AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Mi vida por tu sangre? No es buen negocio | Privado
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¿Mi vida por tu sangre? No es buen negocio | Privado
La colonia de Iulia
Seguía viva y aunque despierta aún estaba noqueada por el golpe que Avidité le propinó. La arrastró por la mansión tomándola de los cabellos dorados. La inocente de 16 primaveras derramó lágrimas conforme recobraba completamente el sentido; estaba cansada y se sentía derrotada, siempre fue una mujer pobre por lo que sabía que sí ese monstruo que le había atacado y ahora le tiraba de los cabellos la mataba nadie la extrañaría. «¿Qué caso tendrá pelear?» pero mientras más energía se reproducía en su cuerpo más creció en ella el miedo, la desesperación y las ganas de vivir. No podía morir, no quería morir y ahora que el monstruo la arrastraba sin mirarla creyó conveniente luchar, enfrentarlo... Nada podía perder.
Primero chilló, gimoteó y dio manotazos. Avidité no respondió, continuó respirando con fuerza ignorándola por completo. —¿Qué es lo que quieres?— sollozó entre un llanto exasperante, intentando provocar en Avidité una reacción, pero no se inmutó, continuó sin dirigirle la palabra. De pronto, la joven le tomó con ambas manos la mano que le tomaba de los cabellos lo que hizo que finalmente Avidité se diera vuelta, la pequeña que luchaba por su vida logró zafarse y echarse a correr por el largo pasillo que habían recorrido. Lentamente Avidité sacó su cuchillo asesino y caminó sin prisa hacia Lorette, no importaba que tanto hiciera la joven, jamás podría salir de la casa donde Iulia asesinaba a sus víctimas y posteriormente se bañaba con la sangre de las mujeres.
Dejaron de escucharse los pasos desesperados de Lorette y sólo se escuchaba la escandalosa respiración de la asesina disfrazada de hombre, de Avidité. Se detuvo casi en la entrada a la sala principal y de un costado apareció Lorette que con un florero golpeó a Avidité en la cabeza; tambaleó estrellándose en la pared. La joven miró la máscara con detenimiento, la aterradora máscara y el cabello desaliñado, quedó hipnotizada por los azules ojos de Iulia y llevó sus manos a los labios totalmente aterrada. Avidité se reincorporó respirando fuertemente de nuevo y se abalanzó sobre Lorette que no tuvo tiempo para hacer nada, con una mano estrujaba el cuello de la joven y con el cuchillo cortaba los tendones de sus rodillas. Lorette gritó en el momento en el que Avidité dejó de sostenerla por el cuello y sin la fuerza de los tendones se desplomó en el suelo.
La respiración de Avidité mientras la tomaba de los cabellos nuevamente la aterró. —¿Por qué me haces estó?— comenzó a llorar. —Yo no te he hecho nada— a penas se le entendió en sus sollozos lastimeros y sin que lo notara llegaron al cuarto donde estaba ya la bañera preparada, Avidité la arrastró hasta el borde de la amplia tina, la soltó, sacó la cuerda de sus grandes bolsas del pantalón y le amarró los pies haciéndole un nudo que aprovechó para engancharla a los cables que colgaban en el techo y la levantarían cuando Iulia moviera la polea. Avidité caminó hasta la palanca y comenzó a levantar el cuerpo por los pies hasta que quedó totalmente suspendida en vertical, los cabellos dorados le caían absorbiendo las lágrimas que no cesaban de aparecer por esos ojos verde esmeralda. Avidité caminó entonces hasta Lorette y con su mano la empujó con suavidad hasta el centro de la tina, luego, se quitó la máscara revelando su hermoso rostro.
—¡¡¡¡TU!!!!— le gritó Lorette con una voz clara y Iulia le sonrió. —Tu sangre me dará juventud— confidenció con una voz ausente, le cortó las muñecas y la degolló drenando la sangre que caía a borbotones sobre la tina, Iulia entonces se quitó las prendas masculinas mostrando su bello cuerpo desnudo al cadáver que colgaba y todos los instrumentos que en ese pequeño infierno consultaba para sus desquiciados propósitos. Después, entró a la tina dejando que la sangre bañara su cuerpo.
Primero chilló, gimoteó y dio manotazos. Avidité no respondió, continuó respirando con fuerza ignorándola por completo. —¿Qué es lo que quieres?— sollozó entre un llanto exasperante, intentando provocar en Avidité una reacción, pero no se inmutó, continuó sin dirigirle la palabra. De pronto, la joven le tomó con ambas manos la mano que le tomaba de los cabellos lo que hizo que finalmente Avidité se diera vuelta, la pequeña que luchaba por su vida logró zafarse y echarse a correr por el largo pasillo que habían recorrido. Lentamente Avidité sacó su cuchillo asesino y caminó sin prisa hacia Lorette, no importaba que tanto hiciera la joven, jamás podría salir de la casa donde Iulia asesinaba a sus víctimas y posteriormente se bañaba con la sangre de las mujeres.
Dejaron de escucharse los pasos desesperados de Lorette y sólo se escuchaba la escandalosa respiración de la asesina disfrazada de hombre, de Avidité. Se detuvo casi en la entrada a la sala principal y de un costado apareció Lorette que con un florero golpeó a Avidité en la cabeza; tambaleó estrellándose en la pared. La joven miró la máscara con detenimiento, la aterradora máscara y el cabello desaliñado, quedó hipnotizada por los azules ojos de Iulia y llevó sus manos a los labios totalmente aterrada. Avidité se reincorporó respirando fuertemente de nuevo y se abalanzó sobre Lorette que no tuvo tiempo para hacer nada, con una mano estrujaba el cuello de la joven y con el cuchillo cortaba los tendones de sus rodillas. Lorette gritó en el momento en el que Avidité dejó de sostenerla por el cuello y sin la fuerza de los tendones se desplomó en el suelo.
La respiración de Avidité mientras la tomaba de los cabellos nuevamente la aterró. —¿Por qué me haces estó?— comenzó a llorar. —Yo no te he hecho nada— a penas se le entendió en sus sollozos lastimeros y sin que lo notara llegaron al cuarto donde estaba ya la bañera preparada, Avidité la arrastró hasta el borde de la amplia tina, la soltó, sacó la cuerda de sus grandes bolsas del pantalón y le amarró los pies haciéndole un nudo que aprovechó para engancharla a los cables que colgaban en el techo y la levantarían cuando Iulia moviera la polea. Avidité caminó hasta la palanca y comenzó a levantar el cuerpo por los pies hasta que quedó totalmente suspendida en vertical, los cabellos dorados le caían absorbiendo las lágrimas que no cesaban de aparecer por esos ojos verde esmeralda. Avidité caminó entonces hasta Lorette y con su mano la empujó con suavidad hasta el centro de la tina, luego, se quitó la máscara revelando su hermoso rostro.
—¡¡¡¡TU!!!!— le gritó Lorette con una voz clara y Iulia le sonrió. —Tu sangre me dará juventud— confidenció con una voz ausente, le cortó las muñecas y la degolló drenando la sangre que caía a borbotones sobre la tina, Iulia entonces se quitó las prendas masculinas mostrando su bello cuerpo desnudo al cadáver que colgaba y todos los instrumentos que en ese pequeño infierno consultaba para sus desquiciados propósitos. Después, entró a la tina dejando que la sangre bañara su cuerpo.
París
La sensación de la sangre de Lorette había desaparecido por completo, si bien era cierto que el olor desaparecía al día siguiente y con un extraordinario perfume, ella sentía el alma en su cuerpo por varios días. No era supersticiosa, no creía en fantasmas ni en seres extraordinarios, pero si le despertaba curiosidad la razón de percibir la “esencia”-como ella lo llamaba- de la sangre sobre ella. Como fuera, ella lo había aprovechado para usarlo como un temporizador que le indicaba cuando necesitaba la sangre, algo que le precisaba viajar a París por nuevas Lorettes, la inocencia que alimentaba la envidia de Iulia personificada en Avidité, como el pedazo de carne que el lobo ansia en los terribles inviernos del norte. Así, bajo el jubilo de tener su cuerpo libre la esencia de otra persona viajó a París.
Normalmente encontraba rápidamente a sus presas pero en esta ocasión no fue así, la belleza de Lorette significaba la salvación para el resto de mujeres que Iulia considerara inferiores respecto a la grandeza de Lorette, sin que su víctima lo hubiera pensado se había convertido en una protectora invisible, al elevar los ojos de Iulia a una belleza superior. Vio pasar a muchas mujeres mientras se encontraba sentada en la Rue de Rivoli, la mayoría mujeres casadas que ni siquiera las consideraba, no por el hecho de que hubieran perdido su virginidad, sino por el cambio que sufrían los cuerpos al dar a luz, la sensación de ver a una mujer totalmente desnuda y embarazada le repugnaba e involuntariamente generaban un despreciable gesto cuando veía a mujeres en ese estado pasearse con sus caballeros.
Tuvo que llegar el medio día para que comprendiera que ahí no encontraría nada, recordó que a Lorette la había conocido en los callejones, en aquellos lugares miserables que resguardan celosamente el más bellos diamante en bruto, lugares como el que acogió alguna vez a Lorette. Caminó con la clase de una mujer de clase alta, con la frente en alto, erguida y presuntuosa, atenta a rechazar a todo hombre que se le acercaba hasta que llego a los callejones recónditos de París, donde la más podrida sociedad Parisina acudía a ella para pedirle dinero que ella daba sin miramientos. Sabía que pronto la conocerían y las doncellas se acercarían a ella, justo como sucedió con Lorette, pero entonces vio a una mujer que -como ella- no pertenecía a ese lugar.
Era una joven mujer de cabellos marrones y ojos pardos, tan hermosa como la misma Lorette y al igual que Iulia, extranjera. La húngara la observó con detalle, sus movimientos corporales, sus gestos, la forma en la que movía sus sensuales labios; era hermosa y tenía que ser para ella, aquella extranjera tenía que estar colgada en su bañera manchando su piel caucásica de rojo. La envidia de esa belleza comenzó a alimentar su creatividad asesina, una invocación a Avidité, y un deseo a penas controlable de llevarla a la colonia para iniciar la cacería. Así, entre sus fantasías Iulia caminó a ella, fingiendo estar perdida y en el momento en el que estuvo por pasar a su lado se dio media vuelta para atender apropósito a un desvalido mientras caminaba hacia atrás chocando con el cuerpo de la extranjera. Iulia giró con su bien actuada expresión de vergüenza llevando sus manos a la boca al tiempo de liberar un quejido de angustia y después la tomó de las manos. —Discúlpeme señorita, he sido una torpe espero no haberle molestado y si es así permita que haga hago para remediarlo— dijo dulcificando su rostro.
Normalmente encontraba rápidamente a sus presas pero en esta ocasión no fue así, la belleza de Lorette significaba la salvación para el resto de mujeres que Iulia considerara inferiores respecto a la grandeza de Lorette, sin que su víctima lo hubiera pensado se había convertido en una protectora invisible, al elevar los ojos de Iulia a una belleza superior. Vio pasar a muchas mujeres mientras se encontraba sentada en la Rue de Rivoli, la mayoría mujeres casadas que ni siquiera las consideraba, no por el hecho de que hubieran perdido su virginidad, sino por el cambio que sufrían los cuerpos al dar a luz, la sensación de ver a una mujer totalmente desnuda y embarazada le repugnaba e involuntariamente generaban un despreciable gesto cuando veía a mujeres en ese estado pasearse con sus caballeros.
Tuvo que llegar el medio día para que comprendiera que ahí no encontraría nada, recordó que a Lorette la había conocido en los callejones, en aquellos lugares miserables que resguardan celosamente el más bellos diamante en bruto, lugares como el que acogió alguna vez a Lorette. Caminó con la clase de una mujer de clase alta, con la frente en alto, erguida y presuntuosa, atenta a rechazar a todo hombre que se le acercaba hasta que llego a los callejones recónditos de París, donde la más podrida sociedad Parisina acudía a ella para pedirle dinero que ella daba sin miramientos. Sabía que pronto la conocerían y las doncellas se acercarían a ella, justo como sucedió con Lorette, pero entonces vio a una mujer que -como ella- no pertenecía a ese lugar.
Era una joven mujer de cabellos marrones y ojos pardos, tan hermosa como la misma Lorette y al igual que Iulia, extranjera. La húngara la observó con detalle, sus movimientos corporales, sus gestos, la forma en la que movía sus sensuales labios; era hermosa y tenía que ser para ella, aquella extranjera tenía que estar colgada en su bañera manchando su piel caucásica de rojo. La envidia de esa belleza comenzó a alimentar su creatividad asesina, una invocación a Avidité, y un deseo a penas controlable de llevarla a la colonia para iniciar la cacería. Así, entre sus fantasías Iulia caminó a ella, fingiendo estar perdida y en el momento en el que estuvo por pasar a su lado se dio media vuelta para atender apropósito a un desvalido mientras caminaba hacia atrás chocando con el cuerpo de la extranjera. Iulia giró con su bien actuada expresión de vergüenza llevando sus manos a la boca al tiempo de liberar un quejido de angustia y después la tomó de las manos. —Discúlpeme señorita, he sido una torpe espero no haberle molestado y si es así permita que haga hago para remediarlo— dijo dulcificando su rostro.
Iulia Petrescu-Avidité- Humano Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 25/02/2014
Re: ¿Mi vida por tu sangre? No es buen negocio | Privado
Toda vestida de malva, camuflando la sangre seca bajo sus faldas, justo en medio de la civilización y ninguna parte, transitaba la cazadora rusa. Acababa de cumplir el último objetivo encomendado por la hermandad; liberar a un grupo de enfermeras apresadas por auxiliar al bando enemigo durante las pasadas sangrientas batallas. Lo de siempre; reventar cerraduras, patear traseros de títeres sobrenaturales, y heridas nuevas que curar.
A diferencia de los demás cazadores de su agrupación, Nina nunca le daba explicaciones a los reos socorridos; se limitaba a anunciar su libertad con la simple orden de un «corran» y se desvanecía tan pronto había aparecido. Es que no aguantaba hacer lo que se esperaba de su sexo. Daba la casualidad de que a los hombres que operaban de la misma forma nadie les recalcaba nada extraño, pero ella, al ser mujer, se suponía que debía tener la «sensibilidad» suficiente para calmar a los prisioneros, sostener los vientres de las madres forzadas y abrazar a los niños. Pero no. No sentía ese impulso. ¿Por qué? Porque optó aun cuando le hicieron saber desde pequeña que no tenía elección. Eligió empuñar espadas antes que acunar muñecas. Tenía una mirada que priorizaba lo práctico antes que lo emocional, contrario a lo que lo convencional aguardaba para las féminas. Y ninguna perspectiva era mejor o peor; sólo eran diferentes. Pero claro, lo diferente nunca sería aceptado. La poca tolerancia que era demostrada hacia personas como ella no implicaba respeto; sólo consistía en hacer como si no los hubiesen visto. Con eso se daban por pagados. Que viviera la maldita y cómoda hipocresía. Cada quien recorrería los bordes de su propia marca para no matarse con sus principios contrapuestos. Y a eso llamarían respeto. ¡Qué catástrofe!
Refunfuñó inconscientemente en su poco femenino andar. Le daba dolor de cabeza recordar en el mundo sentenciador en el que la tierra la había escupido. Se dependía demasiado de ficciones románticas como las apariencias. Debía ser por eso que casi siempre viajaba sola o, en su defecto, con Fyodor a su lado. Porque lo mejor que tenía él era que no fingía. Y si lo hacía, era un prodigioso actor.
Y se permitió mirar hacia el horizonte; él estaría del otro extremo del mundo, volviéndose más fuerte y amenazando con dejarla atrás. Su distracción le costó. Sintió su delgado cuerpo impactar contra otro, el de Iulia. Demasiado rápido. Lo primero en lo que pensó Nina fue en las consecuencias de ese choque en la herida reciente que mantenía latente en el brazo. Para su fortuna, casi no sintió el tirón; Ronald había hecho un buen trabajo con esas curaciones. Se lo agradecería al papanatas cuando se lo volviese a topar, procurando esta vez mantenerse sobria.
El segundo pensamiento, seguido inmediatamente del otro, fue que una extraña la estaba tomando de las manos. No le gustaba que ser tocada por alguien a quien no se lo hubiera permitido expresamente con anterioridad, pero apenas percibió la suavidad de las manos de la desconocida supo que tendría que actuar con cautela. Sólo una dama rica conservaría esa tersidad; incluso una prima de la realeza. Si se hubiera topado con ella en Rusia, Nina hubiese podido proceder tal y como ella misma, sin delicadezas, pero tampoco siendo grosera; sin embargo, estaba en territorio Francés. Allí, era esa mujer quien gozaba de la ventaja del territorio. Si llegaba a ofenderse, podía divulgar su nombre o por lo menos su rostro, cosa que perjudicaría en demasía a la hermandad, incluyendo las misiones aún no concluidas. ¡Mierda!
A Nina le faltó poco para lanzar un bufido de fastidio; tendría que hacer algo que odiaba: agachar la cabeza y jugar a ese asqueroso juego que su padre llamaba “diplomacia”.
—Fue un leve accidente, Mademoiselle. Pudo haberle pasado a cualquiera. No tema por mí; usted parece más afectada que yo. Por favor discúlpeme. —se fijó en esa cabellera rubia eclipsada por ojos oscuros y profundos. A Nina no le gustó esa combinación; era como si quisiera distraer de algo.
Algo llamó la atención de la espadachín: ¿Por qué no continuaba por su camino para continuar luciéndose con ese meneo de perra de raza fina? Ya había pedido disculpas y no le había dado problemas. No era como si hubiese dañado el vestido o arruinado su peinado. ¿Qué esperaba?
—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó sin apresurarse, en contraste con sus anteriores frases. Tenía en la cabeza que cuando normalidad era violada, incluso en su grado menor, la anormalidad podía venir de cualquier flanco. Y la anormalidad era impredecible, peligrosa.
A diferencia de los demás cazadores de su agrupación, Nina nunca le daba explicaciones a los reos socorridos; se limitaba a anunciar su libertad con la simple orden de un «corran» y se desvanecía tan pronto había aparecido. Es que no aguantaba hacer lo que se esperaba de su sexo. Daba la casualidad de que a los hombres que operaban de la misma forma nadie les recalcaba nada extraño, pero ella, al ser mujer, se suponía que debía tener la «sensibilidad» suficiente para calmar a los prisioneros, sostener los vientres de las madres forzadas y abrazar a los niños. Pero no. No sentía ese impulso. ¿Por qué? Porque optó aun cuando le hicieron saber desde pequeña que no tenía elección. Eligió empuñar espadas antes que acunar muñecas. Tenía una mirada que priorizaba lo práctico antes que lo emocional, contrario a lo que lo convencional aguardaba para las féminas. Y ninguna perspectiva era mejor o peor; sólo eran diferentes. Pero claro, lo diferente nunca sería aceptado. La poca tolerancia que era demostrada hacia personas como ella no implicaba respeto; sólo consistía en hacer como si no los hubiesen visto. Con eso se daban por pagados. Que viviera la maldita y cómoda hipocresía. Cada quien recorrería los bordes de su propia marca para no matarse con sus principios contrapuestos. Y a eso llamarían respeto. ¡Qué catástrofe!
Refunfuñó inconscientemente en su poco femenino andar. Le daba dolor de cabeza recordar en el mundo sentenciador en el que la tierra la había escupido. Se dependía demasiado de ficciones románticas como las apariencias. Debía ser por eso que casi siempre viajaba sola o, en su defecto, con Fyodor a su lado. Porque lo mejor que tenía él era que no fingía. Y si lo hacía, era un prodigioso actor.
Y se permitió mirar hacia el horizonte; él estaría del otro extremo del mundo, volviéndose más fuerte y amenazando con dejarla atrás. Su distracción le costó. Sintió su delgado cuerpo impactar contra otro, el de Iulia. Demasiado rápido. Lo primero en lo que pensó Nina fue en las consecuencias de ese choque en la herida reciente que mantenía latente en el brazo. Para su fortuna, casi no sintió el tirón; Ronald había hecho un buen trabajo con esas curaciones. Se lo agradecería al papanatas cuando se lo volviese a topar, procurando esta vez mantenerse sobria.
El segundo pensamiento, seguido inmediatamente del otro, fue que una extraña la estaba tomando de las manos. No le gustaba que ser tocada por alguien a quien no se lo hubiera permitido expresamente con anterioridad, pero apenas percibió la suavidad de las manos de la desconocida supo que tendría que actuar con cautela. Sólo una dama rica conservaría esa tersidad; incluso una prima de la realeza. Si se hubiera topado con ella en Rusia, Nina hubiese podido proceder tal y como ella misma, sin delicadezas, pero tampoco siendo grosera; sin embargo, estaba en territorio Francés. Allí, era esa mujer quien gozaba de la ventaja del territorio. Si llegaba a ofenderse, podía divulgar su nombre o por lo menos su rostro, cosa que perjudicaría en demasía a la hermandad, incluyendo las misiones aún no concluidas. ¡Mierda!
A Nina le faltó poco para lanzar un bufido de fastidio; tendría que hacer algo que odiaba: agachar la cabeza y jugar a ese asqueroso juego que su padre llamaba “diplomacia”.
—Fue un leve accidente, Mademoiselle. Pudo haberle pasado a cualquiera. No tema por mí; usted parece más afectada que yo. Por favor discúlpeme. —se fijó en esa cabellera rubia eclipsada por ojos oscuros y profundos. A Nina no le gustó esa combinación; era como si quisiera distraer de algo.
Algo llamó la atención de la espadachín: ¿Por qué no continuaba por su camino para continuar luciéndose con ese meneo de perra de raza fina? Ya había pedido disculpas y no le había dado problemas. No era como si hubiese dañado el vestido o arruinado su peinado. ¿Qué esperaba?
—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó sin apresurarse, en contraste con sus anteriores frases. Tenía en la cabeza que cuando normalidad era violada, incluso en su grado menor, la anormalidad podía venir de cualquier flanco. Y la anormalidad era impredecible, peligrosa.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 20/11/2013
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