En la puerta, la recibió un elegante mayordomo, que la saludó con la cordialidad necesaria con la que se trata a las prostitutas. Se preguntó si aquel hombre tenía aquella gélida mirada ante una visitante de medianoche o era su habitual expresión. Poco importaba. La hizo esperar en el vestíbulo algunos minutos, y allí se dedicó a admirar la arquitectura de la residencia, pero sin entusiasmo, sólo por el entretenimiento que otorga el silencio. Cuando el empleado regresó, le indicó que la acompañase, que el señor pronto estaría listo. Ingresó a un saloncito y tomó asiento, erguida, con las manos apoyadas en el regazo y el corazón a punto de salir por su boca. Nada había más cruel que la espera, que la incertidumbre, ¿con quién se encontraría? Oyó pasos y una voz masculina, aún lejana. Dulcie no podía quitar sus ojos de la puerta, y el andar del caballero se acercaba, abrumándola. Apretó los párpados por unos instantes, instándose a ser fuerte, y cuando los abrió, su rostro cambió por una expresión relajada y una suave sonrisa en sus labios, así debía verla el hombre al entrar.
Dulcie Sterling- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 31/05/2012
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Re: Body Heat || Privado
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Jorge Luis Borges
Ya no existía pesadilla que atosigara mi sueño. Se suponía que desde que Ivana llegara a mi hogar y le ayudara en lo que ella necesitase las cosas iban a tranquilizarse, pero todo empeoro. No era ahora aquel sueño que no aparecía más el que no me permitía dormir de una manera cómoda, sino la presencia de la joven aquella que me llevaba a actuar de la manera más impropia e incluso a sentirme culpable de las presencias de las cortesanas en mi propio hogar, donde antes no existía nada que impidiera que aquellas mujeres se pasearan, al menos por una noche como dueñas del lugar. Todo eso había cambiado gracias a las reprimendas que recibía no solo de los labios de aquella joven, también por las miradas cargadas de veneno que lanzaba en mi dirección cada vez que se enteraba de que alguna bella mujer me acompañaba en mi lecho. Abandone todo lo que me era familiar a mi, las visitas de las cortesanas a casa, hablar de ellas cmi usualmente solía hacer e incluso había comenzado a salir a escondidas, buscando que nadie supiera de mis encuentros fuera de aquel lugar con cuanta mujer brindara esperanzas a mi corazón de poder dejar de lado a aquella niña; hasta ese momento nada había pasado.
Esa no era forma de vivir para mi. Ocultando la manera en la que había sido siempre solo para evitar que ella pasara malos ratos, pero más que nada por intentar quedar bien con alguien que simplemente era imposible. Lo que me llevo a tomar la resolución de que era necesario que dejara de ser de esa manera con ella fue que había observado como con los sirvientes era completamente opuesta a como era conmigo; yo la había salvado, había creído en sus palabras y dado un techo en el cual estaría a salvo, todo para nada. No importaba ya la clase de reproches que ella soltara después en mi contra porque nada de eso debía interesarle; Ivana y yo éramos completamente libres y no toleraría que tratara de manipular mis decisiones con sus actos o sus palabras. Esa fue la razón principal por la cual pedí que llevaran hasta mi residencia a una de aquellas bellas cortesanas; una que sin dudas se diera a notar en aquel lugar porque quería estar seguro de que todos y cada uno de mis sirvientes se enterara de que no estaba cambiando, que seguía siendo el mismo. En aquella habitación en la que permanecía ahora, estaba aguardando por la llegada de la mujer elegida mientras que algunas de las doncellas me ayudaban a lucir bien para la ocasión. El traje que lucía para la ocasión era realmente sencillo, debido a que la reunión se llevaría a cabo en mi hogar y no fuera de este; era de un color gris que le brindaba la elegancia justa pero no demasiada, considerando que iba a reunirme con una cortesana.
No fue mucho el tiempo que paso antes de que llegaran a avisarme que ella estaba ahí a lo que asentí y termine por sacar a las doncellas de mi habitación, necesitaba tiempo a solas antes de reunirme con mi compañía de la noche y únicamente cuando me sentí avalentonado fue que abandone mi habitación con paso seguro, dirigiendo mis pasos a donde se suponía que ella estaría y cuando estaba por llegar al salón aquel donde pedí que fuera llevada una de las doncellas se cercioro de que supiera a donde me dirigía.
– Gracias, es justo lo que les pedí – le sonreí para continuar hasta la puerta del salón aquel y abrirle de manera rápida. De no haber entrado tan rápido como lo hice, creía que sería incapaz de hacerlo después. Mi mirada se poso sobre la criatura aquella que me sonreía y también estaba mirándome. Era hermosa y el color azul de su vestido solo resaltaba más la palidez de su piel que incrementaba su belleza –Buenas noches, espero no haberle tenido esperando tanto tiempo – la puerta que antes me había dejado entrar ahora estaba completamente cerrada y ahí dentro, era otro mundo. Allá volvía a ser el Alain de antaño. Me acerque más hasta ella – Luce usted espléndida esta noche, aunque estoy seguro de que todas las noches luce de esta manea – solo cuando estuve justo frente a ella, sujete su mano y deposite en ella un beso – Alain Vial, dueño de esta humilde residencia y quien ha solicitado sus servicios ¿Con quién tengo el placer? – Nunca olvidaba un nombre de aquellas mujeres destinadas por diversos motivos a servir a hombres. ¿Por qué? Porque yo tenía un poco de cada una y ellas un poco de mi y con ella, no seria la excepción.
Jorge Luis Borges
Ya no existía pesadilla que atosigara mi sueño. Se suponía que desde que Ivana llegara a mi hogar y le ayudara en lo que ella necesitase las cosas iban a tranquilizarse, pero todo empeoro. No era ahora aquel sueño que no aparecía más el que no me permitía dormir de una manera cómoda, sino la presencia de la joven aquella que me llevaba a actuar de la manera más impropia e incluso a sentirme culpable de las presencias de las cortesanas en mi propio hogar, donde antes no existía nada que impidiera que aquellas mujeres se pasearan, al menos por una noche como dueñas del lugar. Todo eso había cambiado gracias a las reprimendas que recibía no solo de los labios de aquella joven, también por las miradas cargadas de veneno que lanzaba en mi dirección cada vez que se enteraba de que alguna bella mujer me acompañaba en mi lecho. Abandone todo lo que me era familiar a mi, las visitas de las cortesanas a casa, hablar de ellas cmi usualmente solía hacer e incluso había comenzado a salir a escondidas, buscando que nadie supiera de mis encuentros fuera de aquel lugar con cuanta mujer brindara esperanzas a mi corazón de poder dejar de lado a aquella niña; hasta ese momento nada había pasado.
Esa no era forma de vivir para mi. Ocultando la manera en la que había sido siempre solo para evitar que ella pasara malos ratos, pero más que nada por intentar quedar bien con alguien que simplemente era imposible. Lo que me llevo a tomar la resolución de que era necesario que dejara de ser de esa manera con ella fue que había observado como con los sirvientes era completamente opuesta a como era conmigo; yo la había salvado, había creído en sus palabras y dado un techo en el cual estaría a salvo, todo para nada. No importaba ya la clase de reproches que ella soltara después en mi contra porque nada de eso debía interesarle; Ivana y yo éramos completamente libres y no toleraría que tratara de manipular mis decisiones con sus actos o sus palabras. Esa fue la razón principal por la cual pedí que llevaran hasta mi residencia a una de aquellas bellas cortesanas; una que sin dudas se diera a notar en aquel lugar porque quería estar seguro de que todos y cada uno de mis sirvientes se enterara de que no estaba cambiando, que seguía siendo el mismo. En aquella habitación en la que permanecía ahora, estaba aguardando por la llegada de la mujer elegida mientras que algunas de las doncellas me ayudaban a lucir bien para la ocasión. El traje que lucía para la ocasión era realmente sencillo, debido a que la reunión se llevaría a cabo en mi hogar y no fuera de este; era de un color gris que le brindaba la elegancia justa pero no demasiada, considerando que iba a reunirme con una cortesana.
No fue mucho el tiempo que paso antes de que llegaran a avisarme que ella estaba ahí a lo que asentí y termine por sacar a las doncellas de mi habitación, necesitaba tiempo a solas antes de reunirme con mi compañía de la noche y únicamente cuando me sentí avalentonado fue que abandone mi habitación con paso seguro, dirigiendo mis pasos a donde se suponía que ella estaría y cuando estaba por llegar al salón aquel donde pedí que fuera llevada una de las doncellas se cercioro de que supiera a donde me dirigía.
– Gracias, es justo lo que les pedí – le sonreí para continuar hasta la puerta del salón aquel y abrirle de manera rápida. De no haber entrado tan rápido como lo hice, creía que sería incapaz de hacerlo después. Mi mirada se poso sobre la criatura aquella que me sonreía y también estaba mirándome. Era hermosa y el color azul de su vestido solo resaltaba más la palidez de su piel que incrementaba su belleza –Buenas noches, espero no haberle tenido esperando tanto tiempo – la puerta que antes me había dejado entrar ahora estaba completamente cerrada y ahí dentro, era otro mundo. Allá volvía a ser el Alain de antaño. Me acerque más hasta ella – Luce usted espléndida esta noche, aunque estoy seguro de que todas las noches luce de esta manea – solo cuando estuve justo frente a ella, sujete su mano y deposite en ella un beso – Alain Vial, dueño de esta humilde residencia y quien ha solicitado sus servicios ¿Con quién tengo el placer? – Nunca olvidaba un nombre de aquellas mujeres destinadas por diversos motivos a servir a hombres. ¿Por qué? Porque yo tenía un poco de cada una y ellas un poco de mi y con ella, no seria la excepción.
Alain Vial- Realeza Italiana
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 15/01/2014
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