Individuos | Privado.

por **Pierce M. Culpepper** Dom Abr 06, 2014 9:06 pm

Me habían avisado, pero me mantuve fuerte y levanté la barbilla. Quería conocer la verdad a fondo, porque la que me habían dicho años atrás nunca logró convencerme del todo. Dijeron que los fantasmas de ambos me perseguirían, que viviría angustiado por el resto de mi vida, pero no había otros fantasmas que me asustaran más que los propios mismos. Caminé alrededor de ambas criptas, llenas de polvo y con un par de lirios secos en sobre la base de la lápida. Habrían pasado tal vez, unos ¿treinta años? No importaba, sólo estaba ahí para perdonar, porque no podía seguir con mi vida mientras una montaña de aversiones se dedicaba a complicar mi existencia. No fue necesario decir nada, simplemente permanecer ahí y recordarles todo lo que había pasado. No estaba molesto, o con deseos de despotricar frente a ellos; sólo quería la paz de ambos, y la mía, por supuesto. Dicen que hablar solo no es de locos, si una de las mejores maneras de comunicarte contigo mismo, pero yo no hablaría conmigo, sino con los padres que alguna vez me tiraron a la calle e hicieron de mis primeros años de vida una miseria.

Era muy tarde. Seguramente la mujer que tenía el derecho de escucharme decirle madre estaba preocupada, pero no tenía intenciones de volver pronto. Incluso me quedaría ahí mismo hasta que amaneciera, en la soledad del cementerio y del clima frío que comenzaba a congelar mis orejas. Entonces una inmensa tristeza inundó mis adentros y comencé a llorar, sintiendo la menuda desdicha de la que muchos me habían advertido. Pero yo lo busqué, yo tenía que terminar con ello. Tumbado a los pies de la tumba del hombre que alguna vez estuvo dentro de la mujer enterrada a su lado, me recosté de lado y derramé lágrimas, como un niño pequeño. Ahora aquél abandono me hacía sentir olvidado de nuevo, y no podía luchar contra ello. Como lo había pensado, me hubiera quedado en esa misma posición hasta que alguien me preguntase si me encontraba bien, pero el sonido de unas pisadas alertaron a mis sumamente desarrollados sentidos felinos y de un solo golpe me puse de pie, aún con gotas de angustia sobre el rostro. – Bendito sea el que tiene la oportunidad de ver a un hombre dotado envuelto en el manto de la miseria. – grité en voz alta, citando la frase que uno de mis tíos solía decirme cuando le encontraba ebrio hasta los talones. – Sal, muéstrate. Sólo vine a recordarlos a un par de miserables, que tuvieron éxito al formar a otro miserable, pero en alma. – otro silencio acompañó mis palabras. - ¿A quién engaño? Sólo tengo pinta de escritor melancólico. ¿Quién eres? Puedo oler tu deseo de sangre, misterioso individuo.