Día especial {Alaude}

Si algo bueno me había dado mi incurable y mortífera (para los demás claro está y no para mi) enfermedad eran las numerosas puertas de amistades que había forjado con el tiempo. Será que ese instinto animal no solo sale de mis entrañas una vez al mes bajo la luna llena. Toda mi esencia de loba está determinada en mis comportamientos y habilidades adquiridas luego de la dolorosa transformación.
Y como si de un animal yo misma me tratara, comencé desde pequeña a tener vínculos jerárquicos un poco más particulares que los de cualquier humano normal.
Alaude, por ejemplo, entró en mi vida en aquel momento que yo más lo necesité probablemente, y es que siendo una criatura de 12 años, asesina e incontrolable, el me enseñó, a mi y a mi madre que en la oscuridad siempre hay algo de brillo.
De a poco, con el pasar de los años, pude controlar aquella fuerza y habilidades que como humana eran muy aprovechables y aprendí a mantener en silencio esto si quería sobrevivir.
Alaude fue en síntesis, una especie de maestro, de ejemplo de que aunque este maldita de por vida puedo seguir viviéndola con la máxima libertad que pueda.
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Extrañaba un poco a aquel hombre raro, sin duda, pero tan querido por mi. Y es que si bien, aún no determinaba que clase de relación teníamos solo sabía lo mucho que le debía.
Caminé por las calles Parisinas cargando una gran y pesada canasta de mimbre. Como siempre, llevaba un vestido de alta costura verde esmeralda y el pelo perfectamente acomodado debajo de un sombrero de mimbre también.
Era un día especial para mi, aunque dudaba que el supiera el porqué. Y es que hacía 7 años, había conocido a aquel hombre que probablemente salvó mi vida, la de mi madre y la de muchísimos hombres más que hubieran terminado muertos de haberse cruzado conmigo.
Entré por el vestíbulo del hotel y caminé a lo largo de los pasillos haciendo un curioso ruido con mis zapatos que eran de charol. Nunca se sabía con el si lo iba a encontrar o no, pero realmente deseaba con todo mi ser que si estuviera en su habitación.
Toqué a la puerta la puerta ansiosa mientras mordía mi labio inferior en un inútil intento de calmar mis nervios.
A los pocos segundos una figura abrió la puerta y tuve el levísimo impulso de abrazarlo, aunque claro, no hubiera sido una conducta muy apropiada para la época, por lo que me quede rígida.

-No quise molestarte- Me excusé sin siquiera decirle hola. Bueno, la verdad es que por alguna desconocida razón me ponía nerviosa cerca de el, tal vez ni el mismo entendía lo mucho que yo le debía - Pasaba por aquí... - Mentí- Y decidí traerte algunas de las cosechas nuevas de la bodega.. - Abrí un lado de la canasta de mimbre, dentro de ella se dejaban ver 3 botellas lustradas y con etiquetas escritas a mano- ¿Vas a invitarme a pasar? - Pregunté algo colorada pero sin tantas vueltas, después de todo, por más nerviosa que el me pusiera, solía ser mas extrovertida que cualquier mujer de Paris