AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Are you afraid? No? You should be || Privado
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Are you afraid? No? You should be || Privado
"¡Víctimas! Todos lo somos."
Legiones de sombras se agrupaban para ser testigos de sus movimientos. La oscuridad imponente que irradiaba su frío cuerpo dejaba poco a la expectativa. El vacío en sus cristalinos orbes era tan profundo que ninguna máscara que portara esa noche escondería a la bestia que realmente era. Bajó los escalones, apoyándose del bastón. Los guardias de la mazmorra hicieron un movimiento apenas perceptible en reconocimiento. Uno de ellos dejó su posición para darle la espalda y abrir las cerraduras. La puerta chirrió sonoramente. Las cicatrices en el rostro del vampiro lo hacían ver terrorífico, pero todo aquello palidecía cuando su boca esbozaba esa sonrisa que prometía una visita al mismo infierno. Su mascota se arrastraba por el pequeño espacio. Luther saboreó su miedo. El olor putrefacto que se filtraba por el oscuro pasillo no hacía nada por eliminar esa amarga ira que noche tras noche lo conducía. Deliberadamente, hizo uso del bastón para hacer sonar las puertas que se encontraban en los laterales. Estaban vacías. Así habían permanecido siempre. Aunque Aldous no tenía la fuerza para hipnotizar a un humano, los riesgos eran innecesarios. Llegó al final de pasillo. Llevó la mano hasta su colgante. El vampiro dentro de esa celda era el asesino de su familia. No confiaba en nadie lo suficiente para que cuidara de la llave. El seguro sonó. El horror se intensificó. La bestia en su interior remontaba el vuelo. Abrió la puerta lo suficiente para entrar. Las ratas chillaron y huyeron del pequeño halo de luz plateado. Esa noche la Luna Llena pendía en el firmamento. No auguraba nada bueno para su mascota. Fue durante una noche como esa que regresó a casa y se encontró con esa escena sangrienta. Los cuerpos de sus hermanos pequeños en la escalera. Habían intentado correr hacia los cuartos. Arabelle había tomado a Edwin e iban a esconderse. El dolor crudo se derramó en su pecho. Su regocijo vino un segundo después. Era entonces cuando aceptaba que aún sentía. Odio. Ira. Ese éxtasis que solo la venganza traía. La puerta se cerró. Durante horas, fue la bestia quién gobernó.
La sangre había salpicado su cuerpo. Como sucedía siempre, había ido más allá de lo que el cuerpo de su mascota aguantaría. Si no llevaba a un humano hasta su celda durante las próximas horas, éste seguramente no sobreviviría. La forma más fácil y segura de acabar con un vampiro era arrancándole el corazón y/o decapitarlo, pero no era la única forma de hacerlo. La falta de sangre humana era un método poco ortodoxo pero efectivo para acabar – también – con uno de los suyos. Aldous llevaba alimentándose de ratas. La poca sangre que repusiera no sería suficiente. La Luna Llena no solo transformaba a los hombres en bestias, Luther también sentía a esa oscura fuerza apoderarse de su cuerpo. Tras limpiarse en sus aposentos y servirse de su ayudante de cámara para vestirse, abandonó la mansión que se encontraba lo suficientemente aislada de la ciudad. Nadie, a menos que buscase la muerte, curiosearía por su territorio. Paris era una de las ciudades donde los vampiros se conglomeraban. Aquello comenzaba a ser una desventaja, atraía miradas, levantaba rumores. El número de desaparecidos había aumentado lo suficiente para que los cazadores pusiesen la mira en los bosques, incluso en oscuros callejones. Además, los humanos comenzaban a tomar medidas. Solo los más estúpidos se resistían a esconderse en sus casas. No es que esta última los mantuviese seguros. Si resultaba necesario, entraría a la fuerza para llevar el alimento a su mascota. Aldous no moriría esa noche. Aún no. Nunca tendría suficiente de él. Cuando su tío creyó que escaparía, le contó la historia de cómo sus hermanos suplicaron. Error. Un maldito error. Caminó bajo la acuciante Luna. Los aullidos de los lobos llegaban desde las entrañas de los bosques. Pronto estuvo en una de las zonas comerciales de la ciudad. Los puestos estaban ahora cerrados. No. El pensamiento llegó veloz. No estaba solo. Dejó que sus sentidos le dijesen donde se encontraba su futura acompañante. Se detuvo ante la pastelería y tocó. ¡Oh! La maldita cortesía de la bestia.
Luther Sigismund- Vampiro Clase Alta
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Re: Are you afraid? No? You should be || Privado
Tres años atrás...
La brisa nocturna de primavera golpeó delicadamente el rostro de Émilie esa noche, como si hasta el mismo clima quisiese entregarle a la muchacha una caricia en son de pésame. La gente se movía de un lado a otro, algunos partiendo a sus hogares tras una larga jornada laboral, otros sumergiéndose en los vicios de alguna taberna infectada en aroma a jerez y parloteos entretenidos. En ese instante, cuando los pasos ajenos abandonaron el adoquín de las calles, cuando finalmente una momentánea soledad le abrazo por la espalda fue que Émilie denotó que no tenía un rumbo certero, un objetivo al cual dirigirse. Sus pies seguían estacados al suelo mientras la confusa mente buscaba alguna tontería a la cual aferrarse. No quería llorar. No lo haría. Respiro profundo, permitiéndose anestesiar a través del frio que se adentraba a sus pulmones. Chocó la lengua al paladar con fuerza y comenzó a andar. Ahora todo se centraba en ella. Cada paso sería su entera responsabilidad, cada palabra generaría una consecuencia sobre sus hombros. La niña se había tornado mujer. La interrogadora ahora no era más que su propia consejera.
Llegó a la casa de sus padres nuevamente. En silencio se dirigió a la que era su habitación y comenzó a desempacar los baúles que esa misma mañana había dejado allí tras su arribo a la capital francesa. Mientras dejaba caer refinados vestidos de fiesta sobre su lecho una primer deducción cruzó su mente cuan rayo de luz matutino; ya no había esplendor que valiera tanto. Desde ese día las lentejuelas lucirían opacas, las fiestas de sociedad serian aburridas, el brillo de las joyas no enceguecería. Todas y cada una de las opulencias existentes a su alrededor pasarían a ser insulsas. Émilie quería aferrarse a lo que ninguna riqueza podría ofrecerle jamás: la paz radicante en la sencillez.
Prometió que ahora vería los amaneceres con más atención. Que sonreiría con el aroma del pan recién horneado en la pastelería. Que tomaría asiento en la hierba y se dejaría molestar por algún que otro insecto de vez en cuando. Ahora lo básico, lo esencial tenía sentido. Lo extraordinario ya no era llamativo, se tornaba innecesario. Ella había optado por vivir de forma simple porque después de todo en aquellos instantes deseaba el cálido abrazo de sus padres fallecidos por encima de cualquier magnificencia.
Las llamas en las lámparas de aceite lentamente comenzaban a irradiar una luz más tenue. El tiempo seguía transcurriendo tan o más veloz que en el día. Todo estaba casi listo. Émilie terminaba de pasar una franela sobre los mostradores donde se atendían a los clientes. Movió su cabeza hacia ambos lados para liberar un crujido casi espeluznante por parte de las vertebras de su cuello. Sí, estaba algo cansada y su mente comenzaba a asumir tal estado. Ya hasta podía verse en su casa, tomando un baño de agua fresca para luego tumbarse sobre su cama mientras comía alguna fruta fresca, justo antes de caer rendida en los terrenos del sueño.
Lamentablemente su proyección fue interrumpida por el resonar del cristal de la entrada, golpeteado en forma de llamado pese a que el cartel que pendía del pórtico advertía que el local ya estaba cerrado. Émilie supuso que quien llamaba se dejo llevar por ver algo de iluminación en el interior del sitio. Tras un suspiro dejó la franela que sostenía sobre una pequeña mesa donde algunas personas gustaban de quedarse a tomar una taza de té y se acercó a la puerta. La campanilla sonó grácilmente tras el giro del cerrojo - Buenas noches ¿Necesitaba algo? - la penumbra externa no ofrecía mucho que ver, y si a eso se le sumaba el cansancio presente en la muchacha, no era necesario explicar por qué ésta notaba que el rostro del hombre que ahora sus orbes tono avellana vislumbraban se captaba algo difuso.
Apoyó su torso contra el borde de la puerta de madera y cristal esperando una respuesta. Había poca mercadería para ofrecer a esas horas, algo que esperaba aquel caballero -si de un cliente se trataba- tuviera presente. Por ahora los pedidos nocturnos no eran un negocio a evaluar.
La brisa nocturna de primavera golpeó delicadamente el rostro de Émilie esa noche, como si hasta el mismo clima quisiese entregarle a la muchacha una caricia en son de pésame. La gente se movía de un lado a otro, algunos partiendo a sus hogares tras una larga jornada laboral, otros sumergiéndose en los vicios de alguna taberna infectada en aroma a jerez y parloteos entretenidos. En ese instante, cuando los pasos ajenos abandonaron el adoquín de las calles, cuando finalmente una momentánea soledad le abrazo por la espalda fue que Émilie denotó que no tenía un rumbo certero, un objetivo al cual dirigirse. Sus pies seguían estacados al suelo mientras la confusa mente buscaba alguna tontería a la cual aferrarse. No quería llorar. No lo haría. Respiro profundo, permitiéndose anestesiar a través del frio que se adentraba a sus pulmones. Chocó la lengua al paladar con fuerza y comenzó a andar. Ahora todo se centraba en ella. Cada paso sería su entera responsabilidad, cada palabra generaría una consecuencia sobre sus hombros. La niña se había tornado mujer. La interrogadora ahora no era más que su propia consejera.
Llegó a la casa de sus padres nuevamente. En silencio se dirigió a la que era su habitación y comenzó a desempacar los baúles que esa misma mañana había dejado allí tras su arribo a la capital francesa. Mientras dejaba caer refinados vestidos de fiesta sobre su lecho una primer deducción cruzó su mente cuan rayo de luz matutino; ya no había esplendor que valiera tanto. Desde ese día las lentejuelas lucirían opacas, las fiestas de sociedad serian aburridas, el brillo de las joyas no enceguecería. Todas y cada una de las opulencias existentes a su alrededor pasarían a ser insulsas. Émilie quería aferrarse a lo que ninguna riqueza podría ofrecerle jamás: la paz radicante en la sencillez.
Prometió que ahora vería los amaneceres con más atención. Que sonreiría con el aroma del pan recién horneado en la pastelería. Que tomaría asiento en la hierba y se dejaría molestar por algún que otro insecto de vez en cuando. Ahora lo básico, lo esencial tenía sentido. Lo extraordinario ya no era llamativo, se tornaba innecesario. Ella había optado por vivir de forma simple porque después de todo en aquellos instantes deseaba el cálido abrazo de sus padres fallecidos por encima de cualquier magnificencia.
"El hombre que ha empezado a vivir más seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera."
✖
La jornada había pasado tan veloz como un soplido de verano. Tan así que Émilie ni recordaba cuando el Sol se había puesto siquiera. Allí seguía, organizando lo que sería el día de mañana en la pastelería. Había un listado con ciertos encargos solicitados y ella siempre tan puntual gustaba de cuando eso sucedía tener los mismos listos a primeras horas de la mañana, por lo cual tras el cierre del local gustaba de quedarse unos cuantos minutos más en la cocina del negocio para organizar todos y cada uno de los productos que sus empleados necesitarían a su llegada para comenzar con las recetas a realizarse. Lo cierto es que la joven podía ocuparse de todo aquello temprano por la mañana, pero su mente le decía que era mejor prevenir que curar. No sería la primera vez que salía correteando por la ciudad en busca de algún ingrediente complejo, de esos que solía utilizar en sus elaboraciones “especiales”. Las llamas en las lámparas de aceite lentamente comenzaban a irradiar una luz más tenue. El tiempo seguía transcurriendo tan o más veloz que en el día. Todo estaba casi listo. Émilie terminaba de pasar una franela sobre los mostradores donde se atendían a los clientes. Movió su cabeza hacia ambos lados para liberar un crujido casi espeluznante por parte de las vertebras de su cuello. Sí, estaba algo cansada y su mente comenzaba a asumir tal estado. Ya hasta podía verse en su casa, tomando un baño de agua fresca para luego tumbarse sobre su cama mientras comía alguna fruta fresca, justo antes de caer rendida en los terrenos del sueño.
Lamentablemente su proyección fue interrumpida por el resonar del cristal de la entrada, golpeteado en forma de llamado pese a que el cartel que pendía del pórtico advertía que el local ya estaba cerrado. Émilie supuso que quien llamaba se dejo llevar por ver algo de iluminación en el interior del sitio. Tras un suspiro dejó la franela que sostenía sobre una pequeña mesa donde algunas personas gustaban de quedarse a tomar una taza de té y se acercó a la puerta. La campanilla sonó grácilmente tras el giro del cerrojo - Buenas noches ¿Necesitaba algo? - la penumbra externa no ofrecía mucho que ver, y si a eso se le sumaba el cansancio presente en la muchacha, no era necesario explicar por qué ésta notaba que el rostro del hombre que ahora sus orbes tono avellana vislumbraban se captaba algo difuso.
Apoyó su torso contra el borde de la puerta de madera y cristal esperando una respuesta. Había poca mercadería para ofrecer a esas horas, algo que esperaba aquel caballero -si de un cliente se trataba- tuviera presente. Por ahora los pedidos nocturnos no eran un negocio a evaluar.
Émilie Deneuve-York- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/10/2012
Localización : París, Francia
Re: Are you afraid? No? You should be || Privado
‘Tu sangre’, gruñó la bestia en su mente, consciente de que debía mantener sus garras aún apartadas de la humana. Ella aún no había gritado, lo que significaba que la tenue luz que jugaba a crear sombras dentro del local, no le había permitido tener un verdadero vistazo de su rostro. La boca del vampiro se curvó en una media sonrisa. La dama estaba cerca de descubrir que había elegido una terrible noche para quedarse a solas. Luther no se sentía como un caballero. ¿A quién intentaba engañar? ¿A sí mismo? ¡Nunca lo había sido! Algunas noches simplemente fingía serlo para llevar a placeres inimaginables a sus víctimas. Su ira, lejos de asentarse tras haberla descargado con Aldous, se habría paso desesperada, ansiando de nuevo su liberación. No podía ignorarla por mucho tiempo. La cercanía de la humana lo mantenía en esa cuerda floja, si caía, nada de cordura quedaría. ¿Tomar la vía larga o corta? Siempre había sido un amante de los retos y arrastrarla hasta sus aposentos no representaría uno, pero esa noche no estaba para juegos. La molestia del vampiro se intensificó. Sacrificarla para su mascota y no para él, realmente le jodía. Su garganta ardió en llamas, recordándole que no se había alimentado esa noche. Luther le calmó diciéndole que la tendrían antes de lanzarla a los brazos de Aldous. Aunque ella no podía verle, él repasó cada uno de sus rasgos. Era atractiva. Sus orbes avellana y su piel tersa, solo atizaban a la bestia. Hacía un año que no se permitía degustar a una hembra. Las mujeres que tomó terminaron muertas ante sus bruscos cambios de temperamento. Un gesto, una palabra, un recuerdo. Él destruía antes de siquiera darse cuenta de ello. Soltó una carcajada desprovista de cualquier sentimiento ante su inconsciente actitud protectora. La puerta no le serviría de nada para mantenerlo lejos. Estaba cansada, podía saberlo por la forma en que esperaba por su respuesta.
- ¿No vais a invitarme a pasar? Había interrumpido abruptamente la carcajada. Su mano viajó lo suficientemente rápido para sorprenderla. ¿Conocía ella la existencia de seres sobrenaturales? ¿Quería que lo supiera? No. Quería saborear su miedo cuando viese su aterrador físico. Cazarla cuando corriera al descubrir sus colmillos. El bastón de Luther se atravesó entre el borde y el marco de la puerta, evitando que la cerrara. Hizo presión solo un poco, mostrándole que no había forma de que aceptara un no por respuesta. – Solo somos usted y yo. La voz del vampiro era gutural, un sonido grave y desgarrador. No escondía su excitación. Su presa se iría al infierno sabiendo que lo había disfrutado notablemente. Eran ellos los que hacían que la eternidad no resultase opresiva. ¡Demonios, Luther! Deja de mentirte. – Víctimas de esta lúgubre noche. Los lobos aullaron a la luna en el bosque. Sus camaradas se le unirían en la cacería. Cualquiera que se aventurara a las entrañas de esa espesa arboleda, encontraría algo más que una simple muerte. Si no tuviese que ‘preocuparse’ por la debilidad de Aldous, habría ido tras ellos. Odiaba a los licántropos con la misma avasallante pasión que le consumía cuando cruzaba los pasillos de su mansión en dirección a las mazmorras, ansioso por emplear nuevas tácticas para hacer sufrir al traidor de su familia. – O… ¿debería decir víctima y victimario? Antes de que ella pudiese formar una respuesta, empujó con su hombro la puerta. Las cortesías se habían esfumado. – No luches, kleine. Su acento alemán salía a relucir con bastante facilidad. – Eso solo me provocaría… más. El corazón de la humana galopaba con fuerza, la yugular en su cuello palpitaba, atrayéndolo.
- ¿No vais a invitarme a pasar? Había interrumpido abruptamente la carcajada. Su mano viajó lo suficientemente rápido para sorprenderla. ¿Conocía ella la existencia de seres sobrenaturales? ¿Quería que lo supiera? No. Quería saborear su miedo cuando viese su aterrador físico. Cazarla cuando corriera al descubrir sus colmillos. El bastón de Luther se atravesó entre el borde y el marco de la puerta, evitando que la cerrara. Hizo presión solo un poco, mostrándole que no había forma de que aceptara un no por respuesta. – Solo somos usted y yo. La voz del vampiro era gutural, un sonido grave y desgarrador. No escondía su excitación. Su presa se iría al infierno sabiendo que lo había disfrutado notablemente. Eran ellos los que hacían que la eternidad no resultase opresiva. ¡Demonios, Luther! Deja de mentirte. – Víctimas de esta lúgubre noche. Los lobos aullaron a la luna en el bosque. Sus camaradas se le unirían en la cacería. Cualquiera que se aventurara a las entrañas de esa espesa arboleda, encontraría algo más que una simple muerte. Si no tuviese que ‘preocuparse’ por la debilidad de Aldous, habría ido tras ellos. Odiaba a los licántropos con la misma avasallante pasión que le consumía cuando cruzaba los pasillos de su mansión en dirección a las mazmorras, ansioso por emplear nuevas tácticas para hacer sufrir al traidor de su familia. – O… ¿debería decir víctima y victimario? Antes de que ella pudiese formar una respuesta, empujó con su hombro la puerta. Las cortesías se habían esfumado. – No luches, kleine. Su acento alemán salía a relucir con bastante facilidad. – Eso solo me provocaría… más. El corazón de la humana galopaba con fuerza, la yugular en su cuello palpitaba, atrayéndolo.
Luther Sigismund- Vampiro Clase Alta
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Re: Are you afraid? No? You should be || Privado
Uno, dos pasos atrás. Eso fue exactamente lo que Émilie llego a distanciarse de su arribado intruso, solamente para verle adentrarse a la pastelería sin permiso alguno ¿Qué le sucedía al hombre? Un extranjero mal educado y hasta con dejos de violencia en su accionar. Aquel acento era tan delatador como la velocidad de sus movimientos; una visita que se proyectaba de muchas formas salvo con amenidad.
Tensó la mandíbula no por miedo, sino por la molestia que aquel desconocido le había generado con sus asquerosos modales. No obstante, un extraño nerviosismo se despertó en su interior en la forma de un inquieto tamborilear por parte de su corazón, como si el mismo al igual que toda su anatomía quisiesen advertirle a la francesa que ésta se encontraba en peligro. Dosis irregulares de adrenalina comenzaron a esparcirse en su humanidad, de pies a cabeza. Émilie creía que hasta el gusto de la saliva que bajaba desasosegada por su cálida garganta había cambiado, pero le costaba asumir la idea de que todo aquello se hubiese dado solamente por la repentina llegada ajena que vislumbraban sus ojos.
- Yo no seré la victima de nadie – respondió tras liberar un fuerte suspiro de coraje. Cerró uno de sus puños, convenciéndose de que su arremetimiento había sido la opción más correcta. Simplemente, ella no podía rendirse ante tal escena ¡No acabaría como sus padres! No sin saber quién les había causado aquel fatal destino – Sí lo que desea es dinero, tampoco lo encontrará aquí – replico justo antes de que sus parpados se retrajesen sorpresivamente, al hacerse sus celestinos orbes con el rostro del advenedizo caballero ¿Qué diantres le había ocurrido? Lo primero que Émilie imagino fue un incendio, un escenario trágico sin escapatoria. Las facciones eran confusas, monstruosas y penosas al mismo instante. La francesa se imaginó que esos eran los dos sentimientos que el desconocido debía despertar en otros a primera vista; miedo o lástima. Por esa misma razón, ella no debía proyectar ninguno y menos ambos. La mente veloz de la pastelera le susurraba asumir otro papel, uno que quizás el desfigurado jamás haya visto. Inconscientemente, al darle resistencia estaba demostrándole algo fuera de lo común ¿Pero qué sabría el caballero? Quizás ya lo había visto todo, conociendo cada reacción, cada palabra a venir tras sus invasiones nocturnas.
No gritaría, ni saldría corriendo. Se estacó frente aquel que se proyectaba como un monstruo salvaje y clavó sus ojos en marcado semblante. El resonar de aquellas carcajadas aun invadía los pensamientos de la francesa, pero lo esencial ya estaba incrustado en su mente; no dejaría que el vándalo se saliese con la suya tan fácilmente. Daría pelea, le demostraría que ella no planeaba ahogarse en aquel mar de terror que el atrevido traía consigo – Si espera que grite o salga huyendo, no lo haré. Y si eso significa provocarle, disculpadme pero lo estoy haciendo – ni ella misma supo cómo aquellos vocablos se escaparon de su boca. Su respiración se aceleró involuntariamente. Su cuerpo seguía insistiendo en partir, en evadir sabiamente aquella situación. Su mente y su corazón le obligaban a quedarse, a asumir lo que el destino le había preparado ¿Qué sería eso?
Tensó la mandíbula no por miedo, sino por la molestia que aquel desconocido le había generado con sus asquerosos modales. No obstante, un extraño nerviosismo se despertó en su interior en la forma de un inquieto tamborilear por parte de su corazón, como si el mismo al igual que toda su anatomía quisiesen advertirle a la francesa que ésta se encontraba en peligro. Dosis irregulares de adrenalina comenzaron a esparcirse en su humanidad, de pies a cabeza. Émilie creía que hasta el gusto de la saliva que bajaba desasosegada por su cálida garganta había cambiado, pero le costaba asumir la idea de que todo aquello se hubiese dado solamente por la repentina llegada ajena que vislumbraban sus ojos.
- Yo no seré la victima de nadie – respondió tras liberar un fuerte suspiro de coraje. Cerró uno de sus puños, convenciéndose de que su arremetimiento había sido la opción más correcta. Simplemente, ella no podía rendirse ante tal escena ¡No acabaría como sus padres! No sin saber quién les había causado aquel fatal destino – Sí lo que desea es dinero, tampoco lo encontrará aquí – replico justo antes de que sus parpados se retrajesen sorpresivamente, al hacerse sus celestinos orbes con el rostro del advenedizo caballero ¿Qué diantres le había ocurrido? Lo primero que Émilie imagino fue un incendio, un escenario trágico sin escapatoria. Las facciones eran confusas, monstruosas y penosas al mismo instante. La francesa se imaginó que esos eran los dos sentimientos que el desconocido debía despertar en otros a primera vista; miedo o lástima. Por esa misma razón, ella no debía proyectar ninguno y menos ambos. La mente veloz de la pastelera le susurraba asumir otro papel, uno que quizás el desfigurado jamás haya visto. Inconscientemente, al darle resistencia estaba demostrándole algo fuera de lo común ¿Pero qué sabría el caballero? Quizás ya lo había visto todo, conociendo cada reacción, cada palabra a venir tras sus invasiones nocturnas.
No gritaría, ni saldría corriendo. Se estacó frente aquel que se proyectaba como un monstruo salvaje y clavó sus ojos en marcado semblante. El resonar de aquellas carcajadas aun invadía los pensamientos de la francesa, pero lo esencial ya estaba incrustado en su mente; no dejaría que el vándalo se saliese con la suya tan fácilmente. Daría pelea, le demostraría que ella no planeaba ahogarse en aquel mar de terror que el atrevido traía consigo – Si espera que grite o salga huyendo, no lo haré. Y si eso significa provocarle, disculpadme pero lo estoy haciendo – ni ella misma supo cómo aquellos vocablos se escaparon de su boca. Su respiración se aceleró involuntariamente. Su cuerpo seguía insistiendo en partir, en evadir sabiamente aquella situación. Su mente y su corazón le obligaban a quedarse, a asumir lo que el destino le había preparado ¿Qué sería eso?
Émilie Deneuve-York- Humano Clase Alta
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