Away We Go - Privado para ti.

—Tienes razón, querida, lo único que haría honor sería llamarte perra pero esos animales fieles no se merecen la indigna comparación contigo… —ironía que tantas veces ha dicho pero que nuevamente parece estar acorde a la situación que están viviendo. ¡Cuánto la odia! La odia con la misma intensidad que cuando la conoció pero quizás de un modo distinto. Este odio es como un animal salvaje que ha madurado con el correr de los años, alcanzando su punto máximo ahora y esperando el momento perfecto para saltar y captar a su presa. Odia la manera en que se mueve, de qué forma pronuncia su nombre y cómo, aún después de tanto tiempo, parece conocer sus debilidades como si no hubiesen estado separados por siglos. Es por cosas como esta que decidió ser célibe, las mujeres tienen ese poder magnético de someterlo a su voluntad y hacer con él lo que gusten como si no fuera más que una marioneta; tan fácil es para ellas abrir las piernas y dejar que caiga en la trampa sabiendo que no podrá salir de ahí. Sin embargo, permanece inmóvil donde se encuentra, no es capaz de retroceder porque sería tan inútil como intentar atrapar el aire con los dedos. Maldita Ankhiara y mil veces maldita.

La muy desgraciada se abrió las venas sólo para que los colmillos de Johann aparezcan como pequeñas florecillas en primavera. Su hambre leve se convierte en un apetito voraz que lo transforma en ese ser que temen tantas culturas, el protagonista de las historias de terror de muchos niños. —No voy a beber de ti… — su cuerpo dice exactamente lo contrario. Con pasos arrastrados se acerca un par de metros más, la mujer luce tan bien como la recuerda y el olor, ese puto olor delicioso, se enreda en las células de su nariz y comienza a volverlo loco. Sería capaz de matar a quien fuera para enterrar los dientes en su cuello y beber hasta quedar saciado, incluso si eso significara matarla, sobre todo si eso significara matarla. Pero no puede hacerlo. No debe. — No bebería de ti ni aunque eso significara la única salvación posible… — alza la mirada, es un desafío estúpido considerando que ella es capaz de notar lo mucho que desea aquel líquido que está desperdiciándose al caer al piso. Rendirse ahora, después de tanto tiempo aguantando, sería un insulto incluso para si mismo.

—Contigo no hay viejos tiempo, ni actuales tiempos, ni futuros tiempos… ¿cuándo vas a entender que si no te mato es sólo porque sé que eso sería una salida rápida que no te mereces? — directo al grano como siempre ha sido la tónica entre los dos. ¡Cuánta ira hay en su interior en este momento! Pese a eso, intenta mantenerse tranquilo y no demostrar en su rostro la tensión que el resto de su cuerpo no es capaz de disimular. Mephistopheles tiene las maños hecha puños, se alza más erguido que de costumbre porque pretende ser él quien luzca como el depredador en toda esta historia. —¿Qué estás haciendo acá? ¿Qué es lo que quieres de mí? Porque no me vengas con que esto es un encuentro casual, contigo nunca ha sido así y dudo mucho que esta sea la primera vez… — los labios del vampiro se alzan y esa mueca de asco disfraza de sonrisa deja ver por completo su dentadura extendida. Tiene hambre y sed. Hambre de su sangre que antes ya probó y sed de venganza por lo que esa mujer le hizo y le sigue haciendo. Es imposible que él pueda odiar a alguien más de lo que odia a esa puta, como suele llamarla. Entonces, ¿por qué no la ha matado? ¿Por qué siempre permite que vuelva a irse?

—Habla rápido, mujer, no tengo toda la noche. —

Los movimientos de Johann son siempre más lentos de lo que deberían serlo. Muchas veces lo ha atribuido a la carencia de sangre que lo aqueja o a querer disimular su condición frente a los humanos que siempre lo rodean. No es que él pretenda esconderse, es simplemente que le gusta la cacería tranquila, un arte que toma tiempo y que le permite conocer a sus presas hasta que logra escogerlas con cuidado, casi como si fuera un honor para ellas terminar muertas entre sus brazos. Ankhiara no es merecedora de ese honor, ella como la sucia puta que es, simplemente tiene que morir gracias a sus propias acciones y aún ahora cuando de algún modo intenta tentarlo con sus palabras, Mephistopheles vuelve a ignorar lo que dice. Con ella ese es el único camino para lograr cualquier objetivo, de otra forma su paciencia estaría mil veces agotada y los impulsos habrían tomado ventaja sobre la racionalidad.

Sin tener que ponerlo en voz alta, la verdad puede ser dicha con sólo mirarlos. El cuerpo de Johann se inclina hacia ella de tal manera que parece estar siendo atraído por una fuerza invisible que lo acerca hasta reducir al minimo la distancia que nunca fue mayor a un par de centímetros. No importa cuánto estuvieran alejados el uno del otro, de algún modo siempre vuelven a encontrarse y por lo mismo no puede replicar a sus palabras. Él es de ella y le molesta saber que tal vez ella no es de él.

—Tú… —sus palabras se ven interrumpidas por un gesto estúpido y tan irracional que en vez de hacerlo enfadar le produce desconcierto. ¿Era realmente necesario? Ahora el olor de ambas muertas es el que llega a su nariz y reabre su apetito no saciado. Es probable que no hubiese elegido a esas mujeres para que formen parte de su selección, pero fácilmente habrían servido para pasar otra noche de pie. Son pequeñas dosis las que toma de alguien por aquí y por allá, porque es sólo luego de un acabado estudio y de una intensa preparación que una muchacha termina sobre algún lugar siendo desagrada hasta la muerte y luego expuesta como una obra de arte. —Todas las mujeres son obras de arte, el problema es que algunas han sido mancilladas al punto de perder el valor que pudieron tener para mí. —

Es categórico y espera con eso que la mujer frente a él pueda entender que no está de humor para más bromas como esas. —¿Quieres entonces probar mi sangre? ¿Es a eso a lo que viniste o sólo pretendes interponerte en mi camino hasta que pierda la paciencia? Porque no será una tarea sencilla, la eternidad puede esperar por ambos y yo puedo esperar del mismo modo a que llegue el día en que ni mi ser te llame, ni tú respondas… —reconoce al menos la necesidad que siente de ella, ese anhelo que no oculta por tenerla cerca. El problema en todo esto es que Ankhiara no es una pieza más de su rompecabezas, ella es la cereza final que decora cualquier postre. En otras palabras, esa mujer es el final de su propia existencia.

En la mente de Johann y también en la de Mephistopheles se ha estado gestando un herbario que no contiene alguna clase de planta o vegetal, es más bien una colección de mujeres que elige en base a un patrón determinado que de a poco cumple con lo que ha deseado desde que obtuvo la inmortalidad. Algunas de ellas son bajas y otras altas, algunas morenas y otras con la piel tan nívea que creyó encontrar el sol en sus cabellos claros. Todas parecen diferir una de la otra pero lo que quedaba claro es que poseen características comunes que las unen en el dibujo final que este asesino está haciendo. Un dibujo plano y sin movimiento que no es capaz de reflejar lo que él intenta encontrar en ellas. ¿Dónde calza Ankhiara entonces?

—¿Qué es lo que deseas de mí, mujer? —lo mejor para enfrentar una tentación es ir directamente hacia ella. Cuando Johann acorta la distancia cree incluso sentir una corriente eléctrica al tocar su cabello oscuro. El pelo negro de la mujer cae junto a su rostro y enmarca sus facciones perfectas. De cerca se ve aún más real, no tanto como esa imagen de una estatua bien hecha. De cerca, Ankhiara deja de ser su enemiga y se convierte en su deseo más anhelado.