AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Quentin Debussy
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Quentin Debussy
Quentin Debussy
Matt Lanter
A smile, a look. Better turn back and see the truth.
EDAD: 25 años FECHA DE NACIMIENTO: 15 de Abril, 1775 NACIONALIDAD: Francés ORIENTACIÓN SEXUAL: Heteroflexible | CLASE SOCIAL: Media OCUPACIÓN: Mayordomo ESPECIE: Humano |
descripción psicológica
Ante todos siempre será el ciudadano modelo de clase media que con su trabajo como mayordomo lleva una vida correctísima; sonríe a las personas que conoce como un siervo cortés y excelente. Sin importar la tarea que se le encomiende, él buscará la mejor manera de cumplirla, de tal modo que se utilice la menor cantidad de recursos para el mejor resultado. Así también suele comportarse con respecto a cualquier contratiempo que pueda emerger de los descuidos del resto de la servidumbre del lugar en el que trabajar. Generalmente usa la frase “Los errores se deshacen de la misma forma en que se hicieron”, como forma de hacerlo ver más sencillo. Termina diciendo “estar para servirle es mi placer”. Nunca lo hace ver como un trabajo pesado.
La faceta que se deja para sí es la de alguien astuto como un zorro y discreto como un felino cazando en la sabana. En este aspecot lo más importante para él es la utilidad que obtiene con lo que hace, cuidando siempre de no confundirse por algún destello de luz encandilador que pudiera haber en el camino. Es por eso que no busca compañía amorosa, pero de vez en cuando sus necesidades lo asaltan involuntariamente, ocasiones en las que privilegia la privacidad, ya que detesta verse expuesto.
Para muchos es un misterio lo que se esconde tras esos ojos azules y sonrisa compradora. Hay, sin embargo, personas que logran identificar ese algo potente que empuja, pero a la vez desconocido, en sus ojos, pero nadie ha actuado ante esa extrañeza. Se quedan con el sentimiento que les produce verlos muy directamente por un buen rato: confianza y temor. ¿Podría alguien haber pensado que una pareja así estuviera de la mano en una persona?
La faceta que se deja para sí es la de alguien astuto como un zorro y discreto como un felino cazando en la sabana. En este aspecot lo más importante para él es la utilidad que obtiene con lo que hace, cuidando siempre de no confundirse por algún destello de luz encandilador que pudiera haber en el camino. Es por eso que no busca compañía amorosa, pero de vez en cuando sus necesidades lo asaltan involuntariamente, ocasiones en las que privilegia la privacidad, ya que detesta verse expuesto.
Para muchos es un misterio lo que se esconde tras esos ojos azules y sonrisa compradora. Hay, sin embargo, personas que logran identificar ese algo potente que empuja, pero a la vez desconocido, en sus ojos, pero nadie ha actuado ante esa extrañeza. Se quedan con el sentimiento que les produce verlos muy directamente por un buen rato: confianza y temor. ¿Podría alguien haber pensado que una pareja así estuviera de la mano en una persona?
historia
Hijo biológico de un soldado de la armada francesa, a quién nunca conoció, y de Yolande Faux, vivió sus primeros cuatro años en casa de sus abuelos maternos. En ese tiempo creyó que sus abuelos eran sus padres y que su madre era su hermana mayor; típico mecanismo de familia de clase baja para defenderse de los reproches de la sociedad.
En 1779, Quentin y su madre, se mudaron desde París a un campo cercano a Orleáns con otros familiares. Ahí, Yolande conoció a Toni Debussy, un cocinero del ejército con el que se casó cuando Quentin tenía cinco años y del que posteriormente adoptó el apellido. El matrimonio tuvo cuatro hijos, pero Quentin nunca creó un lazo afectivo ni el marido de su madre ni con el resto de sus hermanos. Al principio pensó que se debía que sus consanguíneos se parecían demasiado a Toni, a quien detestaba por ser un bruto peón que apenas sabía la diferencia entre un filete y una entraña, pero cuando miró a su madre, se dio cuenta de que tampoco se parecía demasiado a ella más que en el físico; Yolande era demasiado obediente y sumisa para el siempre intelectualmente inquieto niño que había criado. Para él, eran un montón de simios que se alimentaba, dormía, y se reproducía, pero sin un propósito que terminara con ese círculo vicioso; no podía aceptarse como ellos. Todo este cúmulo de cosas provocó que a sus doce años, Quentin viera a su familia como tal, por lo que un día tomó unas pocas pertenencias, y se marchó de casa a buscar oportunidades en la emergente ciudad.
Al comienzo no sabía bien qué haría, pero sí lo que quería. En sus planes no veía el poseer lujos, pero sí algo que lo hiciera diferente. De todos modos, para hacer cualquier cosa tendría que comer antes. Fue así que entró a trabajar en una casa de empeño en donde trabajaba un burgués de apellido Valmorain, un hombre al cual se faltaban varios dientes por haberse resistido a que lo asaltaran; para él valía más el dinero que pudiera obtener que la vida que conservaba. Allí, Quentin se encargaba de mantener limpio el lugar trapeando los pisos con sus manos y alertando a su jefe de cualquier intruso que pudiera llegar con intenciones de cualquier cosa fuera de hacer negocios como gitanos y mendigos buscando caridad en dinero. Con ese trabajo no exento de explotaciones bastaba para llenarse el estómago, pero también para algo que los demás ni siquiera imaginaban.
Con la astucia que lo caracterizaba, comenzó a fijarse detalladamente en las personas de clase más alta que venían a empeñar sus riquezas con el afán de no disminuir su posición social, en sus gestos, en su acento, en su manera de negociar. Se dio cuenta de que no era importante ser, sino que parecer, y se lo demostraban esos personajes de la alta sociedad desesperados por conservar su estatus y por no renunciar a sus fiestas de té. No importaba que Valmorain lo encadenara por uno de sus tobillos Aprendió de esa manera por tres años, pero la rebeldía de la adolescencia significó más para Quentin que para la gran mayoría de los jóvenes de su edad.
Empezó a criticar todo a su alrededor, pero especialmente a Valmorain, quien con el pasar de los años se había puesto más perezoso y se levantaba cada vez más tarde a abrir la casa de empeño por salir toda la noche derrochando dinero en licor y placer. Fue entonces que Quentin vio en él el mismo germen de círculo vicioso que había detectado en su familia, y planeó su escape cuidadosamente, puesto que sabía que el burgués no dejaría ir tan fácilmente a tan barato y eficaz trabajador. No obstante, la noche antes de su partida, un grupo de hombres de mal talante ingresó forzosamente a la casa de empeño, destrozando cajas por doquier con el fin de hacerse con el botín, y, por supuesto, se encontraron frente a frente con Valmorain y el quinceañero Quentin. Toneladas de ruido se escucharon en la calle, pero nadie acudió. El rencor de los despojados de sus pertenencias había alimentado a tal nivel la indiferencia, que nada hicieron.
Al día siguiente, además de hallar vacía la casa de empeño tanto de las riquezas como de los bandidos, encontraron el cuerpo brutalmente desmembrado del burgués Valmorain, y Quentin había desaparecido, por lo que lo presumieron muerto. Lágrimas se derramaron ese día, pero ninguna por ellos.
Los cielos volvían a oscurecerse, los atardeceres volvían a hacer llorar al sol, las mujeres seguían pariendo mano de obra a la máquina del mundo como si fueran aceite, los hombres seguían discutiendo no dos, sino cien veces por la misma causa, y el fuerte seguía abusando del débil porque ninguno de los dos era consciente de su propia insignificancia. El mundo parecía ser un álbum completo de recuerdos de lo que Quentin había anunciado como la peor decadencia.
Los años pasaron, y entonces, sin aviso ni premonición que pueda vaticinarlo, se vio a Quentin Debussy entrando a la ciudad de París con su cara lavada, ropa bien cosida, zapatos relucientes, dinero suficiente en los bolsillos y un caminar esbelto que había enterrado para siempre al encorvado púber que había atendido alguna vez una casa de empeño en Orleáns. Diez años habían pasado desde esa fatídica noche de los bandidos y Valmorain, pero Quentin parecía haber vivido de nuevo tres veces; su mirada seguía siendo observadora e inquieta, pero dentro de esa quietud había encontrado la paciencia; había desarrollado un encanto especial, y había aprendido a sonreír. Cada vez que alguien le contestaba qué había estado haciendo esos diez años, él contestaba que había sido acogido por una anciana viuda que le había enseñado a manejar su hogar a cambio de un techo, comida y educación, convirtiéndolo en un mayordomo de lujo, pero debido a que la mujer había muerto, buscaba trabajo nuevamente desempeñándose en la labor en la que había sido instruido. Con esa respuesta se contentaban; esa respuesta era lo único que daba, pero siempre con una sonrisa de por medio.
No obstante este ciudadano modelo, no hay quien no vea a sus ojos y no dude. ¿Dudar de qué?
En 1779, Quentin y su madre, se mudaron desde París a un campo cercano a Orleáns con otros familiares. Ahí, Yolande conoció a Toni Debussy, un cocinero del ejército con el que se casó cuando Quentin tenía cinco años y del que posteriormente adoptó el apellido. El matrimonio tuvo cuatro hijos, pero Quentin nunca creó un lazo afectivo ni el marido de su madre ni con el resto de sus hermanos. Al principio pensó que se debía que sus consanguíneos se parecían demasiado a Toni, a quien detestaba por ser un bruto peón que apenas sabía la diferencia entre un filete y una entraña, pero cuando miró a su madre, se dio cuenta de que tampoco se parecía demasiado a ella más que en el físico; Yolande era demasiado obediente y sumisa para el siempre intelectualmente inquieto niño que había criado. Para él, eran un montón de simios que se alimentaba, dormía, y se reproducía, pero sin un propósito que terminara con ese círculo vicioso; no podía aceptarse como ellos. Todo este cúmulo de cosas provocó que a sus doce años, Quentin viera a su familia como tal, por lo que un día tomó unas pocas pertenencias, y se marchó de casa a buscar oportunidades en la emergente ciudad.
Al comienzo no sabía bien qué haría, pero sí lo que quería. En sus planes no veía el poseer lujos, pero sí algo que lo hiciera diferente. De todos modos, para hacer cualquier cosa tendría que comer antes. Fue así que entró a trabajar en una casa de empeño en donde trabajaba un burgués de apellido Valmorain, un hombre al cual se faltaban varios dientes por haberse resistido a que lo asaltaran; para él valía más el dinero que pudiera obtener que la vida que conservaba. Allí, Quentin se encargaba de mantener limpio el lugar trapeando los pisos con sus manos y alertando a su jefe de cualquier intruso que pudiera llegar con intenciones de cualquier cosa fuera de hacer negocios como gitanos y mendigos buscando caridad en dinero. Con ese trabajo no exento de explotaciones bastaba para llenarse el estómago, pero también para algo que los demás ni siquiera imaginaban.
Con la astucia que lo caracterizaba, comenzó a fijarse detalladamente en las personas de clase más alta que venían a empeñar sus riquezas con el afán de no disminuir su posición social, en sus gestos, en su acento, en su manera de negociar. Se dio cuenta de que no era importante ser, sino que parecer, y se lo demostraban esos personajes de la alta sociedad desesperados por conservar su estatus y por no renunciar a sus fiestas de té. No importaba que Valmorain lo encadenara por uno de sus tobillos Aprendió de esa manera por tres años, pero la rebeldía de la adolescencia significó más para Quentin que para la gran mayoría de los jóvenes de su edad.
Empezó a criticar todo a su alrededor, pero especialmente a Valmorain, quien con el pasar de los años se había puesto más perezoso y se levantaba cada vez más tarde a abrir la casa de empeño por salir toda la noche derrochando dinero en licor y placer. Fue entonces que Quentin vio en él el mismo germen de círculo vicioso que había detectado en su familia, y planeó su escape cuidadosamente, puesto que sabía que el burgués no dejaría ir tan fácilmente a tan barato y eficaz trabajador. No obstante, la noche antes de su partida, un grupo de hombres de mal talante ingresó forzosamente a la casa de empeño, destrozando cajas por doquier con el fin de hacerse con el botín, y, por supuesto, se encontraron frente a frente con Valmorain y el quinceañero Quentin. Toneladas de ruido se escucharon en la calle, pero nadie acudió. El rencor de los despojados de sus pertenencias había alimentado a tal nivel la indiferencia, que nada hicieron.
Al día siguiente, además de hallar vacía la casa de empeño tanto de las riquezas como de los bandidos, encontraron el cuerpo brutalmente desmembrado del burgués Valmorain, y Quentin había desaparecido, por lo que lo presumieron muerto. Lágrimas se derramaron ese día, pero ninguna por ellos.
Los cielos volvían a oscurecerse, los atardeceres volvían a hacer llorar al sol, las mujeres seguían pariendo mano de obra a la máquina del mundo como si fueran aceite, los hombres seguían discutiendo no dos, sino cien veces por la misma causa, y el fuerte seguía abusando del débil porque ninguno de los dos era consciente de su propia insignificancia. El mundo parecía ser un álbum completo de recuerdos de lo que Quentin había anunciado como la peor decadencia.
Los años pasaron, y entonces, sin aviso ni premonición que pueda vaticinarlo, se vio a Quentin Debussy entrando a la ciudad de París con su cara lavada, ropa bien cosida, zapatos relucientes, dinero suficiente en los bolsillos y un caminar esbelto que había enterrado para siempre al encorvado púber que había atendido alguna vez una casa de empeño en Orleáns. Diez años habían pasado desde esa fatídica noche de los bandidos y Valmorain, pero Quentin parecía haber vivido de nuevo tres veces; su mirada seguía siendo observadora e inquieta, pero dentro de esa quietud había encontrado la paciencia; había desarrollado un encanto especial, y había aprendido a sonreír. Cada vez que alguien le contestaba qué había estado haciendo esos diez años, él contestaba que había sido acogido por una anciana viuda que le había enseñado a manejar su hogar a cambio de un techo, comida y educación, convirtiéndolo en un mayordomo de lujo, pero debido a que la mujer había muerto, buscaba trabajo nuevamente desempeñándose en la labor en la que había sido instruido. Con esa respuesta se contentaban; esa respuesta era lo único que daba, pero siempre con una sonrisa de por medio.
No obstante este ciudadano modelo, no hay quien no vea a sus ojos y no dude. ¿Dudar de qué?
otros datos
GUSTOS: Tocar el cello
DISGUSTOS: Las existencias banales.
MANÍAS: Ver demasiado fijo a las personas que recién conoce.
VIRTUDES/DEFECTOS: Buena observación/Lo que calla.
DATOS EXTRA
1. Tiene una cicatriz en su tobillo izquierdo debido a las cadenas que le ponían cuando trabajaba en la casa de empeño.
2. Sueña todas las noches; despierta siempre agitado.
3. Da la impresión de que es capaz de hacer lo que sea.
DISGUSTOS: Las existencias banales.
MANÍAS: Ver demasiado fijo a las personas que recién conoce.
VIRTUDES/DEFECTOS: Buena observación/Lo que calla.
DATOS EXTRA
1. Tiene una cicatriz en su tobillo izquierdo debido a las cadenas que le ponían cuando trabajaba en la casa de empeño.
2. Sueña todas las noches; despierta siempre agitado.
3. Da la impresión de que es capaz de hacer lo que sea.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Re: Quentin Debussy
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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