Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Miér Mayo 28, 2014 2:22 pm

Flashback
Estocolmo, Suecia. 28 años antes.


Habían transcurrido aproximadamente un par de semanas luego de que decidiera terminar sus viajes en los blancos parajes eslavos y ahora sus pasos la conducían por territorio finlandés con la intención de luego trasladarse a Suecia. La gélida nieve la acompañó a todo momento, tiñendo  los verdes campos con un color similar al de su piel y marcando cada paso que sus ágiles y gráciles pies daban. Cada ciudad, cada pueblo y cada campo visitado eran esplendorosos ante su mirada violácea. En ningún momento deseó perder el más mínimo detalle muy a pesar de que su condición de criatura nocturna limitara un poco la belleza del paisaje.

En algún momento de su viaje se descubrió a sí misma vagando bajos los hechizantes destellos de la aurora boreal, con sus ojos clavados ante los relucientes y cambiantes colores que danzaban en esos hilillos de luz que parecía polvo flotante. Si algo de poético quedaba en su manera de hablar, bendecía desde lo más profundo de su ser el haber aceptado el Don Oscuro, aquella maldición que irónicamente la liberó de todas las ataduras que su vida mortal había puesto sobre ella. Jamás en su vida había pensado que tendría la oportunidad de andar bajo aquel firmamento, ni siquiera en sus sueños más abstractos. No, Gabrielle siempre había vivido como un ave enjaulada, siempre contemplando la libertad sin ser capaz de abandonar su celda metálica.

Pasadas varias lunas, el camino la llevó a Turku, una de las muchas ciudades costeras, preparándola para finalmente abandonar Finlandia y continuar descubriendo los restantes países nórdicos. El viaje en barco duró apenas un día y tuvo la oportunidad de permanecer en la nave mientras llegaba el atardecer.  Una vez en territorio sueco, no demoró en internarse en la espesa vegetación de las afueras de Estocolmo con la intención de encontrar a un ingenuo del cual beber.

Corría el mes de diciembre, de manera que la capa de nieve sobre el suelo continuaba creciendo y entorpecía el paso de cualquiera que se atreviera a permanecer lejos de un cálido y protector fuego. La indumentaria que cubría el cuerpo de la italiana le protegía de las gélidas corrientes de aire y de las súbitas nevadas que lentamente cubrían a los helechos y las copas de los árboles con la blanca nieve. Y en medio del silencio de aquel paraje, sus oídos captaron el acelerado palpitar de un corazón así como la apresurada respiración de lo que sin duda era un humano. ¿Estaba corriendo? Gabrielle permaneció inmóvil y aguzó el oído para así saber qué le estaba dando persecución a ese hombre, pero no escuchó nada y no encontraba explicación para que éste fuese más rápido que un humano promedio. Dio un pequeño salto para sacar sus pies de la profunda nieve y comenzó a darle carrera con una velocidad tal que sus piernas no volvieron a penetrar la nieve en el suelo. Le persiguió hasta que éste se detuvo sin jamás percatarse de ella. Probablemente el aire frío le había obligado a detenerse y a recuperar fuerzas, de manera que la rubia aprovechó para escabullirse entre arbustos y árboles al ver que éste portaba a otro humano con él, un niño.


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Mensaje por Yranné Salvin Miér Mayo 28, 2014 8:35 pm

Palacio Real de Estocolmo, Suecia.
28 años antes.



La primera vez que el pequeño Yranné participó en un baile estaba muy nervioso, no lo demostró en su momento pero se movió reticente por los pasillos, con el cuerpo pegado a las faldas de su madre, negando en la mente que aquello fuera a salir bien. Cosa que solo empeoró cuando llegaron al salón principal donde se petrificó. Al no estar seguro de que es lo que la gente esperaba de él, le hacía dudar en cómo es que debía comportarse. Pero su madre estaba allí, directo en donde su mano levantada se apretaba rodeada por la de ella. Y cuando uno es niño, cree que su madre es la respuesta a todo, lo bueno y lo malo. Pero su madre lo era. Le mostró cómo comportarse y al conocer su naturaleza nunca lo trató de la edad que parecía, si no de la real. El niño de ocho años encarcelado en un cuerpo pequeño de cuatro, sobrevivió ese primer baile y después de ese llegaron muchos más.

Repetitivos, agotadores, repletos de una labia cargada que no acababa de comprender. Todo eran inclinaciones, saludos, reverencias. Pero la parte del baile le agradó. Fue entretenido, tomar la cintura de jóvenes señoritas y comunicarse con ellas de forma correcta y no con el balbuceó que su cuerpo debería mostrar. Pero uno de esos bailes, fue ligeramente diferente a los demás.

Las cosas comenzaron con naturalidad, la música clásica sonaba en una esquina del salón construida específicamente para la acústica y se extendía por todo el salón, bañando con sus suaves notas todo el lugar y a todos los presentes. Los invitados habían llegado puntuales y todo parecía dentro de lo normal. Era el baile de año nuevo, y la concurrencia así como los sirvientes eran más de lo normal. Unos cuantos habían sido contratados exclusivamente para la noche del baile.

Yranné llevaba puesto un traje confeccionado para él, especialmente para esa noche; su cabello suelto y largo hasta el cuello, se movía acorde a los movimientos que su madre realizaba, disfrutando una pieza con él. Esa noche se divirtió mucho, la etiqueta parecía haberse aflojado un poco y pudo comportarse más como niño y, con lo mismo, acabó cansándose pronto. La señora Esther se disculpó por unos minutos y subió con su doncella y su hijo de la mano para llevarlo a acostar. El niño se dejó cepillar el pelo y cambiar las ropas mientras bostezaba y gruñía debido a la tardanza. Su madre lo acostó y el niño se quedó dormido antes de que su madre y la doncella salieran por la puerta.

Cuando despertó nuevamente, el lugar estaba oscuro en su totalidad, en el  palacio reinaba un silencio total y la fiesta parecía que hacía tiempo que había acabado. Extrañado miró a su alrededor y fue entonces que lo vio, al lado de su cama. Era una cara desconocida y agresiva qué le metió un trapo en la boca, arrancó la sábana que lo envolvía y lo cubrió por completo con está, desarraigándolo del calor de sus mantas. Forcejeó con todas sus fuerzas y como respuesta solo obtuvo un buen golpe en la espalda que le corto la respiración, y una ola de frío que se coló entre la fina sábana. Logró sacar la cabeza y lo que vio lo dejó blanco de miedo. Lo alejaban de su hogar. Ignorante del motivo y jadeando enmudecido, volvió a usar todas sus fuerzas para quitarse de encima al asaltante. Mientras viera su hogar, aún a la  distancia, no perdería la esperanza de salvarse, pese a que no comprendía cual podría ser su final.
Entonces sintió otro golpe en su costado y está vez se quedó sin aire, medio inconsciente. Un mero bulto, un peso muerto que fue transportado más allá de la luz. El frío no le preocupaba, pero la siguiente vez que recuperó el aliento, no pudo reconocer nada de lo que veía. El bosque, el paraje nevado. El silencio. La criatura continúo peleando, cada vez más débil pero negándose a sí mismo la rendición.


Última edición por Yranné Salvin el Mar Jun 03, 2014 5:50 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Vie Mayo 30, 2014 1:33 pm

Permaneció silenciosa detrás de un árbol mientras le miraba fijamente sin siquiera preocuparse en si su cuerpo sería visible o no, pues el hombre había comenzado a tener dificultades con la persona que llevaba consigo y no parecía prestarle atención a su entorno. Era evidente que aquel pequeño individuo que le acompañaba no había sido sacado de su casa a voluntad y los bruscos movimientos del hombre le dejaban en claro que trataba de silenciarlo y así no ser descubierto. De cualquier manera no era el secuestro lo que captaba la atención de la rubia sino el hecho de que aquel humano era veloz, incluso cargando con un peso extra.

Gabrielle,  quien jamás había tenido consideración en sus víctimas, atrapando al primer humano que se le cruzara sin darle oportunidad alguna de ser presa del miedo, había aprendido a escoger entre un hombre común y corriente y uno que por lo menos convirtiera la cacería en una actividad interesante. Tal vez le daba demasiada importancia al éxtasis como para permitir que la sangre quedara tan sólo como su alimento o tal vez la impotencia de los humanos le dejaba completamente desinteresada, pero no importaba realmente, al final de la noche todos terminaban muertos. Por supuesto, aquel ladronzuelo no sería la excepción.

Sus pies se movieron gráciles por entre las hierbas, a fin de atravesar los helechos que la separaban del hombre, y el leve sonido de las hojas al acariciar su cuerpo fue lo suficientemente audible como para captar la atención de su presa.  Observó cómo éste se giraba sobre sí mismo, sin soltar el pequeño bulto que cargaba consigo, y cómo los músculos de su rostro se contraían para formar una expresión llena de terror al verla. No sólo se sorprendió al percatarse de que, a pesar de su larga carrera, había alguien más ahí, de que alguien había sido capaz de darle alcance, sino también de que el físico de esa persona estaba lejos de pertenecer a la de un humano. La pálida piel de Gabrielle no era normal, jamás en su vida había visto a alguien cuyo rostro se asimilara al de una máscara de cerámica, mucho menos contemplado ojos tan mortales y pesados como aquellos. El miedo aprisionó al pobre hombre, impidiéndole echarse a correr o dejar escapar un grito de horror. Sus manos, temblorosas, soltaron aterradas el saco que contenía al niño, escuchándose nada más que un ruido sordo al momento en el que éste cayó al suelo. La mirada de Gabrielle se desvió hacia el bulto y después volvió a posarse sobre su presa, sin intención alguna de continuar alargando el encuentro. Se aproximó con naturalidad al hombre, sin apresurar sus pasos, alargando sus brazos para agarrarlo y atraerlo a ella. Una vez más, la inútil batalla de un humano al tratar de salvarse tuvo lugar entre los brazos de la italiana, aquel ridículo y patético intento de evitar su encuentro con la muerte.



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Mensaje por Yranné Salvin Sáb Mayo 31, 2014 12:55 am

Si algo había que admirarle al pobre diablo que estaba intentando escapar del palacio de Estocolmo llevando a cuestas a un niño de aparentemente cuatro años de edad muy a pesar de las inclemencias del clima y lo peligroso del terreno, era su persistencia o terquedad. Y no debido a que se conviniera de admirar algo de un secuestrador, pero por lo menos tenía esa insistencia que le obligaba a casi correr pese a tener la nieve a la rodilla y un bulto de más de veinte kilos a cuestas. A este hombre lo movía la ambición, las ganancias por hacer su trabajo bien eran demasiado suculentas para dejarlas pasar.  El caso es que el niño debía llegar vivo del punto A al punto B, pero nadie dijo que no pudiera golpearlo para mantenerlo domesticado.  Le recordó a una fierecilla salvaje, de esas que se calman a golpes de palo.

Pero no fue fácil para él tomar la decisión. Reunido en el lugar de siempre, con unos amigos buenos para nada y sin un futuro que prometiera nada más allá del trago barato que tenía enfrente, veía pasar los días como si fueran cenizas, sin un propósito concreto ni una meta digna. Y entonces del cielo le cayó la  oportunidad de ganar unos buenos millones de coronas con solo hacer un traslado sencillo de “cierto importante objeto” y, si toda la operación acababa bien, recibiría un poco más como comisión. Sin embargo, si el traslado o la operación resultaban mal, no se le pagaría nada; y si, por ejemplo, se le iba la lengua o levantaba sospechas, lo matarían. El trabajo era tan importante que le tomó un par de días decidir y cuando llegaron a buscarle, estaba más que decidido de aceptar; nada tenía que perder. Y hasta ahora todo iba de acuerdo al plan.

Sus pasos en la nieve, el peso en su costado y los jadeos acompañando a ambos cuerpos durante el camino, eso era todo lo que podía escuchar. Todo lo demás era silencio absoluto. Pasarían horas antes de que descubrieran que la criatura, el único hijo de los Salvin, había desaparecido. Se sentía victorioso ahora... Ahora. Y entonces escuchó el siseo. Al principio trato de no hacer caso, de pretender que nada había escuchado, pero el siseo no pareció detenerse y tuvo que girar. Allí, ambos, niño y hombre, la vieron. Yranné, a quien sus propios oídos le habían fallado esa noche, se sorprendió al ver a una mujer, vestida de aquella forma paseando a esa hora, tan fuera de lugar. No comprendió al principio por que el hombre parecía tan asustado. Su captor retrocedió nervioso, tropezando con la misma nieve por la que antes caminaba tan bien. Había escuchado sobre esas criaturas, sobre varias criaturas, pero nunca creyó demasiado en ellas. Por lo que cuando vio a aquella mujer, se mente se congeló, recordando de golpe los rumores en los que no deseaba creer.

Yranné cayó al piso con un ruido seco y el frío le devolvió por completo la consciencia. Se apretó en las sábanas y tirito, sintiendo un frío que nunca había sentido antes. Vio al hombre que lo arrancó de su hogar con una expresión de asombro, trastabillando contra nada, caminando hacía otras, mudo de miedo. Entonces vio a la mujer y se encontró con sus ojos observándole, solo durante un segundo, pero allí, directo en sus pupilas y allí, en su mente infantil, lo entendió. Comprendió lo que ella era. Y tuvo miedo, pero también se sintió maravillado. La siguió con los ojos, y cuando ella estiró los brazos y lo abrazó fácilmente, Yranné sintió que su raptor se convertía en cucaracha. Con el cuerpo helado, apenas sintiéndolo de hecho, ignoró todo a su alrededor, concentrándose en la imagen de enfrente. Allí estaba directo frente a sus ojos, un monstruo como él, listo para alimentarse y sin embargo, era la visión más maravillosa que Yranné nunca tuvo.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Mar Jun 03, 2014 12:29 pm

Sus colmillos se encajaron sin dificultad la piel del hombre, quien apenas fue capaz de soltar un sutil gemido de dolor, aun resistiéndose al beso mortal de la vampiresa. Sus brazos le rodearon con fuerza a fin de que éste dejara de forcejear y comenzó a beber de él, extrayendo aquel elixir carmesí que tanto deseaba beber. La sangre cálida fluía a través de su garganta y el ritmo de sus corazones ya se habían convertido en uno solo. Pronto el hombre comenzó a ceder a causa la pérdida de sangre, dejando que el peso de su cuerpo recayera por completo en los brazos de Gabrielle. No lo asesinó, no era su intención saciar por completo su sed, ya que había un individuo más del que debía beber. Apartó sus labios de su presa un poco antes de acabar con su vida y dejó caer su cuerpo sobre la nieve, posando enseguida su mirada en el pequeño que ahora le observaba maravillado y al mismo tiempo con un dejo de miedo.

Aquella inocente mirada color olivo se había posado en ella apenas se liberara de su opresor. Todo en ese pequeño se había ganado la atención de la italiana, quien contemplaba cada detalle de él. Sus pequeñas y regordetas mejillas sonrojadas a causa del frío, sus manitas aferrándose a las sábanas que le cubrían, totalmente desprotegido y solo, si algo que le impidiera morir congelado en aquel gélido bosque. A pesar de la oscuridad de la noche, Gabrielle aún era capaz de percibir el brillo de sus pequeños ojos. De alguna manera, y muy a pesar de que su situación fuera distinta, la rubia recordó aquellos días en los que el miedo se había convertido en su dueño y su inminente muerte le abrumaba día y noche. Sabía que aquel niño moriría si le abandonaba, al igual que ella habría fallecido si Lestat no se hubiera atrevido a arrebatarla de la muerte. Sin embargo, Gabrielle no tenía ni la más mínima intención de llevarle consigo, ni como humano ni como vampiro, no podía permitirse tanta humanidad dentro de su mente. ¿Acaso ella poseía la misma mirada que él el día de su muerte? ¿Acaso ella produjo el mismo sentimiento en el corazón de su hijo? Sus rodillas finalmente se flexionaron para hacerla quedar a la misma altura que el pequeño y sus manos se encargaban de desamarrar los nudos que mantenían la capa fija en su cuello, para luego colocarla sobre los hombros del niño. Su aspecto en ese momento era, naturalmente, el de una humana, su piel era ahora cálida, sus mejillas habían sanado de las quemaduras del frío, pero continuaban rosadas, y el brillo de sus ojos era intenso. Se puso de pie una vez más y, cerrando sus ojos, se concentró en cada sonido que había en aquel sitio, de manera que pudiera asegurarse de que alguien estuviera cerca, y en efecto. Fue capaz de escuchar diversos ladridos y voces que aún daban búsqueda al pequeño muy a pesar de la oscuridad de la noche. Llevó sus dedos mortecinos a sus labios y soltó un silbido tan agudo y fuerte que fácilmente habría aturdido al niño. Silbó repetidas veces hasta que escuchó que aquellos a quienes estaba a punto de confiarles la vida del niño estaban cerca. Rompió un par de ramas y las dejó caer sobre el cadáver de su víctima, el cual había fallecido a causa del frío y por la falta de sangre. – Recuerda… El pobre ha resbalado intentando escalar. – Dijo al niño con una sonrisa maliciosa, para luego desaparecer entre el follaje.


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Aquella noche un aroma peculiar la sacó de su cripta, obligándola a vagar por las ciudades parisenses en busca de su origen. No eran aquellos perfumes exquisitos con los de la clase alta solían bañarse antes de salir a pasear, no era aquel olor a tierra húmeda que resultaba de una repentina llovizna, tampoco era la podredumbre de los cuerpos abandonados, algunos ocultos y otros a la vista. No, era sangre. Era la sangre de un individuo en particular, pero, ¿quién? Toda París estaba impregnado con aquel aroma, podía percibirlo desde cualquier callejón con la misma intensidad que si escalaba el edificio más alto.

Sus pies recorrieron toda la ciudad de un extremo a otro con ímpetu, escalando, saltando, escabulléndose si era necesario. Le estresaba sobremanera no ser capaz de encontrar el origen o siquiera recordar de quién provenía tal olor. Lo había percibido desde hacía días, pero jamás con tanta intensidad, por tanto jamás se preocupó por descubrir a quién pertenecía. Sin embargo, luego de un par de horas de búsqueda, se detuvo en seco en el sitio donde había iniciado, rodeada de un montón de humanos, todos ellos caminando con naturalidad, entrando y saliendo a diversos locales o a sus respectivas casas, pero Gabrielle permaneció inmóvil y observando a la nada, con su cabello rubio alborotado que bailaba con suavidad ante las leves corrientes de aire.


Última edición por Elle De Lioncourt el Vie Jun 06, 2014 4:01 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Yranné Salvin Mar Jun 03, 2014 10:46 pm

En un aparente estado de estupefacción, el niño observó a su secuestrador ser consumido por la hermosa mujer que acababa de conocer hacía unos minutos. No entendió por que un hombre tan fuerte como ese podía sucumbir a una dama. Tampoco entendió que fue lo que ella le estaba haciendo, no entendió hasta que el olor a oxido de la sangre llegó a él y le mareo. Se cubrió la nariz con la manta y respiro a través de esta sin despegar los ojos de la escena frente él. Pero aunque le hubiera mareado, no quería dejar de ver lo que sucedía, por qué, de una forma u otra, aquella doncella blanca, que parecía una ninfa de los bosques, había salvado su vida. Estaba seguro. Dio un respingo al ver el cuerpo del hombre caer completamente suelto en la nieve. Espero, con los ojos fijos en el cuerpo, que se moviera y cuando no lo hizo, levanto la cara a la mujer de nuevo.

Se bajó la manta con la que se había cubierto la cabeza para protegerse del viento helado. Su melena castaña, revuelta por el continuo batallar para liberarse de la presa que el hombre había impuesto en él, se agitó en el aire; Yranné la apartó del camino inconscientemente, mientras sus ojos permanecían clavados en los de la mujer, preguntándose, en un interrogatorio mudo, ¿Cuál sería el final de todo esto? ¿Le pasaría lo mismo que al hombre? Quiso decirle algo, pedirle que no le hiciera daño, pero estaba mudo, tiritando y al mismo tiempo tan quieto como la piedra, bien despierto y a la expectativa. Su sorpresa fue grande cuando, como si le estuviera dando una respuesta, la mujer se hincó frente a él, tan cerca que podría tocarla aunque no lo hizo. Se inclinó hacia adelante, observando las manos de ella moverse con naturalidad. Cuando la manta cayó sobre él, la aferró con fuerza a su cuerpo como signo de gratitud.

Sus labios secos y azules se abrieron, queriendo protestar en cuanto la vio poner de pie; no comprendía que es lo que estaba haciendo. Ladeó un poco la cabeza, observando con curiosidad como se llevaba los dedos a los labios… y fue cuando ella silbó. Se quejó sin poder evitarlo y se cubrió los oídos con fuerza, encogiéndose, permaneciendo en esa posición hasta que el ruido acabó. Su oído no estaba desarrollado aún, pero eran mucho más fino que el de un humano promedio ya y aquello le lastimó. Cuando se hizo el silencio, liberó sus oídos y entonces escucho a la campaña que había salido en su búsqueda. Volvió a ver a la ninfa del bosque, sin comprender, una vez más, lo que hacía pero algo mágico sucedió. Ella le habló y su voz fue como el arcoíris en primavera en un día de llovizna.

- Tack!… - Logró decir en sueco. Un simple gracias a la persona que lo había salvado. La vio desaparecer en el follaje y entonces los perros y los pasos de la gente atrajeron su atención. Su madre Esther, era la que iba hasta adelante, sin la suficiente ropa para considerarse abrigada y aun así manteniendo un paso que no la fatigaba. El grito de su nombre llegó a sus oídos y le hizo ponerse de pie, temblando de frío. – Mor! – Llamó a su madre con una voz débil pero consistente. Se encogió en los brazos de su madre que lo cargó sin dificultad alguna y lo apretó contra su cuerpo cálido. El niño dijo lo que la ninfa del bosque le pidió respecto al hombre tirado en la nieve, sin percatarse que su madre observaba al bosque, a un sitio en particular. Fue Esther la única que siempre sabría que una vampiresa salvo la vida de su hijo. Fue ella la única que dio las gracias con solemnidad, ya fuera por no atacarlo o por llamarles o por ambas cosas. Y sería ella la que le contaría a su hijo sobre la verdad, aclarándole la duda sobre la misteriosa y hermosa criatura que salvo su vida aquella noche de invierno.  


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Había tenido un sueño muy peculiar sobre su pasado, sobre cierta noche invernal en la que su vida pudo haber estado en grave peligro de no ser por cierta criatura supernatural que se encargó de rescatarlo. No era que lo haya olvidado, pero sin embargo, no había pensado en ello desde hacía años, no hasta que lo soñó esa madrugada. Aquel día estuvo pensativo; su cuerpo se encontraba con  sus inversionistas, saliendo de paseo con ellos y llevándolos a comer, pero su mente estaba fantaseando, recordando el rostro de aquella mujer blanca; su rostro acudió a su memoria con una ligera nitidez al ser un recuerdo muy antiguo. La edad había provocado una neblina alrededor de aquellos recuerdos que intervenía en su deseo. Cuando se despidió de sus inversionistas el sol comenzaba a decaer y su frustración iba en aumento.

Acudió a una fiesta de té donde pudo relajarse, quitarse el sombrero y bromear con jóvenes casaderas que esperaban algo que él no tenía para ellas. Yranné guardaba celosamente su condición como cambiaformas y la culpa era, en parte, su posición social. Todo el negocio familiar estaba sobre sus hombros y si descubrían que era un monstruo entonces podría perderlo todo. Pero visto desde su propio punto de vista, era muy divertido recibir las atenciones de jóvenes de quince años cuando él estaba ya por los cuarenta. Se quedó más tiempo del debido allí, recostado en un diván en el que casi se duerme. Su mente divagó de nuevo en el rostro de la mujer y de pronto fue así que un aroma efímero pero familiar, captó su atención. Se despertó por la sorpresa, lo que provocó algunas sonrisas de las jóvenes que lo observaban mientras dormitaba. El aroma se desvaneció tan pronto como perdió la concentración y de esa forma se dio cuenta de que el aroma formaba parte de su recuerdo.

Era hora de marcharse. Se puso de pie, y tras una excusa bien planeada sobre el tiempo que un caballero que tiene compromisos  puede permanecer en una fiesta, se despidió de las jóvenes y de la señora anfitriona. Hizo lo propio con los caballeros y unos cuantos invitados lo acompañaron a la puerta, ofreciéndole un coche. Lo rechazó tranquilamente, deseaba caminar, dijo. Se caló el sombrero y sus pasos pronto lo alejaron de la casa y poco después de la calle. Bajó por las calles oscuras de París, pensativo, desconcentrado de su alrededor. En su rostro se marcaba una minúscula arruga provocada por la frustración de haber pedido el aroma recién recordado.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Mar Jun 10, 2014 10:31 pm

Silencio. Todos los sonidos que se producían alrededor suyo fueron disminuyendo, cada uno pasando a segundo plano hasta que los oídos de la rubia se centraron en un solo individuo. Y de la misma manera en que ignoraba la existencia de los transeúntes, ellos la ignoraban a ella. Pasaba fácilmente desapercibida muy a pesar de su rostro inhumano y su extraña costumbre de vestir indumentaria masculina, en lugar de aquellos bellos y excéntricos vestidos que una dama como ella debía modelar. El latir del corazón que bombeaba la exquisita y llamativa sangre que había estado rastreando por horas le obligó a entrar en alguna especie de trance, del mismo tipo en el que los depredadores entran al estar hambrientos y con su víctima justo frente a ellos.

Su rodilla se flexionó ligeramente, un movimiento sumamente sutil y grácil, y después su tobillo, a fin dar el primer paso al cabo de un par de minutos de haberse detenido y ponerse en marcha una vez más, cuidando dónde colocaba su pie, asegurándose de no producir ni un sonido, como si supiera por instinto que la persona a quien seguía la detectaría con facilidad con tan sólo escuchar la suela de sus botas golpear los adoquines. De manera que se desplazó con lentitud, sin apartar su mirada de su presa, hasta hallarse a sí misma lo suficientemente lejos de la luz para que sus ojos no reflejaran brillo alguno, oculta en la oscuridad donde nadie pudiera percatarse de ella.

Aquella no era la manera en la que la italiana acostumbra a cazar, pues jamás se disponía a dejar pasar siquiera un minuto tras haber puesto la mira sobre algún incauto, mucho menos se tomaba la molestia de esperar a que el aroma de algún mortal robara su atención. Ella simplemente atrapaba entre sus brazos al primer humano que se cruzara por su camino y bebía de él, sin ceremonias ni juegos de por medio. Pero esta ocasión era diferente por alguna razón. No solamente deseaba saciar su sed, sino satisfacer aquella imperiosa necesidad de destruir a aquel que se había atrevido a fastidiar su existencia por más de una noche. Quería acabar con aquel aroma, extinguirlo de una vez por todas y continuar con la aborrecible tranquilidad de las noches de París. Esa repulsión suya le estaba obligando a actuar como una bestia, a mostrar sus afilados colmillos mientras esperaba el momento perfecto para darle persecución y finalmente matarle, con esos orbes violáceos posados en él con intenciones mortales, leyendo cada movimiento y cada gesto que su víctima realizaba.

El hombre apestaba a otros humanos. Toda su ropa estaba impregnado con distintos perfumes femeninos, pero ninguno era lo suficientemente fuerte como para opacar el aroma tan familiar a sangre que poseía. Gabrielle jamás olvidaba un olor, sin embargo carecía de la decencia de recordar a qué o a quién pertenecía, por lo que se frustraba con facilidad a la hora de toparse con uno, tal era el caso de aquel joven. De momento no pasaba ningún razonamiento por su cabeza, de modo que en realidad no se molestaba en pensar si llegaría a reconocerle o no, pero era seguro que le mataría y se saciaría con aquel fastidioso y sumamente tentador elixir.


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Mensaje por Yranné Salvin Vie Jun 13, 2014 7:27 pm

Al principio fue el viento, creyó en eso. La corriente de aire provenía de atrás de él y chocaba contra su cabello suelto que al moverse le cosquilleaba la nuca. Así fue como era y lo dejó pasar. Desde que abandonó la casa en la que se celebró la fiesta de té, una nube de frustración se había instalado en su cabeza y a cada paso que daba pesaba más y más, convirtiendo un paseo relajante en una reflexión continua que no llevaba a nada. Con cada metro recorrido, con cada centímetro que se alejaba, desaparecía de su memoria aquel aroma especifico, sutil pero claro por unos segundos, como no lo había tenido antes. Era el aroma de alguien conocido de hace mucho tiempo y que nunca más había vuelto a ver y eso, era lo más irritante de todo, pues su memoria nunca le había fallado antes. Era terrible para él reconocer que quizás ya no era tan joven como pensaba.

Entonces el cosquilleo regresó y le llevó a tocarse la nuca cuando un escalofrío se internó en su cuerpo y le estremeció. Tampoco era de sentir mucho frío, pero por inercia se caló el sombrero y ajustó su abrigo. Al llegar a la esquina cruzó la calle, cambio de acera y continuó por la derecha, internándose en calles aledañas en las que las farolas de gas ocupaban menos espacio, llegando a haber solo dos o tres por cuadra, quizás a veces cuatro. A Yranné no le preocupaba eso y tampoco era la primera vez que se colocaba en circunstancias propicias para ser atacado. No le temía a los ladrones, ni embusteros, ni uno solo había podido poner sus ansiosas manos en sus pertenecías jamás. Pero esta sensación era diferente, no se parecía a la asechanza de un simple ladrón. Recordando sus delirios de persecución se mordió el labio para no voltear y continuó su camino.

Dos calles más allá dobló a la izquierda y se encontró una calle aún más oscura. Está vez se detuvo por un segundo y a fuerzas, controlando el miedo que poco a poco comenzaba a emerger, se obligó a cerrar los ojos y tranquilizarse. Escuchó lo más atento que pudo durante un par de minutos… el sonido de pasos lejanos, yendo en otra dirección, y el perpetuo susurro del viento fue lo único que pudo percibir. Está vez se giró a sus espaldas y entornó los ojos bajo sus sombrero de copa. Extrañamente se sentía algo asediado, pero no había nadie, al menos no algo humano. Y si había alguien o algo, no era humano. Con un aire más tranquilo y sabiendo que su hogar estaba aún muy retirado, Yranné se internó en las calles oscuras y angostas con paso firme y la cabeza alta. Los edificios de tres o cuatro plantas, ceñidos unos contra otros, escondían incluso la luz de la luna que hubiera podido servirle tan bien como una farola.

La oscuridad no era un problema, su visión había sido perfecta desde que tenía uso de razón e incluso era capaz de ver aun si tenía los ojos cerrados, pero sentirse observado y en su estado, era algo que ponía un poco su control emocional en juego. Pero allí el viento no encontraba por donde colarse, y aunque las calles estaban solitarias y el silencio era aún más intenso, también había notado como el cosquilleo en la nuca parecido desvanecerse un poco, ayudándole a calmarse. Caminó por allí, lo más posible, hasta que, varias calles más adelante, salió a otro espacio abierto que colindaba con un parque. Cruzó  y tomó la banqueta del parque que, separaba del exterior con un muro de poco más de un metro y una verja de casi dos metros de puro hierro pintado de negro, le daba una  visión fantasmagórica de árboles y setos. El viento volvió y trajo consigo un sutil, apenas perceptible aroma que en cuanto ingresó en su nariz, desapareció nuevamente. Demasiado tensó para darse cuenta de lo que aquello significaba, sopeso la preocupante idea de transformarse y echar a correr; en aquella soledad nadie lo notaria. Pero no lo hizo, solo apremió su paso y continúo caminando, más alerta que nunca, prefiriendo el orgullo que el resguardo de su seguridad.  


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Dom Jun 15, 2014 11:19 pm

El tiempo corría y poco a poco los pies del chico iban devorando el camino que tenía por delante, dando cada paso con recelo y nerviosismo. No tenía la apariencia de un hombre tonto, pero era evidente que el orgullo le obligaba a continuar incluso entre los sitios oscuros, colocándose a sí mismo en bandeja de plata para la vampiresa que le acechaba. Y en el momento en el que éste se detuvo frente una calleja sin nada que la iluminara salvo una débil y tintineante luz al otro extremo, con la promesa de que aquella oscuridad acabaría tan pronto la alcanzara, la criatura esbozó una sonrisa burlona, con sus blancos y filosos colmillos asomándose por debajo de sus finos labios rosáceos. El miedo era el aroma favorito de Gabrielle, le fascinaba sentir cómo los humanos ponían  en evidencia su superioridad vampírica y sentir la notoria impotencia hacia su destino: la muerte.  

Se aproximó a él hasta quedar a escasos centímetros de su costado, sintiendo la calidez de su aliento y el aroma penetrar con brusquedad sus fosas nasales, aún protegida en el lóbrego espacio entre los edificios apretujados que formaban la siniestra calle. Casi podía saborear su sangre en su paladar y las náuseas que le provocaba la intensidad del olor le daba la sensación de estar ya saciada de ella. Comenzó a abrir sus labios a medida que aproximaba su rostro al cuello del joven, sin embargo, decidiendo jugar un poco con el miedo que comenzaba a embargarlo, desvió sus labios hacia su nuca y sopló con sutileza con su gélido aliento. Tras verle girar repentinamente comprendió la razón por la que su especie tenía la costumbre de prolongar la caza en lugar de matar tan pronto tuvieran a alguien a su alcance. Mordió su labio inferior para contener un gesto burlón, que probablemente se convertiría en una sádica risa si no lo evitaba con tiempo y comenzó a seguirle tan pronto el castaño reanudó el paso, siguiéndole a menos de un metro de distancia y sin despegar su pesada mirada de él.

Harta de la infantil acechanza, la italiana decidió que finalmente había llegado el momento propicio para matarle tras verle cruzar en dirección a la acera que colindaba el parque, pues por un segundo le dio la impresión de que la presa se le escapaba de sus manos. Imaginar lo frustrante que resultaría el dejarle escapar ileso ocasionó que de manera inconsciente perforara su labio hasta hacerle sangrar, sin embargo, y para suerte suya, se percató a tiempo de su error y se lamió la herida, haciendo que ésta cerrara al instante. Estúpida. Aquel error pudo haberle costado la noche entera.  Resuelta a no permitirse perder más tiempo, apresuró su paso y en cuanto estuvo lo suficientemente cerca, lo asió del hombro, obligándolo a girarse para luego aprisionarle contra la negra verja que delimitaba el parque. Sus ojos, bañados en irritante desesperación ante la sed y el tormentoso aroma que éste poseía, se posaron en él tan sólo un instante. Quería ver los ojos del maldito que le obligó a cambiar su modo de caza, al mismo que había sacado por completo el salvajismo que yacía dentro de la rubia. Por la fuerza con la que le tenía sujetado, daba la impresión que los brazos ajenos no demorarían en fundirse con el acero, pero no se comparó con la manera en la que finalmente clavó sus colmillos en él, desgarrando la cálida piel del joven y succionando con fiereza la sangre.


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Mensaje por Yranné Salvin Miér Jun 25, 2014 11:08 pm

Una vez que abandonó la seguridad las calles cerradas, con sus casas elevadas de tres pisos, casi rozándose una contra la otra y con los tejados precarios, chocando como si así evitarán irse al suelo, mientras el viento los golpeaba sin tregua pero a través de los cuales la luz no encontraba rendija por la cual pasar, una vez dejó todo eso atrás su seguridad decayó unos cuantos niveles más. El viento en su cara le despejó la cabeza y alejó de su nariz los perfumes de todas aquellas damas que jugaban al sí y el no con él, y con el viento, al mismo tiempo, desapareció cualquier rastro del recuerdo de aquel olor de su mente. Y en está ocasión no le importó. Ya lo había recordado una vez, no sería un problema el traerlo a su memoria de nuevo ahora, aunque aún seguía sin saber de dónde provenía ni a quien pertenecía. Su propia lógica dejaba claro que era un recuerdo, pero los recuerdos suelen ir acompañados por una nube que se va espesando cada vez más conforme los años pasan, logrando que los colores se pierdan y los olores se desvanezcan.

En su cabeza comenzó a sentirse ansioso, nervioso; lo que sucedía no tenía nada que ver con la forma en la que se movía y comportaba, y viéndolo en retrospectiva, resultaba cínico de su parte que lo hubiera ignorado tanto. El espacio abierto solo pareció ponerlo todavía más ansioso pero esa sensación asfixiante le abrió los ojos. Lo que le estaba ocurriendo no era normal. Había estado rechazando aquella sensación al punto de la estupidez, no había nada que estuviera mal con él, no se trataba de eso, lo que ocurría, simplemente, era que su instinto estaba a tope de los nervios, avisándole a gritos del peligro y él, hundido en sus memorias, no se había puesto a pensar en ese detalle. Se detuvo, apoyando una mano en el muro del parque, deteniéndose unos segundos, sin girarse ni moverse, apenas respirando. Llevo la mirada al fondo, escudriñando entre los árboles sin que ningún movimiento alterara el paisaje, giró lentamente a un lado y después al otro la cabeza y la noche cerrada fue lo único que vino a saludarlo.

Estaba harto de sentirse de esa manera, acechado. Sí, esa era la palabra ¡Acechado! Que incordio. Gruñó con fuerza y siguió caminando, pero esta vez con paso más veloz, irritado por sobre el miedo y la irritación. Pero hubo algo, un pequeño, un insignificante desliz, un cambio minúsculo en el aire y entonces, dejó de estar solo.
Allí estaba ella; el agarre en su hombro fue como asas en llamas, como el hierro de la reja clavándose en su piel. Un dolor que no dolía, una sensación diferente a todo, irreal. Su espalda se estampó contra la verja y quedó frente a frente ante su perseguidor. Ese segundo fue como recibir un golpe tremendamente intenso directo en el cerebro. Su memoria recorrió casi treinta años en menos de un segundo y le trajo a la mente,  con total claridad, el rostro de esa mujer, solo ella, conocida en una noche fría en Estocolmo, su salvadora, la visión llena de luz entre la oscuridad. La vampiro de quien nunca supiera su nombre.

Y en ese segundo, cuando la reconoció de entre todas las caras conocidas, cuando por fin la duda de esa noche se desvaneció y las piezas sueltas encajaron, solo entonces ella encajó sus colmillos en su piel y Yranné chilló de dolor, rompiendo el silencio de la noche con un alarido agudo. Sintió su enojo, la presión al succionar su sangre y el miedo acudió a él con un nuevo golpe de violencia. El deseo de huir subió por su columna vertebral y se reflejó en sus ojos abiertos, pero pudo tener un segundo de control para cambiar las cosas. Esto no podía acabar con él muerto por quien lo salvara décadas atrás. Sus ojos se cerraron y su cuerpo se hizo pequeño y se cubrió de pelo rápidamente. Sus garras empujaron el cuerpo frente a él y sus patas se escabulleron del firme agarre. Cayó al suelo entre un revoltijo de ropa y la herida abierta. El lince de pelaje blanco con gris, se encogió y lloriqueó herido, yendo contra su instinto de huir de allí. La miró a los ojos con furia y le enseñó los colmillos, gruñéndole, para acabar recostándose en el suelo, dejando su cabeza entre las patas.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Miér Jul 02, 2014 2:38 pm

Su cuerpo se había tensado al respirar ese abrumador aroma tan de cerca. Sintió como si sus colmillos se volvieran más filosos, exigiéndole de manera desesperada acabar de una vez con ese asunto, exigiendo ser encajados en la fina y cálida piel del muchacho e inundarse con su sangre. Había esperado lo suficiente como para que el castaño se percatara de que estaba siendo acechado y para ser presa del miedo y la frustración, para darse cuenta de que lo mejor que podía hacer, si es que le resultaba de utilidad, era escapar, acelerar su paso para así llegar a un sitio seguro. Pero en ese momento no existía lugar seguro, no podría huir de la vampiresa mientras la luna se alzara sobre sus cabezas.

La sangre fluía a través de su garganta, cálida y viva, sin embargo aquel sabor le resultaba insoportable. Poseía cierto toque dulzón, poco propio de la sangre humana, que le instaba a seguir bebiendo, a no apartar sus gélidos labios del cuello del joven. Mas no saboreaba la sangre para satisfacerse y dejarse llevar por aquel placer momentáneo, sino porque los recuerdos invadieron por completo su mente, como si el alimentarse conectara a ambas criaturas de un modo bastante peculiar. Los intensos latidos le traían imágenes de un frío invierno en los parajes de Estocolmo, cientos de rostros desplazándose en elegantes salas, todos sonrientes con adornos sofisticados, y de entre todos ellos reconoció a una mujer castaña, una humana que se aproximó a ella la noche posterior en que la napolitana salvase a su hijo.

Se apartó de manera instintiva, liberándolo lentamente de su agarre y sintiendo cómo la piel ajena iba cubriéndose de un espeso y sedoso pelaje. De un momento a otro dejó de tener al joven muchacho entre sus brazos, pues en su lugar estaba ahora un lince que le apartó con sus garras mientras ella permanecía atónita por el súbito cambio de naturaleza y por aquellas visiones que él había compartido de manera involuntaria con la vampiresa. Sus ojos se abrieron completamente dejando ver sus pupilas azules en su totalidad, anonadada y confundida por lo que acaba de suceder, totalmente incapaz de comprender por completo la situación. Contempló durante un momento al animal que se hallaba gimiendo en el piso y aquella herida que había quedado en su cuello. – El hijo de Esther. – Balbuceó para sí, recordando al pequeño en medio de un espeso bosque cubierto por blanca nieve, a esa mirada infantil que no le permitió asesinarle. Entonces sintió un pesar dentro de sí, una imperiosa necesidad de arrebatarlo una vez más de una muerte inaplazable, enternecida quizás al ver al pobre animal, gimiendo y esperando a que ésta le reconociese, esperando una vez más no ser lastimado por ella.

Con gesto dubitativo se agachó, apoyando ambas rodillas sobre la acera, mirando al felino con sus ojos azules rebosantes de arrepentimiento, aunque su expresión no lo demostrara del todo. – Augusto… – El nombre del sueco escapó de sus labios en medio de un murmullo, quizás para que ella misma recordase por completo de quién se trataba o para que éste comprendiera que sus intenciones eran ahora distintas. Alargó sus brazos y cargó cuidadosamente al lince con sus manos rodeando apenas las costillas de éste y lo aproximó a ella, acurrucándolo en su pecho para finalmente lamer su herida, de manera que ésta cerrara pronto y el pobre dejara de sangrar. Sin embargo, aún con el animal entre su pecho podía sentir que aquel gesto no sería suficiente para tranquilizarlo, para hacerle olvidar pronto aquel miedo por el que le obligó a pasar, de manera que, sosteniéndolo con una mano, comenzó a acariciar con la yema de sus dedos desde la parte recta del cráneo hasta la nuca repetidamente, para luego incrustar ligeramente sus uñas entre el pelaje para rascar pausada y relajadamente detrás de la oreja, atenta a la respiración del lince y a sus por ahora débiles latidos.


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Mensaje por Yranné Salvin Lun Jul 07, 2014 10:04 pm

La herida abierta quemaba como fuego, pero era un dolor diferente al que le había provocado la plata, una quemazón que ni siquiera el frío de la piedra podía apaciguar; pareciera que ardería para siempre. Tuvo miedo también, pero lo que sintió al ser acechado por ella era diferente al miedo que había tenido con el cazador en la ciénaga. Era la certeza misma de la muerte, interpelando por él en el último auditorio de su vida. No había sentido alguno en huir, por lo que no escapó. Y mientras yacía allí, tumbado en el suelo, esperando, y esos escasos minutos parecieron convertirse en horas ante sí, mientras sentía cada vez más frío y moverse parecía algo más bien molesto, entonces, percibió el olor que había estado llegando a él desde su memoria, solo que ahora era claro y estaba justo enfrente de él. Tan claro como un día soleado, como la fragancia de jazmines que tanto le gustaba. Reconoció, de su memoria, ese imperceptible, prácticamente inexiste aroma del vampiro que años atrás, hubo salvado su vida.

Sus grandes orejas se movieron apenas, con una leve contracción, en una sombra de entendimiento ante la situación y una sombra de  frustración humana ante su incapacidad de comunicación mientras permaneciera en su forma animal. Al verla, se encontró con los ojos de ella clavados en él y agotado pero consiente, mantuvo sus ojos concentrados en el rostro blanco, y los suyos se abrieron en sincera sorpresa al escuchar el nombre de su madre en la voz de la vampira. Era ella, y su sorpresa se delató con un leve gruñido. Pese a que no la recordaba físicamente y nunca hubiera escuchado su nombre anteriormente, el olor, aquella finísima línea de aroma que conectaba el momento actual con su memoria del pasado, fue suficiente para cerciorarse de su identidad.

Entonces ella se movió y el pegó un suave bote y su cuerpo se movió en un acto involuntario de tensión y pánico mientras la observaba; el dolor era demasiado reciente, la herida seguía sangrando y llevado por el temor acabó por gruñirle, como advirtiéndole que no se fuera a acercar más. Pero de nueva cuenta ella hizo su jugada y le llamó por un nombre que muy pocos conocían. Solo su padre le decía así en honor a su abuelo, y aun así, ella sabía de ese nombre. Perdió la concentración ante la sorpresa y ella aprovechó y lo cargó. El cerco de sus brazos hizo que aflorara su instinto animal y nuevamente lucho para huir de ella; sus garras rasguñaron su piel, sus ropas, y empujó su cuerpo con las patas traseras usando la fuerza que le quedaba para poder desasirse de la presa que le rodeaba, pero su lucha fue tan infructuosa como agotadora y pronto se dio por vencido.

Con el cuerpo suelto, permitió que ella maniobrara  y pronto sintió su toque frío y húmedo contra su pelo: una caricia amistosa que los felinos comprendían muy bien. Lo había hecho sobre su herida, como si se estuviera disculpando y si Yranné hubiera estado en su forma de humano y sano, se abría excitado o mínimo, sonrojado embarazadamente. La sensación de la lengua de ella en su piel le distrajo y mientras el fuego por la herida desaparecía poco a poco, volvió a batallar contra la fémina, demasiado nervioso por su cambio de conducta como para comprenderla; eran espasmos fútiles en los que el instinto animal superaba a la conciencia humana. De igual manera ya había quedado constatado el poder y la fuerza de ella contra la del lince y por mucho que luchara nada podría hacer, era imposible de vencer. Se rindió y cerró los ojos con fastidio, gruñendo, pero como eso tampoco importó, pronto pudo sentir el toque certero de sus dedos entre su pelo y eso fue tan sorpresivo como confuso, así como útil. La bestia se calmó y se escuchó así mismo ronronear.

Y por unos minutos se permitió aquello: las disculpas de ella puestas en certeras caricias, la recuperación del aliento contra su cuerpo frío pero amable. La posibilidad del perdón tras unos minutos. No tenía manera de recuperar la sangre perdida por ahora y pese a que le preocupaba, su deseo de comunicación era demasiado intenso. Tenía que hablarle, saber su nombre y darle su gratitud. Se movió más tranquilo y girando la cabeza lamió su brazo, aunque lo único que agarró fue ropa, al segundo intento, no obstante, su lengua rasposa tomó contacto con la piel blanca y fría. Pronto la miro a los ojos y esperó hasta que ella lo liberó y pudo ponerse en cuatro patas frente a ella. Se encontraba ligeramente mareado y por si acaso, caminó hasta tener el muro justo a un lado. Volver a su forma humana fue muy sencillo, tan sencillo como lo era siempre, pero no estaba preparado para el mareo que aquello iba a sobrellevar.  Se aferró con fuerza a la reja y cerró los ojos, inclinándose para apoyar su frente en el hierro frío, esperando que eso ayudara un tanto. Ignorando su desnudez, la miró de reojo, apenas por un costado pues su destino no era otro que su ropa, que aunque cerca, parecía un destino muy lejano en su actual estado y aquello quedó demostrado cuando se quiso inclinar y perdió completamente la inestabilidad.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Lun Jul 21, 2014 6:01 pm

Pronto todo quedó claro. Aquel joven a quien había estado siguiendo la noche entera, cazándolo como un animal con el único propósito de asesinarlo, aquel que perseguiría incluso si le tomaba noches o semanas enteras, era ni más ni menos que el hijo de aquella mujer sueca que había conocido muchísimo tiempo atrás en alguno de sus viajes. Había conseguido herir al castaño tal y como se lo había propuesto, sin embargo ahora que le había reconocido sabía que, tras haberle provocado un susto como aquel, el haberlo puesto cara a cara con la muerte, sembraría un inmenso terror en el corazón del muchacho, algo que quizás ocasionara recelo por su parte y una evidente incapacidad de acercarse a ella con la naturalidad que se suponía debía tener aquel reencuentro. Pero esos 28 años de no saber nada relacionado con la familia del cambiaformas había logrado que ella se olvidara totalmente de ello, del aroma del niño, del sabor de la sangre de Esther y de la extraña amistad que había surgido entre ellas, de todo.

Sus ojos permanecieron fijos en el felino, totalmente concentrada en él, tan fría y tan firme que parecía puramente humana, y aun así conservaba ese carácter letal y al mismo tiempo vacío. Su mirada azul  estaba además ensombrecida por el mismo estado de estupefacción que le ocasionó el conocer la identidad del joven. ¿No lucía demasiado joven como para tener más de 30 años? En ese momento le resultó necesario colmar su mente de recuerdos, de evocar esos días que pasó en Suecia a fin de asegurarse de que realmente ese hombre fuese Augusto, pues no estaba dispuesta a permitir que su mente le hiciera alguna jugarreta.

La imagen de Esther estaba ahí, en su cabeza, y su voz firme y maternal dirigiéndose a ella, llamándola en su propio idioma. Vampyr. Era tan nítida y la recordaba con todo detalle, con aquel vestido sencillo y un abrigo largo que hacía contraste con la blancura de la nieve. Una propuesta y cinco muertes. El sol ciñéndose sobre sus cabezas y un rápido traslado en carruaje. Recordaba también una sed tortuosa que llevaba días atormentándola y ahí estaba también el horror de morir débil y hecha cenizas bajo el sol naciente. Después un gesto cariñoso por parte de la castaña proporcionándole consuelo y alimento tan pronto la noche volviera a cubrir aquel blanco territorio. Pero, ¿de qué había servido probar aquella exquisita y dulce sangre si al final no había sido capaz de reconocer a Yranné tan pronto lo olfateara? ¿De qué había servido ayudarse mutuamente si al final Gabrielle lo espantaría y lo lastimaría? Y aun con todo eso, la napolitana no podía sentirse culpable, no podía sentir el arrepentimiento acechándola, como seguramente habría hecho con cualquiera que se encontrase en su lugar.

Contempló al cambiaformas, que desde pequeño había sido expuesto al peligro, observando cada uno de sus movimientos cargados de recelo y temor, con esa desconfianza que ella misma había ocasionado, cómo reaccionaba y bajaba la guardia tan pronto escuchara su nombre. Sus brazos permanecieron firmes a pesar de los constantes esfuerzos del lince por librarse, sin importarle mucho que sus grandes garras le destrozaran la ropa o que incluso arañaran su piel. Jamás había sentido preocupación por el estado de su indumentaria y era consciente de que su piel sanaría en breve, pero fuera de esa indiferencia, aceptó aquellos rasguños sin quejarse  puesto que los tenía merecidos. Una pequeña reprimenda por parte del animal. Tampoco cedió ante sus empujones y continuó acercándolo a ella, dispuesta a lamer su herida y apartarlo del peligro. Si lo soltaba él moriría desangrado.

Sintió de nuevo al pequeño animal armar un jaleo entre sus brazos tan pronto la herida comenzara a sanar, pero siguió firme en mantenerlo aferrado a ella mientras tratara de tranquilizarlo, lo que tomó pocos minutos en conseguir. Al poco tiempo el lince comenzó a ronronear mientras que sus dedos continuaban acariciándolo y rascando entre el pelaje hasta sentir un movimiento más por parte de él.  Era evidente que la intención del cambiaformas era distinta, pues ya no intentó escapar, sino que lamió su brazo, facilitándole comprender el mensaje que la mirada cetrina del animal quiso decirle al posarla una vez más sobre ella, ahora de manera inocente y amigable. Lo apartó de ella a fin de colocarlo sobre el suelo cuidadosamente, pensando que quizás el mareo persistiría. Presenció al instante la transformación del felino, tomando ahora su lugar un humano alto y completamente desnudo frente a ella.  Hacía tanto tiempo ya que había dejado atrás la moralidad y pudor de los humanos, por lo que le fue totalmente indiferente el verlo desnudo o con ropa. Al observar sus movimientos débiles, Gabrielle se levantó del suelo, previendo que éste caería y sosteniéndolo al momento en el que tambaleó, agarrándolo pronto y a buen tiempo. Lo ayudó a sentarse sobre el suelo con movimientos suaves, evitando forzarlo, para después tomar la ropa de las que éste se había despojado al transformarse y comenzó a vestirlo, comprendiendo que era esa su intención cuando volvió a su forma humana.


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Mensaje por Yranné Salvin Dom Ago 03, 2014 5:44 pm

Miedo. Un miedo que no había sentido antes, que iba más allá de aquel que se tiene cuando uno es perseguido por un humano cuyo único poder era el arma de fuego detrás de la que se ocultaba cobardemente. Pánico, un nivel de miedo que aguijoneaba a su cuerpo cansado a correr y huir sin detenerse, pero ¿para qué? ¿Cuál podía ser el propósito si ella le daría alcance en segundos? Ninguno. Pero el miedo no comprende de razonamientos ni consideraciones, y al mismo tiempo, es todo un impulso de sobrevivencia lo que hace que uno reaccione. Pero no tenía deseos de escapar, pues su mente navegaba en la disyuntiva de la adoración y admiración que siento cuando ella lo rescató hace ya veintiocho años atrás, y el terror y encogimiento que le hizo vivir hacía apenas unos momentos.

El frío suelo bajo sus pies no era suficiente como para despertarlo, tampoco lo era el frío que llegaba a su frente gracias al metal de la verja, pero lo que sí lo hizo fue el tacto de ella. Más frío que ningún otro. Más duro que cualquier muro y a la vez, más suave y terso que cualquier piel que hubiera tocado en una noche de pasión, así era el tacto de la piel de aquel vampiro. El toque lo sobresaltó. Apartó la vista de la verja y se giró a mirarla, temiendo que ella volviera a atacarlo para acabar con el ser patético en el que lo había convertido con tan solo unos segundos de su mortal abrazo. Era la primera vez que experimentaba una pérdida de sangre de está forma. Las heridas por las balas de plata parecían un juego infantil en comparación a la persistente debilidad que sentía. Pero al mismo tiempo, no tenía ningún punto de comparación. Su rostro formaba un poema de blanco pánico ante la cercanía del rostro femenino y puso todas sus fuerzas para tratar de alejarse de ella, esperando que en algún momento lo soltara.  

¿Por qué?— Preguntó en un susurro, apelando al entendimiento pues su confusión se estaba volviendo potente. Recargando su espalda contra el muro de piedra sobre el cual se levantaba la verja, su cuerpo se encogió, tratando de no dejarse llevar por el instinto de huir. De nuevo, su deseo era escapar, pero también deseaba quedarse. Tiró de su ropa, apartándola de las delgadas manos de ella y se visitó en silencio, fastidiado con el temblor de sus manos y el sudor frío que su cuerpo deseaba ocultar. Esas simples acciones, le costaban, hacían que por ahora debiera de esforzarse mucho. Y en su estúpido deseo, no dejaba de mirarla, de vigilarla de reojo. Hasta el último segundo creyó que ella volvería a tacarlo, pero eso no sucedió, incluso, parecía algo arrepentida por lo sucedido. Recordó que sus labios habían pronunciado su nombre, ese que pocos conocían. Su madre adoraba llamarlo de esa forma y el escucharlo de parte de ella, era extraño y algo nostálgico. Su cambio de actitud lo confundió y alzando la mirada de las ropas, la auscultó con sus ojos cansados. — Vampyr… Vad heter du?* — Se sentía desorientado y no pensó en el idioma que estaba usando, simplemente lo dijo. Recogió sus piernas  y se movió, flexionándolas para levantarse con esfuerzo, pero demostrando más fuerza. Se recargó en la verja y desde allí logró subirse los pantalones y meterse los faldones de la camisa bajo estos. Su desnudez no era una molestia, pero el frío podría serlo. Se puso la levita y el abrigo por  encima y en seguida se agachó en busca de sus zapatos.


*¿Cuál es tu nombre?


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Vie Ago 29, 2014 12:29 pm

Su nariz percibió el denso aroma del miedo invadiendo a aquella criatura, manifestándose a través del semblante de aquel que habría matado si el destino no le hubiera hecho una mala jugada, aquel que, de haber poseído, habría abandonado moribundo en los fríos adoquines de la acera. Las razones eran obvias; un resultado común entre la relación victimario-víctima, si es que la muerte no se precipitaba. Sin embargo aquel no era el caso. No debía serlo. Augusto no era más su presa, no bebería ni una sola gota más de su espesa y suculenta sangre. No podía matarlo… No. Sí podía. Claro que podía, pero no deseaba cargar con aquella muerte. No obstante, esos ojos fieros, claros y aterrados, demostraban mediante su desconfianza que no comprendía el cambio de intenciones de la rubia, no prometía segundas oportunidades a pesar de permanecer ahí, mirándola estupefacto. Gabrielle no sufriría por ello, no se lamentaría por arruinar ese reencuentro. No rogaría su perdón ni buscaría una renovada impresión, mucho menos le forzaría a nada. Era impensable que la rubia dejara de lado su forma de ser, independiente y fría, a causa de un cambiante. Aun así, cualquiera que se atreviera a decir que él carecía de importancia estaba equivocado.

Apartó su mano en cuanto éste se sobresaltara a causa de su tacto. Estaba frío de miedo y cálido bajo las manos lechosas de la vampiresa. El hombre se movió bajo su mano buscando alejarse de ella, no se tomó la molestia de disimular. Un lujo inalcanzable siendo presa del pánico. Ella muerta y ahora cálida y de rostro colorido, él vivo y tan pálido y frío como un muerto. Gabrielle ya no pensaba en el terror que embargaba al chico, sino que se preguntaba si parecer un poco más humana la haría lucir menos peligrosa, si volvería a lucir como aquella dama de antaño, esa madre de trato gélido y contradictoriamente pasional para la única persona a la que había llegado a amar. Yranné pasó a segundo plano. Sólo quedaba ella y sus cuestionamientos internos.

¿Por qué? Los ojos claros de la napolitana buscaron los del joven, esperando a que continuara hablando, que presentara otra pregunta que le permitiera saber qué razones buscaba. Las primeras palabras que escuchaba de él y no comprendía a qué se refería. ¿Quería saber por qué lo atacó o por qué lo dejó vivir? ¿Por qué lo ayudaba después de lastimarlo o por qué le dio caza? No lo sabía. Simplemente quería escuchar una vez más cómo su voz rompía las barreras del silencio, cómo destruía aquella muralla invisible que había erigido a fin de protegerse a sí mismo.

Soltó la ropa al sentir que él tiraba de ella y supo entonces que debía dejarlo, irse de ahí, perderse en el bosque, hundirse en la tierra o correr entre los árboles, cualquier cosa que no implicara ser la causante del recelo del cambiaformas. Consideraba la opción de marcharse mientras veía como esas manos masculinas temblaban en la complicada tarea de vestirse y las cicatrices que la ropa se encargaba de cubrir. Él la vigilaba, ella lo sabía. Sentía su mirada en ella, podía escuchar sus pensamientos centrarse en ella, en la interrogante de si sería atacado nuevamente o no. Gabrielle iba a levantarse cuando escuchó nuevamente su voz y permaneció sentada, inmóvil e inexpresiva.

Esa mujer cuyas emociones no son capaces de viajar más allá de su mente, de atravesar esa gélida piel de marfil, ocultas bajo una gélida máscara de indiferencia. Esa mujer cuyo interior ardía como el mismo infierno ante un impetuoso deseo de libertad y aventura, el mismo que no deseaba mostrar a nadie más que a sí misma, el mismo contra el que su naturaleza vencía o se entregaba a la locura. Ella era Gabrielle. La marquesa cuyos dominios se redujeron a la nada y que al mismo tiempo poseía el mundo entero. Sin embargo ella no conocía la naturaleza de aquella pregunta, el idioma en el que el castaño le hablaba. No sabía que preguntaba su nombre. – No entiendo lo que dices. – Se limitó a decir. Era sencillo entender el nombre que se le daba a su especie en otro idioma, recordaba que Esther la había usado treinta años atrás, pero jamás se tomó la molestia de aprender esa lengua.


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Mensaje por Yranné Salvin Jue Oct 02, 2014 12:12 pm

Acabó preguntándose la razón de su pregunta. No fu especifico al ser una representación de su propia confusión. Aún sentía miedo,  la debilidad de su cuerpo se lo recordaba en cada movimiento torpe que realizaba. Al ajustarse las ropas, al cerrarse el pantalón y acomodarse la levita. Cuando debió de colocarse el abrigo y de cerrarlo, los botones le punzaron como si  fueran pinchos en las yemas de sus dedos. Fue su segundo choque de verdad después del ataque del cazador en las ciénagas. Las heridas que ahora se ocultaban bajo las ropas parecían arder en noches frías como estas. Se puso de pie con ayuda de la verja, sus nudillos apretando tanto el fierro como le fue posible, dejándolos sin irrigación sanguínea por unos segundos. El frío del suelo lo despertó un poco y despejó su mente aturdida por la falta de sangre. Alcanzó sus zapatos que estaba en el mismo montículo en el que había estado antes su ropa y los desabrochó lentamente, sobreponiéndose de nuevo al temblor en sus manos.

Ella seguía allí, sentada como una dama que bien podría estar en el salón de té real y no solo luciría perfecta, sino que podría destacar más que la mismísima reina, si vistiera las ropas adecuadas por supuesto. Por un momento se detuvo en lo que hacía y permaneció quieto, con los ojos fijos en ella, intrigado por la naturaleza de su pregunta. Entonces, después de unos segundos, se dio cuenta del motivo. No le había hablado en francés. Se sentía en ese instante tan aturdido que quiso recurrir al habla para poder reacomodar su mundo nuevamente y lo había hecho mal.  ¿En qué idioma lo dijo? Recordó en su cabeza la pregunta y sus labios se movieron solos, reconociendo la lengua en la que se dirigió a ella. Sueco. Claro, su lengua madre. Ahora también se sintió ligeramente estúpido. Desvió el rostro que acababa de adquirir un ligero matiz de color que le resultaba muy beneficioso para el momento de debilidad que estaba padeciendo. No obstante, se tomó su tiempo para responderle, mismo en el que acabó de vestirse y pudo volver a erguirse como el caballero que era. La vergüenza se alejó un poco y su atención cayó sobre ella una vez más. Se veía tan frágil y a la vez, sabía que podía aplastarle el cráneo con un par de dedos si así lo deseaba.

Me disculpo… — Comenzó, asegurándose primero de estar hablando en la lengua correcta. — Hace veintidós años me salvaste y lo único que pude hacer fue darte las gracias. Ahora sé que tuviste algún contacto con mi madre ya que no hay manera de que supieras mi nombre de no ser así. — Su nombre, Augusto, ese nombre que su madre guardaba tan recelosamente, a veces confundiéndole por el motivo real de ello. — Siempre quise saber cuál era tu nombre… A eso se refería mi pregunta de hace un momento. No quiero seguir refiriéndome a ti como vampiro, como si fueras uno más entre ellos. — Había una singularidad en aquella frase, un carácter de envidia o recelo que no pudo ocultar en su voz y tampoco en la expresión medianamente sombría que sus ojos adoptaron en esos segundos. — Quiero saber tu nombre, como sabes el mío.

Sentía que estaba siendo caprichoso, que en realidad aquello no era más que una formalidad. Era cierto que eso era, pero también había una necesidad en su necedad. Un deseo. Como si fuera posible que ella no volviera nunca a verlo como una presa si no como algo más. Pero Yranné entendía su posición, porque no era un humano, pero tampoco era nada especial. Moría con menor rapidez que la de un humano normal y cuando lo hiciera, quizás décadas después, no quedaría nada de él para que fuera recordado. Las cosas eran así, por lo que, quizás, si ella se acordaba de él, no se sentiría tan vacía e inútil su muerte cuando esta ocurriera. Su mente trajo a relucir las heridas de plata y un instante de miedo cruzó  su mente. Sí, era algo de lo que no podía escapar, una investigación que no podía evitar no hacer, pero en ese punto era un necio también y seguía posponiendo lo que sin duda sería un resultado positivo, una muestra de su frágil humanidad.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Mar Nov 18, 2014 12:30 am

Poco a poco comenzó a resultarle llamativo cada movimiento del cambiante, el olor de su sangre mezclado con el miedo, la solidez de su cuerpo penetrado por el frío y contrariado por sus manos trepidantes. Lo veía como una pieza de arte poco común y atrayente, aunque un humano aterrado fuese de lo más común para ella desde que naciera a las tinieblas. Sin embargo, mientras observaba a la criatura vestirse, cayó en cuenta de que jamás había dado tiempo a sus presas para sentir un miedo prolongado ni darse a la tarea de observarlos como ahora lo hacía con Augusto. Los pensamientos en aquel hombre estaban enmarañados, confusos y revueltos de manera que lo confundían, como si lo obligaran a actuar bajo instinto, sin otorgarle la oportunidad de razonar o meditar sus acciones. Aquello y el no poder beber de él despertaban más y más la atención de Gabrielle, el hecho de tener frente a ella una criatura que no pudiera asesinar, con la que no compartiera naturaleza y que sin embargo le pareciera un crimen terminar con aquella existencia, un alguien a quien le hubiese perdonado la vida en dos ocasiones.

Sospechó que los temores del cambiante se habían disipado cuando percibió en la mente ajena la lucidez de la razón, el dominio propio, provocado tal vez por la simplicidad de su respuesta y su silencio lo confirmó todo. Continuó mirándolo terminar su tarea de vestirse con tranquilidad, como si hubiese estado todo el tiempo con alguien de confianza, como si jamás hubiera estado en peligro de muerte, centrado por completo en sus propios pensamientos. Ni siquiera sintiendo sed de nuevo podría verlo nuevamente como una presa, por más atraída que se sintiera a esa extraña criatura, porque lo único que deseaba era seguir estudiándolo y comprender lo que pasaba dentro de aquella hermética mente. Quizás, pues no lo recordaba del todo, era esa la razón por la que decidiera dejarlo con vida cuando él era niño, por esa singularidad suya, puesta en manifiesto en su mirada y ahora presente en su figura entera.

Su voz penetró de nuevo el silencio, esta vez sin proponerse dejar aquel extraño vacío entre ellos. No hubo ninguna reacción física por parte de la rubia al escucharle hablar, sin embargo estaba atenta a las palabras ajenas, de vuelta en la realidad y habiendo dejado atrás la tarea de mirarlo. — Gabrielle. — Respondió con su voz sedosa, como quien se sabe dueño de sí mismo. — Mi nombre es Gabrielle de Lioncourt y, en efecto, conocí a tu madre. — Y de no haber sido por la sangre de la sueca nunca habría reconocido a Augusto, pero aquel detalle lo omitió, segura de que la reacción habría sido desfavorable y de momento no había razón alguna para hablar de ello. — Sucedió días después de haberte encontrado en el bosque. — Añadió, recordando aquellos días que vagó por los blancos parajes nórdicos y por la excitante petición de una madre rencorosa. Se puso de pie buscando no sofocarse con sus propios recuerdos y sopesando la idea de marcharse bajo la justificación de no importunarlo más.


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Mensaje por Yranné Salvin Vie Ene 02, 2015 8:42 pm

Se acomodó el pelo con los dedos, cepillando sus mechones alborotados mientras estos caían como seda hacia atrás, acariciando sus falanges hasta que el recorrido acababa. Entonces llevaba los dedos al frente y tomaba otro mechón y repetía la acción. Su pelo estaba hecho n enredo, pero se soltó con relativa facilidad, hasta volver a caer sobre sus hombros, suelto y medianamente bien peinado. Se ajustó el pañuelo y las solapas de su abrigo. Acabó por fin con la vestimenta y volvió a ser el joven arreglado pero desaliñado de siempre. Bajó las manos a los costados en su cuerpo y se recargo en la verja, observándola atentamente. Su contacto cono los vampiros nunca fue mucho; no era temor, pero prefería mantenerse alejado de criaturas que podrían destrozarle con un apretón de manos.

Respiró hondo apenas la voz de aquella mujer alcanzó sus iodos. El timbre sobrenatural pero maravilloso de ella acabó por aplacar sus nervios últimos. Civilización y entendimiento, necesarios para relajarlo. Una situación controlada. Permaneció quieto, solo escuchando, cerrando los ojos a la voz que le respondía, que le hablaba de su madre y le contaba algo de lo ocurrido esa noche. De pronto recordó algunos detalles que antes, siendo un infante y estando asustado, se le pasaron por alto. Recordó a su madre cuando se giró al bosque y, no recuerda bien, murmuró algo hacía las ramas. Recuerda su propia voz tupida de gratitud y el calor de los fuertes brazos de su bella madre.  Ella nunca le había contado sobre ese encuentro entre ellas y lo cierto es que ahora no parecía ya el momento de preguntar.

Gabrielle…  — Repitió el nombre en voz baja, con mil preguntas atoradas en su garganta. ¿Cómo fue esa salida? Puede imaginarse que fue lo que hicieron pues poco después de su secuestro, se enteraría él más adelante, la búsqueda de los culpables fue cancelada por completo. — ¿La viste como tigre? — Preguntó con la voz baja, alejándose de la pared para acercarse a la orilla de la banqueta, deteniéndose allí, mirando a la solitaria calle por la que no pasaba ningún cabriolé o carruaje desde hacía un rato. Entendió que podría marcharse sin tener que obtener una respuesta a su pregunta. Sonrió apenas y se ajustó el abrigo a la cintura. — Le comunicaré a mi madre sobre ti, que te encontré… Que tú me encontraste. Buenas noches Gabrielle… Ha sido, no bien un placer pero si una experiencia encantadora, Gabrielle… — Se marchó de allí, continuando el camino a su mansión, sin volver atrás. Sospechaba que ella no estaría ya allí.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Sáb Feb 28, 2015 9:50 pm

Quizás el cambiante no se percataría de que aquel simple movimiento de sus manos, el acomodarse desinteresadamente su cabello repetidas veces y la desaparición de los últimos rastros de  desaliño, despertaba en Gabrielle una adoración hacia su persona un tanto menos impetuosa que la que sentía por su propio hijo. Aquello, sin embargo, no significaba nada, puesto que no se podría esperar de una mujer como ella, una mujer de corazón muerto y gélido, un gesto de atención que fuese más allá de perdonarle la vida y dejarlo escapar en una misma noche, especialmente si se trataba de una criatura que había visto en sólo dos ocasiones a lo largo de su existencia y de la cual no obtendría ventaja alguna. No obstante, se permitiría a sí misma el verle en más ocasiones y tratarle cual fiel amiga siempre que éste requiera su apoyo sin importar la situación en la que se encontrara; le debía, pues, a su madre una segunda oportunidad de vivir.

Le era imposible, sin embargo, perder en él aquellos rasgos felinos, despojos de su segunda fisonomía, pues le hacían recordar aquella noche en la que se aventuró a prestar ayuda a una cambiante de porte elegante. Un favor a cambio de otro, según recordaba. Y ahora veía en Augusto la seguridad que vio en su madre muchísimos años atrás, aquel rastro bestial en su mirada y la lucidez de un humano bien educado reinando en su rostro. Sin embargo él no le resultaba tan agresivo como la bestia que debía ser, sino que daba la impresión de ser una criatura bastante pacífica y acostumbrada a una vida sin altibajos, acostumbrada a ir por la calle sin pensar siquiera en el riesgo de ser atacado por una criatura peor.

Un parpadeo bastó para regresarla al presente a penas el cambiante pronunciara su nombre. Fue un susurro únicamente, pero se grabaría aquel sonido por largos años y lo renovaría cada vez que hablara con él en un futuro quizás cercano. – –  Respondió. ¿Qué más necesitaría saber para comprender que ella y su madre habían entablado una especie de amistad al permitirse un grado de confianza similar, el que ella aceptara su forma felina y el que la cambiante pidiera su ayuda para acabar con los hombres que pretendieron alejarla de su hijo? Se irguió un poco más al escucharle hablar nuevamente, asintiendo de manera sutil al escuchar que le hablaría a su vieja amiga. – Buenas noches, Augusto. – Se despidió otorgándole una sonrisa que más bien daba la impresión de jactarse de haberlo dado un susto de muerte, cuando en realidad era un gesto de amabilidad para con él, de lo más gentil que le fue posible.


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