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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Hilary White Mar Jun 17, 2014 11:45 pm

España, 1806

La líder de los Yorkshires se había tardado en decifrar el modo de actuar de Scott, si bien conocía el encanto natural no sólo de él sino también de la puta de su gemela; ingenuamente -para ella- había creído que eso no les daría la ventaja sobre los Yorkshires. Pero ella aunque compartía con ellos la idea de destruir a los Londinenses, sabía que tenía que destruir también a los Nottinghams para conseguir unos propósitos que realmente no le importaban y mucho menos al psicópata de su hermano. ¡Oh sí! Ella era consciente de esa peliculiaridad de su hermano, esa apatía y falta consciencia sobre el bien el mal sólo indicaban esa naturaleza enfermiza que ella estaba aprovechando descaradamente.

Ahora, sabiendo del tratado comercial de los Yorkshires y los Montcourt, y sobre todo del único y reconocido compromiso que se había hecho en la última generación de los Whites (o al menos eso lo creían todos), Hilary y Arley viajaron a tierras españolas para entrevistarse con la prometida de su hermano. Ella no estaba en ningún momento emocionada de conocer a la que sería su cuñada, ya la conocía ni muchos de saborear la fortuna que Arley conseguiría por la unión, no le interesaba, lo importante era conservar el territorio de los Yorkshires sobre el expansionismo agresivo de los Nottinghams; y Arley, bueno él no demostraba ni una pizca de sensación. Posiblemente se casaría y eso no le despertaba interés o apatía, simplemente no lo comprendía y por lo tanto no le interesaba así como le era indiferente el dinero.

En el viaje Hilary preparó un discurso y la manera en la que se presentaria con Alma y abordaría el hecho de que venían a que oficialmente se comprometieran, a lucir finalmente el anillo de los Cisnes Negros que la ataría al único White que no le importaba la vida misma. No sería fácil, sobre todo porque Arley dificultaría y haría retroceder todo el avance que lograra tener Hilary sobre Alma. Tenía que ser inteligente y calculadora, saber en que momento dejar a Arley solo con ella; era una decisión que no podía tomarse a la ligera, no con un hermano así.

Cuando llegaron a la monumental residencia de los Montcourt, Alma no estaba. Hilary sonrió, era perfecto; pensó en sus primos, si se encontraran en ésta situación evidentemente se ofenderían, pero no ella, así que hizo que Arley se paseara mientras ella pasaba a la estancia principal, le servían unos bocadillos y le vigilaban a la espera de la llegada de su ama.
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Mensaje por Alma Montcourt Dom Jun 29, 2014 7:46 am

Había llegado apenas hacia menos de dos días la misiva en que le anunciaban que los Yorkshires vendrían a su condado. La carta había sido del puño y letra de Hilary White y en ella escribía que quería entrevistarse con Alma. Hilary vendría con su hermano Arley y aquel detalle hizo atraer la atención de la más ingenua de los Montcourt. ¿Por qué vendría él también? Se preguntaba la pequeña Alma recordando en su cabeza los recuerdos que tenia de su niñez con los Yorkshires, que antiguamente habían sido amigos de sus padres y de la familia Montcourt tras generaciones antes que ella.

A causa de esa niñez, en que pasaba ciertos veranos en la villa de los White en el campo junto con su gemela Arabella y sus padres, aún se acordaba de cada uno de los White. Con Scott siempre se había llevado bien, siempre simpático aún desde pequeña era muy fácil hablar con él y compartir juegos. Con Hilary, la verdad es que no se habían hablado demasiado. Desde pequeña había sido mostrado aquel carácter altivo, tan contrario al carácter de Alma y Arley. De él sí que se acordaba y de pequeña siempre había pensado en él.

El mas tímido, callado y silencioso de los White. Desde pequeño había mostrado ser el más solitario y frío, rehuyéndola constantemente cuando de pequeña se le acercaba o le buscaba para hacerle compañía, entristecida de siempre verlo tan solo, aun cuando los juegos abundaban y los jardines invitaban a correr en ellos y rodar sobre la hierba. Sin embargo jamás se había acercado a ella y si lo había hecho siempre era en silencio, sobre todo cuando de pequeña se levantaba más temprano que los demás y salía al jardín con un lienzo a dibujar y él curioso, se le acercaba a ver que dibujaba y que hacía tan temprano despierta. Esos eran sus únicos recuerdos donde había mantenido cierta cercanía con el pequeño de los White.

Y tras sus últimos recuerdos, justo a sus diez años, tras la muerte de sus padres, dejó de visitar a los Nottinghams. Aún le llegaban noticia de ellos, así era como sabía que Arley era el más inteligente de los White y que con apenas 17 años había asombrado a profesores y profesionales. También sabía del matrimonio de Scott y aún que se le escapaban los motivos por los que podría Harley querer entrevistarse con ella en ausencia de su gemela que se encontraba una temporada en París, esperó con ansias que llegara el día indicado, levantándose aquella misma mañana a preparar-lo todo para la llegada de ambos, yéndose a cabalgar horas antes del encuentro, pensando que llegarían sobre la media mañana.

El viento le daba en el rostro, haciendo que sus cabellos volaran hacia atrás al ritmo del galope de su corcel. Su preciosa yegua blanca. Montada sobre una silla inglesa, cabalgaba por los campos y bosque de los alrededores a la gran mansión. Llevaba un vestido, acostumbrada a montar de aquella forma, no solía usar la ropa de montar expresa para ello, a menos de que fuera un largo paseo o alguna competición, a las que acudía cuando se presentaban en la capital española o en los pueblos circundantes. Ganando hasta el momento algún que otro primer premio.

Haciendo voltear a la yegua, emprendió el camino de nuevo a casa al ser consciente de lo tarde que se le debería de haber hecho, aunque aún pensara llegar a tiempo para cuando los White llegaran. Jamás habría pensado que ellos ya se encontrarían allí, en su hogar, esperándole, hasta que llegando a los jardines del condado, rondando por allí vio una figura familiar, todo y que cambiada por el paso de los años.

Arley. —Susurró reconociéndole a simple vista.

Aceleró a su montura, llegando ante el joven justo cuando el mismo se volteaba hacia ella y coincidiendo con la mirada ajena, esbozó una dulce y avergonzada sonrisa. ¿Cuánto tiempo llevarían esperado? ¿Por qué nadie le había ido a buscarla para avisar de la llegada temprana de los White?

Arley, demasiado tiempo sin veros. —Dijo aún desde arriba del caballo, esperando que viniera alguno de los sirvientes a ayudarla a bajar de la yegua, tras que se encontrara con que había tenido una caída reciente y se encontrara con uno de los tobillos un poco dañado tras el golpe que sufrió accidentalmente al caerse de un caballo aún demasiado salvaje para ser montado y adiestrado por sus suaves manos. —No os esperaba tan temprano...de haberlo sabido, no habría salido esta mañana.— Se mordió el labio, desviando su mirada de la ajena, sintiéndose observada y tras un suspiro al ver que los sirvientes no llegaban, volvió a mirarle. — ¿Podrías ayudarme a bajar, por favor? —Le pidió dejando las riendas sueltas confiando en que la yegua se quedaría inmóvil en lo que ella bajaba de ella, como siempre hacía. —Mucho me temo que me dañé un tobillo recientemente y no puedo bajar por mi propio pie.
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Mensaje por Arley White Jue Jul 10, 2014 4:12 pm

Dos extraños viajando en un coche a las tierras de los Montcourt, así parecían los hermanos de la casa Yorkshires. Sin diálogos, sin intercambio de miradas, sólo ocupando el mismo medio y captando la respiración del otro. La razón era muy simple, lo que Hilary tenía que decir, ya se había dicho; Arley no necesitaba escuchar más y Hilary tampoco, su hermano como siempre mostraba su apatía cuando su hermana le explicó la razón por la que habían viajado y no la cuestionó. No porque le temiese, si no porque realmente no le interesaba el resultado que pudiera surgir.

Arley era inteligente, y así como su hermana lo creía, él sabía perfectamente que su caracter podría hacer que el matrimonio no funcionara, claro, si es que los Montcourt respetaban el acuerdo nupcial hecho años antes. De algo estaba seguro Arley, no iba a actuar como lo hicera Scott, no pretendía cambiar por una persona ajena a él; después de todo, no cambió nunca para su hermana y no porque no la quisiera, si no simplemente porque no comprendía porque tendría que cambiar, en qué le beneciaría no solo a ella sino también a él, pues, aunque los Yorkshires no era una casa ambiciosa como los Nottinghams si deseaban ver arder el resto de las casas.

Fue Hilary la que vio la mansión de los Montcourt y aunque sabía que no obtendría respuesta se lo anunció a su hermano, éste, ni siquiera volteó a ver por la ventanilla, «¿para qué mirar cuando lo haré al llegar?» un pensamiento que un niño berrinchudo tendría y que en él era un anuncio apático. Se detuvieron varios metro antes por orden de Hilary, luego, ella ordenó a Arley salir del coche para que explorara el lugar como si tratase de que cambiara un poco sus expresiones. Su hermano no desobedeció y sin dirigirle la palabra simplemente se bajó y se alejó de la carroza cuando divisó la mansión a lo lejos.

El campo de los Montcourt era magnifico aunque eso no despertó en él un atractivo, era como si estuviera aburrido aunque no lo estaba, era extraño, él era extraño en ocasiones hasta para sí mismo. De pronto escuchó el galope de un caballo y se dio media vuelta para ver al intruso, aunque el intruso era él, lo saludó, al menos con sus palabras. Arley sólo hizo una caravana con su cabeza y tal como se lo pidió, se acercó a ella y con un poco de su ayuda le tomó de la cintura quedando ambos peligrosamente juntos, tan próximos que él podía sentir la respiración de ella y sin dejar de tomarla de la cintura. Para muchos esa acción representaría muchas cosas, como el buen entendimiento entre ellos, o el juvenil amor surgido de forma inmediata. Para Arley en cambio, no representaba más que la formalidad de ayudarle a bajar de la yegua que espectante aguardaba para saber lo que pasaría, como si tuviera ese tipo de razonamiento. Hilary apelaría a que ambos se habían enamorado y Arley lo sabía, era consciente de que esa situación favorecía a las intenciones de Hilary.

Como si escuchara la voz de su hermana abandonó la cintura de la que era su prometida, dio un paso atrás y en una caricia sobre su brazo derecho, tomó la mano y la besó en la contra palma como todo ingles lo haría. —Años mi Lady... Tiempo en el que nunca deje de pensar en tí— dijo sin poder cambiar el tono frío de su voz, y aunque pareciera mentira por su comportamiento, decía la verdad, después de todo ella se convirtió por un par de años en su amiga de juegos aunque se mantuviera en solitario, ella iba a él con una intención que Arley en aquel entonces no entendía «¿por qué venir por mí cuando tiene a mis primos para jugar?» se decía cuando niños, y conforme crecía era una duda que intentó por mucho tiempo resolver, por un tiempo llegó a creer que se trataba de atracción, pero conforme avanzaba en sus estudios lo descartó, era una niña para poder experimentar ese sentimiento, tenía que haber algo más y entonces pensó que la duda podía resolverse.

Arley recordó que a un par de metro había visto una banca desde donde se podía ver la mansión y creyó conveniente ir a descansar. —Acompáñeme mi lady, no le hace bien mantenerse en pie, mucho menos si tiene fractura y no se la hizo al tropezar, sino al caerse de su yegua— dedució y colocándose a un costado la tomó nuevamente de la cintura y emprendieron su camino. Arley en muchas ocasiones era un atrevido y no se guardaba nada, como la misma Chelsea, pero su razón era distinta; creía que los protocolos estaban mal y sin estos no habría mal entendidos, por lo que en muchas ocasiones los abandonaba.

Cuando llegaron le ayudó a sentarse y él se sentó junto a ella, tomó su mano y volvió a besarla sin saber porqué lo había hecho, pero sabiendo que ella se lo diría. —¿Por qué te acercabas a mi, por qué intentabas integrarme en sus juegos y actividades?— sin querer sonó más a un reproche que a lo que en verdad era... Una búsqueda que apaciguará lo que llegó a convertirse en un tormento.
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Mensaje por Alma Montcourt Dom Jul 20, 2014 4:19 pm

Para sorpresa de Alma, se había encontrado de primeras tornas con el pequeño de los White. Pequeño apenas referente en edad, ya que en altura había salido como a sus hermanos. Sin embargo para suerte de Alma, la altura de ella se le hacía ideal, ya que le llegaba perfectamente sin que él tuviera que bajar el cuello y ella que alzar mucho la mirada. Rápidamente y para complacencia de su corcel, el joven la tomó de la cintura tras un breve saludo respectivo con un ademan de la cabeza y acto seguido la ayudó a bajar, hasta quedar el uno frente al otro, unidos aún por sus brazos en su figura femenina.

Alma en otras ocasiones se habría sonrojada y por unos segundos sus mejillas adquirieron el suave tono del amanecer, no obstante al acordarse de que Arley no era como los demás jóvenes y verle a los ojos y no ver emoción alguna en él, fue que recuperándose dejó que su sonrisa aflorase, alegre de verlo. Todo y que sorprendida, al no esperarlos tan temprano en la mañana.

Demasiados años… te ves tan cambiado. — En ocasiones la sinceridad le podía y se le hacía incontrolable como en aquel instante, ya que de tener que ser políticamente correcta jamás habría hecho aquella observación; no por lo menos una dama que se aprecie. Solo que en esta ocasión se encontraba con él, y si no lo conocía demasiado bien ya que jamás le había dejado acercarse demasiado a él, lo que si conocía era que prefería antes a alguien de lengua sincera y no demasiadas formalidades, que todo un regimiento de formalidad y clase. Como también lo prefería Alma. — La última vez que nos vimos, si no mal recuerdo fue hace ocho veranos y terminé haciéndote un retrato, pese a tus negativas y al final terminaste aceptándolo tras perseguirte incansablemente por los jardines hasta tu escondite. — Añadió tras asentir a sus palabras y sonreírle feliz de verle. Ahora que recordaba aquellos tiempos, se le hacían tan lejanos que sentía melancolía, al saber que una vez de pequeña había corrido y había sido libre en su imaginación de infante.

Volviendo su cálida mirada a la de él, por unos segundos se sintió sorprendida por que precisamente fuera él quien descubriera que no se había fracturado su pie en una torcedura, si no al caerse en una tarde de entrenamientos al aire libre de su yegua de campeonatos. — Me sorprendéis… debéis de conocerme bastante para llegar a esa verdad. Nadie de por aquí lo sabe, ya que de saberlo podrían prohibirme de volver a montar. — Admitió mordiéndose el labio y bajando la mirada avergonzada, al tiempo que él la sujetaba de la cadera y ayudaba a caminar hacia una de las bancas. Antes de ir hacia allí, palmeó el flanco de su caballo y uno de los sirvientes acudió a llevárselo. — Debo de rogaros que mantengáis mi secreto de la caída… Por favor, Arley. — Le dijo como cuando de pequeña alguna vez había acudido a él para contarle de sus secretos e historias, sabiendo que él aunque no fuera el más de los cariñosos y alegres hermanos, tendría siempre un consejo para darle. Situaciones en que luego le había hecho prometer que le guardaría el secreto.

En el transcurso del camino hasta la banca, aquella cercanía de él se le hizo extraña. Antes de pequeños había sido siempre un poco más fría con ella y aquel cambió la desconcertó, tanto o más cuando al llegar a tomar asiento y tomando nuevamente su mano para besársela de nuevo, le preguntó lo más inesperado. Y ello que aún quedaban más situaciones inesperadas en ese mismo día por llegar. Le miró a los ojos desconcertada y le sonrío apretando su mano alrededor de la masculina, en un dulce gesto, que aprovechaba ahora que él se mostraba cercano.

Era todo cuestión de…—se quedó pensativa sin encontrar las palabras para expresarle el porqué de aquello y suspiró. — ¿Valores, integridad, pensamientos…creencias? No sé bien cómo explicártelo, pero sentía en cierta parte que debía arreglar la injusticia de que no jugaran los demás contigo. Y al paso del tiempo cuando me rehuías, sentía que no éramos... no era suficiente para ti, por lo que intentaba caerte bien y que me aceptaras, porque realmente quería conocerte… y como mi mayor miedo; Pareció que mi amistad jamás fuera suficiente para ti en esos tiempos de juegos y despreocupaciones. — le sonrío y tiernamente sus mejillas volvieron a colorearse. — En el fondo siempre pensé que éramos iguales…que éramos muy parecidos y eso me gustaba. No sé bien cómo explicarte el porqué de lo que me preguntas, lo siento mucho… simplemente nacía de mi ir hacia ti e intentar jugar contigo, y ahora que me acuerdo, espero estar perdonada por la cantidad de veces que te moleste con mi presencia, cuando no me querías cerca. Pero ya sabíais para entonces de mi terquedad. — Río eso ultimo con suavidad y tras un vistazo al jardín, frente a ellos, volvió su mirada a él con un gran interrogante que ahora le tocaba a ella descubrir, mientras jugaba con la mano de él. — ¿Por qué habéis venido Arley? Tras tanto tiempo sin saber de vosotros, no sé qué pensar. ¿Ocurrió algo malo? — Y ante su preocupación, jamás se habría esperado la auténtica razón de aquella visita y de que la mano que aún sostenía en la ajena y más grande que la suya mano femenina, pronto volverían a unirse como a algo más que unos simples conocidos que se reencuentran.
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Mensaje por Arley White Dom Ago 24, 2014 9:29 pm

Su explicación más que hacerle comprenderle lo que por años esperó conseguir, tan solo le hizo que se disparasen recuerdos. En aquella época donde todos como primos (a excepción de Camile que se había ido a estudiar al extranjero) convivían felices, donde no había envidias, conspiraciones, donde sólo había cabida para el juego y no las preocupaciones. Por supuesto, esa nostalgia no cobijaba la insensible conciencia de Arley, no, a él no le importaba porque nunca perteneció a ese grupo. Por lo tanto, entender que ella lo hacia porque era injusto que no quisieran jugar con él, no hizo más que negarse a admitir la razón de su argumento. —No me importaba jugar con ustedes… así era feliz— dijo tajante y desvió la mirada permitiendo que continuara.

Cuando Arley volvió a contemplarla fue cuando ella terminó, e inclusive dejó que la música del campo tomara posesión del momento. —Nunca seremos iguales, así como nunca seremos parecidos…— se detuvo, su fría voz, el ausente brillo de sus ojos podían hacer que esas palabras se interpretaran como un reproche, un insulto y evidente arrogancia; el problema de Arley era que no sabía expresarse, él no trataba de rechazarla mas su inicio hacia parecer que así era. —No tengo porque aceptar tus disculpas, a pesar de que tu terquedad no hacia más que sacarme de mi tranquilidad— continuó sin pensar que esas palabras podrían alejarla más que acercarla.

Se distrajo con el contacto que ella mantenía sobre sus manos, no porque lo hubiera iniciado, sino porque hasta ese momento se daba cuenta de ese sentimiento provocado por la sensibilidad del tacto. Sintió un escalofrío en su cuerpo pero en ningún momento apartó su vista de la hermosa Alma. —¿Ocurrió algo malo?, depende de la perspectiva… Hemos venido para llevar a cabo el compromiso que nuestros padres fijaron cuando éramos unos niños— mantuvo su semblante serio, frío, aquella mirada que siempre se mantenía igual pese a la extrañeza de los nuevos sentimientos que Alma le transmitía. —Vengo a desposarte— concluyó como una sentencia. Como si se tratara de un juez que dictamina una condena.

Arley retiró su mano para evitar que ella lo hiciera primero, porque aunque no lo comprendiera, le iba a doler, su rechazo, le iba a doler y no lo esperaría. Cualquier hombre podría levantarse, caminar un par de pasos dándole la espalda para que ella repasara lo que él le había dicho. Al menos, eso lo haría Scott o inclusive Audrey, pero no él. Arley respetaría la decisión de Alma, mas sabía que no sería el mismo caso que con Hilary, ella haría lo que fuera por unirlos, inclusive poner en duda la credibilidad de la familia Moncourt, que pese a que no para Arley, si era algo despreciable por parte de la líder de los Yorkshires.

Entonces surgió la duda de ¿por qué no Hilary se busca un hombre?, no tardó en contestarse, lidiar con un hombre que fuera capaz de rivalizar con los mellizos o Camile, no tenía que ser pasivo, sino ambicioso y obviamente, tener el control de la casa Yorkshires, lo que ella no podía permitir, ya temía suficiente con controlar a su hermano que bien sabía podía arrebatarle el lugar matándole. Ella conocía mucho de Arley, de niña había visto a través de los ojos de su hermano la luz de un asesino.
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