AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Griegas - Historia original
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Griegas - Historia original
Capítulo 1 de 70
Jadeo al escuchar un nuevo avión sobrevolar nuestra posición. Mi estómago se retuerce en mi interior. Deseo vomitar pero sé que si lo hago no podré estar alerta cuando me necesiten a la hora de escapar.
Tomo con fuerza la cintura de mi hermano pequeño que descansa sobre mi pecho. Tan solo tiene dos años y ya ha vivido más horrores de los que se merece.
Mis ojos se nublan. Aprieto su cuerpo al mío y me imploro internamente que no me deje vencer por la desolación. Debo contener las ganas de llorar o Ben hará lo mismo.
Bajo mi mirada un instante a sus ojos y le guiño uno para que se tranquilice. Vuelvo a mirar hacia el cielo. No hay ningún avión. Izquierda y derecha. No parece que ningún foco esté cerca de donde estamos escondidos.
Es ahora o nunca.
Alzo su cuerpecito hasta dejarle hecho un ovillo sobre mi pecho y corro tan rápido como mis piernas de gelatina me permiten. El vaho me delatará por lo que intento esconder mi boca dentro del cuello de mi jersey de cuello alto.
Los zapatos me hacen daño en el contacto con las piedras que forman el suelo. Parecen de papel pero he tomado la determinación de que aunque me sangren no dejaré de correr. Debo huir.
Las enormes alambradas me hacen temblar de pies a cabeza pero me recuerdo a mí misma que la puerta se abrirá. Tiene que abrirse.
A lo lejos empiezo a escuchar los ladridos de los sabuesos. Me han olfateado. ¡Mierda! Espero que estén lo suficientemente alejados como para no alcanzarme tan rápido como cabría esperarse.
Tapo la boca de Ben con mi mano para que así el vaho no desvele nuestra posición a los guardias. Él me da pequeños mordiscos jugando y le sonrío para que sepa que yo también deseo jugar aunque no sea el momento en lo absoluto.
Llego hasta la enorme y pesada puerta. Miro hacia todo lo que deseo dejar atrás y el pánico se apodera de mí cuando unas fauces se abren sedientas de agarrar mi pellejo.
Los focos se mueven a la vez e iluminan mi cuerpo que protege con desesperación el de mi hermano.
- Vamos… -susurro esperando que aquellas puertas se muevan.
Aprieto mi mandíbula y empujo con mi espalda con las pocas energías que me quedan tras la carrera. Grito y lloro de impotencia hasta que las enormes portezuelas se comienzan a mover. Sí. Al fin podré escapar de este lugar.
Todas las alarmas se disparan. Escucho los gritos de guardias enfadados por no haberse dado cuenta de que dos chiquillos se están intentando escapar.
- Por favor… -susurro desesperada.
Unas manos aparecen desde el otro lado de la puerta. Sé que es ella. Es mi tía la que me ha conseguido convencer de escapar hoy de aquel lugar.
Miro hacia donde debe estar su rostro y mientras mis ojos se acostumbran voy observando sus ojos, sus facciones y su sonrisa de triunfo.
Por esa rendija no puedo pasar pero Ben sí. Ben podrá estar ya a salvo. Le entrego a mi hermano y ella lo abraza con ansiedad por tanto tiempo separados. Sonrío levemente al verlo.
- Es la número 465 -grita uno de los guardias más cerca de lo que esperaba.
- Lo siento -susurra una voz a mi lado.
A mi derecha, mi tía me mira con tristeza y llorando mientras que comienzan a cerrar la puerta.
- ¡NO! -grito intentando volver a abrirla.
No pueden dejarme allí. No pueden abandonarme. Me prometieron que me dejarían huir, que iría con ellos.
- ¡No, tía no! -grito desconsolada mientras que la rendija se hace más pequeña cada vez.
- ¡Liz!
- ¡BEN!
Prácticamente no puedo ni sacar la mano para volver a agarrar su manita. Lo intento pero no surte efecto. En su lugar siento una mordida en mi pierna.
Grito de dolor y bajo mi mirada hasta aquel chucho salvaje que me está mordiendo la pantorrilla. Muevo la pierna instintivamente pero cada vez que lo hago sus dientes se clavan más en mi carne.
- ¡Maldito perro! ¡Suelta! -chillo.
Otro de ellos salta y me cubro la cara con mis brazos haciendo que este muerda mi antebrazo. Vuelvo a gritar al sentir como desgarra mi carne con esas mandíbulas tan fuertes.
- ¡Soltadla!
Un guardia ha pedido mi clemencia desde unos metros atrás. Agarro mis heridas como puedo y salgo corriendo hacia uno de los lados libres donde no están los perros arrastrando mi pierna malherida. Sé que si los guardias me cogen será mucho peor que ser mordida por dos perros locos.
Me choco contra un peto duro que me hace saltar sobre mi pierna maltrecha. Miro hacia arriba y observo los ojos marrones de uno de los guardias.
- ¿Dónde ibas?
- Tan solo daba una vuelta -respondo.
Ríe y me golpea con la culata de su arma. Siento un punzante dolor en mi sien y como caigo al suelo de piedras afiladas. Me duele todo el cuerpo. No me quejo porque en mi mente sé que recibiré algo mucho más horrible.
- Llevadla al 2. Vamos a enseñarle qué sucede con los desobedientes y los mentirosos -ordena uno de los guardias.
Me pega una patada en el estómago y me escupe en la cara para después caminar por las piedras y acariciar el pelaje de los perros que me mordieron.
Sin cuidado alguno, me arrastran por las piedras hasta el 2. Ojalá pudiese perder el conocimiento ahora para no enterarme para nada. No quiero verlo. No quiero escucharlo. No quiero sentirlo.
Solamente un pensamiento me ayuda a sentirme más tranquila. Ben ya no estaba en este horrible lugar.
|| Dejo el primer cap y si a alguien le gusta o quiere saber más subiré poco a poco los siguientes. Griegas está terminada. Su continuación Obsoletas por el contrario, no. Pero si leyeseis podría animarme a continuar ||
Jadeo al escuchar un nuevo avión sobrevolar nuestra posición. Mi estómago se retuerce en mi interior. Deseo vomitar pero sé que si lo hago no podré estar alerta cuando me necesiten a la hora de escapar.
Tomo con fuerza la cintura de mi hermano pequeño que descansa sobre mi pecho. Tan solo tiene dos años y ya ha vivido más horrores de los que se merece.
Mis ojos se nublan. Aprieto su cuerpo al mío y me imploro internamente que no me deje vencer por la desolación. Debo contener las ganas de llorar o Ben hará lo mismo.
Bajo mi mirada un instante a sus ojos y le guiño uno para que se tranquilice. Vuelvo a mirar hacia el cielo. No hay ningún avión. Izquierda y derecha. No parece que ningún foco esté cerca de donde estamos escondidos.
Es ahora o nunca.
Alzo su cuerpecito hasta dejarle hecho un ovillo sobre mi pecho y corro tan rápido como mis piernas de gelatina me permiten. El vaho me delatará por lo que intento esconder mi boca dentro del cuello de mi jersey de cuello alto.
Los zapatos me hacen daño en el contacto con las piedras que forman el suelo. Parecen de papel pero he tomado la determinación de que aunque me sangren no dejaré de correr. Debo huir.
Las enormes alambradas me hacen temblar de pies a cabeza pero me recuerdo a mí misma que la puerta se abrirá. Tiene que abrirse.
A lo lejos empiezo a escuchar los ladridos de los sabuesos. Me han olfateado. ¡Mierda! Espero que estén lo suficientemente alejados como para no alcanzarme tan rápido como cabría esperarse.
Tapo la boca de Ben con mi mano para que así el vaho no desvele nuestra posición a los guardias. Él me da pequeños mordiscos jugando y le sonrío para que sepa que yo también deseo jugar aunque no sea el momento en lo absoluto.
Llego hasta la enorme y pesada puerta. Miro hacia todo lo que deseo dejar atrás y el pánico se apodera de mí cuando unas fauces se abren sedientas de agarrar mi pellejo.
Los focos se mueven a la vez e iluminan mi cuerpo que protege con desesperación el de mi hermano.
- Vamos… -susurro esperando que aquellas puertas se muevan.
Aprieto mi mandíbula y empujo con mi espalda con las pocas energías que me quedan tras la carrera. Grito y lloro de impotencia hasta que las enormes portezuelas se comienzan a mover. Sí. Al fin podré escapar de este lugar.
Todas las alarmas se disparan. Escucho los gritos de guardias enfadados por no haberse dado cuenta de que dos chiquillos se están intentando escapar.
- Por favor… -susurro desesperada.
Unas manos aparecen desde el otro lado de la puerta. Sé que es ella. Es mi tía la que me ha conseguido convencer de escapar hoy de aquel lugar.
Miro hacia donde debe estar su rostro y mientras mis ojos se acostumbran voy observando sus ojos, sus facciones y su sonrisa de triunfo.
Por esa rendija no puedo pasar pero Ben sí. Ben podrá estar ya a salvo. Le entrego a mi hermano y ella lo abraza con ansiedad por tanto tiempo separados. Sonrío levemente al verlo.
- Es la número 465 -grita uno de los guardias más cerca de lo que esperaba.
- Lo siento -susurra una voz a mi lado.
A mi derecha, mi tía me mira con tristeza y llorando mientras que comienzan a cerrar la puerta.
- ¡NO! -grito intentando volver a abrirla.
No pueden dejarme allí. No pueden abandonarme. Me prometieron que me dejarían huir, que iría con ellos.
- ¡No, tía no! -grito desconsolada mientras que la rendija se hace más pequeña cada vez.
- ¡Liz!
- ¡BEN!
Prácticamente no puedo ni sacar la mano para volver a agarrar su manita. Lo intento pero no surte efecto. En su lugar siento una mordida en mi pierna.
Grito de dolor y bajo mi mirada hasta aquel chucho salvaje que me está mordiendo la pantorrilla. Muevo la pierna instintivamente pero cada vez que lo hago sus dientes se clavan más en mi carne.
- ¡Maldito perro! ¡Suelta! -chillo.
Otro de ellos salta y me cubro la cara con mis brazos haciendo que este muerda mi antebrazo. Vuelvo a gritar al sentir como desgarra mi carne con esas mandíbulas tan fuertes.
- ¡Soltadla!
Un guardia ha pedido mi clemencia desde unos metros atrás. Agarro mis heridas como puedo y salgo corriendo hacia uno de los lados libres donde no están los perros arrastrando mi pierna malherida. Sé que si los guardias me cogen será mucho peor que ser mordida por dos perros locos.
Me choco contra un peto duro que me hace saltar sobre mi pierna maltrecha. Miro hacia arriba y observo los ojos marrones de uno de los guardias.
- ¿Dónde ibas?
- Tan solo daba una vuelta -respondo.
Ríe y me golpea con la culata de su arma. Siento un punzante dolor en mi sien y como caigo al suelo de piedras afiladas. Me duele todo el cuerpo. No me quejo porque en mi mente sé que recibiré algo mucho más horrible.
- Llevadla al 2. Vamos a enseñarle qué sucede con los desobedientes y los mentirosos -ordena uno de los guardias.
Me pega una patada en el estómago y me escupe en la cara para después caminar por las piedras y acariciar el pelaje de los perros que me mordieron.
Sin cuidado alguno, me arrastran por las piedras hasta el 2. Ojalá pudiese perder el conocimiento ahora para no enterarme para nada. No quiero verlo. No quiero escucharlo. No quiero sentirlo.
Solamente un pensamiento me ayuda a sentirme más tranquila. Ben ya no estaba en este horrible lugar.
|| Dejo el primer cap y si a alguien le gusta o quiere saber más subiré poco a poco los siguientes. Griegas está terminada. Su continuación Obsoletas por el contrario, no. Pero si leyeseis podría animarme a continuar ||
Lorelleine Devonshire- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 02/02/2014
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Re: Griegas - Historia original
Capítulo 2 de 70
Noto el cuchillo perforar nuevamente mi piel. Un puñetazo me hace caer de la silla. Tengo la mandíbula rota, seguro. El dolor es insoportable.
Han pasado dos horas. Dos horas desde que pararon la última vez. En total, tres días de torturas. Me escupen. Profanan con cuchillos cada milímetro de piel que esté sana y después pegan donde cortaron para hacer más daño. Saben torturar.
He perdido tanta sangre que ni tan siquiera sé como aún tengo en el cuerpo. Tan solo veo por un ojo. El otro está hinchado. Mi torturador subió excesivamente su puño cuando giré mi cara para evitar el golpe. Un acto reflejo estúpido.
Trago saliva. Saliva que ya no produzco. Tengo la garganta seca desde que comenzó nuevamente este infierno.
Me duele cada parte de mí. Quiero que me maten pero sé que no lo harán. No pueden permitírselo.
- ¡HABLA!
Una patada llega directa mi pecho cortándome la respiración. No pueden seguir mucho tiempo. Tengo que estar al borde de la muerte.
- No creo que pueda hablar, señor.
Siento otra patada en mi cabeza. Intento gritar pero se queda encajado en mi garganta y solo sale de mi interior un sonido gutural en una pequeña escala que solamente la cucaracha a veinte centímetros de mí ha sido capaz de escucharlo.
Todo lo que oigo a través del oído que recibió la patada es un pitido constante. Molesto. Aprieto la mandíbula como acto reflejo para moverme pero el dolor es tan insoportable que lo dejo por imposible.
Comienzo a hacer una lista mental de todo lo que ha sucedido pero soy incapaz. Lo único que recuerdo con claridad es aquella inmensa puerta cerrándose delante de mis narices mientras me arrebataban a lo único que había tenido durante más de dos años. Mi hermano pequeño. Ben ya estaba lejos de todo esto.
Me ponen de nuevo en la silla o al menos eso creo. Un cubo de agua helada me golpea en la cara y gimoteo al sentir como se mete en cada uno de mis cortes como si fuesen nuevos cuchillos por la temperatura pero segundos más tarde se convierte en alivio que vuelve a transformarse en escozor cuando el agua se va calentando por el contacto con mi temperatura.
Mis heridas vuelven a necesitar agua helada hasta que se entumezcan y ya no duelan. La necesidad por ese bienestar es una nueva tortura.
Me duelen hasta las pestañas. Miro entre ellas y las gotas de agua que aún caen desde mis cejas. Mi torturador sigue ahí. Me grita por el tamaño de su vena del cuello y por los escupitajos que suelta.
No oigo nada. Tengo ese horrible pitido en mi oído que comienza a volverse más penetrante.
Alguien entra. Todos se giran. Intento escuchar pero es inútil. Muevo mis hombros para ponerme un poco más recta. Aprieto mi mandíbula y el dolor de todo mi cuerpo sumado al de mi mandíbula hace que desee gritar pero me contengo ya que no deseo volver a ser agredida.
Tras lo que me pareció una eternidad, la agente Soel se acerca a mí, agarra un cuchillo de los que hay sobre la mesa y me corta las ataduras.
¿Por qué lo hacen? ¿Acaso empezará ahora algo aún peor? El temor me recorre la columna como un escalofrío y todo mi cuerpo se pone nuevamente alerta esperando aquel cuchillo clavándose nuevamente entre mis costillas.
El agente Colvert saca de su bolsillo algo parecido a una jeringuilla. Camina hacia mi y pincha mi brazo inyectando aquel líquido blanquecino. Hago una mueca mientras mi mandíbula me regala otro pinchazo de dolor.
Siento como mis párpados me pesan y una sensación maravillosa de paz gobierna mi cuerpo. Sonrío. Me siento feliz. No me duele mi cuerpo, no me pesa, es liviano.
Todo excepto mi brazo derecho está inmune al dolor. Agarran mi muñeca y la apoyan sobre la mesa sin que pueda quejarme. Debo estar drogada.
Abren una portezuela. Toman varios cachivaches y los apoyan en la mesa. Veo una vela, pero no es una vela normal. Es una de las velas caloríficas que inventaron para la guerra. Poca llama y mucho calor. Esa pequeña llama consigue enseguida temperaturas desorbitadas para calentar una casa entera en menos de cinco minutos.
Veo a su lado unas cerillas y una especie de pincho sin punta con una forma extraña.
Encienden la vela y me horrorizo al saber lo que pasará. No, eso no es un pincho. Es un sello. Me van a marcar. Van a quemar mi piel y me dejarán la señal del condenado. Estaré entre los marcados para siempre.
El agente Coel pone la punta sobre la llama. Esa punta con esa horrible forma especial. Esa maldita marca con el símbolo. Desconozco como lo consiguen pero siempre se queda negro. Esa horrible marca parece estar siempre quemando tu piel.
La marca comienza a ponerse de un rojo intenso, tanto que parece a punto de fundirse.
Mi torturador se acerca. Sonríe y apoya el hierro candente contra mi brazo sobre todos los cortes y la sangre reseca.
Grito cerrando con fuerza mis ojos. Jamás en la vida me habían quemado durante tanto tiempo. Es horrible. Aquella marca parece perforar todas las capas de mi piel hasta llegar a mi músculo quedándose en él como si fuese un continuo fuego.
Vuelven a dejar la marca sobre la mesilla y sus manos hábiles me pinchan sobre la marca metiendo otro líquido con una jeringuilla. No entiendo cuando terminará esta tortura pero sé que a partir de ahora esta marca significa vía libre para ellos a la hora de maltratarme.
Ya no oigo. No veo, no respiro prácticamente. Solo siento un último pinchazo que me duerme llevándome a un mundo de pesadillas. Las que comencé a tener desde que todo esto comenzó.
En el número dos ha surgido una nueva marcada.
Noto el cuchillo perforar nuevamente mi piel. Un puñetazo me hace caer de la silla. Tengo la mandíbula rota, seguro. El dolor es insoportable.
Han pasado dos horas. Dos horas desde que pararon la última vez. En total, tres días de torturas. Me escupen. Profanan con cuchillos cada milímetro de piel que esté sana y después pegan donde cortaron para hacer más daño. Saben torturar.
He perdido tanta sangre que ni tan siquiera sé como aún tengo en el cuerpo. Tan solo veo por un ojo. El otro está hinchado. Mi torturador subió excesivamente su puño cuando giré mi cara para evitar el golpe. Un acto reflejo estúpido.
Trago saliva. Saliva que ya no produzco. Tengo la garganta seca desde que comenzó nuevamente este infierno.
Me duele cada parte de mí. Quiero que me maten pero sé que no lo harán. No pueden permitírselo.
- ¡HABLA!
Una patada llega directa mi pecho cortándome la respiración. No pueden seguir mucho tiempo. Tengo que estar al borde de la muerte.
- No creo que pueda hablar, señor.
Siento otra patada en mi cabeza. Intento gritar pero se queda encajado en mi garganta y solo sale de mi interior un sonido gutural en una pequeña escala que solamente la cucaracha a veinte centímetros de mí ha sido capaz de escucharlo.
Todo lo que oigo a través del oído que recibió la patada es un pitido constante. Molesto. Aprieto la mandíbula como acto reflejo para moverme pero el dolor es tan insoportable que lo dejo por imposible.
Comienzo a hacer una lista mental de todo lo que ha sucedido pero soy incapaz. Lo único que recuerdo con claridad es aquella inmensa puerta cerrándose delante de mis narices mientras me arrebataban a lo único que había tenido durante más de dos años. Mi hermano pequeño. Ben ya estaba lejos de todo esto.
Me ponen de nuevo en la silla o al menos eso creo. Un cubo de agua helada me golpea en la cara y gimoteo al sentir como se mete en cada uno de mis cortes como si fuesen nuevos cuchillos por la temperatura pero segundos más tarde se convierte en alivio que vuelve a transformarse en escozor cuando el agua se va calentando por el contacto con mi temperatura.
Mis heridas vuelven a necesitar agua helada hasta que se entumezcan y ya no duelan. La necesidad por ese bienestar es una nueva tortura.
Me duelen hasta las pestañas. Miro entre ellas y las gotas de agua que aún caen desde mis cejas. Mi torturador sigue ahí. Me grita por el tamaño de su vena del cuello y por los escupitajos que suelta.
No oigo nada. Tengo ese horrible pitido en mi oído que comienza a volverse más penetrante.
Alguien entra. Todos se giran. Intento escuchar pero es inútil. Muevo mis hombros para ponerme un poco más recta. Aprieto mi mandíbula y el dolor de todo mi cuerpo sumado al de mi mandíbula hace que desee gritar pero me contengo ya que no deseo volver a ser agredida.
Tras lo que me pareció una eternidad, la agente Soel se acerca a mí, agarra un cuchillo de los que hay sobre la mesa y me corta las ataduras.
¿Por qué lo hacen? ¿Acaso empezará ahora algo aún peor? El temor me recorre la columna como un escalofrío y todo mi cuerpo se pone nuevamente alerta esperando aquel cuchillo clavándose nuevamente entre mis costillas.
El agente Colvert saca de su bolsillo algo parecido a una jeringuilla. Camina hacia mi y pincha mi brazo inyectando aquel líquido blanquecino. Hago una mueca mientras mi mandíbula me regala otro pinchazo de dolor.
Siento como mis párpados me pesan y una sensación maravillosa de paz gobierna mi cuerpo. Sonrío. Me siento feliz. No me duele mi cuerpo, no me pesa, es liviano.
Todo excepto mi brazo derecho está inmune al dolor. Agarran mi muñeca y la apoyan sobre la mesa sin que pueda quejarme. Debo estar drogada.
Abren una portezuela. Toman varios cachivaches y los apoyan en la mesa. Veo una vela, pero no es una vela normal. Es una de las velas caloríficas que inventaron para la guerra. Poca llama y mucho calor. Esa pequeña llama consigue enseguida temperaturas desorbitadas para calentar una casa entera en menos de cinco minutos.
Veo a su lado unas cerillas y una especie de pincho sin punta con una forma extraña.
Encienden la vela y me horrorizo al saber lo que pasará. No, eso no es un pincho. Es un sello. Me van a marcar. Van a quemar mi piel y me dejarán la señal del condenado. Estaré entre los marcados para siempre.
El agente Coel pone la punta sobre la llama. Esa punta con esa horrible forma especial. Esa maldita marca con el símbolo. Desconozco como lo consiguen pero siempre se queda negro. Esa horrible marca parece estar siempre quemando tu piel.
La marca comienza a ponerse de un rojo intenso, tanto que parece a punto de fundirse.
Mi torturador se acerca. Sonríe y apoya el hierro candente contra mi brazo sobre todos los cortes y la sangre reseca.
Grito cerrando con fuerza mis ojos. Jamás en la vida me habían quemado durante tanto tiempo. Es horrible. Aquella marca parece perforar todas las capas de mi piel hasta llegar a mi músculo quedándose en él como si fuese un continuo fuego.
Vuelven a dejar la marca sobre la mesilla y sus manos hábiles me pinchan sobre la marca metiendo otro líquido con una jeringuilla. No entiendo cuando terminará esta tortura pero sé que a partir de ahora esta marca significa vía libre para ellos a la hora de maltratarme.
Ya no oigo. No veo, no respiro prácticamente. Solo siento un último pinchazo que me duerme llevándome a un mundo de pesadillas. Las que comencé a tener desde que todo esto comenzó.
En el número dos ha surgido una nueva marcada.
Lorelleine Devonshire- Humano Clase Baja
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