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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yolène Patoux Dom Mayo 25, 2014 12:28 am

Adiós primavera; adiós para siempre. Apenas se ingresaba a la residencia se podía percibir el aire helado que había absorbido las risas y desterrado los anhelos. Era como si la casa se hubiera olvidado de la primavera. ¿Quién la culpaba cuando ante la fertilidad de la época se había impuesto la pérdida? Madame Storr había perdido a su estrella. Ahora era una viuda con tres hijos y un hogar que llevar. Yolène, lejos de preocuparse de qué pasaría con su trabajo como lo hubiese hecho cualquier institutriz en su lugar, se preguntaba cómo se las arreglaría ahora su patrona para salir adelante. Los ahorros siempre eran los primeros en agotarse y ninguno de sus niños era lo suficientemente mayor como para sostenerla. La licántropo clandestina observaba con detenimiento esos ojos inocentes que con esmero terminaban sus ejercicios matemáticos. Tenían la energía necesaria para alcanzar cuanto se les pusiera en sus corazones. Eran buenos chicos, pero si había algo que la naturaleza le había enseñado a Yolène era que no vencía el merecedor, sino el más fuerte. Al final, ¿qué era la sociedad humana más que otro tipo de fauna? No importan las leyes; habían sido redactadas por los poderosos. ¿No era aquello el más vivo ejemplo de la supremacía del más fuerte? ¿Adoptaría la señora esa piel a tiempo? La institutriz esperaba que sí. No importaba ya si su marido estaba vivo o muerto; debía asumir por la ausencia de noticias que estaba fallecido. De otra manera, no lo conseguiría.

El último vistazo que dio fue a la pequeña recién nacida cuya cuna había ubicado cerca de su asiento mientras su madre se encontraba ausente. Ella debía ser el símbolo de lo que les depararía para adelante: mujeres autogobernándose.

Mademoiselle Patoux —escuchó la vocecita de uno de los niños: Malcolm. Siempre era el primero en finalizar su tarea. Tenía en la mirada la determinación de su padre.— Ya terminé; ¿está correcto? —le indicó la hoja de papel. Un gesto de aprobación nació de los labios de Yolène, mas no de sus ojos; éstos estaban pendientes de la entrada, por si volvía Madame Storr.

Correcto está, señor. Le dará gusto a su madre oír sus progresos. Si termina la siguiente página sin ningún error, podremos pasar a la siguiente lección —luego se enfocó en el pequeño Douglas. A este último se le notaba más cuánto le afectaba no saber de su padre; la mirada se le perdía en ocasiones y apenas llevaba unas cuantas operaciones hechas. Yolène intentó que no se notara— A veces tomarse el tiempo para terminar nuestras tareas con diligencia es justo el ingrediente primordial para alcanzar la excelencia. —sonrió.

Los retoños podían ser inmaduros e inocentes, pero tontos no eran. Su institutriz no estaba siendo tan estricta como siempre. Malcolm estaba seguro que en otra ocasión los hubiera mandado a ambos a quedarse quietos mirando hacia la pared o por lo menos le hubiera dado un golpe a la mesa con la vara. Nada de eso ocurrió. En los ojos de la mujer había conmiseración, un destello maternal. Era una forma de vivir lo que había decidido no pasar con su hija. Aquel sentimiento se expandía a cada uno de los miembros de la familia.

De pronto el graznido de un caballo llegó a los sensibles oídos de Yolène. La señora Storr había llegado. Pero entonces, ¿por qué no entraba a la casa? El olor a sal mezclado agua le respondió a la licántropo, quien lo entendió de inmediato. Brianna no se descargaría frente a sus hijos, o de otra forma se desmoronaría con ellos. Yoléne decidió ayudar.

Niños, es tiempo de un descanso. Van a volver a sus habitaciones, se lavarán la cara y esperarán a que se los llame para la merienda. Su madre querrá verlos guapos —indicó con la calma de una educadora de vocación. Nadie imaginaría que dentro de ella se encontraba la guarida de una bestia.

Los rostros alegres de los muchachos hicieron lo ordenado exclamando un adorable «¡Súper!» y los respectivos agradecimientos. Al par de minutos, la rubia ingresaba finalmente a la estancia. Yolène se puso de pié cortésmente en el acto, dándole la bienvenida a Brianna con una reverencia. El rostro de la cazadora estaba tenso. Daba la impresión de que rompería su expresión con la caricia de una pluma. Se estaba conteniendo, pero no le hacía bien. Yolène bien sabía lo que era encerrar algo poderoso dentro de sí.

Habló en susurros para no trizar de golpe esa calma superficie con una catástrofe debajo.

Señora. Tal vez no sea de mi incumbencia el asunto ni tampoco la razón por la que estoy aquí, pero es mi deber moral recordarle que esta es su casa. No tiene que protegerse de nadie —fue un poco más directa sin apaciguar su tono paciente— Somos mujeres. La lágrimas son nuestro don. A quien menos debería guardarlas es a usted misma. La ayudarán. Es mejor que sea ahora. El silencio sólo hace que nos pesen más.

En esos momentos Yolène le agradecía a la luna más que nunca; sin ella para liberarla, se preguntaba cuánto pesarían los pesares de su alma.


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Mensaje por Shannon Sinclair Jue Mayo 29, 2014 10:56 am

¿Cómo le explicaría a sus hijos que, tras un mes de búsqueda, los amigos de Morgan habían decidido abandonar la empresa? Por primera vez en su vida, Brianna había tenido una explosión de ira, y había arremetido verbal y físicamente contra el grupo de hombres. Su marido habría pasado meses enterrado hasta la cadera en el barro intentando encontrar a alguno de ellos. Pero sus colegas habían decidido volver con sus familias, dejando la suya destrozada. De nada habían servido sus lágrimas, sus ruegos, sus órdenes, sus maldiciones. Ellos la habían dejado sola, con el corazón en la mano, observando el barranco que se había cobrado el existir de su amor. Ella estaba convencida de que Carmichael estaba en algún sitio, vivo, quizá malherido, pero que aún su presencia rondaba éste mundo, y ella lo encontraría. Le echó un último vistazo a su yegua, que la observaba con ojos curiosos desde el árbol al cual estaba atada, se arremangó el vestido y comenzó a descender lentamente. Sólo consiguió clavarse espinas en las manos, rasgarse levemente el atuendo, y avanzar sólo tres metros. Era demasiado empinado para seguir sin compañía, y pensó en que si algo le pasaba, sus tres niños ya no tendrían a nadie en el mundo. Le costó el ascenso, y se quedó tirada sobre el césped alto, boca arriba, observando las nubes en el límpido cielo azul. Las lágrimas caían por sus sienes, silenciosas, opacas, constantes. Rodaban como manantiales y se perdían en su desmarañada cabellera. Se hubiera quedado allí tendida hasta que la muerte le arrancase el alma, pero el dolor en sus pechos, llenos de leche, exigiendo que la boquita de Nerys los succionara, le recordó que había tres vidas que la necesitaban, tres vidas que eran la mayor expresión del sentimiento que ella y su esposo se profesaban. Jamás pensaría en él en pasado, siempre sería su presente. Cuando regresara, todo volvería a la normalidad.

Emperatriz bufó, sacándola de su estado de enajenación, y la obligó a levantarse. Acarició el hocico de la yegua, que meció su cola en un gesto de satisfacción. Brinna apoyó su frente entre los ojos de la potranca, que la consoló con su tranquilidad. Ellas tenían una conexión especial, una sabía lo que la otra necesitaba. Emperatriz percibía que la cazadora sólo quería paz. Tras unos instantes de permitirse acomodar sus ideas, la montó y la llevó a paso ligero a través de los caminos de tierra y entre los bosques. Cuando llegaban a campo traviesa, se animaba a cabalgar con velocidad, segura de que nadie se cruzaría en su camino. El viento le golpeaba la cara, la falda se le levantaba dejando ver sus piernas, y el llanto se secaba con la misma rapidez con la que salía. Luego aminoraba la marcha, recobrando la postura, y exigiéndole a su cuerpo resistir. Debía hablar con Malcolm y Douglas, ambos albergaban la esperanza de que ella traería a papá consigo ese mismo día. Los decepcionaría, una vez más, y no soportaba el imaginarse sus semblantes que la acusarían de todo. Habían sido testigos del enfriamiento que había ocurrido en la relación, de la indiferencia y de las discusiones. Se habían equivocado en los modos, y no habían preservado la integridad de los nenes. Rogaba que no se rompiera el lazo, que ellos la siguieran amando a pesar de que Morgan estaría un tiempo indefinido fuera de la casa. Muy a su pesar, debía estar agradecida con la institutriz, que había arribado a su hogar en un álgido momento, y había conseguido que sus hijos volvieran a sus responsabilidades y dejaran de lado la tensa situación familiar. Avistó la casa, y se instó a ser fuerte. Ella debía ser el sostén, a partir de ese momento.

Que Emperatriz descanse. Se ha comportado muy bien, prémiala —le pidió a un empleado que había salido a recibirla y tomaba las riendas de la yegua. Ella no le dio tiempo a que la ayudase a bajarse, dio un salto y cayó en la tierra, levantando polvo. Una empleada, milagrosamente, apareció con una jofaina con agua y un peine. Sin entrar, se lavó el rostro, las manos llenas de puntos rojos de sangre seca, y se arregló el cabello lo mejor que pudo. Arreglar su vestido era demasiado pedir. Athos y Lothus aparecieron de un costado, le saltaron, y ella dejó que los perros le lamieran la cara. Los acarició entre las orejas, y les ordenó que entraran a jugar con los niños. Los canes, felices por la indicación, entraron a una velocidad admirable, moviendo sus colas y arrancándole una queja a un sirviente, que en ese momento salía al patio. Saludó a la señora con una inclinación de cabeza. Ya nadie preguntaba por Morgan, quizá todos veían lo que ella no, y no tenían deseos de clavar sus dedos en las yagas de su jefa.

Madeimoselle Patoux —saludó cortésmente cuando entró y la institutriz se puso de pie para recibirla. Tomó asiento junto a una ventana, y las palabras de la mujer la tomaron desprevenida. Ellas no cruzaban muchas palabras, la contratación la había hecho Morgan, la relación era entre ellos; Brianna se había limitado a sentir celos y a preocuparse de que cumpliera con su deber. Escuchó con atención cada frase, y a medida que las oraciones avanzaban, ella tensaba su rostro más y más. La habitación quedó en silencio por un instante, hasta que el llanto de Nerys, que venía en brazos de una doncella, rompió con la incomodidad. Shannon se desprendió rápidamente el vestido, recibió a la pequeña en brazos y la prendió de su pecho derecho. —Tome asiento, Yolène —le pidió con la voz estrangulada, mientras con su índice delineaba las mejillas redondeadas de la bebé. —Dejaron de buscarlo —confesó con pesar. —Dijeron que ha pasado demasiado tiempo, que ya es imposible encontrarlo con vida, y que ya no se puede hacer nada —una sonrisa vacua apareció en sus labios. — ¿Usted también cree que ha muerto? Me gustaría saber su opinión. Morgan le tiene mucho aprecio, y mis hijos también. Por ello, quisiera saber qué piensa. No lloraré, no quiero hacerlo —aseguró sin convencimiento.


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Mensaje por Yolène Patoux Jue Jul 10, 2014 9:55 pm

Fue cuando con absoluta tecnicidad la mujer tomó en brazos a la niña e invitó a tomar asiento, que Yolène agudizó sus sentidos, estando más alerta que nunca. En vez de contestarle directamente, su patrona había preferido que ambas se tomaran los segundos necesarios para digerir lo que venía, algo pesado. Lo que afectara a la matriarca, afectaría al nido y a quienes se pasaban por él. Su compañero no estaba por ninguna parte. En cualquier otro caso, olvidar el pasado hubiera sido una tentadora alternativa para continuar, pero se trataba de una familia y ya nada era igual; era hablar otro idioma, tratar otras costumbres. Libros que sirvieran de manuales no existían al respecto. La familia, una vez constituida, podía morir, pero nunca disolverse. Brianna no desandaría lo que había recorrido con su marido; también le había dejado a sus hijos.

Gracias, Madame —dijo con voz neutral, no forzando con más preguntas que salieran las lágrimas acumuladas en los ojos temerosos de la cazadora. Yolène estaba segura de que éstas saldrían solas.

No le sorprendió para nada que hubieran suspendido la búsqueda del señor Morgan Storr. Había miles de razones para pensarlo, pero la institutriz se enfocaba en particularmente dos: que aquel hombre tenía familia y que además era un profesional cazador. Si hubiera esperanza de hallarlo con vida, él lo hubiera hecho saber de algún modo, aunque fuera con una ínfima pista, pero ni eso había aparecido. Los instintos de la licántropo también fueron parte de ese rastreo, aunque de un modo que los humanos jamás se enterarían. Podía localizar criaturas de corazones semovientes en veinte kilómetros a la redonda, e incluso un poco más cuando la luna estaba en su máximo esplendor. La respuesta fue la misma que le dieron a Brianna: nada. Era la peor noticia que se podía recibir.

¿Qué decir en esos casos? Le habían enseñado muchas cosas para quedar bien, asuntos de etiqueta, la mayoría de ellos eficaces a la hora de ser aceptada en un círculo social, pero un total fracaso para reconstituir hogares. «Madame, la esperanza es lo último que se pierde Ya verá como algún día vuelve. Confiemos nuestras oraciones a Dios para que, si él lo desea, el amo esté de vuelta» Eso se esperaba que dijera. Quedaría como una verdadera dama ante su patrona y ante los demás miembros de la casa que se enteraran de la conversación, pero no levantaría muertos. No haría que Brianna dejara de llenarse de deberes para tapar la ineludible realidad.

Yolène no era una diosa; era muy consciente de ello, por lo que no podía asegurar que Morgan ya no perteneciera al mundo de los vivos, pero sí tenía la experiencia de su parte. Si alimentaba la esperanza en Brianna, ésta no terminaría por empoderarse lo suficiente como para salir del agujero. Lo mejor era arrancar esa floreciente y traidora planta de raíz. Lo haría por esos niños que aguardaban, la lactante que se amamantaba y la madre esperanzada.

El señor Storr no me tenía aprecio, señora. La verdad no. —dijo con honestidad lo que pensaba y sin ningún tono de rencor en su voz. No tenía aires de nada— Apreciaba mis herramientas, las que podría transmitirle a sus hijos. Era algo que iba más allá de enseñar inglés o español; divisiones o multiplicaciones. Esos conocimientos los tiene toda institutriz con la audacia suficiente como para autodenominarse así. —miró hacia una esquina de sus ojos, recordando la entrevista— Me puso aquí porque pensó que hacía falta un aporte de racionalidad al hogar. Tal vez presentía que dentro de poco él no iba a estar, pero no osaría apostarlo.

Hizo una pausa, recordando a su patrón. Todo pasaba por algo. Él era bastante suspicaz; probablemente hubiera terminado por descubrirla y degollarla en su propia casa. ¿Y si alguien allá arriba le estaba dando una oportunidad a Yolène?

Me ha preguntado lo que pienso. Pienso que es tiempo de despedirse de él. Esto es lo que le puede brindar mi racionalidad, Madame: la muerte. Porque la muerte es cambio, irrevocable. Es parte de la vida, bien sabido es, pero nadie se pregunta por qué. Es porque para abrir la puerta que nos lleve hacia el futuro necesitamos que se sellen todas las salidas que nos traigan de vuelta al pasado. Algo que no esté en nuestras manos que nos diga que no nos queda otra alternativa más que seguir, porque atrás ya no hay alternativa para nosotros. Obliga a encontrar la voluntad. —se fijó en la pequeña con más atención; sentía todo lo que sentía su madre. Esto tenía que detenerse antes de que empezara— Y si necesita llorar para lograrlo, me temo que tendrá que hacerlo. Su familia la necesita. Usted se necesita.

Yolène rogó que ella llorara allí, en ese momento, antes de que la vida le obligara a hacerlo, desbordándola, derrotándola.



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Mensaje por Shannon Sinclair Jue Feb 26, 2015 9:56 pm

Brianna estaba harta de darle de comer a su propia pena. Sentía lástima de sí misma, de la desgracia que la había acorralado, dejándola hundida de una montaña de podredumbre. Cada mañana debía hacer un esfuerzo sobrehumana para levantarse, pasaba cada día de su vida conteniendo el llanto, con un constante nudo en la garganta que le atenaza el alma, atenta a todos los ruidos, a todos los movimientos, a todos los visitantes, a cualquier casi imperceptible cambio que le anunciase que su esposo había llegado, que había regresado al hogar del cual nunca debería haberse ausentado. Pero no, eso no sucedía, y ya había pasado demasiado tiempo, y ella mantenía intacto el deseo y la esperanza de verlo cruzar el umbral de su puerta, poder estrecharlo en sus brazos, sentarlo en la mesa junto a sus hijos, y volver a ser la familia que siempre habían sido. Pero su mayor dolor, era el de ver la apatía y la angustia que envolvía a Malcolm y a Douglas; ellos, que eran unos niños alegres, encantadores y pícaros, estaban reducidos a dos rostros que sonreían en contadas ocasiones, y que preguntaban a diario por su papá, dejando a Shannon sin más respuestas que un beso en la frente y una escueta frase de consuelo, que en nada los convencía. Le hacía daño tener que subestimar la inteligencia de sus dos retoños, que quizá tenían el panorama más claro que ella misma.

Le parecía extraño necesitar la opinión de la institutriz. Brianna había tomado como una afrenta su contratación, y aún se avergonzaba de la actitud tan inmadura que había puesto a disposición de la mujer. Era una dama distinguida, bella, que le hacía bien a los niños, pero recién en la soledad había comenzado a valorarla. Su condición de exiliada jamás le había permitido tener amistades muy cercanas, y en ese momento, lo único que tenía era la palabra de una fémina que podía ver todo desde una perspectiva distinta, una que la escocesa se negaba a ver. La palabra “muerte”, dicha con tanto convencimiento, la sofocó. Se llevó una mano a la garganta, y con la otra se apretó la boca del estómago. El primer impulso que tuvo fue de echarla a las patadas, luego amordazarla para que dejara su cantinela, y por último, la serenidad, para aprehender lo que Yolène, con total crudeza, le planteaba. Por más desolador que pareciese, valoraba la verdad que salía de los labios de la pelirroja. Había que tener coraje para decir aquello, y entendió por qué Morgan había tomado la decisión de emplearla, y pregonaba por ella aquel respeto que tanto había celado en un primer momento. En esa situación, sintió lo mismo que su marido, y agradeció que Patoux estuviese bajo su techo.

No es fácil aceptar que me he quedado sola —alcanzó a articular, antes de que la voz se le quebrara, y se viera obligada a hacer una pausa para servirse un vaso de agua, maniobrando con su hija en brazos. Un profundo dolor físico la invadió al tratar tragar, y estuvo a punto de ahogarse. —Tengo tres hijos tan pequeños… Usted es testigo de cómo Douglas y Malcolm no hay día que no me pregunten por Morgan, ¡ya no se qué responderles! —apretó los puños varias veces— No puedo decirles que su padre ha muerto, no tenemos un cuerpo que enterrar, no tenemos una tumba a la que llorarle, eso es difícil para los niños…y para mí también. Me niego a creer que él se ha ido para siempre, que el día de mañana sus hijos, nuestros hijos, tengan su rostro difuso, que Nerys —la contempló unos segundos y le enterneció que fuese tan ajena a todo—, que Nerys no tengo ningún recuerdo de Morgan, es terrible… —negó con su cabeza, mientras volví a tomar agua. Notó que la mano le temblaba, y se instó a tranquilizarse, respirando profundo.

Cambió a la niña de pecho. La bebé se alimentaba con una fruición increíble, como si no lo hubiese hecho en su vida, y le arrancó una sonrisa a su madre, que de pronto escuchó los sonidos de satisfacción que la pequeña daba, mientras con sus deditos pequeños le apretaba con su ínfima fuerza un seno, y se esmeraba en succionar. Brianna sintió una profunda soledad, recordaba cuando ella y Morgan observaban a sus hijos en esa misma situación; a él le encantaba, no quería perderse un instante de la crianza de los niños. Inevitablemente, unas lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas, y ella se esmeró en barrerlas, pero otras fluyeron, repitió el movimiento, y el instinto se repitió. Una mojó la mejilla de Nerys, que se detuvo por un instante, miró de reojo a su madre, y luego continuó con su tarea. La rubia alzó la vista y la fijó en la institutriz, y se mordió el labio, para evitar un ataque de llanto. Una vez comenzado, sería imposible de frenar, y sabía que no podía llorar ante nadie, sólo ante su esposo, y él no se encontraba para cubrirla con sus brazos y aliviarle el corazón. <<Regresa, amor mío, regresa…>> le suplicó en sus pensamientos, como a cada hora.

¿Alguna vez deseó tener hijos, Yolène? —le consultó, antes de desviar sus ojos. —Yo recibí una educación muy especial. Puede reírse, pero yo no super cómo los niños llegaban al vientre de su madre hasta que me casé con Morgan y lo descubrí —el recuerdo le abnegó los lagrimales y le coloreó las pálidas mejillas. —Mis padres me sobreprotegieron demasiado, no me dejaban ni ver a los animales, y eso que vivíamos rodeados de ellos. Nunca entendí por qué, pero se los agradezco; porque mi marido me enseñó todo, me enseñó a ser mujer. Soy lo que soy por él, y si no lo tengo, no existo, ¿me entiende? Él me dio una identidad de la que siempre carecí, me dio lo más maravillosos, a nuestros tres niños. ¿Cómo puedo, simplemente, rendirme y darlo por muerto? ¿Cómo puedo abandonarlo? ¿Y si está herido, en algún lugar lejano, o secuestrado? Yolène, me niego a aceptar que está muerto. Sólo viéndolo con mis propios ojos… —dijo, repleta de dolor, el dolor que sólo siente el que ama con aquella profundidad.


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