Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Lucius Lucretius Tricipitinus

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Mensaje por Lucius Lucretius Jue Ene 12, 2012 11:07 am

Nombre del Personaje
Lucius Lucretius Tricipitinus

Edad
2283, 34 aparentes

Especie
Vampiro

Clase Social
Clase Alta, inversor y coleccionista

Orientación Sexual
Asexual

Lugar de Origen
Roma, República Oligárquica


Poderes

Telepatía: Habilidad para comunicarse mentalmente con otros, rompiendo las barreras de la distancia. Leer las mentes de los demás.
Clarividencia: Es la habilidad de encontrar a cualquier persona, aún sin haberla visto, teniendo como referencia algo de la persona o una foto.
Infringir dolor por medio de la mente: Capacidad que consiste en infringir dolor a una persona, esto solo funciona por medio de la concentración mental y el contacto visual.

Descripción Física: Se trata de un hombre inmortalizado en la treintena, de estatura media en su época originaria, pero bajo para el siglo XIX. Su cuerpo es atlético y esbelto, fruto de su genética poco corpulenta y el habitual ejercicio físico durante su era mortal. Su piel es tersa y suave, elegantemente pálida al toque de las tinieblas. Su cabello es castaño, pareciendo azabache en la oscuridad y la escasez de luz, o rubio ante los brillos y contrastes de las velas. Siempre corto, rara vez lo deja al descubierto, utilizando peluca habitualmente, siguiendo la moda del siglo pasado, cada vez más anticuada. Sus ojos grises proveen una mirada intensa y traicionera, identificando su realidad interior al contrario de su sonrisa elegante y complaciente. Al son de la luz que reciban, los iris fluctúan entre tonos más o menos apagados, llegando a tonalidades azules y verdes. Gusta de vestir con ropajes ornamentados y de gran valor, sirviéndose de su calidad para maximizar sus movimientos y cualidad teatral en el subterfugio.

Descripción Psicológica: Se trata de una mente superviviente de la República de Roma,el tiempo transcurrido ha sido más que suficiente para tornarla tan compleja como mecánica, y al mismo tiempo provocar su propia degeneración. Engañado por la belleza de un cuerpo estancado en el tiempo parte de su ser ha olvidado el significado de crecer, y ha depositado el peso de su madurez en el paso de las edades. De personalidad caprichosa y en ocasiones volátil, es incapaz de evitar mostrar un carácter frío, calculador y de marcada parsimonia, el cual ciertamente, no deja de ser una máscara en completa oposición a su mente.

Esta dicotomía entre su activa e incansable mente, y su lento y elegante cuerpo le tornan alguien peculiar cuanto menos, ejerciendo un nivel intelectual y una galantería propios de una persona experimentada o de avanzada edad, que sin duda nada tiene que ver con lo que se les muestra en apariencia, a quienes observan su semblante.

Poseyendo una gran facilidad de palabra suele mostrar una inclinación a la teatralidad o a la sutileza, al momento de entablar conversación o contacto con alguien. Sin embargo si su interlocutor le disgustara también es capaz de tornarse terco o callado, encerrando su actuación en un globo de frialdad capaz de estallar en cualquier momento.

En una situación normal disfrutará de cualquier conversación, le llame la atención o no. Ya sea fingiendo entusiasmo o interpretándose a sí mismo, procurará mantener vivo el diálogo hasta que roce el hastío, momento en el que desistirá sin más, pudiendo ser maleducado o brusco incluso, si su acompañante no comprende la indirecta.

El peso de los siglos le han tornado egocéntrico y narcisista, escondiendo en su porte orgulloso un profundo instinto sádico hacia todo aquello que no logra causarle una grata impresión. Su dignidad ha sido alimentada durante su eternidad milenaria, sin embargo conoce su condición y papel, y es consciente de que no siempre puede esperar los modales o el respeto que le agradaría exigir. Por eso mismo, en cierto grado esconde un sentimiento autoritario y legislador, creyendo en su propio liderazgo y capacidades para ser parte de una gran obra, como lo fuera Roma en sus tiempos.


HISTORIA

Vida Mortal (483 a.C - 449 a.C)
Es complicado para mí poder explicar muchos de los factores o pensamientos que pudiera tener antaño, y sobretodo relatar con más o menos coherencia como terminé durante tan dilatado viaje en el tiempo, en esta, la ciudad de las luces. Mi alumbramiento se dio en el año 271 Ab urbe condita (desde la fundación de Roma), o como se diría hoy, fruto de la caprichosa modernidad, en el 483 a.C. Nací propiedad de mi padre, y lo hice en Roma, en el seno de la gens Lucretia, una acomodada familia patricia de la ciudad de Roma. Colocado a los pies de mi padre, aún teñido en sangre, este decidió que yo era su hijo, y fué así como sobreviví a la primera de las pruebas de la vida romana, y fui reconocido como Lucretius. Ocho días después se me concedió el praenomen de Lucius y se me bendijo con el cognomen Tricipitinus, el de mi padre. Desde pequeño, y vistiendo la toga púrpura de infante, se me instruyó en la educación y deberes propios de un ciudadano de noble cuna. Cabe matizar que la gens Lucretia poseía gran fama y honor, y fue testigo y cuasi detonante del nacimiento de la gloriosa y bella República. Lo fue a través de Lucretia, esposa de Lucius Tarquinus Colatinus. Podríamos decir, a grandes rasgos, que mi ilustre antepasada fue violada por la perfidia de la monarquía, exactamente por el hijo del entonces monarca de Roma. Como Lucretia era dama de gran honor y entereza, denunció la brutalidad de la realeza y a continuación cometió suicidio, alegando que no sería nunca ejemplo para sobrevivir a tal deshonor. Tal escándalo llevó a Lucius Junius Brutus a revolucionar a la plebe, provocando la expulsión del último rey de Roma, y en consecuencia sentar la base para la futura forma de gobierno.

Pese a que el viudo esposo de Lucretia fue uno de los dos primeros cónsules de la República, junto a Lucius Junius Brutus, tal honor pronto le fue revocado de un modo discreto, dejándole en un marco secundario. Pese a ese infortunio, la gens Lucretia ya se había asegurado la fama, y un maravilloso porvenir. Y aunque Roma estaba destinada a engrandecerse hasta el delirio, todo empezó tal y como acabó, con bárbaros a sus puertas. Recuerdo de infante como siempre se hablaba de los ecuos y los volscos, los pueblos que combatían el destino de la República, amenazándola constantemente tras la expulsión del débil monarca que había firmado la paz con ellos. Los primeros tiempos fueron difíciles y muchas victorias cayeron en saco roto, acompañadas de cruentas derrotas. En el año 467 a.C vestí la toga virilis y tuve una hermosa ceremonia que me trasladó a la adolescencia, desde ese momento mi instrucción fue más allá de lo meramente académico, ampliándose a la política y la disciplina militar. Me mostré como gran espadachín y mente aguda desde joven de modo que en 292 Ab urbe condita (462 a.C) fui elegido como legado y se me encomendó el mando sobre la defensa de Roma contra los Volscos. Pese a que existieron algunas discrepancias, especialmente en el seno de la plebe por mi temprana edad y evidente inexperiencia como comandante en terreno real, poseía el total apoyo de los Optimates. La gens Lucretia demostró ese año su capacidad, y cuan equivocado estaba el pueblo. Mi victoria contra los volscos fue decisiva, y la integridad de la ciudad fue salvada. En honor a tal triunfo, se me concedió el sillón de cónsul ese mismo año junto al Cónsul Cicurinus, a la edad de 21 años.

Mi vida política como cónsul, no fue ciertamente muy grácil ni acertada, apenas completando el año otorgado. El hijo de Cincinnatus, Quincius tuvo que someterse a juicio a raíz de utilizar un lenguaje violento contra los tribunos de la plebe. El honor de defenderle fue mío, y lo hice con todo el rigor y profesionalidad que pude aunque finalmente fue exiliado de la ciudad. Con tal fracaso renuncié a mi cargo como cónsul, recuerdo que la crisis con los ecuos y los volscos se había agravado en esos tiempos. El senado decidió como medida de crisis llamar a Cincinnatus, virtuoso romano, y concederle poderes de dictador. Este mostró una gran entereza y honradez al aceptar el cargo y utilizar con mesura su cargo, en la ciudad que había exiliado a su propio hijo. Cincinnatus fue valedor de un gran triunfo e infringió una dolorosa derrota a los pueblos que amenazaban la República. A partir de ese momento, la plebe se enardeció y empezó a mostrarse orgullosa frente a los Optimates. Exigió garantías en el derecho de Roma, y por ello se tuvieron que designar diez tribunos plebeyos para el gobierno, iniciándose así el Decenvirato. Este sistema, completamente corrupto y falto de lógica, fue desde mi punto de vista una ofensa a la nobleza de Roma, la codificación de la ley concluyó en la creación de las XII Tablas, creadas de bronce.

Tres años después del inicio del Decenvirato, en el 305 Ab urbe condita (449 a.C), realicé en el senado un discurso reaccionario en favor de los Optimates, en contra de los tribunos de la plebe. Muchos miembros de nobleza se unieron a mi iniciativa política, y dada la forja de las XII Tablas, la función de los decenviros había quedado obsoleta. Sin remedio el Decenvirato se vio abocado a la disolución, y se retornó al sistema consular. Mi logro fue un alivio para los Optimates, aunque al mismo tiempo ofendió y llenó de resentimiento al pueblo llano de Roma. Dos semanas después de mi discurso, cuando me dirigía a la hacienda de la Casa Lucretia, fui asaltado y mi escolta asesinada por vándalos y plebeyos revolucionarios. Mi persona fue prendida y capturada, ocultándome los ingratos en el interior de las alcantarillas romanas. Estuve allí, custodiado a intervalos por distintos plebeyos y grupos furiosos, quienes me llenaron de ofensas, maltratos y vejaciones. Posiblemente su objetivo era el chantaje, en favor de valores políticos o económicos, sin embargo no llegué a saberlo nunca. Una noche, tres días después de mi secuestro, una sombra extinguió la luz de las antorchas que sostenían mis secuestradores. Mi silencio se sumó al de la nueva oscuridad perpetua que me envolvía, solo perturbada, de un modo siniestro y tenebroso por los gritos sorprendidos y atemorizados de mis captores, muriendo despedazados, tal fueran mantequilla. Puedo recordar como mi corazón se aceleró, y mis sentidos se centraron alarmados en mi entorno, intentando dilucidar la fuente de tan macabra y extraña matanza. La presencia me habló directamente una vez el último de los malhechores había caído. Dijo que yo, aunque no lo sabía, ya había muerto, que mi vida había sido extinguida y desollada. Mis metas y ambiciones eran ahora imposibles, según sus palabras, pero aún podía elegir entre dos destinos. El mundo para siempre me olvidaría, pero debía decidir si yo quería olvidar al mundo. Mis ansias de vivir no querían perderlo de vista, y seducido por comprender aquellas tinieblas, acepté que mi alma desapareciera para Roma, pero no marcharme jamás.

Roma Nocturna (449 a.C - 22 a.C)
Aunque mi espíritu patriota, fruto de mi cultura y educación sin duda se mantuvo férreo en el tránsito de la vida a la muerte, no fue así para el resto de la eternidad. Las ideas y los valores carecen de sentido una vez se cruza la línea de la razón, y especialmente la de la existencia razonable. El mundo que mi oscuro creador me descubrió, fue sin duda una distorsión completa de lo que había podido desconocer hasta el momento. En mi consciencia, no había cabido, y apenas pudo cuando yo mismo formé parte de ello, la existencia de un ser tan magnífico y espléndido como lo era el inmortal. La soberbia de mi nueva condición me convirtió en un hombre menos pulcro y más atrevido, y aunque creía de forma firme e imperturbable en Roma, dejé de hacerlo en sus leyes, y especialmente en la legitimidad de su derecho codificado. Aunque alcanzo a ver que en toda esta divagación he saltado un dato importante, o quizás falseado, no temeré solventarlo ahora: Da el caso que mi tenebroso padre era en realidad una mujer. Haciéndose llamar Equidna, apodo cuyo origen supongo entender, la dama inmortal me instruyó en los entresijos de la oscuridad, tomando la ciudad que me había visto nacer y a la que tanto respetaba, como mero campo de prácticas.

Debo confesar que aunque, en un primer momento, el lazo que sentí con esa mujer fue notable y llegó a embelesarme, su actitud y proceder terminaron por revelarme la otra cara de su espíritu, el cual no me sedujo en lo más mínimo. Por lo que pude entender, la bella Equidna había nacido en la curiosa ciudad de Apollonia, y tras algunas décadas de poca trascendencia en tal lugar, había decidido mudarse a la emergente Roma, en un viaje que la hizo caminar por el dominio de Syracuse. Por lo que pude entender, en relación a las breves informaciones que pude sacar de su historia y pasado, entre los torrentes de información secular que ella intentaba trasladarme, creo poder afirmar que había tenido un maestro nefasto, o que no lo había tenido. Su creador, si es que no cesó en existencia poco después de hacerla a ella, no le dejó un gran legado, y por ello, la mujer que había sido, una plebeya supersticiosa y fascinada por la gente de noble cuna y sus vidas, se extrapoló en una dama de creencias estériles e imposibles, trasladando el don que se le había conocido al folklore local de su ciudad. Puedo presumir a acertar que ella no gustaba de moverse entre la sociedad, creyéndose efectivamente un monstruo, y que por ello pudo encontrarme en las alcantarillas. Ver a un hombre como yo, de la gens Lucretia, abandonado a su merced, sin duda debió humedecerla, si es que eso es posible.

Cuando a lo largo de sus enseñanzas vi que al final ella sería del todo prescindible, el débil lazo que nos unía empezó a desaparecer. Ella, percibiendo lo que estaba aconteciendo, se tornó celosa y demente, variando su conducta hasta actitudes licenciosas y cada vez más atrevidas en un absoluto fallido intento de mantener esa unión entre creador y creación. Lo cierto es que me cansé, debo admitirlo, no encontró en mí al amante inmortal que buscaba, sino que halló un ser eterno deseoso de descubrir nuevos conocimientos y comprobar el límite de su poder adquirido. Intenté rechazarla en una primera ocasión, de forma directa y simple, pero su conducta hostil y degenerativa me mostró que de aquella situación solo se podría salir en amorosa unión, o con sangre. Dado que no trabajo demasiado bien bajo presión me tomé la libertad de planear su deceso. Como ella hubiera encontrado extraño el que la citara para cualquier acto fuera de lo normal, decidí mantener mi rutina, y utilizar un momento cualquiera, dentro de la rutina eterna en la noche, que me fuera favorable para su destrucción. Fue en el año 376 a.C cuando hallé esa ocasión, y sin duda no desaproveché la oportunidad. Basándome en las explicaciones y adoctrinamientos de la propia Equidna, la quemé viva y a continuación la decapité. No me compliqué demasiado la existencia, dado que me limité a lanzarle una lámpara de aceite en la espalda cuando se hallaba confiada, bebiendo de una víctima, pero sin duda el momento más dramático y complicado fue el combate que tuve que librar a continuación. Se resistió a morir, aún y estar envuelta en llamas, por lo cual hice frente a una terrible y chillona masa de llamas que intentaba llevarme consigo. Una vez su cuerpo se debilitó y quedó desposeído de su vigor inmortal, le cercené la cabeza con un auténtica espada romana.

Desde entonces la eternidad cobró un sentido distinto, mucho más atractivo. La nueva libertad que compré con la muerte de mi señora me satisfizo en grado sumo. Empecé a elaborar mis propias reglas y sobretodo pude dejar de fingir mi entendimiento de sus estupideces helénicas. Un inmortal romano, eso era lo que Roma precisaba. Pude disfrutar a solas y en tranquilidad de mi amada ciudad, y por primera vez desde que nací a las tinieblas, pude acudir a los juegos nocturnos, o mezclarme con la sociedad. Aunque al principio, especialmente tras tantos años de ostracismo, fue complicado volver a andar y conversar con la gente mortal, finalmente me sentí en mi medio adecuado. Disfruté de mi regreso al mundo, y descubrí que este, a diferencia de lo que mi creadora me citó, no tenía porque olvidarme. Probé todo tipo de sangre, experimenté y me divertí. Mi apetito y mi oscura felicidad se enardecían y crecían al mismo tiempo que los estandartes de Roma marchaban cada vez por territorios más lejanos y traían exóticos bocados a los mercados de la ciudad. La República se extendía sin parar, y aunque de tanto en tanto sufría insurrecciones o sangrientas guerras civiles con las que podía estar, más o menos a favor, conseguía mantener una cierta hegemonía estable.

Acumulé una gran fortuna durante los siglos que operé en las noches de Roma, principalmente mediante el robo a mis víctimas en un inicio, y posteriormente en inversiones y negocios clandestinos, que en ocasiones elegidos acertadamente, y en otras con sangre de por medio, siempre terminaron dándome grandes frutos. No obstante, este delirio liberal y de fervor sangriento empezó a cambiar su curso tras la cuarta guerra civil romana. La derrota de Marco Antonio, y la proclama del Principado con Augustus a la cabeza dejaron entrever un giro radical a la situación de la ciudad. Lo cierto es que durante mis cacerías y diversiones, había seguido de cerca la política romana, y los auténticos líderes de la República habían muerto tiempo atrás, los grandes Optimates, como Catón o Bruto habían caído pasto de las guerras civiles, y ahora se volvía a una monarquía encubierta por el título de Princeps.

Las Tinieblas de Egipto 22 a.C - 272 d.C
La anexión de Egipto como provincia romana tras la muerte de Marco Antonio y Cleopatra de la dinastía Ptolomeica me convenció, podía ser un interesante cambio de aires, y un modo elegante y exótico de descubrir valores ocultos, a la par que me alejaba de la decadente Roma del Princeps. Lo cierto es que, aunque experimenté unas ciertas incomodidades y dificultades en un inicio, por el clima y el diseño urbanístico de Alejandría, pronto el misticismo y los secretos que sus tierras entrañaban, me sedujeron para quedarme cuanto menos una temporada. Allí, en Egipto, fue donde me encontré por vez primera con el Cristianismo, un culto perseguido en todas las regiones gobernadas por el nuevo Imperio de Roma, cuyos integrantes terminarían dando mucho que hablar en su imparable expansión doctrinaria.

La provincia era agradable en su espíritu nativo, el encanto milenario de su sociedad tenía un toque irresistible, aunque sin duda sus distintos gobernadores de Roma fueron arruinándolo lenta y dolorosamente. Recuerdo que mi espíritu se agitó cuando descubrí a inicios del supuesto "Siglo III" que Roma había concedido la ciudadanía romana a todos los egipcios. ¿Que tenían esa gente de romanos? Un terrible agravio, estoy seguro de hecho, que parte de la caída y colapso de Roma se debió a ese absurdo mestizaje cultural, y al doloroso libertinaje con las tradiciones de Roma. La creciente debilidad y la falta de credibilidad de los soberanos de la ciudad romana terminaron por hacer posible que se dieran numerosas insurrecciones en sus provincias ocupadas. Cuando el siglo estaba a punto de tocar a su fin, recuerdo como Zenobia, la Reina de Palmira invadió todo Egipto con sus armadas. Disfruté ese momento, y desde luego los egipcios no parecieron en absoluto ciudadanos romanos cuando las calles se tiñeron con su sangre. Aunque Aureliano marcharía contra la Reina de Palmira y sofocaría su rebelión anti-romana, yo sin duda ya no estaría allí...

Las montañas de Aksum 272 d.C - 957 d.C
Marché hacia el sur, al reino de Aksum. Este estado mercante se hallaba en su máximo apogeo cuando llegué a sus fronteras, incluso habían empezado a acuñar su propia moneda, sin duda todo un privilegio y símbolo de prosperidad. Se empezó a escribir sobre este, y ganó una rápida notoriedad, compitiendo en poder con el Imperio Romano, el sasánida, y aquellos que estaban más allá del mítico Indus. Viaje de asentamiento en asentamiento, como me había acostumbrado a hacer, comprendiendo sus culturas y maneras. Aprendí sus lenguas y construí un refugio en las montañas que quedaban al este del reino, una mazmorra excavada donde el sol no me hallaba, y donde además, podía esconder los cuerpos de mis desafortunadas víctimas. Fue la primera vez que me construí un refugio, y la primera que empecé a ocultar los cuerpos que generaba mi apetito. Quizás en consecuencia, me di cuenta de cuan voraz era este, recuerdo que tuve que hacer expandir las grutas para poder colocar más restos pues no cabían. Mi presencia en Aksum fue más tenebrosa que nunca, y por vez primera desperté rumores y me hice un nombre, Edimmu.

En los tiempos en que ese nombre empezó a escucharse en las tierras del reino, el cristianismo cobró una incipiente fuerza. La verdad es que sentí como si me hubiera perseguido desde Egipto. En el siglo IV el cristianismo se convirtió en la religión oficial del reino, y a partir de ese hecho empezó a granjearse no pocas hostilidades entre sus fronteras, que aunque pacíficas, eran terriblemente exigentes. La decadencia del reino se inició en el siglo VII, y a partir de ese momentos mis operaciones fueron cada vez menos glamurosas. Me vi asaltando una población cada vez menos próspera y carente de riquezas. Mi fortuna dejó de acumularse y de hecho, ante los gastos de mis caprichos, empezó a reducirse. No ganaba dinero en Aksum, y su crisis empezó a tocarme a mí mismo. El punto final que terminó de decidir mi marcha y exilio de tan marchitas tierras, sin duda echadas a perder, fue la invasión del reino por parte de la Reina pagana Bani al-Hamwiyah, procedente del sur. Las fuerzas armadas de la región apenas supieron hacerle frente, y la población se replegó mayoritariamente a las montañas, lo cual me obligó a acelerar mi marcha y desmantelamiento del refugio.

Las Sombras del Hogar 957 - 1527 d.C
Dejando las bellezas y misterios del desierto y sus secretos, abandoné más de mil años africanos. Si aún fuera un prohombre romano, sin duda merecería justificadamente el cognomen Africanus, para mí y mi progenie. Mi primera idea, ciertamente, fue regresar a casa, a Roma, para descubrir cómo podría haber prosperado durante tamaña cantidad de tiempo ausente. Tardé un total de cinco años en regresar a Roma, eligiendo las rutas más seguras, y los transportes infalibles, de modo que no se pusiera mi seguridad en peligro. En el año 962 llegué finalmente a la ciudad que respeté para verla convertida en un cúmulo de basura y bárbaros. En una sombra de lo que fue presencié lo que era el nacimiento del autoproclamado Sacro Imperio Romano Germánico. Con tan solo escuchar su nombre, se estremeció todo mi ser. ¿Cómo podía haber degenerado todo tanto? Como los germanos podían regir el mundo y proclamarse reyes en Roma, ungidos por el sumo sacerdote de la religión de moda, ¡ el cristianismo !

Sin duda, si algo ha llegado a impresionarme, frustrarme, irritarme y agobiarme por igual, ha sido el extraño fenómeno de la cristiandad, y su imparable avance por todos los confines del mundo conocido. Me desvinculé desde un primer momento de aquél nuevo imperio que emergía en la coronación de Roma, y repudié para siempre la abstracta y pálida sombra que era la ciudad que había llegado a regir soberana, desde los más altos valores. Durante varios siglos me dediqué a explorar las ciudades y territorios de la nueva Italia. Visité los reinos de Génova, Venecia, Florencia y Nápoles. Contemplé la noche desde las murallas de Lucca y vi emerger los Estados Pontificios. Y con ellos, algo mucho peor. La verdad es que debo admitir que en el momento en que sucedió me pareció una broma de mal gusto, pero pronto se hizo evidente que no lo era ni mucho menos. El cristianismo, la religión que me había perseguido silenciosamente desde mi estancia en Egipto, y que tan rápidamente se había expandido, ahora había decidido que cazaría y verificaría los rumores que hablaran sobre demonios como el que yo debía suponer a su ideario, y los mataría. El hecho de tener un amplio surtido de órdenes y organizaciones dedicadas a buscarte y hacerte arder en una pira sin duda sofisticó mi idea, adquirida en Aksum, de poseer un refugio, y especialmente de poseer una fosa común. Y aunque mis motivos en las tierras de áfrica eran unos, en esta ocasión se tornaron pilar fundamental para la supervivencia. La discreción, era garante de pervivencia.

Por ello terminé instalándome en la isla de Sicilia, en un conglomerado de grutas cercanas a la provincia de Palermo. Allí pude refugiarme durante un modesto tiempo sin presiones ni especiales complicaciones mas allá de lo meramente anecdótico.

La Sangre de Barcelona y la Vendée (1527 - 1799 d.C)
El visible auge de las antiguas provincias de Hispania, no escapó a mi visión, atrayéndome el ideal de un viaje a sus dominios. Poco proclive a realizar un viaje marítimo de Sicilia a las costas españolas, terminé ascendiendo por los estados italianos hasta la antigua Galia Narbonense, descendiendo entonces a través de los pirineos hasta la provincia de Tarraco. Barcelona no obstante, ciudad condal floreciente en la costa, me atrajo más por novedosa. Al parecer, el Papa de Roma y su pérfida conveniencia cedieron los derechos internacionales al Reino de Castilla y Aragón e lo que refería al Nuevo Mundo que estaba descubriéndose en las Indias Occidentales. El Reino en el que me establecí me reveló los cimientos de lo que sería un poderoso imperio, pero al mismo tiempo también me mostró las bases de una futura discordia. Sus tierras poseían graves diferencias, y los constantes conflictos con otras potencias por motivos enteramente diversos, convertían los dominios del reino en territorio constantemente asolado por la guerra y sus privaciones. Cinco guerras entre Castilla y Francia me alertaron de la inestabilidad regional, pero sin duda el instante decisivo en que vi completamente turbada mi vida en Barcelona, así como mis peculiares operaciones, y sin duda mis cuidadosas inversiones, fue cuando el propio Reino se dividió a causa de la sucesión y las potencias extranjeras decidieron posicionarse y entrar en el problema. Esa escalada de guerra civil a conflicto internacional me pareció de un terrible mal gusto diplomático. Cuando la guerra se aproximó a la ciudad de Barcelona en el año 1714 tomé la decisión de replegarme yo y mi tesoro hacia un lugar más seguro.

Dejé atrás un reino hambriento cuya gloria se desvanecía, pero cuanto menos ya estaba oficialmente unificado bajo el nombre de Reino de España. Lamentaría haber dejado mi estancia si no fuera por el terrible fervor religioso de sus habitantes, aunque si debo ser franco, es lo mismo que hallé más al norte. Cabe destacar no obstante, que al menos la región de La Vendée me permitió descansar en tierras y haciendas de carácter rural, alejadas de las complicaciones de las ciudades y sus masificaciones. Las urbes se tornaban odiosas, especialmente en tiempos de guerra, y yo no quería saber nada mas de ellas durante un tiempo. Me tomé pues un respiro, y dejé un elegante y peculiar rastro de sangre y miedo por la región. Me dejé llevar, debo admitirlo, por el encanto natural de sus supersticiosas gentes. Podría haberme quedado indefinidamente en sus tierras, pero yo mismo era consciente de cuan peligroso podía ser tomar una decisión así. No tardaron en empezar a llegar cazadores, atraídos en su mayoría por los rumores crecientes. Mi voraz apetito jamás sería saciado, pero mi instinto debía sin duda ser contenido, por ello decidí imponerme reglas de nuevo, y olvidar ese hermosa utopía que yo mismo creí posible en la Francia silvestre. Encomendé mis pasos a París, la ciudad de las luces.

... Tan solo espero que haya suficientes para hacer mi sombra tan grande, como pretendo alcanzar a ser ...

Datos Extras:
-Su moral y pensamiento racional son los propios de un hombre adulto romano.
-Es un firme Optimate y no cree en el derecho del pueblo a decidir.
-Peculiarmente para el pensamiento del 1800, tampoco cree en la realeza, la cual detesta.
-Aborrece el cristianismo desde su ética estancada, considerándolo absurdo.
-Es un entusiasta espectador de duelos, y avezado duelista, recordándole los espectáculos de antaño.
-Es un excéntrico coleccionista y expoliador, suele financiar caza tesoros y partidas arqueológicas en lugares exóticos a cambio de supervisar (e incluso sustraer) parte del material hallado.
-Invierte en valores coloniales para mantener su fortuna estable y creciente.
-Porta en el anular derecho un anillo de bronce con el sello de la gens Lucretia.



Lucius Lucretius Tricipitinus Siglc
Lucius Lucretius
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Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/01/2012
Localización : La Ciudad de las Luces

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Lucius Lucretius Tricipitinus Empty Re: Lucius Lucretius Tricipitinus

Mensaje por Tarik Pattakie Vie Ene 13, 2012 8:46 pm

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