AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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"El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
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"El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
- Es un profundo privilegio poder volver a contemplaros, como es costumbre, madame Selene. -
Una voz de acentuada habla extranjera y timbre afable recitaba con tan versatilidad y delicadeza aquel monótono recibimiento a ni más, ni menos que la majestuosa y plateada Luna.
La oscuridad nocturna se había cernido cuan extenso manto de oscura seda sobre aquellos páramos transitados a tales altas horas de la madrugada. Salpicada la inmensidad del cielo por cada una de las centinelas centelleantes, un hombre entrado en años y barba gris trotaba sonriente sobre su fiel rocín oscuro. Dada una apacible cabalgada que no tardaba en realizar siempre que necesitara un delicado soplo de alivio entre sus ajetreadas vivencias, no sería esta vez una de aquellas sosegadas ocasiones.
El profesor Friedrich Wolf, más conocido bajo el diminutivo de Ricky, avanzaba impasible pero sin velocidad hacia el que sería la próxima ejecución del oficio. Una sonrisa solía surcar su anciano rostro aun tales siendo las intenciones que poseía. Observaba las estrellas y los astros; estudiando y sorprendiéndose aún así ante tal belleza infinita. Así como posaba con delicadeza la mirada sobre unas apacibles aguas danzantes, acompañadas de un terso sonido tranquilizador y una oscuridad tal como la que reflejaba. La Luna, Selene, sutil bailarina digna de admiración, ondeaba a la par del oleaje en el infinito páramo marino.
Así pues, el paisaje más allá de la delicada naturaleza no hospedaba sino hostilidad y peligro potencial. En aquellos instantes apenas si un alma despojada de toda esencia vital surcaba tambaleándose tibia alguna de las pedregosas calles. Tan siquiera algunas meretrices deseosas de conseguir algo de ganancias para poder regresas a sus respectivos hogares, así como caballeros de carácter desagradable y aspecto amenazador. Como quien sacaba a relucir sus mejores y más prestigiosas prendas a la luz dorada de un magnífico astro rey, la dama de plata estaba destinada a observar cada noche las cicatrices, actos violentos y vandálicos, así como la oscuridad en las almas de los transeúntes. Aquel no era sino el triste y memorable pensamiento que repetía a modo de sinfonía estropeada, la mente del profesor a medida que paseaba inmerso en la oscuridad de la noche. Un pensamiento desasosegado y cruel solo amedrentado por una brisa marina; brisa que acompañaba como espectáculo de la naturaleza a las aguas.
De modo que, después de todo, muchos de estos caballeros desplumados y señoritas de compañía observaban al cortés alemán con un rostro que claramente mostraba la más básica de las cuestiones: ¿Cómo un caballero de tal galantería trota en su caballo en un puerto asfixiado de barcazas descuidadas y lujosas por igual? Exacto, la respuesta era igual de simple. Un asunto de negocios.
Como cazador y cazarrecompensas legal, el profesor Wolf no había tardado en hacerse conocedor de la exquisita noticia de la existencia de crueles esclavistas mercantes que traficaban sin pudor alguno con vidas humanas. Tales como vidas extranjeras. Aquel dato, desde luego, le resultaba de lo más familiar. Quién mejor para frenar el paso a una panda de sádicos vendedores de buenas gentes de otros países que alguien que provenía de uno de ellos. Era tal su interés que, sin ir más lejos, dedicaría sus buenas horas de sueño para localizar las mercancías y, por supuesto, hacerse benefactor de todas las que pudiera. Pues no era sino su intención la de adquirir un valioso y desconocido ejemplar. Tal parecía una joven esclava de nacionalidad asiática había sido sometida durante un tiempo por la portentosa familia francesa, los Bellout. Familia que tras pasar largos y probablemente desesperantes para ellos años, habían vuelto a las tierras cuyo origen poseían bajo la nueva identidad de los Boissieu, debido a una huida desesperada que les haría cambiar sus vidas.
Tal parecía, el marido de dicha familia se trataba de un delincuente penal que en los que podrían haber sido sus tiernos años de juventud, había dedicado su tiempo libre al atraco a mano armada de bancos y, sin ir más lejos, acabó con la vida de alguna de sus buenas gentes. Razón suficiente para que con sabiduría y destreza el buen profesor se hiciera cargo de dicho encargo.
¿No era fantástico? Acabaría con la vida de un par de esclavistas, liberando así a sus buenas gentes, para hacerse poseedor temporal de una de aquellos pobres diablos con el fin de acabar con la vida de un antaño ferviente criminal; ya que, por supuesto, necesitaba la aprobación de un conocido del tal caballero para que, efectivamente, verificar de quien se trataba y así poder abatirlo sin más demora.
Fue entonces cuando, tras haber recorrido cara palmo oscuro y desolado de aquellos puertos casi abandonados a aquellas horas, en el terreno más oscuro y amenazador, Friedrich Wolf pudo distinguir un par de figuras oscuras y de aspecto hostil, con un grupo de personas de rostros tristes y pintas desaliñadas, a los que no tardó en diagnosticar como los objetivos que buscaba.
Sin detenerse tan siquiera un instante, uno de ellos balbuceó con fiereza.
- ¡¿Quién se aproxima dando tumbos en la oscuridad?! ¡Díganoslo antes de que quiera hacerse dueño de un balazo!. -
A lo que la voz de acento alemán y paciencia natural, correspondió aproximándose.
- ¡Cálmense, caballeros! No quisiéramos empezar con la bota izquierda, ¿correcto? Si me permiten sin molestia, procederé a presentarme como me corresponde.
Respondo a la llamada de profesor Friedrich Wolf. Más conocido por mis apegados como Ricky.
¡Y este es mi buen caballo Donner!
Solo deseaba realizar con ustedes una clandestina transacción. -
El rocín, tan educado y encantador como su dueño, respondió con un movimiento de cabeza. Saludando.
A lo que, con una cara de no haber entendido ni tan siquiera una sola palabra de tal complejo lenguaje acentuado al ser extranjero, bramó el mismo orador.
- ¡En cristiano, joder! -
Tras una breve risa apacible y despreocupada, explicó.
- ¡Oh, disculpen! ¡Disculpen, háganme el favor! No es mi lengua materna.
Muy bien, caballeros. ¡Estoy muy interesado en uno de los ejemplares que poseéis! -
Ahora empezaba el verdadero teatro y pasara lo que pasara, el espectáculo siempre debía de continuar.
El tablero está listo, las fichas se mueven.
Una voz de acentuada habla extranjera y timbre afable recitaba con tan versatilidad y delicadeza aquel monótono recibimiento a ni más, ni menos que la majestuosa y plateada Luna.
La oscuridad nocturna se había cernido cuan extenso manto de oscura seda sobre aquellos páramos transitados a tales altas horas de la madrugada. Salpicada la inmensidad del cielo por cada una de las centinelas centelleantes, un hombre entrado en años y barba gris trotaba sonriente sobre su fiel rocín oscuro. Dada una apacible cabalgada que no tardaba en realizar siempre que necesitara un delicado soplo de alivio entre sus ajetreadas vivencias, no sería esta vez una de aquellas sosegadas ocasiones.
El profesor Friedrich Wolf, más conocido bajo el diminutivo de Ricky, avanzaba impasible pero sin velocidad hacia el que sería la próxima ejecución del oficio. Una sonrisa solía surcar su anciano rostro aun tales siendo las intenciones que poseía. Observaba las estrellas y los astros; estudiando y sorprendiéndose aún así ante tal belleza infinita. Así como posaba con delicadeza la mirada sobre unas apacibles aguas danzantes, acompañadas de un terso sonido tranquilizador y una oscuridad tal como la que reflejaba. La Luna, Selene, sutil bailarina digna de admiración, ondeaba a la par del oleaje en el infinito páramo marino.
Así pues, el paisaje más allá de la delicada naturaleza no hospedaba sino hostilidad y peligro potencial. En aquellos instantes apenas si un alma despojada de toda esencia vital surcaba tambaleándose tibia alguna de las pedregosas calles. Tan siquiera algunas meretrices deseosas de conseguir algo de ganancias para poder regresas a sus respectivos hogares, así como caballeros de carácter desagradable y aspecto amenazador. Como quien sacaba a relucir sus mejores y más prestigiosas prendas a la luz dorada de un magnífico astro rey, la dama de plata estaba destinada a observar cada noche las cicatrices, actos violentos y vandálicos, así como la oscuridad en las almas de los transeúntes. Aquel no era sino el triste y memorable pensamiento que repetía a modo de sinfonía estropeada, la mente del profesor a medida que paseaba inmerso en la oscuridad de la noche. Un pensamiento desasosegado y cruel solo amedrentado por una brisa marina; brisa que acompañaba como espectáculo de la naturaleza a las aguas.
De modo que, después de todo, muchos de estos caballeros desplumados y señoritas de compañía observaban al cortés alemán con un rostro que claramente mostraba la más básica de las cuestiones: ¿Cómo un caballero de tal galantería trota en su caballo en un puerto asfixiado de barcazas descuidadas y lujosas por igual? Exacto, la respuesta era igual de simple. Un asunto de negocios.
Como cazador y cazarrecompensas legal, el profesor Wolf no había tardado en hacerse conocedor de la exquisita noticia de la existencia de crueles esclavistas mercantes que traficaban sin pudor alguno con vidas humanas. Tales como vidas extranjeras. Aquel dato, desde luego, le resultaba de lo más familiar. Quién mejor para frenar el paso a una panda de sádicos vendedores de buenas gentes de otros países que alguien que provenía de uno de ellos. Era tal su interés que, sin ir más lejos, dedicaría sus buenas horas de sueño para localizar las mercancías y, por supuesto, hacerse benefactor de todas las que pudiera. Pues no era sino su intención la de adquirir un valioso y desconocido ejemplar. Tal parecía una joven esclava de nacionalidad asiática había sido sometida durante un tiempo por la portentosa familia francesa, los Bellout. Familia que tras pasar largos y probablemente desesperantes para ellos años, habían vuelto a las tierras cuyo origen poseían bajo la nueva identidad de los Boissieu, debido a una huida desesperada que les haría cambiar sus vidas.
Tal parecía, el marido de dicha familia se trataba de un delincuente penal que en los que podrían haber sido sus tiernos años de juventud, había dedicado su tiempo libre al atraco a mano armada de bancos y, sin ir más lejos, acabó con la vida de alguna de sus buenas gentes. Razón suficiente para que con sabiduría y destreza el buen profesor se hiciera cargo de dicho encargo.
¿No era fantástico? Acabaría con la vida de un par de esclavistas, liberando así a sus buenas gentes, para hacerse poseedor temporal de una de aquellos pobres diablos con el fin de acabar con la vida de un antaño ferviente criminal; ya que, por supuesto, necesitaba la aprobación de un conocido del tal caballero para que, efectivamente, verificar de quien se trataba y así poder abatirlo sin más demora.
Fue entonces cuando, tras haber recorrido cara palmo oscuro y desolado de aquellos puertos casi abandonados a aquellas horas, en el terreno más oscuro y amenazador, Friedrich Wolf pudo distinguir un par de figuras oscuras y de aspecto hostil, con un grupo de personas de rostros tristes y pintas desaliñadas, a los que no tardó en diagnosticar como los objetivos que buscaba.
Sin detenerse tan siquiera un instante, uno de ellos balbuceó con fiereza.
- ¡¿Quién se aproxima dando tumbos en la oscuridad?! ¡Díganoslo antes de que quiera hacerse dueño de un balazo!. -
A lo que la voz de acento alemán y paciencia natural, correspondió aproximándose.
- ¡Cálmense, caballeros! No quisiéramos empezar con la bota izquierda, ¿correcto? Si me permiten sin molestia, procederé a presentarme como me corresponde.
Respondo a la llamada de profesor Friedrich Wolf. Más conocido por mis apegados como Ricky.
¡Y este es mi buen caballo Donner!
Solo deseaba realizar con ustedes una clandestina transacción. -
El rocín, tan educado y encantador como su dueño, respondió con un movimiento de cabeza. Saludando.
A lo que, con una cara de no haber entendido ni tan siquiera una sola palabra de tal complejo lenguaje acentuado al ser extranjero, bramó el mismo orador.
- ¡En cristiano, joder! -
Tras una breve risa apacible y despreocupada, explicó.
- ¡Oh, disculpen! ¡Disculpen, háganme el favor! No es mi lengua materna.
Muy bien, caballeros. ¡Estoy muy interesado en uno de los ejemplares que poseéis! -
Ahora empezaba el verdadero teatro y pasara lo que pasara, el espectáculo siempre debía de continuar.
El tablero está listo, las fichas se mueven.
Friedrich Wolf- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/07/2014
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
Hacía exactamente un mes y tres días que había llegado a Francia. Diecisiete días desde que estaba en aquella extraña ciudad. Pero en cierto modo, París se parecía a Phnom Penh. Por el día, alrededor de aquella laguna en la que orbitaban los traficantes, paseaban los mismos aristócratas con caras de asco y de los mismos jóvenes rateros tratando de robarles los objetos de valor. Por la noche, las mismas mujeres de cuerpos consumidos vendían su dignidad y los mismos hombres ansiosos de ensuciar sus cuchillos de sangre. Y los mismos gatos buscándola en la oscuridad, maullándola por unas míseras caricias. Ella no era la única en preguntarse cómo los gatos llegaban al alejado barco que los mantenía escondidos en la laguna durante el día, y notaba el recelo de aquellas personas a las que debía llamar "amos". Sabía lo que pensaban de ella, y estaba segura de que sería la primera de la que querrían librarse llegado el momento. De hecho cada noche era expuesta en primera fila ante la desagradable multitud que pululaba alrededor de la laguna, sujeta a las vejaciones que le infringían (con gusto) sus amos.
Aquella noche no podía ser distinta. Habían desembarcado justo al desaparecer el Sol en el horizonte. Su "encargado" (la única persona en el barco con el suficiente valor como para establecer contacto físico con ella) la bajó con la misma rudeza de siempre sujetándola por el brazo, encabezando una comitiva de rostros febriles. No dejaban salir a los gatos del barco y el último de los amos cerraba la puerta con un portazo al salir todos, sin importar golpear a alguno de los animales en todos los morros. Ella permanecía impasible mientras su encargado rasgaba un poco su ropa para "exponer la mercancía". Habría sido más fácil venderla a un burdel si tenían que verse reducido a eso para venderla. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Había vivido toda la vida así. No recordaba más rostros que las crueles sonrisas de las personas a las que la vendieron. Aquella era la única vida que conocía. Y era mejor seguir a la venta que acabar sirviendo a unas personas como sus anteriores dueños.
Aún seguía teniendo pesadillas esporádicas con monsieur Bellout.
La noche transcurría como usualmente. Los amos no se anunciaban, no gritaban. Al fin y al cabo, ellos eran esclavos clandestinos, extranjeros que, a pesar de ser de colonias, habían entrado en el país de forma ilegal. No, los amos tan sólo se dedicaban a observar a la posible clientela (que a opinión de Jorani eran los últimos que podían permitirse un esclavo) analizando los posibles compradores. Llevaban muchos años en aquel negocio. Ellos no tenían que anunciarse para atraer a compradores, ellos venían solos. Aunque en aquellos diecisiete días no había venido nadie. Aquel día parecía ser la excepción. Un elegante caballero, acompañado de su caballo, se había acercado al grupo. Pero su perfil no encajaba con el de un comprador habitual. De hecho, más bien parecía un ignorante transeúnte que habría confundido el grupo con... a saber qué. ¿Una fiesta del té? Ni siquiera encajaba entre la escoria de la noche. Menos con aquel extraño acento (aunque ni que su francés fuera el mejor). Los ojos de Jorani reflejaron la luna durante un instante, mientras lo observaba sin ofrecer ningún gesto hacia el hombre. Ni tampoco resistencia cuando uno de los amos la agarró violentamente por el antebrazo y lo apretó contra su espalda. Una sonrisa voraz se dibujó en el rostro de otro de los amos, el mismo que se había dirigido al caballero en un primer lugar. Desde luego, no destacaba por su inteligencia.
-Ahora estás hablando mi idioma, señor.
Aquella noche no podía ser distinta. Habían desembarcado justo al desaparecer el Sol en el horizonte. Su "encargado" (la única persona en el barco con el suficiente valor como para establecer contacto físico con ella) la bajó con la misma rudeza de siempre sujetándola por el brazo, encabezando una comitiva de rostros febriles. No dejaban salir a los gatos del barco y el último de los amos cerraba la puerta con un portazo al salir todos, sin importar golpear a alguno de los animales en todos los morros. Ella permanecía impasible mientras su encargado rasgaba un poco su ropa para "exponer la mercancía". Habría sido más fácil venderla a un burdel si tenían que verse reducido a eso para venderla. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Había vivido toda la vida así. No recordaba más rostros que las crueles sonrisas de las personas a las que la vendieron. Aquella era la única vida que conocía. Y era mejor seguir a la venta que acabar sirviendo a unas personas como sus anteriores dueños.
Aún seguía teniendo pesadillas esporádicas con monsieur Bellout.
La noche transcurría como usualmente. Los amos no se anunciaban, no gritaban. Al fin y al cabo, ellos eran esclavos clandestinos, extranjeros que, a pesar de ser de colonias, habían entrado en el país de forma ilegal. No, los amos tan sólo se dedicaban a observar a la posible clientela (que a opinión de Jorani eran los últimos que podían permitirse un esclavo) analizando los posibles compradores. Llevaban muchos años en aquel negocio. Ellos no tenían que anunciarse para atraer a compradores, ellos venían solos. Aunque en aquellos diecisiete días no había venido nadie. Aquel día parecía ser la excepción. Un elegante caballero, acompañado de su caballo, se había acercado al grupo. Pero su perfil no encajaba con el de un comprador habitual. De hecho, más bien parecía un ignorante transeúnte que habría confundido el grupo con... a saber qué. ¿Una fiesta del té? Ni siquiera encajaba entre la escoria de la noche. Menos con aquel extraño acento (aunque ni que su francés fuera el mejor). Los ojos de Jorani reflejaron la luna durante un instante, mientras lo observaba sin ofrecer ningún gesto hacia el hombre. Ni tampoco resistencia cuando uno de los amos la agarró violentamente por el antebrazo y lo apretó contra su espalda. Una sonrisa voraz se dibujó en el rostro de otro de los amos, el mismo que se había dirigido al caballero en un primer lugar. Desde luego, no destacaba por su inteligencia.
-Ahora estás hablando mi idioma, señor.
Jorani Bellout- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/07/2014
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
No hubiera sucedido el más mínimo gesto de acoso y violencia, así como fuera infligida la más efímera magulladura o cicatriz que surcara alguno de los cuerpos de esas buenas gentes torturadas, sin que la agudeza y perspicacia del profesor Friedrich Wolf hubiera dejado tan siquiera un instante de pasarlo por alto. Cualquier otro en su lugar, hombre de ley y moral, no habría tardado en arrebatar la vida de los hombres crueles del mismo gélido modo que ellos arrebataban la libertad de sus 'productos de comercio', pero al fin y al cabo, el placer psíquico sería aún mayor una vez quedado finalizado su cometido.
Así bien, como había dicho anteriormente, el espectáculo debe continuar.
Raudo y veloz, sin demora alguna e incrementando tal que así la sonrisa de un antiguo y tenaz rostro, el caballero pareció echar mano de cierto tipo de objeto que pendía de la montura.
- ¡Wo, wo, wo! ¡Cuidado, señor! ¡No quieres que tengamos problemas! -
Mientras aquel de ellos se disponía a echar mano del oxidado revolver que claramente se situaba en la cintura del usuario, el otro tipo, con un rostro desconfiado y tallado a base de cicatrices como si fuera tosca madera tratada por alguien que no demasiado bien conoce dicho nivel de artesanía, llevaba manteniendo el fusil dirigido al alemán desde la primera aparición de este. No parecía ser un hombre tan de palabra como su desaliñado compañero; él se dedicaba, con rudeza y maldad en sus ojos, a fijar el objetivo, preparado siempre para lo peor. Supondríamos que sería cuestión de quién fuese más rápido.
Y así, el profesor extrajo dicho objeto. Un candelabro. Solamente, un candelabro.
- ¡No hay por qué ponerse nerviosos, caballeros! ¿Son comunes ocasiones en las que tienen problemas?... -
Con tono ligeramente humorístico e irónico, una tenue risa efímera era suspendida en el vacío. Se veía, desde luego, completamente despreocupado ante toda amenaza que, como era de esperar, conocía dónde y desde qué momento se encontraba presente. La correspondencia fueron un par de rugidos caninos producidos por los protocolarios caballeros, así como el escupir del más callado de ellos.
Bueno, ya había hecho algo más que dar lugar a su aparentemente característico abismal silencio.
- ¿Qué pretende, forastero? -
Cuestionaba con desconfianza el hablador. Y aun debiendo primero explicarlo y luego proceder, el descaro vacante del alemán hizo acto de presencia.
Bajándose del fiel rocín y propinándole una caricia de agradecimiento en el hocico, levantó el candelabro. Iluminaba ahora claramente el rostro y decía con una sonrisa.
- Solo quiero examinar que la calidad del producto, mis nobles comerciantes, esté en buenas condiciones y cumplan ciertas aptitudes. Si me es permitida tal impertinencia, por supuesto. -
Y estos, que no parecían caerle precisamente bien el hombre con el que harían negocios, resoplaron con molestia y agotamiento, retirándose de los productos de sus mercancías, dejándolo así a su libre albedrío siempre a la atenta vigilancia del plomo de los criminales.
Así pues, era momento de proceder al reconocimiento de quien sería la adquisición pertinente.
- ¡Muy buenas noches, pobres diablos! ¿Alguno de ustedes han poseído trato o han quedado bajo la mano del monsieur Boissieu; anteriormente conocido como monsieur Bellout? -
Sus palabras, siempre cercanas y apacibles, no eran comprendidas en absoluto por los captores, que no entendían de qué iba toda esta clase de venta y cada vez comenzaban a exasperarse más aún. El profesor Friedrich Wolf ahora caminaba entre aquellas gentes coartadas y asustadas, acercando la luminosidad del candelabro con el fin de conocer el rostro del esclavo o esclava que conocía que se encontraba entre tales gentes.
Alguien respondería a su llamada y él así, a su cometido.
Así bien, como había dicho anteriormente, el espectáculo debe continuar.
Raudo y veloz, sin demora alguna e incrementando tal que así la sonrisa de un antiguo y tenaz rostro, el caballero pareció echar mano de cierto tipo de objeto que pendía de la montura.
- ¡Wo, wo, wo! ¡Cuidado, señor! ¡No quieres que tengamos problemas! -
Mientras aquel de ellos se disponía a echar mano del oxidado revolver que claramente se situaba en la cintura del usuario, el otro tipo, con un rostro desconfiado y tallado a base de cicatrices como si fuera tosca madera tratada por alguien que no demasiado bien conoce dicho nivel de artesanía, llevaba manteniendo el fusil dirigido al alemán desde la primera aparición de este. No parecía ser un hombre tan de palabra como su desaliñado compañero; él se dedicaba, con rudeza y maldad en sus ojos, a fijar el objetivo, preparado siempre para lo peor. Supondríamos que sería cuestión de quién fuese más rápido.
Y así, el profesor extrajo dicho objeto. Un candelabro. Solamente, un candelabro.
- ¡No hay por qué ponerse nerviosos, caballeros! ¿Son comunes ocasiones en las que tienen problemas?... -
Con tono ligeramente humorístico e irónico, una tenue risa efímera era suspendida en el vacío. Se veía, desde luego, completamente despreocupado ante toda amenaza que, como era de esperar, conocía dónde y desde qué momento se encontraba presente. La correspondencia fueron un par de rugidos caninos producidos por los protocolarios caballeros, así como el escupir del más callado de ellos.
Bueno, ya había hecho algo más que dar lugar a su aparentemente característico abismal silencio.
- ¿Qué pretende, forastero? -
Cuestionaba con desconfianza el hablador. Y aun debiendo primero explicarlo y luego proceder, el descaro vacante del alemán hizo acto de presencia.
Bajándose del fiel rocín y propinándole una caricia de agradecimiento en el hocico, levantó el candelabro. Iluminaba ahora claramente el rostro y decía con una sonrisa.
- Solo quiero examinar que la calidad del producto, mis nobles comerciantes, esté en buenas condiciones y cumplan ciertas aptitudes. Si me es permitida tal impertinencia, por supuesto. -
Y estos, que no parecían caerle precisamente bien el hombre con el que harían negocios, resoplaron con molestia y agotamiento, retirándose de los productos de sus mercancías, dejándolo así a su libre albedrío siempre a la atenta vigilancia del plomo de los criminales.
Así pues, era momento de proceder al reconocimiento de quien sería la adquisición pertinente.
- ¡Muy buenas noches, pobres diablos! ¿Alguno de ustedes han poseído trato o han quedado bajo la mano del monsieur Boissieu; anteriormente conocido como monsieur Bellout? -
Sus palabras, siempre cercanas y apacibles, no eran comprendidas en absoluto por los captores, que no entendían de qué iba toda esta clase de venta y cada vez comenzaban a exasperarse más aún. El profesor Friedrich Wolf ahora caminaba entre aquellas gentes coartadas y asustadas, acercando la luminosidad del candelabro con el fin de conocer el rostro del esclavo o esclava que conocía que se encontraba entre tales gentes.
Alguien respondería a su llamada y él así, a su cometido.
Friedrich Wolf- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/07/2014
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
Los Bellout. Sus ojos se abrieron casi imperceptiblemente y su rictus se convirtió en piedra. Durante unos segundos incluso, dejó de respirar. No. No podía ser que la sombra alargada de aquellos dos enfermizos personajes la siguiera incluso allí. Incluso al otro lado del mundo. La mano que agarraba con fuerza su antebrazo la sacudió violentamente en cuanto notó los temblores de Jorani, que intentó mantener la compostura con la mirada ensombrecida.
Y aquel viejo, aquel maldito viejo... ¿qué relación tenía con ellos? Había sabido del pasado que les perseguía a los dos Bellout. Un historial bastante largo de fraudes, corrupción, robo... aunque cuando la policía irrumpió en la casa para llevárselos ella tan sólo entendió aquella última. No le convenía entender. Si hubiera comprendido lo que le habían dicho, ella habría acabado en el calabozo por supuesta colaboración. Pero por suerte no era más que una esclava ignorante que había acabado en la calle, y era mejor seguir en propiedad de sus amos que dentro de una jaula a dónde no pudiesen llegar los gatos. El viejo en cuestión (le había dejado de parecer un caballero en cuanto el miedo se había apoderado de ella) se siguió paseando entre el resto de esclavos. Ella se mantuvo callada. No quería volver a saber nada más de sus anteriores dueños.
Pero por desgracia para ella, no todos pensaban así. Al fin y al cabo, para sus amos aquello resultaría una venta segura. Una venta segura de alguien indeseable.
-Señor.- llamó el mandril que la sujetaba, apretando aún más sus dedos contra el brazo de la muchacha. Seguramente se pensaría que pudiera escaparse. La sacudió para adelantarla un par de pasos- Ésta es.
Y aquel viejo, aquel maldito viejo... ¿qué relación tenía con ellos? Había sabido del pasado que les perseguía a los dos Bellout. Un historial bastante largo de fraudes, corrupción, robo... aunque cuando la policía irrumpió en la casa para llevárselos ella tan sólo entendió aquella última. No le convenía entender. Si hubiera comprendido lo que le habían dicho, ella habría acabado en el calabozo por supuesta colaboración. Pero por suerte no era más que una esclava ignorante que había acabado en la calle, y era mejor seguir en propiedad de sus amos que dentro de una jaula a dónde no pudiesen llegar los gatos. El viejo en cuestión (le había dejado de parecer un caballero en cuanto el miedo se había apoderado de ella) se siguió paseando entre el resto de esclavos. Ella se mantuvo callada. No quería volver a saber nada más de sus anteriores dueños.
Pero por desgracia para ella, no todos pensaban así. Al fin y al cabo, para sus amos aquello resultaría una venta segura. Una venta segura de alguien indeseable.
-Señor.- llamó el mandril que la sujetaba, apretando aún más sus dedos contra el brazo de la muchacha. Seguramente se pensaría que pudiera escaparse. La sacudió para adelantarla un par de pasos- Ésta es.
Jorani Bellout- Hechicero Clase Baja
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
Así que esta joven chica de origen asiático no era sino la anterior esclava de la cruel familia Bellout. Cabía añadir una gran sorpresa en su interior. Le resultaba de alto interés el hecho de que fuera originaría de tales zonas mundiales, pues él mismo residió durante un tiempo indeterminado en Asia; más concretamente en la colonia alemana de Kiau Chau. Lugar donde conoció sus costumbres y formas de vida.
Fue entonces cuando, inclinándose hacia ella, mostró una cálida y agradable sonrisa. Un rasgo inapropiado para todo aquel que deseara hacerse propietario de una persona y someterla a la esclavitud. Así bien, mantuvo el candelabro iluminando el rostro de la joven para apreciar durante unos leves instantes sus rasgos y caracteres faciales.
- Muy bien. -
Afirmó con una voz tenue y delicada de tono agradecido y complaciente. Tras ello, llevó la mirada hacia el agresivo hombre que sujetaba del brazo a la pequeña y correspondió a tal violencia de una manera educada.
- Monsieur, parece estar propinándole cierta molestia a la muchacha. ¿Os importaría demasiado retiraros durante un instante? Si es la joven a la que deseo adquirir, me gustaría tener unos minutos a solas con ella. -
Con una mirada extrañada, y con razón, el tipo soltó con desdén y fuerza a la pequeña. Desde luego, era un espectáculo maquiavélico. Ver como un par de mastodontes trataban de esa manera a esas buenas y sometidas almas desgraciadas. Apenas durante el instante que duró la acción, un atisbo sin apreciación alguna, una mirada fría como el hielo y solemne como si de la misma Muerte se tratara, quedó inyectada directamente en el agresor por el profesor. Una mirada que sabía cual sería el destino inmediato de aquellas bestias en cuerpos de hombre. Una mirada que surcó durante un instante la oscuridad y se desvaneció para dar lugar de nuevo a tal apático rostro de amistad.
- Bonsoir, madame Bellout. Si os tratáis de quien creo que sois, no os costará entender el francés en el que os hablo, ¿estoy en lo cierto, en efecto?
Quisiera realizaros una simple cuestión. De ser la respuesta afirmativa, de inmediato, podréis consideraros una jovencita libre de ataduras y con la voluntad de desear y realizar todo cuanto imagines. Muy bien, señorita... ¿Podríais distinguir para mí al señor Boissieu, antes conocido como el señor Bellout? -
Bajo unas pobladas y prominentes cejas alzadas, una mirada de interés y esperanza se posaba sobre el pálido rostro de la joven camboyana. Únicamente unidos bajo la tenue y danzante llama flamígera del interior del candelabro.
Los demás esclavos, desconcertados, no conocían qué estaba ocurriendo. Apenas si sabían comprender el idioma en el que se les hablaba. La actitud y la curiosidad del hombre quedaba puesta en totalidad sobre la próxima respuesta de la niña. Así pues, entre las sombras, la desconfianza y astucia de los mercaderes de humanos observaban el proceso con impaciencia.
Fue entonces cuando, inclinándose hacia ella, mostró una cálida y agradable sonrisa. Un rasgo inapropiado para todo aquel que deseara hacerse propietario de una persona y someterla a la esclavitud. Así bien, mantuvo el candelabro iluminando el rostro de la joven para apreciar durante unos leves instantes sus rasgos y caracteres faciales.
- Muy bien. -
Afirmó con una voz tenue y delicada de tono agradecido y complaciente. Tras ello, llevó la mirada hacia el agresivo hombre que sujetaba del brazo a la pequeña y correspondió a tal violencia de una manera educada.
- Monsieur, parece estar propinándole cierta molestia a la muchacha. ¿Os importaría demasiado retiraros durante un instante? Si es la joven a la que deseo adquirir, me gustaría tener unos minutos a solas con ella. -
Con una mirada extrañada, y con razón, el tipo soltó con desdén y fuerza a la pequeña. Desde luego, era un espectáculo maquiavélico. Ver como un par de mastodontes trataban de esa manera a esas buenas y sometidas almas desgraciadas. Apenas durante el instante que duró la acción, un atisbo sin apreciación alguna, una mirada fría como el hielo y solemne como si de la misma Muerte se tratara, quedó inyectada directamente en el agresor por el profesor. Una mirada que sabía cual sería el destino inmediato de aquellas bestias en cuerpos de hombre. Una mirada que surcó durante un instante la oscuridad y se desvaneció para dar lugar de nuevo a tal apático rostro de amistad.
- Bonsoir, madame Bellout. Si os tratáis de quien creo que sois, no os costará entender el francés en el que os hablo, ¿estoy en lo cierto, en efecto?
Quisiera realizaros una simple cuestión. De ser la respuesta afirmativa, de inmediato, podréis consideraros una jovencita libre de ataduras y con la voluntad de desear y realizar todo cuanto imagines. Muy bien, señorita... ¿Podríais distinguir para mí al señor Boissieu, antes conocido como el señor Bellout? -
Bajo unas pobladas y prominentes cejas alzadas, una mirada de interés y esperanza se posaba sobre el pálido rostro de la joven camboyana. Únicamente unidos bajo la tenue y danzante llama flamígera del interior del candelabro.
Los demás esclavos, desconcertados, no conocían qué estaba ocurriendo. Apenas si sabían comprender el idioma en el que se les hablaba. La actitud y la curiosidad del hombre quedaba puesta en totalidad sobre la próxima respuesta de la niña. Así pues, entre las sombras, la desconfianza y astucia de los mercaderes de humanos observaban el proceso con impaciencia.
Friedrich Wolf- Cazador Clase Alta
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
No era capaz de sostenerle la mirada. Tenía miedo. ¿Y si acababa involucrada en algo feo? Algo aún más feo que acabar volviendo a servir a los Bellout... Desde que la policía se los había llevado haría... ya no sabía cuánto tiempo, no había sabido nada de ellos. No quería. Y quizá era mejor que fuera sincera, porque el rostro del viejo, a pesar de ofrecerle una visión conciliadora, no le inspiraba la menor confianza. Al contrario. Diecisiete años habían sido suficientes para hacerle aprender a tener miedo de todo, sobretodo de todo cuanto pareciera inocente.
-No...- la voz salió de su boca en un hilillo apenas perceptible. Era apagada, trémula, como si no viviera o lo hiciera dentro de un sueño. Una pesadilla más bien.- Hace mucho que dejé de estar a su servicio...- la frase fue acabada con una sacudida del amo. Este le dijo algo en jemer.
-No te han preguntado eso, estúpida.- Jorani le dirigió una mirada alstimera, pero eso no sirvió de nada. Nunca servía de nada.
-No sabría que decir... decirle. Sólo conocí una faceta de ellos.
-No...- la voz salió de su boca en un hilillo apenas perceptible. Era apagada, trémula, como si no viviera o lo hiciera dentro de un sueño. Una pesadilla más bien.- Hace mucho que dejé de estar a su servicio...- la frase fue acabada con una sacudida del amo. Este le dijo algo en jemer.
-No te han preguntado eso, estúpida.- Jorani le dirigió una mirada alstimera, pero eso no sirvió de nada. Nunca servía de nada.
-No sabría que decir... decirle. Sólo conocí una faceta de ellos.
Jorani Bellout- Hechicero Clase Baja
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
'Una faceta de ellos.'
Las palabras más indicadas que la pobre e inocente niña pudiera ser capaz de decir. Las palabras exactas que el hombre había venido a buscar. La transacción había concluido.
Una afilada sonrisa y una fugaz mirada de zorro habían quedado postradas en el rostro del hombre, quien apenas al instante siguiente exclamaba con optimismo.
- ¡Adjudicado! ¡Premio para el caballero alemán! ¡No poseo objeción ni reparo, en absoluto, para poder hacerme cargo de esta pequeña y delicada flor de loto!
Así que, si me lo permite... -
Nervioso y entusiasmado rebuscaba en el interior del cálido y lujoso gabán, con el fin de encontrar la cantidad de dinero suficiente para que, antes de siquiera recibir oferta de venta, postrar sus ingresos si era necesario, cuando, como un trueno en la noche que da paso a la voraz tormenta, la voz ronca de, hasta ahora, el silencioso caballero amenazante estalló en la oscuridad.
- No hay trato. -
Con rostro de desaprobación, siempre apacible y relajado, el profesor bajó ambas manos y mantuvo la posición erguida. Más que el aspecto de alguien que sufriera un gran pavor, esperando lo peor, parecía más bien la decepción de una madre tras su niño haber hecho una jugarreta. La sangre fría del anciano era legendaria.
- ¿Podría cuestionar, si se me permite la indiscreción, la razón por la que usted, mi buen señor, se opone a la realización del pago, tras mi pacífico deseo de obtener un ejemplar de tan exótica mercancía que poseéis? -
Aquel par de hombres, incultos y descerebrados, apenas si lograban entender la forma de hablar, delicada y de buen léxico, del alemán. Sentía la mirada en una silueta oscura y lúgubre, amenazante, como era la del tipo que le hablaba y, mientras tanto, no apartaba la vista de la cara dubitativa y desconcertada que mantenía el otro de los dos; el cual deseaba hacerse con el dinero y soltar a la cría.
- Porque lo digo yo. -
Respondió tras haber conseguido entender, de un modo u otro y más o menos, la cuestión realizada anteriormente por el extranjero.
Fue entonces cuando las cosas comenzaron a ponerse... Tensas.
Proveniente de la oscuridad, el sonido del arma antes empuñada por el hombre silencioso, ahora estaba preparada para disparar. Así como el sonido de la colocación pertinente del gatillo para realizar dicho acto había inundado el sepulcral silencio.
El profesor, con gesto de desilusión, dio un par de pasos hacia adelante, con el fin de alejarse aproximadamente a metro y medio de la pequeña asiática. Permaneció inmóvil y decidió mover él su ficha.
- ¿He de suponer, caballero, que en la seguridad de la lejanía y la oscuridad, empuñáis un arma contra mi persona? ¡Por supuesto que sí; a quién queremos engañar...!
Lo cierto es que, sin ir más lejos, quisiera adoptar una actitud de aprobación frente al hecho de haber llegado hasta estos páramos desolados de la laguna ¡Poseéis un gran sentido de la supervivencia! ¡¿Quién, me pregunto, escucharía con claridad la ejecución de un hombre a tanta distancia; en páramos donde poder ejercer la venta de almas desvalidas?! ¡¿Quién, pregunto, quién?! ¡Si usted deseara acabar con mi vida, acribillándome como si de un pobre perro rabioso me tratara, es del todo seguro que no sería escuchado el disparo...!
... Supongo que este hecho es un arma de doble filo. -
Hasta ahora, la voz del caballero se trataba de una voz amplia, sonora y agradable. Ni siquiera ante la amenaza o el desacuerdo, el alemán perdía los morales o borraba esa sonrisa de la cara. Sin embargo, el tono cambió en tal última frase; así como la mirada se tornaba gélida y el rostro sereno. La voz había sido afilada; pragmática. Se trataba de la voz de un asesino.
Fue entonces cuando dio el siguiente paso.
Con rapidez y destreza, de uno de los laterales del interior del gabán extrajo un arma de fuego de un tamaño considerablemente pequeño para poder hacer uso de esta. Se trataba, sin ir más lejos, de una escopeta recortada de dos cañones.
El hombre amenazante se lanzó a propinar un disparo veloz al profesor, mas antes siquiera de que consiguiera fijar el objetivo, Friedrich Wolf vació uno de los cañones directamente sobre su pecho. Un disparo; una baja.
Sin tan siquiera pestañear.
Ahora un cuerpo caía sin vida, expulsando una cantidad de flujo de vida carmesí, directamente del corazón. Desconcertado y más asustado aún, un aterrado esclavista como era el que ahora vivía, exclamó con desesperación '¡HERMANO!' y con temblor y duda, solamente llevado por la venganza inmediata, se decidió a llevar la mano al revolver que situaba en su cintura.
- Usted mismo... -
Dijo encogiéndose de hombros y, apreciando con absoluta claridad el temblor de extremidades del tipo, acompañado del hecho de que se había orinado encima, lanzó el otro balazo del arma hacia la mano derecha del aterrado hombre. La bala de un arma, pequeña pero de gran potencia, había sido suficiente para arrancar de cuajo todos los dedos, así como descolgar lo que quedaba de mano del resto de brazo; únicamente unido siquiera por algunos heridos tendones que habían conseguido zafarse.
Bueno... No era el resultado querido; tenía intención de descolgar el codo. Quizás era hora de que Ricky se diera cuenta de que se había algo viejo.
Ahora, en el suelo, yacía un cadáver asesinado de manera súbita y un hombre que no paraba de sollozar y chillar como lechón en el matadero, obviamente dolorido por la pérdida de la mano derecha.
- ¡Caballero! ¡Por favor, oiga! ¡No nos pongamos nerviosos! ¡Se ha tratado de vuestro hermano, el señor Dylan Ferré, quien me ha amenazado a mi y yo... Bueno... Por destreza y velocidad, he conseguido zafarme de sus intenciones homicidas, devolviendo lo que, en comienzo, pretendía otorgarme! ¡De hecho, tengo... Uno, dos... Tres...! ¡Seis! ¡Tengo seis buenas gentes que podrían dar testimonio de los hechos ocurridos anteriormente; los pobres diablos que pretendían vender a cambio de unas monedas de oro negro! -
- ¡ESTÁ LOCO! -
- ¡Mmmmmm... No! ¡No estoy de acuerdo con vos, mi señor! ¡Así bien; desearía acabar con la transacción! -
Ahora, volviendo al rostro apacible y paternal, se dirigió hacia la pequeña.
- Bien, mi pequeña señorita, 'una faceta de ellos' es suficiente para poderos ofreceros a venir conmigo. ¡Oh, por supuesto, lamento con creces el espectáculo dado anteriormente! ¡Estas dos alimañas, no eran sino el difunto Dylan Ferré y su hermano menor, George Ferré; dos hermanos buscados por la evidente venta indiscriminada de esclavos, así como múltiples asesinatos cuando, el buen hermano mayor, no confiaba todo lo que debiera en el comprador y, sin pensárselo dos veces, lo ejecutaba para hacerse con sus bienes! ¡Consiguiendo más aún de lo que podría conseguir por todo el lote de esclavos en conjunto.
¡Tal parece, el exceso de desconfianza puede llevar a caminos sin retorno, ¿no pensáis lo mismo, señorita Bellout?! -
De nuevo, contaba el dinero para realizar el pago. A fin de cuentas, puede que fuera un cazador y cazarrecompensas legal, pero en absoluto se trataba de un ladrón.
Las palabras más indicadas que la pobre e inocente niña pudiera ser capaz de decir. Las palabras exactas que el hombre había venido a buscar. La transacción había concluido.
Una afilada sonrisa y una fugaz mirada de zorro habían quedado postradas en el rostro del hombre, quien apenas al instante siguiente exclamaba con optimismo.
- ¡Adjudicado! ¡Premio para el caballero alemán! ¡No poseo objeción ni reparo, en absoluto, para poder hacerme cargo de esta pequeña y delicada flor de loto!
Así que, si me lo permite... -
Nervioso y entusiasmado rebuscaba en el interior del cálido y lujoso gabán, con el fin de encontrar la cantidad de dinero suficiente para que, antes de siquiera recibir oferta de venta, postrar sus ingresos si era necesario, cuando, como un trueno en la noche que da paso a la voraz tormenta, la voz ronca de, hasta ahora, el silencioso caballero amenazante estalló en la oscuridad.
- No hay trato. -
Con rostro de desaprobación, siempre apacible y relajado, el profesor bajó ambas manos y mantuvo la posición erguida. Más que el aspecto de alguien que sufriera un gran pavor, esperando lo peor, parecía más bien la decepción de una madre tras su niño haber hecho una jugarreta. La sangre fría del anciano era legendaria.
- ¿Podría cuestionar, si se me permite la indiscreción, la razón por la que usted, mi buen señor, se opone a la realización del pago, tras mi pacífico deseo de obtener un ejemplar de tan exótica mercancía que poseéis? -
Aquel par de hombres, incultos y descerebrados, apenas si lograban entender la forma de hablar, delicada y de buen léxico, del alemán. Sentía la mirada en una silueta oscura y lúgubre, amenazante, como era la del tipo que le hablaba y, mientras tanto, no apartaba la vista de la cara dubitativa y desconcertada que mantenía el otro de los dos; el cual deseaba hacerse con el dinero y soltar a la cría.
- Porque lo digo yo. -
Respondió tras haber conseguido entender, de un modo u otro y más o menos, la cuestión realizada anteriormente por el extranjero.
Fue entonces cuando las cosas comenzaron a ponerse... Tensas.
Proveniente de la oscuridad, el sonido del arma antes empuñada por el hombre silencioso, ahora estaba preparada para disparar. Así como el sonido de la colocación pertinente del gatillo para realizar dicho acto había inundado el sepulcral silencio.
El profesor, con gesto de desilusión, dio un par de pasos hacia adelante, con el fin de alejarse aproximadamente a metro y medio de la pequeña asiática. Permaneció inmóvil y decidió mover él su ficha.
- ¿He de suponer, caballero, que en la seguridad de la lejanía y la oscuridad, empuñáis un arma contra mi persona? ¡Por supuesto que sí; a quién queremos engañar...!
Lo cierto es que, sin ir más lejos, quisiera adoptar una actitud de aprobación frente al hecho de haber llegado hasta estos páramos desolados de la laguna ¡Poseéis un gran sentido de la supervivencia! ¡¿Quién, me pregunto, escucharía con claridad la ejecución de un hombre a tanta distancia; en páramos donde poder ejercer la venta de almas desvalidas?! ¡¿Quién, pregunto, quién?! ¡Si usted deseara acabar con mi vida, acribillándome como si de un pobre perro rabioso me tratara, es del todo seguro que no sería escuchado el disparo...!
... Supongo que este hecho es un arma de doble filo. -
Hasta ahora, la voz del caballero se trataba de una voz amplia, sonora y agradable. Ni siquiera ante la amenaza o el desacuerdo, el alemán perdía los morales o borraba esa sonrisa de la cara. Sin embargo, el tono cambió en tal última frase; así como la mirada se tornaba gélida y el rostro sereno. La voz había sido afilada; pragmática. Se trataba de la voz de un asesino.
Fue entonces cuando dio el siguiente paso.
Con rapidez y destreza, de uno de los laterales del interior del gabán extrajo un arma de fuego de un tamaño considerablemente pequeño para poder hacer uso de esta. Se trataba, sin ir más lejos, de una escopeta recortada de dos cañones.
El hombre amenazante se lanzó a propinar un disparo veloz al profesor, mas antes siquiera de que consiguiera fijar el objetivo, Friedrich Wolf vació uno de los cañones directamente sobre su pecho. Un disparo; una baja.
Sin tan siquiera pestañear.
Ahora un cuerpo caía sin vida, expulsando una cantidad de flujo de vida carmesí, directamente del corazón. Desconcertado y más asustado aún, un aterrado esclavista como era el que ahora vivía, exclamó con desesperación '¡HERMANO!' y con temblor y duda, solamente llevado por la venganza inmediata, se decidió a llevar la mano al revolver que situaba en su cintura.
- Usted mismo... -
Dijo encogiéndose de hombros y, apreciando con absoluta claridad el temblor de extremidades del tipo, acompañado del hecho de que se había orinado encima, lanzó el otro balazo del arma hacia la mano derecha del aterrado hombre. La bala de un arma, pequeña pero de gran potencia, había sido suficiente para arrancar de cuajo todos los dedos, así como descolgar lo que quedaba de mano del resto de brazo; únicamente unido siquiera por algunos heridos tendones que habían conseguido zafarse.
Bueno... No era el resultado querido; tenía intención de descolgar el codo. Quizás era hora de que Ricky se diera cuenta de que se había algo viejo.
Ahora, en el suelo, yacía un cadáver asesinado de manera súbita y un hombre que no paraba de sollozar y chillar como lechón en el matadero, obviamente dolorido por la pérdida de la mano derecha.
- ¡Caballero! ¡Por favor, oiga! ¡No nos pongamos nerviosos! ¡Se ha tratado de vuestro hermano, el señor Dylan Ferré, quien me ha amenazado a mi y yo... Bueno... Por destreza y velocidad, he conseguido zafarme de sus intenciones homicidas, devolviendo lo que, en comienzo, pretendía otorgarme! ¡De hecho, tengo... Uno, dos... Tres...! ¡Seis! ¡Tengo seis buenas gentes que podrían dar testimonio de los hechos ocurridos anteriormente; los pobres diablos que pretendían vender a cambio de unas monedas de oro negro! -
- ¡ESTÁ LOCO! -
- ¡Mmmmmm... No! ¡No estoy de acuerdo con vos, mi señor! ¡Así bien; desearía acabar con la transacción! -
Ahora, volviendo al rostro apacible y paternal, se dirigió hacia la pequeña.
- Bien, mi pequeña señorita, 'una faceta de ellos' es suficiente para poderos ofreceros a venir conmigo. ¡Oh, por supuesto, lamento con creces el espectáculo dado anteriormente! ¡Estas dos alimañas, no eran sino el difunto Dylan Ferré y su hermano menor, George Ferré; dos hermanos buscados por la evidente venta indiscriminada de esclavos, así como múltiples asesinatos cuando, el buen hermano mayor, no confiaba todo lo que debiera en el comprador y, sin pensárselo dos veces, lo ejecutaba para hacerse con sus bienes! ¡Consiguiendo más aún de lo que podría conseguir por todo el lote de esclavos en conjunto.
¡Tal parece, el exceso de desconfianza puede llevar a caminos sin retorno, ¿no pensáis lo mismo, señorita Bellout?! -
De nuevo, contaba el dinero para realizar el pago. A fin de cuentas, puede que fuera un cazador y cazarrecompensas legal, pero en absoluto se trataba de un ladrón.
Friedrich Wolf- Cazador Clase Alta
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
Los ojos de Jorani se abrieron como platos, su cuerpo se estremeció de pavor. Instintivamente se llevó las manos al pecho. Entre todo el estruendo y el estupor del resto de esclavos, que gritaban aterrorizados mirando al caballero, Jorani no había abierto la boca, ni siquiera cuando la sangre salpicada había alcanzado su mejilla y ensuciado la tela blanca de su pecho. Contemplaba, con un horror sobrehumano, como sus anteriores amos yacían a sus pies, uno completamente muerto y el otro gritando en una mezcla de miedo y rabia, sin prestar más atención que a su ahora muñón. Farfullaba cosas estúpidas, amenazas. Ni siquiera se daba cuenta de que la fauna nocturna de alrededor se había percatado del incidente, y que la policía probablemente no tardase en llegar.
La oriental miró por orden el charco de sangre que había formado el cadáver alrededor de su cuerpo, las lágrimas de ira que corrían por el rostro del herido, y la faz tranquila del hombre de la escopeta. Aquella frialdad con la que había ejecutado aquellos actos no era humana.
-Es usted un monstruo.- susurró. Su voz no era acusadora. Tampoco dejaba entrever miedo. En verdad, no expresaba ninguna emoción. Tan sólo constataba un hecho, tan básico como que dos más dos eran cuatro o que la leche es blanca. Sólo sus ojos, en aquel momento tan redondos como una luna llena, dejaban entrever el pavor que sacudía por dentro a la joven. Jorani dio un paso hacia atrás, tanteando el suelo tras de sí. No quería acercarse a él. Más bien no quería tenerlo cerca.- Lo es tanto como ellos.
¿Qué ellos? ¿Los que pretendían venderla, los que estafaban y mataban a los compradores? ¿Los mismos compradores que perpetuaban la esclavitud? ¿O acaso su acusación tenía un origen más profundo y estaba recordando a los Bellout? A lo mejor era a todos. Pero en su mente, Jorani sólo tenía monstruos, y aquel señor no era distinto del resto. Tan sólo tenía apariencia de cordero. Ni siquiera había notado como el amo, sollozante, se había levantado y deslizado para agarrarla por el cuello.
La oriental miró por orden el charco de sangre que había formado el cadáver alrededor de su cuerpo, las lágrimas de ira que corrían por el rostro del herido, y la faz tranquila del hombre de la escopeta. Aquella frialdad con la que había ejecutado aquellos actos no era humana.
-Es usted un monstruo.- susurró. Su voz no era acusadora. Tampoco dejaba entrever miedo. En verdad, no expresaba ninguna emoción. Tan sólo constataba un hecho, tan básico como que dos más dos eran cuatro o que la leche es blanca. Sólo sus ojos, en aquel momento tan redondos como una luna llena, dejaban entrever el pavor que sacudía por dentro a la joven. Jorani dio un paso hacia atrás, tanteando el suelo tras de sí. No quería acercarse a él. Más bien no quería tenerlo cerca.- Lo es tanto como ellos.
¿Qué ellos? ¿Los que pretendían venderla, los que estafaban y mataban a los compradores? ¿Los mismos compradores que perpetuaban la esclavitud? ¿O acaso su acusación tenía un origen más profundo y estaba recordando a los Bellout? A lo mejor era a todos. Pero en su mente, Jorani sólo tenía monstruos, y aquel señor no era distinto del resto. Tan sólo tenía apariencia de cordero. Ni siquiera había notado como el amo, sollozante, se había levantado y deslizado para agarrarla por el cuello.
Jorani Bellout- Hechicero Clase Baja
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Re: "El tablero está listo, las fichas se mueven." [Rol privado] [Jorani Bellout]
'Eres un monstruo.'
Palabras una vez dichas guardando un recuerdo. Reliquias del pasado.
Tan vívido, tan intenso. Como si hubiera vuelto a retornar a aquel día. Como si el tiempo remontara y lo llevase, de nuevo, a África.
Fue entonces cuando detuvo la cuenta de billetes de la cartera que portaba y un rostro de seriedad y nostalgia se alzó para observar el que pensaba sería un sencillo panorama. Mas no lo suficiente.
Tal parecía, entre la oscuridad y el sollozo, un despiadado y perseverante esclavista, vivo y mutilado, se había conseguido arrastrar con pesar hacia la pequeña, sujetándola actualmente del cuello con una mano manchada de sangre; impregnando de tal cálido fluido carmesí la tersa y delicada tez blanca de la pequeña chica.
El tipo observaba al alemán con unos ojos inyectados en sangre, así como la respiración entre cortada. Lo suficiente como para apenas mantenerse en pie; el miedo y el dolor le hacían flaquear, pero la rabia y el odio le mantenían severamente en pie. No era costoso apreciar que apenas si ejercía presión sobre la asiática; no podía realizar fuerza en absoluto. No en unas circunstancias como las acontecidas.
Fue entonces cuando, de nuevo, la actitud completamente desprendida sobre la vida ajena del culpable, así como la frialdad que en ello acontecía, del profesor Wolf, volvió a resurgir.
- ¡Os felicito, mi buen caballero! ¡Habéis sido capaz de no desmayaros, por el momento! ¡De hecho, apenas si me extrañaría que entendierais en su totalidad la acción anteriormente acontecida!
Desde luego, caballero, ambos coincidimos en que no tendré que recordaros la situación en la que nos encontramos... Usted, en absoluto, es capaz de ejercer el más mínimo punto de presión sobre el cuello de la señorita Bellout, ¡no hay más que observaros!
Habéis perdido una cantidad... Bastante relevante de glóbulos rojos y plasma, siendo vuestro pulso irregular, mi señor. ¡Así como, qué os podría decir del dolor que debéis estar sufriendo! ¡Flaquean demasiado vuestras rodillas, no podéis tan siquiera flexionar el brazo amputado y... En fin, la mirada de odio hacia mi persona os es, en totalidad, imposible de mantener!
Así bien... Mi insistente y... Disculpe mi indiscreción, molesto caballero... A ambos nos resultaría de gran ayuda que os... Dejarais morir. -
Quizás debido a su preocupación incrementada al tiempo que las serenas palabras del profesor hacían pertinencia de una atroz gravedad del asunto, tal vez pudiera consistir en que había ganado el tiempo necesario para que el herido quedara inducido al desmayo o, simplemente, cansado y dejándose llevar por la derrota y el dolor, el esclavista rompió de bruces contra el suelo. Como si los deseos del alemán hubieran sido órdenes directas para él; sin embargo, aún no había fallecido, solo se había desmayado. La hemorragia era incontenida, mas no lo suficiente para purgar el mundo de la triste vida cruel de aquel hombre.
Sin darle importancia tan siquiera a la figura, de nuevo Friedrich caminó hacia la pequeña chica y, manteniendo un porte erguido y sepulcral, dirigió unas palabras a esta. Cuan juez, jurado y... Verdugo.
- Ruego observéis que pretendo, señorita. -
Tras estas palabras, el hombre extrajo una daga de plata curvada de la parte trasera de su cinturón. Anteriormente oculta, ahora hacía acto de presencia. Agachándose junto al cadáver, evitando, por supuesto, todo charco de aquella sangría, pareció caer en la cuenta de algo antes de ponerse manos a la obra.
- Oh, mis disculpas, caballeros. ¿Alguno de entre todos ustedes guardaba algún tipo de rencor u odio incontenible que desee saciar de una vez por todas, en esta sentencia final?
¿Ninguno de ustedes, pues?
Hm... De acuerdo. Dios lo quiso, hágase su voluntad. -
Habían sido palabras dirigidas hacia los aterrorizados esclavos que se agazapaban ante los hechos. Tal parecía, ninguno de los allí presentes mantenía ningún tipo de odio visceral que le deseara arremeter contra el vulnerable cuerpo moribundo de su anterior torturador. O quizás ninguno poseyera las agallas para hacerlo; como si creyeran que había gato encerrado. O simplemente, puede que ni siquiera entendieran el francés acentuado en alemán del profesor.
Y fue entonces, sin miramiento alguno cuando, levantando ligeramente el torso del caballero con un brazo, posó con delicado pulso de cirujano el cuchillo sobre dicho pecho.
- Doy mi palabra de que no sufrirá en el proceso. -
Así pues, de repente y con un veloz movimiento directo, el corazón del hombre quedó perforado por el punzón. Abriendo los ojos de golpe, para volver a cerrarlos; para no volver a abrirlos de nuevo. Un ligero espasmo, muy efímero y débil debido a la anterior pérdida de sangre, sacudió la figura y, tras ello, solo frialdad. Solo muerte.
Entonces, se puso en pie y volvió a dirigirse a la pequeña.
- Señorita... En respuesta a vuestra... Valoración sobre mi. Sobre mis actos...
Quisiera que supierais que... No soy un monstruo. Ellos lo son, señorita.
Yo soy... Peor aún. Soy el monstruo que acaba con los demás monstruos. El pez grande que se come a los pequeños...
Y alguien que va a dormir cada noche. Sin remordimientos, ni mirar atrás. Y piensa que ha hecho lo correcto. -
Las palabras de sinceridad quedaban suspendidas como una reflexión propia en un ambiente de destrucción y ejecución. La mirada, absorbida en el abismo, fijaba un aparente punto existente en el paño oscuro que disipaba el color carmesí para retornar la pulcra plata del arma homicida. Una vez acabó, se acercó hacia la chica y ligeramente se inclinó sobre ella, limpiando con un níveo pañuelo de seda unas gotas de sangre salpicadas en tal pálido rostro.
- Este es mi mundo... Y en mi mundo hay que ensuciarse.
Mi intención es que vos jamás os ensuciéis de este modo. Permaneced así por siempre, señorita Bellout. -
El anterior rostro de asesino serial y hombre de sangre gélida, había dado paso a alguien de corazón noble y palabras cálidas. Alguien el cual, después de todo, era humano. Alguien de fiera justicia; que pudiera dictar la sentencia adecuada al inocente y al sanguinario culpable. Alguien que, al fin y al cabo, solo rescataba a una chica inocente de una vida de suciedad.
Palabras una vez dichas guardando un recuerdo. Reliquias del pasado.
Tan vívido, tan intenso. Como si hubiera vuelto a retornar a aquel día. Como si el tiempo remontara y lo llevase, de nuevo, a África.
Fue entonces cuando detuvo la cuenta de billetes de la cartera que portaba y un rostro de seriedad y nostalgia se alzó para observar el que pensaba sería un sencillo panorama. Mas no lo suficiente.
Tal parecía, entre la oscuridad y el sollozo, un despiadado y perseverante esclavista, vivo y mutilado, se había conseguido arrastrar con pesar hacia la pequeña, sujetándola actualmente del cuello con una mano manchada de sangre; impregnando de tal cálido fluido carmesí la tersa y delicada tez blanca de la pequeña chica.
El tipo observaba al alemán con unos ojos inyectados en sangre, así como la respiración entre cortada. Lo suficiente como para apenas mantenerse en pie; el miedo y el dolor le hacían flaquear, pero la rabia y el odio le mantenían severamente en pie. No era costoso apreciar que apenas si ejercía presión sobre la asiática; no podía realizar fuerza en absoluto. No en unas circunstancias como las acontecidas.
Fue entonces cuando, de nuevo, la actitud completamente desprendida sobre la vida ajena del culpable, así como la frialdad que en ello acontecía, del profesor Wolf, volvió a resurgir.
- ¡Os felicito, mi buen caballero! ¡Habéis sido capaz de no desmayaros, por el momento! ¡De hecho, apenas si me extrañaría que entendierais en su totalidad la acción anteriormente acontecida!
Desde luego, caballero, ambos coincidimos en que no tendré que recordaros la situación en la que nos encontramos... Usted, en absoluto, es capaz de ejercer el más mínimo punto de presión sobre el cuello de la señorita Bellout, ¡no hay más que observaros!
Habéis perdido una cantidad... Bastante relevante de glóbulos rojos y plasma, siendo vuestro pulso irregular, mi señor. ¡Así como, qué os podría decir del dolor que debéis estar sufriendo! ¡Flaquean demasiado vuestras rodillas, no podéis tan siquiera flexionar el brazo amputado y... En fin, la mirada de odio hacia mi persona os es, en totalidad, imposible de mantener!
Así bien... Mi insistente y... Disculpe mi indiscreción, molesto caballero... A ambos nos resultaría de gran ayuda que os... Dejarais morir. -
Quizás debido a su preocupación incrementada al tiempo que las serenas palabras del profesor hacían pertinencia de una atroz gravedad del asunto, tal vez pudiera consistir en que había ganado el tiempo necesario para que el herido quedara inducido al desmayo o, simplemente, cansado y dejándose llevar por la derrota y el dolor, el esclavista rompió de bruces contra el suelo. Como si los deseos del alemán hubieran sido órdenes directas para él; sin embargo, aún no había fallecido, solo se había desmayado. La hemorragia era incontenida, mas no lo suficiente para purgar el mundo de la triste vida cruel de aquel hombre.
Sin darle importancia tan siquiera a la figura, de nuevo Friedrich caminó hacia la pequeña chica y, manteniendo un porte erguido y sepulcral, dirigió unas palabras a esta. Cuan juez, jurado y... Verdugo.
- Ruego observéis que pretendo, señorita. -
Tras estas palabras, el hombre extrajo una daga de plata curvada de la parte trasera de su cinturón. Anteriormente oculta, ahora hacía acto de presencia. Agachándose junto al cadáver, evitando, por supuesto, todo charco de aquella sangría, pareció caer en la cuenta de algo antes de ponerse manos a la obra.
- Oh, mis disculpas, caballeros. ¿Alguno de entre todos ustedes guardaba algún tipo de rencor u odio incontenible que desee saciar de una vez por todas, en esta sentencia final?
¿Ninguno de ustedes, pues?
Hm... De acuerdo. Dios lo quiso, hágase su voluntad. -
Habían sido palabras dirigidas hacia los aterrorizados esclavos que se agazapaban ante los hechos. Tal parecía, ninguno de los allí presentes mantenía ningún tipo de odio visceral que le deseara arremeter contra el vulnerable cuerpo moribundo de su anterior torturador. O quizás ninguno poseyera las agallas para hacerlo; como si creyeran que había gato encerrado. O simplemente, puede que ni siquiera entendieran el francés acentuado en alemán del profesor.
Y fue entonces, sin miramiento alguno cuando, levantando ligeramente el torso del caballero con un brazo, posó con delicado pulso de cirujano el cuchillo sobre dicho pecho.
- Doy mi palabra de que no sufrirá en el proceso. -
Así pues, de repente y con un veloz movimiento directo, el corazón del hombre quedó perforado por el punzón. Abriendo los ojos de golpe, para volver a cerrarlos; para no volver a abrirlos de nuevo. Un ligero espasmo, muy efímero y débil debido a la anterior pérdida de sangre, sacudió la figura y, tras ello, solo frialdad. Solo muerte.
Entonces, se puso en pie y volvió a dirigirse a la pequeña.
- Señorita... En respuesta a vuestra... Valoración sobre mi. Sobre mis actos...
Quisiera que supierais que... No soy un monstruo. Ellos lo son, señorita.
Yo soy... Peor aún. Soy el monstruo que acaba con los demás monstruos. El pez grande que se come a los pequeños...
Y alguien que va a dormir cada noche. Sin remordimientos, ni mirar atrás. Y piensa que ha hecho lo correcto. -
Las palabras de sinceridad quedaban suspendidas como una reflexión propia en un ambiente de destrucción y ejecución. La mirada, absorbida en el abismo, fijaba un aparente punto existente en el paño oscuro que disipaba el color carmesí para retornar la pulcra plata del arma homicida. Una vez acabó, se acercó hacia la chica y ligeramente se inclinó sobre ella, limpiando con un níveo pañuelo de seda unas gotas de sangre salpicadas en tal pálido rostro.
- Este es mi mundo... Y en mi mundo hay que ensuciarse.
Mi intención es que vos jamás os ensuciéis de este modo. Permaneced así por siempre, señorita Bellout. -
El anterior rostro de asesino serial y hombre de sangre gélida, había dado paso a alguien de corazón noble y palabras cálidas. Alguien el cual, después de todo, era humano. Alguien de fiera justicia; que pudiera dictar la sentencia adecuada al inocente y al sanguinario culpable. Alguien que, al fin y al cabo, solo rescataba a una chica inocente de una vida de suciedad.
Friedrich Wolf- Cazador Clase Alta
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