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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Mayo 01, 2014 6:18 pm

La chica tiembla como una hoja. Se siente frágil e indefensa tirada en ese sillón de cuero desgastado, asustada, enfadada, se aferra a los bordes de su vestido esperando su sentencia. Sonrío sin dejar de observarla, regodeándome en su sufrimiento. Parece mentira que pese a llevar más de cuatro horas allí encerrada con alguien como yo, aún no se haya rendido. Admiraba aquella capacidad, netamente humana, de sobreponerse a casi todo con la firme esperanza de sobrevivir. ¿Acaso no eran capaces de ver más allá de sus narices, y darse cuenta de que realmente son demasiado frágiles para resistir a algo como esto? Llevo un rato torturándola y aún así no me dice lo que quiero oír. Aún sigue rogando por clemencia. Que estúpida. Le resta toda la diversión al asunto. La piedad no es lo mío. Nunca lo ha sido ni lo será. Y en el fondo, muy en el fondo, lo sabe. Sabe que no saldrá de este teatro con vida. Sabe que mi rostro será lo último que vea en su patética vida. Lo sabe y aún así sigue sin rendirse. Aunque no entienda por qué le hago esto precisamente a ella, supongo que sí sabrá por qué morirá. No sabía nada acerca de la existencia de vampiros hasta que yo mismo la trajese a aquel teatro apenas unas horas antes. Se había acercado a mi en el hospital, fascinada por mi aspecto. Y ahora se arrepentía, lógicamente.

Y es mi deber divertirme a su costa, y borrar mis huellas eliminando su existencia. Su vida serviría entonces para algo. Su sangre... Oh. Probarla me había convencido de que jugar un poco con ella sería francamente divertido. Ahora que dos largas heridas abiertas la dejan salir desde sus muñecas, sé que tengo razón. Puedo sentir cómo se va consumiendo poco a poco. Su esencia vital va llenando una a una todas las copas que en aquella velada darían de comer a los presentes. Había "alquilado" una obra aquella noche. Era mi deber ser un buen anfitrión... ¿Y qué mejor forma de demostrar lo que significa mi presencia en París que servir un tentempié de tal calidad en mi primera aparición pública? Incluso mis más fieros detractores estarían encantados. Deposito un tierno beso en sus labios. Un beso frío, traicionero. El beso de judas. Un beso que, lejos de tranquilizarla, la convence de que lo que ocurrirá a continuación, iba a dolerle bastante. Me aseguraría de ello. Abro un hondo tajo en su cuello con una de mis uñas. Un grito desgarrador escapa de su garganta. Un grito que resuena por todo el teatro, alertando de mi posición a todos los presentes. Pero nadie aparece para ayudarla. Apesta a vida, frente a toda la muerte presente en aquel lugar. Los mortales que entran en el Théatre des Vampires saben a lo que se arriesgan. Y nadie la había obligado a entrar. Ella me había seguido, y ahora sufría las consecuencias. Me deshago de sus ropajes y la llevo frente a todos los invitados. Desnuda, su sangre huele incluso mejor. Aún no está muerta, pero desearía estarlo. Sonrío mientras, finalmente, pruebo su sangre de la copa que yo mismo he llenado. Sangre joven, pura. La sangre de los inocentes sabe incluso mejor.

Recorro todo el teatro hasta llegar a mi palco privado, a solas. Los actores comienzan a llenar el escenario. Una tragicomedia de corte griego. ¿Qué mejor para empezar la noche? Conozco a todos aquellos vampiros. Fueron camaradas y enemigos en otras épocas, pero ahora sólo causan en mi una extraña indiferencia. Hemos cambiado demasiado para ser criaturas que no evolucionan. Cierro el palco a cal y canto, decidido a que nada ni nadie me fastidie la obra. Los actores beben de la víctima que yo mismo había atrapado antes de arrojarla al vacío. Las luces se apagan. El espectáculo comienza con un gran estruendo. Sin duda será memorable... Me recuesto en la butaca sin dejar de observarlos. Llevan máscaras que apenas si esconden su identidad un poco. Los que somos tan antiguos, identificamos sin demasiada dificultad quién se esconde tras un trozo de cerámica coloreada. La esencia de cada vampiro es única e inconfundible. Pero eso es lo de menos. La música empieza a llenar el lugar paulatinamente, sumergiéndonos a todos en aquel mundo irreal que trataban de representar. Me abstraigo, recordando los momentos que viví en la época que estaban recreando. Fue memorable.


Última edición por Friðþjófr Yngvarr el Jue Mar 26, 2015 6:52 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Eszti V. Cseszneky Dom Mayo 04, 2014 12:39 am

Sus pasos apresurados provocaban ecos en los callejones de aquellas callejuelas que tan bien había llegado a conocer. Un chivatazo había cambiado el curso de los últimos acontecimientos. En principio, su estancia en París iba a ser bastante más corta de lo que estaba siendo. Pero uno de los pocos contactos que tenía en aquella enorme ciudad le había asegurado que Él estaba allí. El único propósito por el que había viajado a Francia, la única razón por la que aún no había vuelto a casa a recuperar lo que era suyo, era por encontrarle. Necesitaba encontrarlo. Necesitaba agradecerle todo lo que había hecho por ella. Necesitaba... ¿Qué narices era lo que necesitaba, en realidad? Friðþjófr no era precisamente la mejor de las personas, ni mucho menos. Pero le había ayudado. Y lo había hecho sin pedir nada a cambio. O al menos, de momento, no le había pedido nada. Seguir su rastro resultó extrañamente sencillo, tal y como le había advertido su informador. Desde luego, más sencillo de lo que habría esperado de una criatura milenaria como él. ¿No se trataría más bien de que, de una forma retorcida que ella no llegaba a comprender, quería que le encontrara? Si así era, no le importaba. Su meta también era encontrarlo.

Sus pasos la alejaron cada vez más de los suburbios, y la hicieron adentrarse en el centro de la ciudad. Las indicaciones que el investigador le había dado eran claras. Tenía que llegar hasta el teatro exclusivo de los vampiros, que Él había reservado para una obra en particular. Para una velada "exclusiva" a la que, por supuesto, no había sido invitada. ¿Pero acaso necesitaba una invitación? Los guardias de la puerta la dejaron pasar sin hacer ninguna pregunta. Suponía que tenían claro qué podría hacer una humana, sola, en un lugar como ese. Y aunque en su caso se equivocaban, seguramente el resto de jovencitas que pasaban por allí, sí que cumplían sus expectativas. Recorrió las largas hileras de pasillos en busca de algún indicio de la presencia de Friðþjófr. No había nada que lo delatara, nada que indicara que él o ningún otro ser había recorrido antes aquel lugar. Estaba terriblemente vacío, sin vida. Parecía una tumba enorme, llena de lujos innecesarios, pero una tumba, al fin y al cabo. Con el tiempo, y después de haber vivido tantos años con un vampiro, había podido darse cuenta de que cada lugar que ocupan acaba adquiriendo aquella forma aunque no lo pretendieran. Era como si poseyeran esos sitios, como si los hicieran suyos y los adaptasen a sus necesidades.

Hacía frío allí abajo. Demasiado frío, y a medida que se acercaba a la zona de los palcos, las primeras voces se hicieron oír. Los actores representaban una especie de comedia griega, una que creía recordar haber visto con Él. Solían gustarle aquel tipo de representaciones, pese a que ella siempre se hubiese mostrado un tanto escéptica con sus motivos. Poco después de que él la abandonara, podría decirse que lo comprendió. Él había vivido en aquella época que esos actores tan sólo representaban. Él sabía la verdad de todos esos actos que ahora eran tan sólo un recuerdo. Por eso le agradaba. ¿No sería esa su forma de recuperar aquellas memorias que consideraba perdidas? Siguió avanzando hasta que un par de vampiros le cortaron el paso. La observaron con desprecio, con lástima. Como si no fuera nada más que una bolsa de sangre sin emociones. ¿La había estado esperando o aquello sería sólo una triste manera de terminar? Pronto lo sabría. La llevaron hasta uno de los palcos superiores sin soltarle el brazo en ningún momento. El dolor era terrible, pero prefirió guardar silencio. Por su aspecto, por aquel aura etérea que los rodeaba, estaba segura de que eran lo bastante antiguos como para despedazarla en poco tiempo. Y no quería tentar a su suerte. No ahora que posiblemente lo había encontrado.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Dom Jun 01, 2014 6:57 pm

Estoy tan abstraído que apenas si presto un poco de atención a los actores. Son buenos, terriblemente buenos, pero eso sólo me recuerda que la mayoría de ellos no fueron más que simples espectadores de las épocas que pretenden representar. Se engañaban a sí mismos casi tanto como pretenden engañarme a mi. Pronto, lo que se suponía que iba a ser una velada maravillosa y entretenida, se convierte en un auténtico fastidio en todos los aspectos. Me aburre ver representado algo que yo mismo viví, siendo este recordatorio un reflejo bastante vago de lo que realmente pasó. Ahora puedo ver con certeza que ni la obra estaba tan bien pensada ni yo estoy tan melancólico como para querer ver algo así en mi primera noche "oficial" en París. La sed comienza a ascender nuevamente por mi garganta, abofeteándome de golpe. El tedio siempre ha tenido ese efecto extraño en mi. Me vuelve salvaje, violento, incluso más de lo que ya soy de por sí. A muchos les resulta frustrante este hecho, sin embargo, a mi me provoca cierta satisfacción observar la reacción que mi forma de ser despierta en los demás. Es... Divertido. Sumamente interesante, de hecho. Aunque en ocasiones se convierte en una carga innecesaria. No puedo eliminar de la noche a la mañana el estigma que suponen mis actos pasados. Mi fama me precede, y aunque esto puede resultarme a veces incómodo, sobre todo si deseo pasar desapercibido, no lo veo como algo negativo. Sólo una muestra más de mi superioridad. Si hablan de ti, aunque sea algo malo, significa que lo estás haciendo bien.

Percibo el aroma exótico de su sangre antes de que los dos cadáveres andantes la abandonen frente a mi puerta. Suspiro, levemente frustrado, antes de ordenar con un siseo que la hagan pasar. Eszti, Eszti, ¿por qué ese afán en perseguirme? ¿En querer reencontrarse conmigo? La abandoné para dejarla libre de una esclavitud bajo mi tutela que ninguno de los dos había escogido. Y aquí está, de nuevo, frente a mi. Las mujeres como ella son terriblemente predecibles. Necesitan ser dominadas para sentirse fuertes, aunque no encuentren una contradicción en este hecho tan íntimamente contradictorio. Finalmente la dejan entrar y puedo observar su belleza nuevamente, después de todos esos meses. No ha cambiado nada en absoluto. Su perfume, su rostro, su forma de moverse, todo en ella sigue siendo igual, excepto quizá esa mirada confusa que me confirma que se siente perdida. El latido de su corazón se acelera de forma más que perceptible. Un leve rubor se forma en torno a sus mejillas. La sed adquiere mayor fuerza cuando el único vampiro que queda la obliga a acercarse de forma brusca, antes de marcharse dejándonos solos. Sonrío de forma sarcástica, consciente de que responderá con el mismo gesto. Sus sentimientos hacia mi no me resultan en absoluto desconocidos. Pero jamás los corresponderé. Y ambos lo sabemos. Pero a ella no le importa. Piensa que puede cambiarme. ¡Cuánta humanidad encierra esa arrogancia!

- Señorita Cseszneky, qué agradable sorpresa. ¿Cómo me ha encontrado? -Sé la respuesta, pero quiero oírla de sus labios. ¿Acaso pensaba que no me enteraría de su empeño en encontrarme? Los espías, si son humanos, no son muy buenos pasando desapercibidos. Debería haberlo supuesto.
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Mensaje por Eszti V. Cseszneky Jue Jul 03, 2014 11:31 pm

Una vez el vampiro que parecía más temible de los dos la arrojó, casi literalmente, al interior del palco donde Él la esperaba, un suspiro escapó de entre sus labios. Un suspiro de eterno alivio, de descanso, como si la espera tras aquella puerta de madera tan bien tallada hubiera sido más doloroso que la sensación de tener los dedos de ambos inmortales clavados sobre sus delgados brazos. Y lo fue. No había duda de que lo fue. Desde hacía varios años, desde que Él la había encontrado, no habían estado separados por más de una semana. Los hábitos, para las personas como ella, eran como una droga: lo había perdido todo una vez, y necesitaba con todas sus fuerzas sentir que tenía algo que podía controlar. Su relación con Él siempre fue bastante tortuosa. Era violento, frío, impredecible, pero era lo único que conocía aparte de la vida que había tenido que dejar atrás de aquella forma tan brusca. Lo necesitaba. Lo necesitaba de una forma que ni ella misma comprendía. Necesitaba que la mordiera, que bebiera de ella, que le hiciera saber que su sabor, que su aroma, era lo suficientemente reconfortante para considerarla valiosa en algún sentido. Con eso le bastaba. Si tan sólo se lo hubiera dicho con mayor frecuencia... Ambos sabían que eran incompatibles, y aunque eso era motivo más que suficiente para Él para abandonarla, no lo era para ella. Y jamás lo sería. Simplemente no podía concebir que alguien le mostrara una forma de vivir y luego se la arrebatara sin dar explicaciones. Ya le había ocurrido una vez. No soportaría, ni toleraría una segunda. De ninguna de las maneras.

Un segundo suspiro escapó de entre sus labios rosados. Pero esta vez se trataba de un suspiro de hastío, de frustración. Todos aquellos pensamientos debían permanecer en su cabeza para siempre. Eso era lo único que le fastidiaba de Él -o lo que más, para ser exactos-: que no le permitiera expresar lo que sentía, que le demostrara de todas las formas humanamente posibles que sus sentimientos no tenían ningún valor para Él. Pero quejarse en su presencia tampoco estaba permitido, ni osaría hacerlo. Apreciaba lo bastante su vida para no arriesgarse a perderla de aquella forma tan absurda. Si sabes como evitar algo, lo haces, ¿no? Era lo bastante inteligente para jugar sus cartas de la manera más adecuada según la situación, y en aquel momento preciso, sabía mejor que nadie que las normas del vampiro eran las únicas que tenían validez. Alzó finalmente la vista para toparse con aquellos orbes tan temidos como añorados. Quizá su obsesión con aquella criatura no tenía ningún sentido -de hecho, ella tampoco lo encontraba-, pero de ser posible recuperar la vida que una vez tuvo, Él sería el único capaz de ayudarla. Otra cosa es que quisiera hacerlo. Friðþjófr la miró con intensidad, dibujando una sonrisa que era más de mofa que de alegría, pero que ella correspondió como buena sirviente. Porque eso era para Él, ¿no? Otro de sus esclavos, un algo que, pese a no tener demasiada importancia, nadie podía tocar ni dañar por el simple hecho de ser suyo. Por eso supo que se fijaría en las marcas violáceas que comenzaban a aparecer en sus brazos, fruto de la presión ejercida por los vampiros que la habían llevado hasta su presencia. No podía ignorar la sensación que su preocupación, aunque mínima, le provocaba. Satisfacción. Quizá no le importaba tan poco como ambos pensaban. Sí que había algo que estaba claro, y es que estaba más atrapada en sus redes de lo que nunca creyó poder estar.

- Digamos que... sois bastante fácil de rastrear. No es que tengáis muchos amigos... pero vuestros enemigos no tienen ningún reparo en hacer saber a cualquiera dónde os encontráis. Quizá deberíais tener más cuidado, mi señor, la próxima vez podríais recibir una visita bastante menos grata que la mía... -Habló en un tono educado, aunque ligeramente irónico, algo de lo que se arrepintió casi al instante. No parecía de buen humor, y aquello no haría si no empeorárselo. No empezaban bien. Y podrían acabar mucho peor. De pronto se sintió terriblemente nerviosa. Tenía la boca seca y podía sentir cómo sus piernas temblaban con demasiada violencia para pasar desapercibido. Volvió a sonreír, esta vez a modo de disculpa, mientras que un rubor intenso se extendía por sus mejillas de forma más que visible. No sabía si estaba más contenta por haberlo encontrado, o asustada por su posible reacción. Sólo el tiempo dictaría hacia cuál de las opciones inclinar la balanza.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Vie Jul 25, 2014 4:38 pm

Sin duda, su visita me reporta un poco de calma ante la avalancha de sentimientos negativos que aquella tediosa y repetitiva obra de teatro estaba despertando en mi interior. Pero la calma no dura para siempre, y menos cuando aprecio aquellas manchas violáceas en sus brazos. Vale, sí, de acuerdo, yo la abandoné a su suerte tiempo atrás, pero ello no significaba que su vida me resultara indiferente. Eszti siempre me había proporcionado el suficiente grado de diversión para no considerarla una carga, y eso ya decía más a su favor que de cualquiera de los presentes en aquel teatro. Y fue por ese motivo, por el genuino placer que me produjo en su momento su presencia, por lo que permití que estuviese cerca de mi durante tanto tiempo. Claro que, como humana, no es que esperara que aquella sensación durase mucho tiempo. Los seres humanos son, por naturaleza, abrumadoramente esclavos de sus emociones, y no sólo eso, sino que además estaban programados biológicamente para necesitar de la compañía de otras personas para sentirse seguros, queridos, importantes. Y ella, por más que me fastidiara, no era una excepción a aquella regla expresa. Por eso la abandoné. Que me gustara su cuerpo, su sangre y su forma sumisa de actuar para conmigo, no significaba que le diera más importancia que la que tenía. Y un humano, para mi, nunca será nada más que un esclavo, o una fuente de alimento. Ella fue ambas. Ahora sólo era un bonito recuerdo que debería haberse quedado en el lugar al que pertenecía, en mi pasado. Pero bueno, ahora que está delante de mi, obviamente no voy a quedarme impasible. Aunque la haya abandonado, eso no significa que la haya liberado. Es y será mía por y para siempre. Y no me gusta que toquen mis cosas. Escondo todas aquellas emociones, netamente furiosas, detrás de una cuidada máscara de oscura diversión e indiferencia. No tardaré mucho en destruir a aquellos que se han atrevido a tocarla. Y mucho menos pensar en beber de ella. Eszti, estuviera donde estuviese, sólo podía ofrecerme a mi su sangre, y cualquiera que rompiera esa regla estaba condenado. Ella incluida. Y los dos sabemos perfectamente que yo no tengo piedad. Por nadie.

- Oh... ¿enserio? Lo dudo mucho, señorita Cseszneky, incluso mis enemigos son lo bastante inteligentes para saber que dista mucho de ser buena idea dar información al respecto de mi paradero. Y mucho menos a sabiendas de que mis siervos suelen ser bastante leales, y no me negarían jamás el nombre de aquellos que osaron delatarme... ¿O acaso vos me negaríais ese derecho? ¿No lo creo, verdad? -Respondí a aquellas palabras cargadas de sarcasmo con un tono de enfado que sé que jamás pasaría por alto. Sabe que no tolero los retos, ni físicos, ni hablados, y que ponerse en mi contra puede ser la peor de las ideas si me doy cuenta de tal intención. Y yo siempre me doy cuenta de esas cosas. Es improbable que se me escapen, de hecho. He vivido muchísimo más que ellos, y por tanto, conozco las maneras en las que una persona puede tratar de oponerse a otra, y sé que ella, aunque su corazón esté lleno de reproches que jamás me dirá, no sería capaz de plantarme cara. Y mucho menos, frente a frente. Pero mejor hacérselo saber. Es lista, y sabe lo que le conviene, aunque nunca está de más demostrarles a los sirvientes quién está al mando. Así me aseguro de que nunca se atreverán a negarse ante cualquiera de mis peticiones, sean cuales sean. Me acerco a ella hasta que nos quedamos a menos de un metro de distancia. Alargo los brazos y cierro mis manos con firmeza alrededor de sus brazos, presionando en las zonas amoratadas sin ninguna piedad. El contacto con su piel consigue hacerme estremecer. Sigue tan cálida como siempre, pese a encontrarnos probablemente en el lugar más gélido de París. Intento que no se me note frunciendo el ceño, y fingiendo un enfado que hace ya bastante tiempo que se me ha pasado. Aquellos labios rosados, carnosos, me llaman, como siempre. No recordaba que aquella simple humana me atrajera tanto. Quizá la clave era alejarse de ellos lo suficiente, para volver a recordar cómo te hacían sentir. No lo sé, y no me importa. Si la abandoné fue por un motivo. Y yo nunca me echo atrás.

La suelto de golpe, y regreso a mi asiento con el rostro levemente contraído en una mueca de frustración. Su presencia, de pronto, me hace sentir más incómodo que agradado, tal es mi rechazo hacia aquellas emociones tan humanas. Hace mucho que las dejé atrás, y por mi bien, y el suyo, así debe seguir siendo. - ¿Y bien? ¿Se puede saber qué queréis? Me habéis interrumpido en medio de esta fantástica obra. Hablad rápido, antes de que mi paciencia termine por esfumarse. -Intento que mis palabras suenen tan hostiles como sea posible, y al ver su rostro herido de soslayo, sé que lo he hecho bastante bien. No me importa lo que vaya a decir a continuación, no me interesa lo que desee, o por qué me estuviese buscando. Eso es lo que quiero mostrar, lo que quiero que piense, aunque mi piel, mi cuerpo, solamente me pida poseerla, recuperar el tiempo perdido. Yo no soy así, sé que todas estas sensaciones tienen como explicación la distancia que puse entre nosotros. Lo sé, y aún así, no puedo evitarlo. Clavo la vista en el escenario, viendo sin ver, tratando de encontrar un resquicio de diversión en aquella monótona representación, algo que me haga olvidar que ahora tengo algo más interesante en lo que centrar mi atención. Y casi lo consigo. Pero su perfume me llama, me grita que me vuelva hacia ella. No lo hago, tan sólo, trato de divagar, de pensar en otras cosas, mientras su recuerdo se pasea por cada una de mis memorias. Fastidiándome.
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Mensaje por Eszti V. Cseszneky Miér Sep 10, 2014 6:49 pm

Lo más irónico de la situación, tal y como estaba teniendo lugar, era que la ex condesa jamás se había caracterizado precisamente por ser fácil de domar. Sus muchos amantes podrían confirmarlo. Se había ganado el odio de todos ellos a pulso, y no había duda de que lo tenía bien merecido. Su capacidad para engatusar y volver locos -metafórica y realmente- a los hombres siempre había sido una de sus muchas facultades... Pero el hecho es que frente al vampiro temblaba como una hoja. Frente a él, su seguridad en sí misma brillaba por su ausencia, y el temor afloraba a la superficie casi al mismo tiempo que la evidente atracción que sentía por él. La explicación era mucho más simple de lo que parecía: Él era imprevisible. Mientras que con el resto de personas, sus habilidades para percibir el humor le facilitaban mucho las cosas, el hecho de que Friðþjófr camuflara sus sentimientos de aquella forma tan precisa la confundía y seducía por igual. Sí, y también la aterraba porque era perfectamente consciente del daño que podría hacerle de quererlo. Y esto, en parte, también era uno de los factores que la mantenían emocionalmente enganchadas a él. Mientras que el resto de personas no ejercían ninguna influencia sobre sus decisiones o sus juicios, el temor que Él le provocaba la convertía en un títere en sus manos. Y no podía negar lo mucho que le gustaba. La inseguridad que sentía estando a su lado le resultaba extrañamente placentera. El dolor que le provocaba, la brusquedad con que la trataba. Así le hacía ver que le importaba.

¿Era una relación enfermiza? Sí. ¿Pero acaso importaba? La presión ejercida por sus dedos, pese a provocarle un dolor intenso, despertó en su interior el más animal de los sentidos. El más básico. Un quejido escapó de entre sus labios, mezcla de dolor y satisfacción. Su piel, fría como el hielo, parecía quemarle desde dentro hasta afuera. No podía evitarlo. Todo su cuerpo latía por su presencia. Se quedó atrapada en aquella mirada gélida, y una sonrisa asomó a sus labios. Una sonrisa breve, arrepentida, una sonrisa que siempre dibujaba cuando quería pedir disculpas pero su orgullo no le permitía decirlo en voz alta. - Sabéis perfectamente que jamás os traicionaría... Sois demasiado valioso para mi. ¿Quién iba a ayudarme a recuperar el lugar que me pertenece si no sois vos? -Bajo aquellas palabras de fingida soberbia, se escondía una realidad mucho más compleja. Si bien era cierto que él podía ayudarla a conseguir de vuelta sus títulos y tierras, la realidad era que el tiempo que habían pasado juntos la había convertido en lo más parecido a una esclava para él. Y no le importaba demasiado. Nunca se había puesto a los pies de nadie por no ser merecedores de sus atenciones. Pero él era diferente. Poderoso, imbatible. ¿Cómo no iba a caer rendida ante su presencia? No podía ni quería dejarle escapar. Aunque sus sentimientos jamás fuesen correspondidos de la forma en que ella deseaba. Y quizá así fuera mejor. Estaba demostrado que se aburría de las relaciones predecibles. Y él no lo era.

De repente, la magia se fragmentó en mil pedazos, y de su mirada desapareció toda chispa de interés. La repentina distancia entre ambos se le antojó una tortura insufrible, y el fuego del deseo que había despertado antes con su cercanía, dio paso a un dolor que ascendía directamente desde su estómago. - No sé su nombre, lo sabéis, ¿verdad? De haberlo sabido lo hubiese dicho en primer lugar... Mi... ¿señor? -Una arruga atravesó su frente por completo, tal era la frustración que sentía. ¿Cuál había sido su ofensa? ¿Lo que había dicho, o lo que había callado? La húngara se acercó con cautela, para luego arrodillarse junto al sillón que ocupaba el vampiro, observándolo directamente a los ojos. - Sabéis a qué he venido, mi señor... Siempre lo habéis sabido. ¿Acaso creíais que no os buscaría? ¿Que aceptaría vuestro abandono sin más? Me rescatasteis. Mi sitio está a vuestro lado, al menos, hasta que vuelva a ocupar el lugar que me corresponde... Y quizá también entonces. -Colocó una mano sobre su rodilla, haciendo caso omiso a aquella voz que le aconsejaba que no era una buena idea. - ¿Acaso ganáis algo con fingir que no os importo? Si es así... -Y cuando se quiso dar cuenta, había cruzado la barandilla del palco, dispuesta a arrojarse al vacío. ¿O realmente sabía que no la dejaría caer?
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Lun Sep 15, 2014 9:36 pm

¿Con qué propósito una mujer como ella, cansada de repetirse a sí misma que no necesitaba a nada ni a nadie para sobrevivir, había tenido que seguirme precisamente a mi hasta un lugar como este? Es tan absurdo que casi me hace gracia. Casi, porque el fastidio que me producen sus palabras enmascara cualquier otra cosa que pudiera sentir por ella en estos momentos. Dirijo una mirada iracunda directamente hacia sus ojos. Sé que comprende a la perfección lo que significa, así que me mantengo en silencio mientras escupe toda esa palabrería que, pese a ser en tono de disculpa, sigue manteniendo un deje de ironía que no estoy dispuesto a tolerar. ¿Quién coño se cree quien es? ¿En qué momento le dije que podía tomarme como a un igual, como a uno de esos patéticos seres queridos que los humanos tienen en alta estima? Ella fue mi esclava de sangre, mi muñeca, mi forma de deshacerme de las tensiones del día a día. Pero nada más. No es nada para mi, salvo un eco del pasado que aún sigue palpitando de vez en cuando en forma de energía sexual. Y yo, de esa, tengo mucha, y no sólo referente a ella. ¿Qué la hace sentirse especial? ¿Cuándo se supone que yo le permití sentirse de tal modo ante mi presencia? ¡Nunca! Y es una necia si pretende que cambie de parecer ahora, precisamente ahora que me he vuelto a encontrar con la única persona hacia la que sí mantengo un vínculo, sea cual sea el tipo de éste. Eszti fue mía, y probablemente aún lo sea, pero yo no soy de su propiedad. Y nunca lo seré. Ni siquiera me importa lo que le ocurra.

Aparto su mano de un golpe, devolviendo la vista nuevamente a la monótona función que ahora estoy deseando que acabe de una vez. Sólo quiero perderla de vista, olvidarme de todas las emociones y recuerdos que su presencia provoca en mi mente, siempre sumida en la calma, en la indiferencia. Como nunca debió dejar de ser. Pero su humanidad se me contagia, haciendo que no pueda ignorar aquellas escenas que empiezan a aparecer en su mente, y por ende, en la mía. Intento bloquear la habilidad, pero las imágenes que van llegando son demasiado perturbadoras, demasiado explícitas. Apenas si puedo escuchar lo que me dice, tal es mi nivel de excitación actual. En el peor de los sentidos. - No, claro, cómo ibais a traicionarme... sois demasiado estúpida hasta para eso. -Respondo de forma demorada a su discurso, como intentando dar muestras de que me importa muy poco lo que diga. Y realmente, no es que me importe mucho... Pero entonces, ¿cómo explicar las emociones que me hace experimentar su cercanía? El contacto con su piel es... electrizante. Y por más que yo quiera evitarlo, mi cuerpo reacciona ante el suyo como siempre lo ha hecho. Y eso me disgusta. Estoy furioso con ella, frustrado por no saber qué demonios hace aquí y desando que se marche por encima de cualquier cosa. Pero a la vez, agradezco su compañía, la sumisión que muestra a diferencia de la que posee aquella que ha capturado toda mi alma, mis sentidos, mi mente. Eszti es como un oasis de tranquilidad, de humanidad. Y no sé cómo sentirme al respecto.

Y de pronto, rompe mis esquemas por completo. Porque eso es lo que suelen hacer los humanos, añadir espontaneidad a todos y cada uno de sus actos independientemente de hacia quienes vayan dirigidos. Y sí, aunque es bastante estúpido intentar jugar con alguien como yo respecto a su propia seguridad, lo hace. Y hasta a mi me sorprende lo rápido que surte efecto. En cuanto la noto despegarse de mi lado, mi mirada, inevitablemente, la sigue por el palco deteniéndose en todos y cada uno de sus movimientos. ¿Cómo puede haber tanta sensualidad dentro de un frasco tan pequeño? Sus andares provocativos me arrancan una sonrisa de picardía, mientras que sus recuerdos, resonando bien alto y bien claro en mi mente, me hacen reaccionar con brusquedad cuando, nuevamente, vuelve a cambiar el sentido de su discurso. En los apenas dos minutos que tarda en saltar desde el palco, me sitúo a su altura y la sujeto con fuerza por el brazo, ignorando el "crack" que inmediatamente después resuena en mis oídos. - ¡Maldita zorra estúpida! ¡Cómo te atreves a intentar jugar conmigo de esta manera! ¡¿Acaso te crees que soy uno de esos patéticos amantes tuyos a los que te follas sin preguntarles ni siquiera el nombre?! ¡¡No puedes jugar conmigo, Eszti!! -La hago aterrizar con brusquedad en la butaca más cercana, para luego sujetarla por el cuello como si fuese una simple muñeca de trapo. A estas alturas, todo el teatro ha detenido su actividad y clava su vista en el palco, sobre nosotros. Me adelanto para atrancar la puerta y vuelvo a su lado. - Me perteneces, Eszti, y una de las cosas que tienes que hacer como tal es mantener tu integridad física. ¡¿Acaso es tan jodidamente difícil de comprender para una mente inferior como la tuya?! ¡¡Eres patética!! -Sin más, la abofeteo, para a continuación buscar sus labios con una violencia tal, que noto su sangre sobre los míos en apenas unos instantes. - Eres mía. ¿Lo has entendido?
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Mensaje por Eszti V. Cseszneky Jue Dic 11, 2014 8:27 pm

¿Cuántas veces nos han dicho y repetido que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa por delante de los ojos como si se tratara de una película? ¿Cuántas veces nos han asegurado que, momentos antes de un desenlace que se supone fatal, una extraña paz despierta en tu alma, en tu mente, haciéndote sentir liviano? Transparente. Etéreo. ¿Cuántas veces han hecho hincapié en que las personas, cuando están seguras de que van a morir, abandonan toda muestra de desesperación y asumen su destino sin cuestionárselo? ¿Cuántas veces nos han dado garantías de que al morir iremos a parar a un lugar mil veces mejor que este, donde nos esperan los seres queridos que hemos ido perdiendo por el camino? Pues es mentira. Mientras notaba que el suelo del palco, mullido a causa de la moqueta, desaparecía bajo sus pies, y su cuerpo comenzaba a descender directamente hacia el resto de butacas de debajo, su mente se llenaba de recuerdos oscuros que ni en un millón de años hubiera esperado recordar en un momento como ese. La primera vez que el monstruo de su padre la forzó, en su propio lecho, el mismo día que descubrió que realmente nadie se preocupaba por ella más allá de por la necesidad de mantenerla a salvo para salvaguardar su dinero. Aún recordaba cómo, pese a sus gritos, nadie se dignó a auxiliarla. Y nadie la ayudaría tampoco las siguientes veces que ese... demonio se acercó hasta su habitación para profanar su cuerpo. Para mermar su espíritu. Para acabar con su autoestima. ¡Cómo demonios iba a aceptar su muerte si no era capaz de recordar cómo había sido su vida, más allá de tantas miserias!

No habían momentos agradables en esa "película". No se sentía liviana. No se sentía mejor. Sólo se sentía desgraciada, rota por dentro, por no haber sido capaz de perpetuar su venganza todavía. Un grito ahogado escapó de su garganta, un grito agónico, de auténtico pavor. No quería morir sin destruir a aquellos que la destruyeron. No quería caer de ese palco siendo una esclava, una víctima, una exiliada. No. No podía morir. Trató de sujetarse a la barandilla, sin éxito, para luego desear con todas sus fuerzas que el vampiro reaccionara, que le demostrara de una vez por todas que realmente no era tan poco importante para él como quería darle a ver... Y lo hizo. Sintió cómo su mano, helada, asía la suya propia justo antes de que notara el fuerte tirón en su brazo. Esta vez chilló, en voz muy alta, entre aliviada y dolorida. Algo se quebró en su interior, sí, pero el dolor físico no era comparable al mental. En absoluto. Así que cuando se echó a llorar, como si de una niña pequeña se tratase, lo hizo más por gratitud que por otro motivo. Y no fue hasta ese momento hasta que comprendió lo mucho que apreciaba su vida, o al menos, los muchos deseos que tenía por conservarla. Porque tener un motivo para vivir, aunque éste sea la venganza, es mejor que no tenerlo. Y si además estaba acompañada de la única persona que, a su manera, se había preocupado por ella, ¿cómo iba a aceptar morir? No abandonaría aquel mundo hasta que su plan se cumpliera... y hasta que Friðþjófr fuese total y completamente suyo. Merecía que su nombre volviese a ser reconocido, merecía que su rostro volviese a estar entre los más admirados. Merecía salir de ese pozo. Y con él, lo lograría.

Por eso sonrió cuando le escupió en la cara lo mucho que le importaba. Pese a lo cruel, lo agresivo y lo indiferente que fuera con ella, o precisamente por eso, el sentimiento de la húngara por aquel que la dañaba y protegía por igual, no hacía más que incrementarse. Y era mutuo. Ahora lo sabía. Podría haberla dejado morir como una desgraciada, como una simple mujer despojada de su honor. Y no lo hizo. Y sí, puede que realmente pensara que era una zorra, y una estúpida -y estaba en parte de acuerdo con ambas etiquetas- pero era suya. Y sabía cuánto valoraba las cosas de su propiedad. - Realmente creí que me ibais a dejar caer... Pero no. Ahora sé que os importo mucho más de lo que vos mismo queréis reconocer. ¿Por qué os da tanto miedo aceptar que sentís algo por mi, lo que sea? Yo lo asumo, y lo grito a los cuatro vientos, ¿qué os impide hacer lo mismo? -Soltó de pronto, sin meditar, para luego darse cuenta de que eso sólo le enfurecería aún más. ¿Y sabéis qué? Que no le importaba lo más mínimo. Al notar sus manos apretarle el cuello, su sonrisa se ensanchó. No le importaba si la dañaba, no le importaba si la trataba como un objeto. Porque aunque lo hiciera, era evidente que le importaba más su bienestar que a todos aquellos que había conocido en su vida. Juntos. Cuando sus colmillos se clavaron en sus labios, un leve gemido escapó de su garganta. Tomó el rostro ajeno con la mano que podía mover, buscando, con ansias, profundizar el beso. Anhelaba su violencia, y no supo cuánto hasta ese preciso momento. - Y siempre lo seré...  -Completó, justo antes de que un vampiro bastante corpulento atravesara la puerta de un golpe. Observó a la malherida mujer, y se acercó a ellos con el ceño fruncido en una mueca que daba bastante miedo, ciertamente.

- Tú, gilipollas, ¿sabes que esto no puede hacerse aquí, verdad? ¿O quizá prefieres que te de dos hostias para recordártelo? Señorita, venga conmigo. Aquí sólo pueden entrar vampiros. -Sin esperar una respuesta por parte de Él, la tomó del brazo dolorido y trato de sacarla de la habitación haciendo caso omiso de sus quejas. - ¡¡Suéltame!! ¡Te arrepentirás! - Si hubiera sido lo bastante listo para comprender que no era una amenaza, quizá hubiese corrido otra suerte... O quizá no.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Dic 25, 2014 1:08 pm

¿Cómo demonios debo decirle para que le entre en esa cabeza obstinada y estúpida suya que no quiero que me hable? No quiero que diga una palabra. No quiero que me mire. No quiero que me incite. Quiero que se calle de una maldita vez, que se doblegue ante mi como la zorra que es, y que siempre ha sido. Como mi esclava. Como mi amante. Vuelvo a abofetearla, pero esta vez con más violencia. Ni yo mismo entiendo por qué no la he dejado caer del palco. Ni yo mismo logro comprender por qué motivo tengo esa inquietud, esa necesidad de protegerla, pese a luego ser yo quien más daño le produce. Quizá sea precisamente por eso. Su dolor me otorga placer. Me hace sentirme aún más poderoso. Me hace pensar que sobre ella sí que tengo el control completo. No como con Ophelia... Porque Eszti no es caótica. La gitana está a mi merced, siempre lo ha estado, y necesito esa sumisión para olvidarme de las frustraciones que mi vampiresa me provoca. ¡Malditas sean, ambas! Por ser dos entes separados, y por intentar en el fondo, ambas a su manera, controlarme. No lo conseguirán, no pueden conseguirlo, y lo saben, pero me hacen dudar. Me ponen nervioso, alterado. Me obligan a actuar, a abandonar mi frialdad, mi indiferencia. Me exigen atención, y aunque sé que no debería dársela, no puedo evitarlo. La crudeza de la una frente a la humanidad de la otra. El deseo siempre latente de la una, frente a la pasión desbocada que causa la otra de forma intermitente. Pasión que ahora me quema, nos quema, que va a engullirnos a los dos. En este dichoso palco. En esta diminuta butaca. No me importa nada más. Quiero tomarla. Aquí. Ahora. ¡Y que se calle de una puta vez!

Noto sus manos sobre mi cuerpo. Su tacto me quema. Es tan cálida, tan ardiente... Tan mía. No puedo soportarlo más. Desgarro la parte delantera de su vestido sin miramientos. Sus senos desnudos aparecen ante mi. Su simple visión consigue arrancarme un gruñido directamente de la garganta. Tanto mi mente como mi entrepierna se impacientan. Noto la presión en la tela del pantalón. Me extraña que no hayan estallado los botones. Castigo la dulce y tersa piel de sus pezones con violencia. Tiro de ellos como si quisiera arrancarlos, sin dejar de besarla, de beber de sus labios... Hasta que ese maldito imbécil nos interrumpe. Le dirijo una mirada iracunda. ¿Acaba de tocarme? ¿Acaba de apartarme de MI presa? ¿Acaso no sabe con quién está hablando? - Suéltala ahora mismo. ¡¡SUÉLTALA!! -No puedo soportar que otro que no sea yo la toque. ELLA ES MÍA. Siempre lo ha sido, y siempre lo será. Y nadie pone sus manos en mis cosas y mucho menos me las roba delante de las narices. En menos de un segundo, me coloco frente a él y le retuerzo el brazo con el que sujeta a MI gitana. Una vez está en el suelo, y sólo entonces, se digna a mirarme. Estúpidos neófitos. No valoran la superioridad de los más antiguos. Y yo soy uno de los más antiguos que aún viven sobre la tierra. - Te dije que la soltaras. Ahora, sufrirás las consecuencias.

Arrojo a Eszti contra la butaca y la encadeno a la misma doblando las barras de acero que hacen las veces de reposabrazos. El metal parece mantequilla bajo mis manos. Lo mismo que el torso musculado del vampiro. Atravieso su pecho sin ninguna dificultad y noto su corazón, frío y estático. Lo aplasto con una mano ante sus ojos inertes. Irónico morir por culpa de un corazón que ya no nos es útil, ¿no? Le arranco la cabeza de un simple tirón y la arrojo por el balcón del palco. Un par de gritos se elevan entre el escaso público, pero esta vez soy más previsor. Tomo en brazos a MI gitana y de un ágil salto, aterrizo sobre la cabeza de uno de los vampiros que aún divisaba la obra. Y corriendo, me desplazo hacia el escenario. Los actores se alejan debido a mi presencia, a mi esencia, infinitas veces más poderosa de la que la suya nunca será. - ¡FUERA DEL TEATRO! ¡¡AHORA!! -Mi tono no da lugar a réplica y todos salen disparados, inclusive aquellos que me miran con odio desde la lejanía. Esta noche, el teatro es sólo mío, y cualquier espectador indeseado deberá someterse a mis reglas, a mi sadismo, a mis deseos. - Y ahora, tú, vas a pagar por todo este revuelo. -Libero a la joven sólo para sujetarla con fuerza excesiva entre mis brazos. Su cuerpo tiembla y cruje bajo mi fuerza. Y yo, de nuevo, busco sus labios.
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Mensaje por Eszti V. Cseszneky Miér Ene 21, 2015 7:12 am

Le había avisado. Le había dicho que no se entrometiera. que no osara tocarla, que ella le pertenecía. Le había avisado de las terribles consecuencias que conllevaría aquella actitud. Sí, lo había hecho. Ella había cumplido. Sí... Pero aún así, no pudo evitar que su corazón comenzase a latir de forma apresurada cuando Él desató toda su ira sobre el otro vampiro. No es que no se lo esperara, en realidad. En todo el tiempo que había pasado con él desde que se marchase de su país natal, había presenciado escenas como aquella, e incluso peores, casi a diario. Pero nadie podía acostumbrarse a ello, ni siquiera ella. Aún así, ni si quiera se atrevió a pestañear cuando la sangre ajena cayó sobre sus ropajes. Cuando Friðþjófr se encontraba en aquel estado no era buena idea decir nada inapropiado, ni decir nada, en general. Era mejor callar y dejar que se calmara por sí sólo, si no quería sufrir en sus propias carnes lo mismo que había pasado con el guardia. No dudaba ni un instante en que el antiguo hubiera sido capaz. No le gustaba que tocaran sus cosas, era cierto, pero él sí que podía tocarlas, destruirlas, aplastarlas. Hacerlas gemir de dolor. Y aunque la última de estas opciones provocó en ella aquel inconfundible cosquilleo en la parte baja de su vientre, sabía que no había forma de asegurar que todo terminara en una simple y dulce tortura. Podría desangrarla, incluso sin pretenderlo. Y aún no podía morir. No quería morir. Ahora lo sabía, después de aquel intento fallido del que Él la había salvado. No había llegado su hora.

Dejó que Él la guiara, sin prestar atención nada más que a su semblante. Estaba contraído por la rabia y por aquella otra emoción que tan bien conocía y que su entrepierna dura no hacía más que remarcar. Eszti se relamió los labios y dejó que sus manos se deslizaran por la espalda ajena. Su cuerpo respondía al de ella, y eso la excitaba. Tanto como para olvidarse momentáneamente del crimen que acababa de cometer. Al menos, hasta que al caer sobre uno de los vampiros, la sangre volvió a salpicarla. Entonces no pudo evitar gritar. Gritó de pánico, pero también por las muchas emociones entremezcladas que su cuerpo debía soportar en aquellos momentos. Ese era uno de los efectos que la presencia del vampiro tenía sobre ella. El miedo, la rabia por sentirse sometida, el placer, el deseo, todo confluía, todo se intensificaba, hasta el punto de hacerse casi insoportable. ¿Cómo iba a poder resistirse a ese efecto, si era el único ser sobre la faz de la tierra capaz de provocarle semejante constelación de emociones? Mientras Él los guiaba a ambos, teniéndola bien sujeta entre sus brazos a través de las butacas, la gitana buscó su cuello y lo colmó de pequeños besos, de lametones, de mordiscos. Al instante pudo sentir como el vampiro se estremecía, lo que la hizo sonreír. ¿Y todavía no se dignaba a asumir que, de alguna siniestra forma, estaban hechos el uno para el otro? Ella necesitaba de su control, de su rabia, de su fiereza, y Él necesitaba de su sumisión. Él necesitaba sentirla suya, y ella necesitaba sentirse de su propiedad. Eran un todo indivisible.

Cuando Él la soltó, ella se limitó a dejar que desatara toda su fuerza contra su cuerpo, como siempre hacía, como ella deseaba. Sus brazos la aferraban con violencia, y el teatro entero, sumido ahora en el silencio, sería testigo ahora de su pasión desmedida. La joven se despojó de sus ropas antes incluso de que Él lo ordenara. Sabía lo que deseaba de ella, y ella únicamente deseaba dárselo. Su cuerpo relucía bajo la tenue y cálida luz de las velas. Hermoso, casi perfecto, repleto de pequeños cortes y arañazos que Él, su captor, había provocado y que ella lucía con infinito orgullo. Era su muñeca de trapo, su esclava. No había nada que le negara. Su cuerpo, su alma y su mente le pertenecían a Él en su totalidad. Como debía ser. Se arrodilló ante Él con la cabeza gacha, en la postura que siempre le instaba a utilizar cuando estuviera en su presencia. Y esperó. Esperó con el corazón latiendo a toda prisa, expectante por volver a notar sus labios recorrer cada átomo de su piel, y sus hirientes colmillos rasgar todos sus miedos, toda la inseguridad que había arrastrado en todos aquellos meses de distanciamiento entre ambos. Necesitaba sentirle. Y necesitaba sentirle en aquel momento.
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