Lydia Sforza

Con sus vestidos del color de la primavera y sus tocados de flores en el cabello, Lydia di Sforza se irgue cual diosa etérea en el jardín de los campos Eliseos. Siempre luciendo colores brillantes, gentiles y cálidos que realzan la lozanía de su estampa.  Una joven joya de su nación, vaya a donde vaya, siempre vestirá con el corte tradicional de la indumentaria italiana.

Su figura, anclada entre el puente de la lozanía y la madurez, posee una estatura promedio, silueta alargada y de proporciones finamente esculpidas. De tez tan blanca como la espuma del mar de donde surgió Venus. Por corona porta en su cabeza una larga cabellera del color del trigo recién cortado. En su rostro la frente fieramente humilde, la nariz respingada, aristocrática, las mejillas siempre enrojecidas y los grandes ojos -curiosos silenciosos y resplandecientes-,  enmarcados por largas pestañas claras. Es toda su faz un homenaje a la belleza del renacimiento, un estereotipo común de hermosura que no admite dudas ni por nobles o plebeyos.

De gesto reposado, incierto pese a sus sonrisas amables. De algún modo siempre parece que hay una felicidad que no alcanza a llegar nunca a sus ojos de mar. Una especie de hálito profundo, oscuro y melancólico los cubre, como si estos reflejaran los misterios que envuelven al mundo.

Su porte es serio, sin ser severo; dulce y placentero, sin asomo de coquetería o vulgaridad.  Guarda en sus andanzas la ligereza de las ninfas y en su espíritu la ingrávida majestuosidad de la dulce y atormentada Persefone. Una criatura delicada, etérea... mas hecha para los lienzos y las poesía que suele inspirar, que para el mundo mismo.

Desde el germinar de su semilla, la joven Lydia fue cociente del  hermoso jardín lleno de serpientes que era su hogar, fue el veneno de las mismas y sus colmillos afilados quienes la cultivaron con amor codicioso en sus primeros años. La moldearon al placer de los intereses dotándola, como las hadas que bendecían a la bella durmiente en su nacimiento, de pequeños "dones" que definieron en un futuro su gentil personalidad.


De su amada abuela, Lydia heredo el don de la rosa, aprendió que la debilidad era tan llamativa como los tableros donde se arrojan dardos, y comprendió entonces que para protegerse de todos los juegos crueles del mundo, especialmente aquellos favoritos por la nobleza , por su familia debía hacer de su corazón una coraza adornada con el frívolo exterior: buena presentación, luciendo siempre con el decoro de una doncella en su baile de presentación; buena obediencia, siempre atenta y comedida a las voces de sus superiores, predispuesta a la prudencia y así no expresar jamas sus verdaderas opiniones.


De su madre Lydia heredo el don de las espinas. Pese a su obediencia, su ingenuidad y su afán por agradar, Lydia no es una niña estúpida. Posee el ingenuo de los sobrevivientes, sabe que nunca debe decir directamente "no", sino encontrar el modo de agradar, de complacer, y que su presencia sea siempre inofensiva. agradable y determinante... todo con el fin de salir bien librada de las situaciones, siempre a favor. Odia la idea de jugar en lo juegos de la manipulación pero sabe que es capaz de hacerlo. No en balde aprendió de su madre. Es una alumna disciplinada,  colecciona los conocimientos como quien colecciona las joyas. Su buena costumbre de siempre escuchar todo cuanto le rodea le ha hecho una persona muy informada y muy consciente. Pese a su noble temperamento, es la cómplice principal de las estratagemas de su familia.


Su padre le dio el don de las raíces, que involucra el amor a su patria, el amor a su gente, y el de la buena conciencia. La esencia misma de la lealtad. En esencia, Lydia es una joven de nobles intenciones tratando de sobrevivir en un mundo corrupto, uno que aunque la ha perfilado por determinado destino, no ha logrado corromperla del todo.

Los "Sforza" pertenecen a la dinastía de los condottieri italianos, quienes desde finales de la Edad Media hasta mediados del siglo XVI fueron mercenarios al servicio de las ciudades-estado. Dichos mercenarios se organizaban en compañías fieramente adiestradas en la batalla y faltas de escrúpulo en la vida social: podían cambiar de bando si encontraban un mejor postor antes o incluso durante la batalla. Buscaban riqueza, fama y tierras para sí, y no estaban ligados por lazos patrióticos ni religiosos a la causa por la que luchaban. Tal fue su grado de poder que para el siglo XIV, Muzio Attendolo, también conocido como el mercenario de los Visconti, fue una figura muy popular en la vida política de Italia. Todo un personaje, se le reconocía por su habilidad de siempre voltear el tablero de las jugadas en batalla, de manera súbita, inesperada, y siempre a favor. Lo apodaban "Sforza" que significa fuerza y fue el fundador del linaje.

Favorito de Ladislao I de Nápoles, Muzio fue nombrado "Gran Condestable" de su reino, un alto rango militar que le dio tanto poder aristocrático que todos sus hijos reconocidos y bastardos encontraron ducados, condados, mas cargos y matrimonios de gran valía a lo largo de los reinos y los estados papales... pero los desvanes cortesanos acabaron arruinando la exitosa carrera de Muzio, y fue uno de sus hijos bastardos: el popular Francisco I Sforza quien continuo la dinastía en el ducado de Milan.  Allí gobernó con tiránica habilidad y sabiduría, inspirando los libros que mas tarde, se publicarían por el celebre autor Nicolas Maquiavelo.

Así pues, durante generaciones los Sforza gobernaron Milán dándole un periodo de paz después de muchos años de guerra contra Venecia y Florencia. Bajo el ducado Sforza la ciudad empezó el desarrollo de las ciencias, el arte y la literatura. En 1480, el entonces Duque Ludovico Sforza llamó a Leonardo da Vinci y otros artistas de la época  a su corte, donando a la ciudad un esplendor intelectual que le dio su fama por mucho tiempo.

Fue hasta 1600 cuando la influencia conquistadora entro en las pretensiones de la familia. Con la bendición/conspiración del papa, y excusándose de una vieja rencilla entre los Sforza de Milan y los Campanella de Napoles, Alexander Sforza se abrió camino a mitad de la noche por el reino, respaldado por una red de soldados, mercenarios y criaturas de la noche quienes atacaron a traición, cuando el reino dormía.

De los reyes anteriores de Napoles solo quedo un castillo en ruinas. Y Alexander Sforza se convirtió en el hombre mas poderoso de los reinos y los estados papales. Su llegada al poder atrajo múltiples cambios, el vaticano creció en su riqueza e influencia, y un par de décadas y generaciones después ocurrió la unificación del Reino de las Dos Sicilias, creando mas tarde el reino llamada "Italia".

No fue una sorpresa que el primer rey de Italia fuese un Sforza. Los Sforza se dividieron entonces: la linea de la familia real que termino con el ultimo rey, Zarek Di Sforza, y las ramas inferiores, "Los Sforza de Napoles", con el condado de Campania y "Los Sforza de Milan" con el Ducado de Milan.

El actual conde de Campania es Theodore Sforza, hermano bastardo del Conde anterior. Lo llaman "el ilegitimo".

El sol se asomaba tímido por las altas torres de Napoles. Aun no había amanecido del todo y para entonces un cortejo reducido de cuatro doncellas había irrumpido en la habitación de la joven condesa Lydia Sforza. Moviéndose entre las sombras del dormitorio, un par de ellas se encaminaron hacia la mesa de centro, con el sigilo de los fantasmas vaciaron un saco sobre la misma. A través de las blancas cortina del dosel, Lydia contemplo escurrirse a los espectros feminos de la noche. Delicados fantasmas etéreos... quienes no dudaron en anunciarse con su voz ansiosa y la respiración nerviosa...

--- Prendan una vela--- dijo una de ellas, Francesca da Messina era su nombre, la quinta hija del embajador Messina. La primera en reaccionar fue Sabina Di Salvo, se deslizo obediente para encender uno de los candelabros sobre la chimenea. El fuego resplandeció de inmediato y se reflejo en los ojos verdes de Sabina, los cuales escudriñaron las sombras como si presintieran que de las mismas emergerían los enemigos. --- Trae aquí la luz, Sabina.  Rápido, no hay tiempo. ¡Despiertenla! --- Insistió aquella con voz de mando retorciendo sus propias manos. Las dos chicas restantes, Nadine y Cosette, gemelas primogénitas y herederas de los Merci, se apresuraron a correr las cortinas del dosel de la cama para encontrarse con la placida figura de Lydia entre las sabanas. Como una pequeña Aurora de 13 años, la joven condesa seguía recostada, pero sus ojos azules estaban abiertos. Las había escuchado llegar desde el instante mismo que habían cruzado la puerta...  No dijo nada, más bien como guiada por la mirada apremiante de las gemelas se adelanto a incorporarse de la cama. Una de las hermanas le alcanzo el calzado. Lydia noto que tenía las manos temblando.

El mal presentimiento apareció sutil, como el que debio sentir Aurora cuando se hubiese pinchado con la aguja de la rueca...

--- ¿Que está sucediendo? --- Inquirió con voz baja y  temerosa. Miro uno a uno el rostro de sus amigas. Eran un grupo selecto de doncellas italianas, todas ellas de familias prominentes en el condado que habían jurado lealtad a Isolda Di Sforza, su madre, después del atentado en el castillo de Nápoles.  Lydia era muy joven cuando había sucedido pero lo recordaba...  El Conde de Campania, Filippo Sforza... su querido padre había fallecido dejándola a ella como única heredera del condado, entonces tendría siete años y una salud tan delicada que muchos temían que no duraría hasta el próximo invierno. Su madre y la entonces viuda ni bien se había enfriado el cadáver cuando había inicio los preparativos para tomar la regencia, pero una jugada maestra de Theodore Sforza, hermanastro del difunto y bastardo de la familia, se le adelanto en sus pretensiones, nombrándose nueva cabecilla del Condado.

Ella y su madre habían sido sus "prisioneras" desde entonces, aunque Lydia nunca se había sentido como tal. Tenía guardias apostados a su puerta, si,  una férrea vigilancia a donde quiera que fuera y tampoco podía salir del castillo... ¿pero quién le impedía pasar las horas del día frente a sus lienzos?, ¿quien le impedía correr por los jardines?,  ¿O bailar en el salón?

Ella no necesitaba nada más que ello, ella era feliz en su celda de oro y terciopelo.

Pero no su madre, no Isolda...

--- Tu madre mando envenenar el vino de tus guardias, estarán dormidos... aunque no por mucho. Como dice Francesca, no tenemos tiempo --- Dijo Sabina y se acerco al círculo de las doncellas sosteniendo el candelabro entre sus manos. Ella tenía el pelo rojizo y la gente solía decir que tenía el fuego del infierno en el cabello a causa del pecado de sus padres. Había fuertes rumores que era la hija bastarda de un cardenal, y no del señorío que le había ostentado su apellido.

Lydia frunció el ceño, pero una vez más, se abstuvo de preguntar. Contemplo como dejaban el candelabro sobre la mesa, iluminando unas botas de obrero y ropas manchadas de hollín. Sintió nauseas al reconocer que esa ropa quedaba un poco a la medida de sus formas.

--- Escúchame muy bien, Lydia. --- Se adelanto Francesca, sujetando a la joven Lydia de los hombros. Su voz era tan dulce como el susurro de una madre... o como se suponía que debía serlo.  Su propia madre nunca le hablaba de ese modo. --- El bastardo no puede salirse con la suya. Tiene planeado celebrar mañana una boda contigo.
--- Lo ha mantenido oculto por semanas, desde que se anuncio que ya eres una señorita. Piensa que de ese modo nadie podrá señalar su ilegitimidad. --- Explico susurrante una de las gemelas, echando miradas hacia la puerta. El color subió al rostro de Lydia, en parte por la vergüenza, en parte por el pudor, en parte por el coraje... la aguja de la rueca ya le había atravesado por completo la mano.
--- Tu madre y tu aun tienen amigos en el castillo, siempre los tendrán. --- Recalco Francesca. --- Esa boda no se va a realizar jamás y ustedes no seguirán siendo sus prisioneras. Tienen que irse.

El corazón de Lydia se detuvo en un instante... ¿irse?

--- ¿Pero de qué hablan? ¿A dónde iremos?, ¿Mi madre planeo...?

Sabina se acerco, colocando el índice sobre los labios de Lydia.

--- Es momento del valor, pequeña Lydia. Es el momento de ser libre ---  Le sonrió, inusitadamente emocionada. Lydia no quería seguir escuchándola... --- Robamos este traje de pinche de caballeriza y ahora debes usarlo. Saldrás por la escalera de la torre norte hasta las caballerizas y tomaras uno de los caballos que están preparados. Stefon te acompañara hasta la costa. --- Lydia respingo cuando escucho ese nombre. "Stefon", era el nombre de la escolta principal de su madre. En el castillo algunos también lo llaman "El sicario de la reina"---  Isolda te alcanzara allí. --- Continuo Sabina, entregandole entre sus manos un anillo dorado con esmeraldas incrustados. Era el anillo de Isolda, el símbolo de todas sus maquinaciones....--- Si tenemos suerte para el amanecer el barco ya habrá zarpado, y con el todas las pretensiones de ese bastardo.

"Ese bastardo..." Su tío Theodore...

Lydia lo recordaba con afecto, pese al desprecio que muchos sentían por el... lo recordaba montado a caballo, prometiendo que un día le enseñaría a hacerlo, lo recordaba admirando el retrato de su padre, hablándole a ella de todas las aventuras que habían hecho juntos, codo a codo, hermano a hermano... lo recordaba en el salón, enseñándole a bailar.

A ella siempre le había agradado, ella siempre lo había querido...  Mientras las doncellas seguían hablándole a su alrededor y ayudándola a vestirse, Lydia se esforzaba por recordar las palabras de su madre, por comprender su furia y su odio tan latentes. "Si la comprendo tal vez las sienta..." Pensaba, mientras escoltaban a Lydia al pie de la escalera. Lydia bajo los primeros escalones hacia la obscuridad, hacia el futuro... completamente consciente que aun podía darse la vuelta y correr hacia Theodore, aun podía contarle todo a su tío y entonces podría regresar a su calabozo y a su felicidad. Aun podía hacerlo... Miro sobre su hombro, y las cuatro doncellas seguían arriba, mirandola... El frió de la noche no se comparaba con la forma en que aquellas miradas la estremecían. Las esperanzas de todas estaban puestas sobre una niña de piernas temblorosas...

Mientras se sumergía mas y mas en la obscuridad, la joven condesa se dio cuenta que su mundo se estaba evaporando poco a poco... Protegida por las sombras los recuerdos de su infancia en aquel castillo, de su único hogar en el mundo, se perdían mas y mas... las ganas de llorar se hicieron presentes.

Un sendero de sangre la recibió en su llegada a las caballerizas... tirado sobre la paja, el pequeño Lucas, el paje de Theodore Sforza yacía boca arriba con los ojos en blanco y la garganta abierta. Lydia retrocedió aterrorizada, apunto de correr... y entonces unas manos, como las garras de un demonio, la sujetaron de los hombres.

---  Condesa Sforza, no se sienta culpable por el. No es mas que un pequeño sacrificio por el futuro de Campania, y claro, la seguridad de su futura y legitima gobernante.--- Dijo Stefon a sus oídos. Lydia nunca había estado tan mas asustada en su vida... pero siguió caminando por el sendero de sangre,  caminar era lo único que podía hacer. Ya no había un camino tras de si al cual regresar...