AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Crisis de identidad II | Alfonso Aude | BSTE
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Crisis de identidad II | Alfonso Aude | BSTE
Green Park
Toc, toc, toc
Toc, toc, toc
—Despierte señorita White—
—¿Quién es?— la niña se despertó rápido, levantó medio cuerpo y con sus ojos entre cerrados miró hacía la puerta. Sus cabellos castaños estaban totalmente despeinados e inclusive tenía baba en la comisura del labio izquierdo.
—Soy yo mi señorita— respondió su dama personal, —disculpe despertarla pero ya es tarde— anunció del otro lado de la puerta, esperando la autorización de la pequeña para irrumpir en sus aposentos.
—¿Despertarme?... No lo hiciste— dijo soñolienta al tiempo que cabeceaba y cerraba sus ojos, —ya estaba despierta— bostezó dejando caer su cabeza al frente, durmió un breve instante y se despertó enérgica. —¿Quién es?— repitió mientras se tallaba los ojos pesarosa.
—Anne, mi señorita... Hoy es el día—
—¿El día... el día para qué?— y volvió a cerrar sus ojos manteniendo una sonrisa.
—Su paseo por el parque— y tan pronto como terminó, Viviana abrió sus ojos como platos, echó sus cobijas abajo y se levantó de inmediato, descalza corrió a la puerta, la abrió y salió disparada al cuarto de su madre. Pero como siempre, la puerta estaba cerrada, nadie molestaba a la señora de la casa y Camile le instruyó bien que no debía de entrar aunque lo deseara con toda el alma. Viviana se sentó frente a la puerta, estaba sola, su tío Audrey había salido de viaje y sus padrinos no se encontraban tampoco en el reino.
La única compañía de la niña era su dama de compañía, la fiel Anne que a pasos lentos caminaba a ella para anunciarle que el baño estaba listo. Triste, suspiró y lánguidamente caminó hasta las caldas; se bañó, Anne la arregló y la llevó a desayunar. La familia Londinense era muy estricta, así la servidumbre comiera en el cuarto de a lado, Viviana no tenía permitido comer con ellos, por lo que regularmente comía sola y ese día no era la excepción. Comió y luego Anne la llevó a que se lavara sus dientes y cogiera su abrigo, una vez que lo hizo volvió a ir a la alcoba de su madre. Con tristeza miraba la perilla, si bien es cierto que ella amaba ir al parque, también se entristecía bastante al ver a otros niños con sus padres. Ella no sabía nada de su padre y su madre nunca la acompañaba por las mañanas lo que llegaba a deprimirla sobre todo cuando no estaban sus tíos.
—Es tiempo de irnos señorita— le dije Anne y Viviana asintió, colocó su mano en la puerta marrón y suspiró. —Adiós mami, regreso en la tarde... Te quiero— cogió la mano de su dama y se dejó llevar hasta el coche, y más tarde, al parque.
Tomaron el camino del norte, estaba nublado pero no hacía frío, sin embargo, Viviana no se retiró el abrigo. A medio día se sentaron en una banca justo en medio del parque. Ahí, la pequeña heredera observaba a niños jugar, sentía envidia por ellos pero no se inmutó, tan sólo los observaba con deseos de unirse a esos juegos, de que su madre estuviera con ella y quizás... sólo quizás, también su padre.
—¡Oh, mire mi señorita! ¿Quiere que le traiga un helado?—
—Si Anne, ¡por favor!— pidió dibujando una sonrisa en su rostro, su joven dama se levantó y caminó hasta el puesto de helados mientras Viviana la esperaba sumida en sus pensamientos.
Toc, toc, toc
—Despierte señorita White—
—¿Quién es?— la niña se despertó rápido, levantó medio cuerpo y con sus ojos entre cerrados miró hacía la puerta. Sus cabellos castaños estaban totalmente despeinados e inclusive tenía baba en la comisura del labio izquierdo.
—Soy yo mi señorita— respondió su dama personal, —disculpe despertarla pero ya es tarde— anunció del otro lado de la puerta, esperando la autorización de la pequeña para irrumpir en sus aposentos.
—¿Despertarme?... No lo hiciste— dijo soñolienta al tiempo que cabeceaba y cerraba sus ojos, —ya estaba despierta— bostezó dejando caer su cabeza al frente, durmió un breve instante y se despertó enérgica. —¿Quién es?— repitió mientras se tallaba los ojos pesarosa.
—Anne, mi señorita... Hoy es el día—
—¿El día... el día para qué?— y volvió a cerrar sus ojos manteniendo una sonrisa.
—Su paseo por el parque— y tan pronto como terminó, Viviana abrió sus ojos como platos, echó sus cobijas abajo y se levantó de inmediato, descalza corrió a la puerta, la abrió y salió disparada al cuarto de su madre. Pero como siempre, la puerta estaba cerrada, nadie molestaba a la señora de la casa y Camile le instruyó bien que no debía de entrar aunque lo deseara con toda el alma. Viviana se sentó frente a la puerta, estaba sola, su tío Audrey había salido de viaje y sus padrinos no se encontraban tampoco en el reino.
La única compañía de la niña era su dama de compañía, la fiel Anne que a pasos lentos caminaba a ella para anunciarle que el baño estaba listo. Triste, suspiró y lánguidamente caminó hasta las caldas; se bañó, Anne la arregló y la llevó a desayunar. La familia Londinense era muy estricta, así la servidumbre comiera en el cuarto de a lado, Viviana no tenía permitido comer con ellos, por lo que regularmente comía sola y ese día no era la excepción. Comió y luego Anne la llevó a que se lavara sus dientes y cogiera su abrigo, una vez que lo hizo volvió a ir a la alcoba de su madre. Con tristeza miraba la perilla, si bien es cierto que ella amaba ir al parque, también se entristecía bastante al ver a otros niños con sus padres. Ella no sabía nada de su padre y su madre nunca la acompañaba por las mañanas lo que llegaba a deprimirla sobre todo cuando no estaban sus tíos.
—Es tiempo de irnos señorita— le dije Anne y Viviana asintió, colocó su mano en la puerta marrón y suspiró. —Adiós mami, regreso en la tarde... Te quiero— cogió la mano de su dama y se dejó llevar hasta el coche, y más tarde, al parque.
Tomaron el camino del norte, estaba nublado pero no hacía frío, sin embargo, Viviana no se retiró el abrigo. A medio día se sentaron en una banca justo en medio del parque. Ahí, la pequeña heredera observaba a niños jugar, sentía envidia por ellos pero no se inmutó, tan sólo los observaba con deseos de unirse a esos juegos, de que su madre estuviera con ella y quizás... sólo quizás, también su padre.
—¡Oh, mire mi señorita! ¿Quiere que le traiga un helado?—
—Si Anne, ¡por favor!— pidió dibujando una sonrisa en su rostro, su joven dama se levantó y caminó hasta el puesto de helados mientras Viviana la esperaba sumida en sus pensamientos.
Viviana White- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 11/03/2014
Re: Crisis de identidad II | Alfonso Aude | BSTE
Alfonso era de esos hombres o seres que cuando algo se les ponía entre ceja y ceja, no existía poder humano, ni sobrenatural que lograra hacerlo desistir. Así tuviera que pasar mil penurias. Por eso no era raro que hubiera viajado a Londres, dejando la tranquilidad de su Villa Aude, para venir en busca del rastro de su pequeña sobrina y de aquella mujer que con solo cruzarse en su camino, le había trastocado los sentidos – me has dejado peor que a un gato sarnoso en mitad de la lluvia – dijo frunciendo el entrecejo por un segundo para luego echarse a reir, ya tendría tiempo de hacerle algunos arañazos a esa gatita dulce.
Ahora sus cinco sentidos estaban puestos en su principal meta de vida, encontrar a la pequeña Maryeva - como él la llamaría siempre, porque aquel otro nombre era el impuesto por una asesina - y hacerle saber que su madre había sido una mujer única. Que en otro continente le esperaba una propiedad tan extensa como todo Londres, con tres mil cabezas de ganado vacuno, equino y lanar. Con ello podría formar su propia fortuna sin tocar una sola moneda de la familia que la había usurpado, - porque al fin de cuentas no es otra cosa que una usurpación de identidad - se dijo, - Una asesina que se robaba un bebé para hacerlo pasar por hijo, no es otra cosa que una maldita forma de acallar su conciencia putrefacta - sentenció.
Sus ojos azules relampaguearon por la ira contenida, pero debía ser astuto y saber mover bien las piezas de ese juego de Ajedrez en que se había convertido su vida. Inspiró con fuerza, cerró sus ojos y lentamente fue transformándose en un hermoso gato domestico, ¿quien podría sospechar de un simple minino? Ese era su mejor disfraz para rondar por las cercanías de la mansión White, en especial en las horas del día, cuando la maldita mujer no estaba despierta. Así había llegado a la cocina de la propiedad y recibido los mimos de una cocinera que pensó cuan útil podía ser un gato para cazar cualquier tipo de alimaña que se presentara en su fortaleza. Alfonso de solo pensar que debería morder un ratón se estremeció – que desagradable, porqué mejor no le da con la escoba... mujer inútil - no pudo contener la risa que salió como un maullido extraño y gracioso.
Dejó la habitación del hotel, saltando por el balcón abierto. Había pedido estrictamente que no lo molestaran durante todo el día, que debía descansar ya que un severo malestar lo aquejaba. Preocupado por tan distinguido cliente el encargado del hotel le ofreció los servicios de un excelente medico, a lo que Alfonso contestó que aquellas molestias se irían en pocos días, - es que el clima de Londres es demasiado húmedo, para mi salud – se había quejado, sanjado de esa manera dicha discusión. Aquella escusa le daba unas horas de libertad antes de tener que presentarse en el restaurante y dar una impecable actuación de señor ingles.
Ya convertido en el felino menos llamativo de todas sus tranformaciones, se restregó en la pata de la cama acariciando su lomo y ronroneando. Le gustaba estar en esa forma, la libertad que sentía y lo fácil que era manipular a las damas y a los niños, claro, no sabía si a Viviana le gustarían los gatos, pero sacando la cuenta de que con menos años que aquella pequeña él había tenido su primera transformación, ¿quien mejor que él podría enseñarle? - pero tu eres un completo extraño – caviló entristecido mientras saltaba de cornisa en cornisa. Cayó con estilo a la acera y con suma elasticidad volvió a saltar hasta la parte de atrás de un carruaje que lo fue acercando a la mansión de la ex inquisidora.
Cuando estuvo a unos metros se deslizó hasta el suelo y de allí a un árbol en donde esperó pacientemente que la doncella saliera con la pequeña hasta un parque cercano. Alfonso, se estiró a todo lo largo que era y saco sus garras, afilándolas en la corteza de la rama en la que se había acostado, - bueno, es hora de acercarme con cautela-.
Desde una distancia prudencial, las siguió, algunos niños exclamaban al verlo intentando tomarlo o acariciarlo, pero él escapaba de esos amores extraños para seguir a la pequeña, - que triste su rostro – su humor se agrió, recordó como su hermanita solía entristecerse – ¿acaso no había sufrido bastante con la muerte de su madre apenas cumplir los seis años? - reprochó al destino, al pensar que semejantes eran las vidas de ambas. Las dos perdieron a sus madres dramáticamente, por culpa de asesinos, solo que en el caso de la madre de su hermana, el asesino había sido ajusticiado por su padre, - me corresponde hacer lo mismo a mi, con la asesina de tu madre – caviló, observándola de lejos.
En cuanto vio como la mujer dejaba sola a la pequeña, se fue acercando juguetonamente a pequeños saltos y maullidos graciosos, como si estuviera queriendo cazar una mariposa. Cuando estuvo a su lado comenzó a jugar con una flor a la que, tirado de panza y estirando sus patas delanteras, daba pequeños zarpazo, sin romperla pero intentando con ello llamar su atención, - si esto no funciona deberé encontrar otra forma de acercarme a ti – se dijo contemplándola por un instante.
Ahora sus cinco sentidos estaban puestos en su principal meta de vida, encontrar a la pequeña Maryeva - como él la llamaría siempre, porque aquel otro nombre era el impuesto por una asesina - y hacerle saber que su madre había sido una mujer única. Que en otro continente le esperaba una propiedad tan extensa como todo Londres, con tres mil cabezas de ganado vacuno, equino y lanar. Con ello podría formar su propia fortuna sin tocar una sola moneda de la familia que la había usurpado, - porque al fin de cuentas no es otra cosa que una usurpación de identidad - se dijo, - Una asesina que se robaba un bebé para hacerlo pasar por hijo, no es otra cosa que una maldita forma de acallar su conciencia putrefacta - sentenció.
Sus ojos azules relampaguearon por la ira contenida, pero debía ser astuto y saber mover bien las piezas de ese juego de Ajedrez en que se había convertido su vida. Inspiró con fuerza, cerró sus ojos y lentamente fue transformándose en un hermoso gato domestico, ¿quien podría sospechar de un simple minino? Ese era su mejor disfraz para rondar por las cercanías de la mansión White, en especial en las horas del día, cuando la maldita mujer no estaba despierta. Así había llegado a la cocina de la propiedad y recibido los mimos de una cocinera que pensó cuan útil podía ser un gato para cazar cualquier tipo de alimaña que se presentara en su fortaleza. Alfonso de solo pensar que debería morder un ratón se estremeció – que desagradable, porqué mejor no le da con la escoba... mujer inútil - no pudo contener la risa que salió como un maullido extraño y gracioso.
Dejó la habitación del hotel, saltando por el balcón abierto. Había pedido estrictamente que no lo molestaran durante todo el día, que debía descansar ya que un severo malestar lo aquejaba. Preocupado por tan distinguido cliente el encargado del hotel le ofreció los servicios de un excelente medico, a lo que Alfonso contestó que aquellas molestias se irían en pocos días, - es que el clima de Londres es demasiado húmedo, para mi salud – se había quejado, sanjado de esa manera dicha discusión. Aquella escusa le daba unas horas de libertad antes de tener que presentarse en el restaurante y dar una impecable actuación de señor ingles.
Ya convertido en el felino menos llamativo de todas sus tranformaciones, se restregó en la pata de la cama acariciando su lomo y ronroneando. Le gustaba estar en esa forma, la libertad que sentía y lo fácil que era manipular a las damas y a los niños, claro, no sabía si a Viviana le gustarían los gatos, pero sacando la cuenta de que con menos años que aquella pequeña él había tenido su primera transformación, ¿quien mejor que él podría enseñarle? - pero tu eres un completo extraño – caviló entristecido mientras saltaba de cornisa en cornisa. Cayó con estilo a la acera y con suma elasticidad volvió a saltar hasta la parte de atrás de un carruaje que lo fue acercando a la mansión de la ex inquisidora.
Cuando estuvo a unos metros se deslizó hasta el suelo y de allí a un árbol en donde esperó pacientemente que la doncella saliera con la pequeña hasta un parque cercano. Alfonso, se estiró a todo lo largo que era y saco sus garras, afilándolas en la corteza de la rama en la que se había acostado, - bueno, es hora de acercarme con cautela-.
Desde una distancia prudencial, las siguió, algunos niños exclamaban al verlo intentando tomarlo o acariciarlo, pero él escapaba de esos amores extraños para seguir a la pequeña, - que triste su rostro – su humor se agrió, recordó como su hermanita solía entristecerse – ¿acaso no había sufrido bastante con la muerte de su madre apenas cumplir los seis años? - reprochó al destino, al pensar que semejantes eran las vidas de ambas. Las dos perdieron a sus madres dramáticamente, por culpa de asesinos, solo que en el caso de la madre de su hermana, el asesino había sido ajusticiado por su padre, - me corresponde hacer lo mismo a mi, con la asesina de tu madre – caviló, observándola de lejos.
En cuanto vio como la mujer dejaba sola a la pequeña, se fue acercando juguetonamente a pequeños saltos y maullidos graciosos, como si estuviera queriendo cazar una mariposa. Cuando estuvo a su lado comenzó a jugar con una flor a la que, tirado de panza y estirando sus patas delanteras, daba pequeños zarpazo, sin romperla pero intentando con ello llamar su atención, - si esto no funciona deberé encontrar otra forma de acercarme a ti – se dijo contemplándola por un instante.
Fergal MacCumail- Condenado/Vampiro/Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2014
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