Conoce a tu enemigo {Azazel}

La lluvia caía con intensidad sobre la cuidad de Paris. No obstante,  ni eso ni el hecho de que la luna se encontrará ya en su apogeo, parecían ser un impedimento para las masas de individuos que deambulaban por las calles. Las siluetas que podían apreciarse eran muchísimas, sí, pero había una que llamaba principalmente la atención de los ojos curiosos: Se trataba de un hombre bien parecido, de cabello oscuro y un traje bastante elegante que se contradecía de alguna forma con la botella de licor barato que llevaba abierta en una de sus manos.

El hombre avanzaba a paso lento pero seguro, estaba ido, más bien ausente. Aunque era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor, como las risas ajenas, los carros que pasaban a su lado, e incluso los sutiles susurros callejeros, no se detenía en ninguna de esas situaciones ni por un santiamén. Estaba decidido, sabía cuál era su destino y quería, por sobre todas las cosas, llegar allí cuanto antes. Por lo que no tenía tiempo para detenerse en trivialidades que al fin y al cabo ni siquiera iban a afectar, aunque fuera de forma minina, su vacía existencia. Vacía porque hacía tiempo atrás, una partida le había afectado de tal forma que su vida se había tornado absurda, carente de sentido y de sentimiento más que el dolor que la ida de su amada le había dejado. Y es que había sido una de las peores partidas, esas que nunca cicatrizan: las inesperadas.  Son las más terribles no por la ausencia de un ser amado, sino porque son imprevistas, impredecibles y  terribles por esa misma naturaleza ya que quien enfrenta la perdida no se prepara mentalmente para decir adiós, en realidad en esos lamentables casos ni se tiene la posibilidad de despedirse. Simplemente de un día para otro una persona desaparece sin previo aviso, y tienes que vivir con eso durante el resto de tu miserable vida.

El hombre continuaba andando por las calles, cada tanto le daba un desesperado trago a la botella de licor, esperando así poder olvidar, aunque fuera solo temporalmente, la razón de su andar. No era una mala estrategia, al menos eso pensó inocentemente en un principio, pero cuando vio que la botella estaba ya vacía y  él sobrio, se dio cuenta de lo estúpido que era por pensar que podía emborracharse con algo tan rebajado como eso.

Entre paso y paso, fue que se alejo de la multitud y termino frente al viejo cementerio. Muchos podrían haberse atrevido a afirmar que el destino del hombre era algún burdel barato, no era una idea tan alejada de la realidad pues lo cierto es que era un hombre que frecuentaba bastante los prostíbulos. Sin embargo, esa noche era diferente.

Había partido rumbo al cementerio y como resultado se encontraba ahora en las puertas del mismo. Avanzo por allí sin ningún problema, pasando por al lado de las lápidas como quien archiva de forma fría y despiadada los aburridos libros de una biblioteca, hasta que por fin se detuvo en la que indudablemente estaba buscando, al igual que un fanático lector lo haría con su libro favorito. Luego, lanzo la botella que aún sostenía en su mano a un lado para después rendirse de rodillas ante la tumba.

Allí se mantuvo durante un largo rato en silencio, sin importarle que la lluvia mojara indiscriminadamente cada rincón de su cuerpo. En aquella ocasión, fue capaz de derramar algunas lágrimas que se camuflaban a la perfección con el agua que emanaba del despejado, que también parecía estar llorando.

Mientras se hundía en melancólicas lagunas de recuerdos, sintió unas fuertes pisadas que le devolvieron a la realidad y le hicieron voltear su cabeza en la dirección que estas provenían. Resulto bastante extraño ya que sus ojos no captaron a nadie. Por lo que cualquier persona normal habría pensado que era simplemente producto de su vasta imaginación. Pero aquel hombre no era una persona normal, al menos no del todo pues era consciente de la existencia de seres sobrenaturales. Sabía que no era el único allí. Al menos no más.