Confesión [Priv] Pos +18

El zumbido de una mosca cerca de mi oído me despertó.  La espanté un par de veces, pero no cesaba en su empeño por querer dar un paseo por mi rostro. Gruñí tratando de alejarla pero fue en vano. No tuve otra opción más que levantarme de la cama, bostezando. Observé a mi alrededor, todo estaba en completo silencio y oscuro. Estiré mis músculos, y me levanté de la cama, buscando alguna ventana. Cuando la encontré, deslicé el cortinaje hacia a un lado. Abrí la ventana, dejando que los rayos de la luna penetraran en la estancia. Había movimiento por la calle, aunque no sabía con exactitud la hora exacta. Intenté volver a la cama porque me sentía pesaroso, pero cuando observé el panorama dentro de la habitación me quedé helado:

Había muchas parejas dormitando en el suelo. ¿Qué demonios había pasado ahí? Fue entonces que me di cuenta de que no sabía en donde me encontraba. ¡Por todos los dioses! Seguramente  durante la noche había fumado, bebido y sabrá Dios qué otras cosas más. Siempre me ocurría, perdía la nación del tiempo y el espacio. Me encontraba desnudo por supuesto, aunque… La cama estaba vacía. Intenté buscar mi ropa, saltando entre todos para no pisarlos, pero no la encontré por ningún lado, salvo mi guitarra, y algunos dibujos junto a ella. Los tomé entre mis manos, los observé largo rato, sin duda alguna eran muy buenos, pero… Pero yo no recordaba haberlos dibujado.  ¿Cómo había llegado hasta aquella lujosa residencia? No tenía ni la más remota idea, aunque, si lograba hacer un poco de memoria, había conocido a un par de mujeres y hombres en una taberna donde estaba cantando algunas canciones para ganarse unas monedas… Si, ya todo iba cuadrando.

Uno de los dibujos mostraba el rostro jovial y alegre de una bella mujer. Giré sobre mis talones, tratando de buscar el rostro de la fémina entre las durmientes abrazadas unas con otras en  el suave tapete floreado, pero desafortunadamente no era ninguna de ellas. Una verdadera lástima. Torcí el gesto regresando con la idea principal de encontrar algo con qué vestirme, pero no tuve éxito. Tomé mi guitarra, las hojas, y salí de la habitación tratando de hacer el menos ruido posible. Cerré la puerta tras de mí encaminándome a alguna puerta que me condujera a alguna habitación donde encontrar algo de ropa que ponerme encima. La única a la cual tuve acceso luego de algunos fiascos, te llevaba hacia la profundidad de un baño enorme con una tina. Al pie de la misma, se encontraba una bata color vino, que no dudé en ponérmela encima. Peor era revolotear desnudo por todos los rincones. Aprovechando la oportunidad, lave mis manos y mi rostro. El espejo del baño me regresó una imagen totalmente cruda y con falta de sueño. Ya las ojeras comenzaban a cobrar vida debajo de mis ojos. No estaba durmiendo ni comiendo bien, era la absoluta verdad. El estómago comenzó a gruñir pidiendo ser alimentado.

Mi idea en un principio era escabullirme sin más hasta la puerta de salida, pero mis planes se fueron por la borda, además tenía hambre. En algún lugar de aquel caserón debía haber una cocina donde pudiera encontrar alimento. Con la guitarra a cuestas y mis dibujos, me di a la tarea de aventurarme a localizarla, dándome cuenta de que no había nadie más a quien recurrir. ¿No había servidumbre? ¿Alguien que pudiera disipar mis dudas? La respuesta era: No. Qué situación extraña. ¿Estaría todavía dormido? Me abofeteé. Me dolió. Si… Estaba muy despierto.

-Bien, esto te pasa por no tener límites, Mich. – Hablé en voz alta. Mi voz hico eco y sonreí. Tontamente lo hice, aunque no tenía motivos para hacerlo. Cuánta simpleza rodeaba mi vida. Así era feliz de alguna manera. Vivir a mi ritmo, sin limitaciones era algo digno de admirar en una persona tan joven como yo. “La vida de un artista” como solía llamarle.

Mientras divagaba un poco en mi memoria. La aldaba de la puerta principal resonó un par de veces. Dudé, dudé en acudir a la llamada. No era yo más que un extraño, no sería bien visto, sin embargo, dada la insistencia, no tuve otra opción más que tratar de arreglarme un poco y asomar mi cabeza por algún resquicio. Cuando abrí, la visión que se me presentó, fue el de una joven dama, enfundada en una caperuza. ¿Qué debía hacer? ¿Dejarle pasar? ¿Conocía al dueño?

-¿Hola? – Fue la única palabra estúpida que se me pudo ocurrir en aquel instante.- ¿Busca a… alguien? – Pero claro que debía buscar a alguien. Si no ¿por qué habría venido?