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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Irathi Heaven Dom Mar 16, 2014 10:03 am

Hambre. Frío. Desesperación. Esa maldita gotera la había vuelto a despertar. Ya era la tercera vez en esa semana. Definitivamente, tenía que hacer algo para arreglarla, pero toda la madera que había en ese maldito caserón estaba tan podrida que se caía a pedazos. Hacía semanas que el dinero se le había acabado. Sobrevivía a base de robar pan duro de las sobras del mercado, y no pocos golpes se llevó por ello. Rollan estaba escuálido, casi tanto como al principio, y ella... Ella parecía encoger por momentos. Toda la ropa le venía ancha y apenas la cubría del temible frío que el invierno arrastró hacia París meses antes. Cada noche nevaba y al amanecer, al fundirse la nieve, quedaba empapada por culpa de aquel techo que se caía por el peso. Sus gatos parecían ser los únicos que mantenían el hambre a raya, cazando a diario numerosas ratas, que parecían ser lo único que proliferaba por aquellos angostos callejones. Abrió un ojo, y luego el otro, para acabar por parpadear un par de veces a fin de despertarse por completo. La luz del Sol, que incidía directamente sobre un charco cercano, la cegó parcialmente, obligándola a girarse entre gruñidos. El perro se arrastró hacia su lado entre sollozos, para lamerle la cara con nerviosismo. No sabía qué la ponía peor, si verle a él a sí, o saber que si seguían de aquel modo no terminarían el invierno ninguno de los dos.

Dejó escapar el aire contenido en los pulmones y se estiró, relajando sus entumecidos músculos mientras la dejaba que su mirada se perdiese entre los tablones de madera gastada que daban forma al suelo. En su época, aquel caserón tuvo una belleza realmente cautivadora, pero ahora se había convertido en otra casa abandonada más, a medio destruir, refugio de indigentes y de alimañas. Y ella no sabía bien en cual de las dos categorías incluirse. Ese pensamiento la hizo sonreír levemente, en un intento desesperado por conservar el buen humor pese a lo dramático de la situación. Había intentado amortizar todo el dinero conseguido, pero tenía que asumir que todo lo bueno se acaba. Y más a ella. Ni siquiera conservando una dieta de una comida al día había conseguido pasar el invierno con sus pocos ahorros. Estaba perdida, hundida. En el límite. Hizo crujir el cuello y se levantó lentamente, comprobando que el pantalón que la noche anterior le quedaba casi bien, ahora se escurría por sus muslos. Musitó una maldición en alguna lengua inventada y paseó por la sala para espabilarse.

Rollan la siguió con la cabeza, demasiado cansado para ir tras ella, y sólo se levantó cuando la muchacha cambió de sala a fin de cambiarse para salir a la calle. Estaba claro que tenía que enfrentarse ella solita a la adversidad. El dinero no iba a lloverle del suelo, y no tenía sentido dejarse morir sin ni siquiera tratar de salir de aquel agujero. Inspiró y exhaló varias veces, rellenando sus pulmones de aquel aire cargado y mugriento y, tras acercase a un espejo, bufó en voz baja. Tomó uno de los cubos de agua helada que la lluvia había rellenado noches antes y se aseó como buenamente pudo, entre insultos y quejidos varios, para luego recoger sus desordenados cabellos en un moño. Tras ponerse la gorra que debía salvaguardar su identidad como "dama", pasó a colocarse las únicas prendas que seguían quedándole relativamente bien: unos pantalones marrones tan estrechos que casi parecían pertenecer a alguna niña, y su chubasquero de siempre. Cubrió sus manos con unos guantes negros y cargó con un macuto de tela al hombro, donde guardaba una larga bufanda que siempre utilizaba para ocultar su rostro. La comida no vendría a ella. Así que tendría que ir a su busca.

Al salir de la casa, un viento gélido soplaba por las desoladas calles. El frío le mordió cada átomo de su maltrecho cuerpo, provocando que un largo escalofrío la sacudiera de arriba abajo. Tras silbar un par de veces para que el perro la siguiera, ambos partieron sin un rumbo fijo, buscando a alguna potencial víctima o alguna casa a la que pudiera entrar sin armar escándalo. La suerte no estuvo de su lado en las siguientes cuatro horas, pero de pronto, como salida de un espejismo, una solitaria construcción se dibujó ante su rostro, haciéndola sonreír. Si estaba abandonada, habría sido un maravilloso descubrimiento. Caminó durante unos minutos a paso rápido, aproximándose sin un ápice de cautela a la casa. No había vecinos rondando por las calles, y la zona estaba lo suficientemente alejada de los lugares que ella solía visitar como para que la reconocieran. Miró por las ventanas sólo para cerciorarse de que no había movimiento en su interior. Tras golpear suavemente la puerta principal, acabó por asumir que, efectivamente, estaba abandonada.

Tras rodear la casa, forzó una de las puertas traseras y la abrió sin mucho esfuerzo, colándose al cálido interior. Rollan se abalanzó sobre ella, presa de la felicidad, y comenzó a explorar la casa ladrando por lo bajo cada cierto tiempo para indicarle a su dueña por dónde se encontraba. Su primer objetivo fue la cocina, que encontró minutos después de recorrer la mansión. Era ciertamente la más grande que había visto nunca, aunque parecía tan desierta como el caserón que acababa de abandonar. Buscó la despensa sin éxito, así que se conformó con un par de recipientes de conserva cubiertos de polvo que yacían a un lado de la gran encimera. Una vez tuviese el estómago lleno, se plantearía buscar algo de valor allí adentro: pero lo primero era lo primero. Tras engullir las latas, Rollan e Irathi se dirigieron hacia una sala en la que encontraron un sofá lo bastante mullido para que el rostro se les iluminara a ambos. Y tras curiosear durante unos instantes lo que había en las estanterías de la habitación, tras guardarse en los bolsillos todo cuanto parecía estar hecho de oro, ambos cayeron dormidos, en un sueño más profundo del que hubieran tenido en meses.


Última edición por Irathi Heaven el Mar Jul 14, 2015 7:09 am, editado 2 veces
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Mensaje por Invitado Dom Mar 30, 2014 9:50 am

Perdí la cuenta de los cortes más o menos al decimoctavo, ¿o era el decimonoveno? No lo sabía, y francamente, aún menos me importaba. Al ser un chupasangre se le curaban enseguida y tenía que volver a empezar, pero no me importaba ni su risa, ni que estuviera recordándome que para matarlo debía hacer algo más que cortarlo o ni que se pusiera a declamara a Shakespeare si es que le apetecía hacerlo; me importaba ver su sangre brotar, y eso era lo que estaba haciendo. Maldita sanguijuela… Odiaba a los vampiros por encima de todas las cosas, ese era probablemente mi primer… no, mi segundo mandamiento por debajo de “matarás a tu padre y protegerás a tu hermano”, amén. Aunque la Iglesia tuviera mucho que decir respecto a mis particulares dictados, la verdad era que, una vez más, tampoco podía importarme ni siquiera un poquito menos, porque una de las ventajas de ser inquisidora era que estaba por encima del bien y del malo, al menos en lo que a castigo se refería. Pobrecita, pensaban, suficiente condena tiene cargando con la maldición de la licantropía como para encima juzgarla por la locura que la había infectado al tiempo que el mordisco y la naturaleza animal. Y eso era verídico; un cura de esos a los que yo detestaba pero para los que trabajaba porque a veces tenían más encargos que un tribunal eclesiástico normal me lo había contado después de emborracharlo con el vino de la Eucaristía, del que yo no había probado ni gota. Beber la sangre de Cristo, en mi opinión y partiendo de mi absoluto descreimiento, me acercaba tanto a los vampiros que odiaba de una manera tan importante que prefería no hacerlo, aunque fuera por lo simbólico. Y, hablando de simbólico, debió de resultárselo a la pesada criatura que tenía ante mí que lo matara con una estaca de madera que tenía grabada una cruz en la empuñadura, la primera que había cogido, ¡lo juro!

En cuanto terminé, apunté las escasas respuestas que me había dado acerca de su nido en un pergamino arrugado pero limpio que tenía al lado y que contenía los campos a completar en el informe que debía presentar. Odiaba la burocracia porque me parecía una pérdida de tiempo, de igual manera que me parecía tremendamente contraproducente tener que ir yo misma a entregar el pergamino a las autoridades, así que en vistas de que no había podido sobornar a nadie para que lo rellenara por mí me aproveché de que sí había encontrado a un pobre desgraciado candidato a inquisidor a quien un vistazo a mi escote le había valido para querer hacerme cualquier recado. Hombres… Tan infinitamente simples y tan útiles en sus más que evidentes limitaciones para quienes sabíamos valernos de ellas, como era mi caso. Nadie me había educado para hacerlo, por supuesto; si mi padre supiera que además de díscola y maldita era encima una experta embaucadora seguramente ya estaría de rodillas ante el Papa pidiéndole mi excomunión, más con el tiempo y sobre todo la experiencia había logrado desarrollar una técnica infalible para conseguir lo que quería: la seducción. Lo demás, sencillamente había venido solo, ya que era tirar de mi encanto natural hasta que consiguiera lo que tenía en mente y, sobre todo, no rendirme nunca a menos que quisiera perder lo que fuera que me había obsesionado, algo que evidentemente no quería. Por eso, llevé el embrujo que había echado a aquel chico, apenas unos años más joven que yo seguramente, al extremo, y le eché todo el desparpajo posible al asunto para poder irme de allí una vez el vampiro murió y mis tareas allí se acabaron. Por lógico que pareciera, no debía de resultar tanto a quienes controlaban mis idas y venidas, ya que me obligaban a permanecer allí (¿qué, esperando que al mirar una estatua de la Inmaculada fuera a convertirme? Arg) hasta que casi sentía hacerme vieja, y eso que era un licántropo y a mí me costaba más que a los simples humanos de a pie que se me notara el paso del tiempo.

En cualquier caso, salí de allí arrebujada en mi abrigo, que en realidad no me hacía tanta falta porque no era precisamente friolera, pero que era preferible llevar puesto antes que en la mano, y me dirigí a casa. Mi plan ideal era darme un baño en la amplia bañera de la que disponía, todo un lujo teniendo en cuenta que casi nadie del barrio podía aspirar a algo parecido, y después ir a la cama y que el día siguiente fuera otro, pero en cuanto llegué al umbral y percibí el olor extraño que aún en mi forma humana identificaba como el de otro ser humano cambié rápidamente de idea. Sutil, lentamente me colé en mi propia casa siguiendo el aroma que me condujo al salón donde a veces hacía las comidas y donde una chica estaba tumbada tan tranquilamente con la única compañía de un perro. Plantada en la puerta como estaba, alcé una ceja al ver la escena, tan incrédula como curiosa por su osadía o por su estupidez, aún no había decidido en qué categoría encajaba exactamente, y en aquel momento el perro percibió mi presencia y se despertó, dispuesto a proteger a la que suponía que era su dueña y que no había seguido la vía lógica, sino que se había echado a dormir en plena escena del crimen. Una mirada, la del lobo alfa, bastó para que el perro se sometiera y gimoteara un poco antes de dejarme la vía libre, y así me dirigí hasta el sofá donde la chica se encontraba para, haciendo alarde de mi agilidad (para mí y para el perro, pero bueno, el alarde lo hice de todas maneras), subirme al sofá y quedarme a horcajadas sobre ella. Mi siguiente movimiento fue llevar las manos a sus hombros y bajar por sus brazos hasta llegar a sus muñecas, que agarré con firmeza para subírselas por encima de la cabeza y dejarla inmovilizada. A aquellas alturas ya estaba despierta, y sus ojos castaños chocaban con los míos con unas chispas que me resultaron increíblemente familiares porque las veía cada vez que me miraba al espejo, incapaz de ocultar la rebeldía que siempre me había caracterizado.

– ¿Hay algún motivo por el que estés en mi casa, ladronzuela, o sencillamente tenías ganas de ver hasta dónde llegaba mi paciencia con una extraña cualquiera?
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Mensaje por Irathi Heaven Miér Abr 16, 2014 9:23 pm

¿Cuáles son los primeros pensamientos de una persona cuando finalmente puede descansar con el estómago lleno, tras una larga temporada de ayuno total? Lógicamente, de gratitud, al menos, en primera instancia. Gratitud por haber encontrado una nueva fuente de alimento, una nueva oportunidad para continuar, una nueva posibilidad para sobrevivir, al menos, un día más. Un segundo pensamiento era el de decepción. ¿Por qué podría sentirse decepcionada? Precisamente por haber llegado a un punto tan peligroso como ese. Casi había muerto por culpa de no ser lo bastante precavida. No había ahorrado dinero para sobrevivir en un futuro próximo, habiéndose contentado con comprar cosas caras que apenas si le duraron unas semanas. Y en esas semanas, no se dedicó a hacer otra cosa que no fuera fantasear con una vida mejor, en la que tener un plato de comida caliente ante sí no fuera un lujo para ella. Se había comportado como una estúpida. Debía haber tenido más presente la dificultad que entrañaba siempre llevar una vida como la que tenía. Bajar la guardia cuando vives en la miseria no es la opción más inteligente. Ni siquiera debía ser considerado una opción. Se revolvió de forma brusca, sumida en un sueño bastante más profundo del que tuviera en meses. Rollan hizo lo mismo, acurrucándose sobre las piernas de su dueña. Ambos estaban exhaustos después del festín robado, lo suficiente, como para bajar la guardia. Y lo cierto es que era un alivio. Estar siempre alerta llega a ser demasiado cansado. Incluso para alguien tan fuerte como ella.

Sus sueños, sin embargo, no fueron tan apacibles ni de lejos. Su mente se sumergió en una espiral de recuerdos confusos e imágenes entremezcladas con los sonidos, ahora lejanos, del exterior. En esos instantes, pudo olvidarse por fin de estrés de las últimas semanas, pero quedó atrapada en un mundo presumiblemente peor que aquel en el que habitaba. El de las pesadillas. Los gritos de pánico se hacían eco en su cabeza, obligándola a girarse sobre sí misma en aquel mullido sillón. Estaba corriendo a toda prisa, huyendo de algo que ni si quiera podía identificar. Lo único que sabía era que debía seguir corriendo si no quería que aquel fuese su final. Una bestia, un monstruo, un ente terrorífico le estaba pisando los talones. Pero eso no era lo peor: lo que más contribuía a alimentar aquel pánico irracional era la eterna sensación de vacío que la rodeaba. Aquella soledad antinatural le pesaba demasiado, tanto, que dolía. Dolía más que cualquier otra cosa que hubiera sentido jamás. A medida que corría, en mitad de la oscuridad más absoluta, a su alrededor iban sucediéndose imágenes de un pasado confuso que no había podido recordar nunca estando despierta. Unos padres sin rostro y sin voz, que decidían que lo mejor que podían hacer por su hija era abandonarla. Una familia que fingía ser feliz sin haberlo sido nunca. La nieve fría y helada de la que una mujer anciana la rescató. La tumba destartalada y abandonada de la única persona que le importaba. Lágrimas. Desesperación. El hambre atroz que la llevaba persiguiendo varias décadas...

Y no la dejaba descansar ni durmiendo. Puede que las pesadillas hubieran sido provocadas por haber acabado con todas aquellos recipientes de comida en tan poco tiempo, o simplemente porque llevaba demasiado tiempo sin poderse desprender de la realidad... Pero no le estaba sentando bien. Su cuerpo se vio repentinamente invadido por gotitas de sudor que hicieron que su ropa se humedeciese dándole un aspecto aún más miserable. Su carrera por la salvación proseguía, pero el monstruo estaba cada vez más cerca. Podía sentir su aliento cálido, salvaje, directamente en la nuca. Olía a muerte, a fracaso, a errores. En un momento, pudo sentir que su corazón latía tan deprisa que estaba a punto de explotar. No podía respirar. Una pesada presión en el pecho le impedía respirar. Rollan se levantó y le lamió la cara, asustado. Siempre que el sueño de su ama se hacía demasiado profundo, su pecho dejaba de elevarse al compás de su respiración. ¿Y qué sería él sin su compañera? Y en aquella ocasión, estaba tardando demasiado en recuperarse, a volver en sí. Seguía sudando, pero no respiraba. Un hondo aullido escapó de su hocico, logrando que el cuerpo de la muchacha se estremeciera. Su sueño se resquebrajó parcialmente, y pudo ser capaz de encontrar el camino de vuelta al presente. Aunque no a tiempo para prevenir que la dueña de la casa en que se había colado se percatase de la presencia de ambos allí. Cuando quiso darse cuenta, escuchó a su siempre fiel amigo gimotear y esconderse junto a ella, y la extraña sensación de estar atrapada terminó por despertarla del todo.

Parpadeó un par de veces, confusa. Al principio sin tener ni idea de dónde se encontraba. Luego, tras ver sobre sí a aquella figura femenina, observándola de forma tan directa, su ceño se frunció de forma más que visible, contrariada. Lo lógico en un caso como aquel, era que tratase de echarla a patadas de su propiedad, no que se subiese sobre ella al más puro estilo de amazona. Enarcó una ceja y la miró directamente a los ojos. No había ni rastro de miedo en su mirada, aunque su cuerpo se tensó de inmediato. Trató de incorporarse, empujando a la muchacha sin demasiada fuerza, aún un tanto abrumada por la reciente pesadilla. Se sentía entumecida, cansada. Pero no lo bastante como para rendirse a su arrogancia. Sí, era una criminal que había invadido su propiedad, ¿pero quién se creía, una marquesa? Si apenas tenía comida en la despensa. - El motivo es que parecía abandonada... Obviamente, me equivoqué. Pero no pienso disculparme. Al menos, no antes de que quites tu bonito trasero de encima mía. O Rollan te morderá y no voy a impedírselo... -El perro, por supuesto, ni se dignó a darle la razón con una mirada. ¿Qué le pasaba? No era la primera vez que los pillaban invadiendo una propiedad privada -ni sería la última-. Lo peor que podía ocurrirle era pasar una noche a cubierto en el calabozo y eso, teniendo en cuenta que era más pobre que las ratas, era lo más parecido a un hotel de cinco estrellas a lo que podía acceder. - Mira, chica, si esa era toda la comida que tenías siento habérmela comido yo. La vida es dura en la calle, ¿sabes? Aunque bueno, con esa delantera supongo que no tendrás muchos problemas para conseguir lo que quieres, ¿uh? -Una sonrisilla socarrona se dibujó en su semblante. Cruzó los brazos tras la cabeza, en un gesto que trataba de fingir comodidad por su parte.
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 07, 2014 6:49 am

Plantearme hasta qué punto una situación de las que se repetían constantemente en mi vida incomodaría a un Inquisidor normalucho, de esos que rezaban tantos rosarios que les salía antes el nombre de la Virgen que el suyo propio, era uno de los pequeños placeres a los que me remitía cuando no tenía nada mejor. Lo admitía: era increíblemente divertido dar cuenta de lo diferente que era y, sobre todo, destacar aún más todas mis rarezas delante de aquellos que me odiaban solamente porque me tenían envidia... a mí, a mi juventud, a mi habilidad para matar vampiros y a todo el resto de atributos que poseía y que, por cierto, no habían pasado desapercibidos para la ladronzuela. Me hizo alzar una ceja, divertida, primero por el comentario respecto a mi trasero firmemente aposentado sobre ella y después respecto a mi delantera, que gracias a su oportuno movimiento de incorporarse se le había quedado más o menos a la altura de la cara. De haber sido como los demás, otra vez con la sempiterna comparación que inevitablemente siempre terminaba viniéndome, me habría escandalizado y la palabra desviada habría venido a mis labios. Era una absoluta suerte que fuera distinta y que, además, a desviada no me ganara absolutamente nadie, porque entre eso y pecaminosa podrían hacer un manual de todo lo que no se debía ser porque era moralmente incorrecto, conmigo de protagonista absoluta y de ejemplo a no seguir. Y es que nadie, estaba absolutamente segura, en una situación como esa se relajaría (no por completo, a ver, ni siquiera yo era tan radical en mis propios planteamientos) y llevaría una de sus manos a su escote para bajarlo un poco más, lo suficiente para que en caso de ser una cortesana cupieran incluso monedas entre mis pechos.  La suerte que había tenido al robar en mi casa era infinita y demasiado para lo que me estaba demostrando aún que merecía, aunque no iba a ser yo quien le negara la oportunidad de demostrarme que podía llegar a castigarla de otra manera que la física... al menos que la dolorosa.

– Mi bonito trasero ha encontrado un asiento muy cómodo sobre ti, mucho me temo que tendrás que aguantarte y ser tan dócil como tu perrito. Si piensas que eso me da miedo vas lista, pequeña...

Se me dibujó entonces en los labios una sonrisa de medio lado, tan maliciosa como pícara era la expresión que tenía en los ojos, clavados en ella. Por mucho que le ordenara que me atacara, gruñera o se pusiera a hacer piruetas, el perro reconocía la presencia de un alfa cuando lo tenía delante y desde el momento en que la naturaleza animal tomaba el control poco tenía que hacer la humana al respecto. Los perros podían ser dóciles, sí, dado que llevaban muchos milenios domesticados, pero ¿los lobos? A los lobos jamás conseguirían dejar de hacernos salvajes y cualquier control sobre nosotros y nuestros hermanos de cuatro patas estaría destinado a ser totalmente inútil e infructuoso, especialmente si venía de una chiquilla que tenía aspecto de estar severamente desnutrida, aunque eso tampoco me importaba. La empatía significaba dependencia, dedicarse a sufrir por una causa que no era la propia y que además aparta tu vista del objetivo final al que estés destinado; por eso, yo me dedicaba a seleccionar la que quería sentir y tapar la que por defecto sentía y sin embargo no me convenía lo más mínimo. Mi método no era perfecto, no iba a engañar a nadie, pero en la mayoría de los casos funcionaba, y sobre todo lo hacía cuando no conocía a la persona en cuestión que me provocaba los sentimientos, fueran cuales fuesen. Con ella, ese era precisamente el caso; ignoraba de quién se trataba aparte de lo que pudiera deducir sobre ella simplemente mirándola. Solamente sabía que era una ladronzuela, que tenía un perro, que estaba hambrienta y que su gusto era exquisito por haber sido capaz de darse cuenta de lo que tenía delante (y encima). Entonces, quizá como premio y quizá sencillamente porque me apetecía, el famoso trasero que era bonito y que me pertenecía se movió lentamente sobre ella para cambiar mi posición sobre su cuerpo y que su incorporación no nos frenara. De nuevo, volví a quedar sentada sobre sus caderas, con las piernas a ambos lados de las suyas e inmovilizándola con una fuerza que sorprendía a todo el mundo, hasta a quienes me conocían.

– La vida es dura, tienes hambre, era robar o bajar a dormir a un puente y pescar o meterte a cortesana, he escuchado la misma historia tantas veces... Y normalmente, además, de gente a quien después mandaba a la horca sin el menor remordimiento. No has venido al lugar adecuado si lo que buscas es generosidad.

Advertí, pero más que enfadada sonaba aburrida. Incluso crucé los brazos sobre el pecho, después por supuesto de soltarme el pelo del recogido que llevaba y de apartar un par de mechones que querían írseme a los ojos. ¿Qué haría, me pondría como una Inquisidora absolutamente letal aunque en realidad no me había hecho nada demasiado grave o le enseñaría a respetar a sus mayores? Bueno, menuda pregunta... Era evidente que mi orgullo me obligaría a castigarla, entre otras cosas porque había penetrado en mi morada sin mi permiso y eso yo no llevaba nada bien, así que tras un suspiro hastiado me levanté y me dirigí hacia la puerta para bloquear su única salida al exterior. Por supuesto, tenía las ventanas, pero no iba a ponérselo tan fácil y además era complicado de narices romper el duro cristal que tenían y atravesar las contraventanas en el escaso tiempo que me costó volver a donde estaba ella, cogerla del hombro y levantarla del sofá. El gruñido que soltó su perro me hizo bostezar de aburrimiento y ni me esforcé en recordarle con otra mirada que no me atacara porque no lo haría a menos que yo lo deseara. Entonces, la desventaja que le proporcionaba tener el estómago lleno y ser una simple humana me hizo poder dominarla sin problemas hasta dejarla contra un armario, al que la encadené con un grillete que, sí, guardaba por allí. Era inevitable que en la casa de una inquisidora hubiera armas por todas partes y en los sitios más insospechados, ¿qué podía decir en mi defensa? De todas maneras guardaba la llave cerca, lejos del perro para que no decidiera pensar y quitármela, pero sí a mano por si me atacaba la empatía y decidía liberarla. No creía, pero cosas más raras se habían visto. Al final, me senté sobre la mesa que había frente al mueble al que ella estaba atada, con las piernas cruzadas y los brazos sobre ellas, pensativa.

– Tienes que entender, ladronzuela, que no me gusta que hurguen en mi intimidad, y menos con una bocaza como la tuya. Así que tienes dos opciones: o te castigo de una forma que no nos gustará a ninguna salvo a mí, y mucho, o colaboras y seré más benevolente. Podría hasta darte más comida... Bien, ¿qué eliges? ¿Darme tu nombre y convencerme de que te suelte o rendirte y que haga lo que quiera contigo?
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Mensaje por Irathi Heaven Lun Jun 30, 2014 9:10 pm

Una vez completamente despierta, y con el bonito regalo que la dueña de la casa estaba haciéndole a la vista sin venir a cuento, aquella situación comenzó a tomar matices más... peligrosos en su cabeza a una velocidad de vértigo. Peligrosos en el sentido sexual del término, evidentemente. Porque por muy pobre y maleducada que fuera, nunca había sido de piedra. Y oye, la muchacha que parecía querer "cabalgar" a lomos de su cintura estaba de muy buen ver. Mejor de lo que ella misma estaba, a decir verdad. ¿Pero a quién narices le importaba eso? Que ella supiera, en aquella habitación, más grande que todas las casas que ella había conocido y considerado de su propiedad, sólo estaban ellas dos. Y un irreconocible Rollan que a punto estaba de echarse a llorar como un cachorrito. ¿Qué diablos le había hecho a su perro? De no haber estado tan distraída con la evidente insinuación que hizo la mujer al mostrarle más de sus dotes femeninas, se habría dado cuenta de que algo no estaba bien. Mucho miedo no es que diera... Pero con el estómago lleno, recién descansada como hacía mucho que no lo lograba, y con semejante escultura sobre sí, qué le pudiera pasar a su mejor amigo estaba fuera de sus prioridades. No porque no le preocupara, sino porque la vocecita de su conciencia que le alertaba de ello estaba tan boquiabierta como ella misma. Bonita forma de despertar, sin duda. ¿Cuántas sorpresas más la aguardarían aquella noche? ¿Estaba despierta, o era un sueño dentro de otro sueño? Y si lo era... ¡Por todos los dioses, que no acabara todavía!

- Oh, cariño... me temo que de dócil no tengo ni un pelo. Yo soy la domadora aquí, ya sabes... Aunque por mi encantada de que tu bonito culo siga exactamente donde está. Claro que si no me quitas a tus amigas de la cara, es más que probable que acabe poniéndote en otra postura... No sé si me entiendes... - Escupió las palabras de con firmeza, agarrándola por las caderas en cuanto tuvo oportunidad para acomodarla. Que estuviera más buena que ella no implicaba necesariamente que fuera mejor, ni más fuerte. Demostrarlo era su obligación, y su ego no hizo otra cosa más que darle la razón. Rollan, en cambio, observó el gesto emitiendo un aullido bajo, asustado, sacándola nuevamente de contexto. Aunque durante un instante demasiado breve para distraerla de lo verdaderamente importante: la mujer que tenía encima. La observó con intensidad, quedándose maravillada ante su piel sin imperfecciones. Las señoritas de alta cuna es lo que tenían. Al no conocer la crudeza del mundo real, tardaban mucho más en mostrar síntomas de fatiga sobre sus cuerpos. Eso y que no tenían la necesidad de marcárselo para encontrarse a sí mismas. Su cuerpo, en cambio, era bastante diferente. Se había pasado la vida creando nuevos y coloridos recordatorios de sus vivencias sobre el lienzo que era su piel. Eso, sumado a su vida a la intemperie, hacía que incluso su tono fuera más apagado. Ambas estaban delgadas, sí, pero donde la amazona tenía un busto prominente, ella tenía uno más bien modesto, aunque firme. Y la verdad es que así lo prefería. Vivía fingiendo ser un hombre, después de todo. Tener semejante delantera le dificultaría mucho el trabajo.

Pero la magia no duró demasiado. Su amazona particular pareció querer aprisionarla aún más sobre el sofá, a lo que ella respondió con una sonrisa... Hasta que volvió a hablar. Entonces todo se fue, literalmente, a la mierda. Irathi enarcó una ceja, entre sorprendida y fastidiada. - ¿Yo? ¿Generosidad? Me gano la vida robando, cariño. No esperaba precisamente eso, y mucho menos tu hospitalidad. Pero tampoco estoy dispuesta a que me mandes a la horca por un par de latas de comida pasada que puedo pagarte en un par de días de faena... Así que si me permites, levanta tu culo y tus tetas de encima de mi, para que pueda largarme y seguir con mi vida. -Sí, era una reacción de lo más desproporcionada dada la situación, pero su carácter era así: podías llamarla ladrona, escoria, miserable, pero la simple insinuación de que ella necesitara la caridad de otros para poder sobrevivir, era algo que la sacaba de sus casillas. No necesitaba generosidad, ni caridad, ni ninguna de esas chorradas. No era una indigente, simplemente había elegido vivir al margen de una sociedad que apestaba, y al margen de las normas, porque vivir en la calle lo requería. La ley del más fuerte lo llamaban. Hizo un ademán de incorporarse, esperando que la mujer se levantara.

Una vez lo hizo, la observó dirigirse a la puerta con una mezcla de confusión y preocupación. Rollan ni siquiera se movió del sitio. - Eh... he dicho que me marcho... Por muy buena que estés no necesito la "caridad" de nadie. -Recibió de un manotazo a su ex-amazona cuando trató de levantarla. El contacto físico sin invitación no lo llevaba demasiado bien. Pero para su sorpresa la mujer tenía bastante más fuerza de la que aparentaba. Rollan aulló, acercándose a ambas con sigilo, sin perder de vista a su dueña pero sin atreverse del todo a reaccionar. ¿Qué le había hecho esa bruja a su perro? Maldición. Todas las tías buenas tienen que tener un puto defecto. - ¡¿Pero qué coño haces?! -En un visto y no visto, lo que al principio le había parecido un juego de lo más sensual, ahora se parecía más a una novela de suspense. ¿Por qué demonios tenía esposas en un armario? Y peor, ¿por qué se las había puesto precisamente a ella? Si en todas las casas en las que había entrado a robar la hubieran recibido así, la idea de meterse a pescadora no le hubiera parecido tan terrible. - Mira, zorra, no sé qué demonios quieres pero esto no tiene ni puta gracia. Si te ha fallado tu maridito en la cama desquítate con su mejor amigo, pero a mi deja de tocarme las narices, porque esto empieza a ser bastante... raro. -Se sacudió con violencia, haciendo que el perro reaccionase por fin y se acercara a ella para intentar mordisquear los grilletes. Obviamente, fue inútil. - ¿Mi nombre? ¿Eres una psicópata, o algo parecido? Yo no tengo por qué convencerte de nada. Tienes que soltarme y punto. Hasta donde yo sé, un secuestro es peor que robar tres latas de comida en conserva. Déjame salir de aquí o te juro que... -Se la quedó mirando, desafiante, incapaz de creer lo que estaba pasando. De hecho, la pesadilla de antes le estaba comenzando a parecer de lo más entretenida...
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Mensaje por Invitado Miér Jul 23, 2014 4:16 pm

No pude evitarlo: me eché a reír. Y no poco, además, sino a carcajada limpia que no tenía absolutamente nada de fingido, más bien porque la situación en la que nos encontrábamos me parecía hilarante. ¿Ella atreviéndose a amenazarme a mí? Por favor, tenía suerte de que la luna no estuviera llena, porque entonces la haría gemir y llorar no precisamente de placer y así se tragaría sus palabras una detrás de otra como los contenidos de las latas de conserva que la habían metido en aquel lío. ¿Nadie le había dicho que meterse en la boca del lobo y hacerle cosquillas en la campanilla tenía consecuencias? Y no solamente en lo literal del asunto aunque no hubiera llegado (aún) a probar mi boca, sino también en lo figurado, con los mordiscos verbales que nos estábamos propinando la una a la otra. ¡Qué excitante resultaba! Yo prefería transformar mis reacciones en mero calor físico porque, de lo contrario, mi lado animal se enfadaría y ella se arrepentiría... Bueno, a lo mejor solamente por eso debería plantearme dejar salir a la fiera, menudo cruce de caminos había alcanzado en mis pensamientos con todas aquellas posibilidades que se reducían en realidad a una elección: castigarla o no castigarla. Dado que a aquellas alturas no dejaba de provocar y era evidente que necesitaba una buena azotaina, la duda se transformaba en otra muy relacionada pero algo diferente: cómo castigarla. Para mí, tenerla secuestrada me era tan fácil que ni siquiera lo contaba; además, dado que estaría conmigo en vez de en una celda de la inquisición, hasta podría resultarle placentero, y eso era contraproducente en un castigo, yo lo sabía bien... Me habían castigado tantas veces en mi vida que podría escribir varios libros respecto a cómo hacerlo particularmente duro y doloroso, pero prefería ponerlo en práctica cuando la situación así lo merecía que perder el tiempo rellenando un papel con palabras que se acabarían llevando el viento y el tiempo.

– ¿Tengo que hacerlo? ¿Y quién me lo ordena, tú? ¿Ante qué tribunal? Aquí, cariño, quien tiene el poder soy yo y quien está atada eres tú, así que te convendría respetar las jerarquías si no quieres enfadarme de verdad.

Esbocé una sonrisa de medio lado al final de mis irónicas palabras, justo antes de dirigirme hacia el mueble bar que había medio oculto por allí para servirme un vaso de coñac. Por mucho que ella o el perro lo intentaran los grilletes no cederían; lo sabía porque los había utilizado alguna vez para aprisionarme a mí misma durante mis primeras lunas llenas, cuando mi padre me obligaba a permanecer encerrada y a no hacer daño a nadie, especialmente a él. Si habían sobrevivido a un licántropo furioso y recién convertido que ni siquiera sabía lo básico de la supervivencia, ¿qué la hacía pensar que iba a poder liberarse ella...? Era absurdo, pero todo su comportamiento lo había sido desde el principio, pues ¿quién se queda dormido en la casa de aquella persona a quien acaba de robarle algo de comida? Lo lógico habría sido huir con el botín a otra parte y allí dedicarse a terminarlo... Pero esperar algo de racionalidad de alguien como ella parecía ser aún más frustrante que aguardar un milagro, y sobre todo absolutamente igual de imposible, así que ni siquiera lo intenté. Con mi vaso en la mano me dirigí de nuevo hacia ella para mirarla de frente, dando vueltas al líquido con actitud distraída. La estaba estudiando, sí, pero mi cabeza estaba en otra parte, en una idea que con más o menos fuerza me rondaba desde que la había visto: ¿y si pudiera resultarme útil? Desde hacía algún tiempo tenía la intención de ascender en el seno de esa organización a la que había empezado a pertenecer obligada por mi apellido y por la eternamente opresora figura de Gregory, que me había marcado las pautas de lo que hacer y lo que no hacer desde siempre. ¿Qué mejor manera de darle en las narices que brillar en lo que él me había impuesto y demostrarle que hasta en circunstancias adversas podía superarlo sin despeinarme...? Pero para ello necesitaba hacerme con más poder del que tenía, y los métodos habituales no funcionarían; necesitaría algo más que el chantaje y las buenas misiones, necesitaría una cabeza de turco que me consiguiera lo que yo buscara en cada momento sin que la atención fuera depositada en mí... Y a medida que la idea se dibujó en mi cabeza mi mirada volvió a fijarse en ella, esta vez curiosa y más abierta a negociar que hasta aquel momento.

– Sé lógica, querida, ¿a quién creerían? ¿A una ladronzuela a la propietaria de una casa como esta? ¿A una mendiga o a alguien con un apellido de renombre? Puedo hacer lo que quiera contigo, y las consecuencias te saldrán bastante más caras a ti que a mí, te lo aseguro.

Mi argumentación era injusta, sí, pero no por ello resultaba menos cierta, y además yo no era una persona particularmente caritativa o partidaria de luchar por los derechos de los menos favorecidos. Cada cual era el responsable de su propia supervivencia y de su escalada en la pirámide social, y en tanto se tuviera que recurrir a la caridad se anulaba todo el valor que pudiera tener uno a la hora de sacarse las castañas del fuego de motu proprio. Si a ella no le gustaba la caridad y se había visto envuelta en una situación adversa, ¿por qué no intentaba negociar con el enemigo? Esa habría sido mi primera reacción en su situación, esa y abandonar lo que hiciera necesario para acabar lo mejor posible, quizá incluso mejor que la persona responsable de haber terminado en una situación así. Ella aún tenía unos límites que a mí me resultaban extraños porque hacía tiempo que los había abandonado en pos de cumplir mis objetivos; en el fondo, resultaba que su instinto de supervivencia necesitaba pulirse un poco para poder resultar útil para lo que yo tenía en mente. Por suerte para ella, me sentía generosa y además sabía que no había nadie mejor para convertirla en un miembro provechoso de la sociedad, pero especialmente de mi clientela particular. Una chica como ella, lo suficientemente atractiva para que al vestirla de sedas no desentonara, podría ser una buena espía además de recadera, y eso abría un nuevo mundo de posibilidades ante nosotras que yo no estaba dispuesta a desaprovechar. Por eso, dejé el vaso aún a medias lo más lejos posible de ella y de su perro, que aún medio sometido por mi presencia podría hacer la tontería de tirármelo y volví a acercarme, esta vez con los brazos en jarras.

– Podrías meterte en tantos problemas si te denunciara y, además, hiciera una confesión anónima de tu supuesta brujería a la Inquisición... Sé de buena tinta que me escucharían a mí, no a ti, exactamente como el resto. Tienes las de perder a menos que te busques una solución, y estoy dispuesta a tener piedad o, al menos, a pensármelo. ¿Qué estarías dispuesta a hacer para que te soltara? Dime, adelante, y quizá te conceda el deseo.
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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Sep 20, 2014 10:48 pm

¿Pescadora? Si ahora le ofrecieran un puesto limpiando letrinas o recogiendo basura de las calles lo hubiera aceptado en menos de dos segundos. Aquello estaba pasando de castaño a oscuro a una velocidad que no podía asumir. Tenía demasiadas cosas que procesar, y el hecho de que no tuvieran prácticamente ningún sentido le complicaba una tarea que, ya de por sí, siempre le había resultado difícil. Irathi era una joven simple, sencilla, y aunque era lo bastante inteligente para sobrevivir en la calle, sus conocimientos, digamos, más aplicados, distaban mucho de ser óptimos. No sabía nada de modales, de protocolo, de modas o de lo que cuál era el nombre completo de los reyes. ¡Apenas si sabía leer bien, por el amor de Dios! Sabía lo bastante para sobrevivir en un mundo bastante hostil para los que no tienen nada. Y tampoco es que nunca hubiese necesitado mucho más. Pero aquello sobrepasaba todos los límites, habidos y por haber, en su mentalidad. ¿Cuántas veces en tu vida te encuentras en la tesitura de que una chiflada te encadenara a un armario por un par de latas de conserva? Su comportamiento, además, le resultaba de lo más confuso. Y eso que antes le había parecido guapa, lo bastante atractiva para llamarle la atención. Ahora se daba cuenta de que sólo era una loca peligrosa, que además, tenía la extraña capacidad de acojonar a Rollan de una manera casi absurda. ¿Adónde demonios había tenido que ir precisamente a robar? ¡No habían más casas vacías en la ciudad! Gimió, retorciendo las manos tratando de librarse, pero sólo consiguió que un dolor punzante se instalase en sus muñecas. Aún así, su mirada no dejó de ser igual de desafiante que al principio. ¡Ay, orgullo! ¡Cuánto daño puedes llegar a hacer!

- Mira, tía, si no es que te lo ordene yo o el Papa, es que esto no tiene ningún puto sentido. ¿Quién coño te crees que eres? ¿La marquesa de las latas de conserva? ¿Acaso robarte es un insulto tan atroz para tu ego que tienes que encadenarme al armario? ¡Joder! ¡Que raros sois los ricos! Raros y chalados. ¿Sabes lo que te podría caer si me encontraran aquí atada? -Vociferó, titubeando más de lo que había pretendido en un principio. No sabía si se trataba de una broma, de una pesadilla bastante rara fruto de la comilona o si realmente estaba pasando. Pero estaba comenzando a asustarse. Sus latidos iban tan deprisa que creía que el corazón se le iba a parar en cualquier momento. Y ahora se ponía a hablar de jerarquías o vete a saber qué. ¿De qué iba todo eso? ¿Ah, que acaso aún no estaba lo bastante enfadada? ¡Pues no quería saber lo que pensaría hacerle si, además de ver que le había robado comida, se diera cuenta de que había cogido otras cosas de valor! Rogó mentalmente al Dios de los ladrones, si es que había alguno, para que de sus bolsillos no cayera ninguna moneda ni joya traicionera, o se temía que iba a tener que acabar haciendo lo que se juró que nunca volvería a hacer: suplicar clemencia.

De momento, estaba teniendo suerte, porque pese a los bruscos movimientos que estaba ejecutando, tratando, inútilmente, de liberarse, y de los zarpazos que provenían de su perro, ningún sonido extraño había conseguido delatarla. Ahora su prioridad era salir de allí a toda prisa, y vio una oportunidad cuando aquella loca decidió irse a servirse una copa. ¡Demonios! ¡¿Quién se paraba a beber en un momento así?! Con destreza, desenganchó una especie de ganzúa que siempre llevaba en la pulsera de su mano izquierda, e intentó, torpemente debido a la postura, abrir el dichoso grillete que la mantenía sujeta. Pero cuando estaba segura de que quedaba poco para que pudiera escuchar el bendito "click" que significaría su libertad, vio que la mujer se daba la vuelta y el objeto se le cayó de la mano causando un agudo sonido. ¡¡NO!! ¡¡MIERDA!! Su rostro estaba rojo de los nervios, de la rabia y de la impotencia que le causaba estar así, a su merced. ¿Cómo demonios iba a salir de allí? La mujer, que pareció no darse cuenta de su cuasi-intento de fuga, siguió con su discursito de la importancia del nombre y la clase social, haciendo que un escalofrío le recorriera la espalda. Lo realmente triste era que tenía razón, que incluso cuando su crimen fuese más atroz que el que ella había cometido, los de su calaña siempre tenían más oportunidades. Los muertos de hambre, como ella, no. Eran culpables incluso sin hacer nada, como para quedar libres cuando sí lo habían hecho. Un motivo más para no confiar en aquella mierda de sociedad que la había despojado de todo cuanto tenía.

- Me importa una mierda lo que crean o dejen de creer. Al menos, seré juzgada, aunque sea injustamente, por alguien que tiene derecho a juzgarme. Tú no eres nadie para hacerme esto, por muy rica que seas y por muy pobre que sea yo. ¿Lo entiendes, zorra? Prefiero morir en la horca como una ladrona que atada a tus cadenas como una miserable rata. ¡¡Que te follen!! -Y tras escupir en su dirección, comenzó a lanzar patadas con todas las fuerzas que fue capaz de extraer de su interior. No le dio ni una, por supuesto, pero creyó dejar bastante claro que nada de lo que dijera iba a tener ningún efecto en ella a menos que la tratara como lo que era: un puto ser humano. - ¿Brujería? ¿Pero de qué coño hablas? De vernos así dudo que fuera de mi de quien pensaran precisamente eso... -Una brusca carcajada, totalmente fuera de lugar, salió de su garganta a causa del nerviosismo. Ahora que volvía a tenerla enfrente se daba cuenta de lo mal que la había juzgado. Había algo en ella que imponía, por lo que pudo entender que Rollan se quedase quietecito, más manso que una oveja, cuando volvió a acercarse. Pero no estaba dispuesta a suplicar. No lo había hecho en su vida y no iba a empezar en aquel momento. Estaba atada, sí, pero entera. Aún tenía fuerzas más que suficientes para seguir luchando. Había salido de cosas mucho peores. No tan raras, pero sí más difíciles. - ¿Yo? ¿Hacer algo por ti? ¿Por una maldita psicópata? ¡Espera sentada, nena! -Y justo cuando estaba en la cúspide de su demostración de orgullo, una moneda traicionera cayó de su bolsillo, seguida por otras tantas y por una especie de pulsera que antes había cogido. Se quedó helada y tuvo que tragar saliva un par de veces antes de atreverse a mirar a la mujer a la cara. Aún así, no fue capaz de decir palabra, pero sí de silbar para que Rollan reaccionara dando un salto, alcanzándole la ganzúa.
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Mensaje por Invitado Mar Sep 30, 2014 9:45 am

Antes incluso de que las monedas de su pequeño botín tocaran el suelo yo ya las había escuchado, frotándose unas con otras en su bolsillo en compañía de un brazalete al que le tenía mucho aprecio porque era un regalo de mi hermano Roland, pero hasta entonces había conseguido burlarme incluso a mí, un licántropo con los sentidos más desarrollados de lo normal. Así que la ladrona había cogido algo más que comida... ¿por qué no me sorprendía? Quizá por sus pintas de necesitar conseguir todo el dinero posible para alimentarse y para parecer decente; quizá porque conocía a los ladrones bastante bien, ya que me relacionaba con ellos casi a diario para que me dieran pistas de dónde se encontraban vampiros a los que ellos no solían acercarse. En realidad, ¿qué más daba? La cuestión fue que yo me limité a alzar una ceja, curiosa, antes de agacharme para recuperar lo que me había robado, o más bien intentado robar. Dio la precisa casualidad, además, de que en ese instante su perro respondió a su llamada (esa sí la había notado en el momento de hacerla, seguro que porque a perra ni uno de esa especie me ganaba) y se puso cerca de mí, con lo que le pude quitar la ganzúa con la que su dueña pensaba liberarse. Con aire maternal, le di unas palmaditas en el lomo al animal, que por primera vez desde que le había gruñido pareció dejar de temerme e incluso movió el rabo para que siguiera acariciándolo un rato más. Ah, perros... Tan simples, tan leales, tan sugestionables por un alfa que sabe hacer buen uso de sus capacidades. Al igual que su dueña, el animal estaba lleno de recursos, incluso en condiciones tan adversas como esas en las que ella se encontraba, y si bien hasta entonces había estado ligeramente irritada y como mucho curiosa por lo que esa chica había hecho en mi casa, su actuación estaba empezando a dejarme... impresionada. Y bien complicado resultaba impresionarme a mí, todo había que decirlo, ya que desde hacía bastantes años tenía un umbral de la sorpresa inexistente por completo.

– Me habría enfadado mucho si te hubieras llevado este brazalete, ladronzuela. El dinero me importaría menos, pero ¿esto? En el mercado negro no te darían casi nada, y en una joyería respetable seguramente se reirían de ti por intentar pasarles por bueno algo que no lo es. No dejes que su brillo te engañe: no es oro blanco, ni mucho menos plata. Es acero. Y es un regalo.

Cuando terminé de hablar me volví a poner el brazalete para que no intentara volver a quitármelo y, también, para tener la ilusión de que podía llevar plata de nuevo, cuando hacía años (desde que me habían mordido) que ya no tenía esa posibilidad. Me acerqué a ella tranquilamente, tanto que el perro ni se movió, y le metí las monedas en el bolsillo, porque sabía que de donde habían venido esas podría obtener muchísimas más, y no era como si el dinero me hubiera supuesto nunca un problema, con los recursos de mi familia o sin ellos. De hecho me gustaba pensar que podía funcionar de manera autárquica y que no necesitaba que un viejo enfermo ricachón como lo era Gregory me pudiera someter por una necesidad que no tenía, así que el dinero no entraba dentro de mis preocupaciones. En eso era totalmente diferente a ella, que se había arriesgado a meterse en la casa de una extraña y a sufrir mis vejaciones (aunque no me arrepentía de ello, porque dentro de lo que cabía había sido incluso suave y buena) sólo por dinero y comida. Qué desesperada tenía que estar... Y aunque eso no conseguía que se me ablandara el corazón, demasiado endurecido por ser una Zarkozi de los pies a la cabeza, sí que me hacía ver la parte práctica de que ella se hubiera terminado adentrando en una posesión que me pertenecía, como era mi casa. Por ese motivo, la sospecha que antes había tenido de que podíamos llegar a un acuerdo ella y yo se convirtió en una certeza, sólo que con ciertas matizaciones (a su favor, además) que antes no había contemplado ni, seguramente, hubiera llegado a contemplar de no haber visto sus habilidades por mí misma. ¡Mira que conseguir engañar los sentidos de un licántropo...! Ese talento que ella tenía para robar podía sernos útil a las dos, sólo que ella, fuera cual fuese su nombre, aún no tenía ni la más remota idea de por dónde estaban yendo mis pensamientos ni mucho menos de lo que tenía intenciones de hacer.

– Te he dicho que estaba dispuesta a tener piedad, y no mentía, igual que tampoco lo hacía cuando te decía que podrían creer en tu brujería a pies juntillas. Sé cómo piensa la Inquisición, pequeña, porque, ¿sabes?, formo parte de ella... Y por eso mismo una ladronzuela como tú podría serme útil. Repito mi oferta: ¿qué estarías dispuesta a hacer por que te sacara de aquí? ¿Robarías por mí, conseguirías lo que te pidiera? Si es dinero lo que te hace falta podría pagártelo, no soy tan desagradecida, solamente tan orgullosa que me molesta no haberme dado cuenta de que intentabas robarme otra vez. ¿Estarías dispuesta o preferirías participar en un auto de fe conmigo como testigo?
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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Oct 25, 2014 1:06 am

Había estado tan cerca, tan terriblemente cerca de conseguir su objetivo, que cuando vio con la rapidez que la mujer interceptó el objeto que la volvería a convertir en una mujer libre, casi no podía creérselo. Todo su cuerpo se sacudió de arriba abajo en un escalofrío que apareció de la nada, súbitamente, entrecortándole la respiración. Y más al comprobar que su siempre fiel perro, su mejor amigo, cambiaba drásticamente su actitud con respecto a la fémina, abandonando toda muestra de terror u hostilidad anteriores y sustituyéndolas por sus siempre inconfundibles ganas de jugar. Con los ojos bien abiertos, entre sorprendida y aterrorizada, pudo comprobar cómo Rollan comenzaba a... ¿mover la cola? ¿En serio? ¿Justo en aquel momento? Si al final iba a resultar que tiraban más dos tetas de dos carretas, incluso cuando había una diferencia de especies de por medio. Un bufido escapó de sus labios, y el fastidio enmascaró parcialmente el miedo de antes... Aunque sólo hasta que la dueña de la casa volvió a hablar. Su tono de voz, su forma de actuar y aquel extraño influjo que tenía sobre Rollan, la confundían y le daba bastante miedo. Denotaba una frialdad y una falta de escrúpulos a la que, si bien estaba más que acostumbrada, nunca había visto con tanta intensidad. ¿Cómo una persona normal y corriente podía actuar así mientras mantenía cautivo a otro ser humano? La respuesta era simple: no tenía nada de normal ni de corriente. O estaba loca o era un monstruo, y a aquellas alturas no sabía qué hubiera sido peor.

No supo ni qué decir ni cómo reaccionar al nuevo cambio en la actitud de su perro, como tampoco supo qué contestar a sus palabras. Vio la ganzúa jugar entre los dedos de la mujer, y sintió que aquellos grilletes le quemaban más que nunca en las muñecas. Necesitaba salir de allí, olvidar todo aquello y, por qué no, empezar a preguntarse qué demonios quería hacer con su vida antes de que se la arrebataran. En este punto, y si se paraba a analizar sus palabras fríamente, aquellas que había lanzado en un momento de ira, no estaba tan segura de lo que acababa de decirle. ¿Realmente prefería ser juzgada y colgada en la horca antes de pedir piedad, clemencia por su vida? Tristemente, y al contrario de lo que su mentalidad la llevaba a creer, no estaba tan segura de asumir ese destino. Al menos, no en aquel momento, no aquel día, no de aquella forma. De hecho, sólo pensar en la posibilidad de que entraran a aquella casa y en que la policía finalmente creyeran la versión de la mujer en lugar de la suya propia -algo lógico si tenían en cuenta la clase social de cada una- le producía escalofríos. ¿Sacrificaría su propia vida, su seguridad, por mantenerse firme y fija en unos ideales pese a saber las consecuencias negativas de los mismos? Cuando volvió a mirar la ganzúa en las manos de la mujer y sus miradas se encontraron frente a frente, estuvo segura de que no.

Contuvo el aliento cuando la mujer se acercó, convencida de que tomaría sus represalias, para luego soltar un suspiro de calma cuando volvió a alejarse, tras depositar nuevamente las monedas en su bolsillo. La renovada esperanza de que aquello sólo se tratase de un macabro juego la hizo recuperar parte de sus fuerzas y, por qué no, también de su sarcasmo. - ¿Un regalo de ese marido que no cumple bien en la cama? ¡Vamos! ¿Y por esa mierda te vendes? Y eso que reconoces que es una baratija... -Siempre había sido una bocazas, tenía que reconocerlo, incluso en las situaciones en que menos adecuada se hacía la aparición de su retorcido sentido del humor. Obviamente se dio una bofetada mentalmente cuando aquella chalada le soltó que era una inquisidora. De pronto, las piezas de ese caótico puzzle mentar comenzaron a cobrar algún sentido. Por eso había podido reducirla y tenía algo tan extraño como grilletes en una sala cualquiera de su casa. Un motivo más para reconocer que la religión, además de ser un auténtico lastre para la sociedad, volvía a la gente bastante violenta. Y loca, eso también.

- ¿Una inquisidora demostrando piedad? Eso sí que es nuevo. Y casi que un paso atrás después de todo este numerito. -Demonios, ¿por qué no podía callarse de una maldita vez? ¿Acaso su orgullo era tan inmenso para aplacar su innata necesidad de sobrevivir? Por lo visto, así era, aunque no pudo evitar que su sonrisa pícara se tornase de esperanza al prestar atención a la otra parte de su discurso. Si quitaba el hecho de que la palabra "piedad" llevaba consigo un significado que nunca le había gustado aceptar, su oferta, de ser cierta, podría resultarle incluso beneficiosa. Y más cuando se trataba precisamente de lo que mejor se le daba hacer -si no lo único-: robar. - ¿Lo dices en serio o es otro de tus truquitos de esposa amargada y de religiosa chiflada? -Por su tono de voz no le parecía que estuviese mintiendo precisamente, y la amenaza velada de su último comentario dejó bastante claro que no es que tuviera muchas más opciones. ¿No podía haber ido a robar a otro sitio? La próxima vez se conformaría con los nobles a los que ya conocía. La experiencia de estar encadenada no le estaba resultando demasiado agradable que digamos. - ¿Robar no era uno de los pecados capitales? Digo, para ser parte de una congregación religiosa, me parece una petición bastante poco... ortodoxa... Pero bueno, a mi eso me da igual. Mientras me sueltes de una puta vez y devuelvas a mi perro a su estado original. Al menos robar se convertirá en un trabajo de verdad. -Bufó por lo bajo. O también podía decir que sí, que lo haría, para salir corriendo cuando la soltara. Era una opción bastante viable. Aunque no le importaba hacer lo que le pedía, y más ahora que sabía de lo que era capaz, tener una jefa con semejante carácter no es que fuera plato de buen gusto. Para nadie. - Claro que, antes me tienes que soltar. Así es bastante difícil que haga nada. Ni por ti, ni por nadie. -Su mente trabajaba deprisa, planteándose por un lado las posibilidades de escape que tenía, que eran objetivamente bastante escasas; y por otro, tratando de convencerse a sí misma que aceptar ese trato no la convertía en una cobarde rogando clemencia: sino en una superviviente. Rollan la miró, jadeando tranquilamente, como si nada ocurriera. Definitivamente, la segunda parecía la opción más viable.
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Mensaje por Invitado Dom Nov 30, 2014 2:22 pm

Ay, si ella tan sólo supiera lo rematadamente raro que era en realidad que no sólo una inquisidora mostrara piedad, sino que encima fuera yo la mujer en cuestión, seguro que era capaz de borrarse el tono de ironía de la boca, aunque probablemente ni siquiera así lo consiguiera, ya que parecía tan pegado a ella como sus tatuajes... Tatuajes que, por otro lado, yo solamente entreveía y seguía dibujando en su cuerpo en mi cabeza, a sabiendas de que lo ocultaba tan bien que ella ni siquiera se imaginaba por dónde iban mis pensamientos de cuando en cuando. ¿Para qué iba a dejar que lo sospechara, siquiera? Era capaz de pensarse que tenía control sobre mí por el simple hecho de que me atraía a nivel carnal, cuando en realidad era una auténtica experta en aguantarme mis ganas de cualquier cosa lo que hiciera falta; cosas de la práctica, que me había obligado a llevar mi autocontrol al límite. Que lo hiciera, no obstante, no significaba que quisiera hacerlo... En aquel caso sí, claro, pero ¿en la vida diaria? No, gracias. Prefería moverme por mis deseos y mis caprichos porque, así, con quienes me relacionaba se hacían una imagen de mí que no siempre se correspondía con la realidad, tan cambiante como podía serlo el bosque durante el paso de las diferentes estaciones. Aún no había decidido si quería que ella me conociera o si la iba a castigar y después a dejar irse, probablemente no lo hiciera hasta dentro de un rato, a medida que nuestra deliciosa conversación continuara, pero lo que sí que tenía claro era que, desde luego, engañarme no conseguiría. Era demasiado novata en un arte que yo llevaba poniendo en práctica desde que mi padre me había demostrado lo mucho que me detestaba, sobre todo cuando se me comparaba con mi hermano Baptiste, así que tendría que esforzarse un poquito más para que resultara, al menos, tragable. Al menos lo había intentado, ese mérito no se lo iba a quitar así por las buenas, pero si ya empezaba a hacer descender el nivel intelectual de nuestra conversación y me tomaba por lo que no era terminaría obligándome a tomar una decisión que contradiría todo lo que había dicho hacía apenas unos segundos, y eso no le gustaría nada porque sería demostrarle hasta qué punto estaba equivocada si pensaba que yo podía mostrar piedad.

– La ortodoxia y yo no nos llevamos bien, igual que tampoco lo hacemos las normas y yo. Tengo cierto talento para doblarlas a mi favor y conseguir hacer lo que me venga en gana, te lo digo porque pareces pensar que me puedes engañar con argucias varias y lógica aplastante cuando, en realidad, sé de sobra que planeas escaparte en cuanto te quite esas esposas. Vamos, es evidente, yo en tu situación también lo haría, pero, ¿sabes?, no me gusta que me tomen por idiota... Lo menos que puedes hacer es admitirlo.

Razoné tranquilamente, tan calmada como lo había estado durante toda nuestra extraña conversación, incluso aunque el humor de ella hubiera sufrido tantos altibajos que parecía un viaje en tren por un terreno particularmente agreste. Sin pensarlo directamente al parecer me estaba tomando la situación como si fuera un interrogatorio en el que yo tenía la razón (por supuesto) y ella no, y darme cuenta de ello sólo ayudó a que me sintiera aún más inquisidora que antes... Como si necesitara alicientes para hacerlo. Era para lo que me habían entrenado, prácticamente criado; era mi vida, por triste que fuera, y todo lo que hacía estaba relacionado más o menos con esa realidad, sexo incluido. Hasta a ella iba a tratarla como a una herramienta para mi trabajo, por si el resto de cosas de mi vida no bastara para que me diera cuenta de hasta qué punto tenía la Inquisición metida bajo la piel aunque no creyera en las viles mentiras que contaba la institución. Resultaba hasta apropiado... Yo la usaba a ella tanto como ella me usaba a mí, y las dos nos usábamos hasta para lo mismo: asesinar. Yo impunemente a vampiros que detestaba por mi condición; la Inquisición, para que me ocupara de ellos. ¿Realmente éramos tan diferentes...? Sí, suponía que en el fondo que yo hubiera decidido rebelarme contra lo que se me ordenaba e interpretarlo a mi manera me hacía algo distinta, aunque si pensaba que realmente de lo que había dicho Jesucristo a lo que se hacía en su nombre había un largo trecho, quizá estaba equivocada. De todas maneras, ¿a quién le importaba? Total, para ella yo era una inquisidora atrapada en un matrimonio de conveniencia, una perspectiva a la que había renunciado hacía tiempo porque no había ningún candidato que me placiera lo suficiente, para vergüenza de mi padre, así que lo demás le daría igual. Sólo veía lo que quería ver, como el resto, pero ¿podía culparla cuando yo veía en ella a la ladronzuela y me empeñaba en olvidar a la mujer? Seguramente no, y aun así lo hacía, una de tantas contradicciones que tomaban absoluta fuerza en mi personalidad tan francesa, a falta de otra palabra mejor que la de un amante de hacía mucho, muchísimo tiempo.

– No estoy casada, pequeña, lamento decepcionarte. Mi amargura, si es que existe, debe de venir de otro sitio, así que lo de esposa amargada no es del todo cierto, y lo otro... No soy exactamente religiosa, aunque seguramente sí esté algo chiflada. Pero no tanto como tú, de todas maneras. Ahora, dime, ¿puedo confiar en que no nos lo pondrás difícil a las dos escapándote o me vas a tener que hacer atraparte y darte tu merecido hasta que no puedas ni andar...?
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Mensaje por Irathi Heaven Vie Dic 26, 2014 5:04 am

Suspiró largamente, intentando tranquilizarse. Era evidente que permaneciendo en ese estado de víbora que quiere abalanzarse a morder no iba a conseguir nada de aquella chiflada. Mucho menos que la soltara. Pero ahora que decía lo de escaparse... Miró a su alrededor con el ceño fruncido, intentando idear una forma práctica y sencilla de salir de allí en el caso de que finalmente su captora se dignase a quitarle los grilletes. Y la situación no estaba demasiado a su favor. Las ventanas parecían cerradas, y tardaría demasiado en abrirlas en caso de querer salir corriendo. Para poder hacerlo, tendría que noquearla, y visto el panorama y que Rollan no iba a ayudarla, tampoco parecía demasiado plausible. Lo que tenía claro es que no pensaba acercarse a la puerta. Ni a ese dichoso armario una vez la soltara. Ya la había encadenado una vez allí. No habría una segunda. Por lo tanto sus opciones realmente era... Escasas. Por no decir inexistentes. Sólo podía intentar atravesar una ventana tras noquearla, y ni se veía capacitada para lo segundo, ni con fuerzas para lo primero. ¿Por qué demonios se le había ocurrido ir a parar a un barrio como ese? Los más ricos son los más raros. Lo tendría en cuenta para la próxima. Porque si algo tenía seguro, era que tenía que marcharse de aquel sitio, fuera como fuese. No moriría en casa de una zorra inquisidora. Ni en un millón de años. Así tuviera que dejar su orgullo a un lado y suplicar... Bueno, no tanto. Pero podía decirle lo que quería oír, prometerle que haría lo que le requiriera. Y luego ingeniárselas para dejar de cumplirlo cuando estuviera lo bastante lejos de esa furcia para no notar su mirada maliciosa. Al final, eso era lo más lógico. Lo difícil iba a ser ahora convencerla.

Dibujó una media sonrisa que pretendía ser sincera, aunque no pudo evitar que su picardía de siempre le asomara a los ojos. No tenía ni la más remota idea de por qué aquella salvaje parecía leerle la mente en todo momento, pero la verdad, después de aquel día, quedarían pocas cosas que la sorprendieran. Igual también ocultaba ser una bruja de esas que clavan alfileres a muñecos que representan a la gente que les cae mal. Quién sabe. Si guardaba grilletes en un armario, ¿por qué no iba a tener poderes? Se encogió de hombros y negó con la cabeza. - No hace falta que me digas que no eres demasiado ortodoxa. Dudo mucho que el numerito del sofá estuviese incluido en el protocolo de actuación de los inquisidores cuando se topan con una ladrona. -En menudo mal momento le dio por acordarse de su cuerpo, del calor que desprendía, estando tan tan cerca. Sacudió la cabeza, intentando deshacerse de esa imagen rápidamente. Su cuerpo no podía tomar el control, porque entonces sí que estaría perdida. Se concentró en el hecho de que esa mujer la había amenazado, encadenado y tratado peor que a un perro. No era como si mereciese su atención en otros aspectos más allá de ser una loca que podía hacerle daño. Por muy buena que estuviera pese a estar como una maldita cabra.

- En cuanto a escaparme... Hombre... Mis opciones no son demasiadas. Por la puerta no iba a salir, y dudo mucho que fuese lo bastante rápida para salir por la ventana. -Dijo simplemente, aunque, evidentemente, eso no quería decir que dado el caso, y si por algún casual la mujer llegase a dejarla sola, no iba a intentarlo. A diferencia de ella, Irathi aún conservaba parte de su cordura. - Así que sí, desátame. Mis muñecas te lo agradecerán. Y bueno, si quieres que sea una ladrona para ti, supongo que sabes que necesito las manos... -Rollan alzó la cabeza, como adelantándose al pensamiento que acababa de aparecerse en su mente de forma repentina. - Aunque... si no te importa... Creo que me gustaría tomar un poco de whisky. Hace mucho que no pruebo uno decente. -El perro salió disparado y se sentó justo delante suya, ladrando a todo pulmón. Sí, probablemente fuese del todo imprudente e incluso estúpido pensar que podría estamparle el vaso en su bonita cara y salir corriendo como alma que lleva al diablo, ¿pero qué otras opciones tenía? Hacerle caso en lo que pidiera, bajo una amenaza constante, deshacerse de parte de esa libertad que tanto amaba en pos de salvar su trasero de aquella loca... ¿Cómo no podía, si quiera, intentarlo?

- Cállate, Rollan. -El perro obedeció, pero se quedó delante suya, mirando ahora de frente a la inquisidora, como si más que proteger a Irathi de ella, fuese precisamente al contrario. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Acaso no era ella la que estaba encadenada? Empezaba a pensar que quizá aquellas latas estuviesen en mal estado. ¿Por qué si no iba a reaccionar así? En fin... Lo más raro de todo fue que no le sorprendiera que en realidad aquella loca no estuviese casada. ¿Quién demonios iba a ser tan estúpido? - Vaya... pensé que era algo así como una norma en el club de los ricos, que las mujeres de cierta edad debían renunciar a su libertad y casarse con algún capullo que le escogiera su familia... Aunque bueno, dudo mucho que ningún hombre tuviese los cojones de domarte, "pequeña". -Se guardó la parte de que era una zorra para sí, consciente de que eso sólo empeoraría su ya de por sí terrible situación y luego suspiró largamente, asintiendo. - Sí, por favor, desátame de una puta vez. -Rogó mentalmente que no se olvidara del whisky, aunque por momentos, la sugerencia de la fémina realmente estaba despertando su curiosidad. Nunca había trabajado para un rico, y menos, para un inquisidor. ¿Y si esa fuera una de sus últimas oportunidades para abandonar esa vida de mierda?
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Mensaje por Invitado Jue Ene 22, 2015 8:37 am

Cualquier otra persona en su situación probablemente habría intentado hacerme razonar (como ella), me habría intentado domar (como ella) y se hubiera puesto, al ver que todo eso no funcionaba, a suplicar, pero ella no, y eso era algo que me tenía ciertamente curiosa, como poco. Mi experiencia como inquisidora era amplia, y eso suponía que más de una vez me había tocado interrogar a alguien siguiendo métodos antiguos pero muy demostrados (como, por ejemplo, esa maravillosa herramienta para alargar los miembros de las pobres víctimas hasta que se quedaran sin ellos...), así que tenía experiencia y sabía cómo, inevitablemente, pasaban ese tipo de conversaciones. Con ella, sin embargo, todo era distinto; la chica, aunque ignoraba su nombre, no había llegado aún a la fase de súplica, y de hecho tenía un orgullo tal que dudaba que fuera a tirarse al suelo (figuradamente, claro, que seguía sin querer soltarla) para pedirme por favor que tuviera algo de piedad. Me lo decían sus palabras, su tono y hasta su maldita mirada, tan parecía a la mía que hacía enfermizo que me pusiera increíblemente a tono la tenacidad que podía ver frente a mí. Lo que me sorprendía, aun y todo, era que se hubiera decidido a dejar de llamarme zorra, y yo que empezaba a valorar su sinceridad y todo... Especialmente porque era una verdad nacionalmente sabida (decir mundial me parecía exagerar un poco, aunque por la fama que tenía en la Inquisición lo mismo tenía razón y todo) que yo era una zorra en todo sentido de la palabra salvo el literal, y eso sólo porque era una loba, lo cual daba lugar a que en vez de zorra me llamaran perra. Prefería, eso sí, el apelativo de zorra; perra era más despectivo respecto a mi otra naturaleza, la que normalmente me dominaba y la que me había permitido dominar al perro, Rollan, de la chica que tenía delante. Casi hasta echaba de menos que ella me lo llamara...

– Parte de mi familia estaría de acuerdo, punto por punto además, en lo que has dicho del club de los ricos, pero por si no te has dado cuenta, la ortodoxia no es lo único que no es lo mío: seguir normas también se me da fatal...

Con toda la calma del mundo, me agaché y acaricié a Rollan detrás de las orejas, con mucho más cariño que el que hubiera mostrado hasta aquel momento en ninguna de las situaciones a las que ella me había arrastrado porque, para qué mentirnos, yo la había dejado. El perro poco tardó en corresponder a mi gesto, e incluso se tumbó panza arriba para que siguiera acariciándolo, rascándolo y jugando con él, más como una igual que como el alfa de la manada, como me había mostrado antes para dominarlo y que no se me echara encima por culpa de su dueña. Aquel animal era leal, eso se lo iba a reconocer a ambos, pero su lealtad era muy fácilmente obtenible si se tenía la suficiente fuerza bestial, algo que a mí me sobraba... Y que podía regalarle a la morena, si quería. Pero, bueno, ¿desde cuándo contemplaba lo que ella quería o no en la ecuación? Eso era una muestra de lo mucho que me enajenaba cualquier situación siempre y cuando hubiera unas cuantas curvas bien puestas delante de mí, en el fondo eso era algo que tenía en común con la mayoría de hombres, y había que reconocer que ella se estaba poniendo en bandeja delante de mí sin comerlo ni beberlo, sólo porque yo había querido. Aunque no era como si realmente le molestara mucho, a la misma intervención en el sofá tan poco ortodoxa que ella había mencionado me remitía, porque no era como si no hubiera notado su cuerpo arder bajo el mío, ansiando mi contacto y, quizás, mi dominación. Por mucho que en la cama a mí no me importara no llevar las riendas, había que reconocer que a veces había gente que me daba muchísimas ganas de ponerme dominante, y aquella chica anónima en el mejor de los sentidos, porque el fetiche de ignorar su nombre añadía aún más calor a la situación, era el mejor ejemplo de ello.

– Digamos que liberarte de tu pequeña prisión no entra dentro de las opciones que tengo para ti, ahora mismo. Aun así, estoy totalmente dispuesta a transigir y darte un poco de whiskey; debes de estar sedienta después del banquete de conservas que te has pegado en un momento.

Ironicé, tanto porque podía como porque no había manera de que me salieran las palabras algo diferentes, y me dirigí hacia una de las paredes de la habitación, donde se encontraba un armario con las bebidas de más calidad de las que guardaba en aquella casa. Por supuesto, si nos hubiéramos encontrado en algún otro lugar que utilizara con más frecuencia la botella estaría más bien mediada, pero ella había tenido suerte y la que elegí estaba completamente llena de whiskey de malta de una calidad, al menos, aceptable. En su situación, de todas maneras, tampoco podía ponerse demasiado exquisita, así que cogí la botella y la abrí para dirigirme hacia allí con ella y plantarme enfrente de la morena de manera que pudiera llegarle el olor a alcohol. ¿Cruel? Probablemente, pero no había hecho más que empezar, así que delante de sus narices di un trago largo, no lo suficiente para que pareciera que era una borracha empedernida (ni siquiera recordaba la última vez que había bebido tanto para emborracharme, de hecho...), pero sí más largo que un trago de alguien que apenas bebía. Por primera vez en aquella noche, hice algo en su justa medida, pero lo anulé justo después al relamerme y dejar que ella pudiera volver a tener una ráfaga del olor a alcohol, como tortura, porque aunque pensaba dejar que bebiera eso no significaba que fuera a hacerlo inmediatamente... ¡Sólo faltaba! Como todo lo demás, esto lo haría siguiendo mis propias reglas, así que volví a llevarme la botella a los labios y me llené la boca de líquido, que me ardía con el contacto con la lengua de una manera que me parecía deliciosa. Sin tragar, me acerqué a ella y con la mano libre la cogí del pelo para dominar sus movimientos; al principio se quejó, como esperaba, pero en el momento en que la besé y le di de beber directamente, sin utilizar un vaso que quizá hubiera podido intentar lanzarme, la pillé tan por sorpresa, seguramente, que durante un momento ni siquiera pudo reaccionar e hizo que yo y mi lengua hiciéramos todo el trabajo con ella.
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Mensaje por Irathi Heaven Mar Mar 24, 2015 5:38 am

A veces, hay que saber cuándo callarse. A veces, hay que saber que si tienes las de perder, lo mejor que puedes hacer -y lo más inteligente, también-, es guardar silencio y acatar las órdenes que te fueran exigiendo, al menos si valorabas lo bastante tu vida para no querer perderla. Y sí, ella se sabía la teoría perfectamente. Sabía que no era buena idea "jugar" con inquisidores. Sabía que no era buena idea utilizar esa bendita labia que la genética le había dado para retorcer sus palabras hasta el punto de convertirlas en dardos afilados, dirigidos a todos aquellos que intentaran hacerla cambiar, domarla. Hacerle daño. No porque no fuera satisfactorio, que lo era, verles cabreados hasta ponerse de color rojo por aguantar sus insultos era uno de los pequeños placeres de la vida que podía permitirse. Sabía que actuar como actuaba no era bueno, porque a pesar de esa satisfacción, siempre salía perdiendo. Porque le gustara o no, la mayoría de veces, siempre estaba en desventaja. Pero nada, Irathi siempre se comportaba como un animal salvaje enjaulado, cuando además de amenazar su integridad física, aquellos que se enfrentaban a ella tenían la idea de intentar controlarla. Y los animales salvajes sólo emplean una estrategia para intentar liberarse, que en ningún caso era la mejor, pero era la única que conocían: luchar. Claro que nunca pensó que aquella maldita morena fuera a ponérselo tan difícil, en todos los sentidos.

Para variar, la totalidad del plan que había ideado fugazmente había salido terriblemente mal. Ella, que ciegamente había esperado que con la simple aceptación de sus requerimientos aquella loca decidiera liberarla, se daba cuenta que entre los planes de la mujer no estaba el soltarla. Al menos, no de momento, y mucho menos para satisfacer su sed de whisky, que despertó abruptamente en cuanto la morena abrió la botella delante de sus narices sin demasiada delicadeza. Casi pudo saborear aquel líquido con su propio paladar, simplemente aspirando el aire viciado de la habitación, tanto tiempo llevaba sin probar ni una gota de aquel elixir de los dioses. Un gruñido se le escapó de la garganta, al verla recrearse degustando la sustancia. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Torturarla? ¿Hacerla suplicar? Que esperara sentada, si era eso lo que pretendía ver. No lo había hecho por su vida, así que evidentemente tampoco iba a hacerlo por un poco de su whisky, por mucho que le apeteciera. Aún así, aquel gesto bastó para avivar nuevamente la rabia que le producía aquella zorra -incrementada por el hecho de que Rollan pareciera totalmente encandilado por ella-, que realmente nunca se había apagado del todo, sino más bien opacado a causa de su propuesta. Rabia y curiosidad, todo sea dicho, porque aunque ni en un millón de años fuera a decirlo en voz alta, realmente estaba interesada en poder trabajar para alguien de su clase, más que nada porque era casi seguro que ganaría bastante más dinero que robando.

- ¡No me digas! Pensé que estabas como loca buscando las llaves... -La demora en su respuesta vino a manifestar lo frustrante que le había resultado verla regodearse en su desgracia, en su posición de inferioridad. ¿Acaso se creía mejor, por poder contra una bestia enjaulada? ¿Se sentía más fuerte o más inteligente por poderle a alguien encadenado? No sólo estaba loca, sino que además era bastante estúpida por pensar algo como eso. Y ahí estaba, otra vez, ese gesto de superioridad al llevarse la botella a la boca. ¿A qué coño jugaba? ¿Por qué demonios no se había marchado de aquella maldita casa cuando tuvo la oportunidad, después de comer? ¡A quién se le ocurre echarse a dormir en la misma casa que asaltas! Había sido un fallo tonto, desde luego, pero joder, entre las consecuencias que se había imaginado estaban un calabozo y un par de policías que la arrastraban al interior, no a una loca inquisidora que disfrutaba torturando a la gente, dentro y fuera de su trabajo. Cuando estaba a punto de soltarle otra grosería, un nuevo giro en los acontecimientos la hizo desear que a Rollan se le pasara la locura y mordiera a la dueña de la casa en el trasero. Así, quizá, la librara a ella también de caer en sus redes... Aunque cuando fue capaz de hablar, ya se sabía bien envuelta en ellas.

- Pero qué... coño... -No sabía qué era lo que estaba planeando aquella mujer, y a decir verdad, tampoco es que le importara demasiado. No supo si fue el sabor del whisky o la forma agresiva a la par de incitante de besar que tenía aquella chalada, pero todo lo que antes eran ganas de estrangularla, poco a poco dieron paso a una jodida necesidad de desprenderse de aquel dichoso agarre, con la única intención de agarrarse a ella. En todos los sentidos. ¿Que cómo alguien al que evidentemente le faltaba más de un tornillo podía provocar en ella esa reacción, momentos después de haberla amenazado? Pues en realidad no tenía respuesta a esa pregunta. Supuso que cualquier persona en su lugar hubiera reaccionado igual, porque joder, loca o no, arpía o no, nadie hace ascos a semejante provocación. Y menos cuando la incitadora tenía tantas... cualidades. Probablemente al día siguiente se arrepintiera, probablemente, en apenas unas horas se arrepintiera... ¿Pero a quién demonios le importaba? En aquel momento, lo único que quería era saborear su cuerpo, degustar lo que tenía que ofrecer aquella niñita malcriada. Ya tendría tiempo luego para preguntarse por qué. - Jodida ramera... ¿Qué es lo que quieres de mi? ¿Por qué haces esto?... ¿Y por qué no me sueltas de una puta vez? -Sus labios seguían escupiendo veneno, a pesar de que su lengua estuviese más que entretenida repasando el contorno de la ajena. Su cuerpo entero se retorcía, buscando acercarse todo lo posible al de la morena, que desprendía calor, calidez, y energía por todos sus poros. Se dejó guiar por ella, se dejó dominar, encontrando un extraño placer en ello. ¿Sería que la bestia empezaba a ser domada? ¿O sólo esperaba el momento perfecto para volverse en contra de aquella que había intentado controlarla?

Pronto lo sabrían.
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Mensaje por Invitado Sáb Mar 28, 2015 5:37 pm

Algo que ella no sabía porque no me conocía (aún) lo suficiente era que por mucho que me llamara jodida ramera, eso sólo iba a hacerme sentir más ardor que el que ya sentía de sucia que me parecía la definición de mi comportamiento, uno tan impúdico que ya de por sí tenía todas las papeletas para terminar convirtiéndose en mi favorito. Tentada estuve de ordenarle, no pedirle porque el momento de las peticiones había pasado hacía un buen rato, que siguiera, que me llamara cosas aún peores porque con la excitación sólo serviría para convertir nuestro encuentro tormentoso en una bacanal, pero me contuve porque ella me distrajo lo suficiente con su lengua. Vaya, y yo que pensaba que su orgullo iba a ser demasiado grande para permitirme hacer de las mías, resultaba que ella estaba más que encantada de ceder a cada uno de mis caprichos físicos, especialmente si pasaban por que yo la dominara y la utilizara a mi antojo. De pronto se abría una nueva línea de posibilidades que había tenido en cuenta antes, sí, pero no de manera tan intensa como una vez ella me devolvió el beso y me reveló que estaba dispuesta. Perro ladrador... Y yo de eso sabía demasiado, era absolutamente cierto, aunque no por ello dejaba de agradarme la idea de lo que iba a tener entre manos, de ahí que en mis labios se dibujara una sonrisa pícara y la volviera a besar con la mueca aún reflejada en mi expresión. Ella, que era algo más joven que yo aunque yo pudiera parecer mayor por mi actitud habitual, sabía bien, a una mezcla de comida y un sabor propio que me recordaba a lo salvaje, al orgullo y al ardor que tanto me gustaban en cualquier circunstancia de la vida. Probablemente se debiera a su actitud respecto a mí, en realidad, y lo estaba confundiendo con el elixir de sus labios entreabiertos, pero no nos importaba a ninguna de las dos siempre y cuando el resultado final fuera digno de recordarse... porque, por mi parte, no iba a permitir que lo olvidara fácilmente.

– Pensaba tenerte atadita y sometida durante toda la noche, pero ¿sabes? Se me ha ocurrido una idea mejor...

Mis palabras fueron apenas un susurro en su oído, que pudo escuchar perfectamente aunque no pudiera asimilarlo tan bien porque enseguida mordisqueé su lóbulo y mis manos fueron directas a acariciar su cuerpo, tan delgado como bien formado. En cierto modo me recordaba a mí, pero al mismo tiempo me parecía completamente distinta a como había resultado ser yo al final. Lo que sí que tenía claro, pese al mar de dudas que cada vez era más grande en nuestra situación, era que aquella mujer cuyo nombre desconocía y que iba a someter costara lo que costase despertaba mis apetitos, y yo no era una mujer dada al control o a la represión... Desde que había descubierto que el sexo con mujeres podía ser tan placentero como lo era con los hombres, una noche de borrachera en medio de un burdel cualquiera, ya no renegaba del placer que me proporcionaban los atributos femeninos, como los suyos, y de hecho tendía a perder aún más el control con ellas que con ellos. Probablemente se debiera a que sabía que hacía algo impúdico, algo que si mis superiores descubrían utilizarían como castigo para hacerme pagar por mi osadía y por mi esclavitud hacia los placeres del cuerpo. En cierto modo, era similar a lo que sucedía cuando ella me llamaba ramera estando ya muerta de excitación: me hacía sentir tan bien, tan sucia y tan intensa que no era capaz de parar una vez comenzaba, y ella iba a comprobarlo enseguida en su propia piel, nunca mejor dicho. Bruscamente, aparte la parte de arriba de su ropa para dejar sus pechos a la vista, y con ella mirando cada uno de mis movimientos me pegué a su cuerpo y mordí cada uno de sus pezones, estirando de ellos y después acariciándolos con las yemas de mis dedos y luego las palmas de mis manos. Saboreé cada poro de piel de su busto, lamí cada una de las costillas que se le marcaban, bien por su delgadez o bien por su posición, y cuando me separé parecía un niño recién cebado de dulces, satisfecha.

– Lo quiero todo de ti.

Si hubiera dejado que hablara sabía que se habría rebelado o habría intentado decirme que nunca conseguiría domarla como el animal salvaje que realmente era, aunque no tanto como yo: por eso evité que lo hiciera mordiendo sus labios e invadiendo su boca con la mía, como si fuera un ejército y ella el enemigo. Mi táctica funcionó, por supuesto, pero tuvo el efecto secundario esperable de que despertó de nuevo las ansias que había acumulado antes y las hizo crecer en un movimiento explosivo, el mismo que me guió para colocarme detrás de ella y morder su cuello desde esa posición, con saña, sin miedo a que quedaran marcas, porque seguramente lo harían. Así me aseguraba de que me recordaba hasta si quería olvidarse de mí, aunque dudaba que fuera a querer porque su piel ardía como lo estaba haciendo la mía, y no necesité siquiera acariciarla de nuevo para saberlo... aunque lo hice, de todas maneras. Esta vez, atravesé directamente la barrera de su ropa para ir delineando sus huesos en un estudio anatómico que me resultaba sumamente familiar y yendo hacia abajo, siempre en dirección descendente, hasta que con la palma de una de mis manos estuve apoyada directamente contra su intimidad, tan húmeda como sabía que estaría. Sonriendo, de nuevo, la premié besando su cuello, y con la mano libre la abrí de piernas para que la que había invadido su feminidad tuviera vía libre y mis dedos se deslizaran por sus labios, primero explorando y después deliberadamente acariciando y empapándome. Adoraba esa sensación... y estaba tan segura de que ella también que no pudo resultarle nada aparte de placentero que en un momento dado colara dos de mis dedos en su interior y los moviera de manera insultantemente lenta.

– ¿Sigues queriendo que te suelte, pequeña...? Bueno, supongo que ahora sí puedes llamarme furcia o ramera con todas las de la ley.

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Mensaje por Irathi Heaven Jue Ago 06, 2015 4:34 am

Cuando el deseo y la rabia se entremezclan, la pasión resultante, el fuego que embarga y atrapa a las almas envueltas en semejante mezcla explosiva de emociones, nada tiene que envidiar a la pasión amorosa en la que todos piensan al imaginar un encuentro tan íntimo. De hecho, todo lo contrario. Cuando aparecen las evidencias de que del odio a la pasión -que no al amor-, hay un paso, es difícil contenerse. Mucho más que difícil. Es imposible contenerse. Quizá porque la rabia, el enfado, la ira, tienen una carga emocional más intensa y arrasadora que el amor. Quizá porque cuando dos personas se odian, además de desearse, no se pierden en nimiedades tales como el miedo a dañar al otro. Causar daño viene implícito dentro de este tipo de relación, y es precisamente uno de sus muchos atractivos. Ni siquiera te planteas si ese mordisco con sabor sutil a sangre ha podido o no dolerle. Asumes que sí, y eso te encanta. Asumes que tu forma de aferrarte al cuerpo ajeno, de restregarte contra él, debe ser visceral, y cargado de fiereza. Porque tú mismo te conviertes en una fiera. Deseosa de su sangre. Deseosa de saborear lo que el otro tiene que ofrecerte.

Así, la antes confusa y enfadada Irathi, que se sentía como un animal salvaje que alguien intentaba domar, ahora se sentía como una bestia deseosa de que la montaran. Y lo terrible y grotesco de aquella afirmación, de aquella sensación, no hacía más que añadirle morbo al momento, a la situación. ¿Que qué malo tenía querer perderte en una espiral lujuriosa con aquella que había sido su captora? Probablemente, todo. ¿Pero a quién demonios le importaba? Su lengua la llamaba, la incitaba. Aquellos labios gruesos que se afanaban en restregarse contra los suyos la hacían arder como nunca antes nadie lo había logrado. Y la vida son dos días, ¿no? De hecho, para ella, tal y como vivía, podrían ser muchos menos. ¿Cuántas oportunidades tendría para degustar un manjar salvaje y glorioso como el que ahora se le ofrecía, sin más, sin que hubiera tenido que hacer nada para conseguirlo? ¡Ninguna! Dejarse llevar era cuanto quería hacer, cuanto podía hacer. Y desde luego que se arrepentiría, que se consideraría débil y estúpida, pero una vez estuviese entre sus piernas, cara a cara con su intimidad, todo eso dejaría de ser relevante. Porque en ese punto, nada de lo que pudiera encontrarse iba a desagradarle. Lo estaba deseando.

Y el deseo, como el calor que emanaba del interior de su cuerpo, no hicieron más que crecer, que incrementarse, cuando aquellos dos pequeños bultos, firmes y fibrados, que se escondían bajo su camiseta, se asomaron al exterior. No necesitó más que sentir su aliento contra ellos para que los pezones se endurecieran abruptamente, como preparándose para el mordisco que finalmente la morena depositaría sobre ellos. Y se estiró. Su espalda se arqueó hacia atrás hasta el punto que realmente creyó que iba a quebrarse. Henchida de satisfacción, de deseos, cuando aquella zorra se acercó a ella, buscando saciarse con su cuerpo, trató de aferrarse a ella alzando las piernas, para atraerla hacia sí. Necesitaba tenerla cerca. Quería tenerla cerca. Quería saber de qué pasta estaba hecha aquella que la había hecho pasar de una rabia ciega y visceral, a un deseo tan ardiente como pecaminoso... Pero como ya había ocurrido antes, la dueña de la casa no parecía tener intenciones de satisfacer sus necesidades. La maldijo en voz baja, mientras recibía aquel mordisco brutal en el cuello, como si más que ser un castigo, fuese una auténtica bendición. Algo que deseaba que hiciera una y otra vez, hasta que el dolor, así como la excitación, fuera casi insoportable.

- D-de hecho... la palabra que utilizaría ahora mismo contigo es “puta”. Eres una puta lasciva. U-una puta que gusta de castigar a los pecadores, casi tanto como de cometer los peores pecados. Una ramera, pero de las caras... -Aunque trató que su voz sonase tan hostil y violenta como antes, de su garganta únicamente salió un hilillo de voz, que se confundía entre la sonoridad de sus gemidos, cuyo volumen se incrementó abruptamente cuando los dedos de aquella desconocida, de aquella chalada, se introdujeron en su interior, para luego estabilizarse. - ¿Es acaso esto un nuevo tipo de tortura? ¿Q-qué pretendes hacerme confesar? ¿Que me gustan las zorras como tú? Porque creo que eso ya es bastante e-evidente. -Sentía como si se estuviera deshaciendo sobre ella, como si su intimidad, cada vez más húmeda a causa de su presencia dentro de aquella bendita cavidad, fuese a estallar en aquel momento. Las cosquillas fueron ascendiendo por su vientre, en aquella inconfundible sensación que tanto había echado de menos.

- Suéltame... Creo que es bastante evidente que no voy a marcharme a ninguna parte... Suéltame para que compruebe que estás tan mojada como yo... Que eres tan zorra como digo, si no más... Lo estás deseando... -No iba a dejarse domar tan fácilmente, y menos ahora que comprobaba en su propio pellejo que no sólo no le disgustaba “comportarse”, sino que lo encontraba extrañamente gratificante. Pero por más que lo fuera, su orgullo era su orgullo. Y si ella debía dar su brazo a torcer, si ella debía abandonarse a las sensaciones de la morena, no lo haría sin darle un poco de su propia medicina. Podía sentir su respiración, alterada, contra su cuello. Casi podía asegurar que su corazón latía tan rápido como el suyo propio. Y por ello, los deseos de probarla, de degustar sus mieles, se había convertido en una auténtica necesidad. En una urgencia.


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Gör mig inte illa. Jag är hungrig! | Privado [+18] Empty Re: Gör mig inte illa. Jag är hungrig! | Privado [+18]

Mensaje por Invitado Dom Oct 25, 2015 3:50 pm

Me habían llamado puta (y derivados) muchas, muchísimas veces. Desde las víctimas a las que capturaba por orden de la Santa Inquisición hasta cualquier hombre a quien no dejaba ver más allá de mi escote, las voces se entremezclaban en mi cabeza de tantas maneras que me era imposible distinguirlas y, al final, había terminado dándome igual. Puta era sólo un nombre, igual que Abigail, que la gente reservaba para mí cuando no me comportaba como todos esperaban que lo hiciera; es decir, la mayor parte del tiempo. Era algo tan rutinario como recibir órdenes de la Inquisición, levantarme de la cama por la mañana o transformarme en algo parecido a un lobo cada vez que la luna tenía a bien llenarse; por esa lógica, ya ni debería afectarme, y la mayoría de veces no lo hacía… Pero aquella vez no era una de la mayoría, eso desde luego. Aquella vez, el hecho de que me llamara puta y zorra había terminado por excitarme tanto como lo estaba haciendo ella, probablemente porque la voz con la que lo hacía era más un gemido ronco que un tono normal. Y, demonios, podía decirme lo que quisiera con esa voz porque conseguiría el mismo efecto: que deseara restregarme contra ella como una gata en celo y que nos olvidáramos de que ella, de hecho, se había colado en mi casa para robarme. Por una vez, y sin que sirviera de precedente, ella estaba consiguiendo que me olvidara de la afrenta para dejarme llevar sin ningún tipo de segundas intenciones y para que disfrutara del acto carnal, que tanto me satisfacía con una mujer. Seguramente porque ellas eran con quienes menos lo practicaba, no porque no me atrajeran, sino porque solían estar cortadas todas por el mismo patrón y temían el castigo divino de yacer con otra hembra, como si no fuera lo más satisfactorio que pudiera hacerse entre mujeres… Mucho más que tomar el té, empolvarse la nariz o acudir a tocadores, por el amor de Dios, ¿dónde se va a parar?

– Supongo que mejor llámame zorra… No cobro por esto, ¿sabes? Lo hago por amor al arte, o en este caso al placer. Y también porque, y esto es un secreto que vas a tener que mantenerme, pequeña, adoro sentirme sucia y lasciva, y no hay nada que lo haga más que yacer con una mujer.

Aparté la mano de ella y, aún húmeda de su placer, me lamí los dedos y la palma sin dejar de mirarla, para captar el sabor que estaba muriéndome por probar y dejarle ver a la perfección cuáles eran mis reacciones. Como si ella necesitara el incentivo, muerta como estaba por que le quitara la ropa del todo y, sobre todo, por que me la quitara yo… Y aun así me sentía tan generosa que se lo di, gimiendo al lamer mis dedos y con tal cara de lascivia que sus escalofríos eran perceptibles hasta estando alejada de ella. A continuación, cuando me di por satisfecha de su sabor me llevé ambas manos a la ropa y con una sensualidad que me había llevado unos cuantos años de práctica desarrollar empecé a desabrochármela y a quitármela, muy despacio, permitiéndole que imaginara mis curvas antes de que pudiera llegar a verlas. Una vez mis ropas estuvieron en el suelo de la habitación, el siguiente objetivo de mis manos fue manosear y masajear mis pechos y mi cuerpo, llevar las manos por el valle de debajo de mi ombligo y acariciarme mucho más despacio que como se lo había hecho a ella, buscando sus gemidos y sobre todo el placer de su mirada, que se convertía en el de la mía. Me gustaba tanto que ella estuviera observándome mientras me daba placer y no podía hacer nada… Era una forma más de dominarla, cosa que llevaba haciendo desde el primer momento porque era parte de mí someter a aquellas personas con las que me relacionaba, estuvieran por encima de mí o no. Eso me excitaba tanto, además, como el propio acto… o quizá incluso más, no lo sabía pero podríamos probarlo, dado que estábamos en una situación que parecía preceder al acto carnal.

– Estoy empapada… ¿Quieres sentirlo? Puedes hacerlo. Tengo tantas maneras de enseñártelo sin soltarte…

Me acerqué a ella y le pasé los dedos, húmedos esta vez con mi propia pasión, por los labios, que ella entreabrió ante mi gesto. Sonriendo, la obligué a que lamiera como lo había hecho yo, y sólo cuando me di por satisfecha le arranqué la ropa que le quedaba puesta para tener su desnudez total y absoluta delante de mí. Mordiéndome el labio inferior, la evalué con la mirada y asentí cuando terminé el repaso de arriba abajo. Definitivamente, me encantaba lo que estaba viendo, y planeaba devorarla entera hasta que ya no le quedara absolutamente nada que no le perteneciera porque ya me había apoderado yo de ella. En cualquier caso, antes de soltarla decidí torturarla un poco más, y para ello me aproveché de que una de sus piernas estaba adelantada para atraparla entre las mías y prácticamente sentarme sobre su muslo. En condiciones normales, aquello no habría significado prácticamente nada, pero una vez más esas no eran condiciones normales, y yo estaba desnuda por completo, así que cualquier movimiento que hiciera iba a significar placer… Especialmente si los movimientos que hacía implicaban deslizarme por la suave carne de su muslo para que la fricción con mi intimidad fuera total y que la humedad que ella tanto se había muerto por sentir pudiera notarla sin siquiera esforzarse por hacerlo. Con un gemido alto y claro, continué contoneándome despacio, masturbándome sobre ella sin que ella tuviera nada que decir al respecto, y en ocasiones atrapaba su cara con las manos para besarla y dominar yo el ritmo de aquel contacto con el que le cortaba la respiración igual que cortaba la mía. Demonios, la chica era intensa… Y ni siquiera se estaba moviendo aún porque no se lo había permitido. Pero como juzgué que se había portado bien y yo estaba a punto de llegar al clímax, decidí ser magnánima y permitirle que me lo diera ella, así que me aparté inesperadamente y, del mismo modo, agarré las llaves de las esposas y la solté para que me devorara, huyera o hiciera lo que le apeteciera. Para que luego, encima, se quejara…
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Mensaje por Irathi Heaven Mar Nov 24, 2015 3:36 am

La ronca carcajada que salió de la garganta de la morena, fue más parecida a un gruñido que a una auténtica risa. Sus palabras la hicieron recordar sus inicios, sus primeros intentos por adentrarse en el "maravilloso" mundo de la sexualidad, y lo desagradable que le resultó la primera vez, que ni siquiera estaba segura que hubiera llegado a serlo. Para ella, yacer con una mujer era algo tan cómodo, tan natural como respirar, como parpadear, y nunca se había planteado vivir de forma distinta. Irathi siempre supo lo que le gustaba, y sobre todo, lo que no. Y no le gustaba sentirse humillada, supeditada a un hombre, en ningún aspecto de su vida. ¿Había acaso algo mejor, algo más precioso, más excitante, que la delicada curva de la espalda de una muchacha, curvándose de forma grotesca a causa del placer provocado por otra fémina? ¿Existía algo más excitante de ver que unos bustos firmes, hermosos, fuesen voluminosos o pequeños y redondeados, moverse al compás del pecho agitado de una joven? ¿Había un elixir más deseado, más sabroso y preciado, que el que se escapaba del interior de las muchachas, cuando eran llevadas hasta el éxtasis? ¡Por supuesto que no! Y ella quería ese regalo para sí, lo precisaba. Por terrible que pudiera verse desde afuera, y sobre todo bajo el prisma puritano que cubría la época presente, no se le ocurría una mejor manera de vivir su vida, de explorar sensaciones como las que aquella morena, loca o no, zorra o no, le estaba regalando.

- Oh, cariño... Dudo que eso sea un secreto realmente... Dudo muchísimo que haya alguien en todo París, incluso en toda la Iglesia, que no sepa lo realmente zorra que eres... Lo mucho que te gusta que te digan que lo eres... Que te hagan retorcerte de placer... Pero si te hace ilusión, te prometo guardar tu "terrible" secreto. Tu sucio secreto... A-ah, la verdad, creo que a estas alturas te prometería cualquier cosa. -En efecto, lo habría hecho, y lo peor de todo, es que por su orgullo, de magnitudes épicas, se habría visto obligada a cumplirlo. Claro que aquel secreto no era algo que fuera a desvelar, ni siquiera aunque quisiera hacerlo. Ella sería tan mal vista como su "captora", o incluso peor, porque donde ella tenía harapos y un viejo perro que ni siquiera le hacía caso, la otra tenía riquezas y una pasmosa belleza que no era difícil imaginar que hiciera a todos creer que era más "santa" de lo que evidentemente era. Sus jadeos, confundidos con palabras -¿o era al revés?- se convirtieron en un extraño siseo, cuando la dueña de la casa tuvo a bien hacer ese gesto tan... ¿gráfico?, como era el llevarse la mano, con los fluidos de la encadenada, directamente a los labios. ¡Ah! Si la hubiera conocido en cualquier otro lugar... Las tornas hubieran cambiado hacía tiempo. Aunque se hubiera perdido toda la excitación que aquel extraño juego había terminado por reportarle.

Lo que no acogió de tan buen grado fue aquella forma de torturarla, obligándola a imaginar su cuerpo, que ya de por sí había imaginado, y muy vívidamente además, antes de mostrárselo por completo. Su piel era tersa, hermosa, brillante a causa de aquellas pequeñas perlas de sudor que la recorrían. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo, sobre todo al darse cuenta de que aquella mujer no iba a dejar de insinuarse, a modo de torturarla, en ningún momento. Y joder, aquello le ponía más que cualquier otra cosa que le hubiesen hecho jamás. Quizá porque había algo que ambas compartían, y que ninguna otra de sus amantes había tenido nunca, y era la falta de pudor. Ambas querían poseerse, dominar a la otra, y dejarse dominar. El resto de mujeres, incluso aquellas que compartían sus mismos gustos sexuales, permanecían encadenadas a pensamientos opresivos que las limitaban, que les impedían disfrutar de lo que ella podía mostrarles, y mucho menos eran capaces de mostrárselo a ella. Pero aquello era diferente, opuesto a todas las veces que se había llevado a una joven a la cama. Ella era la oprimida -no voluntariamente, por supuesto- y la otra la libertina. Ella era la que era obligada a mirar, a fantasear, a dejarse llevar, y la otra la que sugería, la que exigía, y la que provocaba su locura, su fuego.

- ¡Maldita seas! -Gruñó, deleitandose con cada palmo de su cuerpo, al que no dejaba de observar con intensidad, como intentando memorizarlo, guardarlo en su mente para tenerlo siempre allí, en su interior. Tan perfecto. Tan delicado a la vez que fuerte. Se retorció nuevamente, todos sus músculos se habían tensado hacía rato, pero ahora comenzaban a entumecerse. Sabía que no iba a liberarse simplemente tirando de la cadena, pero poco o nada le importaba. A esas alturas el dolor era algo que esperaba, algo que incluso deseaba. Una muestra más de que aquello no era un retorcido sueño, un retorcido y maravillosamente lascivo sueño. Ni siquiera necesitó que le afirmara que estaba húmeda para saberlo. Era algo que se notaba. El interior de sus muslos lucía brillante, más incluso que el resto de su anatomía. Una muestra de que estaba tan excitada por el cautiverio como ella misma. O quizá incluso más. Atrapó sus dedos entre los labios en cuanto se los puso cerca, lamiéndolos con devoción, con urgencia, saboreando cuidadosamente a la vez que con ansias aquel "regalo". Para rematar la faena, aquella libidinosa chalada comenzó a contonearse contra su pierna, provocando que la cautiva gimiese más incluso que cuando el placer era aplicado sobre ella. La maldijo mil veces, en todos los idiomas que conocía, hasta que aquella perra en celo comprendió que era el momento de soltarla.

Lo lógico hubiera sido plantearse huir en aquel momento, dudaba que la otra estuviera en condiciones para seguirla. Pero ni siquiera lo pensó. En cuanto volvió a notar la circulación correr por su brazo, se abalanzó sobre el rostro ajeno, buscando morder aquellos labios, destrozarlos, para luego llevar la mano sin resquicio alguno de delicadeza, hacia aquel jardín que se ocultaba por debajo de su vientre. Tanteó el terreno sin dejar de empujarla, hasta que finalmente ambas cayeron contra el suelo. No sabría decir qué labios estaban más húmedos en cualquier momento, si los de arriba, o los de abajo, lo que estaba claro era que no pensaba dejar escapar ninguno. Mientras sus bocas se entrelazaban, a veces de forma suave, y otras veces de forma intensa, los diestros dedos de la ladrona comenzaron a describir círculos sobre la intimidad ajena, sin llegar a tocar nunca aquella zona que sabía que habría provocado el estallido de placer de la otra de forma demasiado rápida. No se lo merecía, no todavía. Su pulgar tomó el control en la parte externa de aquella pecaminosa intimidad, recorriendo los labios rítmicamente, mientras que dos de sus dedos se introdujeron de forma brusca, directa, en el interior ajeno, donde comenzaron a retorcerse, a girar sobre sí mismos, y desde dentro hacia afuera. La mano libre le sirvió para agarrar del pelo a su captora, obligándola a echar la cabeza hacia atrás. La miró a los ojos directamente, con una media sonrisa. - Mi nombre es Irathi... Y "pequeña", me has cabreado mucho... -Imitó el mismo tono que antes le había dirigido la otra, mientras sus dedos seguían su propio ritmo. Quería ver cómo se retorcía. Quería que le suplicara que la dejara acabar de una vez, sólo para darse el gusto de decirle que no.
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Mensaje por Invitado Lun Dic 28, 2015 7:08 am

Y en un abrir y cerrar de ojos instantáneo como un parpadeo, no lento como cuando se hace por disfrutar más de un momento de placer, ella se soltó y en vez de marcharse como alma que lleva el diablo acabó arrojándose contra mí y lanzándonos a las dos al suelo, donde, estaba segura, pelearíamos por el control hasta que nuestros cuerpos estallaran de placer. ¿Y quién podía culparla? La había provocado lo suficiente para que la huida no se encontrara siquiera en sus posibilidades, y me habría demostrado ser de una pasta imposible de encontrar de haberse marchado, dejándome con tantas ganas que la habría perseguido para someterla sin contactos carnales de por medio. Era, exactamente, como yo había esperado que fuera, y en lugar de ser eso una decepción me resultaba absolutamente refrescante, sobre todo porque la gente solía ser tan falsa en el sexo como en todo lo demás y cuando se encontraba a alguien que no lo era, se debía aprovechar. Que era, exactamente, lo que yo iba a hacer con ella, aunque eso supusiera dejar que me torturara con sus desesperantemente lentos dedos, tan poco hábiles en cuanto a puntería como ella quería que fueran, ya que, de lo contrario, todo terminaría demasiado rápido. Y eso, ella lo sabía tan bien como yo, no tenía ni la menor gracia, dadas las circunstancias en las que nos encontrábamos. Del mismo modo, tampoco tenía gracia estar inmóvil y simplemente dejar que ella hiciera lo que le viniera en gana con mi cuerpo, así que decidí revolverme como debería haber hecho hacía ya un rato para terminar encima de ella. Aunque su constitución era similar a la mía, mi fuerza era mucho mayor por el mordisco que me habían dado hacía ya algunos años y que me había infectado, así que no tuve el mayor problema a la hora de plantarme sobre su cuerpo, tan pequeño como bien formado y apetitoso... especialmente sus pechos, sobre los que me incliné para continuar torturándola como ella lo había hecho conmigo.

– Me decepcionas, Irathi... Tanto llamarme puta e insultarme antes y ahora que es cuando realmente me gusta que me digas lo enferma que estoy te callas y simplemente gimes.

Sonriendo, atrapé sus labios un instante y mis manos acudieron de nuevo al lugar que habían ocupado las suyas en mi anatomía, sólo que yo directamente entré en ella, sin buscar humedecerla más de lo que ya estaba porque entonces acabaríamos las dos ahogándonos en el néctar que se le resbalaba por los muslos y por mis propios dedos. Pocos segundos después, la ladronzuela, Irathi (un nombre que seguramente gemiría hasta que lo conocieran mis vecinos aquella noche), retomó la tarea en la que yo la había interrumpido de darme placer a mí, y únicamente mi cabezonería me permitió aguantar los jadeos de placer que se me querían escapar de los labios. Mi cabezonería y, por supuesto, que estaba ocupada mordiendo cualquier parte de su anatomía que quedara a la vista en nuestra posición, ambas tiradas en el suelo conmigo encima y nuestras manos firmemente enredadas en las intimidades ajenas. La sola visión, tanto de ella debajo de mí como de sus manos entrando y saliendo de mi cuerpo, era suficiente para lanzarme al vacío, pero hice alarde de mi autocontrol, escaso aunque no inexistente, para no llegar al clímax tan rápido. Era cuestión de orgullo, simplemente... Aunque ella tuviera entre los dedos la prueba más palpable, literalmente, de que me estaba volviendo loca aunque se suponía que debía castigarla, no quería demostrarle tan rápidamente que tenía una facilidad suma para regalarme un orgasmo que parecía ser, cuando menos, sumamente intenso. Antes quería que ella se sometiera a mí y fuera la primera en terminar de morir de placer, así que intensifiqué el ritmo de mis dedos mientras me mordía el labio inferior para tratar de conseguir el aguante que a cada segundo me faltaba más.

– Vamos, relájate... Si te portas bien, quizá hasta te saque del suelo y te tome en un lugar más cómodo.

No sé si fue la provocación, la inmediatamente posterior acción de mis labios sobre sus pezones enhiestos, mis dedos entrando y saliendo de ella o una combinación de todo, pero ella se dejó llevar y, con la presión que sentí yo en los dedos, aún dentro de su cuerpo, yo también lo hice. Sólo entonces me permití darle el inesperado regalo de gemir su nombre en voz bien alta, la primera de las veces aquella noche seguramente que lo haría, y me dejé caer un instante sobre ella para retomar el aliento y besar su boca, impidiéndole decir nada que nos arruinara el momento. Con la lengua tan afilada que tenía la ladronzuela, lengua por cierto que puso a buen uso jugando con la mía, probablemente me arruinaría el buen humor que se me había instalado después de sus besos y sus dedos, y prefería evitárnoslo a ambas, por nuestro mutuo bien. Lo que no pude evitar, aunque tampoco era como si me muriera de ganas de hacerlo, fue mover mi cuerpo sobre el suyo en cuanto me separé de su boca, buscando su calor con una fricción que, al menos a mí, enseguida me tuvo lista para un nuevo asalto, fuera en el suelo de mi salón o en cualquier otra habitación de la casa. Para asegurarme de que ella tuviera también las mismas ganas, me aseguré de bajar por su torso, mordiéndolo y llenándolo de arañazos por el camino, hasta terminar cara a cara con su intimidad. Desde esa posición la miré, sonriendo una vez más, segundos antes de enterrarme por completo entre sus piernas para mordisquear, acariciar y lamer los pliegues que hasta aquel momento había disfrutado acariciando pero que, estaba segura, me reportarían incluso más placer de ese momento en adelante. ¿Quién lo habría dicho, de la chica que se había colado en mi casa...?
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