AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fragile | Privado
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Fragile | Privado
Su esposa estaba muerta. Cada día, desde hacía más de siete años, se despertaba pensando en ello. En completo silencio, se lo repetía una y otra vez con enfermiza insistencia. Las palabras se habían convertido en una oración y esta a su vez en una especie de mantra que parecía poseer un poder psicológico y espiritual. Estaba convencido, aunque no siempre fue así. Al inicio, durante los primeros tres años, luego de la repentina desaparición de María, había albergado la esperanza de estar equivocado. Se había aferrado al débil sentimiento de la esperanza que hasta ese entonces aún llameaba en su interior; se había permitido soñar con un reencuentro posterior a su tan esperada venganza. En su momento, tales cosas lo habían llenado de motivación para continuar con la locura de estar viviendo bajo el mismo techo que el secuestrador de su esposa. Pero todo eso había terminado.
Johan estaba más seguro que nunca de que jamás volvería a verla. No importaba cuán sosiego se mostrara no sólo ante sus enemigos, sino ante el mundo entero, la realidad era que eso lo martirizaba, lo volvía loco, lo llenaba de una rabia tan avasallante que por momentos sentía que no era capaz de contenerla un día más. Afortunadamente él siempre había creído que actuar bajo los efectos de la ira sólo garantizaba dos cosas: echar las cosas a perder y cometer tonterías. Por eso no podía permitirse tal cosa, no cuando algo en su interior le hacía presentir que el final de todo estaba muy cerca. No podía rendirse luego de haber recorrido tantos peldaños y estar a tan sólo un escalón del objetivo. Esa era la razón por la cual se preparaba psicológicamente cada mañana, porque era la única forma de poder continuar con el operativo policiaco al que tan voluntariamente se había ofrecido y que llevaba vigente tan sólo ocho años. Ocho años. Ocho años de su vida invertidos, no desperdiciados, en lo que sería su venganza. En esos momentos, nada era más importante. Ni siquiera su hija.
Frente al espejo de la habitación contempló con atención lo que la mafia rusa había hecho con su cuerpo. Estaba cubierto de tatuajes. Decenas de figuras emblemáticas, en su mayoría religiosas que, al estar desnudo, podían apreciarse en su cuello, pecho, brazos, abdomen, espalda, piernas e incluso manos. Para la mafia todos ellos eran un código de honor, un modo de diferenciarse los unos de los otros, de marcar a cada miembro según su cargo o función dentro de la organización, o para resaltar algunos hechos clave en la vida del mafioso. Por eso era imprescindible portarlos.
Sobre el pecho, Johan tenía el que había sido el primero de todos ellos, un diseño al que se le había agregado una rosa. Ese era el tatuaje de iniciación en la organización, uno que tenían en común todos los miembros, el más importante de todos. Llevarlo grabado en su piel era la más latente amenaza de muerte que Johan podía haber recibido, ya que los farsantes que se hacían pasar por miembros de la organización sin ser parte de ella, solían ser asesinados por la hermandad, al igual que los miembros que en algún momento quisieran no seguir en la organización y decidieran intentar borrarlos.
Las estrellas tenían numerosos significados. Según la cantidad de estrellas tatuadas y la cantidad de puntas en ellas, significaban diferentes cosas, como el lugar jerárquico ocupado, lo que estaba dispuesto a dar por la organización o el número de personas que había matado. Johan tenía un par en las rodillas y codos, sitios donde solían estar tatuadas. Eran los que menos le gustaban porque le recordaban al par de cristianos a los que había arrebatado la vida, no por decisión propia, no por gusto, sino por mera necesidad, porque en su momento había sido la única forma de demostrar que estaba realmente comprometido con la mafia, que era un hombre de fiar. Por eso su frente estaba limpia, ya que cuando un miembro poseía un tatuaje en esa área del rostro, significaba que había fallado al grupo y era una forma de humillar al portador.
Para Johan ninguno de aquellos tatuajes significaba algo, no eran más que tinta indeleble y gustoso se habría arrancado la piel en ese instante con tal de no verlos. Tal vez por eso, de manera casi inconciente, evitaba los espejos. De alguna forma, no toleraba darse cuenta en lo que se había convertido. En ocasiones se preguntaba qué tan distinto era él de todos ellos, aunque intentaba no pensar en eso porque al final la respuesta no era del todo favorable.
Dispuesto a dejar todos esos tormentosos pensamientos matutinos de lado, se vistió y, junto con las elegantes y formales prendas que solía vestir, también se colocó la invisible máscara de frialdad que portaba todos los días desde hacía ocho años. Se colocó la sobaquera con la pistola y finalmente el saco para mantener oculta el arma.
Salió de su habitación y subió las escaleras hasta llegar a uno de los cuartos situados al fondo del segundo piso. Alzó la mano dispuesto a llamar pero su mano se detuvo antes de que sus nudillos chocaran con la madera de la puerta. Se tomó un momento, unos levísimos segundos, y lanzó un corto y apenas audible suspiro que dejaba entrever el pesar que significaba en ocasiones tener que lidiar con la persona que se encontraba dentro de la habitación. Lucienne de Jussieu podía ser un verdadero reto para el policía, con ella había perfeccionado la paciencia, porque así como había días en los que era sumamente pasiva, probablemente a causa del padecimiento que sufría y del que Johan estaba enterado, también había otros en los que parecía proponerse convertirse en un verdadero dolor de cabeza. Él tenía que aguantarlo porque ese era su trabajo, lo era desde hacía varios meses porque el despreciable padre de Lucienne, que además era el blanco de la venganza de Johan, lo había nombrado el guardaespaldas oficial y de tiempo completo de su única hija, lo que significaba que debía permanecer pegado a ella como una sombra y, por obvias razones, también que tenía todo el acceso posible a ella para efectuar su tan anhelada venganza. Sólo tenía que pagarle con la misma moneda al bastardo, arrebatándole a un ser querido. Aún no había intentado nada en contra de la joven, pero no era algo que hubiera descartado.
Tocó a la puerta y esperó. Esperaba que ese fuera uno de esos días en los que Lucienne hubiera despertado sin ganas de hacer casi nada, aunque no responder y no abrirle no era parte de lo que él había imaginado. Le pareció curioso pero esperó pacientemente. Más tarde volvió a tocar. Pero cuando se dio cuenta de que por la razón que fuere ella no abriría, decidió utilizar la copia de la llave que se le había facilitado en caso de una emergencia. Cuando finalmente abrió la puerta, se dio cuenta de que aquello podía ser considerado como tal. Encontró a Lucienne sobre la cama y a medio vestir. Tenía los ojos entreabiertos, los brazos estirados a ambos lados del lecho y Johan encontró un sospechoso frasco vacío tirado, derramándose sobre la alfombra. Lo alzó y ofalteó el poco contenido que aún se hallaba en el recipiente.
—¡Maldita sea! —exclamó cuando descubrió que se trataba de un poderoso veneno—. ¿Qué diablos has hecho, Lucienne? –soltó el frasco y decidió actuar rápido, antes de que fuera demasiado tarde.
Tomó a la muchacha entre sus brazos, que era tan menuda y ligera como una pluma, y la transportó hasta el cuarto de baño. Allí la colocó por encima de la bañera y hundió sus dedos índice y medio en la boca de la muchacha, lo más profundo que pudo para provocarle el vómito.
—Escupe —le ordenó, pero ella continuó tan ausente como hasta entonces—. ¿Me has escuchado? ¡Escupe! —exigió alzando la voz e insistiendo con sus dedos dentro de la garganta de Lucienne. Inmediatamente sintió cómo un líquido de consistencia viscosa resbalaba por su mano.
—Esta vez llegaste demasiado lejos —sentenció molesto.
Convencido de que perfectamente podía hacerse cargo de la situación, cerró la puerta de la habitación y le metió llave desde el interior para impedir que el suceso llegara a ojos u oídos de alguna curiosa sirvienta y se hiciera de dominio público. Esas cosas requerían de extrema discreción y quién mejor que él para guardar uno más; él, que se llevaría muchos secretos a la tumba.
Johan estaba más seguro que nunca de que jamás volvería a verla. No importaba cuán sosiego se mostrara no sólo ante sus enemigos, sino ante el mundo entero, la realidad era que eso lo martirizaba, lo volvía loco, lo llenaba de una rabia tan avasallante que por momentos sentía que no era capaz de contenerla un día más. Afortunadamente él siempre había creído que actuar bajo los efectos de la ira sólo garantizaba dos cosas: echar las cosas a perder y cometer tonterías. Por eso no podía permitirse tal cosa, no cuando algo en su interior le hacía presentir que el final de todo estaba muy cerca. No podía rendirse luego de haber recorrido tantos peldaños y estar a tan sólo un escalón del objetivo. Esa era la razón por la cual se preparaba psicológicamente cada mañana, porque era la única forma de poder continuar con el operativo policiaco al que tan voluntariamente se había ofrecido y que llevaba vigente tan sólo ocho años. Ocho años. Ocho años de su vida invertidos, no desperdiciados, en lo que sería su venganza. En esos momentos, nada era más importante. Ni siquiera su hija.
Frente al espejo de la habitación contempló con atención lo que la mafia rusa había hecho con su cuerpo. Estaba cubierto de tatuajes. Decenas de figuras emblemáticas, en su mayoría religiosas que, al estar desnudo, podían apreciarse en su cuello, pecho, brazos, abdomen, espalda, piernas e incluso manos. Para la mafia todos ellos eran un código de honor, un modo de diferenciarse los unos de los otros, de marcar a cada miembro según su cargo o función dentro de la organización, o para resaltar algunos hechos clave en la vida del mafioso. Por eso era imprescindible portarlos.
Sobre el pecho, Johan tenía el que había sido el primero de todos ellos, un diseño al que se le había agregado una rosa. Ese era el tatuaje de iniciación en la organización, uno que tenían en común todos los miembros, el más importante de todos. Llevarlo grabado en su piel era la más latente amenaza de muerte que Johan podía haber recibido, ya que los farsantes que se hacían pasar por miembros de la organización sin ser parte de ella, solían ser asesinados por la hermandad, al igual que los miembros que en algún momento quisieran no seguir en la organización y decidieran intentar borrarlos.
Las estrellas tenían numerosos significados. Según la cantidad de estrellas tatuadas y la cantidad de puntas en ellas, significaban diferentes cosas, como el lugar jerárquico ocupado, lo que estaba dispuesto a dar por la organización o el número de personas que había matado. Johan tenía un par en las rodillas y codos, sitios donde solían estar tatuadas. Eran los que menos le gustaban porque le recordaban al par de cristianos a los que había arrebatado la vida, no por decisión propia, no por gusto, sino por mera necesidad, porque en su momento había sido la única forma de demostrar que estaba realmente comprometido con la mafia, que era un hombre de fiar. Por eso su frente estaba limpia, ya que cuando un miembro poseía un tatuaje en esa área del rostro, significaba que había fallado al grupo y era una forma de humillar al portador.
Para Johan ninguno de aquellos tatuajes significaba algo, no eran más que tinta indeleble y gustoso se habría arrancado la piel en ese instante con tal de no verlos. Tal vez por eso, de manera casi inconciente, evitaba los espejos. De alguna forma, no toleraba darse cuenta en lo que se había convertido. En ocasiones se preguntaba qué tan distinto era él de todos ellos, aunque intentaba no pensar en eso porque al final la respuesta no era del todo favorable.
Dispuesto a dejar todos esos tormentosos pensamientos matutinos de lado, se vistió y, junto con las elegantes y formales prendas que solía vestir, también se colocó la invisible máscara de frialdad que portaba todos los días desde hacía ocho años. Se colocó la sobaquera con la pistola y finalmente el saco para mantener oculta el arma.
Salió de su habitación y subió las escaleras hasta llegar a uno de los cuartos situados al fondo del segundo piso. Alzó la mano dispuesto a llamar pero su mano se detuvo antes de que sus nudillos chocaran con la madera de la puerta. Se tomó un momento, unos levísimos segundos, y lanzó un corto y apenas audible suspiro que dejaba entrever el pesar que significaba en ocasiones tener que lidiar con la persona que se encontraba dentro de la habitación. Lucienne de Jussieu podía ser un verdadero reto para el policía, con ella había perfeccionado la paciencia, porque así como había días en los que era sumamente pasiva, probablemente a causa del padecimiento que sufría y del que Johan estaba enterado, también había otros en los que parecía proponerse convertirse en un verdadero dolor de cabeza. Él tenía que aguantarlo porque ese era su trabajo, lo era desde hacía varios meses porque el despreciable padre de Lucienne, que además era el blanco de la venganza de Johan, lo había nombrado el guardaespaldas oficial y de tiempo completo de su única hija, lo que significaba que debía permanecer pegado a ella como una sombra y, por obvias razones, también que tenía todo el acceso posible a ella para efectuar su tan anhelada venganza. Sólo tenía que pagarle con la misma moneda al bastardo, arrebatándole a un ser querido. Aún no había intentado nada en contra de la joven, pero no era algo que hubiera descartado.
Tocó a la puerta y esperó. Esperaba que ese fuera uno de esos días en los que Lucienne hubiera despertado sin ganas de hacer casi nada, aunque no responder y no abrirle no era parte de lo que él había imaginado. Le pareció curioso pero esperó pacientemente. Más tarde volvió a tocar. Pero cuando se dio cuenta de que por la razón que fuere ella no abriría, decidió utilizar la copia de la llave que se le había facilitado en caso de una emergencia. Cuando finalmente abrió la puerta, se dio cuenta de que aquello podía ser considerado como tal. Encontró a Lucienne sobre la cama y a medio vestir. Tenía los ojos entreabiertos, los brazos estirados a ambos lados del lecho y Johan encontró un sospechoso frasco vacío tirado, derramándose sobre la alfombra. Lo alzó y ofalteó el poco contenido que aún se hallaba en el recipiente.
—¡Maldita sea! —exclamó cuando descubrió que se trataba de un poderoso veneno—. ¿Qué diablos has hecho, Lucienne? –soltó el frasco y decidió actuar rápido, antes de que fuera demasiado tarde.
Tomó a la muchacha entre sus brazos, que era tan menuda y ligera como una pluma, y la transportó hasta el cuarto de baño. Allí la colocó por encima de la bañera y hundió sus dedos índice y medio en la boca de la muchacha, lo más profundo que pudo para provocarle el vómito.
—Escupe —le ordenó, pero ella continuó tan ausente como hasta entonces—. ¿Me has escuchado? ¡Escupe! —exigió alzando la voz e insistiendo con sus dedos dentro de la garganta de Lucienne. Inmediatamente sintió cómo un líquido de consistencia viscosa resbalaba por su mano.
—Esta vez llegaste demasiado lejos —sentenció molesto.
Convencido de que perfectamente podía hacerse cargo de la situación, cerró la puerta de la habitación y le metió llave desde el interior para impedir que el suceso llegara a ojos u oídos de alguna curiosa sirvienta y se hiciera de dominio público. Esas cosas requerían de extrema discreción y quién mejor que él para guardar uno más; él, que se llevaría muchos secretos a la tumba.
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Johan Zalachenko- Humano Clase Media
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 12/03/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Fragile | Privado
“No one ever told me that grief felt so like fear.”
— Robinia pseudoacacia. — le susurró al mismo árbol como si él fuera quien estuviera preguntando su nombre. La falsa acacia no le agradeció la aclaración ni se inmutó por sus palabras, sólo siguió mostrándose lánguida, alta, llena de flores blancas y entregando con eso el lugar adecuado para que la mujer pueda sentarse y pensar. Antes de aprender a leer y escribir ya conocía cada nombre científico de las plantas de su, entonces, pequeño patio; y con el pasar del tiempo aquel conocimiento se agrandó a lo que los textos o sus familiares pudieron enseñarles. De nada le ha servido en la vida saber que una Rosa gallica y una Rosa wichuraiana no son lo mismo, o la cantidad de tipos de flores nocturnas que existen. Tantos conocimientos inútiles que poseen como única función el mantenerla viva… o mejor dicho, sobreviviendo.
De la copa que bebía el olor que sale es el de la albahaca mezclada con menta. Una infusión que ella no ha preparado pero que sagradamente bebe cada vez que se asoma a la parte posterior de la casa que su padre compró esperando que su adorada y única hija pudiera darle color a sus mejillas y lucir un poco menos miserable. Los esfuerzos de aquel hombre hasta ahora han sido en vano, pese a los muchos intentos de que Lucienne muestre algo más que molestia, frustración o deseos de incomodar al resto, nada ha funcionado; y de algún modo es comprensible que su ruego por estar siempre sola fuera escuchado aunque sólo en cierta medida. Desde ya hace algunos meses la libertad que tanto añoró le fue otorgada con tantas condiciones que casi anhela volver a la cárcel en la que se encontraba antes. Puede salir, por supuesto, pero cada paso que de, incluso dentro de su propio hogar, debe ser junto al guardaespaldas que le han impuesto. ¿Es que acaso ese hombre no se aburre? ¿Es que no tiene una familia a la que ir a ver? ¿Nadie lo extraña en su pueblo? ¿Nadie pregunta por él? Al comienzo el interrogatorio estuvo siempre enfocado en conocer algo de la información personal de quien parece más una estatua que una real persona; pero luego de darse cuenta que todo lo que pudo obtener de él fue su nombre y apellido, estaba más que claro que sería bastante difícil seguir adelante con la misión que se había auto-impuesto.
Fue así como cada salida, aunque fuera a pasear por el jardín botánico, se convirtió en un monólogo en aquellos días en que la mujercita insoportable (como debe estar pensando Johan que es) deseaba entablar conversación con quien apenas le dirigía la mirada. Día tras día, la relación entre ambos se mantuvo siempre del mismo modo y finalmente no le quedó más opción que rendirse y aceptar que lo mejor era que cada uno hiciera como que el otro no existe, aunque en el caso de Johan eso podría costarle el empleo. Levantando la cabeza, Lucienne nota que el atardecer está cerca y nuevamente tendrá un color rosa como ha sido la tónica durante todos los días de esa semana. Por el rabillo del ojo mira la empleada que se acerca, Raquel tiene la piel oscura y la mirada demasiado seria para alguien que seguramente tiene no más de tres décadas; es del tipo de gente que ha vivido demasiado en pocos años y que con eso también sabe demasiado, y que por lo mismo es la persona adecuada para lo que ella necesitaba. Johan está cerca pero no lo suficiente como para ver el frasco que se desliza de una mano a otra, el intercambio está hecho y agradeciéndole con una diminuta sonrisa le da a entender que el pago ya está donde lo acordaron. Es probable que esa misma noche la sirvienta deje el hogar antes de que las noticias sobre lo sucedido aparezcan.
Lo que ninguna de las dos sabe probablemente, es que las malas nuevas no alcanzarán a salir de la habitación.
El sabor amargo es reemplazado por uno salado que se siente tibio. No es como esperó que sucediera pero tampoco tenía información al respecto como para poder compararlo de algún modo. Sólo se siente como en un sueño profundo que la mantiene con un pie en la inconsciencia y otro en aquel mundo donde se escuchan pasos, luego gritos y también el frío. Su boca sabe a metal mezclado con especias profundas, parecido al olor de una comida cerca de su guardaespaldas o el pollo guisado que no come desde que era muy pequeña. Nada le duele pero sí le gustaría que el silencio volviera a aparecer para comenzar a dormir, todo lo que quiere es descansar pero alguien insiste en despertarla pese a que saben que aquello la pone de pésimo humor.
Tal vez no es un sueño, tal vez ese era el limbo del que muchos hablaban en susurros cuando alguien muere y todos se reúnen para acompañar a la familia del muerto o simplemente ponerse al día en los chismes que luego podrán esparcir por ahí como un virus altamente infeccioso. Desconoce esa respuesta así como también ignoraba los efectos que beber aquel veneno iba a provocar en ella. ¿Realmente desea morir o sólo quiere estar lo suficientemente cerca de eso para poder elegir con claridad el camino que le gustaría tomar? Injusta en la vida al ponerla en esa situación. Levantarse de la cama algunos días llena de ánimo y con ganas de salir a descubrir el mundo; querer mantenerse debajo de las mantas el mayor tiempo posible y evitar cualquier contacto con la raza humana, incluso con quien se ha convertido en su sombra.
¿Por qué es justamente su voz la que la acompaña durante el último trayecto del viaje? Le gustaría volver atrás para hacerle más preguntas, sentarse a su lado en el carruaje y no frente a frente como en los días de lluvia, mirarlo directo a los ojos y notar que en realidad no son tan azules como ella pensaba y que si se dedicara más tiempo a tratarlo mejor, quizás hasta conseguiría una sonrisa veloz. Es demasiado tarde, Lucienne en parte se arrepiente de no haber descubierto todo eso antes de que la muerte la reclamara como ahora lo hace. Porque eso es lo que debe estar provocando el dolor en su garganta y la quemazón en sus labios.
Lucienne siente el calor del infierno al que ha llegado, se atreve a abrir los ojos y lo que encuentra es una mirada acusadora que al comienzo le cuesta reconocer, la sorpresa es tremenda y cuando intenta articular alguna palabra siente la lengua aspera y el deseo urgente de eliminar lo que antes le hizo daño. No sabe dónde está ni tampoco por qué está ahí, sin embargo, la urgencia le indica que no le queda más alternativa que vomitar sobre él aunque no quisiera hacerlo.
De la copa que bebía el olor que sale es el de la albahaca mezclada con menta. Una infusión que ella no ha preparado pero que sagradamente bebe cada vez que se asoma a la parte posterior de la casa que su padre compró esperando que su adorada y única hija pudiera darle color a sus mejillas y lucir un poco menos miserable. Los esfuerzos de aquel hombre hasta ahora han sido en vano, pese a los muchos intentos de que Lucienne muestre algo más que molestia, frustración o deseos de incomodar al resto, nada ha funcionado; y de algún modo es comprensible que su ruego por estar siempre sola fuera escuchado aunque sólo en cierta medida. Desde ya hace algunos meses la libertad que tanto añoró le fue otorgada con tantas condiciones que casi anhela volver a la cárcel en la que se encontraba antes. Puede salir, por supuesto, pero cada paso que de, incluso dentro de su propio hogar, debe ser junto al guardaespaldas que le han impuesto. ¿Es que acaso ese hombre no se aburre? ¿Es que no tiene una familia a la que ir a ver? ¿Nadie lo extraña en su pueblo? ¿Nadie pregunta por él? Al comienzo el interrogatorio estuvo siempre enfocado en conocer algo de la información personal de quien parece más una estatua que una real persona; pero luego de darse cuenta que todo lo que pudo obtener de él fue su nombre y apellido, estaba más que claro que sería bastante difícil seguir adelante con la misión que se había auto-impuesto.
Fue así como cada salida, aunque fuera a pasear por el jardín botánico, se convirtió en un monólogo en aquellos días en que la mujercita insoportable (como debe estar pensando Johan que es) deseaba entablar conversación con quien apenas le dirigía la mirada. Día tras día, la relación entre ambos se mantuvo siempre del mismo modo y finalmente no le quedó más opción que rendirse y aceptar que lo mejor era que cada uno hiciera como que el otro no existe, aunque en el caso de Johan eso podría costarle el empleo. Levantando la cabeza, Lucienne nota que el atardecer está cerca y nuevamente tendrá un color rosa como ha sido la tónica durante todos los días de esa semana. Por el rabillo del ojo mira la empleada que se acerca, Raquel tiene la piel oscura y la mirada demasiado seria para alguien que seguramente tiene no más de tres décadas; es del tipo de gente que ha vivido demasiado en pocos años y que con eso también sabe demasiado, y que por lo mismo es la persona adecuada para lo que ella necesitaba. Johan está cerca pero no lo suficiente como para ver el frasco que se desliza de una mano a otra, el intercambio está hecho y agradeciéndole con una diminuta sonrisa le da a entender que el pago ya está donde lo acordaron. Es probable que esa misma noche la sirvienta deje el hogar antes de que las noticias sobre lo sucedido aparezcan.
Lo que ninguna de las dos sabe probablemente, es que las malas nuevas no alcanzarán a salir de la habitación.
El sabor amargo es reemplazado por uno salado que se siente tibio. No es como esperó que sucediera pero tampoco tenía información al respecto como para poder compararlo de algún modo. Sólo se siente como en un sueño profundo que la mantiene con un pie en la inconsciencia y otro en aquel mundo donde se escuchan pasos, luego gritos y también el frío. Su boca sabe a metal mezclado con especias profundas, parecido al olor de una comida cerca de su guardaespaldas o el pollo guisado que no come desde que era muy pequeña. Nada le duele pero sí le gustaría que el silencio volviera a aparecer para comenzar a dormir, todo lo que quiere es descansar pero alguien insiste en despertarla pese a que saben que aquello la pone de pésimo humor.
Tal vez no es un sueño, tal vez ese era el limbo del que muchos hablaban en susurros cuando alguien muere y todos se reúnen para acompañar a la familia del muerto o simplemente ponerse al día en los chismes que luego podrán esparcir por ahí como un virus altamente infeccioso. Desconoce esa respuesta así como también ignoraba los efectos que beber aquel veneno iba a provocar en ella. ¿Realmente desea morir o sólo quiere estar lo suficientemente cerca de eso para poder elegir con claridad el camino que le gustaría tomar? Injusta en la vida al ponerla en esa situación. Levantarse de la cama algunos días llena de ánimo y con ganas de salir a descubrir el mundo; querer mantenerse debajo de las mantas el mayor tiempo posible y evitar cualquier contacto con la raza humana, incluso con quien se ha convertido en su sombra.
¿Por qué es justamente su voz la que la acompaña durante el último trayecto del viaje? Le gustaría volver atrás para hacerle más preguntas, sentarse a su lado en el carruaje y no frente a frente como en los días de lluvia, mirarlo directo a los ojos y notar que en realidad no son tan azules como ella pensaba y que si se dedicara más tiempo a tratarlo mejor, quizás hasta conseguiría una sonrisa veloz. Es demasiado tarde, Lucienne en parte se arrepiente de no haber descubierto todo eso antes de que la muerte la reclamara como ahora lo hace. Porque eso es lo que debe estar provocando el dolor en su garganta y la quemazón en sus labios.
Lucienne siente el calor del infierno al que ha llegado, se atreve a abrir los ojos y lo que encuentra es una mirada acusadora que al comienzo le cuesta reconocer, la sorpresa es tremenda y cuando intenta articular alguna palabra siente la lengua aspera y el deseo urgente de eliminar lo que antes le hizo daño. No sabe dónde está ni tampoco por qué está ahí, sin embargo, la urgencia le indica que no le queda más alternativa que vomitar sobre él aunque no quisiera hacerlo.
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 17/04/2014
Re: Fragile | Privado
Johan se había caracterizado siempre por ser un hombre sumamente paciente, pasivo, muy tolerante; nunca se le veía molesto y era prácticamente inútil intentar perturbarlo, casi al grado de parecer frío e indiferente ante cualquier situación que se le presentase, incluso la más inesperada. A menudo daba más la impresión de ser una cosa y no un ser humano con emociones, pero tener en sus manos la vida de Lucienne y que dependiera sólo de él y de nadie más que él que viviera o muriera, fue algo que logró rebasar todas sus expectativas.
No era su deber auxiliarla, no se trataba de un familiar o una persona querida; era ni más ni menos que la hija de su más grande enemigo. Por primera vez en muchos años la vida le regalaba la oportunidad de llevar a cabo su tan anhelada venganza, y qué mejor manera de hacer pagar al hombre que tanto daño le había hecho a su familia que dejando morir a su única hija, a la persona que más debía amar en todo el mundo, tanto como él había amado a su esposa, a su querida María, que le había sido arrebatada.
En silencio observó a Lucienne, que para ese entonces ya deponía sin tener que introducirle los dedos dentro de la boca, y la encontró tan indefensa, tan débil, tan vulnerable, que no se sintió capaz de dejarla morir. Llegó a la conclusión de que quizá era injusto que una jovencita como ella pagara por las infamias de su padre, como Tatiana, su hija, estaba pagando por las suyas.
Sujetó a la muchacha por los hombros y con la otra mano rodeó nuevamente su cintura para impedir que cayera de bruces sobre la bañera. En el espeso y abundante vómito pudo observar hebras de sangre, lo que le preocupó aún más. No era un experto pero sabía lo suficiente como para calcular que ella había ingerido el veneno hacía menos de una hora, lo que le daba la ventaja necesaria para impedir que el suceso llegase a mayores y tener que solicitar la presencia de un médico, hecho que provocaría que la familia entera se diera cuenta de lo ocurrido. Él no podía permitir que el padre de Lucienne se diera cuenta de lo que había ocurrido estando él al cuidado de la muchacha, tal cosa significaría su despido, y el despido a su vez significaría echar a perder todo eso en lo que había trabajado durante tanto tiempo. Definitivamente, no era una opción.
—Niña tonta… —murmuró con una voz apagada, ya mucho menos enérgico que la primera vez, mientras alzaba una de sus manos para apartarle el cabello negro del rostro e impedir que siguiera manchándolo de vómito, como manchado y arruinado estaba ya el traje negro que él había elegido para vestir ese día.
Lucienne abría y cerraba los ojos con dificultad, como si los párpados le pesaran demasiado como para entornar la vista en algún punto. Tenía la boca entreabierta y exhalaba un vaho extraño; un sudor frío la bañaba y sus mejillas, antes pálidas, habían adquirido un color rosado por la leve fiebre que su malestar le había provocado.
Con el fin de llevarla hasta la cama, Johan la levantó cogiéndola nuevamente entre sus brazos. De pronto, le pareció que pesaba menos que antes y gracias a que la tuvo junto a su pecho, pudo percatarse de su respiración fatigosa con ritmo desigual, lo que le hizo pensar que las apretadas prendas que llevaba encima debían cortarle el poco aire que llegaba a sus pulmones. Johan la depositó con cuidado sobre el lecho y desabrochó el ajustado corpiño. Ella no protestó o hizo un gesto, permaneció inmóvil, callada, perdida. Le tomó el pulso y se dio cuenta de que era débil, pero que parecía volver a la normalidad con lentitud.
Él arrastró la silla en la que ella solía sentarse para contemplarse en el gran espejo de su peinadora de caoba, cada vez que se arreglaba y él esperaba por horas enteras a que estuviera lista, la colocó junto a la cama y se sentó en ella. Esperó paciente a que volviera en sí.
—¿Por qué lo ha hecho? ¿Qué es exactamente lo que pretendía hacer, Lucienne? ¿Tiene idea de lo peligroso que ha sido todo esto? Pudo haber muerto —le preguntó cuando al fin la vio abrir los ojos.
No era un reproche, no eran preguntas vacía, de verdad deseaba llegar al meollo del asunto. Necesitaba saber qué motivos podía tener una mujer tan joven, bella y rica, como era ella, para atentar contra su vida de tal manera. Por otro lado, a ella debía sorprenderle demasiado que su distante e impasible guardaespaldas de pronto se mostrara tan preocupado, tan interesado en cosas tan personales.
—Si quería llamar la atención, lo ha logrado, aunque para su desgracia soy el único que se ha enterado de lo ocurrido y preferiría que se quedara así —sí, por desgracia, la posibilidad de que Lucienne había planeado y montado toda esa escena con el único fin de darle una lección o meterlo en apuros, como era su especialidad, lamentablemente era una opción.
No era su deber auxiliarla, no se trataba de un familiar o una persona querida; era ni más ni menos que la hija de su más grande enemigo. Por primera vez en muchos años la vida le regalaba la oportunidad de llevar a cabo su tan anhelada venganza, y qué mejor manera de hacer pagar al hombre que tanto daño le había hecho a su familia que dejando morir a su única hija, a la persona que más debía amar en todo el mundo, tanto como él había amado a su esposa, a su querida María, que le había sido arrebatada.
En silencio observó a Lucienne, que para ese entonces ya deponía sin tener que introducirle los dedos dentro de la boca, y la encontró tan indefensa, tan débil, tan vulnerable, que no se sintió capaz de dejarla morir. Llegó a la conclusión de que quizá era injusto que una jovencita como ella pagara por las infamias de su padre, como Tatiana, su hija, estaba pagando por las suyas.
Sujetó a la muchacha por los hombros y con la otra mano rodeó nuevamente su cintura para impedir que cayera de bruces sobre la bañera. En el espeso y abundante vómito pudo observar hebras de sangre, lo que le preocupó aún más. No era un experto pero sabía lo suficiente como para calcular que ella había ingerido el veneno hacía menos de una hora, lo que le daba la ventaja necesaria para impedir que el suceso llegase a mayores y tener que solicitar la presencia de un médico, hecho que provocaría que la familia entera se diera cuenta de lo ocurrido. Él no podía permitir que el padre de Lucienne se diera cuenta de lo que había ocurrido estando él al cuidado de la muchacha, tal cosa significaría su despido, y el despido a su vez significaría echar a perder todo eso en lo que había trabajado durante tanto tiempo. Definitivamente, no era una opción.
—Niña tonta… —murmuró con una voz apagada, ya mucho menos enérgico que la primera vez, mientras alzaba una de sus manos para apartarle el cabello negro del rostro e impedir que siguiera manchándolo de vómito, como manchado y arruinado estaba ya el traje negro que él había elegido para vestir ese día.
Lucienne abría y cerraba los ojos con dificultad, como si los párpados le pesaran demasiado como para entornar la vista en algún punto. Tenía la boca entreabierta y exhalaba un vaho extraño; un sudor frío la bañaba y sus mejillas, antes pálidas, habían adquirido un color rosado por la leve fiebre que su malestar le había provocado.
Con el fin de llevarla hasta la cama, Johan la levantó cogiéndola nuevamente entre sus brazos. De pronto, le pareció que pesaba menos que antes y gracias a que la tuvo junto a su pecho, pudo percatarse de su respiración fatigosa con ritmo desigual, lo que le hizo pensar que las apretadas prendas que llevaba encima debían cortarle el poco aire que llegaba a sus pulmones. Johan la depositó con cuidado sobre el lecho y desabrochó el ajustado corpiño. Ella no protestó o hizo un gesto, permaneció inmóvil, callada, perdida. Le tomó el pulso y se dio cuenta de que era débil, pero que parecía volver a la normalidad con lentitud.
Él arrastró la silla en la que ella solía sentarse para contemplarse en el gran espejo de su peinadora de caoba, cada vez que se arreglaba y él esperaba por horas enteras a que estuviera lista, la colocó junto a la cama y se sentó en ella. Esperó paciente a que volviera en sí.
—¿Por qué lo ha hecho? ¿Qué es exactamente lo que pretendía hacer, Lucienne? ¿Tiene idea de lo peligroso que ha sido todo esto? Pudo haber muerto —le preguntó cuando al fin la vio abrir los ojos.
No era un reproche, no eran preguntas vacía, de verdad deseaba llegar al meollo del asunto. Necesitaba saber qué motivos podía tener una mujer tan joven, bella y rica, como era ella, para atentar contra su vida de tal manera. Por otro lado, a ella debía sorprenderle demasiado que su distante e impasible guardaespaldas de pronto se mostrara tan preocupado, tan interesado en cosas tan personales.
—Si quería llamar la atención, lo ha logrado, aunque para su desgracia soy el único que se ha enterado de lo ocurrido y preferiría que se quedara así —sí, por desgracia, la posibilidad de que Lucienne había planeado y montado toda esa escena con el único fin de darle una lección o meterlo en apuros, como era su especialidad, lamentablemente era una opción.
Johan Zalachenko- Humano Clase Media
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Re: Fragile | Privado
Cada minuto que la inconsciencia dejaba de reclamarla sentía un dolor nuevo aparecer en alguna parte de su cuerpo. Sentía, así, el dolor en su garganta provocado por la expulsión del veneno; también el dolor en su costado al estar apoyada en la bañera y ahora, sentía del mismo modo el dolor creciente de la soledad y la vergüenza. Porque escuchó con claridad las palabras de Johan y todas esas preguntas se clavaron en su interior como puñales que terminaban con una tarea que ella intentó comenzar con aquel fracasado suicidio. Y tenía respuestas, respuestas claras que no salieron porque eligió el silencio a tener que enfrentarlo. Sus ojos parecían escudriñar en ella por lo que sólo pudo negar con la cabeza tantas veces que el dolor en sus sienes aumentó hasta hacerla sentir nauseas de nuevo, pero ya nada quedaba en sus estómago que pudiera devolver, por lo que sólo fueron arcadas vacías.
Con dificultad la mujer se acomodó sobre la cama y lo miró en silencio. Observó la cercanía que ahora presentaba y que nunca antes había visto. Una cercanía que no se refería sólo al hecho de que estuviera sentado a unos cuantos metros, si no que también a la preocupación real que podía ver en sus ojos. Aquellas pupilas azules la taladraron y quiso verdaderamente estar muerta. Los labios secos se separaron y un gemido lastimoso apareció antes de que las palabras realmente salieran. —Eso es lo que quería, quería morir y usted lo impidió… —sonaba como un reproche porque aquello era exactamente lo que estaba haciendo. Lo culpaba de no permitirle abandonar el mundo, la salvaba de algún modo de convertirse en una cobarde. Hacerla enfrentar el futuro parecía suficiente para apuntarlo con el dedo y hacerle entender que se interpuso en la interrupción del camino que ella emprendió al nacer sin que alguien se lo consultara.
—Conozco bien los peligros de lo que intenté hacer… —una tos seca y dolorosa acompañó esas palabras, —y fue por ello que lo hice… mi intención es terminar con todo esto de una vez, al menos esa era… —cuando la duda apareció se sintió extrañamente incómoda incluso en su propia piel. La presencia de Johan en esa habitación siempre había sido como un objeto decorativo que ella intentaba ignorar simplemente porque había llegado a la conclusión que aquello era lo mejor, pero ahora parecía el ancla de ese barco al borde del naufragio y el oleaje intenso de sus propias decisiones le asustaban. Teme que la seguridad de esa ancla no sea lo suficientemente fuerte para mantenerla atada al mar. ¿Por qué antes rogaba por la muerte y ahora esta recién nacida curiosidad la hace querer seguir viva? Una curiosidad disfrazada de un hombre con el traje manchado y la piel surcada de tatuajes. Necesita hacer preguntas pero apenas es capaz de pensar con claridad.
A veces le dolía la ausencia de su madre, pero muchas otras le dolía más sentir la necesidad de tener ese lazo vivo. Le duele necesitar a alguien. —Sé que usted se pregunta por qué deseo morir, qué me hace llegar a tomar una decisión como la que acabo de hacer… sé con seguridad que usted no es capaz de comprenderlo porque no me conoce ni ha estado en mis zapatos y no lo culpo si me juzga, yo también lo haría si nuestros roles estuvieran cambiados… —cada frase fue dicha de un modo cansino, lento, como si tuviera en sus manos todo el tiempo del mundo y lo distribuyera poco a poco hasta alcanzar lo necesario para poder articular una idea que siempre luce incompleta. —Tengo motivos para hacerlo, no es un simple capricho por sentirme fuera lugar, no merecedora de este mundo… no culpo a nadie ni deseo llamar la atención, como usted ha dicho, lo que quiero es dejar de sentir la obligación de pertenecer a un lugar del que no quiero ser parte… no tenía ganas de estar presente en el mundo y creí tener la opción de decidir dejar de estar… he sido ingenua, eso puedo concedérselo. —
Tenerlo cerca es complicado, siempre lo ha sido porque se pregunta qué será estar entre sus brazos, sentir el calor que debe expulsar como si le molestara para poder seguir siendo siempre tan frío. Maldito Johan. Cada mañana Lucienne lo maldijo por una razón distinta, pero ahora lo hace por llegar a tiempo, por aparecer como su salvador, por escuchar en silencio sus palabras. La muchacha reunió algo de fuerza y se hizo a un lado en la cama, con la mano que tenía más cerca a él golpeó el costado libre como indicándole que desea que se una. Y lo habría pedido en voz alta de no ser porque las anteriores palabras habían consumido casi toda su energía. —Por favor… —agregó en un murmullo que sonaba lejano, tal como ella lo estaba en aquel segundo, con la cabeza en otro lugar y la esperanza justo sobre la cama.
Con dificultad la mujer se acomodó sobre la cama y lo miró en silencio. Observó la cercanía que ahora presentaba y que nunca antes había visto. Una cercanía que no se refería sólo al hecho de que estuviera sentado a unos cuantos metros, si no que también a la preocupación real que podía ver en sus ojos. Aquellas pupilas azules la taladraron y quiso verdaderamente estar muerta. Los labios secos se separaron y un gemido lastimoso apareció antes de que las palabras realmente salieran. —Eso es lo que quería, quería morir y usted lo impidió… —sonaba como un reproche porque aquello era exactamente lo que estaba haciendo. Lo culpaba de no permitirle abandonar el mundo, la salvaba de algún modo de convertirse en una cobarde. Hacerla enfrentar el futuro parecía suficiente para apuntarlo con el dedo y hacerle entender que se interpuso en la interrupción del camino que ella emprendió al nacer sin que alguien se lo consultara.
—Conozco bien los peligros de lo que intenté hacer… —una tos seca y dolorosa acompañó esas palabras, —y fue por ello que lo hice… mi intención es terminar con todo esto de una vez, al menos esa era… —cuando la duda apareció se sintió extrañamente incómoda incluso en su propia piel. La presencia de Johan en esa habitación siempre había sido como un objeto decorativo que ella intentaba ignorar simplemente porque había llegado a la conclusión que aquello era lo mejor, pero ahora parecía el ancla de ese barco al borde del naufragio y el oleaje intenso de sus propias decisiones le asustaban. Teme que la seguridad de esa ancla no sea lo suficientemente fuerte para mantenerla atada al mar. ¿Por qué antes rogaba por la muerte y ahora esta recién nacida curiosidad la hace querer seguir viva? Una curiosidad disfrazada de un hombre con el traje manchado y la piel surcada de tatuajes. Necesita hacer preguntas pero apenas es capaz de pensar con claridad.
A veces le dolía la ausencia de su madre, pero muchas otras le dolía más sentir la necesidad de tener ese lazo vivo. Le duele necesitar a alguien. —Sé que usted se pregunta por qué deseo morir, qué me hace llegar a tomar una decisión como la que acabo de hacer… sé con seguridad que usted no es capaz de comprenderlo porque no me conoce ni ha estado en mis zapatos y no lo culpo si me juzga, yo también lo haría si nuestros roles estuvieran cambiados… —cada frase fue dicha de un modo cansino, lento, como si tuviera en sus manos todo el tiempo del mundo y lo distribuyera poco a poco hasta alcanzar lo necesario para poder articular una idea que siempre luce incompleta. —Tengo motivos para hacerlo, no es un simple capricho por sentirme fuera lugar, no merecedora de este mundo… no culpo a nadie ni deseo llamar la atención, como usted ha dicho, lo que quiero es dejar de sentir la obligación de pertenecer a un lugar del que no quiero ser parte… no tenía ganas de estar presente en el mundo y creí tener la opción de decidir dejar de estar… he sido ingenua, eso puedo concedérselo. —
Tenerlo cerca es complicado, siempre lo ha sido porque se pregunta qué será estar entre sus brazos, sentir el calor que debe expulsar como si le molestara para poder seguir siendo siempre tan frío. Maldito Johan. Cada mañana Lucienne lo maldijo por una razón distinta, pero ahora lo hace por llegar a tiempo, por aparecer como su salvador, por escuchar en silencio sus palabras. La muchacha reunió algo de fuerza y se hizo a un lado en la cama, con la mano que tenía más cerca a él golpeó el costado libre como indicándole que desea que se una. Y lo habría pedido en voz alta de no ser porque las anteriores palabras habían consumido casi toda su energía. —Por favor… —agregó en un murmullo que sonaba lejano, tal como ella lo estaba en aquel segundo, con la cabeza en otro lugar y la esperanza justo sobre la cama.
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
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Re: Fragile | Privado
Por supuesto que la comprendía, aunque ella pensara lo contrario. Hacía ya algún tiempo, él también había tenido fuertes motivos para pensar en una salida fácil como lo era el suicidio. La repentina desaparición de su esposa –y su muy posible muerte, ahora más que confirmada, a pesar de jamás haber visto el cadáver- lo había devastado y obsesionado, a tal grado que lo dejó incapaz de hacerse cargo de su única hija, negándose por completo a la posibilidad de rehacer su vida y entregándose de lleno al deseo de venganza, mismo que permanecía intacto y que con los años no hacía más que fortalecerse. Por eso podía decirse que él sabía bien de lo que ella hablaba, que había estado en sus zapatos. Como ella, él también sufría, lidiaba con el insomnio cada noche y le costaba abrir los ojos cada mañana. No obstante, no era capaz de apoyar la teoría del suicidio… ni siquiera si se trataba de la hija de su peor enemigo.
Pudo haberle dado un sermón al respecto, intentar levantar su ánimo y hacerle ver las cosas buenas que seguramente le quedaban en la vida, mismas a las que bien podía aferrarse como un náufrago a la orilla y esperar pacientemente con la esperanza de no hundirse, pero decidió no hacerlo. No era su estilo y mucho menos su deber. En lugar de eso, calló y la escuchó pacientemente, algo que tampoco era necesario, pero que decidió concederle.
—Se equivoca. Jamás cuestionaría sus motivos, porque son solo suyos. Yo soy solo un empleado que ha tenido la suerte de llegar en el momento preciso. —Le dijo sin ningún tipo de entonación en particular cuando ella terminó de hablar.
Desde la silla vigiló y su cuerpo se tensó cuando la jovencita le hizo aquella inesperada y extraña petición que lo tomó por sorpresa. Lo invitaba a su cama. Así, sin más. ¿Qué clase de deseo era ese? ¿Se había vuelto loca? Por un momento Johan barajó en la posibilidad de que se tratara de algún tipo de broma de mal gusto, algún tipo de chantaje con algún oculto propósito, pero dudaba que en su condición Luciente tuviera las fuerzas necesarias para ello. No importaba lo que significara, no quería hacerlo. Además, no le parecía apropiado. ¿Por qué se lo pedía entonces? ¿Para molestarlo?
Suspiró. Se mordió la lengua para no decir lo que pensaba en realidad de aquella locura, y se levantó a regañadientes para acercarse a la cama. No podía creer que estuviera haciéndolo, pero de algún modo se sintió obligado a complacerla. Se sentó en el borde de la cama y lentamente fue dejándose caer hasta que estuvo totalmente recostado sobre el lecho, el cual se hundió ligeramente con su peso. Sus brazos descansaban caídos a ambos lados de su cuerpo, completamente rígidos. Sin saber exactamente qué decir, tenso e incómodo, permaneció en silencio, completamente vacilante de lo que estaba haciendo, pero cuando menos lo esperó, cerró los ojos y una inesperada y agradable calidez lo llenó.
—¿De qué se trata todo esto? —Preguntó con un tono áspero, aún con los ojos cerrados y si moverse un milímetro. Como ella no respondió, abrió los ojos y ladeó el rostro para mirarla—. ¿Señorita?
A Lucienne se le veía despojada de toda la energía que desbordaba la mayoría del tiempo, misma que solía utilizar para hacer todo tipo de cosas, en su mayoría improductivas. Se le veía sumida en una profunda tristeza. Nunca antes la había visto de ese modo. Quizá ella deseaba que él se acercara y la confortara, pero Johan era tan obstinado y la idea le parecía tan descabellada, que ni siquiera se sintió con el deber de verlo como una posibilidad.
—Bien, si el juego ha terminado, supongo que lo mejor será dejarla sola para que siga descansando… —dijo mientras se movía, dispuesto a levantarse de la cama.
Tan evasivo como siempre...
Pudo haberle dado un sermón al respecto, intentar levantar su ánimo y hacerle ver las cosas buenas que seguramente le quedaban en la vida, mismas a las que bien podía aferrarse como un náufrago a la orilla y esperar pacientemente con la esperanza de no hundirse, pero decidió no hacerlo. No era su estilo y mucho menos su deber. En lugar de eso, calló y la escuchó pacientemente, algo que tampoco era necesario, pero que decidió concederle.
—Se equivoca. Jamás cuestionaría sus motivos, porque son solo suyos. Yo soy solo un empleado que ha tenido la suerte de llegar en el momento preciso. —Le dijo sin ningún tipo de entonación en particular cuando ella terminó de hablar.
Desde la silla vigiló y su cuerpo se tensó cuando la jovencita le hizo aquella inesperada y extraña petición que lo tomó por sorpresa. Lo invitaba a su cama. Así, sin más. ¿Qué clase de deseo era ese? ¿Se había vuelto loca? Por un momento Johan barajó en la posibilidad de que se tratara de algún tipo de broma de mal gusto, algún tipo de chantaje con algún oculto propósito, pero dudaba que en su condición Luciente tuviera las fuerzas necesarias para ello. No importaba lo que significara, no quería hacerlo. Además, no le parecía apropiado. ¿Por qué se lo pedía entonces? ¿Para molestarlo?
Suspiró. Se mordió la lengua para no decir lo que pensaba en realidad de aquella locura, y se levantó a regañadientes para acercarse a la cama. No podía creer que estuviera haciéndolo, pero de algún modo se sintió obligado a complacerla. Se sentó en el borde de la cama y lentamente fue dejándose caer hasta que estuvo totalmente recostado sobre el lecho, el cual se hundió ligeramente con su peso. Sus brazos descansaban caídos a ambos lados de su cuerpo, completamente rígidos. Sin saber exactamente qué decir, tenso e incómodo, permaneció en silencio, completamente vacilante de lo que estaba haciendo, pero cuando menos lo esperó, cerró los ojos y una inesperada y agradable calidez lo llenó.
—¿De qué se trata todo esto? —Preguntó con un tono áspero, aún con los ojos cerrados y si moverse un milímetro. Como ella no respondió, abrió los ojos y ladeó el rostro para mirarla—. ¿Señorita?
A Lucienne se le veía despojada de toda la energía que desbordaba la mayoría del tiempo, misma que solía utilizar para hacer todo tipo de cosas, en su mayoría improductivas. Se le veía sumida en una profunda tristeza. Nunca antes la había visto de ese modo. Quizá ella deseaba que él se acercara y la confortara, pero Johan era tan obstinado y la idea le parecía tan descabellada, que ni siquiera se sintió con el deber de verlo como una posibilidad.
—Bien, si el juego ha terminado, supongo que lo mejor será dejarla sola para que siga descansando… —dijo mientras se movía, dispuesto a levantarse de la cama.
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Johan Zalachenko- Humano Clase Media
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Re: Fragile | Privado
Cuando abrió la boca para reclamar como suele hacerlo siempre, se encontró con la sorpresa de que las palabras no salían y no era capaz de corregirlo. A Lucienne le molesta que la llame “señorita” por la sencilla razón de que siente que lo hace de un modo despectivo y cualquier sentimiento de ese tipo que Johan puede sentir hacia ella le parte el corazón y la deja en un lugar aún más oscuro y profundo que aquellos que la llevaron a la fallida decisión de terminar con su vida. Sin embargo, su proximidad además de sorprenderla la hacen sentir tristemente consciente de que es afortunada. Tiene claro que la afirmativa respuesta a su petición sólo radica en la lástima que debe estar sintiendo por ella, pero frente a los escenarios adversos en los que se encuentra fácilmente puede decir que es mejor algo que nada. Y en este caso es mejor aprovechar los escasos segundos que pueda tenerlo en esa cama.
El tiempo es traicionero y avanza rápido, la voz de Johan nuevamente se alza clara y los ojos de Lucienne se abren enormes como dos luceros que no iluminan lo suficiente. Al escucharlo su mandíbula se tensa y cuenta hasta diez para no comenzar a gritar. Tiene miedo de que se aleje otra vez y por eso agarra su brazo para intentar detenerlo. Es casi una medida desesperada. —No… no se vaya, no me deje ahora… —el ruego en su voz es claro y evidente, el temor es tan profundo que incluso ella no es capaz de identificarse dentro de esa mujer que no duda en pedir lo que está prohibido.
—Esto no es un juego, yo no quiero estar sola… yo lo necesito ahora… —la muchacha cerró los ojos con fuerza y respiró profundo hasta encontrar la valentía para continuar. Después de mostrarse de ese modo sólo le quedaría pedirle a su padre que cambie a quien se encargue de su seguridad, es indignante tener que rogar por un poco de compasión, de apoyo. Cuando no tienes a nadie que quiera estar a tu lado al parecer sólo queda recurrir a quienes tu padre les ha pagado para que se mantengan ahí. ¿Pero realmente lo hace por eso? No. De ser la respuesta contraria podría llamar a la cocinera, a la muchacha que le ayuda con los vestidos, a alguno de los jardineros con lo que siempre conversa. Pero es Johan quien está ahí, en su cama, mirándola con lo que parece reproche y deseando, probablemente, estar en otro lado.
Lucienne se levantó con seguridad y moviéndose lo necesario para acortar la distancia entre ellos se aferró a la espalda de un Johan que ya estaba sentado a la orilla de la cama. En aquella posición parecía un pequeño animal a quien su madre cargaba con delicadeza. Pero la situación entre ellos distaba de aquel carácter afectuoso que pudiera tener la otra escena. La mujer lucía más bien recostada en el dorso del hombre, apoyando no sólo lo que le quedaba de fuerzas en él. Tenía los brazos alrededor de su cintura y la barbilla sobre su hombro derecho, de este modo sus labios podían estar muy cerca de su oído. —Yo te necesito a ti, ¿puedes entender eso? — es primera vez que habla así, con tanta ira acumulada que su deseo intenso le hace lucir como si expresara su molestia más evidente.
De algún modo le gustaría culparlo por hacerla enfrentarse a todo lo que ahora está sintiendo. Porque ha girado las manillas y ahora se mueve a un ritmo diferente, mirado bajo un lente distinto que la acusa y la hace sentir peor. Es su culpa después de todo. Cuando tomamos decisiones sin pensar no queda otra que aceptar las consecuencias. Y con esto no se refiere a la decisión de quitarse la vida, aquello lo viene pensando desde que puede recordar. Es ese abrazo del que aún no se despega lo que la tiene confundida, complicada, complacida. Nunca antes le habló de ese modo, pero tampoco nunca antes lo había visto de ese modo. ¿Por qué no la deja a solas para que pueda terminar lo que intentó momentos antes?
El tiempo es traicionero y avanza rápido, la voz de Johan nuevamente se alza clara y los ojos de Lucienne se abren enormes como dos luceros que no iluminan lo suficiente. Al escucharlo su mandíbula se tensa y cuenta hasta diez para no comenzar a gritar. Tiene miedo de que se aleje otra vez y por eso agarra su brazo para intentar detenerlo. Es casi una medida desesperada. —No… no se vaya, no me deje ahora… —el ruego en su voz es claro y evidente, el temor es tan profundo que incluso ella no es capaz de identificarse dentro de esa mujer que no duda en pedir lo que está prohibido.
—Esto no es un juego, yo no quiero estar sola… yo lo necesito ahora… —la muchacha cerró los ojos con fuerza y respiró profundo hasta encontrar la valentía para continuar. Después de mostrarse de ese modo sólo le quedaría pedirle a su padre que cambie a quien se encargue de su seguridad, es indignante tener que rogar por un poco de compasión, de apoyo. Cuando no tienes a nadie que quiera estar a tu lado al parecer sólo queda recurrir a quienes tu padre les ha pagado para que se mantengan ahí. ¿Pero realmente lo hace por eso? No. De ser la respuesta contraria podría llamar a la cocinera, a la muchacha que le ayuda con los vestidos, a alguno de los jardineros con lo que siempre conversa. Pero es Johan quien está ahí, en su cama, mirándola con lo que parece reproche y deseando, probablemente, estar en otro lado.
Lucienne se levantó con seguridad y moviéndose lo necesario para acortar la distancia entre ellos se aferró a la espalda de un Johan que ya estaba sentado a la orilla de la cama. En aquella posición parecía un pequeño animal a quien su madre cargaba con delicadeza. Pero la situación entre ellos distaba de aquel carácter afectuoso que pudiera tener la otra escena. La mujer lucía más bien recostada en el dorso del hombre, apoyando no sólo lo que le quedaba de fuerzas en él. Tenía los brazos alrededor de su cintura y la barbilla sobre su hombro derecho, de este modo sus labios podían estar muy cerca de su oído. —Yo te necesito a ti, ¿puedes entender eso? — es primera vez que habla así, con tanta ira acumulada que su deseo intenso le hace lucir como si expresara su molestia más evidente.
De algún modo le gustaría culparlo por hacerla enfrentarse a todo lo que ahora está sintiendo. Porque ha girado las manillas y ahora se mueve a un ritmo diferente, mirado bajo un lente distinto que la acusa y la hace sentir peor. Es su culpa después de todo. Cuando tomamos decisiones sin pensar no queda otra que aceptar las consecuencias. Y con esto no se refiere a la decisión de quitarse la vida, aquello lo viene pensando desde que puede recordar. Es ese abrazo del que aún no se despega lo que la tiene confundida, complicada, complacida. Nunca antes le habló de ese modo, pero tampoco nunca antes lo había visto de ese modo. ¿Por qué no la deja a solas para que pueda terminar lo que intentó momentos antes?
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
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Re: Fragile | Privado
Cuando Johan fue consciente de la mano que lo detenía, impidiéndole ponerse de pie, frunció el ceño con expresión agraviada. Las acciones y las palabras de Lucienne lo dejaron perplejo, quizá un tanto indignado. No obstante, se quedó a la espera, aunque no supo exactamente de qué. La joven comenzó a moverse suavemente sobre la cama y lentamente lo rodeó con sus delgados y débiles brazos hasta formar un abrazo que lo dejó inmovilizado. De manera casi automática, el cuerpo del hombre se puso rígido, como si fuese de piedra, y aturdido miró a su alrededor, como si realmente fuese incapaz de decidir qué hacer y estuviera sopesando entre quedarse o irse, como si quisiera encontrar algún arma con la cual defenderse de aquella incómoda e indeseada situación. Definitivamente, se sentía comprometido. Ella y sus inesperadas acciones, lo hacían sentir de ese modo.
Johan intentó mantener la compostura pero, aunque siempre había sido un experto en disimular bastante bien sus emociones mostrándose más frío que un témpano de hielo, la proposición de Lucienne y su cercanía empezaban a ponerlo nervioso. Tragó saliva y, durante estos instantes, no pestañeó; no fue consciente de que estaba conteniendo la respiración desde hacía un largo rato. Estaba consciente de que era un grave error, estar allí, en la habitación de la hija de su peor enemigo, sentado en su cama y permitir que ella lo abrazara de ese modo sin poner un mínimo de resistencia. Por más que intentaba comprenderlo, la situación le parecía francamente absurda. No acababa de entender lo que Lucienne quería decirle. Por supuesto, él era un hombre inteligente, pero no tenía experiencia con las jovencitas y sus incomprensibles y repentinos cambios de humor. Quizá si hubiera convivido más tiempo con Tatiana, su hija, si la hubiera visto crecer y volverse una mujercita, habría entendido mejor la situación. Pero no tenía idea. ¿Qué quería de él? Y en todo caso, ¿por qué él y no otra persona? ¿Era porque él la había encontrado y le había salvado la vida? ¿Era eso? La conclusión, aunque le pareciera absurda, era la más certera.
Soltó el aire de sus pulmones y emitió un suspiro profundo y resignado.
—Esto es una locura —murmuró él de forma impulsiva y malhumorada, pero enseguida se calló y se mantuvo inmóvil.
Aunque odiara a su padre y planeara acabar con él en un futuro más cercano que lejano, no quería ser tan duro con ella, aunque eso no significaba que sería absolutamente condescendiente. En silencio intentó elegir las palabras más indicadas para expresarse a continuación.
—Me siento honrado, señorita, de que me elija a mí como su acompañante en estos duros momentos, pero me temo que comete un grave error —continuó con la voz más neutral que fue capaz de utilizar—. Como le he dicho, yo soy solamente un empleado. Pero si necesita compañía, y si está de acuerdo, puedo ir a buscar a alguien que le sea de más utilidad que yo —propuso al tiempo que movía ligeramente la cabeza para mirarla de reojo.
De pronto, fue consciente de que tenía su rostro sobre su hombro, muy cerca del suyo. Podía percibir su aliento cálido y su perfume natural. Estaba pálida, muy pálida, y ojerosa. Aún así, era una belleza. Hasta él, que nunca se obsesionaba con las mujeres, podía darse cuenta de ello. Los sentimientos encontrados que suscitó aquella visión de Lucienne lo tomaron por sorpresa. Sintió una pena que no esperó sentir y, por primera vez en todo el tiempo que tenía de ser su guardaespaldas, también el deseo de conocer lo que tanto le carcomía el alma.
—¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que responda a sus preguntas? Seguramente no le gustarán las respuestas. ¿Quiere ser usted quien responda a las mías? No sé cómo ayudarla. No soy lo que necesita —concluyó inexpresivo, aunque internamente exasperado.
Si la dejaba sola, ¿terminaría lo que había empezado y él había interrumpido?
Johan intentó mantener la compostura pero, aunque siempre había sido un experto en disimular bastante bien sus emociones mostrándose más frío que un témpano de hielo, la proposición de Lucienne y su cercanía empezaban a ponerlo nervioso. Tragó saliva y, durante estos instantes, no pestañeó; no fue consciente de que estaba conteniendo la respiración desde hacía un largo rato. Estaba consciente de que era un grave error, estar allí, en la habitación de la hija de su peor enemigo, sentado en su cama y permitir que ella lo abrazara de ese modo sin poner un mínimo de resistencia. Por más que intentaba comprenderlo, la situación le parecía francamente absurda. No acababa de entender lo que Lucienne quería decirle. Por supuesto, él era un hombre inteligente, pero no tenía experiencia con las jovencitas y sus incomprensibles y repentinos cambios de humor. Quizá si hubiera convivido más tiempo con Tatiana, su hija, si la hubiera visto crecer y volverse una mujercita, habría entendido mejor la situación. Pero no tenía idea. ¿Qué quería de él? Y en todo caso, ¿por qué él y no otra persona? ¿Era porque él la había encontrado y le había salvado la vida? ¿Era eso? La conclusión, aunque le pareciera absurda, era la más certera.
Soltó el aire de sus pulmones y emitió un suspiro profundo y resignado.
—Esto es una locura —murmuró él de forma impulsiva y malhumorada, pero enseguida se calló y se mantuvo inmóvil.
Aunque odiara a su padre y planeara acabar con él en un futuro más cercano que lejano, no quería ser tan duro con ella, aunque eso no significaba que sería absolutamente condescendiente. En silencio intentó elegir las palabras más indicadas para expresarse a continuación.
—Me siento honrado, señorita, de que me elija a mí como su acompañante en estos duros momentos, pero me temo que comete un grave error —continuó con la voz más neutral que fue capaz de utilizar—. Como le he dicho, yo soy solamente un empleado. Pero si necesita compañía, y si está de acuerdo, puedo ir a buscar a alguien que le sea de más utilidad que yo —propuso al tiempo que movía ligeramente la cabeza para mirarla de reojo.
De pronto, fue consciente de que tenía su rostro sobre su hombro, muy cerca del suyo. Podía percibir su aliento cálido y su perfume natural. Estaba pálida, muy pálida, y ojerosa. Aún así, era una belleza. Hasta él, que nunca se obsesionaba con las mujeres, podía darse cuenta de ello. Los sentimientos encontrados que suscitó aquella visión de Lucienne lo tomaron por sorpresa. Sintió una pena que no esperó sentir y, por primera vez en todo el tiempo que tenía de ser su guardaespaldas, también el deseo de conocer lo que tanto le carcomía el alma.
—¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que responda a sus preguntas? Seguramente no le gustarán las respuestas. ¿Quiere ser usted quien responda a las mías? No sé cómo ayudarla. No soy lo que necesita —concluyó inexpresivo, aunque internamente exasperado.
Si la dejaba sola, ¿terminaría lo que había empezado y él había interrumpido?
Johan Zalachenko- Humano Clase Media
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Re: Fragile | Privado
Lucienne dejó caer los brazos a los costados y sintió un dolor agudo en el centro del pecho. Así es como se siente el rechazo, pensó entonces. Así es como lo sentía ella, como si la angustia se concentrara toda en aquel sector y no le permitiera pensar ni tampoco reaccionar con claridad. Las palabras de Johan antes habían sido duras pero sus preguntas lo eran ahora mucho más. Le dañaban las entrañas, le hacían querer ponerse de pie y buscar lo que sea que tuviera a mano para abrirse las venas y finalmente morir desangrada. Es probable incluso que él portara un arma, después de todo debía protegerla, quizás esa sería la opción más acertada de todas.
Pese a todo esto, Lucienne sólo retrocedió hasta levantarse de la cama y alejarse lo más posible de él. Quedó así con su espalda pegada a la pared y las manos como entes muertos que colgaban desde sus hombros. Se sentía muerta en vida, sin respuestas correctas ni tampoco las preguntas que él pudiera exigirle. ¿Qué era lo que quería? ¿Qué era lo que buscaba? ¿Qué la orillaba a tomar esas decisiones? —¿Qué es lo que lo mantiene acá? ¿Por qué aún no se ha ido si ya ha visto que no pude cumplir mi objetivo? —volvió a caminar sólo para poner enfrentarlo y mirarlo de frente, Johan siempre le había parecido alguien severo pero ahora simplemente interpretaba esa actitud como distancia. A él no le interesaba ser su amigo o algo más, sólo le importaba terminar esa jornada y poder largarse.
—Ya me ve usted, no voy a morir por el momento, no voy a matarme… al menos no lo haré hoy… —tragó con fuerza y su respiración agitada le dobló suavemente las rodillas, —¿quiere que le prometa que no volveré a hacerlo? Porque no puedo hacerlo, he deseado hacer eso desde que supe lo que era la muerte y me temo que seguiré queriéndolo hasta el día en que suceda… —la voz de Lucienne se quebraba durante momentos pero no habían lágrimas que aparecieran, sólo ese maldito nudo que la hacía lucir tan débil por dentro como lo estaba por fuera. Odiaba a su cuerpo, odiaba a su mente, lo odiaba a él por encontrarla en el momento adecuado. Y también lo quería, por salvarle la vida aunque fuera parte de su trabajo.
Sobre su piel aún sentía el calor de Johan, el olor de su cuello pegado a su nariz, el color oscuro de su cabello asentado en sus retinas y en la punta de sus dedos aún estaba la forma de aquello que tomó para quitarse la vida. —¡Oh por Dios! No me mire así Johan, no he dicho nada que seguramente tú no hubieses pensado… ¿para qué me salvaste de todos modos? Si no lo hubieras hecho ahora tu único problema sería tener que buscar otro trabajo… —escupió cada palabra esperando que él la dejara sola, que por fin se fuera para poner soltar las lágrimas que tenía retenidas desde que escuchó ese tan terrible “no soy lo que necesita”. —Ya dije que no volveré a hacerlo por ahora y quizás no tengo la certeza de cuando lo intentaré otra vez, pero si lo que quiere usted es quedarse tranquilo, puedo prometerle que mientras usted sea mi guardaespaldas no lo haré, seguiré viva sólo porque no quiero arruinar su trabajo… —intentaba ser irónica, intentaba causarle algo del daño que él le había causado, intentaba que ese dolor no sólo le afectara a ella.
Lucianne se alejó a pasos lentos y llegó a la ventana, se sentó en el aifeizar que daba hacia el jardín queriendo evitar aquella visión de su espalda dejándola sola. Podría soportar su abandono sólo si no debía ser testigo de él. Al menos así creería que volvería en algún momento. —No podría culparlo si quiere renunciar después de esto, no le diré a mi padre nada de lo sucedido y espero que usted tampoco lo haga… —continuaba sin mirarlo de frente, sólo lo hacía de reojo para confirmar que su presencia aún estuviera en esa habitación, —pero sí quiero decirle algo a usted, no lo entiendo Johan, no puedo entender a alguien que dice que no sabe cómo ayudarme y al mismo tiempo dice que no es lo que yo necesito… ¿no ha pensado usted que quizás ambas cosas están relacionadas? —susurró esperando que ese susurro no fuera oído.
Pese a todo esto, Lucienne sólo retrocedió hasta levantarse de la cama y alejarse lo más posible de él. Quedó así con su espalda pegada a la pared y las manos como entes muertos que colgaban desde sus hombros. Se sentía muerta en vida, sin respuestas correctas ni tampoco las preguntas que él pudiera exigirle. ¿Qué era lo que quería? ¿Qué era lo que buscaba? ¿Qué la orillaba a tomar esas decisiones? —¿Qué es lo que lo mantiene acá? ¿Por qué aún no se ha ido si ya ha visto que no pude cumplir mi objetivo? —volvió a caminar sólo para poner enfrentarlo y mirarlo de frente, Johan siempre le había parecido alguien severo pero ahora simplemente interpretaba esa actitud como distancia. A él no le interesaba ser su amigo o algo más, sólo le importaba terminar esa jornada y poder largarse.
—Ya me ve usted, no voy a morir por el momento, no voy a matarme… al menos no lo haré hoy… —tragó con fuerza y su respiración agitada le dobló suavemente las rodillas, —¿quiere que le prometa que no volveré a hacerlo? Porque no puedo hacerlo, he deseado hacer eso desde que supe lo que era la muerte y me temo que seguiré queriéndolo hasta el día en que suceda… —la voz de Lucienne se quebraba durante momentos pero no habían lágrimas que aparecieran, sólo ese maldito nudo que la hacía lucir tan débil por dentro como lo estaba por fuera. Odiaba a su cuerpo, odiaba a su mente, lo odiaba a él por encontrarla en el momento adecuado. Y también lo quería, por salvarle la vida aunque fuera parte de su trabajo.
Sobre su piel aún sentía el calor de Johan, el olor de su cuello pegado a su nariz, el color oscuro de su cabello asentado en sus retinas y en la punta de sus dedos aún estaba la forma de aquello que tomó para quitarse la vida. —¡Oh por Dios! No me mire así Johan, no he dicho nada que seguramente tú no hubieses pensado… ¿para qué me salvaste de todos modos? Si no lo hubieras hecho ahora tu único problema sería tener que buscar otro trabajo… —escupió cada palabra esperando que él la dejara sola, que por fin se fuera para poner soltar las lágrimas que tenía retenidas desde que escuchó ese tan terrible “no soy lo que necesita”. —Ya dije que no volveré a hacerlo por ahora y quizás no tengo la certeza de cuando lo intentaré otra vez, pero si lo que quiere usted es quedarse tranquilo, puedo prometerle que mientras usted sea mi guardaespaldas no lo haré, seguiré viva sólo porque no quiero arruinar su trabajo… —intentaba ser irónica, intentaba causarle algo del daño que él le había causado, intentaba que ese dolor no sólo le afectara a ella.
Lucianne se alejó a pasos lentos y llegó a la ventana, se sentó en el aifeizar que daba hacia el jardín queriendo evitar aquella visión de su espalda dejándola sola. Podría soportar su abandono sólo si no debía ser testigo de él. Al menos así creería que volvería en algún momento. —No podría culparlo si quiere renunciar después de esto, no le diré a mi padre nada de lo sucedido y espero que usted tampoco lo haga… —continuaba sin mirarlo de frente, sólo lo hacía de reojo para confirmar que su presencia aún estuviera en esa habitación, —pero sí quiero decirle algo a usted, no lo entiendo Johan, no puedo entender a alguien que dice que no sabe cómo ayudarme y al mismo tiempo dice que no es lo que yo necesito… ¿no ha pensado usted que quizás ambas cosas están relacionadas? —susurró esperando que ese susurro no fuera oído.
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 17/04/2014
Re: Fragile | Privado
—No quiero otro trabajo —respondió él de inmediato, tajantemente, como si la sola idea lo hubiera ofendido.
Por supuesto, no era que Johan estuviera verdaderamente conforme con la tarea que le habían asignado, de hecho, en el fondo lo odiaba, sentía que era una inmunda tontería tener que estar las veinticuatro horas del día pegado a las faldas de una chiquilla cuyo humor era tan cambiante, hecho que a su vez hacía su trabajo todavía más exasperante por momentos. Pero no tenía de otra. Era parte de su actuación, una que ya había llegado demasiado lejos. Luego de muchos años de esperar impacientemente por la oportunidad de acceder directamente a de Jussieu, un buen día se había presentado ante él, y tras jurarle lealtad y profesar entusiasta su ferviente deseo de poder llegar a ser, algún día, uno de sus hombres de confianza, le había sido asignada la tarea de cuidar a su única hija como petición especial, una especie de prueba. Por eso no podía fallar. No podía defraudarlo, porque de hacerlo, sabía que significaba su salida automática, o incluso su muerte.
Cuando se puso de pie y alzó la vista, encontró a Lucienne mirándolo con un ceño mezcla de vergüenza y orgullo. Él también la miró, muy fijamente, como si estuviera a punto de hacerle una inesperada e importante confesión. «Estoy aquí porque muy pronto he de asesinar al bastardo de su padre por lo que le hizo a mi familia. Busco venganza. Quiero justicia. Por años he soñado con ese momento, ansiándolo, perfeccionándolo cada vez más en mi mente, pero la paciencia en una virtud», pensó, y de verdad deseó decirlo en voz alta, terminar con la farsa de una buena vez, pero fueron otras las palabras que brotaron de su boca.
—Sigo aquí porque soy su guardaespaldas, mi trabajo es mantenerla a salvo, íntegra ante cualquier situación. Y esto es a lo que yo llamo una situación —dijo con su seriedad habitual, y de pronto volvió a ser el hombre que no solo hablaba, sino que actuaba tras tomar una determinación. La sacaría del pozo oscuro en el que había caído, la haría vivir (porque así era como le convenía mantenerla), así tuviera que obligarla. Avanzó hasta plantársele enfrente—. No se ofenda, pero no me fío de promesas, para mí no tienen valor. No puedo irme sin asegurarme de que estará bien, ese es mi deber. Y con el debido respeto, señorita, está usted emocionalmente frágil, no piensa con claridad, por lo tanto nada me asegura que no volverá a intentar atentar en contra su vida en cuanto yo salga de esta habitación. Por eso voy a quedarme. —Sentenció con toda la autoridad que le daba haber sido nombrado su cuidador oficial, el responsable de su bienestar.
De manera inesperada, Johan dio media vuelta y abandonó su posición para dirigirse al cuarto de baño, el cual preparó y dejó listo para utilizarse, aunque no dijo cuándo o por quién. Minutos después, regresó con Lucienne.
—Usted tiene razón, no quiero ser despedido —dijo retomando la conversación—. Por eso voy a ofrecerle un trato que nos conviene a ambos. Su padre jamás se enterará de lo ocurrido, nadie lo hará… si usted hace el esfuerzo y entra a esa tina, se ducha, y luego se cambia y sale al mundo a cumplir con sus deberes y a hacer su vida, como si nada hubiera pasado. Eso mismo haré yo, fingiré que nada ha ocurrido, si usted cumple con su parte.
El hombre permaneció inmóvil, en silencio, expectante por conocer la decisión que la muchacha tomaría. Aunque pareciera que no, su futura venganza dependía mucho de lo que ella decidiera hacer a continuación. Esperaba que fuera lo suficientemente inteligente para inclinarse por lo que él proponía.
—Vamos, hágalo, ambos sabemos que es lo mejor —la alentó cuando distinguió en su rostro la inconfundible sombra de la duda. Y pareció funcionar. Luego de un rato, momentos que parecieron eternos, la joven se incorporó y avanzó en dirección al cuarto de baño. Con pasos lentos cruzó el umbral, pero cuando estuvo a punto de cerrar la puerta con la aparente decisión de cumplir con su parte del trato, Johan la interceptó.
—No. —Dijo al tiempo que colocaba uno de sus pies en el breve espacio que quedaba entre la puerta y el marco de modo que ésta sirviera como obstrucción—. La puerta se quedará abierta. Yo esperaré aquí hasta que termine.
Abrió la puerta, tomó una silla para colocarla justo a la entrada del cuarto de baño, y se sentó dándole la espalda a la bañera. No había bromeado al decir que no se fiaba de promesas.
Por supuesto, no era que Johan estuviera verdaderamente conforme con la tarea que le habían asignado, de hecho, en el fondo lo odiaba, sentía que era una inmunda tontería tener que estar las veinticuatro horas del día pegado a las faldas de una chiquilla cuyo humor era tan cambiante, hecho que a su vez hacía su trabajo todavía más exasperante por momentos. Pero no tenía de otra. Era parte de su actuación, una que ya había llegado demasiado lejos. Luego de muchos años de esperar impacientemente por la oportunidad de acceder directamente a de Jussieu, un buen día se había presentado ante él, y tras jurarle lealtad y profesar entusiasta su ferviente deseo de poder llegar a ser, algún día, uno de sus hombres de confianza, le había sido asignada la tarea de cuidar a su única hija como petición especial, una especie de prueba. Por eso no podía fallar. No podía defraudarlo, porque de hacerlo, sabía que significaba su salida automática, o incluso su muerte.
Cuando se puso de pie y alzó la vista, encontró a Lucienne mirándolo con un ceño mezcla de vergüenza y orgullo. Él también la miró, muy fijamente, como si estuviera a punto de hacerle una inesperada e importante confesión. «Estoy aquí porque muy pronto he de asesinar al bastardo de su padre por lo que le hizo a mi familia. Busco venganza. Quiero justicia. Por años he soñado con ese momento, ansiándolo, perfeccionándolo cada vez más en mi mente, pero la paciencia en una virtud», pensó, y de verdad deseó decirlo en voz alta, terminar con la farsa de una buena vez, pero fueron otras las palabras que brotaron de su boca.
—Sigo aquí porque soy su guardaespaldas, mi trabajo es mantenerla a salvo, íntegra ante cualquier situación. Y esto es a lo que yo llamo una situación —dijo con su seriedad habitual, y de pronto volvió a ser el hombre que no solo hablaba, sino que actuaba tras tomar una determinación. La sacaría del pozo oscuro en el que había caído, la haría vivir (porque así era como le convenía mantenerla), así tuviera que obligarla. Avanzó hasta plantársele enfrente—. No se ofenda, pero no me fío de promesas, para mí no tienen valor. No puedo irme sin asegurarme de que estará bien, ese es mi deber. Y con el debido respeto, señorita, está usted emocionalmente frágil, no piensa con claridad, por lo tanto nada me asegura que no volverá a intentar atentar en contra su vida en cuanto yo salga de esta habitación. Por eso voy a quedarme. —Sentenció con toda la autoridad que le daba haber sido nombrado su cuidador oficial, el responsable de su bienestar.
De manera inesperada, Johan dio media vuelta y abandonó su posición para dirigirse al cuarto de baño, el cual preparó y dejó listo para utilizarse, aunque no dijo cuándo o por quién. Minutos después, regresó con Lucienne.
—Usted tiene razón, no quiero ser despedido —dijo retomando la conversación—. Por eso voy a ofrecerle un trato que nos conviene a ambos. Su padre jamás se enterará de lo ocurrido, nadie lo hará… si usted hace el esfuerzo y entra a esa tina, se ducha, y luego se cambia y sale al mundo a cumplir con sus deberes y a hacer su vida, como si nada hubiera pasado. Eso mismo haré yo, fingiré que nada ha ocurrido, si usted cumple con su parte.
El hombre permaneció inmóvil, en silencio, expectante por conocer la decisión que la muchacha tomaría. Aunque pareciera que no, su futura venganza dependía mucho de lo que ella decidiera hacer a continuación. Esperaba que fuera lo suficientemente inteligente para inclinarse por lo que él proponía.
—Vamos, hágalo, ambos sabemos que es lo mejor —la alentó cuando distinguió en su rostro la inconfundible sombra de la duda. Y pareció funcionar. Luego de un rato, momentos que parecieron eternos, la joven se incorporó y avanzó en dirección al cuarto de baño. Con pasos lentos cruzó el umbral, pero cuando estuvo a punto de cerrar la puerta con la aparente decisión de cumplir con su parte del trato, Johan la interceptó.
—No. —Dijo al tiempo que colocaba uno de sus pies en el breve espacio que quedaba entre la puerta y el marco de modo que ésta sirviera como obstrucción—. La puerta se quedará abierta. Yo esperaré aquí hasta que termine.
Abrió la puerta, tomó una silla para colocarla justo a la entrada del cuarto de baño, y se sentó dándole la espalda a la bañera. No había bromeado al decir que no se fiaba de promesas.
Johan Zalachenko- Humano Clase Media
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 12/03/2014
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Re: Fragile | Privado
El hecho de que nada nuevo saliera de sus labios sólo conseguía molestarla aún más. Lucienne no podía realmente comprender los motivos de Johan; ella era capaz de escuchar lo que decía, eso está claro, pero parecían palabras aprendidas de un guión escritas por alguien más, tal como si no fuera primera vez que estuviera diciéndolas. Eran momentos como ese los que le recordaban, que a diferencia de ella, él conocía mucho más del mundo. La muchacha se sentía entonces aún más vacía y nada de lo que pudiera suceder en aquel instante serviría para llenar el agujero que es imposible de localizar.
Abrió la boca para responder con un no rotundo a su propuesta. Acá es ella quien debe dar las órdenes y decidir qué se hace a continuación, después de todo él es sólo un empleado y es así como se lo ha recordado durante los últimos minutos en que al fin abrió la boca. Hasta entonces Johan se había caracterizado por ser más bien un elemento silencioso que siempre se mantenía cerca. Algunos días Lucienne le tomaba el pelo haciéndole preguntas incómodas que nunca tenían una respuesta, deseaba escucharlo no porque le interesara del todo lo que tenía para decir. Lo que ella anhelaba era la comunicación, el contacto humano y la calidez que su voz representaba. Usualmente Lucienne sólo aguantaba la respiración cuando Johan se dignaba a hablarle, pero ahora estaba indignada y esperó a que volviera luego de preparar el baño para poder pagarle con la misma moneda.
Sin embargo, Johan volvió a hablar.
La joven miraba la cama y luego la puerta del baño indecisa sobre qué camino tomar. Es cierto que llamaba su atención el hecho de que se preocupara por ella y le preparara el agua para que pudiera asearse, pero también quería ser la de siempre y sólo tirarse sobre la cama para poder lamer sus heridas y lamentarse por tener que seguir existiendo. La segunda opción era la más tentadora. Lo era siempre que él se mantuviera en silencio, porque sólo su silencio le permitía pensar con claridad, sólo cuando él no está es que ella puede planear acabar con su vida. Quizás va a tener que quedarse más tiempo, toda la noche probablemente, todas las noches.
Lucienne se levantó con el peso de sus acciones sobre los hombros. Se sentía cansada y avanzó lentamente hasta entrar en el baño, quería cerrar la puerta pero fue el mismo Johan quien se lo impidió. La idea de usar ese momento para acabar con su vida no se le había pasado por la cabeza, por lo que abrió los ojos con sorpresa cuando notó como él era capaz de pensar en algo así. No lo dijo directamente, pero ninguno de los dos es muy estúpido como para ignorar las palabras ocultas bajo las acciones. Debería estar feliz, debería poder saltar de felicidad al saber que él desea que ella esté viva, pero le duele el pecho y la boca de su estómago se siente corroída por un ácido que no tiene relación con el veneno. Tal vez el dolor del desamor se siente así. No tiene con qué compararlo después de todo.
—Necesito algunas cosas para poder estar preparada… —su voz era débil pero segura de todo lo que decía. La muchacha miraba al piso cuando le hablaba, avergonzada tal vez de la situación en la que se encontraba. —Aunque sólo es el camisón que utilizo para dormir y un conjunto de ropa interior limpia… no voy a salir de mi habitación hoy, usted se encargará de avisar que me encuentro indispuesta, va a tener que mentir y decir que amanecí algo enferma, nada muy grave como para llamar al médico… no sé qué es lo que dirá pero asegúrese de que le crean y que me permitan estar acá. —con los dedos temblorosos quitaba las prendas que tenía encima al mismo tiempo que iba soltando cada palabra.
El aire se sentía helado contra su piel, la golpeaba igual que el rechazo lo había hecho antes. Quería estar segura de que él había comprendido sus indicaciones. Lucienne sólo tenía encima esa prenda ligera que usaba bajo todo lo demás, casi transparente caía suelta en todos los lugares donde las otras mujeres tenían curvas exuberantes. —Si va a estar ahí para impedir que continúe con lo que estaba haciendo debería estar mirando hacia acá… —dijo poniendo las manos sobre sus hombros. Desde arriba sólo podía ver la coronilla de su cabeza, la punta de su nariz y el color intenso de sus labios. —Tiene que mirarme y tiene que hablarme esperando que yo responda o… o durante el silencio es que puedo desaparecer bajo el agua. —
No estaba amenazándolo ni tampoco jugando con ello. De su boca salía la verdad como un destino escrito que ella misma ayudaba a marcar en las piedras. Lo que estaba haciendo era invitarlo a ser parte de ese momento íntimo. Es así como se giró y caminó hasta meterse en la tina, el agua estaba tibia pero la hizo tiritar de todos modos. Al ingresar se afirmó de los costados y metió su cuerpo completo al agua, la tela blanca flotaba dejando su desnudo cuerpo sintiéndose libre como nunca lo hacía. Era impensado que pudiera estar sin ropa frente a un hombre que sólo trabajaba para su padre, sin embargo, aquello era lo que deseaba. Deseaba tocarlo, seducirlo de algún modo, tentarlo a que disminuya la distancia y la acompañe dentro de la bañera. Lo desea a él, por primera vez desea de ese modo a un hombre. ¡Maldito Johan! Podría maldecirlo todos los días de su vida por lo que es capaz de provocar, podría hacerlo si no fuera porque más que dedicar su tiempo a ello, quiere que no le quede más tiempo.
Abrió la boca para responder con un no rotundo a su propuesta. Acá es ella quien debe dar las órdenes y decidir qué se hace a continuación, después de todo él es sólo un empleado y es así como se lo ha recordado durante los últimos minutos en que al fin abrió la boca. Hasta entonces Johan se había caracterizado por ser más bien un elemento silencioso que siempre se mantenía cerca. Algunos días Lucienne le tomaba el pelo haciéndole preguntas incómodas que nunca tenían una respuesta, deseaba escucharlo no porque le interesara del todo lo que tenía para decir. Lo que ella anhelaba era la comunicación, el contacto humano y la calidez que su voz representaba. Usualmente Lucienne sólo aguantaba la respiración cuando Johan se dignaba a hablarle, pero ahora estaba indignada y esperó a que volviera luego de preparar el baño para poder pagarle con la misma moneda.
Sin embargo, Johan volvió a hablar.
La joven miraba la cama y luego la puerta del baño indecisa sobre qué camino tomar. Es cierto que llamaba su atención el hecho de que se preocupara por ella y le preparara el agua para que pudiera asearse, pero también quería ser la de siempre y sólo tirarse sobre la cama para poder lamer sus heridas y lamentarse por tener que seguir existiendo. La segunda opción era la más tentadora. Lo era siempre que él se mantuviera en silencio, porque sólo su silencio le permitía pensar con claridad, sólo cuando él no está es que ella puede planear acabar con su vida. Quizás va a tener que quedarse más tiempo, toda la noche probablemente, todas las noches.
Lucienne se levantó con el peso de sus acciones sobre los hombros. Se sentía cansada y avanzó lentamente hasta entrar en el baño, quería cerrar la puerta pero fue el mismo Johan quien se lo impidió. La idea de usar ese momento para acabar con su vida no se le había pasado por la cabeza, por lo que abrió los ojos con sorpresa cuando notó como él era capaz de pensar en algo así. No lo dijo directamente, pero ninguno de los dos es muy estúpido como para ignorar las palabras ocultas bajo las acciones. Debería estar feliz, debería poder saltar de felicidad al saber que él desea que ella esté viva, pero le duele el pecho y la boca de su estómago se siente corroída por un ácido que no tiene relación con el veneno. Tal vez el dolor del desamor se siente así. No tiene con qué compararlo después de todo.
—Necesito algunas cosas para poder estar preparada… —su voz era débil pero segura de todo lo que decía. La muchacha miraba al piso cuando le hablaba, avergonzada tal vez de la situación en la que se encontraba. —Aunque sólo es el camisón que utilizo para dormir y un conjunto de ropa interior limpia… no voy a salir de mi habitación hoy, usted se encargará de avisar que me encuentro indispuesta, va a tener que mentir y decir que amanecí algo enferma, nada muy grave como para llamar al médico… no sé qué es lo que dirá pero asegúrese de que le crean y que me permitan estar acá. —con los dedos temblorosos quitaba las prendas que tenía encima al mismo tiempo que iba soltando cada palabra.
El aire se sentía helado contra su piel, la golpeaba igual que el rechazo lo había hecho antes. Quería estar segura de que él había comprendido sus indicaciones. Lucienne sólo tenía encima esa prenda ligera que usaba bajo todo lo demás, casi transparente caía suelta en todos los lugares donde las otras mujeres tenían curvas exuberantes. —Si va a estar ahí para impedir que continúe con lo que estaba haciendo debería estar mirando hacia acá… —dijo poniendo las manos sobre sus hombros. Desde arriba sólo podía ver la coronilla de su cabeza, la punta de su nariz y el color intenso de sus labios. —Tiene que mirarme y tiene que hablarme esperando que yo responda o… o durante el silencio es que puedo desaparecer bajo el agua. —
No estaba amenazándolo ni tampoco jugando con ello. De su boca salía la verdad como un destino escrito que ella misma ayudaba a marcar en las piedras. Lo que estaba haciendo era invitarlo a ser parte de ese momento íntimo. Es así como se giró y caminó hasta meterse en la tina, el agua estaba tibia pero la hizo tiritar de todos modos. Al ingresar se afirmó de los costados y metió su cuerpo completo al agua, la tela blanca flotaba dejando su desnudo cuerpo sintiéndose libre como nunca lo hacía. Era impensado que pudiera estar sin ropa frente a un hombre que sólo trabajaba para su padre, sin embargo, aquello era lo que deseaba. Deseaba tocarlo, seducirlo de algún modo, tentarlo a que disminuya la distancia y la acompañe dentro de la bañera. Lo desea a él, por primera vez desea de ese modo a un hombre. ¡Maldito Johan! Podría maldecirlo todos los días de su vida por lo que es capaz de provocar, podría hacerlo si no fuera porque más que dedicar su tiempo a ello, quiere que no le quede más tiempo.
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/04/2014
Re: Fragile | Privado
Johan no terminaba de entender lo que ella hacía pero, tal y como ocurrió con su inesperado acercamiento en la cama, no le gustó nada. Lo más extraño era que ese tipo de comportamientos no eran comunes en ella. Durante el tiempo que el hombre llevaba siendo su guardaespaldas, algo así como año y medio, el trato entre ambos había sido explícitamente profesional; casi se ignoraban el otro al otro, limitándose a realizar sus actividades. Ella hacía como si no tuviera que soportar a un hombre pisándole los talones las veinticuatro horas del día, vigilando cada uno de sus movimientos, mientras que él se mantenía sosiego, fingiendo que no lo enloquecía con sus eventuales, pero caprichosas actitudes. Porque sí, había ocasiones en las que Lucienne, quizá presa de un notable aburrimiento, parecía ponerse como meta fastidiarlo. ¿Era ésta la más nueva de sus tácticas para lograrlo? Johan decidió no desechar del todo la posibilidad.
Cuando ella le sugirió girar la silla y mirar hacia la bañera mientras se duchaba, él se mostró incómodo y también algo molesto. Que le amenazara de aquella manera, tan cínica e infantil, con la posibilidad de repetir el intento de suicidio, como si se tratara de cualquier tontería, provocó que el hombre frunciera el ceño. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Acaso debía ser él mismo quien la bañara para asegurarse de que seguiría con vida? Empezaba a tentar peligrosamente su infinita paciencia. Ella podía ser la hija del hombre que le había contratado, el dueño de esa casa, el máximo líder del grupo criminal que perseguían, pero al nombrarlo su guardaespaldas había puesto en sus manos la vida de Lucienne, por lo tanto tenía la autoridad suficiente para realizar lo que considerara pertinente para mantenerla íntegra. Y así lo haría.
Enojado y decidido a no dejarse manipular por la que consideraba una chiquilla, Johan se levantó de la silla, y con pasos rápidos y firmes, fue hasta donde sabía que la muchacha guardaba la ropa limpia. Abrió un gran clóset abarrotado de ropa y de ahí tomó las primeras prendas que encontró. Ni siquiera supo si el atuendo elegido era el indicado para salir de día, si estaba completo o faltaba algún complemento, pero dio por hecho que ella lo usaría sin chistar. Y así debía ser, si Lucienne no quería tener más problemas.
Cuando regresó a su asiento, ella ya se había sumergido por completo en la bañera. Con la espalda recta, recargada contra el respaldo de la silla, Johan la observó mientras se aseaba. Nunca antes la había visto en semejante situación, aquel era un acto demasiado íntimo, pero, en definitiva, las circunstancias lo ameritaban. La única prenda que llevaba encima era tan delgada que, así, mojada por completo, le regalaba una visión bastante explícita de su cuerpo. Ni siquiera hacía falta que Johan recurriera a la creatividad de su mente para imaginarla completamente desnuda. Era hermosa, desde luego, fresca y jovial, con un cuerpo delicado y espléndido, como todas las muchachas de su edad, pero él no se sentía del todo bien mirándola. Quizá en el fondo su incomodidad se debiera a que, como hombre, no era del todo inmune a los encantos femeninos. Gracias al cielo se trataba de un hombre maduro y no de un jovencito impulsivo guiado por sus hormonas, así que supo cómo controlarse y mantenerse al margen.
—Creo que ha tenido el tiempo suficiente para asearse como es debido —dijo de pronto él, levantándose de la silla y tomando entre sus manos la ropa femenina anteriormente elegida, la cual acercó a Lucienne cuando se aproximó a la bañera—. Quedarse en casa no fue parte del trato que hicimos, y no está a discusión. Si realmente quiere que mantenga la boca cerrada y no comunique a su padre lo ocurrido el día de hoy, deberá hacer lo acordado. Por favor vístase y prepárese para salir. Déjeme cumplir con mi trabajo, no me haga esto más difícil.
La cogió del brazo y con cuidado la ayudó a salir de la tina. Ella se quedó inmóvil un momento y él permaneció a la expectativa, justo detrás de Lucienne. La cercanía le permitía aspirar la fragancia de vainilla y azahares que permanecía impregnada en ella. Le daría la contraria como acostumbraba, o se resignaría cediendo a lo inevitable? Al no obtener una respuesta, Johan la tocó ligeramente, atreviéndose a colocar una de sus manos sobre su hombro. Sus dedos se arrastraron suavemente por su piel, hasta que hizo que ésta se girara hasta quedar nuevamente de frente.
—Si aún se siente débil, la ayudaré a vestirse —le dijo al tiempo que alzaba un camisón de seda—, o puedo irme, para darle la privacidad que necesite. Lo que sea pero, por favor, hágalo.
Cuando ella le sugirió girar la silla y mirar hacia la bañera mientras se duchaba, él se mostró incómodo y también algo molesto. Que le amenazara de aquella manera, tan cínica e infantil, con la posibilidad de repetir el intento de suicidio, como si se tratara de cualquier tontería, provocó que el hombre frunciera el ceño. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Acaso debía ser él mismo quien la bañara para asegurarse de que seguiría con vida? Empezaba a tentar peligrosamente su infinita paciencia. Ella podía ser la hija del hombre que le había contratado, el dueño de esa casa, el máximo líder del grupo criminal que perseguían, pero al nombrarlo su guardaespaldas había puesto en sus manos la vida de Lucienne, por lo tanto tenía la autoridad suficiente para realizar lo que considerara pertinente para mantenerla íntegra. Y así lo haría.
Enojado y decidido a no dejarse manipular por la que consideraba una chiquilla, Johan se levantó de la silla, y con pasos rápidos y firmes, fue hasta donde sabía que la muchacha guardaba la ropa limpia. Abrió un gran clóset abarrotado de ropa y de ahí tomó las primeras prendas que encontró. Ni siquiera supo si el atuendo elegido era el indicado para salir de día, si estaba completo o faltaba algún complemento, pero dio por hecho que ella lo usaría sin chistar. Y así debía ser, si Lucienne no quería tener más problemas.
Cuando regresó a su asiento, ella ya se había sumergido por completo en la bañera. Con la espalda recta, recargada contra el respaldo de la silla, Johan la observó mientras se aseaba. Nunca antes la había visto en semejante situación, aquel era un acto demasiado íntimo, pero, en definitiva, las circunstancias lo ameritaban. La única prenda que llevaba encima era tan delgada que, así, mojada por completo, le regalaba una visión bastante explícita de su cuerpo. Ni siquiera hacía falta que Johan recurriera a la creatividad de su mente para imaginarla completamente desnuda. Era hermosa, desde luego, fresca y jovial, con un cuerpo delicado y espléndido, como todas las muchachas de su edad, pero él no se sentía del todo bien mirándola. Quizá en el fondo su incomodidad se debiera a que, como hombre, no era del todo inmune a los encantos femeninos. Gracias al cielo se trataba de un hombre maduro y no de un jovencito impulsivo guiado por sus hormonas, así que supo cómo controlarse y mantenerse al margen.
—Creo que ha tenido el tiempo suficiente para asearse como es debido —dijo de pronto él, levantándose de la silla y tomando entre sus manos la ropa femenina anteriormente elegida, la cual acercó a Lucienne cuando se aproximó a la bañera—. Quedarse en casa no fue parte del trato que hicimos, y no está a discusión. Si realmente quiere que mantenga la boca cerrada y no comunique a su padre lo ocurrido el día de hoy, deberá hacer lo acordado. Por favor vístase y prepárese para salir. Déjeme cumplir con mi trabajo, no me haga esto más difícil.
La cogió del brazo y con cuidado la ayudó a salir de la tina. Ella se quedó inmóvil un momento y él permaneció a la expectativa, justo detrás de Lucienne. La cercanía le permitía aspirar la fragancia de vainilla y azahares que permanecía impregnada en ella. Le daría la contraria como acostumbraba, o se resignaría cediendo a lo inevitable? Al no obtener una respuesta, Johan la tocó ligeramente, atreviéndose a colocar una de sus manos sobre su hombro. Sus dedos se arrastraron suavemente por su piel, hasta que hizo que ésta se girara hasta quedar nuevamente de frente.
—Si aún se siente débil, la ayudaré a vestirse —le dijo al tiempo que alzaba un camisón de seda—, o puedo irme, para darle la privacidad que necesite. Lo que sea pero, por favor, hágalo.
Johan Zalachenko- Humano Clase Media
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Re: Fragile | Privado
Mientras permitía que el agua de la bañera se deslizara por la piel de su rostro, Lucianne pensó en las posibilidades que tenía y que tan amablemente Johan le había ofrecido. Por nada del mundo quería salir de su casa y enfrentar ese nuevo día que tanto había querido evitar, pero estaba segura que si él la amenazaba con contarle a su padre lo haría y nada, ni siquiera sus propios lamentos, la salvarían de terminar prisionera para siempre. La muchacha respiró profundo e intentó mirarlo a los ojos, quería saber si existía alguna clase de sentimiento positivo en ellos, se preguntaba seguido si él era una persona más allá del trabajador o qué escondería para esos momentos privados. En realidad lo que quería era verlo sonreír y quería ser ella la causante de esas sonrisas.
Al salir de la tina su semblante lucía apagado, incluso con él tan cerca su cabeza seguía rumiando tantas cosas que tenía miedo de fallarle a ese salvador que seguía haciendo hasta lo impensado para ayudarla. Mucho más fácil sería simplemente delatarla con su padre. Sin embargo ahí estaba, enviando escalofríos por todo su cuerpo sin siquiera saberlo, dirigiéndola con apenas el toque de sus dedos y poniendo a su disposición nuevamente su ayuda. —Necesito… —mientras tomaba una decisión su mirada se dirigió al camisón que él había tomado y también al propio. Con un movimiento lento levantó los brazos llevando consigo la prenda mojada que continuaba portando para luego desecharla a un lado y esperar a que ahora fuera él quien la vistiera. No quería molestarlo o incomodarlo, por el contrario, esperaba hacer su tarea más fácil tal como se lo había pedido; pero sabía que no sería de ese modo, por lo que cerró los ojos y esperó el reclamo, esperaba una retahíla de acusaciones que Johan haría en su contra y que quizás merecía, pero que no quería escuchar.
—Necesito ayuda… necesito de su ayuda pero temo que usted me deje tan pronto como encuentre un trabajo mejor… —al parecer no estaba hablando precisamente de vestirla, esta conversación sin dudas estaba tomando otro rumbo. —Y puedo entenderlo, para nadie debe ser agradable seguir permanentemente a alguien a quien no soporta… —las palabras eran difíciles de decir, complicadas en todos los sentidos y si su voz no se quebró fue sólo porque irónicamente su cercanía le daba una fuerza desconocida hasta ahora. —¿Qué es lo que usted espera? ¿Qué es lo que lo mantiene acá? ¿Por qué simplemente no me deja a solas y nos ahorramos todo este espectáculo? No quiero salir de mi casa pero lo haré porque no deseo escuchar otra vez sus reclamos… —tal como siempre lo hacía su humor había cambiado de forma repentina, ahora deseaba culparlo a él de todo.
Tomó el resto de la ropa y volvió a la habitación, realmente no estaba tan débil pero la tentación había sido muy grande. Lucienne siempre había lucido como una muchachita frágil y vulnerable pese a que nunca lo había sido, al menos no físicamente, todas sus falencias se encontraban en otros planos, unos mucho menos tangibles. Desechó algunas de las prendas y se puso las que realmente sí combinaban, pocos minutos después se aplicaba algo de carmín en los labios y estaba lista para salir. Si tenía que esconder lo sucedido lo haría del mejor modo.
—¿Dónde iremos? No tengo compromisos agendados para hoy ya que no planeaba estar “viva” para este momento. —aquel comentario infantil e irresponsable no por eso dejaba de ser la verdad que sólo ambos conocían. Lucienne se sentó en la cama visiblemente cansada y sopesó lo que aquello significaba. Algunos dicen que un secreto deja de serlo cuando dos personas lo conocen. ¿Podría confiar en Johan o él sacaría a colación el tema cada vez que ella cometiera un error o él necesitara un favor? Ya lo había hecho hace pocos minutos y de seguro volvería a hacerlo. Sin embargo, lo miraba con atención y esperaba muchas respuestas que no eran tan evidentes. En realidad odiaba sentirse de ese modo y la confusión que la atormentaba la llenó del mismo ímpetu que tienen los volcanes cuando sólo desean erupcionar. —¿Qué se supone que debo hacer ahora? —aquella pregunta no tenía un destinatario claro. Quizás lo estaba preguntando porque necesitaba el apoyo y la asesoría o quizás, realmente quizás, ni siquiera ella sabía qué pasaría de ahora en adelante.
Saltó de la cama y corrió hasta los brazos de su guardaespaldas, los ojos azules de aquel hombre fueron su mayor invitación y también el pozo profundo el que deseó hundirse. Sin pensarlo dos veces sólo tomó su rostro y unió su boca a la de él. Quería un beso intenso, cargado del deseo que desde siempre había sentido, repleto de la pasión que lo prohibido siempre otorga. Quería un beso que le hiciera sentir viva. Quería sentir su cuerpo pegado al suyo tal como ahora. Lo quería y eso esperaba tener. Lo quería y no sabía si lo que había obtenido a cambio era eso o no. Sólo una cosa tenía clara: jamás olvidaría la cara de Johan al ver su cuerpo bajo el agua ni tampoco cómo la estaba mirando en este momento.
Al salir de la tina su semblante lucía apagado, incluso con él tan cerca su cabeza seguía rumiando tantas cosas que tenía miedo de fallarle a ese salvador que seguía haciendo hasta lo impensado para ayudarla. Mucho más fácil sería simplemente delatarla con su padre. Sin embargo ahí estaba, enviando escalofríos por todo su cuerpo sin siquiera saberlo, dirigiéndola con apenas el toque de sus dedos y poniendo a su disposición nuevamente su ayuda. —Necesito… —mientras tomaba una decisión su mirada se dirigió al camisón que él había tomado y también al propio. Con un movimiento lento levantó los brazos llevando consigo la prenda mojada que continuaba portando para luego desecharla a un lado y esperar a que ahora fuera él quien la vistiera. No quería molestarlo o incomodarlo, por el contrario, esperaba hacer su tarea más fácil tal como se lo había pedido; pero sabía que no sería de ese modo, por lo que cerró los ojos y esperó el reclamo, esperaba una retahíla de acusaciones que Johan haría en su contra y que quizás merecía, pero que no quería escuchar.
—Necesito ayuda… necesito de su ayuda pero temo que usted me deje tan pronto como encuentre un trabajo mejor… —al parecer no estaba hablando precisamente de vestirla, esta conversación sin dudas estaba tomando otro rumbo. —Y puedo entenderlo, para nadie debe ser agradable seguir permanentemente a alguien a quien no soporta… —las palabras eran difíciles de decir, complicadas en todos los sentidos y si su voz no se quebró fue sólo porque irónicamente su cercanía le daba una fuerza desconocida hasta ahora. —¿Qué es lo que usted espera? ¿Qué es lo que lo mantiene acá? ¿Por qué simplemente no me deja a solas y nos ahorramos todo este espectáculo? No quiero salir de mi casa pero lo haré porque no deseo escuchar otra vez sus reclamos… —tal como siempre lo hacía su humor había cambiado de forma repentina, ahora deseaba culparlo a él de todo.
Tomó el resto de la ropa y volvió a la habitación, realmente no estaba tan débil pero la tentación había sido muy grande. Lucienne siempre había lucido como una muchachita frágil y vulnerable pese a que nunca lo había sido, al menos no físicamente, todas sus falencias se encontraban en otros planos, unos mucho menos tangibles. Desechó algunas de las prendas y se puso las que realmente sí combinaban, pocos minutos después se aplicaba algo de carmín en los labios y estaba lista para salir. Si tenía que esconder lo sucedido lo haría del mejor modo.
—¿Dónde iremos? No tengo compromisos agendados para hoy ya que no planeaba estar “viva” para este momento. —aquel comentario infantil e irresponsable no por eso dejaba de ser la verdad que sólo ambos conocían. Lucienne se sentó en la cama visiblemente cansada y sopesó lo que aquello significaba. Algunos dicen que un secreto deja de serlo cuando dos personas lo conocen. ¿Podría confiar en Johan o él sacaría a colación el tema cada vez que ella cometiera un error o él necesitara un favor? Ya lo había hecho hace pocos minutos y de seguro volvería a hacerlo. Sin embargo, lo miraba con atención y esperaba muchas respuestas que no eran tan evidentes. En realidad odiaba sentirse de ese modo y la confusión que la atormentaba la llenó del mismo ímpetu que tienen los volcanes cuando sólo desean erupcionar. —¿Qué se supone que debo hacer ahora? —aquella pregunta no tenía un destinatario claro. Quizás lo estaba preguntando porque necesitaba el apoyo y la asesoría o quizás, realmente quizás, ni siquiera ella sabía qué pasaría de ahora en adelante.
Saltó de la cama y corrió hasta los brazos de su guardaespaldas, los ojos azules de aquel hombre fueron su mayor invitación y también el pozo profundo el que deseó hundirse. Sin pensarlo dos veces sólo tomó su rostro y unió su boca a la de él. Quería un beso intenso, cargado del deseo que desde siempre había sentido, repleto de la pasión que lo prohibido siempre otorga. Quería un beso que le hiciera sentir viva. Quería sentir su cuerpo pegado al suyo tal como ahora. Lo quería y eso esperaba tener. Lo quería y no sabía si lo que había obtenido a cambio era eso o no. Sólo una cosa tenía clara: jamás olvidaría la cara de Johan al ver su cuerpo bajo el agua ni tampoco cómo la estaba mirando en este momento.
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
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Re: Fragile | Privado
Johan no respondió sus preguntas, las consideró repetitivas e innecesarias. ¿Acaso no le había dejado claro ya que no se iría? ¿Que no era demasiado evidente que estar ahí, trabajando en esa casa, cuidando de ella, era su prioridad? ¿Quién en su sano juicio haría todas las cosas que él había hecho en menos de una hora sin un interés de por medio? Si ella creía que asistir a niñas ricas y caprichosas como ella, incluso en su aseo personal, y además de todo tener que vestirla como si se tratara de una cría pequeña, era parte de sus más recientes pasatiempos, estaba verdaderamente equivocada. Ni siquiera con su propia hija lo había hecho y sin embargo estaba ahí, tomándose la molestia, porque aquello le importaba, aunque ella desconociera los verdaderos motivos que lo mantenían bajo ese techo.
Cuando ella se deshizo de la bata mojada y quedó completamente desnuda ante sus ojos, la tensión aumentó. Él mismo se lo había sugerido al ofrecerle su ayuda pero, si tenía que ser sincero, nunca esperó que ella aceptara y se atreviera a mostrarse así frente a él. De una manera bastante discreta, Johan tragó saliva. Como hombre no le incomodaba presenciar un cuerpo femenino tan atractivo pero, como empleado, era total y completamente inapropiado, digno de un escándalo. Aún así, sin ser plenamente consciente de ello, su mirada bajó y delineó con ella el contorno de sus senos. Un extraño hormigueo lo recorrió de pies a cabeza y encendió sus nervios, mas supo controlarse.
—Yo no la odio —fue todo lo que le concedió como respuesta a sus múltiples preguntas, y todo lo que se sintió capaz de decir mientras cogía el camisón seco. Lo incomodaba tenerla tan cerca y mucho más saberla semidesnuda.
Mientras le colocaba la prenda, evitó mirarla a los ojos a toda costa, en todo momento. Lo normal era que esos ojos azules que poseía resultaran insondables como de costumbre, pero en ese momento en particular temía que lo traicionaran y revelaran sus inapropiados pensamientos si ella los examinaba a fondo y de cerca.
—Eso no es importante —dijo ya con mucha más seguridad. Lucienne se había terminado de vestir y esperaba sentada en la cama. Lo miraba fijamente, esperando la siguiente instrucción. No parecía molesta con el hecho de que un empleado le dijera qué hacer, solo lucía cansada y un poco confundida respecto a lo que pasaría a continuación—. Irá a donde sea, el punto es que no permanezca aquí. Encerrarse no le traerá ningún beneficio. Un poco de aire fresco le vendrá bien, despejará su mente.
Lucienne apenas le permitió terminar la última frase, pues en ese momento se lanzó sobre él con efusividad, como quien ha estado conteniéndose por demasiado tiempo. Johan no supo cómo y mucho menos por qué, pero ella lo besó. Las manos femeninas se agarraron con fuerza de sus hombros, su cuerpo se apretó contra él, mientras su boca humedecía sus labios y rozaba su lengua en un beso apasionado. Él pudo haberse apartado en ese instante, poseía la fuerza e inteligencia suficientes, pero increíblemente no se movió. Johan Zalachenko, policía de profesión, espía por decisión, que hasta entonces se creía especialista en el dominio de toda clase de emociones, estaba paralizado. Su autocontrol pendió de un hilo cuando sus manos, que hasta ese entonces habían permanecido a los costados, torpes y flotando en el aire, se dirigieron lentamente hasta la cintura de Lucienne y sus dedos ejercieron una gentil pero dudosa presión sobre ella. Los músculos se le tensaron y la respiración se aceleró cuando, en su momento de debilidad, cerró los ojos y de algún modo correspondió a ese beso. Fueron solo unos segundos, pero bastaron para que el pulso de Johan se disparara. Experimentó una oleada caliente y un creciente palpitar en su ingle que lo alertó y lo hizo arrancarse de los brazos de la joven y muy impulsiva Lucienne.
Johan desvió la mirada y, mientras alzaba la mano para limpiar discretamente con el dorso de ésta los restos del labial y saliva que había sobre su boca, resopló hacia un lado sin poder creer lo que acababa de ocurrir, o mejor dicho, lo que él había permitido que ocurriera. Su frente se arrugó en señal de preocupación. ¡Maldita sea! ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿A qué estaba jugando? ¿Dónde había quedado su autocontrol? Su molestia supo superar su repentino deseo y se aferró a ella como un naufrago a la orilla.
—Esperaré afuera —pronunció secamente antes de salir por la puerta hacia el pasillo, tan rápidamente que no le dio tiempo de decir nada.
Se quedó de pie, detrás la puerta de la habitación y poco a poco se fue recuperando. Cuando su sangre se estabilizó, Johan lucía tan pacífico como siempre, como si nada hubiera pasado ahí dentro o fuera mínimo lo que provocó en él. Sin embargo, era una mentira.
Mentira si decía que su olor y el sabor de sus labios no le habían parecido agradables. Mentira si aseguraba haberse sentido indiferente a su tacto. Mentira, mil veces mentira si se atrevía a negar que aquel beso le había disgustado.
Cuando ella se deshizo de la bata mojada y quedó completamente desnuda ante sus ojos, la tensión aumentó. Él mismo se lo había sugerido al ofrecerle su ayuda pero, si tenía que ser sincero, nunca esperó que ella aceptara y se atreviera a mostrarse así frente a él. De una manera bastante discreta, Johan tragó saliva. Como hombre no le incomodaba presenciar un cuerpo femenino tan atractivo pero, como empleado, era total y completamente inapropiado, digno de un escándalo. Aún así, sin ser plenamente consciente de ello, su mirada bajó y delineó con ella el contorno de sus senos. Un extraño hormigueo lo recorrió de pies a cabeza y encendió sus nervios, mas supo controlarse.
—Yo no la odio —fue todo lo que le concedió como respuesta a sus múltiples preguntas, y todo lo que se sintió capaz de decir mientras cogía el camisón seco. Lo incomodaba tenerla tan cerca y mucho más saberla semidesnuda.
Mientras le colocaba la prenda, evitó mirarla a los ojos a toda costa, en todo momento. Lo normal era que esos ojos azules que poseía resultaran insondables como de costumbre, pero en ese momento en particular temía que lo traicionaran y revelaran sus inapropiados pensamientos si ella los examinaba a fondo y de cerca.
—Eso no es importante —dijo ya con mucha más seguridad. Lucienne se había terminado de vestir y esperaba sentada en la cama. Lo miraba fijamente, esperando la siguiente instrucción. No parecía molesta con el hecho de que un empleado le dijera qué hacer, solo lucía cansada y un poco confundida respecto a lo que pasaría a continuación—. Irá a donde sea, el punto es que no permanezca aquí. Encerrarse no le traerá ningún beneficio. Un poco de aire fresco le vendrá bien, despejará su mente.
Lucienne apenas le permitió terminar la última frase, pues en ese momento se lanzó sobre él con efusividad, como quien ha estado conteniéndose por demasiado tiempo. Johan no supo cómo y mucho menos por qué, pero ella lo besó. Las manos femeninas se agarraron con fuerza de sus hombros, su cuerpo se apretó contra él, mientras su boca humedecía sus labios y rozaba su lengua en un beso apasionado. Él pudo haberse apartado en ese instante, poseía la fuerza e inteligencia suficientes, pero increíblemente no se movió. Johan Zalachenko, policía de profesión, espía por decisión, que hasta entonces se creía especialista en el dominio de toda clase de emociones, estaba paralizado. Su autocontrol pendió de un hilo cuando sus manos, que hasta ese entonces habían permanecido a los costados, torpes y flotando en el aire, se dirigieron lentamente hasta la cintura de Lucienne y sus dedos ejercieron una gentil pero dudosa presión sobre ella. Los músculos se le tensaron y la respiración se aceleró cuando, en su momento de debilidad, cerró los ojos y de algún modo correspondió a ese beso. Fueron solo unos segundos, pero bastaron para que el pulso de Johan se disparara. Experimentó una oleada caliente y un creciente palpitar en su ingle que lo alertó y lo hizo arrancarse de los brazos de la joven y muy impulsiva Lucienne.
Johan desvió la mirada y, mientras alzaba la mano para limpiar discretamente con el dorso de ésta los restos del labial y saliva que había sobre su boca, resopló hacia un lado sin poder creer lo que acababa de ocurrir, o mejor dicho, lo que él había permitido que ocurriera. Su frente se arrugó en señal de preocupación. ¡Maldita sea! ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿A qué estaba jugando? ¿Dónde había quedado su autocontrol? Su molestia supo superar su repentino deseo y se aferró a ella como un naufrago a la orilla.
—Esperaré afuera —pronunció secamente antes de salir por la puerta hacia el pasillo, tan rápidamente que no le dio tiempo de decir nada.
Se quedó de pie, detrás la puerta de la habitación y poco a poco se fue recuperando. Cuando su sangre se estabilizó, Johan lucía tan pacífico como siempre, como si nada hubiera pasado ahí dentro o fuera mínimo lo que provocó en él. Sin embargo, era una mentira.
Mentira si decía que su olor y el sabor de sus labios no le habían parecido agradables. Mentira si aseguraba haberse sentido indiferente a su tacto. Mentira, mil veces mentira si se atrevía a negar que aquel beso le había disgustado.
Johan Zalachenko- Humano Clase Media
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Re: Fragile | Privado
Lo había arruinado todo, lo sabía, lo había arruinado todo desde el momento en que se levantó de la cama y corrió a sus brazos para besarlo. Lo había arruinado todo y no sabía si algún día podría solucionarlo. Tan pronto como ella sintió que la unión de sus labios no era más un gesto incómodo y unilateral, él se separó y la miró con una mezcla de sorpresa y confusión. Lucienne estaba segura de haber visto algunas otras emociones también cruzar su rostro, pero no le dio tiempo a pensarlo en más detalle antes de dejarla sola. Simplemente se limpió de la boca todo rastro de ella y salió arrancando como si hubiese sido el diablo quien lo besó. ¿Tanto asco le daba que lo tocara? ¿Tanta repulsión sentía que ni siquiera era capaz de mantenerse en la misma habitación? Si antes creyó que estar muerta significaba entrar a un estado de paz, ahora estaba segura que su corazón ya no latía y que toda la calma que pensaba encontrar estaba lejos de su dolorosa realidad actual.
Algo tenía que hacer.
No, no era algo como lo que había hecho antes, la idea de quitarse la vida se había ido por ahora. Lucienne pretendía aferrarse al conocimiento de que al menos, aunque fuera por conservar su trabajo, a él le importaba que ella se mantuviera con vida. Y pese a que aquella idea no le daba toda la esperanza que necesitaba, le ayudaba bastante a no dejar caer los brazos y a comenzar a pensar que tal vez lo que acababa de hacer no había tenido un efecto inmediato pero que a largo plazo podría significar algo. Lo esperaba. De todo corazón. O podría decir de todo corazón si le quedara algo dentro del pecho. Lucienne se sentó al borde de la cama y reprimió las lágrimas. Tenía que pensar en otra cosa o él volvería a buscarla y la encontraría con los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas por haber estado llorando por él. Quizás la mejor idea era hacer como si nada de eso le importara, no tocar el tema y olvidarse del arrebato que sólo la había hecho retroceder aún más. La distancia entre ellos de seguro había aumentado muchísimo más. Estúpida Lucienne. Estúpida, estúpida Lucienne.
Caminó hasta la puerta y respiró profundo, contó hasta 10, hasta 100, incluso comenzó a repasar en su memoria los nombres de una larga lista de plantas que había aprendido en su última tarde estudio. Estaba calmada pero aún un poco pálida. Por un lado la gente podría asimilar su falta de color al encierro al que estaba normalmente sometida y por otro lado, por el lado más importante, Johan sabría la verdad sobre lo sucedido y eso no le permitiría recuperar el tono hasta al menos que pudieran hablar sobre el tema. Sobre los dos temas. ¿Por qué se le había ocurrido besarlo? Lo había arruinado todo. —Estoy lista… —dijo al abrir la puerta y esbozar una sonrisa más falsa que Johan diciendo que no la odiaba. Lucianne sabía que ese hombre apenas podía soportarla, lo había captado mirándola con disgusto antes, no era sólo lo sucedido hoy lo que la inspiraba a pensar en que él podría albergar ese tipo de sentimientos hacia ella, eran muchas cosas acumuladas. —Pensé que hace bastante no visito el jardín botánico… me gustaría ir ahora si es que está disponible el carruaje, aún es temprano y si se hace de noche no habrá problemas ya que estaré con usted. —
La muchacha se quedó de pie frente a él en el pasillo. Estaba claro por qué lo había besado, estaba claro por qué no había pensado al hacerlo, sólo era cosa de mirarlo y todas las dudas se disipaban. En la parte baja del estómago de Lucienne comenzó a despertar el nido de aves que siempre pareció dormido, el cosquilleo se extendía cada vez más a medida que observaba los detalles perfectos de su rostro. ¡Incluso las marcas de tinta en su piel le gustaban! Las alas de los pájaros en su interior se abrían extensas como si quisieran alzar el vuelo llevándola consigo, tenía miedo de separar los pies del suelo y que eso fuera lo que tantos describen cuando hablan del amor. Sentirse flotando como si ese sentimiento fuera lo que te moviera. —Mi padre no volverá en varios días por lo que no será necesario avisarle de esta salida, sólo le diré a alguien donde estaremos por si nos necesitan con urgencia… —la voz de la mujer sonaba más suave, menos infantil, menos como niña caprichosa. Lucienne seguía pensando mientras hablaba, seguía recordando sus labios increíblemente suaves y cálidos, seguía pensando que aquel beso, el primer beso de toda su vida, sería para siempre el mejor.
Qué mala decisión la de enamorarse de quien no se debe.
Algo tenía que hacer.
No, no era algo como lo que había hecho antes, la idea de quitarse la vida se había ido por ahora. Lucienne pretendía aferrarse al conocimiento de que al menos, aunque fuera por conservar su trabajo, a él le importaba que ella se mantuviera con vida. Y pese a que aquella idea no le daba toda la esperanza que necesitaba, le ayudaba bastante a no dejar caer los brazos y a comenzar a pensar que tal vez lo que acababa de hacer no había tenido un efecto inmediato pero que a largo plazo podría significar algo. Lo esperaba. De todo corazón. O podría decir de todo corazón si le quedara algo dentro del pecho. Lucienne se sentó al borde de la cama y reprimió las lágrimas. Tenía que pensar en otra cosa o él volvería a buscarla y la encontraría con los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas por haber estado llorando por él. Quizás la mejor idea era hacer como si nada de eso le importara, no tocar el tema y olvidarse del arrebato que sólo la había hecho retroceder aún más. La distancia entre ellos de seguro había aumentado muchísimo más. Estúpida Lucienne. Estúpida, estúpida Lucienne.
Caminó hasta la puerta y respiró profundo, contó hasta 10, hasta 100, incluso comenzó a repasar en su memoria los nombres de una larga lista de plantas que había aprendido en su última tarde estudio. Estaba calmada pero aún un poco pálida. Por un lado la gente podría asimilar su falta de color al encierro al que estaba normalmente sometida y por otro lado, por el lado más importante, Johan sabría la verdad sobre lo sucedido y eso no le permitiría recuperar el tono hasta al menos que pudieran hablar sobre el tema. Sobre los dos temas. ¿Por qué se le había ocurrido besarlo? Lo había arruinado todo. —Estoy lista… —dijo al abrir la puerta y esbozar una sonrisa más falsa que Johan diciendo que no la odiaba. Lucianne sabía que ese hombre apenas podía soportarla, lo había captado mirándola con disgusto antes, no era sólo lo sucedido hoy lo que la inspiraba a pensar en que él podría albergar ese tipo de sentimientos hacia ella, eran muchas cosas acumuladas. —Pensé que hace bastante no visito el jardín botánico… me gustaría ir ahora si es que está disponible el carruaje, aún es temprano y si se hace de noche no habrá problemas ya que estaré con usted. —
La muchacha se quedó de pie frente a él en el pasillo. Estaba claro por qué lo había besado, estaba claro por qué no había pensado al hacerlo, sólo era cosa de mirarlo y todas las dudas se disipaban. En la parte baja del estómago de Lucienne comenzó a despertar el nido de aves que siempre pareció dormido, el cosquilleo se extendía cada vez más a medida que observaba los detalles perfectos de su rostro. ¡Incluso las marcas de tinta en su piel le gustaban! Las alas de los pájaros en su interior se abrían extensas como si quisieran alzar el vuelo llevándola consigo, tenía miedo de separar los pies del suelo y que eso fuera lo que tantos describen cuando hablan del amor. Sentirse flotando como si ese sentimiento fuera lo que te moviera. —Mi padre no volverá en varios días por lo que no será necesario avisarle de esta salida, sólo le diré a alguien donde estaremos por si nos necesitan con urgencia… —la voz de la mujer sonaba más suave, menos infantil, menos como niña caprichosa. Lucienne seguía pensando mientras hablaba, seguía recordando sus labios increíblemente suaves y cálidos, seguía pensando que aquel beso, el primer beso de toda su vida, sería para siempre el mejor.
Qué mala decisión la de enamorarse de quien no se debe.
Lucienne de Jussieu- Humano Clase Alta
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