Lucius Simon Bermingham V

Datos físicos:
Altura: 1.78 m
Color de ojos: Azules
Color de piel: Blanca
Color de cabello: Negro


Descripción Psicológica: Se trata de un niño tranquilo. Lucius parece tan aficionado a su oso de peluche como cualquier otro, pero es sólo una fachada. Hay una ambición grande dentro de él que lo persigue desde su vida anterior y está seguro que también en las que no recuerda. Quiere poder para dominar, para purificar la suciedad y edificar el imperio de los fuertes. Totalmente frío y apático. Apenas sí habla y cuando lo hace es por necesidad. No obstante, puede fingir tener interés en algunas materias para ganarse la confianza de alguien que le preste utilidad.

Asesina por deporte, porque quiere, porque puede. Para protegerse siempre puede emplear la limpieza, volviendo nebulosos los recuerdos de quienes han sido testigos. Aunque, ¿quién sospecharía de tan prestigioso apellido en un niño de su edad? Sólo quienes viven con él, pero que están demasiado temerosos como para actuar.

Tiene una mirada vacía. No se arrepiente ni lo medita demasiado. Cuando la opción está allí, actúa. Ahora, en el cuerpo de un niño de clase alta, tiene mucho menos que temer que cuando estaba en el cuerpo de un esclavo que además de vulnerable era inexperto con la magia.

A pesar de ser heterosexual, prácticamente no muestra interés en el sexo opuesto. En su mente está hacer crecer su poder y someter a los débiles. Ofrendar almas para volverse más poderoso es su pasatiempo favorito. Y es tan poco lo que le remueve por dentro asesinar que hasta es capaz de cantarle a su oso de peluche favorito (Mr. Kenneth) mientras las almas se extinguen frente a él, incluso suplicándole a sus pies. Es que no le importan los medios que tome. Es capaz de todo.

Estudioso como condenado. Puede pasarse tragando libro tras libro, pero únicamente sobre lo que le interesa. Suspicaz e inteligente. Necesita la matemática para que sus hechizos surtan efecto de la manera más excepcional. La etiqueta, la historia, los idiomas, e incluso el piano son instrumentos sociales para manipular las mentes débiles, pero que de todos modos son necesario tener bajo control. No le gusta el azar; es para los que no son capaces de construirse su camino.

Extremadamente formal al hablar. Incluso si le insultan puede responder algo denigrante, pero lo hará siempre educadamente, sólo para demostrar superioridad, y sin emociones. Ni siquiera Pétronille, su madre, pudo sacarle emociones. Ella hasta el día de hoy intenta ayudarlo a vestirse o arroparlo para dormir con un beso de buenas noches, pero a Lucius le tiene eso sin cuidado. «Tengo edad para encargarme de mis propios asuntos» Es lo que dice y continúa en solitario. Piensa que si los seres aprendieran a controlar sus emociones, serían poderosos también.

Parece que al haberse vendido al diablo, perdió su parte humana en el camino, o lo hizo completamente.



No se puede empezar a hablar de Lucius sin antes dejar en claro que es un ladrón. Más vale olvidarse de esos malandrines que se conforman con asaltar tiendas, despojar a ancianas de su refinada joyería o incluso de los que se encargan de los jugosos botines que prometen los bancos de París. Estamos hablando de un criminal que va más allá. ¿Qué pasaría si ese alguien robase vidas? Así es, tal como se oye. Esto no se refiere a un asesino, aunque también lo sea. La explicación a tan confusas premisas se resolverá en las siguientes líneas.

¿Lucius es lo que más debería importarnos? No, para nada. Lucius es sólo un as bajo la manga. Una coartada, casi un disfraz. Para descubrir la verdad tras esos ojos ausentes e inquisidores hay que ir atrás. Mucho más atrás.

Gambo:
A mediados del siglo XVIII llegó un barco cargado de pieza de ébano a Francia. La mitad de las negras venían embarazadas, para variar, con sus costumbre inmorales de andar desnudas y fornicar como los animales, decían los esclavistas como excusa para apresarlos como las bestias que eran. Debido al prácticamente nulo espacio que separaba a una persona de otra, la presión y las asfixias eran pan de cada día. Más de la mitad de los embarazos terminaba con desenlaces fatales como abortos espontáneos y nacidos muertos. Uno de los bebés que nació una tarde de Junio tuvo suerte de haberlo hecho. Tamala Kdongo dio luz a un varón de piel oscura llamado Gambo.

¿Qué haces con los esclavos? Lo de siempre: las tareas más pesadas, como burros de carga agachando la cabeza mientras arrastraban las herramientas del arado. Latigazos, castigos que incluían hacinamiento y negación del alimento eran la normalidad. Así como la muerte es parte de la vida, para los negros vivir necesariamente involucraba ser sometidos. No fue así para Gambo, cuyos ojos negros como boca de lobo parecían oscurecerse aún más con cada cicatriz marcada en su espalda. Nunca nadie había visto a un niño con tal resentimiento. Ni los mayores, cuyas esposas e hijas habían sido violadas reiteradamente por los blancos, veían al devastación en la tierra. Gambo decía que era porque les habían lavado ya el cerebro y no podían decir nada que valiera la pena. Tenían oxidado el pensamiento, aún más que las bisagras de sus cuerpos.

Encontró una vía de escape a su impotencia. Cuando los esclavos encendían la hoguera y comenzaban los cánticos, era cuando Gambo sentía sus raíces retorcerse por dentro, revitalizándolo, pero también ordenándole hacer algo que no lograba identificar. Sentía sus palmas arder más que las brasas que constituían la base de la llamarada. Tamala identificó ese afán en su hijo porque le había pasado lo mismo en su juventud, cuando sentía la extraña necesidad de cerrar los ojos y cantar guturalmente. Ninguna garganta vibraba como la de ella. ¿Qué era ese algo? El llamado de la magia. Así fue como Tamala se convirtió en la maestra de su propio hijo. Cómo hacer para que a los patrones les asaltaran las pesadillas por la noche o que no funcionaran en la cama para engendrar herederos que apenas supieran hablar les ordenaran cortarse una mano o las dos. Magia negra. Tenía toda una línea de brujos detrás, desde el más antiguo de sus ancestros. Los conocimientos pasaron a él. Se volvía cada vez más osado a medida que aprendía. La sangre de los becerros era uno de los ingredientes más efectivos a la hora de hechizar a una persona con alguna maldición. Era insaciable; Tamala veía maravillada cómo el hambre de su retoño por más y más poder se acrecentaba conforme pasaban los años y las experiencias.

La madre estaba entusiasmada; sería un gran exponente de la magia negra algún día, pero los demás negros estaban algo preocupados porque conocían perfectamente su propia cultura y sabían que jugar con ella traía consecuencias devastadores. Gambo estaba cada vez más distante, frío y sin interés de tener una pareja como los otros adolescentes. En vez de eso, pasaba su poco tiempo a disposición para quedarse mirando al firmamento pero no viendo nada. Estaba pálido y delgado. Poco a poco el brillo de sus ojos se estaba apagando. Sus frases cada vez más cortantes llegaban a intimidar. Pero Tamala era incapaz de darse cuenta de eso; estaba casi ciega. No importaba cuántas ratas mutiladas o disecadas encontrara, ni tampoco el distanciamiento de su hijo. Él… estaba haciendo lo que ningún otro se atrevía a hacer: rescatar sus raíces. ¡No lo entenderían! Así lo veía ella.

Las cosas se tornaron insostenibles cuando durante una de las rondas del capataz, éste encontró el cuerpo mutilado de una de las esclavas. No tenía señales de golpes, pero sí de forcejeos. Además, estaba con los músculos contraídos. Fue aterrador llegar a la conclusión de que la mujer no había muerto sino por haber sido su cuerpo dividido en seis partes, dejando la cabeza para el final, luego de haber partido el tronco en dos y haber acabado una a una con las extremidades. No tenía pertenencias y su virginidad estaba intacta. ¿Qué había pasado? ¿Con qué fin se le había asesinado?

Un instinto le dijo a Tamala que ella sabía la respuesta, y fue a comprobarlo ella misma. Su hijo se encontraba sentado en la oscuridad concentrado en la misma como si le fuera a susurrar alguna noticia.
«Gambo, hijo. ¿No sabrás algo?»
Él se quedó mudo por varios segundos hasta que habló. Ya ni siquiera reconocía a su madre. Era incapaz de mirarla a los ojos con afecto. No había nada allí.
«Ésta… es una tierra sucia. Se debe purificar.»
Tamala supo que estaba a un paso de conocer la verdad y que no le gustaría, pero era ya demasiado tarde como para retroceder.
«¿Purificar de qué?»
La cabeza del macho se giró repentinamente hacia ella. Tamala hubiese preferido que la acuchillaran en ese mismo momento.
«De almas»

Sin decir nada, la mujer se levantó y caminó hacia ninguna parte, dejando que el sueño la venciera lo suficiente como para dignarse a volver con los demás esclavos.

Pero el remordimiento de Tamala no duró mucho. Finalmente su cuerpo ya debilitado por la decepción se rindió ante una neumonía. Sus amigos e incluso extraños la lloraron. Excepto su hijo, que parecía ya no tener alma, sino una especie de combustible que lograba que sus funciones corporales se mantuvieran funcionando. En su mente estaba algo que él consideraba mucho más grande que él o los demás. «Más poder» una voz le exigía. «Más almas» Y Gambo estaba hambriento de obedecer. No quería ofrecer a esclavos y prostitutas. Necesitaba ofrecer más para obtener a cambio más poder. ¡Más poder! «No hay cielo que no tenga su Lucifer» Él lo sería. Oh, cómo quería serlo. Aprendería la más refinada de las magias para lograrlo y ser testigo de ello. Lo planeó cuidadosamente. Primero uso de su cuerpo fuerte para trepar por la gran casa y remover cabellos de sus víctimas mientras dormían sin ser detectado. Eso fue lo más difícil. El resto fue elegir un escenario y esperar el momento perfecto. Ya podía sentir la muerte fortaleciendo su flujo de energía negra.

Llegó el gran día. Los patrones hacían su recorrido por las plantaciones, supuestamente para supervisar la producción cuando los demás apostaban que lo hacían para presumir de su asquerosa buena suerte, y tenían razón, pero eso no preocupaba a Gambo; él estaba en un asunto que pronto interesaría a todos.

Dentro de la casa estaban los corderos del sacrificio sin mayor supervisión que la de sus nodrizas: los dos hijos pequeños de los amos.
«Slaap» Gambo cantó “duerme” en su lengua frente al fogón que había preparado a varios metros de distancia, dentro de su choza. Y las sirvienta cayeron rendidas ante el sueño. Si había algún fuego quemando, él no lo sentía.
Los ojos del brujo, que habían permanecido cerrados durante los cánticos, se abrieron súbitamente para dar el golpe final. Las palabras cambiaron, así como el ritmo y el volumen. Iban en conjunto en aumento, como si algo persiguiera las frases emanadas.
Dentro de la casa, los niños renunciaron a su conciencia y se pusieron de pié a la vez. Tenían algo que hacer, pero no sabían qué. Solamente caminaron hacia la ventana, como mirando hacia fuera sin ver nada. Pero cuando el brujo se empapó el cuerpo de sangre de buey, lo supieron.
«¡Bring die dood!»
Y se sintió un ruido estremecedor seguido de un silencio que fue por lejos peor. El grito de una sirvienta alertó a los demás: ahorcados por sus propias cortinas colgaban los hijos de los amos. Esa noche no hubo lugar para los bailes ni para las celebraciones: sólo para lágrimas, excepto para quien las había provocado.

Gambo se hubiera salido con la suya de no ser porque uno de los esclavos halló los muñecos con los cabellos y nombres de los fallecidos, los cuales enseñó a los amos antes de que éstos tomaran represalias con todos ellos. ¿Cómo lo supo? Fue Tamala quien se lo dijo a través de un sueño. No había podido detener en vida a su hijo; quiso hacerlo en la muerte. El brujo tuvo que huir por días, incluso semanas, hasta que ya le pisaban los talones. Tenía que hacer algo. No podía ser derrotado así, con sus poderes creciendo con cada minuto. La muchedumbre estaba demasiado cerca. Fue así que el esclavo fugitivo corrió al río para hacer el último de sus hechizos como pieza de ébano. Le vendería su alma al diablo, haría un trato con él para servirle a cambio de una segunda oportunidad. Si fallaba, era porque no era digno de tal poder. Dijo en alto las palabras que marcarían la diferencia entre la vida y la muerte, tomó en sus manos su cuchillo, y lo enterró en su pecho, directo sobre su corazón.

Cuando la muchedumbre llegó al lugar, sólo encontraron un cuerpo que goteaba rojo junto al arroyo. No había vida, no había Gambo. Adiós, pero no para siempre.

Lucius
El brujo estrechó la mano de Lucifer y le torcieron juntos el brazo a la muerte. El alma del esclavo fugitivo desertó de su cuerpo y se implantó en el útero de una mujer recientemente preñada En cuanto al alma del embrión, hijo legítimo de la fémina, fue el sacrificio para que el hechicero se apoderara de ese cuerpo en formación. Renacería el mal, y vendría en una forma totalmente contraria.

El seis de Junio de 1786, en la conocida Mansión de Olympia, nació de padre inglés y madre francesa, ambos nobles, Lucius Simon Bermingham V. Era el primogénito, el ansiado varón. Estaba perfectamente sano y prometía crecer fuerte como una lluvia de buena fortuna. Los padres, Stanley y Pétronille Bermingham V, nunca tuvieron un recuerdo más dichoso.

Aparentaba ser un niño normal, pero algo llamaba la atención de la madre, algo que los demás no veían. Curiosamente, Lucius nunca lloraba ni se quejaba. No observaba al mundo con curiosidad, sino como si le aburriera. Y lo que era todavía más extraño: no se enfermaba. «Es bueno que tengamos un niño sano» le respondí su marido cada vez que su mujer le expresaba su preocupación al respecto, y tenía que callar. No había posibilidad de que les hubieran cambiado al bebé siendo que se parecía tanto a sus padres, pero de todas maneras Pétronille decía «Es un bebé perfecto, pero ¿por qué eso no me dice nada?». Tenía miedo cuando lo amamantaba y éste no le expresaba absolutamente nada. Era como si estuviera vacío.

Se intentó convencer de que era cosas suyas, eso hasta que quedó marcada para siempre. Pétronille mandó que bañaran al niño de ya un año, pero la nodriza no tomó bien la temperatura del agua. Estaba demasiado caliente. Como consecuencia, Lucius chilló y pataleó para que lo sacaran. Pero no se quedó allí. Esperó hasta el anochecer, a la hora en que su madre pedía que entibiaran la casa y lo mecía para hacerlo dormir. Fue allí que hizo contacto visual con ella para establecer la dominación, obligándola a dejarlo en el suelo para inmediatamente después dirigirse al brasero y meter sus manos dentro. Los gritos se escucharon en toda la mansión. Sólo cuando las criadas tomaron al niño para alejarlo de la escena fue que Pétronille pudo terminar con la tortura, aunque las cicatrices no se irían. Sus sospechas eran ciertas: tenía que sentir miedo.

A medida que Lucius fue creciendo, su comportamiento se volvió cada vez más inusual y sorprendente. En vez de vestir como un niño de su edad, vestía impecablemente como un adulto, sin mayores adornos o rastros de inocencia. Esto se traducía también en sus formas para comunicarse. Hablaba de una manera muy adulta, se comportaba muy correcto... pero nunca demostró sentir ni conciencia ni afecto. Con gran frialdad trataba a los demás, marcando un abismo. Es por esto que tiene el efecto de que la mayor parte de la gente en la mansión le tema y sienta una especie de repulsión.

A los ocho años comenzó a mostrar más abiertamente sus poderes, utilizando la empatía para jugar con las mentes de los criados de la mansión u obligándolos a hacer cosas contra su propia voluntad, como automaltratarse. Se ha contado una serie de personas muertas desde que nació, contando dentro de ellas cosas fuera de lo usual (como el suicidio de un niño), pero siempre se encarga de efectuar una rápida pero eficiente limpieza después de acabar su cometido para no ser rastreado. Es por esta razón de que a pesar de ser temido en su propia casa, las personas no se explican por qué. Pétronille es la más consciente de esto; después de tres embarazos posteriores al de Lucius, perdió el interés de ser madre de más. Esto porque a pesar de que los tres pequeños lograron nacer, murieron en circunstancias inexplicables. Estaban perfectamente sanos y al momento, muertos. El desgaste fue demasiado. ¿Para los padres? Una tragedia; ¿para Lucius? Un triunfo más. No compartiría su poder.

Lo más notorio ocurre dentro del propio Lucius. Desde los diez años que ve a Lucifer sentado junto a él, observando la chimenea. Él le susurra cosas, que recolecte almas para él. «Qué potencial guardas allí muchacho, tanto camino por delante». Y le trae más almas. Siente crecer sus poderes con cada vida que colecta para él. Las exigencias aumentan, así como también la recompensa. Se llama a sí mismo pupilo predilecto de Luzbel. Incluso mantiene un pasadizo detrás de su armario que lo lleva al altar que ha edificado para hacer sacrificios. Es también su escondite para estar solo.

Ahora con catorce años recién cumplidos y su viejo padre muerto (causas naturales), es el heredero de todo. Todavía quedan secretos por revelar y sacrificios que realizar. Tal vez esté cerca el más importante de todos.

Poderes/Habilidades:
→ Hechicería: Habilidad para hacer que cosas sucedan, ya sean a favor o en contra de alguna persona, por medio de conjuros, hierbas y pociones. Esto incluye altos conocimientos de herbolaria que les permiten hacer también curaciones.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder les permite reconocer a licántropos y cambiaformas cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida.
→ Dominación: Capacidad para controlar la voluntad de otro mortal, obligándolo a  hacer cosas sin que pueda evitarlo a pesar de resistirse.
→ Limpieza: Permite borrar toda huella mágica, todo efecto de magia o todo lo que sea relacionado con ella, de los objetos y en ocasiones de la mente ajena y pasar desapercibido.
→ Titiritero: Capacidad para adherir un alma errante a un objeto inanimado y controlarlo a voluntad.