Los días transcurren como el invierno que se aleja y el otoño que se acerca...

Removió sin ganas, el azúcar estancada en el fondo de su té. Definitivamente se había despertado con ese humor que desde hacía meses la aquejaba, ¿cual? Pues el tormentoso e iracundo sentimiento de venganza. Desde su llegada a París, solo deseaba ver en el peor de los escenarios a su “querido tío”, el virrey del  Virreinato del Río de la Plata. Su cabeza latía, aquello hizo que llevará su mano derecha al lugar preciso en el que el dolor punzante se acentuaba, justo a la altura de la nuca. Inés estaba decidida, con su venganza les haría pagar cada miserable día que tuvo que pasar desde la muerte de su pareja, aquel pobre infeliz, cuyo único pecado era haber nacido nativo y enamorarse de una de las mujeres de la real casa de los Tejeda y Luna.

Cerró los ojos y pudo recordar los profundos ojos negros, la sonrisa más encantadora que conociera en toda su vida. Aquella exótica piel color bronce, el cabello largo,  lacio y de color azabache, el dueño de tanta belleza, había sido casi un dios para ella. Por estar con él hubiera cruzado todo el continente, para vivir en paz. Pero su “adorado tío”,  había mandado a una tropa de soldados en su busca y poco mas de 2000 leguas de distancia de su ciudad natal habían sido apresados. Le llevó un tiempo saber que había pasado con Nahuel, y comprender cual fue su castigo. Una tortura que lo llevó a la muerte. Solo intentar imaginar sus últimos momentos de vida, el dolor en su cabeza se intensificó. Golpeó la mesa con un puño cerrado, que hizo asustar a su doncella. Maldijo con el vocabulario de cien marineros y la mirada que dirigió a la mujer, comunicó rápidamente lo que la explosiva princesa quería.

Unos minutos, pasaron hasta estar sumergida en una adorable bañera, con el agua justa, a la temperatura correcta y con un agradable aroma a esencia natural de jazmines. Sonrió complacida mientras dejaba que las tensiones se fueran en una profunda exhalación. Tras pasar un largo rato en aquel lugar, y con la ayuda de su fiel doncella “Simona” - una esclava que había sido el regalo de su padrino y que ella mantuvo alejada de él por entender cual era en realidad el verdadero propósito de aquel regalo - . la contempló en el reflejo del espejo, y recordó las miradas lascivas con que su padrino,siempre la contemplara a la adolescente Simona. El visitaba a su ahijada, e intentaba por mil modos y argucias,obtener los favores de la esclava. Aunque pudiera parecer un proceder horrendo, era  algo realmente común en una sociedad tan apartada de las costumbres europeas.

Se acordó, como si volviera a revivirlo como cuando la encerraron en el convento, exigió que Simona la acompañara y cuando la embarcaron  hacia Paris, la mulata había llorado y suplicado para que no la abandonara, confesando que si Ines se iba sin ella, correría a colgarse del primer árbol que encontrara. La joven había quedado tan espantada, que no hubo poder humano que lograra que soltara el brazo de su esclava – no me iré sin ella y gritaré como descosida si intentan separarnos – había vociferado en la acera del convento. Su padre no deseaba un nuevo escándalo y cuanto más rápido se alejara la culpable de la desgracia familiar, mas aprisa callarían los rumores o peligraría su reputación para conseguir el poder del estado.

Inés odiaba todo lo que tenia que ver con aquel poder, y sobre todo a los hombres de su casa, deseaba que cada uno de ellos recibiera el mismo fin que  Nahuel, - que os descuartizaran y fuerais comida de alimañas – murmuró, mientras se terminaba de colocar un sombrero de plumas rojas sujeto a su peinado con un alfiler con cabeza de piedras preciosa y oro. Se miró al espejo y pensó que estaba muy bien vestida para asistir a la reunión en la que se pondrían de acuerdo  con algunos hombres de negocio, sobre posible tratos  comerciales con el Virreinato, aunque en verdad el tema rondaría con  la posibilidad cierta de lograr la independización del pueblo americano del yugo español y por supuesto el derrocamiento del actual Virrey, pocos o ninguno sabía que ella era justamente la sobrina de la víctima y la más interesada en la desaparición de éste en la ecena política americana. Sus ojos brillaron ilusionada al pensar en la liberación de su tierra y de nativos como su primer amor.