Velada ● Privado

por **Lissandra Heinstein** Sáb Jun 14, 2014 5:14 pm

"Jamás es excusable ser malvado,
pero hay cierto mérito en saber que uno lo es".

Sentada y de piernas cruzadas observaba fijamente a la aterrorizada y silente niña a su lado. Tenía a la infanta tomada por la mandíbula de forma delicada, como quien sostuviese una pieza de fruta sin deseos de magullarle. La chiquilla poseía mejillas rozagantes y empapadas en lágrimas. Sus sollozos eran como una melodía entrecortada que causaba un cosquilleo peculiar en los oídos de la contemplativa vampiresa.

- Serás la última solamente porque yo así lo he querido ¿Vale? – el rostro pálido de Lissandra mantenía ese porte frío e inexpresivo que le caracterizaba. La niña asintió con miedo, con incomprensión ¿Qué le pasaría? ¿A dónde le llevarían? Interrogantes que aumentaban el desprecio que la pelirroja tenia hacia los humanos. Solo una mente así de primitiva anhelaría conocer tales respuestas en los últimos suspiros de su vida ¿La pena no radicaba en partir al olvido, sino de qué forma se llegaría al mismo? Adefesios que dejaban a los mortales más caricaturescos que de costumbre.

La sala se encontraría en pleno silencio de no ser por la respiración amedrentada de la niña, que solo mantenía la vista fija en los labios de su opresora.

Ya les había matado a todos. A todos exceptuando a la criatura.

Bailando al compás de una melodía solamente existente en su cabeza, fue tiñendo la recámara de rojo. El aroma a sangre y a terror dejaron en segundo plano a las rosas y la champaña. Los vestidos de encaje rasgados, las perlas regadas por los suelos y los tocados arruinados eran la novedosa decoración del evento. Los gritos, suplicas y llantos confeccionaron al unísono una serenata de muerte que poco a poco fue callando, más la pelirroja siguió danzando, taconeando los suelos húmedos de sangre tibia con suma gracilidad. La fiesta se había tornado “su” fiesta y no podía sentirse más halagada al respecto. Hacía casi más de un año que la vienesa no se daba esa clase de gustos exuberantes. Una dama tan seria y refinada no podía permitirse esos vicios muy seguidamente.

Inhaló el miedo de la chiquilla como si se lo arrebatase de sus poros. Llenó sus inertes pulmones del clamar misericordioso de su víctima antes de perecer y una sonrisa de estrambótica maldad se dibujó en sus labios.
La pequeña vio el asomar de los marfilados colmillos y grito con todas sus fuerzas. Incluso trato de seguir con tal acción desesperada mientras se ahogaba con su propia sangre, ya tendida en el suelo como un ángel desgraciado a los pies de quien le arrebato las alas despiadadamente.

Lissandra Heinstein se hizo una vez más con el majestuoso silencio de la eternidad, ese que solamente los vetustos de su especie saben cómo disfrutar.

Recordó a Vittorio ¡Como le hubiese gustado compartir tal momento con él! Ya le encontraría y juntos danzarían el compás de uno de esos exquisitos valses de óbito que solían improvisar. Volverían a verse a los ojos rodeados por la miseria ajena y sonreirían, por el simple hecho de tenerse uno al otro eternamente.

Movió los ojos a un lado, molesta ¿Quién se atrevería a interrumpirle? No había quedado nadie con vida en aquella residencia de las afueras parisinas. La idea de un recién arribado era posible ¿Estaría a gusto como para quedarse en aquel escenario? Lissandra se mantuvo estática, aun cruzada de piernas con los ojos fijos en la lustrada puerta doble de madera por la que se accedía al salón de fiesta.

Tal vez la velada recién empezaba, pero los aplausos del primero acto ya resonaban fervorosamente en la cabeza de Lissandra.

por **Jophiel Rothschild** Dom Jun 15, 2014 4:45 pm

Luna de un tono rojizo que te recuerda las palabras de una vieja bruja antes de alejarte de ella tras considerar que no valía la pena tu esfuerzo en liquidarla. No era rival para tí a finales de cuentas. "Hoy, sangre se ha derramado". Tuerces la sonrisa pensando en todas las ocasiones en que alguien ha fallecido en el mundo y no necesariamente por eso la luna ha cambiado de color. Mueves el cuello a un lado, al otro haciendo que truenen las articulaciones. Ese sonido te recuerda las veces en que te preparaste para la guerra, para combatir con los hippeis. Hoy, tu contienda es con otro enemigo, sobrenatural, al que has estado persiguiendo desde hace dos horas.

Un cambiaformas al que no dudarás en matar en cuanto le des alcance. Te apresuras a continuar la persecución, la xiphos en su funda, en la mano derecha una ballesta con flechas especiales para neutralizarlo e impedir la mayoría de sus movimientos. Avanzas todo lo que te resta del camino hasta que se introduce en una zona habitacional. Haces una mueca, no puedes descubrirte a ojos humanos, pero tampoco puedes permitir que la presa se te escape, así que continúas con paso más aletargado. Los músculos están tensos de la adrenalina que todo ésto te provoca, los ojos bien atentos a todo lo que se mueve y tus oídos abiertos a cualquier ruido que pueda alertarte.

Te deslizas en el interior de un inmueble, te pones atento para ver dónde es que se encuentra, procuras no alertar a nadie, pero una ceja se alza cuando detectas un olor que incita a tus sentidos. Sangre sin duda alguna. Y en abundancia. Te preguntas el por qué, pero al llegar a un salón logras vislumbrar toda la escena. Personas caídas, algunas con tajos que pueden ser grotescos, pero que para tí sólo son una parte más de tu historia y tu vida. Otros, desangrados. Ésto es obra de un vampiro.

Y lo encuentras ante tí, sentado cómodamente con una tierna niña a su lado, ladeas la cabeza sosteniendo la ballesta sin preocuparte en lo más mínimo que el sobrenatural se sienta o no alertado. No estás persiguiéndolo, no son tus órdenes, por lo que no ves mal que esté ahí. Ya la Inquisición se encargará de hacerte notar su presencia y de que sea su turno, mientras tanto... - el festín es digno de los dioses, pero las maneras de hacerte de él pueden no ser las correctas a ojos de otros - murmuras por lo bajo, no te importa un poco lo que pueda contestar. Observas a tu alrededor, incluso te acercas a una cortina manchada con el líquido carmesí haciéndola ligeramente a un lado para observar afuera. No parece que haya movimiento alguno.

Te preguntas por un instante dónde estará tu presa. Estás seguro de haberla visto entrar a ese lugar, quizá está escondida aprovechando que la vampiresa está ahí, pensando que su cazador se detendrá con una presa menor. Está muy equivocado. - ¿Escuchaste algo más que los gemidos de tus víctimas? Algo como un sujeto que entró a este lugar? - levantas la mirada al techo, has notado algo, preparas la ballesta con plena intención de ir arriba. De encontrar a tu propia presa y darte un festín con ella. El apetito se te ha abierto.

por **Lissandra Heinstein** Miér Jun 25, 2014 7:02 pm

Los ojos de Lissandra eran azules, como un océano en el que ella desearía ahogar a todos. A todos exceptuando a su adorado Vittorio.

Le vio, pero fue su aroma la que le proclamo como alguien mayor a ella. Un par de siglos quizás. No obstante, su forma de accionar, de moverse de un lado a otro del tétrico salón impregnado en sangre y muerte era lo que le hacía lucir como una bestia atontada, inconsciente de lo que en realidad pasaba a su alrededor. Una concentración primitiva, de animal hambriento le embriagaba.

- Puedo compartir con vosotros lo que he escuchado… - comentó, dejando la lengua apoyada sobre el paladar al tiempo que sus ojos miraron hacia la derecha y luego hacia la izquierda, como quien trata de dilucidar las palabras certeras para expresarse de forma clara y precisa - … más lo que os debo dejar en claro es que todo lo que yace dentro de este sitio, me pertenece – el semblante se tornó serio y tajante. No había mentira alguna en sus vocablos. La sentencia había sido dictada.

Se irguió de su asiento cuan reina que abandona su trono. Así, lentamente comenzó a moverse entre los –sus- cadáveres, en dirección lenta hacia el agitado visitante. La suave tela conformante de la cola de su vestido acariciaba los rostros inertes que yacían sobre los suelos, con muecas de desesperación; ojos exaltados, labios torcidos y bocas abiertas. Esculturas del terror impartido por aquella serena dama de cabellera ardiente como el mismo fuego.

Atrevidamente, apoyó su mano sobre la ballesta cargada del hombre, invitándole a bajar la guardia por unos instantes. Después de todo, ella no planeaba hacer nada en su contra aun y al fin y cabo de la situación, allí, era la única que podría pasar a ser su más grande preocupación.

- El conejillo que reza por no morir esta noche se encuentra en el piso de arriba. No escapará... – aseguro con una leve sonrisa. Para ese entonces su rostro estaba casi enfrentado al del vástago que le acompañaba – ...Pero solamente morirá en este lugar, si yo así lo quiero – creyó que no era necesario explicarle con más profundidad la advertencia impartida: nada sucedería en aquella residencia a menos que así ella lo quisiera. Nadie pasaría sobre su designio, nadie se atrevería a rebelarse ante su poder. Y quien lo hiciese, sucumbiría ante su oculta bestialidad…

Volteo su anatomía ciento ochenta grados, ofreciéndole su espalda al vampiro solamente para poder contemplar desde un ángulo distinto aquella obra de arte que yacía frente a su majestuosa inmortalidad. Tal masacre debería plasmarse en un lienzo, lleno de tonos carmesíes y purpúreos. Esos que tanto le gustaban a Vittorio.

Le miró por encima del hombro. Estaba segura que las fragancias que circulaban en el aire despertarían en él algún tipo de necesidad más básica, otra distinta a la sed de persecución con la que éste había arribado a la lúgubre residencia.

por **Jophiel Rothschild** Sáb Jul 12, 2014 5:07 pm

Nunca en tu vida te has detenido ante nada, mucho menos ante personas o seres que se creen más importantes sólo porque su propia inconsciencia o bien, su arrogancia y soberbia es mayor a su sentido común. No eres un sujeto paciente, mucho menos cuando la persecución sube tus niveles de adrenalina o lo que pudiera suceder en tu ahora cuerpo no-vivo. Así que la observas, todos esos modales finos e incluso, seductores para otros en medio de una masacre no son más que, en este mismo instante, desesperantes.

Ceja arqueada, una expresión intensa en tus ojos al tiempo que la observas - Así que todo lo que está en este lugar te pertenece, me parece que entonces estamos en problemas... yo lo quiero, es mío desde que lo perseguí hasta acá y nadie evitará que lo cace... ¿Quieres hacer una competencia de ésto? Bien, pero ese cambiaformas no saldrá con vida de aquí, sea en tus manos o en las mías - tu voz es firme, segura, no está alterada a pesar de que sus palabras pudieron hacerte pensar en eso, tus instintos priman y no la alteración total de tus cabales.

Vuelves a preparar la ballesta, tus ojos ahora siguen los sonidos de la parte superior del inmueble, las pisadas se vuelven más presurosas, quizá el sobrenatural ha escuchado que será la presa de esta noche no de uno, si no de dos enemigos mortales. El nerviosismo puede paladearse y te agrada el sabor del mismo, te apasiona. Es la parte más interesante y satisfactoria de todas, el momento en el que el sujeto sabe que no tiene alternativa, que está atrapado como una rata en una enorme y mortal trampa. Tus ojos azules vuelven a los de la mujer. Se vuelven más tranquilos al comprender que todo lo que necesitas es ser más rápido que ella.

- No te interpongas, puedo aceptar una competencia, pero no que me impidas al completo que no acceda a lo que quiero. No busques más confrontaciones que la que ofrezco - no aceptas más palabras que esas, aún y a pesar de eso, no mueves un solo dedo hasta que ella no lo haga y no es por miedo, es porque si quiere guerra, la tendrá. Estás dispuesto a pelear primero con ella y a continuar la persecución posteriormente en caso de ser necesario, sólo estás dando una pequeña ventaja al cambiaformas. Eres arrogante, pero sobre todo, de tus habilidades y la manera en que la mayoría están muertos te hace comprender que ella es poderosa, pero es fácil enfrentarse a seres que no pueden defenderse, que no tienen entrenamiento.

Lo contrario a tí, que has guerreado durante milenios.

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