AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Reminiscencias †Privado†
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Reminiscencias †Privado†
Esa noche desperté un poco más tarde de lo habitual y aunque estuve consciente tan pronto abrí los ojos, sentía cierto adormecimiento en el cuerpo, como un sopor que no se apartaba de mi cuerpo. Permanecí recostado, pensando en el sueño que tuve, o más bien, en la pesadilla. Fue una de esas, larga y retorcida, pero tan nítida como si estuviera sucediendo enfrente de mí y yo me encontrara despierto en un macabro escenario Mefistofélico. Hacía el final y al fondo de aquel camino de llagas sangrientas, se encontraba de pie, invitándome a ir hacía él, el único vampiro que he conocido hasta ahora. Lestat permanecía impasible, con esa sonrisa esquiva de responsabilidades pero atrayente.
Reflexioné mucho tiempo sobre esa última escena; la presencia de Lestat en mi subconsciente me torturaba, por qué yo sabía que de una forma u otra, me arrepentía de haberme ido de su lado, pero no contaba con la fuerza necesaria para volver a verlo. Mi situación no iba a cambiar, sin importar a donde fuera yo y era injusto que su presencia me amenazara en sueños cuando me había aferrado a toda la ira y el odio que sentía por él esa noche para poder alejarme.
Al final, aquella pesadilla en rojo, solo me dejó claro lo que yo comprendí hace tantas noches. Al marcharme mi determinación era grande, pero también lo era el miedo. Salí en busca de otros como yo, pero sentía pánico de encontrarlos. ¡Notarán tu presencia tan pronto te acerques; te verán, se darán cuenta de lo imperfecto que eres y te destruirán! No podía borrar de mi memoria su voz, ni sus palabras.
Corrí el pestillo de seguridad de mi ataúd y salí. Ahora dormía en un pequeño ático escondido en el techo del angosto cuarto de dos habitaciones que había comprado al llegar a París, teniéndolo como un almacén de libros. Le temía a las salas amplias con muchas ventanas por donde el sol podría colarse fácilmente. El pequeño ático donde pasaba el día no contaba con ventana alguna y era tan bajo y angosto que solo meter el ataúd allí me había tomado algo de esfuerzo. No podía ponerme de pie así que me deslizaba, abría la trampilla que daba al cuarto almacén y descendía de un salto. Aparentemente deshabitado, el cuarto con su respectivo baño, me servían de un escondite perfecto. Salía y entraba por la ventana, recordando mis tiempos cuando pasaba por los tejados.
París estaba ligeramente frío esa noche; la gente que pasaba junto a mí se encontraba abrigada al igual que yo. Pero no impidió que el teatro se llenara. Era la cuarta vez que iba a ver una función y está vez me perdí en el delirio romántico de La Vestale. Los amantes que lo arriesgan todo uno por otro entibiaron un poco mis propia desesperación pero también me recordaron la pasión y el deseo que siento por la sangre humana. No obstante, permanecí sentado hasta que la obra finalizó. Los aplausos se detuvieron y la gente comenzó a charlar mientras se dirigían a la salida. Escuche el océano de voces directo en los oídos y espere hasta que disminuyeron un poco y entonces salí. Mi cuerpo era demasiado frío para permitir que un humano me rozara sin sospechar.
Afuera, el aire se había hecho más intenso. Arremolinaba los bucles de las damas y amenazaba los sombreros de los caballeros, no así el mío, que perfectamente calado, parecía estar pegado a mi cabeza. Poco a poco me fui alejando de la calle principal, del bullicio causando por las personas que se quedaba allí afuera comentando la obra, de las luces brillantes del teatro que, impasible, esperará por la siguiente obra. A menudo me sucedía que cuando caminaba por la ciudad no solía llevar un rumbo fijo, sino solo el andar por el simple hecho de recorrer distancias, hasta que me topaba de frente con ese momento en el que uno ya no puede resistirse más y cae en la seducción de la sed. Y la noche avanzó como siempre, en ese ínterin detenido en el tiempo, mi propia rutina entre los campos de mi infierno personal.
Nada apuntaba a que la noche fuese diferente y por un rato aquello se cumplió. Empero, de pronto me detuve; y fue una reacción prácticamente involuntaria que, pese a que no provenía del peligro, me dejó sin la capacidad de moverme; asfixiaba. Entonces recordé aquella desazón, aquel espasmo de realidad y destrucción del yo; fue algo que hacía años que no sentía, pero si bien, ya la sentí una vez. Me relajé y la tensión que me forzaba fue desapareciendo, pero no así la sensación.
Reflexioné mucho tiempo sobre esa última escena; la presencia de Lestat en mi subconsciente me torturaba, por qué yo sabía que de una forma u otra, me arrepentía de haberme ido de su lado, pero no contaba con la fuerza necesaria para volver a verlo. Mi situación no iba a cambiar, sin importar a donde fuera yo y era injusto que su presencia me amenazara en sueños cuando me había aferrado a toda la ira y el odio que sentía por él esa noche para poder alejarme.
Al final, aquella pesadilla en rojo, solo me dejó claro lo que yo comprendí hace tantas noches. Al marcharme mi determinación era grande, pero también lo era el miedo. Salí en busca de otros como yo, pero sentía pánico de encontrarlos. ¡Notarán tu presencia tan pronto te acerques; te verán, se darán cuenta de lo imperfecto que eres y te destruirán! No podía borrar de mi memoria su voz, ni sus palabras.
Corrí el pestillo de seguridad de mi ataúd y salí. Ahora dormía en un pequeño ático escondido en el techo del angosto cuarto de dos habitaciones que había comprado al llegar a París, teniéndolo como un almacén de libros. Le temía a las salas amplias con muchas ventanas por donde el sol podría colarse fácilmente. El pequeño ático donde pasaba el día no contaba con ventana alguna y era tan bajo y angosto que solo meter el ataúd allí me había tomado algo de esfuerzo. No podía ponerme de pie así que me deslizaba, abría la trampilla que daba al cuarto almacén y descendía de un salto. Aparentemente deshabitado, el cuarto con su respectivo baño, me servían de un escondite perfecto. Salía y entraba por la ventana, recordando mis tiempos cuando pasaba por los tejados.
París estaba ligeramente frío esa noche; la gente que pasaba junto a mí se encontraba abrigada al igual que yo. Pero no impidió que el teatro se llenara. Era la cuarta vez que iba a ver una función y está vez me perdí en el delirio romántico de La Vestale. Los amantes que lo arriesgan todo uno por otro entibiaron un poco mis propia desesperación pero también me recordaron la pasión y el deseo que siento por la sangre humana. No obstante, permanecí sentado hasta que la obra finalizó. Los aplausos se detuvieron y la gente comenzó a charlar mientras se dirigían a la salida. Escuche el océano de voces directo en los oídos y espere hasta que disminuyeron un poco y entonces salí. Mi cuerpo era demasiado frío para permitir que un humano me rozara sin sospechar.
Afuera, el aire se había hecho más intenso. Arremolinaba los bucles de las damas y amenazaba los sombreros de los caballeros, no así el mío, que perfectamente calado, parecía estar pegado a mi cabeza. Poco a poco me fui alejando de la calle principal, del bullicio causando por las personas que se quedaba allí afuera comentando la obra, de las luces brillantes del teatro que, impasible, esperará por la siguiente obra. A menudo me sucedía que cuando caminaba por la ciudad no solía llevar un rumbo fijo, sino solo el andar por el simple hecho de recorrer distancias, hasta que me topaba de frente con ese momento en el que uno ya no puede resistirse más y cae en la seducción de la sed. Y la noche avanzó como siempre, en ese ínterin detenido en el tiempo, mi propia rutina entre los campos de mi infierno personal.
Nada apuntaba a que la noche fuese diferente y por un rato aquello se cumplió. Empero, de pronto me detuve; y fue una reacción prácticamente involuntaria que, pese a que no provenía del peligro, me dejó sin la capacidad de moverme; asfixiaba. Entonces recordé aquella desazón, aquel espasmo de realidad y destrucción del yo; fue algo que hacía años que no sentía, pero si bien, ya la sentí una vez. Me relajé y la tensión que me forzaba fue desapareciendo, pero no así la sensación.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 141
Fecha de inscripción : 13/05/2014
Localización : No hay lugar a donde ir
Re: Reminiscencias †Privado†
El mundo que me rodeaba se había convertido en mi amante y maestro. En todos los lugares que visitaba me introducía en el centro de la sociedad, me impregnaba de sus entretenimientos y chismorreos, de su literatura y de su música, de su arquitectura y de todo su arte. A menudo frecuentaba la taberna, pedía a veces, por el mero hecho de tenerlo delante, algún plato de comida que nunca tocaba o un vaso de vino que jamás bebía. En este lugar, converse casi gran parte de la noche sin cesar con los mortales. Uno de los hombres que fumaba con gusto un habano me comentó que trascurrida las horas, planeaba ir al burdel para, según él, cerrar la noche con broche de oro. Este hombre era Thomas Dumollard, responsable de un número indeterminado de muertes. Él atraía mujeres jóvenes a su casa con falsas promesas de un buen empleo. Desarrolló un método de ejecución que no dejaba marcas. Y luego, motivado por el interés económico, vendía los cuerpos a la Escuela de Medicina.
Trascurrida la noche, Dumollard salió de la taberna dirigiendo sus pasos hacia el burdel. Lo seguí, como suelo hacer con aquellas victimas que por meses vigilo hasta que en mis brazos encuentran su muerte.
Deje que mi cuerpo y mis pasos hallarán su peso humano mientras merodeaba por el bulevar, pasé frente al recinto, el olor a sangre era intenso con tanta gente reunida en un mismo lugar. Atravesé la calle donde esperaba encontrar a Gabrielle, a mi hermosa marquesa que finalmente se encontraba conmigo en París. Su presencia hace unas noches en mi alcoba del hotel fue una maravillosa sorpresa que el destino tenía preparada para mí. Sobre la cama, había dejado una nota para ella de los lugares donde podía encontrarme. Llevaba meses tras los pasos de este hombre, estaba ansioso, sediento y esta noche deseaba beber hasta la última gota de su sangre.
Al no sentir la presencia de Gabrielle, me disponía entrar al local, abrir las puertas y atravesar el salón principal cuando mi conciencia me obligo a percibir la existencia de otra criatura allí cerca. Camine, alejándome de mi victima hasta ver su silueta que era sutilmente iluminada por la luz de los faroles. Sus movimientos eran casi como los de un humano, pero no había ni rastro de olor a mortal en él. Sus pensamientos, como los de Gabrielle, eran absolutamente impenetrables, su mente estaba cerrada para mí. No era un vampiro poderoso, ni mucho menos era uno de los antiguos, estaba seguro, aquel vampiro que se aproximaba había sido creado por mí.
Me quede inmóvil y oculto en las sombras, me sentía como un cobarde, como un sucio ladrón ocultándome como si hubiese cometido el más horrendo crimen.
Decidí que en la mente de quienes pasaban junto a él podía contemplar su rostro. Finalmente lo vi; La figura alta y delgada de cabello negro y ojos verdes. Su aspecto seguía siendo el más parecido al de un mortal de entre todos los de nuestra raza que recordara. Era él. Aquel con quien compartí años oscuros y románticos, mi compañero, como no lo había sido ningún otro inmortal.
Louis – pensé, porque no me atrevía a pronunciar su nombre en voz alta. Por un momento sentí que no podría soportar aquello. Esos ojos verdes, otra vez. El corazón me latía aceleradamente. Estaba temblando, me di cuenta de ello y cerré los ojos un instante buscando de alguna forma recobrar la serenidad, pero no sirvió de nada. La excitación crecía dentro de mí, incontenible.
Trascurrida la noche, Dumollard salió de la taberna dirigiendo sus pasos hacia el burdel. Lo seguí, como suelo hacer con aquellas victimas que por meses vigilo hasta que en mis brazos encuentran su muerte.
Deje que mi cuerpo y mis pasos hallarán su peso humano mientras merodeaba por el bulevar, pasé frente al recinto, el olor a sangre era intenso con tanta gente reunida en un mismo lugar. Atravesé la calle donde esperaba encontrar a Gabrielle, a mi hermosa marquesa que finalmente se encontraba conmigo en París. Su presencia hace unas noches en mi alcoba del hotel fue una maravillosa sorpresa que el destino tenía preparada para mí. Sobre la cama, había dejado una nota para ella de los lugares donde podía encontrarme. Llevaba meses tras los pasos de este hombre, estaba ansioso, sediento y esta noche deseaba beber hasta la última gota de su sangre.
Al no sentir la presencia de Gabrielle, me disponía entrar al local, abrir las puertas y atravesar el salón principal cuando mi conciencia me obligo a percibir la existencia de otra criatura allí cerca. Camine, alejándome de mi victima hasta ver su silueta que era sutilmente iluminada por la luz de los faroles. Sus movimientos eran casi como los de un humano, pero no había ni rastro de olor a mortal en él. Sus pensamientos, como los de Gabrielle, eran absolutamente impenetrables, su mente estaba cerrada para mí. No era un vampiro poderoso, ni mucho menos era uno de los antiguos, estaba seguro, aquel vampiro que se aproximaba había sido creado por mí.
Me quede inmóvil y oculto en las sombras, me sentía como un cobarde, como un sucio ladrón ocultándome como si hubiese cometido el más horrendo crimen.
Decidí que en la mente de quienes pasaban junto a él podía contemplar su rostro. Finalmente lo vi; La figura alta y delgada de cabello negro y ojos verdes. Su aspecto seguía siendo el más parecido al de un mortal de entre todos los de nuestra raza que recordara. Era él. Aquel con quien compartí años oscuros y románticos, mi compañero, como no lo había sido ningún otro inmortal.
Louis – pensé, porque no me atrevía a pronunciar su nombre en voz alta. Por un momento sentí que no podría soportar aquello. Esos ojos verdes, otra vez. El corazón me latía aceleradamente. Estaba temblando, me di cuenta de ello y cerré los ojos un instante buscando de alguna forma recobrar la serenidad, pero no sirvió de nada. La excitación crecía dentro de mí, incontenible.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 1128
Fecha de inscripción : 09/01/2011
Edad : 264
Localización : París, Francia
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Re: Reminiscencias †Privado†
El viento penetró con ligereza las cortinas de la habitación, haciendo que las finas telas se elevaran momentáneamente y que las pequeñas flamas que iluminaban vagamente la habitación tintinearan, jugueteando con las sombras que se proyectaban en las paredes, así como el sutil aullido del mismo llegó a los oídos de la italiana. Su ceño se frunció al momento en el que el siniestro sonido interrumpiera la comodidad del sueño y un leve quejido se produjo en su garganta, exigiendo que aquello se detuviera, mas no hubo respuesta alguna ni mucho menos el aullido del viento se detuvo. Los ojos de la rubia vampiresa se abrieron apenas el somnolencia le abandonó y se mantuvieron contemplando en el espacio vacío que su hijo había dejado en el ataúd donde ambos dormitaron durante el día. Sus párpados se deslizaron nuevamente hacia abajo, para que así fuese capaz de entregarse unos minutos más al sueño, sin embargo su cuerpo comenzó a exigirle alimento, de manera que, impulsándose con sus brazos, se incorporó para quedar sentada sobre el dorso del muslo. Acomodó su espesa melena con un simple movimiento de mano, removiendo los mechones que habían quedado sobre su rostro, buscando con la mirada a Lestat. Él ya no estaba ahí, por supuesto; era costumbre suya levantarse al menos una hora antes que ella y de momento, el único rastro que había de él en aquella habitación era el espacio vacío junto a Gabrielle y una pequeña nota suya sobre la cama.
Recordaba vagamente la conversación que había tenido con su hijo la noche anterior, antes de entregarse al sueño diurno, en la que acordaron pasar la siguiente noche juntos, planeando asimismo sus posibles actividades embargados por la felicidad de volver a verse, sin embargo la italiana no recordaba con exactitud la infinidad de lugares que Lestat acostumbraba a visitar, de modo que una sonrisa adornó sus finos labios al leer el contenido de la nota. Pero aquella diosa de rubios cabellos tenía sed, y le era imperativo saciarse antes de acudir a su encuentro con su hijo. Entonces abandonó la habitación sin más preámbulos, escabulléndose entre los bien iluminados pasillos del hotel sin razón aparente, escuchando todo lo que sucedía dentro de las recámaras de la fonda sin que ello fuese su intención y en cuanto abandonó el edificio, dejó que el viento envolviera su cuerpo y jugueteara un poco con su cabello, el cual apartó de inmediato con cierto fastidio.
Las calles parisenses estaban tranquilas durante aquella noche, para fortuna suya. Rara vez veía caminando a alguien, así fuese un anciano solitario o una pareja con indumentaria ostentosa, aunque aquella tranquilidad no duró más que un par de efímeros minutos. En consecuencia comenzó a caminar en dirección opuesta al sitio en donde se encontraría a Lestat, únicamente a fin de alejarse de la muchedumbre y encontrar alguna víctima que fuese digna de su beso mortal, y la encontró. Se trataba de un joven que se dedicaba a pasear sobre la acera pobremente iluminada por farolas, mirando despistadamente hacia el suelo, siguiendo con los ojos la proyección de su sombra sobre los adoquines y meditando quizás en las vanas cuestiones de la vida, así como en las incontables injusticias que había en ellas. Su muerte sería por seguro una injusticia más, pero a Gabrielle no le importaba, ella miraba al muchacho como el individuo que estaba por cumplir su única función en la vida. Y aprovechando que ese suculento muchacho estaba inmerso en sus pensamientos, se aproximó con paso acelerado, permitiendo que la última mirada curiosa se alejara, para finalmente atrapar al joven entre sus brazos y consumir tanta sangre como le fuese posible.
No tenía la intención de continuar alargando la espera de su hijo, pues imaginaba que éste se encontraba ya en el sitio acordado, preguntándose dónde estaría la bella marquesa. Entonces, liberando al moribundo de su agarre, escaló la pared más cercana, de modo que el desplazarse por los techos le ayudara a llegar más rápido a su destino. Encontrar la cabellera rubia de Lestat no le resultó difícil en lo absoluto, aun estando en las sombras, pero había algo extraño en él. El vampiro se hallaba en un estado de estupefacción y sorpresa, temblando sutilmente con la mirada fija en un sitio que Gabrielle fue incapaz de determinar, obligándola a bajarse rápidamente para llegar a su lado y descubrir que se trataba. – ¿Quién ese hombre? – Inquirió tras buscar en la mente de los mortales algo, cualquier silueta que resultara lo suficientemente llamativa como para atraer la atención de su hijo.
Recordaba vagamente la conversación que había tenido con su hijo la noche anterior, antes de entregarse al sueño diurno, en la que acordaron pasar la siguiente noche juntos, planeando asimismo sus posibles actividades embargados por la felicidad de volver a verse, sin embargo la italiana no recordaba con exactitud la infinidad de lugares que Lestat acostumbraba a visitar, de modo que una sonrisa adornó sus finos labios al leer el contenido de la nota. Pero aquella diosa de rubios cabellos tenía sed, y le era imperativo saciarse antes de acudir a su encuentro con su hijo. Entonces abandonó la habitación sin más preámbulos, escabulléndose entre los bien iluminados pasillos del hotel sin razón aparente, escuchando todo lo que sucedía dentro de las recámaras de la fonda sin que ello fuese su intención y en cuanto abandonó el edificio, dejó que el viento envolviera su cuerpo y jugueteara un poco con su cabello, el cual apartó de inmediato con cierto fastidio.
Las calles parisenses estaban tranquilas durante aquella noche, para fortuna suya. Rara vez veía caminando a alguien, así fuese un anciano solitario o una pareja con indumentaria ostentosa, aunque aquella tranquilidad no duró más que un par de efímeros minutos. En consecuencia comenzó a caminar en dirección opuesta al sitio en donde se encontraría a Lestat, únicamente a fin de alejarse de la muchedumbre y encontrar alguna víctima que fuese digna de su beso mortal, y la encontró. Se trataba de un joven que se dedicaba a pasear sobre la acera pobremente iluminada por farolas, mirando despistadamente hacia el suelo, siguiendo con los ojos la proyección de su sombra sobre los adoquines y meditando quizás en las vanas cuestiones de la vida, así como en las incontables injusticias que había en ellas. Su muerte sería por seguro una injusticia más, pero a Gabrielle no le importaba, ella miraba al muchacho como el individuo que estaba por cumplir su única función en la vida. Y aprovechando que ese suculento muchacho estaba inmerso en sus pensamientos, se aproximó con paso acelerado, permitiendo que la última mirada curiosa se alejara, para finalmente atrapar al joven entre sus brazos y consumir tanta sangre como le fuese posible.
No tenía la intención de continuar alargando la espera de su hijo, pues imaginaba que éste se encontraba ya en el sitio acordado, preguntándose dónde estaría la bella marquesa. Entonces, liberando al moribundo de su agarre, escaló la pared más cercana, de modo que el desplazarse por los techos le ayudara a llegar más rápido a su destino. Encontrar la cabellera rubia de Lestat no le resultó difícil en lo absoluto, aun estando en las sombras, pero había algo extraño en él. El vampiro se hallaba en un estado de estupefacción y sorpresa, temblando sutilmente con la mirada fija en un sitio que Gabrielle fue incapaz de determinar, obligándola a bajarse rápidamente para llegar a su lado y descubrir que se trataba. – ¿Quién ese hombre? – Inquirió tras buscar en la mente de los mortales algo, cualquier silueta que resultara lo suficientemente llamativa como para atraer la atención de su hijo.
Gabrielle De Lioncourt2- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 81
Fecha de inscripción : 10/05/2014
Re: Reminiscencias †Privado†
Destino. Esa palabra que continuamente se me repetía en actos, en noches largas de pensamientos tortuosos y en el continuo recordatorio del círculo enfermizo en que mi vida se había convertido. Odiaba al destino desde que me hubiera fallado hacía años atrás en el momento en que más grite por su ayuda. El destino me maldijo, me robó mis esperanzas y anhelos al llevarse la vida de mi hermano prematuramente y después burlarse de mí, rechazando mi desesperada petición por seguirle. Castigando mi cobardía me mandó a un demonio en lugar de la Muerte. Y mi demonio personal venía arrastrando consigo una considerable cantidad de lecciones que yo no me mostré dispuesto a seguir. Su camino era diferente al mío y cuando me veía encausado como a él le parecía, de nuevo la renuencia y la negación se apoderaban de mí y me atormentaban no dejándome otra salida más que huir, rechazándole.
Mi prematuro escape de su lado no hizo que las cosas resultaran a mi favor. Huyendo estúpidamente, destruido al no haber salida para mí después de aquella escena furiosa entre ambos, recorrí una senda libre de sus garras sin comprender que no había forma de alejarme de aquello de lo que en verdad deseaba apartarme. Lo que vi, lo que me sucedió a mi después de esa marcha tortuosa es algo que a nadie he dicho todavía. Antes de llegar a Paris pase casi un año viajando, buscando pistas, buscando alguna respuesta. Visite templos, iglesias, mausoleos, y hable con tantos padres, sacerdotes, servidores de Dios en general, que me es imposible recordar sus nombres. Durante meses, en otro de mis actos estúpidos por mucho que me guste mirarlos, cargue en mi cuello crucifijos y rosarios, sin llegar a rezar nunca. Las cruces se desprendían de su erecta forma bajo mis ataques de ira, desenfrenados, siempre violentos, para enseguida, creyendo que no habría blasfemia más grande que esta, caer en un arrepentimiento que a veces me dejaba días en estado ausente.
Y poco después de mi último arrebato, decidí apartarme de las tierras frías en las que me encontraba y hacer un viaje a un lugar que no dejaba de invocarme por donde yo fuera. Calle, salón y teatro por el cual pasara, vidriera que mirara allí estaba Paris, la ciudad en plena revolución. Mi tierra natal. La tierra natal de Lestat, mi demonio personal. De nuevo mi destino odiado parecía complacido de ignorar mis deseos y yo, contra todo pronóstico, pasando en alto la probabilidad de verlo allí, me encamine a la ciudad que tanto parecía desearme en sus calles. En cuanto puse un pie en esta, las cosas parecieron tomar un giro diferente, me sentí a gusto al llegar, y lo he estado durante los últimos tres años, incluso mis tormentos y dudas, los fracasos en mi búsqueda de otros como yo y la nula posibilidad de encontrarle un significado real a mi existencia, todo parece menguar aquí. Pero entre todas las noches apacibles, esperaba ya una como está, en la que uno siente que no debe dejar el lecho bajo ninguna circunstancia, pero el detalle del aviso pasa desapercibido y se vuelve sin importancia hasta que sucede.
Y la sensación seguía allí, molestándome ligeramente, como si vinera de afuera y pudiera penetrar la tela de mi abrigo, mi levita y el pañuelo en mi cuello. Me moví hacía delante, evitando que un señor me rozara al pasar demasiado cerca de mí pero sin modificar mi dirección. Aquel conocimiento empírico parecía haber borrado mis ansias por sangre y al seguir caminando la sensación solo se volvió más y más intensa. Y me di cuenta que yo deseaba saber que era lo que me hacía sentir así; pudiera ser que el destino ahora fuera más amable conmigo y me diera una oportunidad. La luz se desvaneció a mis espaldas y me interné en la oscuridad, sintiéndome, por una vez, parte de ella. Pero yo no veía nada dentro de la oscuridad. Pose mi mano derecha en la pared lisa de piedra y escudriñe las sombras con detenimiento. Y a lo lejos, algo pareció devolverme la mirada.
- ¡¿Quién está allí?! – Mi sorpresa fue tan grande que alcé la voz un poco más de lo debido. Lo que fuera que estuviera a lo lejos, me miraba fijamente, a mí, pero no podría decir si eran unos ojos fieros o nerviosos, cautos o asustados. Luego, casi al instante, descubrí más movimiento. No estaba solo. Con un golpe de estupefacción pensé en vampiros. ¡Vampiros a los que llevaba buscando con desespero pero a los que nunca encontraba! Sí mis suposiciones eran acertadas, este descubrimiento, sería la sorpresa culminante de mi noche.
Mi prematuro escape de su lado no hizo que las cosas resultaran a mi favor. Huyendo estúpidamente, destruido al no haber salida para mí después de aquella escena furiosa entre ambos, recorrí una senda libre de sus garras sin comprender que no había forma de alejarme de aquello de lo que en verdad deseaba apartarme. Lo que vi, lo que me sucedió a mi después de esa marcha tortuosa es algo que a nadie he dicho todavía. Antes de llegar a Paris pase casi un año viajando, buscando pistas, buscando alguna respuesta. Visite templos, iglesias, mausoleos, y hable con tantos padres, sacerdotes, servidores de Dios en general, que me es imposible recordar sus nombres. Durante meses, en otro de mis actos estúpidos por mucho que me guste mirarlos, cargue en mi cuello crucifijos y rosarios, sin llegar a rezar nunca. Las cruces se desprendían de su erecta forma bajo mis ataques de ira, desenfrenados, siempre violentos, para enseguida, creyendo que no habría blasfemia más grande que esta, caer en un arrepentimiento que a veces me dejaba días en estado ausente.
Y poco después de mi último arrebato, decidí apartarme de las tierras frías en las que me encontraba y hacer un viaje a un lugar que no dejaba de invocarme por donde yo fuera. Calle, salón y teatro por el cual pasara, vidriera que mirara allí estaba Paris, la ciudad en plena revolución. Mi tierra natal. La tierra natal de Lestat, mi demonio personal. De nuevo mi destino odiado parecía complacido de ignorar mis deseos y yo, contra todo pronóstico, pasando en alto la probabilidad de verlo allí, me encamine a la ciudad que tanto parecía desearme en sus calles. En cuanto puse un pie en esta, las cosas parecieron tomar un giro diferente, me sentí a gusto al llegar, y lo he estado durante los últimos tres años, incluso mis tormentos y dudas, los fracasos en mi búsqueda de otros como yo y la nula posibilidad de encontrarle un significado real a mi existencia, todo parece menguar aquí. Pero entre todas las noches apacibles, esperaba ya una como está, en la que uno siente que no debe dejar el lecho bajo ninguna circunstancia, pero el detalle del aviso pasa desapercibido y se vuelve sin importancia hasta que sucede.
Y la sensación seguía allí, molestándome ligeramente, como si vinera de afuera y pudiera penetrar la tela de mi abrigo, mi levita y el pañuelo en mi cuello. Me moví hacía delante, evitando que un señor me rozara al pasar demasiado cerca de mí pero sin modificar mi dirección. Aquel conocimiento empírico parecía haber borrado mis ansias por sangre y al seguir caminando la sensación solo se volvió más y más intensa. Y me di cuenta que yo deseaba saber que era lo que me hacía sentir así; pudiera ser que el destino ahora fuera más amable conmigo y me diera una oportunidad. La luz se desvaneció a mis espaldas y me interné en la oscuridad, sintiéndome, por una vez, parte de ella. Pero yo no veía nada dentro de la oscuridad. Pose mi mano derecha en la pared lisa de piedra y escudriñe las sombras con detenimiento. Y a lo lejos, algo pareció devolverme la mirada.
- ¡¿Quién está allí?! – Mi sorpresa fue tan grande que alcé la voz un poco más de lo debido. Lo que fuera que estuviera a lo lejos, me miraba fijamente, a mí, pero no podría decir si eran unos ojos fieros o nerviosos, cautos o asustados. Luego, casi al instante, descubrí más movimiento. No estaba solo. Con un golpe de estupefacción pensé en vampiros. ¡Vampiros a los que llevaba buscando con desespero pero a los que nunca encontraba! Sí mis suposiciones eran acertadas, este descubrimiento, sería la sorpresa culminante de mi noche.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 141
Fecha de inscripción : 13/05/2014
Localización : No hay lugar a donde ir
Re: Reminiscencias †Privado†
Inesperadamente la expresión en el rostro de Louis cambio. Lo vi nervioso, preocupado más bien, como quien presiente que el día o el destino les despeará un trago amargo. Baje la guardia mientras lo contemplaba a tal punto que la voz de Gabrielle me sobresalto y me oculte nuevamente en el callejón arrastrándola conmigo. Sin embargo, Louis aún no descubría que era yo el causante de su angustia, el grito de alerta, exigiendo saber el nombre de quien se oculta en las sombras me demostró que estaba en lo correcto. Mi querido Louis parecía totalmente ajeno a aquel detalle.
Giré el rostro y ahora mi atención estaba en ella, Gabrielle a quien veía con cierto reproche pues se hacía un hábito el sorprenderme o aparecer junto a mí cuando menos lo esperaba. Le sonreí cuando pose dos dedos sobre sus cálidos y suaves labios carnosos. – Aquel vampiro, fue creado por mí. – susurré, pero ya contemplaba a Louis nuevamente preguntándome cómo actuará al verme.
Durante unos segundos permanecí inmóvil sosteniendo la desconcertada mirada de Louis, pero luego de un suspiro volví a reaccionar, sé muy bien que la situación pondrá impaciente a Gabrielle. No obstante, algo había estado molestándome desde el instante en que vi a Louis. ¿Dónde estaba Claudia? Miré a los alrededores y por un momento creí que aparecería de pie a mis espaldas y con su dulce voz pronunciaría mi nombre.
En fin, hasta ahora lo cierto era que si Louis se encontraba en París, Claudia también.
Sus ojos verdes recorrían con cautela las dos siluetas que se funden en la oscuridad, y yo al verle tan indefenso deseé abrazarlo, quería estrecharlo fuertemente contra mi cuerpo, acariciar su cabello, su rostro y de una vez cerciorarme que realmente estaba ahí. ¡Oh Lestat! ¡Qué sentimental eres! Sentí que todo cuanto hacía o decía, despertaba en mí la misma atracción magnética que años atrás. Mi Louis, mi filósofo, mi mártir. ¿Huiras al verme? Me pregunte y luego miré al ángel que llena mi corazón de claridad – Ma belle mère – Acune su rostro en la palma de mi mano. No fue necesario decir más porque en el instante en que nuestras miradas se cruzaron comprendió lo que deseaba; Solo un minuto. “Espera aquí, no deseo asustarlo” Fue lo que expresé con mis ojos llenos de confesiones venideras.
Y así, después de posar mi boca fría en sus tibios labios, dejando un beso tierno en ellos, eché a caminar lejos de la penumbra hacia la luz de las farolas que iluminaban levemente mi piel y los bordados de color dorado en mis ropas azul marino. Esa noche mí aspecto era incluso más sofisticado; Mi cabello está atado en una coleta y algunos mechones caen estratégicamente en mi frente que rozan mis cejas doradas. Mi boca esboza una sonrisa burlona casi perpetua mientras que la mirada de Louis se vuelve más terrible. Finalmente, halló lo que buscaba.
¡Oh su expresión! Era divina y trágica.
Contuve el aliento y apreté los puños, clave con fuerza las uñas en la palma de mi mano pues no quería correr hacia él o destrozar el momento. Solo pensaba en atraparlo entre mis brazos y consolarlo, pero que irónicos son aquellos deseos cuando yo era un maldito demonio y su mismísimo infierno. Verme, quizás era peor que cualquier tortura.
Es posible que me encuentre confundido – dije suavemente clavando mis ojos en los suyos, intentando indagar en su mirada – ¿Quién es el mártir aquí? ¿Tú o yo? – pregunté en un tono quedo, provocando que el dolor gobierne este corazón mío. Sin embargo, no duró demasiado, porque me bastaba verlo para sentir lo que muchos artistas sienten cuando terminan su mejor obra, igual que el escritor que termina su novela que ha querido escribir toda su vida o como aquellos hombres que al fin son observados por la mujer que tanto codician. Reviví los íntimos instantes y el calor del hogar, aquellos años donde lo vi por primera vez y tome la decisión de compartir con él mi sangre maldita. Esos recuerdos llegaron a mi mente tan claramente como si los años y mis secretos no hubieran deteriorado nuestra vida juntos.
Giré el rostro y ahora mi atención estaba en ella, Gabrielle a quien veía con cierto reproche pues se hacía un hábito el sorprenderme o aparecer junto a mí cuando menos lo esperaba. Le sonreí cuando pose dos dedos sobre sus cálidos y suaves labios carnosos. – Aquel vampiro, fue creado por mí. – susurré, pero ya contemplaba a Louis nuevamente preguntándome cómo actuará al verme.
Durante unos segundos permanecí inmóvil sosteniendo la desconcertada mirada de Louis, pero luego de un suspiro volví a reaccionar, sé muy bien que la situación pondrá impaciente a Gabrielle. No obstante, algo había estado molestándome desde el instante en que vi a Louis. ¿Dónde estaba Claudia? Miré a los alrededores y por un momento creí que aparecería de pie a mis espaldas y con su dulce voz pronunciaría mi nombre.
En fin, hasta ahora lo cierto era que si Louis se encontraba en París, Claudia también.
Sus ojos verdes recorrían con cautela las dos siluetas que se funden en la oscuridad, y yo al verle tan indefenso deseé abrazarlo, quería estrecharlo fuertemente contra mi cuerpo, acariciar su cabello, su rostro y de una vez cerciorarme que realmente estaba ahí. ¡Oh Lestat! ¡Qué sentimental eres! Sentí que todo cuanto hacía o decía, despertaba en mí la misma atracción magnética que años atrás. Mi Louis, mi filósofo, mi mártir. ¿Huiras al verme? Me pregunte y luego miré al ángel que llena mi corazón de claridad – Ma belle mère – Acune su rostro en la palma de mi mano. No fue necesario decir más porque en el instante en que nuestras miradas se cruzaron comprendió lo que deseaba; Solo un minuto. “Espera aquí, no deseo asustarlo” Fue lo que expresé con mis ojos llenos de confesiones venideras.
Y así, después de posar mi boca fría en sus tibios labios, dejando un beso tierno en ellos, eché a caminar lejos de la penumbra hacia la luz de las farolas que iluminaban levemente mi piel y los bordados de color dorado en mis ropas azul marino. Esa noche mí aspecto era incluso más sofisticado; Mi cabello está atado en una coleta y algunos mechones caen estratégicamente en mi frente que rozan mis cejas doradas. Mi boca esboza una sonrisa burlona casi perpetua mientras que la mirada de Louis se vuelve más terrible. Finalmente, halló lo que buscaba.
¡Oh su expresión! Era divina y trágica.
Contuve el aliento y apreté los puños, clave con fuerza las uñas en la palma de mi mano pues no quería correr hacia él o destrozar el momento. Solo pensaba en atraparlo entre mis brazos y consolarlo, pero que irónicos son aquellos deseos cuando yo era un maldito demonio y su mismísimo infierno. Verme, quizás era peor que cualquier tortura.
Es posible que me encuentre confundido – dije suavemente clavando mis ojos en los suyos, intentando indagar en su mirada – ¿Quién es el mártir aquí? ¿Tú o yo? – pregunté en un tono quedo, provocando que el dolor gobierne este corazón mío. Sin embargo, no duró demasiado, porque me bastaba verlo para sentir lo que muchos artistas sienten cuando terminan su mejor obra, igual que el escritor que termina su novela que ha querido escribir toda su vida o como aquellos hombres que al fin son observados por la mujer que tanto codician. Reviví los íntimos instantes y el calor del hogar, aquellos años donde lo vi por primera vez y tome la decisión de compartir con él mi sangre maldita. Esos recuerdos llegaron a mi mente tan claramente como si los años y mis secretos no hubieran deteriorado nuestra vida juntos.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2011
Edad : 264
Localización : París, Francia
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Re: Reminiscencias †Privado†
El que volviera a París no significaba que estuviese dispuesta a convivir con otros vampiros, ni mucho menos que Lestat le otorgara un renovado interés en los de su propia especie o que su curiosidad se centrara en aquellas cosas construidas por humanos. Sin embargo su intuición le decía, le advertía, que aquello pronto cambiaría, que esos planes que había hecho con su hijo tendrían que hacerse a un lado gracias a la criatura que en ese mismo momento estudiaba. Sus ojos escudriñaban cada detalle de su rostro, contemplaba la sensación que aquella existencia le provocaba, preguntándose al mismo tiempo de qué manera se relacionaría con su hijo. No quería compartir a su adorado matalobos con aquel vampiro de cabello azabache y mirada cetrina, quería a Lestat consigo toda la noche y las que estaban por venir, deseaba compensar su larga ausencia no volviéndose a apartar de él.
Sintió de súbito el brazo de su hijo que la sujetaba para arrastrarla consigo a la oscuridad del callejón desde donde observaban, siendo rodeados al instante por una oscuridad total, en donde ningún humano podría haber apreciado el brillo de esos ojos azules. ¿Por qué había reaccionado así al escuchar su voz? ¿Qué hacían ocultándose de esa criatura? Mientras Lestat volvía su atención a ella, los orbes azules de Gabrielle le miraron inquisitorios, buscando comprender por qué se comportaba de tal manera hasta que sintió los gélidos dedos de su vástago acariciar sus labios. La respuesta a sus preguntas no se hizo esperar y resonaron en sus oídos como una verdad molesta. Aquella voz era suave y tan cálida para con ella como lo había sido siempre, pero eso no cambiaba nada.
Frunció el ceño y miró al extraño por segunda vez. Lestat no lo había mencionado la noche anterior, no le habló de que hubiese alguien en París que fuera lo suficientemente importante como para hacerle ocultarse en una lúgubre y estrecha callejuela. Le inquietaba, y él lo sabía, el simple hecho de pensar que tendría que convivir con él, escuchar una vez más la clásica mentalidad forjada a través de la moral y el concepto de maldad creado por humanos supersticiosos. Ignoraba si aquel hombre les traería los mismos problemas que alguna vez padecieron en París o si no tenía malas intenciones, ya era demasiado tarde como para aventurarse a descubrirlo, no podía arriesgar su estadía en aquella ciudad por segunda vez, especialmente cuando sus intenciones eran permanecer ahí.
Y una vez más el tacto y la voz de su amado la distrajeron. No necesitó explicar nada, conocía a la perfección aquella expresión con la que estaba mirándola y supo de inmediato lo que le pedía. Lestat entendía lo que esos ojos índigos ocultaban, lo que sólo manifestaban por medio del silencio, y por ello se atrevió a pedirle un momento. – Ve. – Dijo en un susurro apenas audible y lo dejó marcharse. Debía quedarse como espectadora una vez más, debía quedarse quieta y averiguar por sí misma qué clase de vampiro era aquel y juzgarle según su trato hacia Lestat.
¿Era acaso amor lo que veía? ¿Ese sentimiento que el vampiro Nicolás había rechazado muchísimos años atrás? ¿Era aflicción lo que se ocultaba tras las suaves y encantadoras palabras de su amado matalobos? De pronto un sinfín de preguntas la embargaron, exigiendo, buscando desesperadamente, encontrar una explicación para lo que estaba presenciando. El interés surgió de súbito y ahora deseaba saber cómo fue que se habían conocido, qué situación los llevó a tal encuentro y el hecho de haber tenido que ocultarse en las sombras no le resultó tan absurdo como al principio, pero siguió considerándolo como un gesto mundano y débil.
Sintió de súbito el brazo de su hijo que la sujetaba para arrastrarla consigo a la oscuridad del callejón desde donde observaban, siendo rodeados al instante por una oscuridad total, en donde ningún humano podría haber apreciado el brillo de esos ojos azules. ¿Por qué había reaccionado así al escuchar su voz? ¿Qué hacían ocultándose de esa criatura? Mientras Lestat volvía su atención a ella, los orbes azules de Gabrielle le miraron inquisitorios, buscando comprender por qué se comportaba de tal manera hasta que sintió los gélidos dedos de su vástago acariciar sus labios. La respuesta a sus preguntas no se hizo esperar y resonaron en sus oídos como una verdad molesta. Aquella voz era suave y tan cálida para con ella como lo había sido siempre, pero eso no cambiaba nada.
Frunció el ceño y miró al extraño por segunda vez. Lestat no lo había mencionado la noche anterior, no le habló de que hubiese alguien en París que fuera lo suficientemente importante como para hacerle ocultarse en una lúgubre y estrecha callejuela. Le inquietaba, y él lo sabía, el simple hecho de pensar que tendría que convivir con él, escuchar una vez más la clásica mentalidad forjada a través de la moral y el concepto de maldad creado por humanos supersticiosos. Ignoraba si aquel hombre les traería los mismos problemas que alguna vez padecieron en París o si no tenía malas intenciones, ya era demasiado tarde como para aventurarse a descubrirlo, no podía arriesgar su estadía en aquella ciudad por segunda vez, especialmente cuando sus intenciones eran permanecer ahí.
Y una vez más el tacto y la voz de su amado la distrajeron. No necesitó explicar nada, conocía a la perfección aquella expresión con la que estaba mirándola y supo de inmediato lo que le pedía. Lestat entendía lo que esos ojos índigos ocultaban, lo que sólo manifestaban por medio del silencio, y por ello se atrevió a pedirle un momento. – Ve. – Dijo en un susurro apenas audible y lo dejó marcharse. Debía quedarse como espectadora una vez más, debía quedarse quieta y averiguar por sí misma qué clase de vampiro era aquel y juzgarle según su trato hacia Lestat.
¿Era acaso amor lo que veía? ¿Ese sentimiento que el vampiro Nicolás había rechazado muchísimos años atrás? ¿Era aflicción lo que se ocultaba tras las suaves y encantadoras palabras de su amado matalobos? De pronto un sinfín de preguntas la embargaron, exigiendo, buscando desesperadamente, encontrar una explicación para lo que estaba presenciando. El interés surgió de súbito y ahora deseaba saber cómo fue que se habían conocido, qué situación los llevó a tal encuentro y el hecho de haber tenido que ocultarse en las sombras no le resultó tan absurdo como al principio, pero siguió considerándolo como un gesto mundano y débil.
Gabrielle De Lioncourt2- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/05/2014
Re: Reminiscencias †Privado†
Silencio, pero no uno total, sino uno plagado de murmullos a los que no podía prestar atención; pasos, porcelana que caía y trozos de conversación que se convertían en algo similar al zumbar de insectos. Tensión, que no era agradable sentir y al mismo tiempo me mantenía allí, paralizado y a la expectativa. Una conversación que estaba más allá de lo que pudiera escuchar, de lo que mis oídos, descuidados por estar centrándome en mi visión, pudieran alcanzar a oír. Una conversación que debí de escuchar. ¡Que estúpido! De haber puesto atención, habría reconocido al instante aquel timbre único de voz; conocido, tormentoso. El timbre de voz de Lestat. Pero yo no lo sabía o no quería saberlo e, ignorante, continuaba con aquel momento estacionario donde veía a las sombras que se movían en la oscuridad y escuchaba pero no oía nada.
El olor a moho y barro me supuso una inoportuna distracción en ese instante. Tontamente, giré el rostro por lo que fue menos de un segundo, para encontrarme con mis uñas rascando el adobe de una casa. El surco era profundo y las zanjas parecían haber sido cavadas por las garras de una gran bestia. Las examiné antes de regresar a contemplar la oscuridad frente a mí, sí, aquello era una bestia y no era otra que yo mismo. Mi mano descendió y la deje allí, ignorando por ahora aquel tic de nerviosismo que nunca había mostrado antes. Me recargue contra la pared, alojado en esa oscuridad que parecía protegerme de lo que fuera estuviera por suceder y esperé, aparentando una calma que no sentía. Y de pronto, aquellos murmullos murieron y fueron remplazados por movimiento. Una de las figuras pareció por fin dispuesta a revelarse y rompiendo la oscuridad, la vi moverse a la única fuente de luz que teníamos cerca.
Pero la luz fue totalmente innecesaria en cuanto aquella figura empezó a caminar. El sonido de sus pasos, su altura, la forma de su cuerpo, el largo de su cabello. Su ondulado cabello. Como si no fuera suficiente, Lestat se reveló bajo la luz, escondiéndose bajó su máscara burlona, mirándome. De golpe, aquellas imágenes que estuvieron guardas, sepultadas en mi memoria, brotaron. Lo vi en el suelo, desangrado, mientras Claudia parecía al mismo tiempo demoniaca y glorificada por lo que acababa de hacer. Vencer al demonio de su padre. Pero Lestat se veía mejor que nunca, y si había quedado algún vestigio de aquel ataque en su piel, yo no podía verlo, no ahora. Era la personificación de los años felices que habíamos pasado juntos y a mis ojos, parecía incluso mejor que nunca. Quizás retrocedí o me moví, solo para darme cuenta que no había sitio a donde ir. Me sentí tan enfermo como aliviado, como si esto fuera una alucinación. ¡Yo era el Fausto rogando por un poco de piedad! Pero en su lugar, me habían mandado a Mefistófeles para burlarse de mi sufrimiento.
Aquel silencio asfixiante que yo sentía, se prolongó a mí alrededor al tiempo que él permanecía quieto bajo la luz. Yo buscaba en sus ojos el odio que lógicamente debería de sentir hacía mí. Odie tanto a Claudia cuando hizo aquello como la ame toda su vida desde que llegó para quedarse con nosotros, pero odie más mi propia impotencia, como me deslingué de los hechos y me convertí en no más que un cómplice sin mente propia. Lestat debía de odiarme para que yo pudiera encontrar sentido a este repudio, esta culpa que no dejaba de sentir. Pero no parecía querer hacerlo. No se mostraba agresivo sino más bien, consternado. Y de pronto habló, como si nunca se hubiera dirigido a mí de esta manera y para mi sorpresa, no hubieron allí palabras de odio.
— Lestat… — ¡El nombre maldito que me dije nunca volver a pronunciar! Se escuchó en mi mente igual que una proclamación, una realidad de la que no podía escapar. — Ya no hay mártires, solo culpables… — Su visión frente a mí opacó todo, al vampiro que seguía allí escondido y yo prefería ignorar, opacó mi propia sed e incluso el resentimiento que yo sentía hacía él. Mantener su mirada se hizo insoportable y bajé la mía, desviándola hacía ningún sitio. Este momento superaba por completo mis fuerzas, incluso superaba el odio. Me encontré deseando aquella convivencia, me encontré deseando que nada hubiera sido como fue, que nuestro final, el final de aquella vida, no hubiera sido tan terrible. Me encontré deseando tanto que cuando alcé la mirada y volví a mirarle, cuando la ilusión no se había ido y por el contrario, se volvía real, que yo sentí, en lo hondo de mí, un ligero alivio ante su presencia. Ansiaba la paz y comodidad que sentí una vez antaño.
El olor a moho y barro me supuso una inoportuna distracción en ese instante. Tontamente, giré el rostro por lo que fue menos de un segundo, para encontrarme con mis uñas rascando el adobe de una casa. El surco era profundo y las zanjas parecían haber sido cavadas por las garras de una gran bestia. Las examiné antes de regresar a contemplar la oscuridad frente a mí, sí, aquello era una bestia y no era otra que yo mismo. Mi mano descendió y la deje allí, ignorando por ahora aquel tic de nerviosismo que nunca había mostrado antes. Me recargue contra la pared, alojado en esa oscuridad que parecía protegerme de lo que fuera estuviera por suceder y esperé, aparentando una calma que no sentía. Y de pronto, aquellos murmullos murieron y fueron remplazados por movimiento. Una de las figuras pareció por fin dispuesta a revelarse y rompiendo la oscuridad, la vi moverse a la única fuente de luz que teníamos cerca.
Pero la luz fue totalmente innecesaria en cuanto aquella figura empezó a caminar. El sonido de sus pasos, su altura, la forma de su cuerpo, el largo de su cabello. Su ondulado cabello. Como si no fuera suficiente, Lestat se reveló bajo la luz, escondiéndose bajó su máscara burlona, mirándome. De golpe, aquellas imágenes que estuvieron guardas, sepultadas en mi memoria, brotaron. Lo vi en el suelo, desangrado, mientras Claudia parecía al mismo tiempo demoniaca y glorificada por lo que acababa de hacer. Vencer al demonio de su padre. Pero Lestat se veía mejor que nunca, y si había quedado algún vestigio de aquel ataque en su piel, yo no podía verlo, no ahora. Era la personificación de los años felices que habíamos pasado juntos y a mis ojos, parecía incluso mejor que nunca. Quizás retrocedí o me moví, solo para darme cuenta que no había sitio a donde ir. Me sentí tan enfermo como aliviado, como si esto fuera una alucinación. ¡Yo era el Fausto rogando por un poco de piedad! Pero en su lugar, me habían mandado a Mefistófeles para burlarse de mi sufrimiento.
Aquel silencio asfixiante que yo sentía, se prolongó a mí alrededor al tiempo que él permanecía quieto bajo la luz. Yo buscaba en sus ojos el odio que lógicamente debería de sentir hacía mí. Odie tanto a Claudia cuando hizo aquello como la ame toda su vida desde que llegó para quedarse con nosotros, pero odie más mi propia impotencia, como me deslingué de los hechos y me convertí en no más que un cómplice sin mente propia. Lestat debía de odiarme para que yo pudiera encontrar sentido a este repudio, esta culpa que no dejaba de sentir. Pero no parecía querer hacerlo. No se mostraba agresivo sino más bien, consternado. Y de pronto habló, como si nunca se hubiera dirigido a mí de esta manera y para mi sorpresa, no hubieron allí palabras de odio.
— Lestat… — ¡El nombre maldito que me dije nunca volver a pronunciar! Se escuchó en mi mente igual que una proclamación, una realidad de la que no podía escapar. — Ya no hay mártires, solo culpables… — Su visión frente a mí opacó todo, al vampiro que seguía allí escondido y yo prefería ignorar, opacó mi propia sed e incluso el resentimiento que yo sentía hacía él. Mantener su mirada se hizo insoportable y bajé la mía, desviándola hacía ningún sitio. Este momento superaba por completo mis fuerzas, incluso superaba el odio. Me encontré deseando aquella convivencia, me encontré deseando que nada hubiera sido como fue, que nuestro final, el final de aquella vida, no hubiera sido tan terrible. Me encontré deseando tanto que cuando alcé la mirada y volví a mirarle, cuando la ilusión no se había ido y por el contrario, se volvía real, que yo sentí, en lo hondo de mí, un ligero alivio ante su presencia. Ansiaba la paz y comodidad que sentí una vez antaño.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Localización : No hay lugar a donde ir
Re: Reminiscencias †Privado†
Hice una pausa para obsérvalo durante un momento y casi me sobresalto ver sus labios moverse deletreando cada letra que compone mi nombre. Cuando él desvió su mirada, di un suspiro casi imperceptible para el vampiro frente a mí. El silencio se fue haciendo más filoso y la ansiedad enmascaró todos los rostros. Sus ojos, verdes, parecieron vibrar bajo la tenue luz como si estuviera divagando en lo profundo de su memoria. ¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado pantano! Lo que había ocurrido no era algo como para olvidarlo tan fácilmente. Definitivamente no. Empero, era en vano continuar lamentándose.
No tarde en percatarme que su mirada se posaba sobre mi nuevamente – Todos cometen faltas, yo también – Comencé a decir y avancé. El sonido de mis botas de cuero hacía eco en los adoquines, aminorando los pasos hasta detenerme ante él. La cercanía me permitió descubrir que Louis, seguía siendo mi talón de Aquiles. Aún me conmovía como antes. Al verme reflejado en esos ojos color esmeralda, me pregunto si aún continuo siendo para él ese demonio en el que me convertí frente a los hermosos ojos azules de nuestra pequeña Claudia. Tan preciosa. Quería hablar tranquilamente con él aunque fuese a mitad de una calle abarrotada de gente, pero ahora Gabrielle estaba conmigo ¿Quién me iba a decir que el destino era esto? – Oh, Louis… Louis… - Susurré por primera vez su nombre. Es raro que uno tenga tiempo de verse triste, sin embargo, el punto es que ya no me encontraba tan abatido. Lo cierto es que desde que yo lo hice mío y el acepto el trato, mis noches ya no están desgarradoramente recordándome el pasado, recordándome a mi padre, Akasha o Nicolás.
Aquellos años juntos quedarán para siempre en mí. Sé que en aquel entonces nos consumimos en el odio y las viejas rencillas, pero ya no importa, siempre vivo preocupado por él y lo estaré eternamente. Tenía demasiado que decir y preguntar, es probable que él también. Me perdí en su mirada por unos segundos con las palabras atoradas en mi garganta, ¿Dónde has estado, Louis? Quise decir, pero no, este no era el momento. - Debes conocerla. – Murmuré y me atreví a tomarle del brazo, instalándome junto él para voltear hacía el callejón donde se encontraba Gabrielle. Madre mira sus ojos, las esmeraldas simbolizan la vida eterna. – Gabrielle, Gabrielle acércate, por favor – Tal vez me odie por esto o me reprenda más tarde en la privacidad de nuestro cuarto de hotel. Lo cierto es que lo estaba disfrutando.
Me sentía en medio de una vorágine de sentimientos. Aunque no veo a Gabrielle, se que aún permanece ahí. Mi corazón aprendió a saborear su ausencia y desconocer su paradero sin reproches. Pero estaba seguro que no se marcharía esta vez.
Giré apenas mi rostro. Era increíble el ver y sentir a Louis a mi lado. Creo que presione su brazo sin pensarlo, no lo sé, ni siquiera pensaba en todo lo malo que habíamos vivido. Simplemente deseaba abrazarlo como si fuese lo único que tuviera en este mundo. Mi hermosa familia, pensé, y fue ahí que el recuerdo de su pequeño cuerpo aferrado al mío aquella noche que la transforme me llevó a mirar a nuestro alrededor con cierto disimulo. Sólo entonces volví a pensar en ella. ¿Dónde estaba Claudia? Mi pequeña, la misma que deseó matarme, pero que sin embargo, me dio la felicidad durante más de seis décadas. Louis y ella, son mi delirio. Cuando me vi sólo, herido, destrozado y sin la ayuda de nadie, aún seguía pensando en ellos. Lentamente regresé y posé la mirada en Louis y luego en mi madre a quien esperaba con paciencia.
Louis... Me alegra verte. – susurré y un pequeña sonrisa apareció en mis labios mientras el tiempo hace y deshace. Quiero congelar este momento de dulce tranquilidad.
No tarde en percatarme que su mirada se posaba sobre mi nuevamente – Todos cometen faltas, yo también – Comencé a decir y avancé. El sonido de mis botas de cuero hacía eco en los adoquines, aminorando los pasos hasta detenerme ante él. La cercanía me permitió descubrir que Louis, seguía siendo mi talón de Aquiles. Aún me conmovía como antes. Al verme reflejado en esos ojos color esmeralda, me pregunto si aún continuo siendo para él ese demonio en el que me convertí frente a los hermosos ojos azules de nuestra pequeña Claudia. Tan preciosa. Quería hablar tranquilamente con él aunque fuese a mitad de una calle abarrotada de gente, pero ahora Gabrielle estaba conmigo ¿Quién me iba a decir que el destino era esto? – Oh, Louis… Louis… - Susurré por primera vez su nombre. Es raro que uno tenga tiempo de verse triste, sin embargo, el punto es que ya no me encontraba tan abatido. Lo cierto es que desde que yo lo hice mío y el acepto el trato, mis noches ya no están desgarradoramente recordándome el pasado, recordándome a mi padre, Akasha o Nicolás.
Aquellos años juntos quedarán para siempre en mí. Sé que en aquel entonces nos consumimos en el odio y las viejas rencillas, pero ya no importa, siempre vivo preocupado por él y lo estaré eternamente. Tenía demasiado que decir y preguntar, es probable que él también. Me perdí en su mirada por unos segundos con las palabras atoradas en mi garganta, ¿Dónde has estado, Louis? Quise decir, pero no, este no era el momento. - Debes conocerla. – Murmuré y me atreví a tomarle del brazo, instalándome junto él para voltear hacía el callejón donde se encontraba Gabrielle. Madre mira sus ojos, las esmeraldas simbolizan la vida eterna. – Gabrielle, Gabrielle acércate, por favor – Tal vez me odie por esto o me reprenda más tarde en la privacidad de nuestro cuarto de hotel. Lo cierto es que lo estaba disfrutando.
Me sentía en medio de una vorágine de sentimientos. Aunque no veo a Gabrielle, se que aún permanece ahí. Mi corazón aprendió a saborear su ausencia y desconocer su paradero sin reproches. Pero estaba seguro que no se marcharía esta vez.
Giré apenas mi rostro. Era increíble el ver y sentir a Louis a mi lado. Creo que presione su brazo sin pensarlo, no lo sé, ni siquiera pensaba en todo lo malo que habíamos vivido. Simplemente deseaba abrazarlo como si fuese lo único que tuviera en este mundo. Mi hermosa familia, pensé, y fue ahí que el recuerdo de su pequeño cuerpo aferrado al mío aquella noche que la transforme me llevó a mirar a nuestro alrededor con cierto disimulo. Sólo entonces volví a pensar en ella. ¿Dónde estaba Claudia? Mi pequeña, la misma que deseó matarme, pero que sin embargo, me dio la felicidad durante más de seis décadas. Louis y ella, son mi delirio. Cuando me vi sólo, herido, destrozado y sin la ayuda de nadie, aún seguía pensando en ellos. Lentamente regresé y posé la mirada en Louis y luego en mi madre a quien esperaba con paciencia.
Louis... Me alegra verte. – susurré y un pequeña sonrisa apareció en mis labios mientras el tiempo hace y deshace. Quiero congelar este momento de dulce tranquilidad.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Reminiscencias †Privado†
Ver a su hijo tan ensimismado con una criatura sólo le hacía recordar aquellos años en los que tenía una estrecha amistad con un muchacho de cabellos castaños y rizados, esos tiempos en los que una enfermedad letal la asesinaba lentamente de la misma manera en la que una flor se marchita poco a poco hasta dejar pétalos secos, y en los que era menester distraer la dulce e ingenua mente de su hijo en deberes que lo mantuvieran lejos del tormento de su hogar.
Si tan solo fuera capaz de leer la mente de su adorado matalobos comprendería aquella conversación que sostenían ambas criaturas. Deseaba saber a qué faltas se referían, por qué hablaban de mártires y de confusiones como si en los años anteriores hubiesen sufrido el uno a causa del otro, pues la manera en la que se miraban no podía sino referirle un estrecho vínculo deteriorado por cuestiones que ella desconocía. Quizás la diferencia de caracteres entre ellos habían sido la causa de todo, quizás simplemente el tiempo había hecho su trabajo y ahora los reunía nuevamente. No obstante, a pesar de toda su curiosidad y del deseo impetuoso conocer cada detalle de aquellos años, Gabrielle no sentía arrepentimiento alguno de no haber estado presente para conocer los detalles de primera mano.
Louis. Así que ése era su nombre. Incluso el simple hecho de pronunciar aquel nombre estaba cargado de emoción. ¿Quién eres, Louis? ¿Cuál es tu historia? Éstas eran las preguntas que surcaban la mente de la rubia mientras que sus ojos azules estaban clavados en el extraño, con la mirada afilada como si aquello bastara para discernir enteramente a ese individuo, para conocer su pasado y saber finalmente si aquella criatura le traería complicaciones a su estancia en París, pues, como bien era sabido, su presencia en aquella ciudad pendía únicamente de un hilo que venía a ser Lestat. Nada más.
Su mirada, que atravesaba la oscuridad sin problema alguno, se posó ahora sobre su hijo, que la llamaba para salir del escondite y aproximarse al individuo que estaba con él. Cuán tedioso le resultó el tener que convivir con otro vampiro en su segunda noche en París, y no era cualquier vampiro, sino uno que despertaba una impetuosa curiosidad en ella y que tenía relación con su hijo. No, Lestat, no debo conocerlo. No deseo saber nada. Se quejó para sus adentros y emergió de las tinieblas con el rostro sereno, inexpresiva como de costumbre. Ahora los mártires podrían contemplarla bajo la tintineante luz de los faroles. Ojalá hubiese modo de evitar todo esto.
Si tan solo fuera capaz de leer la mente de su adorado matalobos comprendería aquella conversación que sostenían ambas criaturas. Deseaba saber a qué faltas se referían, por qué hablaban de mártires y de confusiones como si en los años anteriores hubiesen sufrido el uno a causa del otro, pues la manera en la que se miraban no podía sino referirle un estrecho vínculo deteriorado por cuestiones que ella desconocía. Quizás la diferencia de caracteres entre ellos habían sido la causa de todo, quizás simplemente el tiempo había hecho su trabajo y ahora los reunía nuevamente. No obstante, a pesar de toda su curiosidad y del deseo impetuoso conocer cada detalle de aquellos años, Gabrielle no sentía arrepentimiento alguno de no haber estado presente para conocer los detalles de primera mano.
Louis. Así que ése era su nombre. Incluso el simple hecho de pronunciar aquel nombre estaba cargado de emoción. ¿Quién eres, Louis? ¿Cuál es tu historia? Éstas eran las preguntas que surcaban la mente de la rubia mientras que sus ojos azules estaban clavados en el extraño, con la mirada afilada como si aquello bastara para discernir enteramente a ese individuo, para conocer su pasado y saber finalmente si aquella criatura le traería complicaciones a su estancia en París, pues, como bien era sabido, su presencia en aquella ciudad pendía únicamente de un hilo que venía a ser Lestat. Nada más.
Su mirada, que atravesaba la oscuridad sin problema alguno, se posó ahora sobre su hijo, que la llamaba para salir del escondite y aproximarse al individuo que estaba con él. Cuán tedioso le resultó el tener que convivir con otro vampiro en su segunda noche en París, y no era cualquier vampiro, sino uno que despertaba una impetuosa curiosidad en ella y que tenía relación con su hijo. No, Lestat, no debo conocerlo. No deseo saber nada. Se quejó para sus adentros y emergió de las tinieblas con el rostro sereno, inexpresiva como de costumbre. Ahora los mártires podrían contemplarla bajo la tintineante luz de los faroles. Ojalá hubiese modo de evitar todo esto.
Gabrielle De Lioncourt2- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/05/2014
Re: Reminiscencias †Privado†
Siempre con sueños, siempre soñando con cosas que nunca tendrás. Siempre creyendo que encontraras la redención en algún acto que realices, un mínimo acto de bondad. Pero ¿Qué es la bondad? ¿Qué es lo que nos hace inclinarnos a la bondad? En este mismo instante en que deseaba todo lo que tuve antes, en que aparecía él y en mi mente muda imploraba por lo que merecía pero nunca se me otorgaba, pensé en la bondad, una idea nacida de las sombras de sus cabellos ondulados, que creí nunca volver a ver. Sí, la sola idea de que se acercara me repugnaba. Pero no fue él de quien brotó aquel sentimiento. No. Él era el reflejo de lo que yo sentía por mí mismo. Era un verdugo que me negaba cualquier posibilidad de escape. Como hace años, en que no pude marcharme; aún seguían las cadenas de sus palabras rodeándome, manteniéndome aquí plantado ante sus ojos.
— Hacen falta más que palabras para enmendar un error… — Indiqué con la voz ligeramente aguda, contenida en un acto de tensión, una tensión tirante. Respiré hondo y me separé de la pared. Continué mirándolo como si es encuentro fuera una revelación, algo que yo esperara desde hace mucho. Pero no era sólo un pensamiento. Lestat, ¿No ves que eres la perfecta versión del recuerdo de un crimen para mí? Las cosas eran tan fáciles para mí cuando tenía a un monstro como yo para que fuera el culpable de todo lo malo que había hecho siendo inmortal. Quiero seguir odiándote, así que no vengas a mí con esos ojos y con esas palabras. Y no había en la pronunciación lo que tanto yo deseaba. Examiné su mirada entre la penumbra, entre el esplendor que lo destacaba absurdamente. Ya no estaba seguro de si era él quien avanzaba o lo era yo. — ¿A quién? Lestat… — Lo admitía. Aquella respuesta suya, sonando tan amable, era peor que lo que yo deseaba que hiciera por mí. Primero mi nombre, dicho con aquella entonación que parecía provocarme todo el tiempo, y ahora esto.
Tardé unos segundos en sentir el agarre de su mano en mi brazo, sus dedos rodeando la manga de mi abrigo algo gastado. Mis ojos viajaron a su agarre como si me quemara, pero al instante me quede inmóvil y levante la vista a él. Voltee enseguida a la oscuridad de donde Lestat había emergido antes. Gabrielle. Un nombre que desconocía tomó forma en mis labios sin que ningún sonido saliera de estos. De pronto, hubo un murmullo que llegó a mi mente, un murmullo extranjero que, con poca claridad, parecía preguntar por mi proceder. Ha, ¿Qué más quisiera yo poder responder esa pregunta? No me sorprendió lo que debería, porque, casi al instante, comprendí que ese pequeño susurro ajeno a mi propia voz, provenía de la mente de ella. De pronto, una negativa y en seguida una figura femenina que no vestía como tal, perfilándose conforme se acercaba a la luz.
Una disculpa. Yo si deseo conocerte… Me intrigó desde el primer instante en que la vi. Casi parecía un gesto de reconciliación de parte de Lestat. Yo, quien por décadas quise saber más sobre nuestra especie o lo que fuéramos, que me marché en un infructuoso viaje que me costó el amor de mi amada Claudia, de pronto tenía a una inmortal que se parecía mucho a Lestat… Lo entendí. Esto era otra cosa que Lestat pudo haberme dicho pero que calló. Otro pequeño asunto del que yo no debía de saber nada y de pronto me lo presentaba como alguna recompensa. No. No importaba nada. Quería conocerla. Perdóname por no respetar tu deseo. Yo no tenía idea si mis pensamientos llegaban a ella o no pues seguía susurrando sólo para mí, como hacía siempre. Desvíe mi mirada de ella a Lestat. Acababa de escuchar un sinsentido brotando de sus labios.
— ¿Por qué? – Ataqué sin poder retenerlo un segundo. Olvidé que me tenía sujeto del brazo y traté de girarme por completo a él. — ¿Por qué ahora Lestat? — Eso era. Sin duda. Lo que hacía me hería más que nuestras antiguas peleas, pero está vez me había confundido. Esa sonrisa suya que no pude responder. Me satisface que te lo estés pasando tan bien, sin duda. Vaya cinismo el tuyo.
— Hacen falta más que palabras para enmendar un error… — Indiqué con la voz ligeramente aguda, contenida en un acto de tensión, una tensión tirante. Respiré hondo y me separé de la pared. Continué mirándolo como si es encuentro fuera una revelación, algo que yo esperara desde hace mucho. Pero no era sólo un pensamiento. Lestat, ¿No ves que eres la perfecta versión del recuerdo de un crimen para mí? Las cosas eran tan fáciles para mí cuando tenía a un monstro como yo para que fuera el culpable de todo lo malo que había hecho siendo inmortal. Quiero seguir odiándote, así que no vengas a mí con esos ojos y con esas palabras. Y no había en la pronunciación lo que tanto yo deseaba. Examiné su mirada entre la penumbra, entre el esplendor que lo destacaba absurdamente. Ya no estaba seguro de si era él quien avanzaba o lo era yo. — ¿A quién? Lestat… — Lo admitía. Aquella respuesta suya, sonando tan amable, era peor que lo que yo deseaba que hiciera por mí. Primero mi nombre, dicho con aquella entonación que parecía provocarme todo el tiempo, y ahora esto.
Tardé unos segundos en sentir el agarre de su mano en mi brazo, sus dedos rodeando la manga de mi abrigo algo gastado. Mis ojos viajaron a su agarre como si me quemara, pero al instante me quede inmóvil y levante la vista a él. Voltee enseguida a la oscuridad de donde Lestat había emergido antes. Gabrielle. Un nombre que desconocía tomó forma en mis labios sin que ningún sonido saliera de estos. De pronto, hubo un murmullo que llegó a mi mente, un murmullo extranjero que, con poca claridad, parecía preguntar por mi proceder. Ha, ¿Qué más quisiera yo poder responder esa pregunta? No me sorprendió lo que debería, porque, casi al instante, comprendí que ese pequeño susurro ajeno a mi propia voz, provenía de la mente de ella. De pronto, una negativa y en seguida una figura femenina que no vestía como tal, perfilándose conforme se acercaba a la luz.
Una disculpa. Yo si deseo conocerte… Me intrigó desde el primer instante en que la vi. Casi parecía un gesto de reconciliación de parte de Lestat. Yo, quien por décadas quise saber más sobre nuestra especie o lo que fuéramos, que me marché en un infructuoso viaje que me costó el amor de mi amada Claudia, de pronto tenía a una inmortal que se parecía mucho a Lestat… Lo entendí. Esto era otra cosa que Lestat pudo haberme dicho pero que calló. Otro pequeño asunto del que yo no debía de saber nada y de pronto me lo presentaba como alguna recompensa. No. No importaba nada. Quería conocerla. Perdóname por no respetar tu deseo. Yo no tenía idea si mis pensamientos llegaban a ella o no pues seguía susurrando sólo para mí, como hacía siempre. Desvíe mi mirada de ella a Lestat. Acababa de escuchar un sinsentido brotando de sus labios.
— ¿Por qué? – Ataqué sin poder retenerlo un segundo. Olvidé que me tenía sujeto del brazo y traté de girarme por completo a él. — ¿Por qué ahora Lestat? — Eso era. Sin duda. Lo que hacía me hería más que nuestras antiguas peleas, pero está vez me había confundido. Esa sonrisa suya que no pude responder. Me satisface que te lo estés pasando tan bien, sin duda. Vaya cinismo el tuyo.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 141
Fecha de inscripción : 13/05/2014
Localización : No hay lugar a donde ir
Re: Reminiscencias †Privado†
Este encuentro no habría resultado tan bien si yo lo hubiera planeado. A veces el destino insiste en sorprendernos, en traer de regreso a aquellos que algún día se marcharon. Y lo cierto es que, no me siento tan feliz como debería, pero tampoco me es posible odiarlo por lo que él y Claudia me hicieron o por contemplar, ahora, a Gabrielle de esa forma. Ellos pueden compartir sus pensamientos, lo sé, sus mentes están abiertas para el otro. No existe ese velo que me separa a mí de ellos. Escucho las palabras de Louis, contenidas, reprimiendo algo que desconozco. ¿Miedo? ¿Culpa? ¿Odio? Si ha conocido a Armand, mi querido y viejo enemigo Armand, sabrá que matar a tu creador es el peor crimen que un vampiro puede cometer. Yo podría convertirme en su verdugo. Mi presencia debe significar algo terrible. Podríamos seguir así toda la noche, ignorando los hechos y la realidad. Reprimiendo todos aquellos recuerdos dolorosos que mancharon nuestra vida juntos. Lo admito. También fue culpa mía el fatal final de nuestra familia. Mi pequeña familia. Si hubieran sabido cuanto los amaba…
Louis pareció querer liberarse de mi agarre o quizás sólo deseaba girarse hacía a mí; Ver en mis ojos, en mi rostro o en algún gesto la respuesta a sus preguntas. Gabrielle permanecía ante nosotros, su mirada inquisidora y llena de reproches nos contemplaba. Y a pesar de ser una criatura un tanto misántropa, seguía ahí, complaciéndome. De pronto, pude fijar la mirada en su rostro y simplemente me basto contemplar sus ojos, para entender que no daría un paso más. Pero soy insistente y si ella no se acercaba, sería yo quien lo haría.
Observé nuevamente a Louis. Él esperaba alguna explicación, pero para ser franco no había ninguna. Quería reunirnos, eso era todo. – ¿Por qué no? – Respondí distante. Retiré mi mano de su brazo y apoye está en su hombro derecho, sin dejarle otra alternativa que volver a girar su cuerpo. Avanzamos hacia ella, Gabrielle, la distancia que nos dividía era pequeña. Sin embargo, caminando junto a Louis mis pasos son lentos. Nuestro tiempo, nuestra manera. La ciudad parece dormida y Gabrielle espera inmóvil. Mientras yo cruzo el silencio con temor a que despierte con el suave roce de mis pasos.
Esta noche conocerás a una mujer excepcional, debes comportarte. – Susurré –
Todo lo que sé, es lo que he superado. Y poseo el coraje para no dejar ir a ninguno. Lo que necesitábamos ahora era romper el silencio y ablandar la fría y perspicaz mirada de mi madre. Esboce una media sonrisa para ella. Oh, Gabrielle… Muy pronto volveremos a andar juntos por la senda del mal. Prometí al posar mis ojos en los suyos. – Él es Louis, lo conocí en New Orleans y… Jamás creí que volvería a verlo tan pronto. Mucho menos en París. Pero… Debí suponerlo... – Comenté a mi oscuro ángel y tras mi sonrisa se oculta, el dolor y la malicia en cada una de mis palabras. Finalmente decidí apartar la mano de su hombro y deslizarla por su espalda. Él tenía sus ojos verdes de un color intenso que parecían hablarme de un millar de memorias crueles y hermosas.
Seguí observando a Gabrielle. Estábamos frente a frente. Mis ojos se deslizaban por aquella figura de belleza italiana y ojos azules mientras su larga cabellera rubia jugaba con el viento. – Louis, te presento a Gabrielle, mi madre y primera compañera vampírica. – Le guiño un ojo a Louis, este tipo de formalidad me resultaba irritante. No soy capaz de describir con certeza la vorágine de sentimientos que me embargan en este momento.
Hace años que no veo a estas dos esplendidas criaturas. Era un verdadero goce poder disfrutar de la presencia de ambos, pero yo entendía que esto no duraría demasiado. Era algo imposible. Gabrielle estaba en París por mí. El encuentro con Louis jamás estuvo planificado. Sólo fue una jugarreta del destino dispuesto a juntarnos. Nuestros corazones llenos de dudas y resentimiento no eran el escenario más propicio. Además, Dumollard se encuentra en el interior de aquel local sosteniendo un vaso de vino en su mano con el que ha dado un golpazo sobre la mesa. La muchacha en sus piernas ha dado un brinco. Él ya ha escogido a su víctima y para evitar una muerte innecesaria, terminaré el juego esta noche. Finalmente podre darme un gran festín.
Louis pareció querer liberarse de mi agarre o quizás sólo deseaba girarse hacía a mí; Ver en mis ojos, en mi rostro o en algún gesto la respuesta a sus preguntas. Gabrielle permanecía ante nosotros, su mirada inquisidora y llena de reproches nos contemplaba. Y a pesar de ser una criatura un tanto misántropa, seguía ahí, complaciéndome. De pronto, pude fijar la mirada en su rostro y simplemente me basto contemplar sus ojos, para entender que no daría un paso más. Pero soy insistente y si ella no se acercaba, sería yo quien lo haría.
Observé nuevamente a Louis. Él esperaba alguna explicación, pero para ser franco no había ninguna. Quería reunirnos, eso era todo. – ¿Por qué no? – Respondí distante. Retiré mi mano de su brazo y apoye está en su hombro derecho, sin dejarle otra alternativa que volver a girar su cuerpo. Avanzamos hacia ella, Gabrielle, la distancia que nos dividía era pequeña. Sin embargo, caminando junto a Louis mis pasos son lentos. Nuestro tiempo, nuestra manera. La ciudad parece dormida y Gabrielle espera inmóvil. Mientras yo cruzo el silencio con temor a que despierte con el suave roce de mis pasos.
Esta noche conocerás a una mujer excepcional, debes comportarte. – Susurré –
Todo lo que sé, es lo que he superado. Y poseo el coraje para no dejar ir a ninguno. Lo que necesitábamos ahora era romper el silencio y ablandar la fría y perspicaz mirada de mi madre. Esboce una media sonrisa para ella. Oh, Gabrielle… Muy pronto volveremos a andar juntos por la senda del mal. Prometí al posar mis ojos en los suyos. – Él es Louis, lo conocí en New Orleans y… Jamás creí que volvería a verlo tan pronto. Mucho menos en París. Pero… Debí suponerlo... – Comenté a mi oscuro ángel y tras mi sonrisa se oculta, el dolor y la malicia en cada una de mis palabras. Finalmente decidí apartar la mano de su hombro y deslizarla por su espalda. Él tenía sus ojos verdes de un color intenso que parecían hablarme de un millar de memorias crueles y hermosas.
Seguí observando a Gabrielle. Estábamos frente a frente. Mis ojos se deslizaban por aquella figura de belleza italiana y ojos azules mientras su larga cabellera rubia jugaba con el viento. – Louis, te presento a Gabrielle, mi madre y primera compañera vampírica. – Le guiño un ojo a Louis, este tipo de formalidad me resultaba irritante. No soy capaz de describir con certeza la vorágine de sentimientos que me embargan en este momento.
Hace años que no veo a estas dos esplendidas criaturas. Era un verdadero goce poder disfrutar de la presencia de ambos, pero yo entendía que esto no duraría demasiado. Era algo imposible. Gabrielle estaba en París por mí. El encuentro con Louis jamás estuvo planificado. Sólo fue una jugarreta del destino dispuesto a juntarnos. Nuestros corazones llenos de dudas y resentimiento no eran el escenario más propicio. Además, Dumollard se encuentra en el interior de aquel local sosteniendo un vaso de vino en su mano con el que ha dado un golpazo sobre la mesa. La muchacha en sus piernas ha dado un brinco. Él ya ha escogido a su víctima y para evitar una muerte innecesaria, terminaré el juego esta noche. Finalmente podre darme un gran festín.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 1128
Fecha de inscripción : 09/01/2011
Edad : 264
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