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No era la realidad lo que se vivía, aunque se quería [Época actual] || Quentin Debussy 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Abr 26, 2014 4:37 pm

No soy buena contando historias, mucho menos de esas que no han ocurrido pero que siempre se han deseado. El escenario es tan surrealista como el contenido del mismo. Todo puede pasar, las líneas que se leen con el alma pueden volverse reales, aunque sólo sea en nuestra mente, todo tiene un porqué, un para qué, quizás sólo quienes se involucren por completo en el escrito sabrán de que se trata y de quienes.


Hace mucho tiempo que lo había planeado. La joven de rubios cabellos deseó con todo su corazón poder ir lo más lejos del mundo de su ciudad natal. ¿La razón? Ninguna mala, solamente conocimientos, nuevos aires, nueva vida. Así fue como Doreen llegó a aquel país de clima deprimente, aunque para ella era todos menos aquel sentimiento negativo; terminando de recoger sus maletas de las bandas de espera, observó una figura masculina con un cartel que decía su nombre. El mediador de su línea de intercambio escolar la esperaba con una sonrisa brillante, probablemente tenía unos tres años más que ella, no se notaba mucho mayor. Poco le importó a la joven, lo que deseaba era instalarse, mientras en ese país estaba amaneciendo, en el propio apenas la madrugada había llegado. Se sentía cansada, con ganas de tocar la cabeza con una almohada. ¿Qué había de malo en eso? Se quedaría alrededor de un año, sino es que más si corría con el éxito debido de encontrar un trabajo que le permitiera una estadía más larga.

La primera semana fue la más difícil para la joven. Tener que adaptarse al horario, el alimento, las rutas y el clima. Aunque de lo último no fue tan complicado. En la nueva universidad existían jóvenes de todo tipo, los cuales la recibieron con los brazos abiertos. El primer fin de semana los puso un tanto ebrios a todos por las botellas de tequila y mezcal que había llevado en caso que se necesitaran. Doreen parecía feliz, más de lo que ella misma había imaginado, para ella era cómo haber nacido para llegar a ese momento. Sin embargo incluso en medio de alegrías pueden existir unas más fuertes.

El primer mes transcurrió más rápido de lo deseado, para su mala suerte. Sin embargo su pequeño departamento ya había tomado el aire hogareño que buscó desde el inicio. Aquel nuevo “hogar” constaba de una pequeña sala a la entrada de color negro, con una alfombra en medio. Si continuabas podrías encontrar un cuarto de televisión, el lugar favorito de la chica, porque aparte de tener una enorme cama, se encontraba equipada de videojuegos, películas y uno que otro juego de mesa. La cocina le seguía, pequeña pero lo suficientemente grande para meter a una familia. Al final se encontraba su habitación, la estancia más grande de todo el inmueble. Dónde nadie más que ella entraba, dónde las fotografías colgadas demostraba que tanto extrañaba. Ella necesitaba algo más, una compañía más cálida. Más cercana, alguien que pudiera hablar su lengua. Claro que existían muchos quienes podían, pero no podía mantener una buena conexión con ellos. ¿Por qué? Ni ella lo entendía.

Un sábado por la mañana la joven encendió la calefacción del departamento. Llenó de agua caliente la tina de baño y tomó la ducha más larga y relajante que había tenido desde su llegada. Después de ella se vistió con lo adecuado para poder salir al mundo. Su estómago rugía con tanta fuerza que no tardó en llegar a un centro comercial y sentarse frente a la caja registradora. Pidió un té de frambuesas, su favorito, y un poco de sopa para poder entrar en calor; no se entretuvo mucho en el restaurante porque buscaba una tienda de libros, tampoco tardó demasiado tiempo en ese lugar porque ya sabía lo que deseaba. En dónde si se tardó y no tenía planeado hacerlo, fue en una tienda de videojuegos. Las vitrinas coloridas llamaron tanto su atención que no pudo resistirse, su mirada paseaba de un lado a otro identificando títulos o buscando algo nuevo que llamara su atención.

- ¡Demonios! – Musitó en su perfecto español después de haber tirado un cartucho edición especial de un juego de guerra que poco le importaba. Su mirada viajó de un lado a otro buscando su alguien se había dado cuenta de su torpeza, sus mejillas estaban teñidas de colore; se agachó para tomar el cartucho, sin querer al levantarse se dio un golpe en la cabeza. – No es mi día – Susurró con suavidad sobándose la cabeza y colocando la edición especial de nueva cuenta sobre la estantería
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Mensaje por Quentin Debussy Miér Abr 30, 2014 10:48 am

Yo no era nada especial; sigo sin serlo.
Pero de alguna manera significaba algo para ella.
Y eso fue todo lo que necesité


Ser estudiante de intercambio era una idea tentadora para cualquier universitario joven que tuviera ganas de expandir sus conocimientos y de aprender de otras culturas a la vez. “Es emocionante” le decían sus pares. Quentin no entendía qué tan excitante podía ser cambiar un pupitre por otro, ni que fuera a otro planeta con rocas lunares de profesores. Pero sí sentía la necesidad de escapar un poco de su cotidianeidad, sobretodo cuando el aire de su universidad se volvía tan común que asfixiaba hasta el más excéntrico. No podía negar que vivir la misma rutina una y otra vez era sumamente cómodo, sobretodo para alguien como él, que vivía solo y no solía invitar a nadie, pero por alguna extraña razón, apenas los docentes le sugirieron la alternativa, no titubeó en aceptar. Quizás estaba tan aburrido consigo mismo que cualquier cambio que no entorpeciera su meta de ser profesional era visto como un recreo. Un intermedio, nada más que eso. Llegaría a Londres, observaría los monumentos que salían en las postales, respiraría ese aire inglés, y antes de que exhalara ya estaría de vuelta en casa. Dejaría la capital sin que nadie recordara que allí había transitado un hombre de nombre de tan poca importancia como la que él daba a ese viaje: Quentin Debussy.

Durante la primera semana, el cambio de aire le sentó bien a su cuerpo. El frío lo dejaba concentrarse en sus materias, y vaya que lo necesitaba. Si bien tenía un nivel avanzado de inglés, una cosa era hablarlo y otra cosa era pensarlo. Estaba acostumbrado a entender y razonar en español. Lo tomaría como desafío para seguir. Aprovecharía al máximo cada detalle para hacerlo parte de su mente. Si había algo que no soportaba era el fracaso, y eso dependía solamente de él. “¿Tienes una meta? No la pierdas de vista y recorre los pasos necesarios para alcanzarla. Tú sabes cuáles son, siempre lo has sabido; sólo dalos.” Era lo que se decía.

Pero eso era todo. Nada lo había maravillado en una ciudad de por sí fascinante para cualquiera. Para Quentin, aquella era una asignatura nueva más a la que debía aplicarse con disciplina para alejarse de la mediocridad; algo extraño, considerando que la mayoría hacía lo mismo para alcanzar la excelencia, en cambio Quentin le daba el sentido contrario. No era que amara el conocimiento; despreciaba la ignorancia.

El cuerpo le pasó la cuenta un sábado en al mañana. El lápiz se le escapó de las manos y la cabeza se le echó hacia atrás, delatando su fatiga mental. Hasta los robots resentían el exceso de trabajo. Él, siendo un simple mortal, no podría escapar de ello por mucho que ambicionara lo contrario. Miró a su alrededor, al estudio que alquilaba. Todo en simple orden, como era su costumbre. Su aburrida costumbre.

Con un suspiro se rindió; tendría que salir. De otra manera podía olvidarse de leer de manera inútil creyéndose estudiando.

Pasó por plazas llenas más de ancianos que de niños, bibliotecas copadas de gente, cafés de diferentes clases para todas las edades. Todos sonreían debido a sus vínculos emocionales, porque gozaban con la compañía del otro. Compañía… algo que a Quentin le faltaba, algo que simplemente no se dignaba a buscar. ¿Tener amigos lo ayudaría a no ser como sus haraganes y necios padres? No. Sólo saldría adelante con trabajo duro. En eso creía. Y si había salido de su sitio de estudio, era porque sin despejarse no lograría avanzar.

Entonces decidió entrar al lugar que menos gente acompañada parecía tener: una tienda de videojuegos. Pasillos repletos de títulos nuevos carísimos a primera vista y los más baratos al final, efectivas medidas comerciales para que los consumidores se quedaran con la primera opción, se entusiasmaran con ella hasta que no pudieran decirle que no. De pronto de detuvo y parpadeó cuando se dio cuenta de algo. ¿Era posible que hasta saliendo de su madriguera no dejara de razonar hasta sacar la última deducción?

Ya enloquecí —se dijo con los ojos cerrados a tiempo que ponía las manos sobre su cabeza, como si estuviera a punto de estirarse.

El plan se le fue por la borda cuando escuchó un ruido en el pasillo de adelante. Observando sobre el estante, pudo darse cuenta de una despistada cabellera rubia haciéndose cargo de su descuido. Instintivamente se fijó en su figura y en su rostro visto de perfil. Sin quererlo se quedó observándola. ¿Una chica en una tienda de videojuegos? Eso no llamaba la atención ¿Una chica bonita en una tienda de videojuegos? Desde luego que sí. Y por lo visto, una chica con muy mala suerte también. Eso pensó cuando la vio propinarse un buen golpe en la cabeza. Dándose cuenta del daño y además de que hablaba su lengua, de inmediato salió de su lugar y acudió al encuentro. No se había dado cuenta de cuánto echaba de menos escuchar a alguien hablar español hasta ese momento.

Disculpa, ¿te encuentras bien? Eso se oyó doloroso. —preguntó frente a ella, viendo por completo su rostro.— Es mucho más guapa de cerca. —pensó.

¿En qué se había metido? Estaba hablándole a alguien fuera de lo común y él no era nada especial. Corriente como el arroz, igual de simple y visto. Ése era él. ¿Qué pretendía acercándosele así sin más? ¿Reglas de cortesía?

Estas cosas pueden ser peligrosas en muchos sentidos. —acomodó el título que había quedado algo desacomodado, rellenando los silencios incómodos— ¿Buscabas algo en especial? No trabajo aquí, pero… —buscó una razón correcta y esperable en esos cinco segundos; no la encontró. Salió la verdad— …ayudarte podría ayudarme. Lo haría con gusto. Claro, si tú quieres.

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Mensaje por Doreen Jussieu Miér Abr 30, 2014 6:26 pm

Si en sus manos estuviera probablemente daría un golpe al suelo para que se abriera y la tierra se la tragara, pero no podía, así que se conformó con pararse derecha, entrelazar sus dedos a la altura de su vientre y levantar la vista lentamente para poder chocar con los ojos ajenos. Le dio vergüenza reconocer que si la habían visto, aunque era una tontería que no se hubieran dado cuenta, se trataba de una tienda grande, los pasillos espaciosos y con vista a los siguientes, con puertas de cristales que fácilmente te dejaban ver de afuera hacia adentro y viceversa. Aquel día en definitiva no era el suyo pero debía ignorar el acontecimiento y disfrutar del momento, no a todo momento un desconocido se acercaba a ayudarte, bueno si, pero no un desconocido que manejaba con fluidez su mismo idioma.

Guardó silencio observando de un lado a otro el lugar. Después su mirada recayó en aquel juego que su hermano y ella compartían la mayor parte del tiempo, aunque claro, se trataba de una nueva versión. Pasó sus dedos con suavidad por la parte del nombre y luego suspiró para volver a ver al joven ¿qué se supone día decirle? Evidentemente lo invitaría a tomar algo, después de tan buen detalle al preocuparse por su golpe, lo menos que merecía era eso. Una cosa era cierta ¡ella no tenía idea de como invitar a un chico a tomar un café!

- Fue algo doloroso, aunque creo que de no haberme golpeado la cabeza no se hubiera acercado - Inevitablemente sus mejillas se encendieron. Aquello parecía un coqueteo, no, eso no era un coqueteo, la joven no deseaba que la creyera una arrojada, una ordinaria atrevida. El problema es que así lo parecía - Es decir, que alguien que maneje mi idioma, ya sabe, extrañar la casa resulta ser incluso agobiante, oírle me ha hecho sentir en casa - La realidad, la única verdad la estaba diciendo, de dio cuenta que el coqueteo había quedado a un lado y que se notaba normal. Doreen volvía a querer salir huyendo, sin embargo iba a comportarse a la altura, siempre al ponerse nerviosa busca escapatorias, salidas que la hacen perderse tanto de situaciones como de personas. En esa ocasión no lo haría, si Dios le había enviado al joven era por algo, un apoyo, un amigo, un consuelo. Eso necesitaban, eso serían. ¿No?

- Me llamo Doreen - Se presentó de forma risueña estirando la mano para coger la ajena. Debía ser educada. - Y creo que me llevaré ese juego endemoniado - Soltó una pequeña risita antes de tomarlo. La jovencita avanzó unos pasos y luego se giró para verlo - ¿Te vas a quedar? Quizás podría invitarte una taza de chocolate caliente, claro, en caso que te guste o tengas tiempo, sino, no te sientas comprometido - Se encogió de hombros avanzando por los pasillos hasta llegar a la caja registradora, si él resultaba acercarse resultaría que no le había dado tan mala impresión, sino, bueno, seguramente se estaría burlando de ella y su torpeza.

La joven observo la repisa de la caja registradora. Sus ojos viajaron de un lado a otro observando toda clase de souvenir. Algunos llamaron más su atención como un par de encapuchados que según recordaba eran parte de un juego llamado Halo. Nada interesante, de hecho su hermano se había desesperado con los primeros diez minutos de entrenamiento, ella jamás entendió de que trataba el juego, mucho menos le dieron las ganas de matar. Sin embargo si su hermano estuviera ahí estaría encantado; su mirada seguía el trayecto hasta que la voz de la cajera le cobró la cantidad que costaba el video juego. Enseguida pagó, aunque rápidamente giró su rostro al sentir una mirada encima. El desconocido ahora conocido la observaba, a lo lejos le sacó la lengua de forma divertida, estiró su mano para tomar su mercancía y dio media vuelta para regresar con su nuevo amigo.

- ¿Se encuentra usted bien? Se quedó mudo ¿que ocurre? ¿Le gané el juego maldito? Podemos compartirlo - Bromeó un poco y luego sin pedir permiso le dio un empujón al hombre del chico para que avanzara con ella fuera de aquella tienda - ¿De dónde eres? Intuyo qué español no, porque no tienes ese acento, así que de algún lugar de América debe ser ¿no es así?[/b] - Doreen se dio cuenta que se encontraba demasiado parlanchina, así que guardó silencio y movió su pecho en señal de "es tu turno". Lo cierto es que no era una mujer muy sociable, tenía amigos, si, personas que la habían recibido de forma cálida y agradable desde que había llegado a la ciudad, incluso una cita ya tenía en puerta que había rechazado de la forma más tonta del mundo, pero para tener la iniciativa y saber como actuar con alguien nuevo no le iba bien, tenían que ser los demás quienes la impulsarán a seguir hablando con preguntas, a veces las conexiones salían al natural, como cuando conoces a una amiga que tienen un gusto en común, pero con un chico es distinto, para ella los hombres resultaban ser sumamente complicados, aunque lo gracioso de todo es que tenía más amigos que amigas, las mujeres (con todo y que ella era una) le resultaban escalofriantes y de cuidado.

- [b]Sino quieres acompañarme lo entiendo, no te sientas obligado
- Repitió, Doreen odiaba sentir que incomoda a las demás personas o que estaban con ella por compromiso.


Última edición por Doreen Caracciolo el Mar Mayo 20, 2014 1:16 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Quentin Debussy Dom Mayo 18, 2014 8:45 pm

Cuando Quentin sintió el impulso de acudir a aquella chica, había pensado en todo menos en que sería bien recibido por ella. No era que le diera mala espina o que sus gestos fueran despectivos; era que él no estaba acostumbrado a tratar con las personas de manera tan improvisada. Tenía la mala costumbre de planearlo todo, hasta los incidentes. El caso empeoraba cuando se trataba de una chica guapa. ¿Qué decirle? ¿Qué esperaban oír? Eran las juezas más severas, porque tenían el mundo a sus pies. Tenían para elegir y podían darse el gusto de ser tan frías como era socialmente aceptado e incluso más. Por eso no pudo evitar su asombro cuando tan amablemente se presentó. La cercanía de los idiomas parecía haberla alegrado. Era una chica sencilla, a pesar de que podía ostentar cuanto se le antojase.

El estudiante de intercambio se preguntó si era posible que ella estuviese tan nerviosa como él. La única diferencia reposaba en que ella lo expresaba sin ningún reparo y él lo mantenía encerrado. Así permaneció. Por fuera no se delató. Dejó que la calma se tradujera en palabras coherentes y en una sonrisa sutil.

Mis sospechas resultaron ser ciertas. Parece diferente a la gente de por aquí. —entrecerró levemente sus ojos— No sé, es algo más que el acento. Si no se nos hubiera accidentado, me hubiera dado cuenta de alguna otra forma.

Negó con la cabeza de repente tratando de no ser demasiado evidente. Sentía que estaba sonando como un tonto sin remedio que no se le ocurría nada más interesante para decir. Comenzaba a pensar que debía ser muy difícil para los demás ser honestos con esa chica. ¿Y por qué le interesaba tanto lo que ella pensara, de todos modos? Voltearían y no volverían a verse. No mejorarían sus calificaciones por agradarle ni tampoco bajaría la tarifa del transporte que lo llevaba a la universidad. Era extraño salirse del libreto, pero no se sentía mal. Se presentó de vuelta.

Quentin Debussy. Es un placer, Doreen. —estrechó la mano de la mujer con formalidad, a pesar que de ella sonreía con cercanía.

Por poco se tropezó hacia atrás cuando la rubia lo invitó a un café. No llevaban ni cinco minutos de conocidos y ya les guardaba una tarde de charla y sorpresas. ¿Era ella demasiado sociable o él había estado mucho tiempo encerrado en su habitación? No le quedaba claro. Lanzó un bufido que casi se convirtió en risa antes de seguirla a la caja registradora. ¿Realmente quería compartir un rato con él o había una cámara oculta en alguna parte del recinto esperando atraparlo?

Perdona, pero… ¿hablas en serio? —miraba los objetos del mostrador mientras hablaba, no queriendo toparse con alguna cara burlona que se mofara por haberlo creído— No es que no me gustaría, al contrario, pero ¿no te da miedo que pueda ser un psicópata o algo? Es una jugada muy osada. Estaremos en un país relativamente seguro, pero las chicas deben cuidarse en todos lados. —«sobretodo las guapas» pensó.

¿Habré tenido actitudes similares antes? ¿De dónde viene exactamente que tiene esta costumbre? Miles de preguntas lo asaltaron a la vez, dejándolo sin un patrón a seguir. Estaba dudoso, extrañado, pero eso no le impidió caminar hacia fuera junto a ella. Era demasiado bueno para ser cierto. ¿Qué le diría a sus compañeros? «Sí, me encontré a una chica espectacular en la tienda de videojuegos y me invitó a tomar un café con ella.» Un fiasco. Sonaba a la mentira de un quinceañero, pero era verdad. Le estaba pasando.

Lo único que me ha enmudecido es su extroversión, Doreen. Créame que no he conocido a nadie con su amigabilidad. Podría ser peligroso. —así dejaba entrever que no era de muchos amigos. Pero a la vez, a esa cara no podía decirle que no. Era consciente de ello— Sería pésimamente educado si la dejara con sus preguntas en la boca, ¿no lo cree? Prometo contestar todas y cada una de ellas sin chistar si me permite pagar ese café. Con su permiso.

Tomó con cuidado la carga de las manos de Doreen. No sabía de improvisar y dejarse llevar como al parecer ella lo hacía, pero sí conocía normas sociales de caballerosidad. Era impensable dejar que una mujer que caminaba a tu lado cargara cosas, y más cuando llevabas las manos vacías. Pero no era que alguien se lo impusiera; quería ser gentil con ella. Además, temía que alguien pudiera aprovecharse de su amabilidad. No faltaban los descriteriados; él los conocía muy bien.
Le ofreció su brazo antes de partir.

¿Conoce Twinings? Hay una tienda un par de calles al este. Seré su escolta, si me lo permite.
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Mensaje por Doreen Jussieu Mar Mayo 20, 2014 2:25 pm

Prestó atención a las palabras del muchacho. Él tenía razón, y aunque le ofendía un poco que le cuestionara su manera de actuar, ella se estaba comportando como si se tratara de un viejo conocido. Su confianza recaía de una manera que podría se mal vista, como si se tratara de una joven arrojada, aunque claramente no lo era. Uno de los miedos más grandes que ella tenía era que la ficharan como una chica fácil, así que con todo lo que le decía el joven se tensó, bajó la mirada y sintió el nerviosismo recorrer su cuerpo. Por un instante quiso cancelar la pequeña reunión que podían tener. Salir de ese lugar tomando sus cosas, dando las gracias por el detalle de preocuparse y no mirar hacía atrás, pero maleducada no era, así que prefirió quedar así, tranquila, risueña, ligeramente reservada. Sólo se encogió de hombros antes de mirar al frente, avanzar y seguir hablando.

Creo que eres demasiado critico — Soltó sin pensarlo con una mueca en el rostro — Si te molesta mi manera de actuar es más fácil que digas que no quieres aceptar mi invitación, creo que cuestionas demasiado que te invite un café o que te hable cordialmente, lamento desilusionarte con mi manera de ser, así soy, no tiene nada de malo que después de preocuparte por mi, quiera agradecerte de esa manera — Le era inevitable guardar su descontento en el pecho, no iba a estar tranquila, mucho menos iba a disfrutar de la reunión sino le decía lo mal que se sentía por tanto cuestionamiento. Suspiró negando repetidas veces — Creo que empezamos con el pie izquierdo, o quizás yo me tomo demasiado personal las cosas, así que tal vez podríamos empezar de cero y encontrarnos en otro momento, parece que hoy no es el indicado — Guardó silencio observando observando a través del espejo de la tienda.

Doreen sintió como las cosas habían sido arrebatadas de su mano y por un momento iba a negarse, pero no andaba de humor para pelear por cosas, se sentía incomoda, inmensamente juzgada. Su ánimo aquel día no había empezado de la mejor manera, así que cualquier cosa la pondría a la defensiva. Extrañaba su hogar, su familia, sus amigos, las muestras de afecto, quizás su desesperación y ese sentimiento de añoranza la habían vuelto tan confianzuda en ese momento, el problema es que un chico que se preocupa por una que se acababa de golpear, no le resultaba ser una amenaza, quizás él tenía razón, podría ser peligroso, pero ella no tenía ganas de cuidar cada paso que daba por el miedo a morir si se tropezaba. Tomó aire y observó el brazo del muchacho, prefirió ignorarlo y seguir caminando a su lado, ella tampoco tenía que ser tan dura. ¿O si?

No lo conozco — Dijo de forma tajante — No tienes que ser mi escolta, sólo mi acompañante, si aún lo quieres ser, te repito, podríamos empezar otro día — Se frotó las manos porque en ese momento estaba experimentando frío en su interior, y vacío en medio del pecho. — Lo lamento, me estoy comportando como una tonta, pero pocas veces soy tan extrovertida y tu me lo criticas, es tu culpa — Le echó en cara las cosas, pero inevitablemente se empezó a reír — Sé que no lo haces de mala manera, que me lo dices como una advertencia, pero es de esos días en los que extraño tanto que hablarte así es una forma desesperada de decir que necesito un abrazo — Negó — Tonterías, seguro para ti debe de ser gracioso ver a una joven universitaria añorar a la familia y ser tan sentimental, aunque no lo creas, existimos aún personas así — Se relamió los labios y se ajustó el bolso al hombro para cruzar la calle al lado del joven, el semáforo en verde para los peatones estaba encendido, así que un minuto tenían para poder cruzar, sin prisa, con calma.

No creo que seas un psicópata, por cierto, se notaría en tu mirada, y por lo que veo estás tan perdido como yo — Le recordó su observación — Tampoco soy tan confiada, de hecho aunque conozco a muchos en la universidad, con pocos convivo, no quiero nada raro en mis bebidas, y una vez me pasó, me puse mal, al otro día tuve que ir al hospital, me hicieron un labrado de estómago — Le contó como si fuera la cosa más común en la tierra — ¿De dónde vienes? ¿En qué universidad estás? ¿Qué estás estudiando? No te había visto ¿Vives por aquí? Seguramente si, no creo que quieras salir de tus terrenos, yo vivo a tres calles, de hecho son una fila larga de edificios, mi departamento está en el piso cinco, así que me toca la tranquilidad, porque mucho ruido no pasa, aunque si mucho aire, y como verás — Extendió las manos mostrando su abrigo — Soy bastante friolenta — Ya se encontraba más tranquila, ya le hablaba con tranquilidad.

El olor a café invadió las fosas nasales de nuestra rubia protagonista. La joven sentía que no se encontraban muy lejos del lugar, y afectivamente, aunque no lo conocía, o quizás si pero se lo había pasado por alto, bastó con leer el letrero dorado con negro para saber que habían llegado. Observó a Quentin de reojo y luego el lugar. Se sorprendió mucho cuando el muchacho le abrió la puerta para dejarla pasar y sin poder evitarlo, se sonrojó. Ya no recordaba cuando había sido la última vez que un muchacho tenía esos detalles con ella. Lo cierto es que habían cosas que podrían parecer insignificantes como esas pero que para ella contaban demasiado. Sorprendida estaba, y también abrazada por el calor de la bienvenida al lugar. El bochorno la hizo bufar y con lentitud se quitó los botones de su abrigo, debajo de él se encontraba un vestido color vino que se ajustaba a su cuerpo, tres cuartos, hacían juego con sus medias negras y sus botas. Caminó con lentitud a dejar su prenda a un perchero y luego se giró para encarar al muchacho.

- Creo que es momento de que sostenga mis cosas para que te quites el tuyo, no creo que desees sudar tanto ¿Verdad? - Le movió las cejas divertida y tomó sus cosas, se quedó frente a él, intentando mostrarse amable, tranquila, agradable, intentando que ambos olvidaran su mal comportamiento de hace rato — ¿No me odias, verdad? — Preguntó un tanto preocupada, si él quería ya no pasar tiempo con ella, evidentemente sería su culpa.
Doreen Jussieu
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No era la realidad lo que se vivía, aunque se quería [Época actual] || Quentin Debussy Empty Re: No era la realidad lo que se vivía, aunque se quería [Época actual] || Quentin Debussy

Mensaje por Quentin Debussy Lun Ago 11, 2014 11:59 pm

No juzgaría; sólo la conocería. Eso se propuso Quentin cuando notó el vaivén anímico que experimentaba esa linda, y aun así melancólica chica. Era evidente que hacía bastante no se desahogaba y que lo necesitaba. Vaya que le había sonreído la fortuna ese día; lo había elegido a él de todos los hombres que hubiera hecho fila para pasar aunque fuera una tarde con ella. Estaba confiando. Ante algo así, sólo se podía actuar con responsabilidad, cuidar de esa llaneza.

Suelo tener mejores inicios con una partida de videojuego. Qué deprimente. —pensó. Quiso que la situación cambiaria. Se acercó un poco más a la chica en su caminar con rostro amable, dispuesto a dar un esfuerzo para salir de su cómoda monotonía. A lo mejor ella era el impulso que necesitaba, ¿por qué no acceder a él?— Ahora me conoces un poco más. No soy un experto en relajarme socialmente hablando, lo pillaste en menos de cinco minutos, a diferencia de lo que le hubiera tomado a una tonta. —se arriesgó— Ven —puso una mano sobre el hombro de Doreen, paseando con ella en un acogedor abrazo. Lo gracioso, pensaba Quentin, era el destino.— Te prometo que dejaré de juzgar, en respeto a la confianza que estás depositando en mí y también porque no quiero arruinar esta suerte. Digo… —casi rió— …no todos los días entras a una tienda a perder el tiempo y encuentras a una mujer como tú. Eres, además de agradable, bastante guapa, te has dado cuenta, ¿verdad? Así que no me pídeme lo que quieras, pero no que te descuide, ¿bueno? Sólo permíteme eso.

Cuando Doreen hizo hincapié en su mirada perdida, Quentin perdió el equilibrio una milésima de segundo, por poco coronando su distracción con un tropiezo. De no haber sido porque no caminaba solo, hubiera terminado en el piso. Qué curioso; se suponía que era él quien ofrecía su hombro para que ella encontrara alivio, pero al parecer la rubia se le estaba adelantando. ¿Por qué cosas había pasado que la hacían tener una percepción tan aguda? Él no se consideraba de fácil acceso para nada, pero ahí estaba ella, indagando como se le antojaba. Por primera vez en mucho tiempo, no supo qué decir.

De pronto, una de las frases lanzadas de la blonda, así como si nada, llamó su atención de sobremanera, y detuvo su andar momentáneamente para corroborar que hubiera oído bien.

Espera. ¿Me estás diciendo que te drogaron? —tragó saliva. Dudaba de que Doreen fuese conciente de la suerte que tenía.— Bueno… prometí que no juzgaría. Sólo agradezco que estés bien. Eso sí me importa. Y que me dejes romperle la nariz a los que te hicieron eso, desde luego. Además, sirve para que te des cuenta de una cosa: si esos tipos estuvieron dispuestos a correr el riesgo de ser atrapados por adulterar tu bebida, es porque vieron que valías la pena. No creo que se hayan equivocado en verlo, pero sí en querer enjaularlo. Hay una razón por la que las flores no sobreviven una vez arrancadas por manos egoístas. —era un espectáculo nefasto. No quería que la moza a su lado corriera la misma suerte. Estaba vulnerable. Agradecía haberla encontrado antes de que alguien con otras intenciones lo hiciera.

Le costaba hablar de sí mismo, pero más difícil era decirle que no a esa cara angelical y a esos ojos que te hacían sentir que no querían ver a nadie más que a ti en ese preciso momento, como si te hubieran estado esperando. Así que Quentin miró unos segundos hacia el cielo y comenzó a soltarse.

Te lo advierto; mis respuestas son más bien aburridas. Veamos… vengo de Sudamérica, actualmente estudio de intercambio cerca de aquí, en la Universidad de Londres. Quiero convertirme en ingeniero civil; quiero que ésa será mi profesional, pero mi pasión es otra: escribir. Por qué no estudio literatura, eso debes estar pensando. Es porque no quiero volver una carga lo que me hace olvidar que las tengo. Si hago eso, al final del día no tendré alivio. No soy muy bueno hablando, pero escribiendo es diferente. Tienes tiempo para pensar lo que dirás, menos probabilidades de marcar a otra personas con imbecilidades inconscientes. Puede borrar, reescribir, las veces que quieras, pero en un contexto como en el de ahora, cualquier palabra que te diga, te la diré para siempre. —se abrió con mayor soltura— Así que vives cerca de mí. Si después de esto quieres volver a verme, serás un incentivo para mejorar en ese aspecto. Gracias por ello.

Quentin repartía agradecimiento con la misma frecuencia con la que observaba a las personas, pero esta vez lo dijo con intención. Podía ser que Doreen jurase ser ella la carga, pero estaba muy equivocada, por no decir ciega. Ella… podría estar sentada en una limusina junto a un rico heredero. La veía siendo presentada a sus suegros en un festín elegante como la más brillante de las jóvenes casaderas. ¿Y dónde estaba él, dentro de esa escena? Ah, seguramente trabajando de barman para hacerse unos pesos para pagar la matrícula. Pero hasta alguien como él podía hacerla sonreír, si en verdad ponía de su parte. Esa sería su paga.

Fue por eso que no se guardó ninguna caballerosidad; le abrió la puerta, la asistió con el abrigo y la ayudó a sentarse. El aroma del café recién elaborado endulzaba la tarde, pero Quentin sólo podía verla a ella. Dios, sí que era preciosa. Ahora podía ver sus curvas con mayor detención. No se fijó en que tal vez estaba observando demasiado. Seguramente ella terminaría por irse más temprano que tarde por sus indiscretas miradas. Y cuando notaba que no pestañeaba ante la mujer frente a él, Quentin se reía de sí mismo y se esforzaba por hacer algo carente de sentido como jugar con el borde de la mesa.

Fue sorpresivo, como casi todo lo de Doreen, que ella preguntase si la odiaba. Está bien, no era como si fuese el más sociable de los acompañantes en el sentido de parlotear como si no existiesen preocupaciones fuera de disfrutar al máximo el presente, pero aunque fuera el peor de los monstruos, ¿cómo podría odiar a alguien como ella y en tan poco tiempo? Ante cualquier otra persona, Quentin hubiese ocupado la lógica como respuesta, pero entonces recordó que no estaba frente a un problema de matemáticos, sino a una cálida mujer. Se propuso salir del pizarrón mental.

Antes permíteme ordenar —solicitó sonriente.

Se acercó el mesero con la carta. El universitario no quiso desperdiciar la oportunidad y le habló por lo bajo al empleado.

Un cappuccino vainilla para mí. —pidió algo sencillo. En efecto, siempre ordenaba lo mismo, encadenado a sus “malditas costumbres” como las llamaba su abuela en casa— ¿Ves a la señorita que me acompaña? Nunca más voy a sentarme con alguien como ella. Necesito causar una buena impresión. Tráele el más lujoso, por favor. Ella no se atrevería a pedir nada ostentoso, por eso quiero hacerlo por ella. ¿De acuerdo? —el mozo asintió— Gracias.

Estando solos nuevamente, Quentin se tomó sus segundos no para analizar el rostro de Doreen, sino para disfrutarlo. En ese instante, realmente deseó no saber nada de escritura y compensarlo con pintura, así podría retratarla y admirarla siempre. Trazaría cada una de las escenas. Pero como no poseía ese talento, sólo podía prolongarlo dentro de su memoria.

No, Doreen, no te odio. Odio al reloj, lo que hay fuera de aquí y que nos obligará a volver al sistema del cual formamos tarde. Si fueras por la ventana verás eso, un mecanismo en funcionamiento. ¿Quién dijo que debía dividirse el tiempo si es uno solo? Asignar tiempo para la familia, para el trabajo, para el amor, para la salud. Esa división es una mentira; la inventamos nosotros. Sonaré un loco con todo esto, pero quisiera patearle el trasero al que nos hizo creer como humanos que necesitábamos hacernos creer en mentiras —el pedido fue depositado sobre la mesa, pero Quentin apenas lo notó. Sólo podía verla a ella.— Tienes razón en que estoy perdido, pero erraste en la parte en que comparaste mi estado con el tuyo. Tú no estás perdida, Doreen. Nadie perdido puede sacar de la perdición a otro perdido. Y tú me obligaste a salir de mi rutina, a lo mejor no a través de un revólver como lo hace la gente que quiere ejercer coacción, pero lo hiciste, y a través de mi propia voluntad, el mecanismo más efectivo. ¿Te das cuenta? Pudiste haber manipulado, pero en lugar de eso, me hiciste recordar que poseo algo llamado voluntad, y que ella basta para que el perdido comience a encontrarse. Tú no estás perdida, en realidad no. Te sientes sola, pero a diferencia de mí y de otros cientos acostumbrados a esta... cosa, aún no has olvidado el don de la expresión. Eso es lo que tienes, un don. Ahora comienzo a verlo. Quizás tú todavía no lo hagas, pero hay un mundo allá afuera que gracias a que ha dejado la manifestación de lado, desemboca sus demonios donde no debe y al final termina ahogándose consigo mismo. Lo que intento decir es que con afecto, un sólo abrazo, esa sensación que te perturbaba habría desaparecido y te hubieras elevado fuerte como no creo que sepas que eres, pero si tú no hubieras confiado en este desconfiado, seguiría ahogándome conmigo y junto a los demás que el camino hemos perdido. Y aquí está la última de mis peticiones: no esperes que pueda odiarte por sacarme de mí.
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