AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las blancas mueven primero || Privado
Había abandonado la isla en cuanto el Sol había sido derrocado por la reina de los condenados. El aniversario de Fangtasia lo obligaba a abandonar la fortaleza. Los juegos tendrían que esperar por su regreso. Los presos en los calabozos tendrían un respiro, quizás algunos correrían con la suerte de ser liberados para fantasear con la posibilidad de salvaguardar sus vidas, solo para encontrarse con él a su regreso. La isla de If era su patio de entretenimiento. Nadie, ni siquiera su hermano, podía entrar sin ser detectado. Todo el lugar estaba bien protegido por sus hombres. Si bien Tiberius no confiaba en nadie, tenía que aceptar que acataban sus órdenes sin refutar. Los castigos habían dejado de ser necesarios después de un tiempo. A diferencia de los grupos de cazadores e inquisidores, que estaban conformados en su mayoría por humanos, él solo tenía a su mando seres inmortales con habilidades especiales. Existía – por supuesto – una que otra mascota. Los licántropos que estaban obligados a servirle, eran los encargados de brindar una función especial durante las noches de luna llena a sus adversarios, aquéllos que ignoraban que la isla era un monstruo que devoraba todo a su paso. Esa era, quizás, la razón por la cual había decidido construir Fangtasia. No había necesidad de ser egoísta cuando se trataban de juegos macabros, donde la muerte siempre era la invitada especial pero la única que se veía obligada a observar, solo a observar, sin reclamos. Al menos, hasta que él dictaba un ultimátum. Esa noche, las fichas de su tablero se movían a su mando. La orden de asistir había dejado de emitirse la última década. Mikhail lo encontraba simplemente absurdo. Después de todo, la reunión solo se celebraba una vez al año. Lo último que sus empleados podían hacer, era recordar cuándo debían cerrar las puertas del club para los clientes, a sabiendas de que contarían con su presencia.
Impasible, cruzó las calles parisinas. Opto por mezclarse entre los humanos. Su arrogancia no le permitía andar por los callejones poco concurridos, acechando a sus presas entre las sombras. No. ¿Por qué debía esconderse? ¿Cómo, sino, aprenderían a temerle? Solo tenían que mirarlo al rostro para saber que en sus rasgos estaba tatuado el mal. La crueldad y la tortura, formaban parte de su retorcido atractivo. Se detuvo un par de veces, contagiado por la sonata que formaba el fluir de la sangre. Una mujer notablemente embarazada golpeó contra su espalda. El aire a su alrededor chisporroteaba. Lo seducía, le invitaba. Sus caninos peleaban por hacerse con el control, realmente, ¿iba a detenerse? Era un juego de probabilidades. En el pasado, se había mostrado como el demonio que era, disfrutando del desastre que recaía en las espaldas de Darius o de Severus. “El espectáculo para el desafortunado.” No había diferencias. Uno era su enemigo, el otro… Ah. Lucian era un montón de cosas. El caballo, el títere, el receptor de todo su enojo. Incluso la puta de Xrisí había conseguido metérsele por los ojos. El pobre infeliz debía sentirse bastante inferior. ¿De qué otra manera buscaría hacerse con la esposa de otro? Justo cuando había decidido jugar al gato y al ratón, ella se le adelantó. Una media sonrisa apareció en la boca del vampiro, una que dejaba entrever la punta afilada de su colmillo. – Llegas tarde. Le recriminó. Su voz prometía alguna clase de castigo. Desde que Amber había sido encerrada en una de las celdas del castillo, Marishka le había servido de acompañante. De haber sido otra la circunstancia, sería su esposa quien apareciera a su lado. Esa noche no. Xrisí era una ficha más en su tablero, alguien - él - iba a enseñarle modales de la manera más humillante. Arrastró, - en última instancia y con una simple orden -, a la mujer embarazada; quien caminaba a su lado con indiferencia. Su pelvis chocó contra el trasero de la humana en cuanto estuvieron solos y, como si lo hubiesen hecho repetidas veces antes, sus colmillos se clavaron en la yugular en el mismo instante en que Marishka atravesaba limpiamente la muñeca. “Bebamos y partamos. Nos esperan.”
Impasible, cruzó las calles parisinas. Opto por mezclarse entre los humanos. Su arrogancia no le permitía andar por los callejones poco concurridos, acechando a sus presas entre las sombras. No. ¿Por qué debía esconderse? ¿Cómo, sino, aprenderían a temerle? Solo tenían que mirarlo al rostro para saber que en sus rasgos estaba tatuado el mal. La crueldad y la tortura, formaban parte de su retorcido atractivo. Se detuvo un par de veces, contagiado por la sonata que formaba el fluir de la sangre. Una mujer notablemente embarazada golpeó contra su espalda. El aire a su alrededor chisporroteaba. Lo seducía, le invitaba. Sus caninos peleaban por hacerse con el control, realmente, ¿iba a detenerse? Era un juego de probabilidades. En el pasado, se había mostrado como el demonio que era, disfrutando del desastre que recaía en las espaldas de Darius o de Severus. “El espectáculo para el desafortunado.” No había diferencias. Uno era su enemigo, el otro… Ah. Lucian era un montón de cosas. El caballo, el títere, el receptor de todo su enojo. Incluso la puta de Xrisí había conseguido metérsele por los ojos. El pobre infeliz debía sentirse bastante inferior. ¿De qué otra manera buscaría hacerse con la esposa de otro? Justo cuando había decidido jugar al gato y al ratón, ella se le adelantó. Una media sonrisa apareció en la boca del vampiro, una que dejaba entrever la punta afilada de su colmillo. – Llegas tarde. Le recriminó. Su voz prometía alguna clase de castigo. Desde que Amber había sido encerrada en una de las celdas del castillo, Marishka le había servido de acompañante. De haber sido otra la circunstancia, sería su esposa quien apareciera a su lado. Esa noche no. Xrisí era una ficha más en su tablero, alguien - él - iba a enseñarle modales de la manera más humillante. Arrastró, - en última instancia y con una simple orden -, a la mujer embarazada; quien caminaba a su lado con indiferencia. Su pelvis chocó contra el trasero de la humana en cuanto estuvieron solos y, como si lo hubiesen hecho repetidas veces antes, sus colmillos se clavaron en la yugular en el mismo instante en que Marishka atravesaba limpiamente la muñeca. “Bebamos y partamos. Nos esperan.”
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2011
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Como si se tratara de una serpiente encantada por la música, la lengua de la vampiresa salía de manera insinuante de entre sus labios, mojando lo largo de los mismos, eliminando la sequedad que estos tenían, le gustaba tenerlos húmedos, que brillaran bajo la luz de la luna, que el grosor de ellos se notaran más apetecibles para el vampiro que tenía frente a ella. Le gustaba ese juego, esa constante lucha de egos, donde sólo el aspecto físico salía dañado por los golpes que podían ocasionarse, mismos que desaparecían en un instante. Nunca aceptaría que le excitaba la manera en que la veía, y deseaba beber más de la sangre humana que recorría su cuerpo sin vida. Aquella noche, había empezado con un combate entre Razvan y ella. Pretextos tan vanos como el dominio de una presa los hacía verse, el olor que ambos desprendían los guiaba al sendero correcto. Ella había hundido sus caninos en la piel de mármol que él tenía, y él había podido tocar más de lo permitido. ¿Quién en realidad decía que era o no permitido? Nadie, y aunque alguien lo dijera no lo respetarían, simplemente era un adorno, jugar a romper limites que ellos mismos se ponían, y que sólo los ponían para ser arrebatados por el contrario. Marishka había jugado parte de la noche con ese inquisidor que decía odiar. Por eso había llegado unos segundos tarde a su cita, aun podía saborear la sangre del maldito.
Arqueó una ceja cuando Mikhail le recordaba lo ya evidente. No pidió disculpas, porque no estaba dispuesta a hacerlo. Cierto era que le debía la inmortalidad, pero también era evidente la rebeldía, y la libertad que ella tenía, y que no estaba dispuesta a truncar. No podía negar que su ego se acrecentaba al ir tomada de la mano de un ser como Mikhail, pues no había dos cómo él, o incluso como su creador, y lo que más placer le daba, era ver a Xrisí, humillada, y doblegada como la poca cosa que siempre había sido, y que ella, por lo visto, era lo única en notar. Quizás por eso se pavoneaba de maneras excesivas, quizás por eso no se perdonaría el no asistir a eventos como esos, donde el poder y la naturaleza maldita de los suyos, dejaba en claro quienes estaban en la parte más arriba de la pirámide de los no-vivos.
Marishka se alimentó como si no lo hubiera hecho minutos atrás. Disfruto de la sangre mezclada de las dos criaturas que vivían en ese envase. La pureza de una criatura que aun no había nacido, y la suciedad de la mujer que portaba al bebé en el vientre. Aquella combinación era deliciosa. Cuando se separó de la piel, giró su rostro para observar al anfitrión de la noche, sus ojos negro azabache observaban con atención como una fina linea de rojo carmesí iba cayendo por los labios y el mentón de su amante por aquella noche. Se inclinó, haciendo que su lengua recorriera esa linea traviesa y sugerente de sangre que arruinaba el retrato de un vampiro perfecto. La saboreó, e incluso hundía su lengua en la piel, haciendo más evidente el acto, hasta que por fin pudo llegar a sus labios, los cuales, tomó de manera posesiva, simplemente para "limpiar" los restos de la sangre humana. Al poco tiempo se separó, y su sonrisa sensual y salvaje se había plasmado en aquel rostro cincelado. - Lo deben estar esperando, alteza. Deberíamos apresurar el paso - Sugirió, dejando que el cuerpo sin vida, cayera de manera sonora contra el suelo parisino. La vampiresa, acomodó sus cabellos, también su vestido, y la túnica que protegida todo su envidiable cuerpo. Su brazo se enredó en el masculino, emprendiendo el camino. Gracias a la velocidad poseída, no tardaron en llegar al lugar acordado. La noche pintaba para ser bastante agradable, no sólo un show, no sólo una reunión, aquello verdaderamente se trata de un atrayente juego de ajedrez.
Arqueó una ceja cuando Mikhail le recordaba lo ya evidente. No pidió disculpas, porque no estaba dispuesta a hacerlo. Cierto era que le debía la inmortalidad, pero también era evidente la rebeldía, y la libertad que ella tenía, y que no estaba dispuesta a truncar. No podía negar que su ego se acrecentaba al ir tomada de la mano de un ser como Mikhail, pues no había dos cómo él, o incluso como su creador, y lo que más placer le daba, era ver a Xrisí, humillada, y doblegada como la poca cosa que siempre había sido, y que ella, por lo visto, era lo única en notar. Quizás por eso se pavoneaba de maneras excesivas, quizás por eso no se perdonaría el no asistir a eventos como esos, donde el poder y la naturaleza maldita de los suyos, dejaba en claro quienes estaban en la parte más arriba de la pirámide de los no-vivos.
Marishka se alimentó como si no lo hubiera hecho minutos atrás. Disfruto de la sangre mezclada de las dos criaturas que vivían en ese envase. La pureza de una criatura que aun no había nacido, y la suciedad de la mujer que portaba al bebé en el vientre. Aquella combinación era deliciosa. Cuando se separó de la piel, giró su rostro para observar al anfitrión de la noche, sus ojos negro azabache observaban con atención como una fina linea de rojo carmesí iba cayendo por los labios y el mentón de su amante por aquella noche. Se inclinó, haciendo que su lengua recorriera esa linea traviesa y sugerente de sangre que arruinaba el retrato de un vampiro perfecto. La saboreó, e incluso hundía su lengua en la piel, haciendo más evidente el acto, hasta que por fin pudo llegar a sus labios, los cuales, tomó de manera posesiva, simplemente para "limpiar" los restos de la sangre humana. Al poco tiempo se separó, y su sonrisa sensual y salvaje se había plasmado en aquel rostro cincelado. - Lo deben estar esperando, alteza. Deberíamos apresurar el paso - Sugirió, dejando que el cuerpo sin vida, cayera de manera sonora contra el suelo parisino. La vampiresa, acomodó sus cabellos, también su vestido, y la túnica que protegida todo su envidiable cuerpo. Su brazo se enredó en el masculino, emprendiendo el camino. Gracias a la velocidad poseída, no tardaron en llegar al lugar acordado. La noche pintaba para ser bastante agradable, no sólo un show, no sólo una reunión, aquello verdaderamente se trata de un atrayente juego de ajedrez.
Marishka Marquand- Vampiro Clase Alta
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Localización : Depende de la noche.
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Existen muchos tipos de conmemoraciones. Por un lado están aquellas donde todos sus participantes reflejan innegablemente la alegría del rencuentro, de la reunión que les revela los cambios de sus pares transcurrido determinado tiempo. Las anécdotas y las sonrisas abundan y se mezclan entre los canticos promovidos por las incontables copas de licor. El regocijo colectivo es la finalidad en común entre aquellos que a su partida, ansiosos esperaran con ciertas nostalgias el transcurso de un nuevo año para hacerse con un renovado festín.
Finalmente, por otra parte estaban los aniversarios del Fangtasia, que eran sin duda alguna, la viva y única contraparte de toda celebración.
Aquella aislada noche llevaba consigo una reunión a puertas cerradas de la que seguramente los clientes asiduos del local gustarían de presenciar. Y era por esa misma razón y otras tantas que ese día el acceso estaba negado totalmente salvo al peculiar y selecto grupo con el que Mikhail había sabido hacerse con el pasar de los años.
Finalmente los tendría a todos presentes nuevamente ante sus ojos, alineados a la perfección en su tablero donde todo movimiento era analizado por aquel Rey que no permitía titubeo alguno en el avance de sus fichas. Cualquier jugada en falso y el castigo no tardarían en llegar con mano rígida y lacerante. Para algunos, la única forma de comprender el peso del fallo. Para otros, el goce masoquista que les permitía compartir un tiempo a solas con su apreciado líder.
Dauphine no tenía planeado encajar en ninguno de esos dos grupos. Sus acciones eran medidas, minuciosamente analizadas antes de ser efectuadas. Su objetivo era reflejarse como la más fiel y eficiente servidora, aquella que con un rostro inocente y ajeno a todo suceso, avanzaba sigilosamente entre sus rivales para hacerse con el título del que solo ella se creía merecedora; la Reina del Tablero.
¿Debía preocuparse por escorias tales como Marishka o Xrisí? Claro que no, pues su mente sabía no tenía más que esperar pacientemente a que ese par de víboras finalmente se decidiesen a matarse entre ellas, hecho que sin dudas le beneficiaria notablemente y que no dudaría en fomentar sutilmente si fuese necesario, volcando bajo la falsa máscara de la ingenuidad un poco de veneno en cada sector del campo de batalla.
Puntual como la que más, llegó al Club arropada como lo que proyectaba ser exteriormente; una joven y hermosa damisela abrazada delicadamente por una simulada dulzura que en realidad solamente camufla junto a su clara e inocente mirada más enigmas y muertes de los que cualquier hombre jamás pudiese imaginar.
A la espera del arribo ajeno tomo asiento serenamente, cruzando sus piernas una por encima de la otra. Sus muslos se apretujaron voluntariamente mientras recordaba gustosa como un par de horas atrás había desgarrado con sus propias uñas la yugular de un maldito ricachón perdido en las calles a causa de los efectos del alcohol. Hasta creyó haber degustado a través de la misma sangre el fuerte whisky que se presentaba en el fatigado aliento del desgraciado antes de morir.
Un hipócrita menos en la ciudad y aún quedaban miles por exterminar.
Relamió sus labios suavemente, humedeciendo los mismos mientras reflexionaba sobre como era posible que soportase tan sosegadamente dentro del Fangtasia esa actitud que detestaba tanto en la ciudad y así como su actual sociedad. Posiblemente todo se debía a que el manifestar hipócrita de aquellos poseedores de sangre templada era lo que activaba su incontrolable ira, su sed de muerte y destripamiento.
Pero tenía muy presente que próximamente estaría rodeada de un grupo de farisaicos expertos a los cuales debería pagar con más ni menos que la misma moneda.
Estaría atenta a cada jugada, al movimiento de todas las fichas. Firme y sigilosa, solo se preocuparía de mostrarse tan leal, fiel y eficiente como siempre ante su Rey. El tiempo le dictaría como irse encargando de los demás.
Ahora solo esperaba la llegada de aquellos que conformaban la particular conmemoración, a la que ésta aún continuaba viendo como todo, salvo una celebración típica.
Dauphine Terrié- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
No se necesita esconderse tras una sonrisa para ocultar tu verdadera esencia...
Largos, risados, sedosos y perfectos. El cabello de Aria se movía con un vals al compás de su cuerpo. Desnuda se paseaba por la habitación buscando entre los rincones del armario aquel vestido esmeralda que Hannes le regaló para una ocasión especial. Bordes de oro, listones color perla. La seda se resbaló por lo pétreo de su cuerpo. El corsé ajustado al punto de la asfixia, un nudo asegurándose que todo se quedase en su lugar. Se hincharon sus pechos, su vientre se tornó más plano de lo que ya estaba y la cintura le fue enmarcada. Metió ambos pies en ese par de zapatillas doradas y la sonrisa de cómplice con un guiño en los ojos sólo alborotó más la lascivia de su consorte. Hannes no perdió de vista los movimientos que Aria ejecutaba sólo para complacerlo e ir a un evento al que ella parecía indiferente. Se miraron fijamente durante más de cinco minutos, se comunicaban sin emitir palabra alguna, sólo ellos con más de media eternidad compartida podían estar conscientes de lo que eso significaba. Ella estaba molesta, él sólo quería jugar como solían hacerlo hace más de trecientos años atrás. La sonata de un violín les servía como música de fondo. Aria extendió los brazos hacia arriba y danzó frente a él, se pavoneaba con las caderas, le sonreía enamorándolo una vez más. –Ven acá- Susurró él con la mirada perdida en el rostro de su pelirroja. Hannes sacó del bolsillo un prendedor con esmeraldas incrustadas, forjado en oro y con una belleza indescriptible. Se trataba de una orquídea, flor favorita de la vampiresa. Al verlo, las pupilas de Aria se incendiaron en un calor lleno de gratitud, era por esos pequeños detalles que aún continuaba al lado de Hannes, su amado Hannes.
Un traje gris, camisa blanca, bastón en mano, zapatos lustrosos, corbata… Hannes las odiaba, pero Aria siempre había exclamado lo gallardo que él se veía sujeto a esa prenda y, por complacerla, la vistió esa noche. El abrigo era tres tonalidades más obscuro que el atavío, por ello contrastaba a la perfección con su piel pálida y el atuendo en general. Con las arrugas en el rostro y la mirada fuerte, él parecía ser un padre celoso al lado de Aria quien apenas si aparentaba la mayoría de edad para estar con un hombre. Aria se aproximó hasta él para sentarse en sus piernas y rodear su cuello con ambas manos. El colorete de sus labios quedó marcado en la mejilla donde depositó un beso como cualquier nieta a su adorado abuelo, después la saliva de Hannes se encargó de difuminar el color rojizo en las fauces de la vampiresa. Sus lenguas juguetearon antes de separarse de aquel beso. Él ató varios de los indomables cabellos de la pelirroja a la peineta de esmeraldas. –No has cambiado nada desde que te conozco- Mencionó con el amor que aún le profesaba después de estar tanto tiempo a su lado. Aria sonrió con una ceja altanera. Se estaban poniendo demasiado románticos y eso era algo que detestaba, lo hacía por el hecho de no poder amarlo como una esposa se entrega a su hombre. Se puso de pie e indicó a las doncellas llevar el cuerpo de Hannes al carruaje que los llevaría hasta el Fangtasia. –Sin carruaje Aria, iremos en el garañón negro. Necesito estar ahí antes que todos, incluso mucho antes que el mismo Mikhail. Sabes lo presuntuoso que es y no quiero que haya gente merodeando en los alrededores cuando por fin hable con él. Para eso te llevo a ti, chèrie. Te asegurarás que nadie nos moleste. La tarea es sencilla, Aria. Extermina a cualquiera- El vampiro entrecerró sus ojos. Tras un par de segundos, negó con la cabeza –Menos empleados que supongan importancia para él. Aunque no sirvan, me los cobrará con creces y lo menos que deseo ahora es buscar incautos para pagarle- Bastó sólo un movimiento de mano para que las doncellas se pusieran en marcha.
Sujetándose a los hombros de Aria y siendo llevado por ella, Hannes y la vampiresa llegaron hasta su transporte. El caballo era poseedor de una belleza inigualable entre los cuadrúpedos. Tenía una pequeña mancha en la frente con la forma de un diamante. La fémina montó a su marido sobre el animal y después fue ella quien se colocaría encima de la bestia. Él era el jinete. El caballo galopó por los taludes, dejando las huellas de sus patas marcadas en la tierra. El viento golpeaba los cabellos de Aria y sentía como el rocío del crepúsculo se enmarañaba en ellos. Se aferró a la cintura de Hannes y su nariz de hundió en el arco de su cuello. La lamia disfrutaba de poder embriagarse con el perfume añejo de su marido. Cerró los ojos y se perdió en las memorias del pasado. Después de veinte minutos, llegaron al Fangtasia. Las puertas se encontraban cerradas pero ya había movimiento adentro. –Llévame por el balcón hasta la oficina de Mikhail. Me sentaré en su silla y tú bajarás a la estancia para esperarlo. Sé que al verte formará una mueca de disgusto pues lo que él espera es poder tener un trato directo conmigo. Te ordenará, te humillará y hará todo lo posible para que desaparezcas y, debes entender que, haga lo que haga, diga lo que diga… tu misión es llevarlo hasta mí. No importa si debes obligarlo. Sabes exactamente a lo que me refiero, Aria. Por tu bien, no me falles- La fémina tomó el cuerpo de Hannes entre sus brazos y, saltando grácilmente sobre la terraza, irrumpió en la oficina de su jefe. Dejó el cuerpo de su marido tras el escritorio y sobre aquel sillón galantemente decorado con el más fino terciopelo rojo, digo de todo un rey. En ese instante, ya acunaba a uno, Hannes.
El perfume barato llegó hasta las fosas nasales de Aria quien con cierto repudio, bajó las escaleras del bar para hacer presencia ante los empleados que ya vacilaban en el atrio. Echó una mirada a sus alrededores y trató de sonreír lo más amable posible. Al verse reflejada en uno de los cristales de la galería se dio cuenta que era inútil. La única persona que podía hacerle sonreír naturalmente se encontraba en la parte de arriba. Hizo una mueca, arqueó ambas cejas y resopló los labios. Terminó sus andanzas y observó a la mujer rubia. La beldad que poseía era simplemente indescriptible, tan perfecta que dolía el sólo hecho de verla. Pero no a Aria, rodeó sus ojos. Habría que esperar a que el rey traspasara el umbral de esas puertas. ¡Con lo que gusta sentarse a charlar sobre un montón de cosas sin sentido! (sarcasmo). Se adentró al bar, el cantinero le preguntó lo que se le ofrecía y ella se negó. Sacó una botella de Ginebra Mombasa Club Gin. Cierto es que este sólo se exportaba de Londres al Protectorado Inglés de Zanzíbar, pero dadas las influencias que Mikhail tenía como vampiro y la suma de los contactos que Hannes había creado a lo largo de su historia, era evidente que el Fangtasia contara con bebidas exclusivas como aquella. Aria movió el dedo índice indicándole al cantinero que se aproximara hasta ella. Tomó uno de los cubiertos de plata y cortó la muñeca del individuo. –Para poder disfrutar del alcohol con sangre hay que saber cuántas gotas de cada uno lleva. Tres cuartos de alcohol; un cuarto de sangre- Combinó ambos líquidos en una copa de cristal transparente. Vendó al joven y le dio un poco de la sangre propia para que sanase. Con la bebida preparada solo hacía falta moverla para crear un remolino y hacer que se mezclaran ambas cosas. Dio un sorbo cerrando sus ojos y permitiéndose degustar su copa. Gimió con idílico encanto. Se sentó sobre uno de los banquillos frente a la barra, su vestido se ajusto por inercia. No cruzó piernas, ¡Una dama no comete semejante injuria! Esperó a Mikhail con su porte de reina, porque eso es lo que ella era, aunque no tuviese corona, eso no es necesario para darse cuenta de la clase de mujer que Aria es.
Un traje gris, camisa blanca, bastón en mano, zapatos lustrosos, corbata… Hannes las odiaba, pero Aria siempre había exclamado lo gallardo que él se veía sujeto a esa prenda y, por complacerla, la vistió esa noche. El abrigo era tres tonalidades más obscuro que el atavío, por ello contrastaba a la perfección con su piel pálida y el atuendo en general. Con las arrugas en el rostro y la mirada fuerte, él parecía ser un padre celoso al lado de Aria quien apenas si aparentaba la mayoría de edad para estar con un hombre. Aria se aproximó hasta él para sentarse en sus piernas y rodear su cuello con ambas manos. El colorete de sus labios quedó marcado en la mejilla donde depositó un beso como cualquier nieta a su adorado abuelo, después la saliva de Hannes se encargó de difuminar el color rojizo en las fauces de la vampiresa. Sus lenguas juguetearon antes de separarse de aquel beso. Él ató varios de los indomables cabellos de la pelirroja a la peineta de esmeraldas. –No has cambiado nada desde que te conozco- Mencionó con el amor que aún le profesaba después de estar tanto tiempo a su lado. Aria sonrió con una ceja altanera. Se estaban poniendo demasiado románticos y eso era algo que detestaba, lo hacía por el hecho de no poder amarlo como una esposa se entrega a su hombre. Se puso de pie e indicó a las doncellas llevar el cuerpo de Hannes al carruaje que los llevaría hasta el Fangtasia. –Sin carruaje Aria, iremos en el garañón negro. Necesito estar ahí antes que todos, incluso mucho antes que el mismo Mikhail. Sabes lo presuntuoso que es y no quiero que haya gente merodeando en los alrededores cuando por fin hable con él. Para eso te llevo a ti, chèrie. Te asegurarás que nadie nos moleste. La tarea es sencilla, Aria. Extermina a cualquiera- El vampiro entrecerró sus ojos. Tras un par de segundos, negó con la cabeza –Menos empleados que supongan importancia para él. Aunque no sirvan, me los cobrará con creces y lo menos que deseo ahora es buscar incautos para pagarle- Bastó sólo un movimiento de mano para que las doncellas se pusieran en marcha.
Sujetándose a los hombros de Aria y siendo llevado por ella, Hannes y la vampiresa llegaron hasta su transporte. El caballo era poseedor de una belleza inigualable entre los cuadrúpedos. Tenía una pequeña mancha en la frente con la forma de un diamante. La fémina montó a su marido sobre el animal y después fue ella quien se colocaría encima de la bestia. Él era el jinete. El caballo galopó por los taludes, dejando las huellas de sus patas marcadas en la tierra. El viento golpeaba los cabellos de Aria y sentía como el rocío del crepúsculo se enmarañaba en ellos. Se aferró a la cintura de Hannes y su nariz de hundió en el arco de su cuello. La lamia disfrutaba de poder embriagarse con el perfume añejo de su marido. Cerró los ojos y se perdió en las memorias del pasado. Después de veinte minutos, llegaron al Fangtasia. Las puertas se encontraban cerradas pero ya había movimiento adentro. –Llévame por el balcón hasta la oficina de Mikhail. Me sentaré en su silla y tú bajarás a la estancia para esperarlo. Sé que al verte formará una mueca de disgusto pues lo que él espera es poder tener un trato directo conmigo. Te ordenará, te humillará y hará todo lo posible para que desaparezcas y, debes entender que, haga lo que haga, diga lo que diga… tu misión es llevarlo hasta mí. No importa si debes obligarlo. Sabes exactamente a lo que me refiero, Aria. Por tu bien, no me falles- La fémina tomó el cuerpo de Hannes entre sus brazos y, saltando grácilmente sobre la terraza, irrumpió en la oficina de su jefe. Dejó el cuerpo de su marido tras el escritorio y sobre aquel sillón galantemente decorado con el más fino terciopelo rojo, digo de todo un rey. En ese instante, ya acunaba a uno, Hannes.
El perfume barato llegó hasta las fosas nasales de Aria quien con cierto repudio, bajó las escaleras del bar para hacer presencia ante los empleados que ya vacilaban en el atrio. Echó una mirada a sus alrededores y trató de sonreír lo más amable posible. Al verse reflejada en uno de los cristales de la galería se dio cuenta que era inútil. La única persona que podía hacerle sonreír naturalmente se encontraba en la parte de arriba. Hizo una mueca, arqueó ambas cejas y resopló los labios. Terminó sus andanzas y observó a la mujer rubia. La beldad que poseía era simplemente indescriptible, tan perfecta que dolía el sólo hecho de verla. Pero no a Aria, rodeó sus ojos. Habría que esperar a que el rey traspasara el umbral de esas puertas. ¡Con lo que gusta sentarse a charlar sobre un montón de cosas sin sentido! (sarcasmo). Se adentró al bar, el cantinero le preguntó lo que se le ofrecía y ella se negó. Sacó una botella de Ginebra Mombasa Club Gin. Cierto es que este sólo se exportaba de Londres al Protectorado Inglés de Zanzíbar, pero dadas las influencias que Mikhail tenía como vampiro y la suma de los contactos que Hannes había creado a lo largo de su historia, era evidente que el Fangtasia contara con bebidas exclusivas como aquella. Aria movió el dedo índice indicándole al cantinero que se aproximara hasta ella. Tomó uno de los cubiertos de plata y cortó la muñeca del individuo. –Para poder disfrutar del alcohol con sangre hay que saber cuántas gotas de cada uno lleva. Tres cuartos de alcohol; un cuarto de sangre- Combinó ambos líquidos en una copa de cristal transparente. Vendó al joven y le dio un poco de la sangre propia para que sanase. Con la bebida preparada solo hacía falta moverla para crear un remolino y hacer que se mezclaran ambas cosas. Dio un sorbo cerrando sus ojos y permitiéndose degustar su copa. Gimió con idílico encanto. Se sentó sobre uno de los banquillos frente a la barra, su vestido se ajusto por inercia. No cruzó piernas, ¡Una dama no comete semejante injuria! Esperó a Mikhail con su porte de reina, porque eso es lo que ella era, aunque no tuviese corona, eso no es necesario para darse cuenta de la clase de mujer que Aria es.
Mstislav Lèveque- Cazador Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Después de todo, siempre habrá idiotas que se crean más que tú.
El aniversario del Fangtasia, siempre había sido obligada a acudir como la consorte del rey, sin embargo, tas su reprobable comportamiento, en esta ocasión no fue requerida como tal. Amber encontró una ventaja particularmente agradable en todo esto, si las miradas no iban a estar sobre ella, entonces no tendría que resaltar de entre la multitud y, cualquier esfuerzo por sonreír patéticamente con hipocresía barata, sería en vano. De cierta forma se encontraba llena de gratitud para con Mikhail. Por otra parte, no le agradó el verse sustituida por esa neófita que si bien podría regodearse durante un efímero segundo sobre su lugar al lado del esposo de otra, jamás le haría frente a la señora. Eso no era lo peor del caso; había dentro de las filas, mujeres tan soberanamente miserables que se creían tanto sólo por el hecho que él les ofrecía una mirada. Simples ratas peleando los desperdicios. Amber conocía mejor que nadie a su marido y, ser un lamebotas como todos ellos, no era lo único que tenían que hacer para obtener un reconocimiento por parte de él. Eso sólo aseguraba el hecho de que Mikhail los mantuviese con vida, aún…
Una mirada al gigantesco reloj en la pared. Tarde. Si no estaba en el bendito bar antes de que él llegase, seguramente seria arrojada a los calabozos una vez más. No esta vez, no por algo tan estúpidamente baladí como eso. Se arrojó el abrigo grisáceo sobre el atavío. Aventurándose en el espeso bosque, cometió felonía a los rayos del crepúsculo que deseaban alcanzarla para convertir ese envidiable cuerpo a torpes cenizas. No importó el aspecto que tomaría tras correr a esa velocidad y el viento despeinándole, mucho menos la cantidad de polvo que se acumulara en las faldillas de su vestido. La muy despreciable mujer, lo tenía todo planeado. Una noche antes guardó en una de las habitaciones del fangtasia el vestido con el que se presentaría, las joyas y las zapatillas. Cierto es que Mikhail la había privado de ciertos lujos, incluidos esas cosas de las cuales disfrutaba como toda una Emperatriz infame. Sin embargo, no le fue difícil ir de “resbalosa” con el modista y obligarlo a que le diseñara un vestido con una belleza incomparable, hecho a la medida sólo para ella, con tantas excentricidades, con el presumible ego con el cual Mikhail la había forjado a su imagen y semejanza. Llegó al lugar con segundos de notable ventaja. Al atravesar las puertas, se dio cuenta de la presencia de Dauphine con esa forma tan vulgar de sentarse. La observó durante un par de segundos y la ignoró por completo, tenía cosas más importantes que hacer que ir a saludarle como las “compañeras” que son. Más atrás se encontraba la pelirroja, una mujer con la cual no había tratado en lo absoluto. No importó su porte de soberana, ni la mirada frívola que regalaba a quienes le veían, para Amber, las dos se encontraban en el mismo nivel. Eran demasiado insignificantes para ella como para cruzar palabras con alguna.
Subió al segundo piso. Notó la presencia de alguien más, gracias a su “sexto sentido”, sin embargo, recorrió el largo pasillo hasta su habitación, donde aquel vestido le esperaba. Reposando sobre las sábanas de seda, el atuendo la recibió al entrar. Ahí, junto a él esperaba el modista quien haría cualquier ajuste al vestido una vez que se lo probase la gélida vampiresa. Ella le sonrió, él hizo una seña. Amber se introdujo en el vestido, el cual le quedó como anillo al dedo. El contraste era mortífero a la vista. Un tono negro, tan negro cual profundidades del río Aqueronte. La pedrería en el corsé sólo hacía más llamativos sus pechos y la fina línea de listón que adornaba el ajuste en el vientre, resaltaba esa diminuta cintura ensanchando sus caderas. La piel blanca de la fémina, parecía ser un espejismo de perfección. Incluso el sastre, quien ya le había visto con el atuendo en más de una ocasión, se quedó atónito ante su descomunal belleza. Amber se observo durante un par de segundos en el espejo de cuerpo completo, se mordió el labio inferior, se guiñó el ojo a si misma y se mandó besos. Altanera, socarrona y narcisista. ¿Otro detalle que agregar?
Aunque su beldad ya era notoria con semejante atuendo, aún hacían falta un par de cosas que debía afinar. Como el peinado y, por supuesto ¡Joyas! El mozo, sacó de uno de los cajones un el collar de diamantes que portaría. No, no era cualquier retazo de piedra preciosa, tendría que ser uno que ameritara la ocasión, por supuesto, Amber tenía el mejor gusto en todo. Así pues el color negro del diamante principal destello apenas la luminiscencia de las velas oso tocarlo. Proporcional a su resplandor obscuro, se encontraban las miles de estrellas que formaban los diamantes más pequeños y blancos de la gargantilla. Al verlo, la vampiresa se mordió las puntas de los dedos. –Vamos Charles, ayúdame- Una vez que estuvo perfecta. Se miró al espejo por segunda ocasión. No se esforzó en lucir increíble para los demás, pero ese era precisamente el problema, por más harapienta que ande, Amber siempre destacará por la belleza a la cual es acreedora. Bajó las escaleras con elegancia, escoltada por Charles. Le hubiese encantado estar acompañada por… No, no por Mikhail, por Lucian, pero no se arriesgaría. Ambas cejas se arquearon, su sonrisa se extendió por sus labios. El aura de petulancia era derrochada por cada uno de sus poros, incluso cuando no puede transpirar. Se pavoneó por la sala y se sentó tras el piano. Sus finos, delgados y largos dedos se pasearon por las teclas de este, haciéndolas sonar en una grata pero escalofriante melodía. Agudizando sus sentidos, escuchó como las zancadas de Mikhail se acercaban cada vez un poco más, acompañadas por la pestilencia de Marishka. Antes de que su esposo entrara por aquella puerta “Hay alguien en tu oficina, Tiberius”, la advirtió mentalmente. Ella sabía que la escucharía y no, tampoco lo hacía para que la notara. Ese era su deber, ahora bien, no estaba segura en si se lo reprocharía o le daría igual.
Una mirada al gigantesco reloj en la pared. Tarde. Si no estaba en el bendito bar antes de que él llegase, seguramente seria arrojada a los calabozos una vez más. No esta vez, no por algo tan estúpidamente baladí como eso. Se arrojó el abrigo grisáceo sobre el atavío. Aventurándose en el espeso bosque, cometió felonía a los rayos del crepúsculo que deseaban alcanzarla para convertir ese envidiable cuerpo a torpes cenizas. No importó el aspecto que tomaría tras correr a esa velocidad y el viento despeinándole, mucho menos la cantidad de polvo que se acumulara en las faldillas de su vestido. La muy despreciable mujer, lo tenía todo planeado. Una noche antes guardó en una de las habitaciones del fangtasia el vestido con el que se presentaría, las joyas y las zapatillas. Cierto es que Mikhail la había privado de ciertos lujos, incluidos esas cosas de las cuales disfrutaba como toda una Emperatriz infame. Sin embargo, no le fue difícil ir de “resbalosa” con el modista y obligarlo a que le diseñara un vestido con una belleza incomparable, hecho a la medida sólo para ella, con tantas excentricidades, con el presumible ego con el cual Mikhail la había forjado a su imagen y semejanza. Llegó al lugar con segundos de notable ventaja. Al atravesar las puertas, se dio cuenta de la presencia de Dauphine con esa forma tan vulgar de sentarse. La observó durante un par de segundos y la ignoró por completo, tenía cosas más importantes que hacer que ir a saludarle como las “compañeras” que son. Más atrás se encontraba la pelirroja, una mujer con la cual no había tratado en lo absoluto. No importó su porte de soberana, ni la mirada frívola que regalaba a quienes le veían, para Amber, las dos se encontraban en el mismo nivel. Eran demasiado insignificantes para ella como para cruzar palabras con alguna.
Subió al segundo piso. Notó la presencia de alguien más, gracias a su “sexto sentido”, sin embargo, recorrió el largo pasillo hasta su habitación, donde aquel vestido le esperaba. Reposando sobre las sábanas de seda, el atuendo la recibió al entrar. Ahí, junto a él esperaba el modista quien haría cualquier ajuste al vestido una vez que se lo probase la gélida vampiresa. Ella le sonrió, él hizo una seña. Amber se introdujo en el vestido, el cual le quedó como anillo al dedo. El contraste era mortífero a la vista. Un tono negro, tan negro cual profundidades del río Aqueronte. La pedrería en el corsé sólo hacía más llamativos sus pechos y la fina línea de listón que adornaba el ajuste en el vientre, resaltaba esa diminuta cintura ensanchando sus caderas. La piel blanca de la fémina, parecía ser un espejismo de perfección. Incluso el sastre, quien ya le había visto con el atuendo en más de una ocasión, se quedó atónito ante su descomunal belleza. Amber se observo durante un par de segundos en el espejo de cuerpo completo, se mordió el labio inferior, se guiñó el ojo a si misma y se mandó besos. Altanera, socarrona y narcisista. ¿Otro detalle que agregar?
Aunque su beldad ya era notoria con semejante atuendo, aún hacían falta un par de cosas que debía afinar. Como el peinado y, por supuesto ¡Joyas! El mozo, sacó de uno de los cajones un el collar de diamantes que portaría. No, no era cualquier retazo de piedra preciosa, tendría que ser uno que ameritara la ocasión, por supuesto, Amber tenía el mejor gusto en todo. Así pues el color negro del diamante principal destello apenas la luminiscencia de las velas oso tocarlo. Proporcional a su resplandor obscuro, se encontraban las miles de estrellas que formaban los diamantes más pequeños y blancos de la gargantilla. Al verlo, la vampiresa se mordió las puntas de los dedos. –Vamos Charles, ayúdame- Una vez que estuvo perfecta. Se miró al espejo por segunda ocasión. No se esforzó en lucir increíble para los demás, pero ese era precisamente el problema, por más harapienta que ande, Amber siempre destacará por la belleza a la cual es acreedora. Bajó las escaleras con elegancia, escoltada por Charles. Le hubiese encantado estar acompañada por… No, no por Mikhail, por Lucian, pero no se arriesgaría. Ambas cejas se arquearon, su sonrisa se extendió por sus labios. El aura de petulancia era derrochada por cada uno de sus poros, incluso cuando no puede transpirar. Se pavoneó por la sala y se sentó tras el piano. Sus finos, delgados y largos dedos se pasearon por las teclas de este, haciéndolas sonar en una grata pero escalofriante melodía. Agudizando sus sentidos, escuchó como las zancadas de Mikhail se acercaban cada vez un poco más, acompañadas por la pestilencia de Marishka. Antes de que su esposo entrara por aquella puerta “Hay alguien en tu oficina, Tiberius”, la advirtió mentalmente. Ella sabía que la escucharía y no, tampoco lo hacía para que la notara. Ese era su deber, ahora bien, no estaba segura en si se lo reprocharía o le daría igual.
Xrisí D'Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Me encontraba en las afueras de la fortaleza de mi señor, subido en el tejado de unos de los torreones mas altos del castillo, el viento golpeaba mi cara y dejaba el abrigo ondulando en el aire, con una de mis manos toque el mango de mi negra guadaña esperando a que todavía se encontrase enfundada en mi espalda, estaba vigilante y atento porque en un momento u otro, iba a salir mi comida al bosque de los alrededores. Escuche que Mikhail iba a liberar a algunos esclavos para que pudiesen, o intentasen salvar la vida, que casualidad que no todos iban a llegar a ver la luz del sol ya que un demonio de la oscuridad se encontraba allí para alimentarse. Divise a mi presa nada mas entrar en el bosque, me deje caer por la pared del torreón hasta caer en la muralla del castillo, de hay salte al oscuro bosque para cazar al simple humano que creía que su vida se había salvado, seguí a mi alimento saltado de árbol en árbol hasta alcanzarlo, cuando lo tuve a unos metros de distancia, salte para colocarme en frente de mi comida, lo mire con cara inexpresiva, lo cogí por los cabellos, le aparte la cabeza para dejar su sabroso cuello al descubierto y sin pensarlo dos veces, clave mis blancos colmillos en su tierno y jugoso cuello, comencé a succionar su sangre con fuerza, no me importaba si hacia daño o sufría aquel simple humano, la verdad tenia bastante prisa, ya que mi señor saldría de la fortaleza para ir camino a Fangtasia en unos quince minutos. Deposite el cuerpo sin vida del humano en el suelo, pero no me fui del lugar sin antes rellenar mi petaca. De uno de los bolsillo interiores de mi abrigo negro, barato y oscuro como la noche misma, saque una petaca de hierro recubierta de cuero marrón, arranque un brazo del humano sin problema alguno, y llene la petaca con la poca sangre que chorreaba de este, una vez llena la petaca, limpie la sangre sobrante, y la guarde de nuevo en el abrgo y volví a la entrada principal de la fortaleza, espere en la copa de un árbol escondido a que mi señor Mikhail saliese para emprender su viaje. A cada cierto tiempo me comunicaba mentalmente con mi señor, para comentarle donde me situaba y si había algo que no andaba bien
Una vez llegados a las calles de París, me metí en un estrecho y oscuro callejón y salte de pared a pared hasta llegar a los tejados de la ciudad, estos eran mi territorio, mi autopista, me conocía las alturas de la ciudad como me conozco a mi mismo, podía llegar a cualquier parte de la ciudad en cuestión de minutos, podía observar, vigilar u captar información desde las alturas donde me encontraba, era relajante y tranquilo, no había que preocuparse de tropezar o encontrarse con alguien, comente mentalmente a mi señor de que me encontraba cerca de el pero sin llegar a molestarle, ya que a lo largo de mi vida como asesino o guarda espalda, eh aprendido unas cuantas cosas, como a no llamar la atención, ser paciente y precavido.
Seguí a mi señor por los tejados de la ciudad, metiéndome en cada mente que pasaba a menos de diez metros de mi señor, la verdad ninguno suponía ningún peligro alguno para su vida. Cuando mi señor se cruzo con una dama embarazada, los caprichos del destino hizo que esta perdiese el norte y al cabo unos segundos mi señor Mikhail ya la agarraba por la cintura y se la llevaba de camino a un recóndito callejón que me imagine que seria para alimentarse de ella, después de unos minutos llego la señorita Marishka, bella y elegante como ninguna otra mujer, escrute su mente desde las alturas, siempre encontraba lo mismo, egoísmo, vanidad, un egocentrismo exagerado y las ganas de ansiar el poder. Después de una pequeña conversación entre ambos, los dos comenzaron a alimentarse de la mujer embarazada, me coloque en cuclillas en el borde del tejado que daba al callejón, me relamí los labios por el banquete que se estaban dando los dos personajes de debajo mía y apreté el puño con tal fuerza que rompí la teja en la que estaba sujeto, clavándome en la palma de la mano los trozos de teja rotos, me limpia la mano con un pañuelo que tenia en el bolsillo de mi pantalón, y en cuestión de segundos las heridas se cerraron. Los dos vampiros dejaron el cuerpo de la mujer en ese mismo lugar y partieron juntos hacia Fangtasia, cerca de mi protegido me encontraba yo vigilando desde las oscuras y tenebrosas alturas.
Una vez llegados a las calles de París, me metí en un estrecho y oscuro callejón y salte de pared a pared hasta llegar a los tejados de la ciudad, estos eran mi territorio, mi autopista, me conocía las alturas de la ciudad como me conozco a mi mismo, podía llegar a cualquier parte de la ciudad en cuestión de minutos, podía observar, vigilar u captar información desde las alturas donde me encontraba, era relajante y tranquilo, no había que preocuparse de tropezar o encontrarse con alguien, comente mentalmente a mi señor de que me encontraba cerca de el pero sin llegar a molestarle, ya que a lo largo de mi vida como asesino o guarda espalda, eh aprendido unas cuantas cosas, como a no llamar la atención, ser paciente y precavido.
Seguí a mi señor por los tejados de la ciudad, metiéndome en cada mente que pasaba a menos de diez metros de mi señor, la verdad ninguno suponía ningún peligro alguno para su vida. Cuando mi señor se cruzo con una dama embarazada, los caprichos del destino hizo que esta perdiese el norte y al cabo unos segundos mi señor Mikhail ya la agarraba por la cintura y se la llevaba de camino a un recóndito callejón que me imagine que seria para alimentarse de ella, después de unos minutos llego la señorita Marishka, bella y elegante como ninguna otra mujer, escrute su mente desde las alturas, siempre encontraba lo mismo, egoísmo, vanidad, un egocentrismo exagerado y las ganas de ansiar el poder. Después de una pequeña conversación entre ambos, los dos comenzaron a alimentarse de la mujer embarazada, me coloque en cuclillas en el borde del tejado que daba al callejón, me relamí los labios por el banquete que se estaban dando los dos personajes de debajo mía y apreté el puño con tal fuerza que rompí la teja en la que estaba sujeto, clavándome en la palma de la mano los trozos de teja rotos, me limpia la mano con un pañuelo que tenia en el bolsillo de mi pantalón, y en cuestión de segundos las heridas se cerraron. Los dos vampiros dejaron el cuerpo de la mujer en ese mismo lugar y partieron juntos hacia Fangtasia, cerca de mi protegido me encontraba yo vigilando desde las oscuras y tenebrosas alturas.
Amser Deligt- Vampiro Clase Media
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
¿Qué mierda hacía el rostro de su hermano (Mikhail, no cabía duda que era Mikhail) en sus sueños? Desde que era inmortal tenía esa habilidad de poder ver gente en otros sitios, ver qué hacían, incuso qué decían, al principio le resultó molesto, pero con el tiempo aprendió a echar mano de aquella ventaja, perfeccionó –o quizá siempre estuvo ahí- un lazo con Tiberius, uno que le permitía conocer sus movimientos siempre y cuando su hermano se lo permitiera, era muy útil cuando fraguaban planes y Lucian tenía que hacer acto de presencia para, como siempre, ejecutar castigos, torturas o finales. Era el cancerbero fiel, el verdugo sin piedad, siempre al servicio del rey. Pero no, esta vez no podía ver a su hermano en sus pensamientos porque quisiera decirle algo, y sintió entonces en todo su cuerpo la presencia de su única neófita, era eso y comenzó a reír aún con los ojos cerrados, su risa interna se convirtió en una carcajada que terminó por despertarlo.
A su lado yacía una mujerzuela, en su cuerpo no había marca alguna de los colmillos de Lucian, él jamás se alimentaba de putas. Jamás. Era sangre sucia, mancillada por mortales y otros seres inferiores a los vampiros y a él por antonomasia. La empujó sin mucha delicadeza y ella despertó, abrió la boca pero Lucian la hizo callar con un gesto, se puso de pie desnudo como estaba y recogió su ropa del suelo, comenzó a vestirse con algo de premura y luego aventó groseramente monedas de oro al buró junto a la cama, quizá eran más de la tarifa de esa prostituta, pero no importaba. Terminó de alistarse, pensando en sus visiones, Marishka del brazo de Mikhail, volvió a reír mientras salía del burdel, las cosas sí que eran divertidas.
Era Aniversario del próspero negocio de Tiberius, y como uno de sus hombres más importantes (autonombrarse “hombre de confianza” era pecar de ingenuidad) debía estar ahí. Tenía que admitirlo, tenía sus dudas en asistir o no, Xrisí de nuevo había sido castigada y se sentía indignado aunque sabía bien que no debía, que no tenía derecho, y no asistir no sancionaba a nadie excepto a él. Mikhail era eso, un rey, y como tal, mientras mantuviera su trono no podía importarle menos lo que le sucediera a una corte plagada de seres remplazables y prescindibles.
Se detuvo en una esquina, a la izquierda llegaría en pocos minutos a Fangtasia, a la derecha de regreso al Castillo, aunque el trayecto era más largo, sacudió la cabeza, miró a la derecha pero sus pasos lo condujeron a la izquierda. ¿A quién engañaba? Tenía curiosidad y sí, un deber por más que su hermano y monarca lo despreciara. Marishka estaba de su brazo porque él era el soberano de ese séquito macabro y hereje y él, Lucian, sólo uno más. Apresuró el paso dejando un rastro del perfume barato de la cortesana con la que estuvo horas antes, limpiándose con el frío viento que le golpeaba la cara, su apariencia, a pesar de todo, era impecable, jamás andaba con un atuendo zarrapastroso, su papel era el de lobo con piel de cordero, y eso significaba siempre estar presentable.
Estando cerca del lugar escuchó un piano sonar y voces, aun no demasiadas, no era el primero en arribar, pero tampoco el último. Eso le funcionaba. Atravesó el umbral de la puerta y observó algunas presencias, una rubia hermosa sentada ahí a la que le dedicó una sonrisa y una pelirroja más allá que no le prestó atención. Avanzó dos pasos más y se quedó congelado en su lugar al ver a Xrisí sentada en el piano, su Amber que no era suya en realidad; todo perdió importancia en ese instante, la canción que ella interpretaba le rompió el corazón por un segundo y luego recapacitó en que él ya no tenía uno. Alzó el mentón, se acercó de a poco, lentamente, como si no quisiera ser descubierto por ella, y sobre todo, por Tiberius que no era desconocedor de la relación que su consorte tenía con Lucian.
A su lado yacía una mujerzuela, en su cuerpo no había marca alguna de los colmillos de Lucian, él jamás se alimentaba de putas. Jamás. Era sangre sucia, mancillada por mortales y otros seres inferiores a los vampiros y a él por antonomasia. La empujó sin mucha delicadeza y ella despertó, abrió la boca pero Lucian la hizo callar con un gesto, se puso de pie desnudo como estaba y recogió su ropa del suelo, comenzó a vestirse con algo de premura y luego aventó groseramente monedas de oro al buró junto a la cama, quizá eran más de la tarifa de esa prostituta, pero no importaba. Terminó de alistarse, pensando en sus visiones, Marishka del brazo de Mikhail, volvió a reír mientras salía del burdel, las cosas sí que eran divertidas.
Era Aniversario del próspero negocio de Tiberius, y como uno de sus hombres más importantes (autonombrarse “hombre de confianza” era pecar de ingenuidad) debía estar ahí. Tenía que admitirlo, tenía sus dudas en asistir o no, Xrisí de nuevo había sido castigada y se sentía indignado aunque sabía bien que no debía, que no tenía derecho, y no asistir no sancionaba a nadie excepto a él. Mikhail era eso, un rey, y como tal, mientras mantuviera su trono no podía importarle menos lo que le sucediera a una corte plagada de seres remplazables y prescindibles.
Se detuvo en una esquina, a la izquierda llegaría en pocos minutos a Fangtasia, a la derecha de regreso al Castillo, aunque el trayecto era más largo, sacudió la cabeza, miró a la derecha pero sus pasos lo condujeron a la izquierda. ¿A quién engañaba? Tenía curiosidad y sí, un deber por más que su hermano y monarca lo despreciara. Marishka estaba de su brazo porque él era el soberano de ese séquito macabro y hereje y él, Lucian, sólo uno más. Apresuró el paso dejando un rastro del perfume barato de la cortesana con la que estuvo horas antes, limpiándose con el frío viento que le golpeaba la cara, su apariencia, a pesar de todo, era impecable, jamás andaba con un atuendo zarrapastroso, su papel era el de lobo con piel de cordero, y eso significaba siempre estar presentable.
Estando cerca del lugar escuchó un piano sonar y voces, aun no demasiadas, no era el primero en arribar, pero tampoco el último. Eso le funcionaba. Atravesó el umbral de la puerta y observó algunas presencias, una rubia hermosa sentada ahí a la que le dedicó una sonrisa y una pelirroja más allá que no le prestó atención. Avanzó dos pasos más y se quedó congelado en su lugar al ver a Xrisí sentada en el piano, su Amber que no era suya en realidad; todo perdió importancia en ese instante, la canción que ella interpretaba le rompió el corazón por un segundo y luego recapacitó en que él ya no tenía uno. Alzó el mentón, se acercó de a poco, lentamente, como si no quisiera ser descubierto por ella, y sobre todo, por Tiberius que no era desconocedor de la relación que su consorte tenía con Lucian.
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Rostros pálidos por todos lados; hermosos, inigualables. Pero la belleza era tan solo el inicio -y el más obvio- de las muchas virtudes que poseían. Vampiros, no-muertos, inmortales, chupasangre… Daba igual como los llamaran o con cuanto desdén lo hicieran, el resultado era el mismo: seguían siendo los dueños del mundo. O al menos así era como se proclamaba la mayoría de ellos. Pero como en todo, hay excepciones. Christos era diferente. No le importaba el poder, le importaba el aprendizaje, los métodos, el perfeccionismo absoluto. Para él mientras más sabio fuese un individuo, más poder poseía. No era un tema él que quisiera discutir, nada lo haría cambiar de opinión. Por eso seguía sirviendo a Hannes y Aria. Por eso aguantaba sus constantes desplantes o sus ocasionales burlas. Los admiraba, había algo en ellos que lo obligaba a observarlos en cada oportunidad, cada movimiento, cada palabra, cada gesto. Para Christos eran un ejemplo a seguir. Algunos podían pensar que se debía a que era tan sólo un neófito recién convertido y que al ser ellos los primeros vampiros a los que había conocido, era lógico que cayera idiotizado, maravillado ante eso que era nuevo para él, sin permitirse el conocer más variedad de los de su especie. Pero no era sólo eso, ellos de verdad lograban fascinarlo y no sabía el por qué.
Mientras ellos jugueteaban en su habitación, él se quedó al pie de la puerta como el gato que era. Escuchó con claridad cada susurro e imaginó cada movimiento, incluso pudo deducir la forma en la que se besaban tras la gruesa hoja de madera. Christos permaneció inmóvil, como si de una estatua perteneciente a la pulcra decoración de la mansión se tratase, junto a la puerta de sus amos, como el perro guardián en que se había convertido. Y como todo buen perro, cuando los vampiros salieron a la cita que los tres tenían esa noche, los siguió sin decir palabra y manteniendo cierta distancia a modo de respeto para darles privacidad. Ellos estaban acostumbrados a hacer de cuenta que estaban solos, Christos solo existía cuando a ellos les convenía y él no se quejaba de ello, lo aceptaba, lo aceptaba todo. La pareja de vampiros desapareció de su vista, montados en uno de sus más bellos corceles. Christos optó por caminar, era demasiado temprano aún, podía darse el lujo.
Cuando llegó a su destino, varios de los vampiros pertenecientes al club ya se encontraban allí. Christos se movió como una sombra. Él era una sombra. Tomó asiento en el lugar más apartado y comenzó a fumar. Sus labios atrapaban con sensualidad la punta de la pipa mientras sus ojos se movían con sutileza en todas direcciones. Se dedicó a estudiar a cada uno de los ya presentes –a quienes en realidad tenía ya bien estudiados-, y cuando Aria bajó por las escaleras un golpe le azotó el corazón. Era hermosa, se sentía orgulloso de servirle aunque para ella ni siquiera existiera. Era increíble como una mujer tan joven y bella podía estar enamorada de un viejo lisiado como Hannes. Christos a veces pensaba en eso, pero procuraba no ser escuchado por sus amos, él no era nadie para juzgar su unión ni para intentar deducir los por qué de que siguieran juntos pese a lo indignante que era para muchos.
Mikhail, Dauphine, Xrisí, Lucian, Evangeline, Amser, Marishka. Todos le eran familiares. Conocía gran parte de su historia, podía hablar de cada uno de ellos y nombrar cada una de sus virtudes y defectos sin titubear. Pero ninguno de los allí presentes sabía siquiera su nombre. Para todos, Christos era solamente el gato de los Bergström. Lo que no sabían es que ser el gato de ellos no lo convertía en el gato de todo el mundo. Tampoco sabían que detrás de ese eterno semblante pacífico de Christos se escondía alguien tan letal como cualquiera de los presentes. Tan sólo era cuestión de provocarle, de dar en el punto exacto.
Deseaba con ansias que el espectáculo comenzara.
Deseaba ver al rey iniciar el partido de ajedrez.
Mientras ellos jugueteaban en su habitación, él se quedó al pie de la puerta como el gato que era. Escuchó con claridad cada susurro e imaginó cada movimiento, incluso pudo deducir la forma en la que se besaban tras la gruesa hoja de madera. Christos permaneció inmóvil, como si de una estatua perteneciente a la pulcra decoración de la mansión se tratase, junto a la puerta de sus amos, como el perro guardián en que se había convertido. Y como todo buen perro, cuando los vampiros salieron a la cita que los tres tenían esa noche, los siguió sin decir palabra y manteniendo cierta distancia a modo de respeto para darles privacidad. Ellos estaban acostumbrados a hacer de cuenta que estaban solos, Christos solo existía cuando a ellos les convenía y él no se quejaba de ello, lo aceptaba, lo aceptaba todo. La pareja de vampiros desapareció de su vista, montados en uno de sus más bellos corceles. Christos optó por caminar, era demasiado temprano aún, podía darse el lujo.
Cuando llegó a su destino, varios de los vampiros pertenecientes al club ya se encontraban allí. Christos se movió como una sombra. Él era una sombra. Tomó asiento en el lugar más apartado y comenzó a fumar. Sus labios atrapaban con sensualidad la punta de la pipa mientras sus ojos se movían con sutileza en todas direcciones. Se dedicó a estudiar a cada uno de los ya presentes –a quienes en realidad tenía ya bien estudiados-, y cuando Aria bajó por las escaleras un golpe le azotó el corazón. Era hermosa, se sentía orgulloso de servirle aunque para ella ni siquiera existiera. Era increíble como una mujer tan joven y bella podía estar enamorada de un viejo lisiado como Hannes. Christos a veces pensaba en eso, pero procuraba no ser escuchado por sus amos, él no era nadie para juzgar su unión ni para intentar deducir los por qué de que siguieran juntos pese a lo indignante que era para muchos.
Mikhail, Dauphine, Xrisí, Lucian, Evangeline, Amser, Marishka. Todos le eran familiares. Conocía gran parte de su historia, podía hablar de cada uno de ellos y nombrar cada una de sus virtudes y defectos sin titubear. Pero ninguno de los allí presentes sabía siquiera su nombre. Para todos, Christos era solamente el gato de los Bergström. Lo que no sabían es que ser el gato de ellos no lo convertía en el gato de todo el mundo. Tampoco sabían que detrás de ese eterno semblante pacífico de Christos se escondía alguien tan letal como cualquiera de los presentes. Tan sólo era cuestión de provocarle, de dar en el punto exacto.
Deseaba con ansias que el espectáculo comenzara.
Deseaba ver al rey iniciar el partido de ajedrez.
Christos- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Las victorias que se ganan en la batalla nunca son debidas a la suerte, - no son simples casualidades - , son el resultado de haberse situado previamente en la posición de haber ganado con seguridad. Conocer al enemigo era siempre la clave para llevarlo hacia su inminente derrota. Tiberius sabía con certeza hacia dónde mover las piezas para que se destruyeran entre ellas. Había empezado a hacerlo cuando declaró que el tablero esperaba impaciente la ascensión de su reina. Si bien la arrogancia era la puta con que todos disfrutaban, algunos – como Xrisí y Marishka – no comprendían el precio que se pagaba por aceptarla en la cama. No haber subido a la barca de Caronte cuando tuvieron oportunidad era la menor de sus preocupaciones. Sabía lo que su amante pensaba, así que no perdió el tiempo adentrándose en sus pensamientos. Lo único que la hacía tolerable – hasta cierto punto – era su belleza. Mientras él había transformado a su consorte para exhibirla como cualquier objeto tras un aparador, su hermano había obsequiado la inmortalidad a Marishka por otras razones. Evitó enarcar una ceja ante la línea de ese pensamiento. La vampiresa, que parecía haberse encaprichado con un perro de la inquisición, vería su último amanecer antes de deshonrar su línea de sangre. ¿Qué tendría Lucian para decir en la reunión? Era su responsabilidad, le gustase o no. La seguridad de Fangtasia les concernía a todos y cada uno de ellos. Lo último que necesitaban era a los inquisidores merodeando la zona. Si bien le daría la bienvenida a una guerra, Tiberius no iba a iniciar una partida por culpa de la estupidez de una mujer. Su mano se cerró sobre la cintura de la vampiresa en un claro gesto posesivo, incluso con más fuerza de la que ella le reclamó. Nadie le igualaba. Jamás. Todos podían ser arrogantes, hipócritas, rencorosos, vengativos; pero si algo podía destacársele, era su capacidad para siempre cruzar los límites. El vampiro no escalaba los muros, los derrumbaba para pasar sobre los escombros. Antes de que la noche terminase, Marishka tendría que tomar una decisión. Quizás debía tratar ese asunto en privado – quizás – pero se negaba a hacerlo. Si la muerte definitiva era el destino para uno de su línea, los demás entenderían que el perdón no existía.
Sigiloso. Letal. Amser observaba los alrededores en busca de cualquier posible amenaza, pero Tiberius no había levantado su imperio confiando ciega y plenamente en quienes le servían. El fuerte se comía al débil. Eran depredadores. Acechar y esperar entre las sombras a que su presa bajase la guardia era solo el pasatiempo con el que todos disfrutaban. La perspectiva de ganar los impulsaba, la probabilidad de sufrir daños los desanimaba. En el mundo mortal e inmortal no se podía confiar en nadie. Los Marquand solo reforzaban la teoría que se había construido por sí mismo. La advertencia penetró en su mente antes de que las puertas se abrieran. ¿Quién sería lo suficientemente estúpido como para irrumpir en su oficina? La furia lo consumió. La parte irracional – la que exigía, de inmediato, la cabeza de quien lo desafiaba tan abiertamente – se apoyó de la racional – la que le decía que podía hacerlo una vez descubriera las razones ocultas tras ello. Nada podía justificar semejante comportamiento. No esa noche ni cualquier otra. “Bravo, Amber. No eres tan incompetente como pareces. Otros meses de meditación en tu celda y casi serás digna de llevar mi apellido.” El sarcasmo acompañaba sus crudas palabras. Sus severos rasgos solo reflejaban la crueldad de su naturaleza cuando cruzó el umbral de la puerta, con Marishka aún a su lado. La sonrisa de suficiencia que su compañera llevaba en el rostro solo contrarrestaba chocantemente con el rictus en su boca. Pudo haber ido directamente a su oficina, pero no lo hizo, su “atrevido” visitante no iba regodearse porque había ido precipitadamente hacia su encuentro. Una rápida inspección le dio detalles de todo a su alrededor. Evangeline no se veía por ningún sitio. ¿Qué pasaba con ellos? ¿Creían, que podían faltarle el respeto, sin pagar por sus actos? ¿Creían, estúpidamente, que se estaba suavizando? Hizo crujir los huesos de su cuello. – La Apertura oficialmente da inicio. Observó a todos los presentes. Esa era su forma de darles la bienvenida al encuentro. – Ahora. ¿Quién quiere hacer los honores y explicar porqué una de nuestras mascotas, que escapó el mes pasado, aún no ha sido capturada? Sus movimientos pecaban de perezosos cuando tomó su lugar. La silla que siempre usaba - por estrategia - daba la espalda a una de las paredes de piedra. Mikhail parecía indiferente ante la cuestión, como si cualquier respuesta que le diesen fuese a ser suficiente. Si existía algo que le molestaba era que se fueran por las ramas.
Sigiloso. Letal. Amser observaba los alrededores en busca de cualquier posible amenaza, pero Tiberius no había levantado su imperio confiando ciega y plenamente en quienes le servían. El fuerte se comía al débil. Eran depredadores. Acechar y esperar entre las sombras a que su presa bajase la guardia era solo el pasatiempo con el que todos disfrutaban. La perspectiva de ganar los impulsaba, la probabilidad de sufrir daños los desanimaba. En el mundo mortal e inmortal no se podía confiar en nadie. Los Marquand solo reforzaban la teoría que se había construido por sí mismo. La advertencia penetró en su mente antes de que las puertas se abrieran. ¿Quién sería lo suficientemente estúpido como para irrumpir en su oficina? La furia lo consumió. La parte irracional – la que exigía, de inmediato, la cabeza de quien lo desafiaba tan abiertamente – se apoyó de la racional – la que le decía que podía hacerlo una vez descubriera las razones ocultas tras ello. Nada podía justificar semejante comportamiento. No esa noche ni cualquier otra. “Bravo, Amber. No eres tan incompetente como pareces. Otros meses de meditación en tu celda y casi serás digna de llevar mi apellido.” El sarcasmo acompañaba sus crudas palabras. Sus severos rasgos solo reflejaban la crueldad de su naturaleza cuando cruzó el umbral de la puerta, con Marishka aún a su lado. La sonrisa de suficiencia que su compañera llevaba en el rostro solo contrarrestaba chocantemente con el rictus en su boca. Pudo haber ido directamente a su oficina, pero no lo hizo, su “atrevido” visitante no iba regodearse porque había ido precipitadamente hacia su encuentro. Una rápida inspección le dio detalles de todo a su alrededor. Evangeline no se veía por ningún sitio. ¿Qué pasaba con ellos? ¿Creían, que podían faltarle el respeto, sin pagar por sus actos? ¿Creían, estúpidamente, que se estaba suavizando? Hizo crujir los huesos de su cuello. – La Apertura oficialmente da inicio. Observó a todos los presentes. Esa era su forma de darles la bienvenida al encuentro. – Ahora. ¿Quién quiere hacer los honores y explicar porqué una de nuestras mascotas, que escapó el mes pasado, aún no ha sido capturada? Sus movimientos pecaban de perezosos cuando tomó su lugar. La silla que siempre usaba - por estrategia - daba la espalda a una de las paredes de piedra. Mikhail parecía indiferente ante la cuestión, como si cualquier respuesta que le diesen fuese a ser suficiente. Si existía algo que le molestaba era que se fueran por las ramas.
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Bastante breve había sido el camino hacía el club, el rostro de ambos vampiros se notaba con cierta "vida", los labios de ambos habían adoptado un tono carmín gracias a la vitalidad pura del bebé y de la madre. La vampiresa había permanecido en silencio. No había mucho que hablar, todo lo que se pudiera intercambiar en palabras sería después de aquella noche. La fémina disfrutaba de esos silencios, Mikhail era una especie de maquina del pensamiento, cada pequeño movimiento que daba lo estuviera de manera minuciosa, aunque la mujer que lo acompañaba era libre, salvaje, e instintiva, no podía negar que había estado adoptando esa postura, que le había servido para acrecentar sus riquezas, para obtener grandes propiedades, para que su nombre pesara entre los humanos, aunque poca importancia le diera a ellos, más bien entre los suyos. Era una errante que se había hecho de amantes poderosos, y había cuidado el contacto con sus creadores para seguir subiendo escalones, no dentro del club, más bien fuera de él. Era sincera, entregada, leal, fiel y una guerrera cuando se trataba de cuidar las paredes y los intereses de ese lugar, pero su naturaleza de libertad nadie la podía borrar, había aprendido a obsesionarse con ella.
Se dejó llevar por el cuerpo del vampiro, y se posó a su lado cuando este tomó asiento. La morocha sonrió de manera amplia, más bien por pretensión que por placer. Observó a cada uno de los presentes. Para ella, conocer a detalle a cada ser de la noche era esencial, conocer su habilidades tanto como sus debilidades, porque cada uno de ahí lo tenía, y era descubierta a cada paso que daba, tanto como las de ella, por eso debía avanzar con precaución. Cada rostro le hizo sentir repudio, admiración o interés. Marishka no creía en la inocencia de nadie, ni siquiera en el rostro modoso de alguna de otra perra traicionera, ella sabía bien actuar y reconocer cuando alguien lo hacía, por algo había llegado hasta ahí. Aunque le faltara conocer más a fondo el pensamiento letal de cada no vivo, no podía bajar la guardia. Su sonrisa se hizo sincera y amplia cuando observó a su creador: Lucian. Le gustaba la manera en que la miraba con orgullo, y eso inflaba más su pecho exquisito por cada respiración, el egocentrismo de la vampiresa subía.
La silla del rey se posaba en una especie de tarima, donde su esplendor se hacía aun más grande. Marishka opto por caminar unos pasos hacía el frente, dónde pudiera observar el rostro de aquel inmortal. Se colocó con los suyos, con aquellos en los que tenía el mismo rango, así cada uno de ellos estaría atento a cualquier desperfecto o peligro de la noche. La mujer se divertía, le debía destrozar cabezas que deseaban jugar como si fuera la ficha del tablero contrario, como si alguien fuera capaz de pasar sobre ellos, nadie podría estar al nivel de aquel tablero de ajedrez. Su sonrisa desapareció por completo ante las oraciones frívolas del rey. ¿Quién se había atrevido a escapar? Aquello era inconcebible, un error tan grande como ese podría traer problemas grandes, no sólo entre ellos, la criatura que había escapado podría ser capaz de reclutar y atentar en su contra, non era algo que le preocupara en realidad, un ataque era lo menos importante, cada criatura que se encontraba dentro de ese tablero, era lo suficientemente apto para acabar con un gran batallón de los suyos, de lobos, y ni se diga que de humanos. Lo reprobable era la falta, el descuido. Permaneció en silencio. ¿Qué podía decir? Prefería un silencio prudente, analizar una verdadera solución, a seguir hunduéndose en la estupidez del gran error ya cometido.
Se dejó llevar por el cuerpo del vampiro, y se posó a su lado cuando este tomó asiento. La morocha sonrió de manera amplia, más bien por pretensión que por placer. Observó a cada uno de los presentes. Para ella, conocer a detalle a cada ser de la noche era esencial, conocer su habilidades tanto como sus debilidades, porque cada uno de ahí lo tenía, y era descubierta a cada paso que daba, tanto como las de ella, por eso debía avanzar con precaución. Cada rostro le hizo sentir repudio, admiración o interés. Marishka no creía en la inocencia de nadie, ni siquiera en el rostro modoso de alguna de otra perra traicionera, ella sabía bien actuar y reconocer cuando alguien lo hacía, por algo había llegado hasta ahí. Aunque le faltara conocer más a fondo el pensamiento letal de cada no vivo, no podía bajar la guardia. Su sonrisa se hizo sincera y amplia cuando observó a su creador: Lucian. Le gustaba la manera en que la miraba con orgullo, y eso inflaba más su pecho exquisito por cada respiración, el egocentrismo de la vampiresa subía.
La silla del rey se posaba en una especie de tarima, donde su esplendor se hacía aun más grande. Marishka opto por caminar unos pasos hacía el frente, dónde pudiera observar el rostro de aquel inmortal. Se colocó con los suyos, con aquellos en los que tenía el mismo rango, así cada uno de ellos estaría atento a cualquier desperfecto o peligro de la noche. La mujer se divertía, le debía destrozar cabezas que deseaban jugar como si fuera la ficha del tablero contrario, como si alguien fuera capaz de pasar sobre ellos, nadie podría estar al nivel de aquel tablero de ajedrez. Su sonrisa desapareció por completo ante las oraciones frívolas del rey. ¿Quién se había atrevido a escapar? Aquello era inconcebible, un error tan grande como ese podría traer problemas grandes, no sólo entre ellos, la criatura que había escapado podría ser capaz de reclutar y atentar en su contra, non era algo que le preocupara en realidad, un ataque era lo menos importante, cada criatura que se encontraba dentro de ese tablero, era lo suficientemente apto para acabar con un gran batallón de los suyos, de lobos, y ni se diga que de humanos. Lo reprobable era la falta, el descuido. Permaneció en silencio. ¿Qué podía decir? Prefería un silencio prudente, analizar una verdadera solución, a seguir hunduéndose en la estupidez del gran error ya cometido.
Marishka Marquand- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
"I always laugh
in silence
but I always do"
in silence
but I always do"
Se dice que la atención pura -aquella que no es disipada por ninguna clase de estorbo- es la que se aboca en el objeto que encierre cierta carga emocional para quien le contemple. Pero de no ser preciso el caso expuesto, aquello que produce silencioso análisis en la mente de su receptor, claramente ha de poseer como característica principal el misterio, un dejo de intriga que lleve a su espectador a un nivel de curiosidad tal como para que todos y cada uno de sus sentidos se incrusten en la envolvente esencia frente a sus ojos, merecedora sin duda alguna -por sus enigmáticas singularidades- de la completa atención ajena.
Dauphine sentía despierta esa sensación de explorar, de querer saber más solamente en dos ocasiones precisas; cuando sus azulados ópalos se posaban tanto en la figura de Mihkail o en la de su hermano, claro que para éste último toda acción se daba bajo un telón sigiloso del que nadie pudiese sospechar jamás. La rubia mantenía en lo más profundo de su interior una peculiar ambivalencia con aquellos dos inmortales y en cierta forma deseaba dar pasos firmes a la hora de tomar cualquier decisión para con ellos. Los errores estúpidos eran ocupados por otros y la condenada no caería en ese grupo de impulsivos inconscientes incluso cuando su apariencia externa pareciese reflejarla como la mas propensa, la mas partidaria a caer en las redes de la equivocación. Sosegados yacían los conocimientos adquiridos a través del tiempo por ser una de las inmortales más longevas del tablero, dato que creía ni la mitad de aquellos que la rodeaban tuvieran presentes. Otra ineptitud más para añadir a sus cuestionables listas de carencias.
Anuló por completo aquel jovial y denodado cruce de piernas ante la escoltada llegada del Rey, al fin y al cabo era el único a quien ella sentía debía impartirle un sentimiento de sincero respeto. Hubiese gustado de sonreír para manifestarle a las damas del tablero lo poco que le importaba si éstas veían alguna falta en sus acciones, pero en el fondo tenia presente que dicho gesto no seria ni apropiado ni conveniente para lo que con tanto esmero ésta venía proyectando con anterioridad en antiguas reuniones.
Sus acrisolados orbes se clavaron cuan estacas en la impetuosa complexión de aquel que tomaba asiento en el trono con el que tan astutamente se había hecho. Frente a la presencia de Tiberius la postura de Dauphine cambiaba radicalmente, tornándose mas firme, rígida. Un tonto gesto que mínimamente revelaba ese dejo humano, de la damisela joven e inexperta que seis siglos atrás la inmortal había sido.
Abocada completamente en la presencia del líder del Fangtasia, fueron necesarios aquellos descontentos y precisos vocablos por parte de él los que lograron apartar a la rubia de estado de sigilosa contemplación en el que se encontraba, anulando por completo todo aquel grupo de singulares personas que le rodeaban desde diferentes ángulos que parecían hasta escogidos estratégicamente.
Y nuevamente el tema del error caía sobre la mesa, algo que evocaba un sentimiento de doble filo en la vampiresa; por un lado el engorro de sabiéndose parte de la seguridad del Club no haber hecho nada al respecto para evitar la situación expuesta y por otro, el regocijo interno de saber que quien haya tenido un estúpido descuido del que Tiberius era consciente, pagaría por ello. Pero la encrucijada se daba al no saber con exactitud cual de los lados de la moneda se haría con el castigo. El Rey decidía y seguramente tenia muy presente las dos opciones en las cual podía recaer su mano rígida.
Dauphine pensó en si llevar o no sus ojos ante aquellos que consideraba totales responsables del disgusto presente en el Rey del tablero. Sí, veía culpables a las piezas encargadas tanto del reclutamiento de mascotas para el Club como de resguardar las espaldas de Tiberius, ya sea por ineptitud de no estar al tanto de la astucia de quien se les había escapado, así como por aún no haber aniquilado al estúpido fugitivo. La seguridad de líder fuera de las puertas del Club era su tarea y no la estaban cumpliendo bien.
¿Pero hasta que punto ver machacada nuevamente la presencia de Xrisí era algo disfrutable o acaso productivo cuando ésta pareciese complacida cada vez que recibía un castigo de cual a primera vista no alcanzaba a aprender nada?
Se mantuvo al margen de forma pertinente sobre el asunto, sumergiéndose nuevamente en el silencio y la contemplación que la ficha principal merecía.
Dauphine Terrié- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Un jugador de Ajedrez es primordialmente un actor.
Silencio, el peor de los ruidos jamás considerado como sinfonía de muerte. Era la ausencia del sonido la que comenzaba a tergiversar los pensamientos anidados en la mente, la carencia que provoca el nacimiento de la esquizofrenia y la paranoia. En silencio, los demonios salen a cazar, buscan la forma de atacar a su víctima y sólo cuando no se escucha ni un ánima en pena, se puede estar seguro que las cosas no andan nada bien. Apesta. Las miradas, el sentimiento de saberse culpable o la incertidumbre de no entender lo que ocurría. Las posiciones del tablero habían cambiado y ella tenía que acoplarse a la nueva partida. En cada una de las jugadas, en todos los imperios, el error que los soldados cometen no es de ellos si no de quien está tras el poder. Una mala dirección, una pésima estrategia, la toma de decisiones a la ligera; ese tipo de faltas las comete cualquiera incluso aquel que se jacta de servirle a la victoria durante milenios. Las monarquías no duran mucho tiempo y en este mundo existen demasiados herejes que desean coronarse como señores, sólo pocos lo consiguen, son sólo unos cuantos los que están ahí… justo donde Mikhail se encuentra ahora. Pero ni siquiera sus afilados ojos celestes sobre cada uno de ellos podría hacerlos hablar.
El tiempo para ellos es relativo y no, no se aprende más sobre la vida con los años enmarañados en el cabello, Hannes se lo hizo saber a Aria de una forma poco convencional y ella lo aprendió del mejor maestro ¿Qué importa si los milenios visten tu cuerpo cuando nada de lo que se ha vivido te ha dejado la experiencia que un niñato de siete años puede tener al compartir con alguien mas la mejor apertura del ajedrez? Ahí, rodeada de vampiros sanguinarios y alguno que otro simplón, estaba consciente del peligro que figuraba en cada uno de ellos, sin embargo, había factores a su favor que ni siquiera el mismo Mikhail sospecharía. Abatida, fastidiada del desasosiego, se dispuso a ser la primera en romper con ese velo nocturno lleno de silencio –Sigo sin poder entender el por qué te temen tanto, Mikhail- Tomó la copa de la cual había estado bebiendo e irguió su cuerpo para encaminarse hasta el altar en donde su líder vampiro se encontraba. No le merece respeto por si misma y la lealtad que puede o no prestarle a los Argeneau es meramente comprada por alguien mas fuerte que ella. Pero entender los motivos o las razones que la colocan como un suplente en el tablero, es cosa que sólo al rey le atañe. Por otra parte, la pelirroja consentía a su amo aún cuando la hostilidad fuese la única cara de la moneda.
Un sorbo bastó para terminar su bebida, se plantó frente a él con esa jodida mueca autosuprema. La seguridad que irradiaba era tan letal que pecaría de arrogancia y quizá fuese castigada por Mikhail, pero sería una reverenda tontería que éste gastara sus fuerzas en recriminar la presunción debido a que no ha cometido ninguna falta. A estas alturas más de uno la vería de forma despectiva al atreverse a hablarle de esa forma a su señor, pero poco le interesa el juicio de los presentes que no son más que piezas sacrificables, incluso la reina puede ser una ofrenda inteligente si se teje la telaraña con sumo cuidado. Frunció el ceño. Hannes le había dedicado instrucciones bastante claras, además de una pequeña reseña de cómo debía ser su actuación ante ellos. Se mordió la lengua. –Analicemos la cuestión, Mikhail. Es imposible que alguien ‘escape’- Hizo énfasis en la última palabra. –Ahora, alguien lo ha conseguido, pero es prioridad darle casa… no deseo desenmascarar a nadie pero, aparte de que alguien no está haciendo bien su trabajo, es posible que estén traicionándot,e Mikhail. Un hombre que no es atrapado tras un mes de búsqueda debe considerarse como aliado o protegido de uno de los integrantes que le dan caza. Sería demasiada coincidencia que con tanto soldado 'calificado' pudiese escapar tan fácilmente- Dio media vuelta y enfocó sus orbes de fuego en los presentes. –No culpes a los miembros de mi clan. Ambos sabemos que Hannes... y él es imposible que te traicione. - Entornó su vista a Christos. A él no se le podía culpar por nada, no mientras su cuartada perfecta eran los Bergtröms. De alguna forma esto debería descartar culpables.
Rostros inescrutables, mirada petrificadas, Aria también puede jugar a no ser más que una maldita gárgola prudente y no moverse de su lugar, pero le resultaba tan aburrido que… Se acercó hasta Mikhail. No lo reverenció, simplemente se atrevió a romper con la distancia –Él está aquí Mikhail y quiere verte ahora. Si no puedes o crees que es menos importante que toda esta parafernalia, no tengo otra alternativa.- Los ojos mortíferos de Aria se clavaron amenazantes en la mirada viperina de Mikhail “Eres tú o soy yo” Pensó para sus adentros. Se arrodilló frente a él suplicante. Si había algo que le fascinaba al vampiro era exactamente eso, ver la humillación de quienes le rodean sin importar de quien se trate. –Si lo que necesitas es un culpable para poder acudir a él, aquí estoy yo, Mikhail, pero por favor… Hannes esta muriendo y necesita verte antes que eso ocurra- Musitó apenas audible para él colocando sus gélidas manos sobre las rodillas de Mikhail. Con el ceño fruncido, sería la mejor actuación de la vampiresa en toda su vida. –Eres el único en quien Hannes confía, ergo, debo mi lealtad a ti y en caso que su inmortalidad se extinga, es imprescindible que sepa si estaremos en buenas manos bajo tu yugo- Agachó la mirada y torció los labios en una mueca lastimera. Algo de todo eso era verdad, Hannes cada vez se deterioraba más. ¿Qué pasaría con Aria, con Christos una vez que él pereciera? ¿Mikhail sería capaz de soportar los desplantes de esa mujer a cambio de los servicios que puede o no ofrecerle?
El tiempo para ellos es relativo y no, no se aprende más sobre la vida con los años enmarañados en el cabello, Hannes se lo hizo saber a Aria de una forma poco convencional y ella lo aprendió del mejor maestro ¿Qué importa si los milenios visten tu cuerpo cuando nada de lo que se ha vivido te ha dejado la experiencia que un niñato de siete años puede tener al compartir con alguien mas la mejor apertura del ajedrez? Ahí, rodeada de vampiros sanguinarios y alguno que otro simplón, estaba consciente del peligro que figuraba en cada uno de ellos, sin embargo, había factores a su favor que ni siquiera el mismo Mikhail sospecharía. Abatida, fastidiada del desasosiego, se dispuso a ser la primera en romper con ese velo nocturno lleno de silencio –Sigo sin poder entender el por qué te temen tanto, Mikhail- Tomó la copa de la cual había estado bebiendo e irguió su cuerpo para encaminarse hasta el altar en donde su líder vampiro se encontraba. No le merece respeto por si misma y la lealtad que puede o no prestarle a los Argeneau es meramente comprada por alguien mas fuerte que ella. Pero entender los motivos o las razones que la colocan como un suplente en el tablero, es cosa que sólo al rey le atañe. Por otra parte, la pelirroja consentía a su amo aún cuando la hostilidad fuese la única cara de la moneda.
Un sorbo bastó para terminar su bebida, se plantó frente a él con esa jodida mueca autosuprema. La seguridad que irradiaba era tan letal que pecaría de arrogancia y quizá fuese castigada por Mikhail, pero sería una reverenda tontería que éste gastara sus fuerzas en recriminar la presunción debido a que no ha cometido ninguna falta. A estas alturas más de uno la vería de forma despectiva al atreverse a hablarle de esa forma a su señor, pero poco le interesa el juicio de los presentes que no son más que piezas sacrificables, incluso la reina puede ser una ofrenda inteligente si se teje la telaraña con sumo cuidado. Frunció el ceño. Hannes le había dedicado instrucciones bastante claras, además de una pequeña reseña de cómo debía ser su actuación ante ellos. Se mordió la lengua. –Analicemos la cuestión, Mikhail. Es imposible que alguien ‘escape’- Hizo énfasis en la última palabra. –Ahora, alguien lo ha conseguido, pero es prioridad darle casa… no deseo desenmascarar a nadie pero, aparte de que alguien no está haciendo bien su trabajo, es posible que estén traicionándot,e Mikhail. Un hombre que no es atrapado tras un mes de búsqueda debe considerarse como aliado o protegido de uno de los integrantes que le dan caza. Sería demasiada coincidencia que con tanto soldado 'calificado' pudiese escapar tan fácilmente- Dio media vuelta y enfocó sus orbes de fuego en los presentes. –No culpes a los miembros de mi clan. Ambos sabemos que Hannes... y él es imposible que te traicione. - Entornó su vista a Christos. A él no se le podía culpar por nada, no mientras su cuartada perfecta eran los Bergtröms. De alguna forma esto debería descartar culpables.
Rostros inescrutables, mirada petrificadas, Aria también puede jugar a no ser más que una maldita gárgola prudente y no moverse de su lugar, pero le resultaba tan aburrido que… Se acercó hasta Mikhail. No lo reverenció, simplemente se atrevió a romper con la distancia –Él está aquí Mikhail y quiere verte ahora. Si no puedes o crees que es menos importante que toda esta parafernalia, no tengo otra alternativa.- Los ojos mortíferos de Aria se clavaron amenazantes en la mirada viperina de Mikhail “Eres tú o soy yo” Pensó para sus adentros. Se arrodilló frente a él suplicante. Si había algo que le fascinaba al vampiro era exactamente eso, ver la humillación de quienes le rodean sin importar de quien se trate. –Si lo que necesitas es un culpable para poder acudir a él, aquí estoy yo, Mikhail, pero por favor… Hannes esta muriendo y necesita verte antes que eso ocurra- Musitó apenas audible para él colocando sus gélidas manos sobre las rodillas de Mikhail. Con el ceño fruncido, sería la mejor actuación de la vampiresa en toda su vida. –Eres el único en quien Hannes confía, ergo, debo mi lealtad a ti y en caso que su inmortalidad se extinga, es imprescindible que sepa si estaremos en buenas manos bajo tu yugo- Agachó la mirada y torció los labios en una mueca lastimera. Algo de todo eso era verdad, Hannes cada vez se deterioraba más. ¿Qué pasaría con Aria, con Christos una vez que él pereciera? ¿Mikhail sería capaz de soportar los desplantes de esa mujer a cambio de los servicios que puede o no ofrecerle?
Mstislav Lèveque- Cazador Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Un hombre verdaderamente sabio, suele parecer poco ingenioso.
El piano dejó su fúnebre cantata, la dueña de esas notas musicales quedó helada al ver ese rostro cruzar el umbral de la puerta. Arqueó una ceja y pasó al lado de él sin prestarle importancia, nadie sospecharía que bajo las sábanas o detrás de las gigantescas puertas en el castillo de If ambos se dedicaban noches en vela haciéndose el amor. Fingir ser un par de desconocidos, ocultar las miradas de deseo, convertir el desasosiego en parte de su rutina; sólo era la mitad de todas las cosas que debía hacer para no permitir la ruptura de su cabalística relación. Darse el lujo de padecer ante la tentación y perder la compostura frente al elenco de Tiberius, significaría su ruina y no había mejor táctica que la distracción. Para Amber resultaba más fácil meterse en problemas y llamar la atención por la cantidad de faltas cometidas que el hecho de estar cometiendo felonía a su esposo, pero a nadie debía importarle si ella se revuelca con el hermano o con quien le de su regalada gana; el pacto lo firmó con su consorte, sólo él poseía el derecho suficiente como para expiar sus culpas.
Insignificante, para muchos es la palabra que describe a Amber a la perfección, un rostro bonito pero que carece de inteligencia propia y que sólo sigue órdenes según lo dicte su amo. Pero se equivocan, la ingenuidad de la fémina resulta ser su mejor arma. Las apariencias engañan y durante siglos siempre ha sido la mejor estrategia en el campo de batalla. Amber proviene de uno de los imperios más importantes a lo largo de la historia, sus estrategas eran tan frívolos y extremadamente calculadores que les aseguró la victoria en más de una ocasión. Su mejor jugada, el caballo de Troya. Esa técnica era exactamente la que ataviaba las intenciones de la rubia, siempre contrarrestando los ataques con peripecias. No se daban cuenta que durante todo ese tiempo ella estudió sus reacciones, las palabras que utilizaron y el tiempo de respuesta que se les llevó en actuar. El veneno de la hembra no está en escupir palabras despectivas o hacer alarde de su poder, porque las palabras se las lleva el viento, porque el poder no significa nada si no se sabe como cargarlo. Durante trecientos años tuvo la oportunidad de desarrollar sus habilidades, Tiberius la ponía a prueba y cada que fallaba era (obviamente) castigada, de aquí surge el trastorno del masoquismo. Una de las cualidades que él agradece, pero no era todo lo que ella podía ofrecer…
Dicen que los vampiros no tienen aura, para Amber no es así. Las sombras vacilaban alrededor de la habitación, eran como demonios merodeando el alma de un niño. Unas más claras que otras y unas más afiladas que las anteriores. Cada una de esas representaciones de obscuridad simbolizaban las intenciones de los caballeros y las damas. También se cree que el crudo invierno es ignorado por la piel pálida de los no muertos, pero igual, es un error. El frío se esparcía por las esquinas y la neblina ocultaba la risa de quienes presenciaban con alevosía o afecto el acenso de Tiberius a su trono. Los demonios que antes habían estado ocultándose entre las sombras, ahora proclamaban alabanzas a su líder, era demasiado perfecto para ser verdad. Se unió al festejo pero en cuanto la cuestión salió de sus labios, las risas callaron y el llanto apareció. En más de una ocasión los fantasmas de sus almas palidecieron, otros se mostraron tajantes, como si la falta estuviese en manos de alguien más. Su sexto sentido se agudizó, observó como la sombra que emanaba del cuerpo de Dauphine se abalanzaba sobre ella para clavarle una estaca. Ilusiones, sólo eso eran, nada más falso que simples fantasías pero la mentira más eficaz resulta ser siempre la verdad. Perder el tiempo con esa vampiresa tratando de adivinar sus intenciones atrapando su aura para leerla la distraería de alguien a quien consideró una amenaza…
Aria Bergström; la desgraciada mujer poseía el mismo aroma que capturó en la oficina de Tiberius minutos atrás y juraría que la daga que su sombra esconde tras la sonrisa, va dirigida contra él. Aprovechó el movimiento de la pelirroja para posicionarse al lado de su señor. La frente en alto, sus ojos observando sin ver. Se concentraba en la habilidad del peligro sin restar importancia a sus otros sentidos. Escuchó lo que tenían que decir para defenderse, es evidente que una situación como esa todos se lavarían las manos, pero le sorprendió la forma en la que ella habló. Frunció el ceño y estuvo a punto de atacarla cuando se le aproximó a Tiberius. Rugió, pero bastó solo una mirada de él para que regresara a su lugar “Ella apesta, Tiberius, no creas lo que dice, puedo ver sus designios. Es traicionera y su actuación aunque brillante, no oculta su esencia de mí” Le advirtió.
Había llegado la hora de sacar las uñas, de probar que no sólo es una cara bonita detrás de una mente indomable como la de su esposo. -¿Por qué habríamos de descartarte Aria?- Cuestionó con un tono malicioso en su voz. Toda una red de conclusiones había sido disparada de sus pensamientos, es posible que Tiberius ya los hubiese escuchado gracias a su telepatía, pero necesitaba que todos prestaran atención. –Esto les atañe a todos, excepto a la guardia personal de Tiberius ¿Por qué?- Sonrió con supremacía. –Un prisionero logró evadir la seguridad del Fagntasia, apoyo tu teoría de la traición, querida… porque es inútil incluso para nosotros intentar hacerlo- Hablaba la voz de la experiencia, lo cual la colocaría en una posición difícil de debatir –Los principales sospechosos son los encargados de esta área ¿No es así? ¿Lucian, Christos, Marishka, Dauphine? Pero tampoco menospreciemos los otros puestos, las demás fichas. Quieren eliminar sospechosos, perfecto… comencemos- Le dedicó una mirada a Tiberius, sólo le pedía tiempo para concretar sus teorías –No puedo iniciar con peones porque ellos están incapacitados al acceso a las mazmorras, así que quien sigue somos nosotros.- Sonrió con nerviosismo e ironía –Torres. Nosotros protegemos las espaldas de Tiberius, no el Fagntasia como tal, si es necesaria nuestra presencia aquí lo hacemos de lo contrario debemos seguir los pasos de nuestro señor y hace un mes, el único que pudo acompañar a Tiberius fue Amser, yo estaba encerrada en If, así que no, no fui yo. Al no estar al lado de mi esposo, Marishka me suplió… por otra parte Lucian, uno de los Caballos y encargados de la seguridad, se encontraba realizando tus tareas, Tiberius- Hizo una pausa para tomar aire como si lo necesitara –Tomando estos datos en cuenta, somos cuatro los que pasamos al lado de los ‘inocentes’. Pero vamos, me gustaría que alguien más se defienda, ¿Dauphine? ¿Cuál es tu coartada?- Jaque mate.
"Si gustas, puedes escuchar las plegarias de Aria y eliminarla junto con el mudo, Tiberius. Así sólo nos quedan dos sospechosos. Pero todo depende de ti, ya me encargué de lavarme las manos además de reducir la lista lo suficiente como para que salga el traidor a disipar todas tus dudas. No puedo hacer más, a menos que se sepa el nombre de la criatura y salir a rastrearlo, podemos incluso utilizar a uno de los licántropos que mantienes encerrados con la promesa de su libertad si nos ayuda a encontrar al traidor. Pero eso, como ya lo dije lo dejo a tu juicio, después de todo tú mandas."
Insignificante, para muchos es la palabra que describe a Amber a la perfección, un rostro bonito pero que carece de inteligencia propia y que sólo sigue órdenes según lo dicte su amo. Pero se equivocan, la ingenuidad de la fémina resulta ser su mejor arma. Las apariencias engañan y durante siglos siempre ha sido la mejor estrategia en el campo de batalla. Amber proviene de uno de los imperios más importantes a lo largo de la historia, sus estrategas eran tan frívolos y extremadamente calculadores que les aseguró la victoria en más de una ocasión. Su mejor jugada, el caballo de Troya. Esa técnica era exactamente la que ataviaba las intenciones de la rubia, siempre contrarrestando los ataques con peripecias. No se daban cuenta que durante todo ese tiempo ella estudió sus reacciones, las palabras que utilizaron y el tiempo de respuesta que se les llevó en actuar. El veneno de la hembra no está en escupir palabras despectivas o hacer alarde de su poder, porque las palabras se las lleva el viento, porque el poder no significa nada si no se sabe como cargarlo. Durante trecientos años tuvo la oportunidad de desarrollar sus habilidades, Tiberius la ponía a prueba y cada que fallaba era (obviamente) castigada, de aquí surge el trastorno del masoquismo. Una de las cualidades que él agradece, pero no era todo lo que ella podía ofrecer…
Dicen que los vampiros no tienen aura, para Amber no es así. Las sombras vacilaban alrededor de la habitación, eran como demonios merodeando el alma de un niño. Unas más claras que otras y unas más afiladas que las anteriores. Cada una de esas representaciones de obscuridad simbolizaban las intenciones de los caballeros y las damas. También se cree que el crudo invierno es ignorado por la piel pálida de los no muertos, pero igual, es un error. El frío se esparcía por las esquinas y la neblina ocultaba la risa de quienes presenciaban con alevosía o afecto el acenso de Tiberius a su trono. Los demonios que antes habían estado ocultándose entre las sombras, ahora proclamaban alabanzas a su líder, era demasiado perfecto para ser verdad. Se unió al festejo pero en cuanto la cuestión salió de sus labios, las risas callaron y el llanto apareció. En más de una ocasión los fantasmas de sus almas palidecieron, otros se mostraron tajantes, como si la falta estuviese en manos de alguien más. Su sexto sentido se agudizó, observó como la sombra que emanaba del cuerpo de Dauphine se abalanzaba sobre ella para clavarle una estaca. Ilusiones, sólo eso eran, nada más falso que simples fantasías pero la mentira más eficaz resulta ser siempre la verdad. Perder el tiempo con esa vampiresa tratando de adivinar sus intenciones atrapando su aura para leerla la distraería de alguien a quien consideró una amenaza…
Aria Bergström; la desgraciada mujer poseía el mismo aroma que capturó en la oficina de Tiberius minutos atrás y juraría que la daga que su sombra esconde tras la sonrisa, va dirigida contra él. Aprovechó el movimiento de la pelirroja para posicionarse al lado de su señor. La frente en alto, sus ojos observando sin ver. Se concentraba en la habilidad del peligro sin restar importancia a sus otros sentidos. Escuchó lo que tenían que decir para defenderse, es evidente que una situación como esa todos se lavarían las manos, pero le sorprendió la forma en la que ella habló. Frunció el ceño y estuvo a punto de atacarla cuando se le aproximó a Tiberius. Rugió, pero bastó solo una mirada de él para que regresara a su lugar “Ella apesta, Tiberius, no creas lo que dice, puedo ver sus designios. Es traicionera y su actuación aunque brillante, no oculta su esencia de mí” Le advirtió.
Había llegado la hora de sacar las uñas, de probar que no sólo es una cara bonita detrás de una mente indomable como la de su esposo. -¿Por qué habríamos de descartarte Aria?- Cuestionó con un tono malicioso en su voz. Toda una red de conclusiones había sido disparada de sus pensamientos, es posible que Tiberius ya los hubiese escuchado gracias a su telepatía, pero necesitaba que todos prestaran atención. –Esto les atañe a todos, excepto a la guardia personal de Tiberius ¿Por qué?- Sonrió con supremacía. –Un prisionero logró evadir la seguridad del Fagntasia, apoyo tu teoría de la traición, querida… porque es inútil incluso para nosotros intentar hacerlo- Hablaba la voz de la experiencia, lo cual la colocaría en una posición difícil de debatir –Los principales sospechosos son los encargados de esta área ¿No es así? ¿Lucian, Christos, Marishka, Dauphine? Pero tampoco menospreciemos los otros puestos, las demás fichas. Quieren eliminar sospechosos, perfecto… comencemos- Le dedicó una mirada a Tiberius, sólo le pedía tiempo para concretar sus teorías –No puedo iniciar con peones porque ellos están incapacitados al acceso a las mazmorras, así que quien sigue somos nosotros.- Sonrió con nerviosismo e ironía –Torres. Nosotros protegemos las espaldas de Tiberius, no el Fagntasia como tal, si es necesaria nuestra presencia aquí lo hacemos de lo contrario debemos seguir los pasos de nuestro señor y hace un mes, el único que pudo acompañar a Tiberius fue Amser, yo estaba encerrada en If, así que no, no fui yo. Al no estar al lado de mi esposo, Marishka me suplió… por otra parte Lucian, uno de los Caballos y encargados de la seguridad, se encontraba realizando tus tareas, Tiberius- Hizo una pausa para tomar aire como si lo necesitara –Tomando estos datos en cuenta, somos cuatro los que pasamos al lado de los ‘inocentes’. Pero vamos, me gustaría que alguien más se defienda, ¿Dauphine? ¿Cuál es tu coartada?- Jaque mate.
"Si gustas, puedes escuchar las plegarias de Aria y eliminarla junto con el mudo, Tiberius. Así sólo nos quedan dos sospechosos. Pero todo depende de ti, ya me encargué de lavarme las manos además de reducir la lista lo suficiente como para que salga el traidor a disipar todas tus dudas. No puedo hacer más, a menos que se sepa el nombre de la criatura y salir a rastrearlo, podemos incluso utilizar a uno de los licántropos que mantienes encerrados con la promesa de su libertad si nos ayuda a encontrar al traidor. Pero eso, como ya lo dije lo dejo a tu juicio, después de todo tú mandas."
Última edición por Xrisí D'Argeneau el Lun Ago 13, 2012 12:32 am, editado 2 veces
Xrisí D'Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
A veces el que mas tonto parece, puede ser el mas listo
Entre en el club unos cuantos metros separados de la pareja de seres nocturnos que parecían tan acaramelados, uno de ellos era el señor que pagaba mis servicios de protección; nada mas entrar lo primero que inicio mi cabeza por instinto fue investigar cada mente que había en el recinto e informar si la situación lo requería, pero averigüé lo de siempre, egocentrismo por un lado, lujuria por otro, obediencia..., y algo de superioridad, - el pan de cada dia - pensé para mis adentros, y esboce una sonrisa tonta, pero curiosamente algo me sorprendió cuando entre en contacto con la mente Aria, y acto seguido informe a mi señor mentalmente - al parecer alguien interesante le espera en su despacho mi señor -. Me dirigí hacia la barra para servirme una cerveza fresca para refrescarme un poco el gaznate, mientras me la servían me quede embobado con la boca medio abierta observando todo aquello que me rodeaba, una enorme araña extravagante y que a simple vista se sabia que había costado bastante dinero, esta colgaba del techo iluminando el decorado salón de muebles finamente tallados por los mejores maestros ebanistas de la ciudad, la tapicería de los sillones y de los sofás era de la mejor tela jamas encontrada, el alcohol era exquisito, en pocas tabernas encontrabas tan buen alcohol; a decir verdad no estaba acostumbrado a tanto lujo, ya que me gustaba la sencillez, y un buen disfraz aveces es el que mas a la vista esta. Después de quedar embobado mirando el interior de la casa observe la ropa que llevaban los presentes de la sala, todos tenían ropas y vestidos de lujo, echas a medida por grandes y famosos costureros, de increíbles formas que realzaban aun mas su belleza, a continuación me mire a mi mismo, y me agarre el negro y oscuro abrigo largo y lo abrí ligeramente para ver lo que llevaba puesto, un pantalón no muy elegante pero serio, de color negro y elástico para poder moverme con soltura por los tejados de la ciudad, una camisa de color gris, unos zapatos no muy caros pero realmente cómodos para correr, saltar, y realizar múltiples acrobacias y mi abrigo y debajo de este situada en mi espalda mi fiel y sedienta arma enfundada; reí ligeramente, cogí mi cerveza y me fui a una esquina de la sala, cerca de la ventana, gracias a mis bastantes años como asesino, es una costumbre y un habito el estudiar toda la sala, sus puntos de ventaja y desventaja, lugares de entrada y salida, y lo mas fundamental, una salida de emergencia.
Mientras me dirigía a la ventana esboce una tonta sonrisa y comencé a tararear una vieja canción, aunque de esta manera no podía leer pensamiento, de la misma manera el resto de los integrantes de la reunión no podrían mas que escuchar una estúpida y antigua canción era una buena forma para evitar habilidades similares a las mías. Me senté en el lugar mas alto posible para tener una buena vista del lugar y tener bien protegido a mi señor Mikhail, pegue un sorbo a mi jarra y dio comienzo la reunión, y la primera frase que salio del rey hizo que mis ojos se abriesen de par en par, quien podría haber echo una estupidez como esa me pregunte, y me dio algo de pena el pobre diablo que se le habría escapado, o le hubiese dejado salir, y sin esperar respuesta la elegante señorita Bergström comenzó a hablar intentando pasar la sucia pelota a otro tejado para librarse de culpa, observe como Aria se acercaba demasiado a mi señor y utilice mi habilidad para entrar en su mente y averiguar que pasaba... - ¡bingo!, ya sabemos el nombre del personaje misterioso - se lo comunique mentalmente a Mikhail y bebí de nuevo de mi cerveza; la señorita Aria intento librarse del problema, cosa que no le salio muy bien la jugada, porque la señorita D' Argeneau contrarresto sus argumentos radicalmente volviéndola a llenar de mierda; volvía a ser culpable, Xrisi se la había colado hábilmente, a la vez que la volvía a culpar, nos exculpaba a las torres, ya que Xrisis se encontraba encerrada en If, y yo seguía los pasos de mi señor cuidando sus espaldas. Cuando dejo de hablar la mire, levante mi jarra y asentí con la cabeza con gesto agradecido, aunque sabia que no les gustaba por mi apariencia y mi trabajo, siempre e sabido agradecer a los demás las cosas.
Di otro trago a la cerveza y comencé a hablar desde mi apartado lugar - no se en que estaríais pensando o que motivos hubo de por medio para que sucediese este percance..., pero una cosa es seguro, como muy bien dice nuestra compañera, nosotros, las torres, nos ocupamos de proteger al rey, y no de la seguridad de las mazmorras - puse cara de tonto y realice una amplia sonrisa alegre - ¿no estarías realizando trabajos manuales con tu querido marido doña Bergström, en vez de cuidar el ganado? - ladee ligeramente la cabeza mirándola de reojo haciendo que la tez de mi cara se volviese siniestra y sádica - que por cierto todavía no lo eh visto por aquí, quería saludarle y que me hablase de sus batallas - mire de reojo al resto y amplié mi sonrisa dejando ver la fila superior de mis blancos dientes, se que no les asustaba, pero me quería divertir y aveces hay que dejarse notar - según un libro que realmente me encanta, el arte de la guerra se basa en el engaño, pero bueno, yo me encontraba fuera así que tampoco se mucho - dicho esto termine mi jarra de un solo trago y me quede esperando haber que sucedía a continuación
Amser Deligt- Vampiro Clase Media
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
La realidad tirana comenzó a formarse a su alrededor como una construcción a escala que es armada con minucia, poco a poco, los muros, los muebles, los aromas, sonidos y presencias que no pertenecían o atañían a Xrisí cayeron en su sitio y le recordaron de golpe dónde estaba y por qué. Salió de su embarazoso estupor personal, sin cambiar el frío rostro inexpresivo que le ayudó a salir airoso de tan vergonzosa situación. Caminó sin mirar a Amber de nuevo, no saludó a nadie porque nadie merecía su cortesía y se apartó en una esquina, su espalda se pegó a la pared, como empujado por una fuerza externa que lo mantenía de ese modo. U sito estratégico porque desde aquella atalaya improvisada podía verlos a todos, lame botas de Mikhail. Observó de reojo al lacayo de los Bergström quien encendía su pipa, pensó que su ropa perdería pronto la esencia de la puta que le sirvió esa tarde y se impregnaría con el aroma de la nicotina. Luego dio un vistazo general, sin moverse, sin abrir la boca, sumido… hundido en las sombras como haciéndose a la idea de que ese era su eterno destino, que la umbría que desprendía Anthony y Tiberius era simplemente demasiada como para luchar contra ella.
Y ese era el concepto general sobre el, «el otro Argeneau», el que importaba menos si es que se le concedía el beneficio de importar. Aunque siempre había odiado esa asignación sobre su persona, jugaba a veces a su favor, pues era igual de letal que su hermano –quizá su mayor defecto era carecer de madera de líder- aunque su matanza era menos sistemática y más por el simple placer de llevarla a cabo, sin ningún fin, a sabiendas que eso era peor por donde se le viera, que la carrera por un poder invisible y que ya se tiene. Observó con calma desmedida la llegada del rey, se deleitó con los rostros de todos, quizá menos con el de Amber –tan suya y tan no suya- al ver como su rey se posaba sobre su trono. Y escuchó, claro que escuchó y arqueó una ceja ante la cuestión, sus brazos cruzados se apretaron imperceptiblemente ante el debate que había sido lanzado como se gira el barril de una pistola al jugar ruleta rusa. Pensó en quién sería el primero en cometer seppuku voluntario.
Se removió en su lugar observando las actuaciones que podían ser todo lo buenas que quisieran sus ejecutantes, pero él no se tragaba el cuento y vinieron las descalificaciones. Rio, quizá demasiado audible, un sonido corto y burlón y no se movió. Nadie sabía que, a pesar del poco valor que su hermano le daba, porque en realidad no se lo daba a nadie más que a sí mismo, y a pesar de la metódica forma en que se revolcaba con Xrisí cada que tenían oportunidad, su fidelidad primordial era para con él. Era el Garm en las puertas del Helheim, el Cerbero en la entrada del Hades. Un eterno guardián, salvaje, visceral e impulsivo, pero perro al fin, al que su amo corre a golpes y regresa porque siempre ha de regresar.
Miró a Mikhail después de no mirar a nadie en específico, lo miró a los ojos, le preguntó en silencio a dónde quería llegar, a parte, desde luego, de descubrir el paradero del fugitivo y si de hecho había un traidor entre los suyos, que no sonaba en absoluto descabellado. Sintió en ese instante que era el único de los presentes con la autoridad de hacer tal cuestionamiento, tal vez y muy probablemente sus dudas no fuesen respondidas, pero tenía ese cierto atisbo de poder, de permiso para con su rey.
Lucian no se sorprendía de absolutamente nada de lo que estaba sucediendo. Aunque todos, se suponía, estaban de un mismo lado del tablero, ninguno de los presentes dudaría en arrancarle la cabeza al de al lado. Eran vampiros, entre los suyos no existía el juego leal.
Y ese era el concepto general sobre el, «el otro Argeneau», el que importaba menos si es que se le concedía el beneficio de importar. Aunque siempre había odiado esa asignación sobre su persona, jugaba a veces a su favor, pues era igual de letal que su hermano –quizá su mayor defecto era carecer de madera de líder- aunque su matanza era menos sistemática y más por el simple placer de llevarla a cabo, sin ningún fin, a sabiendas que eso era peor por donde se le viera, que la carrera por un poder invisible y que ya se tiene. Observó con calma desmedida la llegada del rey, se deleitó con los rostros de todos, quizá menos con el de Amber –tan suya y tan no suya- al ver como su rey se posaba sobre su trono. Y escuchó, claro que escuchó y arqueó una ceja ante la cuestión, sus brazos cruzados se apretaron imperceptiblemente ante el debate que había sido lanzado como se gira el barril de una pistola al jugar ruleta rusa. Pensó en quién sería el primero en cometer seppuku voluntario.
Se removió en su lugar observando las actuaciones que podían ser todo lo buenas que quisieran sus ejecutantes, pero él no se tragaba el cuento y vinieron las descalificaciones. Rio, quizá demasiado audible, un sonido corto y burlón y no se movió. Nadie sabía que, a pesar del poco valor que su hermano le daba, porque en realidad no se lo daba a nadie más que a sí mismo, y a pesar de la metódica forma en que se revolcaba con Xrisí cada que tenían oportunidad, su fidelidad primordial era para con él. Era el Garm en las puertas del Helheim, el Cerbero en la entrada del Hades. Un eterno guardián, salvaje, visceral e impulsivo, pero perro al fin, al que su amo corre a golpes y regresa porque siempre ha de regresar.
Miró a Mikhail después de no mirar a nadie en específico, lo miró a los ojos, le preguntó en silencio a dónde quería llegar, a parte, desde luego, de descubrir el paradero del fugitivo y si de hecho había un traidor entre los suyos, que no sonaba en absoluto descabellado. Sintió en ese instante que era el único de los presentes con la autoridad de hacer tal cuestionamiento, tal vez y muy probablemente sus dudas no fuesen respondidas, pero tenía ese cierto atisbo de poder, de permiso para con su rey.
Lucian no se sorprendía de absolutamente nada de lo que estaba sucediendo. Aunque todos, se suponía, estaban de un mismo lado del tablero, ninguno de los presentes dudaría en arrancarle la cabeza al de al lado. Eran vampiros, entre los suyos no existía el juego leal.
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
«En el tablero como en la vida misma, hay piezas que, por momentos, pareciera que están de más».
El cuerpo del vampiro se tornó rígido ante la aparición del rey; lo observó con atención y respeto, más no con admiración o sumisión. Tal vez era un tanto irónico, pero el que Christos fungiera como uno de los Caballos dentro del tablero, no le obligaba a deshacerse en halagos por ese al que debía proteger. Christos lo respetaba por ser lo que era, y nada más; él no era un molesto adulador. Odiaba las hipócritas alabanzas, le parecían algo vergonzoso y a la vez humillante, una de las cosas más bajas a las que se podía someter un ser como el vampiro, seres que supuestamente hacen alarde de su poderío en la tierra. Tal vez por eso no le gustó demasiado la manera en la que Aria actuaba de pronto, lo había tomado por sorpresa.
Antes de que la Bergström se arrodillara frente al Argeneau, el rostro del vampiro se había elevado, mostrando su barbilla en signo de agradecimiento y casi había asentido cuando ella lo había mencionado. Utilizó ese gesto como una especie de agradecimiento a sus palabras, mismas donde aseguraba que él no era un traidor, que ninguno de los Bergström lo era. Cosas como esas eran las que alentaban a Christos a seguir siendo el perro fiel en el que se había convertido los últimos tres años. No importaban los constantes desplantes de sus amos, tarde o temprano le hacían ver –muy a su modo- la confianza que le tenían y eso era suficiente para seguir sirviéndolos incondicionalmente.
Despegó su espalda del respaldo de su asiento cuando vio a su ama, Aria, moverse de su lugar; adoptó una postura más rígida y correcta –más de la que ya mostraba de costumbre-, y la observó con atención, acercándose peligrosamente hasta el rey –su rey, no veía al rey de los demás como el suyo– y ciertamente no le sorprendió que la audaz vampiresa se atreviese a hablarle de esa manera manera, tan temeraria, al líder. Christos estuvo de acuerdo con la primera frase de la mujer, misma a la que algunos podían calificar como estúpida o irrespetuosa, pero nadie podía poner una duda cosa: esa mujer tenía cojones, más que cualquiera en esa habitación.
Aún así, aunque no hubiera extrañeza en el actuar de la inmortal de cabello rojizo, Christos decidió ponerse alerta, sólo por si acaso, y porque era su trabajo. El vampiro tenía como función proteger las espaldas del rey, pero aunque el fuera el dueño y creador del Fangtasia, para el vampiro de semblante imperturbable estaba primero ella, por encima de Mikhail, por encima de cualquiera. Los observó a todos, intentando identificar el menor movimiento que amenazara la integridad de la vampira, no porque pensara que ella no era capaz de defenderse por si sola, pero si decidían atacarla, él estaría allí, dándole su apoyo, siendo leal, dispuesto a morir a manos de los ocho vampiros que les observaban mientras intentaban desmenuzar la insolente situación en busca de un culpable. Christos clavó sus ojos en las dos vampiresas que ahora yacían alrededor del rey: Marishka y Xrií, sus dos putas. Lo hizo recelosa pero discretamente. Para él ellas eran las principales sospechosas en todo ese alboroto, tal vez en parte porque nunca había confiado del todo en las mujeres, por su carácter voluble, y si se tenía en cuenta que ellas eran dos de los ejemplares más frívolos dentro de las féminas de su especie, era mucho más entendible él decidiera ponerlas en tela de juicio.
Cuando Aria se puso en rodillas, instantáneamente él se puso de pie. Se aproximó al “trono” y continuó vigilando a los presentes; escuchándolos, sentenciando mudamente a aquel que se atreviera a ponerle un dedo encima a la que ahora suplicaba. Aunque jamás lo demostró, muy dentro de su ser sintió deseos de abalanzarse sobre Aria y obligarle a ponerse de pie, a no humillarse; pero él nadie era para juzgar sus actos. La respetó y vigilante se limitó a esperar lo que ocurriría a continuación, lo cual, teniendo en cuenta el carácter del líder, no podía ser nada bueno.
Christos- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
♝
Ahí en las entrañas de la tierra los condenados se reúnen en torno a las llamas del libertinaje. Lejos de la mirada de Dios, de los mortales, o la caricia del astro rey. Ni siquiera la luna es participe de semejante aquelarre, solo las tinieblas. Los dioses paganos se engrandecen así mismos con cantos, danzas y regocijantes rezos. Postran un altar de egos bañado en sangre de vírgenes sacrificados,
La magia del poder se muestra en orgias, brindis de sangre y juegos macabros.
Un delicioso consuelo solo para aquellos amantes de sangre...
Algún dia solo el polvo cubrirá las calaveras del elegante infierno, pero por ahora… Bienvenido al Club Fangtasia…
La magia del poder se muestra en orgias, brindis de sangre y juegos macabros.
Un delicioso consuelo solo para aquellos amantes de sangre...
Algún dia solo el polvo cubrirá las calaveras del elegante infierno, pero por ahora… Bienvenido al Club Fangtasia…
Como humo se resbalaba el deseo por la garganta, sofocando la paciencia, enardeciendo a los apetitos siniestros… sin embargo dejaba a la sensación acumularse, me estimulaba la tortura de la espera. Con el reflejo en los ojos de la entrada principal al club Fantagsia y una sonrisa anticipada en los labios, saboreaba como el demonio se inflamaba en mi interior, en un par de horas asesinaría al autocontrol, buscando saciarse en gargantas abiertas. Otro monstruo yacía a mi lado buscando liberarse… El perro rechinaba sus dientes y aullaba en dialecto humano, cansado de tanto revolotear en inútiles pretensiones de escape. Entre mis manos sostenía un asta en cuya extremidad coronaba una hoja puntiaguda de argento, apresurada resbale a la misma entre los barrotes de la celda clavándola en el muslo de la criatura, haciéndole agitar nuevamente sus alas dentro de la jaula de plata. Relamí los labios saboreando el dolor de su grito, el bramido de la bestia anuncio mi llegada.
--- Bienvenido a tu nuevo hogar, pulgoso --- Dije al instante que sacaba la lanza de sus carnaduras y saltaba hacia atrás un segundo antes que él se precipitara sobre las rejas intentando alcanzarme. Arrugue la nariz al olor de carne quemada. Justo en ese instante los guardias se presentaron para abrir de par en par las puertas del elegante infierno. Una tierna niña de palidez enfermiza avanzo temerosa a entregarme la caja de terciopelo, le cedí la lanza a la esclava de sangre y tome el delicado obsequio acercándolo a mi rostro para aspirar el tenue aroma de flores muertas. Adelantándome una vez recordado el retraso, avance por la alfombra escarlata, ingenioso color que disimula las manchas de sangre. Tras de mí los vasallos conducían la carroza en una marcha casi ceremoniosa, pisando mi propia sombra. Salude con una mirada los rostros de las piezas eternas de ajedrez…
--- Como pasa el tiempo… y henos aquí, siguiendo siendo los mismos. Feliz aniversario! --- Casi iba a chasquear la lengua….Todo igual! Marishka y Dauphine, solitarias muñequitas de porcelana a la espera del infante quien juegue con ellas; El cachorro de los Bergström, Christos. Siempre cuidado al petirrojo de Hannes, justo ahora arrodillada. Aquello era coincidencia del diablo! ¿No había sido la única esta noche en cometer una falta?; mas allá estaba Lucian, el buen Lucian, el segundon Lucian, odiándonos a todos tanto como se odiaba a sí mismo; Xrisi, creyéndose la reina de los condenados aunque sin tener la coronita puesta. Y siempre al final, Amser… tan olvidado era su aspecto del lujo embriagador del lugar como lo era el de entre todos los condenados, pero siempre observando. Era muy adorable. --- En verdad lamento el retraso pero ya saben lo difícil que es tratar con los perros… aun para los inmortales, el tiempo pasa volando. No te pido consideraciones, Mikhail, solo que me escuches. Estoy segura que va a interesarse --- Y aquí estaba el rey, igual de poderoso como lo estaba de fastidiado, veladamente interesado en el asunto. Rodee casi con sátira a Hannes, el faldón del oscuro vestido de seda se arrastraba por el suelo, subía adherido de forma ajustada a las formas del cuerpo como una segunda piel hasta terminar en un escote en forma de V, sin mangas. El lustroso cabello suelto cubría los hombros, resaltaba la gargantilla de plata en el cuello, extendí los brazos desnudos para entregarle el obsequio… nada menos que la mano putrefacta del licántropo que había escapado. --- No soy quien cuida el lugar, pero organizo los eventos. Trate de enseñarle nuevos trucos a un perro… pero huyo!. Dio mucha batalla a la hora de recuperarle, un mes afuera, se que te enteraste. Esto es todo lo que pude traer de el, y todo lo que quedo también...
Eve Trudeau- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/05/2012
Re: Las blancas mueven primero || Privado
El muro de silencio que separaba – y unía – a sus adversarios a él cuando los invitaba – obligaba – a jugar una partida, se alzó, casi automáticamente, en la mente de los presentes. La paciencia copuló con la indiferencia, embriagándolo con una tranquila amenaza que acechaba tras sus orbes carentes de alma. Las fichas de su tablero no estaban exentas de un enfrentamiento directo. Cualquiera de ellos podía abandonar su lugar entre los suyos – si así era su deseo – para encontrarse en la posición de rey en el lado contrario. El vértigo mental, ese remolino emocional que le hacía retorcer de placer ante la expectativa de destruir y humillar, era el arma más poderosa que nadie jamás podría esgrimir alegando su capacidad. El enfrentamiento no era, en realidad, entre dos; era una contienda consigo mismo. Es, después de todo, la propia inteligencia la que se pone en evidencia. El reconocimiento. La pesadilla retrospectiva. Si hubiera movido la torre, el caballo, el alfil – de tal o cual manera –, si hubiera desbaratado cada uno de sus movimientos u observado mejor sus gestos. Si hubiera. ¡Si hubiera! Esa es la avalancha de excusas que el vampiro está esperando escuchar de cualquiera de sus invitados. El silencio gime ante la atención brindada. Ella parece ser la anfitriona esa noche. Casi puede escucharla sisear cuando una esclava se acerca, enviándola a un segundo plano con el susurrar de sus pasos. Una bandeja con un cáliz espera con impaciencia. Cada centuria, su sangre y la de aquéllos que le han prometido lealtad, se mezcla en su interior. Hacerlo significa que estarán otros cien años bajo su yugo, pasar la copa, que han decidido abandonar su posición. ¡Ah! El libre albedrió no era más que una ilusión. Marcellus, un vampiro que le había servido durante los primeros años del club, había decidido – simplemente – que estar bajo su influencia ya no era… suficiente. Tiberius simplemente le había mirado y sonreído, incluso le había aplaudido, obligando así, a los demás, a unirse a los vítores por su estúpida valentía. Fueron sus mismos compañeros quienes habían dado la despedida al vampiro, divirtiéndose al arrancar sus extremidades para ver cuánto tardaban en crecer. El juego había terminado cuando la cabeza de Marcellus se desprendió por completo. Algunos de los presentes habían participado aquélla noche. Los más nuevos, sin embargo, desconocían de qué iba todo el asunto. Tiberius dudaba que alguno de los otros les hubiese puesto sobre aviso. No se soportaban. Se odiaban. Sus declaraciones solo lo confirmaban.
Una intensa ola de odio e ira golpeó la mente de Mikhail cuando el silencio fue roto por la insignificante pareja de Bergström. Su rostro permaneció ajeno a esa vorágine en su interior. Había aprendido demasiado pronto a disfrazar sus expresiones. En el juego – que era más que un maldito juego para él, ya que simbolizaba la guerra – su innata tranquilidad era lo que provocaba que sus víctimas se retorcieran como serpientes ante su perverso escrutinio. Aria podía seguir con su monólogo tanto cómo el decidiese hacer su propio movimiento. Esta era la parte que más le complacía. Lo dejaba satisfecho y famélico. Enarcó una ceja despectivamente, pero el gesto no iba dirigido hacia la vampiresa con aire de suficiencia sino a Lucian, quien parecía divertirse desde su esquina. “¿Cómodo, hermano?” Su rostro se ensombreció ante las últimas palabras de la vampiresa. Así que ese bastardo era quien se encontraba cómodo tras su escritorio. Una mueca – parecida a una sonrisa – asomó en su boca. Era por él que soportaba la presencia de ella. ¿Por qué había enviado a su mujer a negociar con él? No lo sabía. Ahora que las respuestas estaban solo a unos cuantos pasos, su interés despertó. ¿Qué había dicho ella? Que Hannes estaba ¿muriendo? ¿Qué clase de broma era esa? “¿Son las blancas o las negras quienes triunfan en el ajedrez, Bergström?” La cuestión fue emitida antes de que el pensamiento de Xrisí se abriera paso hasta su mente. Por primera vez, desde su llegada, le puso atención a su mujer. Los cumplidos habían dejado de importar desde que la había reclamado como su propiedad. Había sido una prostituta antes, nada diferente a lo que era ahora. Su hermano parecía el único conforme con los trozos sobrantes de carne. “Cuando haya terminado mis asuntos en Fangtasia, llevarás ante mí, a quien osó ayudarte esta noche. Tu libertad no incluía pasar por alto mis órdenes. Arreglaremos ese asunto más tarde, consorte.” Su voz era como el filo de una navaja. – Hannes responderá ante mí. Era una afirmación. No daba lugar a discusión. Su mirada – carente de cualquier pizca de diversión – se posó sobre el perro de los Bergström. ¿Cómo se llamaba? Era difícil recordarlo. En realidad, no quería. No le importaba. Era el más joven de todos. Sus amos estaban fallando seriamente en enseñarles modales. Alguien tenía que mostrarle cómo se sobrevivía entre inmortales. La llegada de Evangeline – sin embargo – lo salvó de su detallado estudio. El juego para ellos podía esperar.
- Así que has decidido honrarnos con tu presencia. El rostro de Mikhail desmentía sus palabras. La furia serpenteaba a través de su ser. Su esencia se emborrachó con todo ese mal que esperaba entre las sombras por su llamado. - No feliz con ello, también nos traes la solución al problema que nos aqueja. Su sarcasmo recayó – con más fuerza – en la última palabra. La mayoría, lejos de actuar, se retraían en sus acomplejadas mentes, esperando que otro más activara la trampa. Sus orbes no abandonaron la mirada de Eva. Ni siquiera cuando ésta extendió sus brazos para ofrecerle lo que quedaba del licántropo. Antes de que cualquiera de ellos pudiese percibir sus intenciones, abofeteó con fuerza el rostro de la hembra. El sonido hizo eco por toda la habitación. No le dio tiempo a enderezarse, su mano ya le había atrapado de la barbilla. – Ahora que sé que te gustan los trucos. Te enseñaré uno. La esclava que había estado esperando sus órdenes, desapareció por uno de los pasillos. Mikhail se había levantado en todo su esplendor. Sus rasgos malditos parecían estar esculpidos en granito. La levantó con brusquedad. Desde que su hermano le había llevado a Darius en unas condiciones devastadoras, había experimentado con él de mil formas. Su último descubrimiento lo había fascinado. Cuando creía que éste no tenía fuerzas para gritar, de alguna forma, lo había logrado. La esclava apareció a su lado. El cáliz había sido sustituido por un sinfín de pinzas. El Club estaba abastecido para todo tipo de entretenimiento. Agarró la primera que vio sin aflojar su agarre de la vampiresa. - ¿Sabéis cuanto tardan en crecer los colmillos de un vampiro? Evangeline no podía responder, así que él mismo lo hizo por ella. Sacudió su cabeza a los lados. - ¿Marishka? ¿Dauphine? ¿Lucian? ¿Lo sabe alguno? O es que prefieren que otro más salga a su defensa. La última vez que comprobé, todos tenían lengua. Sin ningún aviso, metió la pinza a la fuerza dentro de su boca. El primero de sus colmillos fue arrancado con bestialidad. El rostro y grito de Evangeline lo satisfizo. - ¿Algún otro voluntario, además de Aria? Quizás. No. Quizás no. Espero que quieran mostrarles sus trucos a la recién llegada.
Una intensa ola de odio e ira golpeó la mente de Mikhail cuando el silencio fue roto por la insignificante pareja de Bergström. Su rostro permaneció ajeno a esa vorágine en su interior. Había aprendido demasiado pronto a disfrazar sus expresiones. En el juego – que era más que un maldito juego para él, ya que simbolizaba la guerra – su innata tranquilidad era lo que provocaba que sus víctimas se retorcieran como serpientes ante su perverso escrutinio. Aria podía seguir con su monólogo tanto cómo el decidiese hacer su propio movimiento. Esta era la parte que más le complacía. Lo dejaba satisfecho y famélico. Enarcó una ceja despectivamente, pero el gesto no iba dirigido hacia la vampiresa con aire de suficiencia sino a Lucian, quien parecía divertirse desde su esquina. “¿Cómodo, hermano?” Su rostro se ensombreció ante las últimas palabras de la vampiresa. Así que ese bastardo era quien se encontraba cómodo tras su escritorio. Una mueca – parecida a una sonrisa – asomó en su boca. Era por él que soportaba la presencia de ella. ¿Por qué había enviado a su mujer a negociar con él? No lo sabía. Ahora que las respuestas estaban solo a unos cuantos pasos, su interés despertó. ¿Qué había dicho ella? Que Hannes estaba ¿muriendo? ¿Qué clase de broma era esa? “¿Son las blancas o las negras quienes triunfan en el ajedrez, Bergström?” La cuestión fue emitida antes de que el pensamiento de Xrisí se abriera paso hasta su mente. Por primera vez, desde su llegada, le puso atención a su mujer. Los cumplidos habían dejado de importar desde que la había reclamado como su propiedad. Había sido una prostituta antes, nada diferente a lo que era ahora. Su hermano parecía el único conforme con los trozos sobrantes de carne. “Cuando haya terminado mis asuntos en Fangtasia, llevarás ante mí, a quien osó ayudarte esta noche. Tu libertad no incluía pasar por alto mis órdenes. Arreglaremos ese asunto más tarde, consorte.” Su voz era como el filo de una navaja. – Hannes responderá ante mí. Era una afirmación. No daba lugar a discusión. Su mirada – carente de cualquier pizca de diversión – se posó sobre el perro de los Bergström. ¿Cómo se llamaba? Era difícil recordarlo. En realidad, no quería. No le importaba. Era el más joven de todos. Sus amos estaban fallando seriamente en enseñarles modales. Alguien tenía que mostrarle cómo se sobrevivía entre inmortales. La llegada de Evangeline – sin embargo – lo salvó de su detallado estudio. El juego para ellos podía esperar.
- Así que has decidido honrarnos con tu presencia. El rostro de Mikhail desmentía sus palabras. La furia serpenteaba a través de su ser. Su esencia se emborrachó con todo ese mal que esperaba entre las sombras por su llamado. - No feliz con ello, también nos traes la solución al problema que nos aqueja. Su sarcasmo recayó – con más fuerza – en la última palabra. La mayoría, lejos de actuar, se retraían en sus acomplejadas mentes, esperando que otro más activara la trampa. Sus orbes no abandonaron la mirada de Eva. Ni siquiera cuando ésta extendió sus brazos para ofrecerle lo que quedaba del licántropo. Antes de que cualquiera de ellos pudiese percibir sus intenciones, abofeteó con fuerza el rostro de la hembra. El sonido hizo eco por toda la habitación. No le dio tiempo a enderezarse, su mano ya le había atrapado de la barbilla. – Ahora que sé que te gustan los trucos. Te enseñaré uno. La esclava que había estado esperando sus órdenes, desapareció por uno de los pasillos. Mikhail se había levantado en todo su esplendor. Sus rasgos malditos parecían estar esculpidos en granito. La levantó con brusquedad. Desde que su hermano le había llevado a Darius en unas condiciones devastadoras, había experimentado con él de mil formas. Su último descubrimiento lo había fascinado. Cuando creía que éste no tenía fuerzas para gritar, de alguna forma, lo había logrado. La esclava apareció a su lado. El cáliz había sido sustituido por un sinfín de pinzas. El Club estaba abastecido para todo tipo de entretenimiento. Agarró la primera que vio sin aflojar su agarre de la vampiresa. - ¿Sabéis cuanto tardan en crecer los colmillos de un vampiro? Evangeline no podía responder, así que él mismo lo hizo por ella. Sacudió su cabeza a los lados. - ¿Marishka? ¿Dauphine? ¿Lucian? ¿Lo sabe alguno? O es que prefieren que otro más salga a su defensa. La última vez que comprobé, todos tenían lengua. Sin ningún aviso, metió la pinza a la fuerza dentro de su boca. El primero de sus colmillos fue arrancado con bestialidad. El rostro y grito de Evangeline lo satisfizo. - ¿Algún otro voluntario, además de Aria? Quizás. No. Quizás no. Espero que quieran mostrarles sus trucos a la recién llegada.
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
Cada sonrisa soberbia en los rostro de los inmortales había sido desaparecida, a excepción de la de Christos claro, que éste nunca parecía tenerla. Aquel error era grave, más de lo que podía sonar. De no haber sido Evangelique, de haber perdido a un esclavo en otras circunstancias, estaban desafiando no sólo la seguridad de todos los miembros, la seguridad del rey, también la deficiencia que tenían como seres de la noche. Cada quien tenía su posición en el tablero, todos tenían funciones que cumplir si, pero un error tan catastrófico podría arrancarles la inmortalidad de un momento a otro. La cobardía de cada uno era palpable, echándose los unos a los otros en vez de sacar la cara por los errores, dentro de las guerras los errores nos llevan a la perdición, no a las segundas oportunidades como se podría tener esa noche, claro, si la tenían. Mikhail no se caracterizaba por ser un reí piadoso, mucho menos por permitir márgenes de errores tan grandes, su furia resonaría en aquellas paredes, y también arremetería sobre cada una de las piezas, la vampiresa podría percibirlo, la tensión del ambiente se lo indicaba, y el silencio que había comenzado a reinar lo reafirmaba. Aquel lupino había dejado mal sabor de boca en la boca de la fémina, el club perfecto de ajedrez estaba dejando caer su perfección como cortinas que abren el espectáculo dentro de un teatro, dejando que desbordaran los errores que tenía de manera visible.
Se podía notar como el número de miembros había disminuido desde su apertura, no por la falta de interés o importancia en las criaturas, quizás por errores cometidos como estos, y también por ese deseo de poder y triunfo entre los otros. En vez de ondear la bandera de la supremacía con la especie, y enseñar quienes mandan en las cadenas de la supervivencia, se mataban unos a los otros dejando que desear. ¿Hace cuanto tiempo había salido para obtener esclavos? ¿Desde hace que tiempo se habían buscado más ingresos? El poder no sólo también radica en la fuerza, también en el poder adquisitivo y la manera en que se mueve, incluso entre la inmortalidad. Por eso mismo la fémina era una caza fortunas, buscando su beneficio, y también entre los suyos. ¿Cuándo había sido la última vez que las filas habían sido bien entrenadas? Sin necesidad de arrancar la cabeza del otro, sólo provocar la supervivencia del club? Eso se había perdido hace mucho tiempo. Marishka arqueó una ceja en medio de sus pensamientos, interrumpidos por las ridiculez de Aria que seguía en el suelo, abnegada, dispuesta como toda una jodida mártir humana. Dejó de observar al insignificancia para observar a Evangelique, ¿Por qué tenía que haber cometido ese error ella? Su aliada. Su cuerpo se estremeció al observar la maestría en la mano de Mikhail al sacar el canino, la siguiente podría ser ella, Lucian, su creador, Xrisí… Quien fuera sería una gran perdida, pues cada uno tenía actitudes, aptitudes, destrezas y un sin fin de cosas para analizar y aprender, pero lo desechable a la basura, y ni los lamentos eran buenos, no para los de su raza.
- Todo depende de la alimentación del maldito - Se atrevió a romper el silencio. ¿Por qué temer? Temer es estúpido para criaturas de su condición, si le arrancarán un brazo, una pierna, o un colmillo, ella tendría la culpa, por su maldita falta. Observó a Eva soltar un alarido, un quejido, dejarse caer a un lado del rey, se veía una cachorra indefensa. Deseó levantarla, al mismo tiempo patearla por su maldito descuido y manera de avergonzarse frente a los demás. Soltó un suspiró lleno de molestia y coraje.
- Perderá la elegancia al alimentarse, y probablemente su cuerpo sufra grandes estragos, no es lo mismo alimentarte con la ayuda de los colmillos a con las manos, si es que te quedan manos - Enfatizó, mirándolos de reojo, y luego volviendo su mirada al asqueroso perro que tenían frente a ellos. No tenía el derecho de mirar como humillaban a uno de los suyos. Avanzó unos pasos, los suficientes para poder oler la asquerosidad del nuevo lupino. ¡Dios! Odiaba verdaderamente ese maldito olor, deseaba exterminarlos a todos, pero eran divertidos cuando pretendían dar guerra. Observó como el lobo estaba indefenso en medio de la jaula, le sonrió con cinismo y alzando una de sus manos arrancó el collar que colgaba de manera exquisita de su cuello, arrojándola con fuerza y coraje contra los ojos del cachorro, ocasionando que el silencio volvía a ser interrumpido por el berrido de la bestia.
Se podía notar como el número de miembros había disminuido desde su apertura, no por la falta de interés o importancia en las criaturas, quizás por errores cometidos como estos, y también por ese deseo de poder y triunfo entre los otros. En vez de ondear la bandera de la supremacía con la especie, y enseñar quienes mandan en las cadenas de la supervivencia, se mataban unos a los otros dejando que desear. ¿Hace cuanto tiempo había salido para obtener esclavos? ¿Desde hace que tiempo se habían buscado más ingresos? El poder no sólo también radica en la fuerza, también en el poder adquisitivo y la manera en que se mueve, incluso entre la inmortalidad. Por eso mismo la fémina era una caza fortunas, buscando su beneficio, y también entre los suyos. ¿Cuándo había sido la última vez que las filas habían sido bien entrenadas? Sin necesidad de arrancar la cabeza del otro, sólo provocar la supervivencia del club? Eso se había perdido hace mucho tiempo. Marishka arqueó una ceja en medio de sus pensamientos, interrumpidos por las ridiculez de Aria que seguía en el suelo, abnegada, dispuesta como toda una jodida mártir humana. Dejó de observar al insignificancia para observar a Evangelique, ¿Por qué tenía que haber cometido ese error ella? Su aliada. Su cuerpo se estremeció al observar la maestría en la mano de Mikhail al sacar el canino, la siguiente podría ser ella, Lucian, su creador, Xrisí… Quien fuera sería una gran perdida, pues cada uno tenía actitudes, aptitudes, destrezas y un sin fin de cosas para analizar y aprender, pero lo desechable a la basura, y ni los lamentos eran buenos, no para los de su raza.
- Todo depende de la alimentación del maldito - Se atrevió a romper el silencio. ¿Por qué temer? Temer es estúpido para criaturas de su condición, si le arrancarán un brazo, una pierna, o un colmillo, ella tendría la culpa, por su maldita falta. Observó a Eva soltar un alarido, un quejido, dejarse caer a un lado del rey, se veía una cachorra indefensa. Deseó levantarla, al mismo tiempo patearla por su maldito descuido y manera de avergonzarse frente a los demás. Soltó un suspiró lleno de molestia y coraje.
- Perderá la elegancia al alimentarse, y probablemente su cuerpo sufra grandes estragos, no es lo mismo alimentarte con la ayuda de los colmillos a con las manos, si es que te quedan manos - Enfatizó, mirándolos de reojo, y luego volviendo su mirada al asqueroso perro que tenían frente a ellos. No tenía el derecho de mirar como humillaban a uno de los suyos. Avanzó unos pasos, los suficientes para poder oler la asquerosidad del nuevo lupino. ¡Dios! Odiaba verdaderamente ese maldito olor, deseaba exterminarlos a todos, pero eran divertidos cuando pretendían dar guerra. Observó como el lobo estaba indefenso en medio de la jaula, le sonrió con cinismo y alzando una de sus manos arrancó el collar que colgaba de manera exquisita de su cuello, arrojándola con fuerza y coraje contra los ojos del cachorro, ocasionando que el silencio volvía a ser interrumpido por el berrido de la bestia.
Marishka Marquand- Vampiro Clase Alta
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Re: Las blancas mueven primero || Privado
"El sabio no se sienta para lamentarse,
sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho."
sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho."
Para muchos condenados la inmortalidad traía consigo una cuota de drama directamente proporcional a los años de existencia de aquellos seres que por su misma longevidad en la Tierra parecían no ser capaces de asumir, asimilar y sobrellevar errores propios y ajenos. Cualquier falta –por mas mínima que fuese- tenia la capacidad de ser transformada de un segundo en otro en toda una acción catastrófica que cuan pieza de domino caída, generaba que todas sus congéneres alineadas cayeran rítmica e inevitablemente una tras otra. Y en aquel tenso escenario del Fangtasia, eso era exactamente lo que el Rey deseaba que sucediese ¿Pero quien se atrevería a morder la cola ajena en primera instancia para que luego la seguidilla de ataques se diera seguidamente entre todos los diablos presentes? Claro estaba que no todos se harían con la misma estrategia para despojar su ofensiva hacia al otro; nomás faltaba ver la actitud semi patética de Aria arrodillada para entender del gran abanico de opciones que los hematófagos tenían para recaer con todas sus fuerzas en el descuido de sus propios “compañeros” del Club. Todo parecía una especie de sorteo en el que cada participante más que aguardar por un perdedor, buscaba la forma de sabotear el resultado para salir airosos de la situación.
Los ópalos de la rubia no duraron más que un pestañeo sobre la vergonzosa imagen de una desahuciada Evangeline que no solamente perdía sus colmillos a manos de otro vampiro, sino que indirectamente perdía respeto por todo aquel que alguna vez se lo tuvo. Dauphine abandonó su cómoda posición tras escuchar los vacíos comentarios de Marishka quien últimamente solo parecía saber -o mejor dicho gustar- de acotar y responder los comentarios de Mikhail. Si nada valioso se va a decir, mejor callarse la boca, pues nada peor que una boca abierta despojando estupideces.
En su avanzar observó de reojo a la otra rubia, aquella que le causaba una sensación dual; por un lado la veía como alguien valioso, que sabia mucho más de lo que debía y que ciertamente no estaba consciente de cómo usar tal información. Y por otro como una pieza de escoria que lo único que merecía es que su memoria fuese borrada por completo hasta que la consorte del Rey del tablero –pero no su Reina- ni siquiera acordase su maldito nombre. Pero al final de cuentas dicha acción tal vez podría terminar siendo un beneficio para su desgraciada inmortalidad. Estaba destinada a vivir la “no vida” con mucho mas peso del que su mente podía tolerar.
Dauphine jamás vio a los licanos como una amenaza verdadera, salvo alguna que otra excepción, básicamente centrada en que los mismos pasaban a ser peligrosos cuando se manejaban en manadas a la hora de dar caza. Tenia muy presente que los perritos encontraban cierto deleite en hacerse con la inmortalidad de algunos condenados en sus noches de jerga, pero seguramente eso se debía al ridículo cegamiento al que su instinto bestial los sometía tras sentirse el bando mas débil de la cadena sobrenatural.
Se detuvo a unos pasos de la indefensa acémila y lo contemplo por unos instantes. Su parte animal florecía notoriamente en su persona, característica de todos los suyos cuando se encontraban en situaciones vulnerables. Captó la compleja mezcla de dolor y furia en los ojos tono café del licántropo y tras clavar por unos instantes sus orbes en los de Marishka en son de molestia hacia las acciones de esta con el prisionero, volvió el dejo cándido a su rostro de incolora porcelana para así dirigirse a los ojos del Rey, y sin poder evitarlo comenzó a reír cuan adolescente, presionando sus labios ocultos tras una de sus delicadas manos para que su carcajada no resonara más de lo pertinente en aquellas instancias. La hilaridad paso pero aún se notaba cierta gracia en el rostro más joven exteriormente entre los presentes, pero uno de los más longevos en cuanto a existencia. Ella era sumamente consciente de eso, lo palpaba con cada respirar, como si las pieles de aquellos que le rodeaban le informasen de la edad de sus acompañantes. Percibía solamente al observador Amser como un condenado mayor a ella, sería por esa razón que éste jamás le había causado problemas, los vampiros antiguos no gustaban de los dramatismos excesivos, por lo menos no de formar parte de ellos directamente ¡Oh! Ella no se olvidaba del viejo que esperaba al Rey en el despacho, otro de los suyos en cuanto a edad, aunque a éste le seria conveniente impartir un poco de doctrina a pelirroja acompañante. La pobre dejaba mucho que desear pese a su exquisita retorica.
- Me encantaría unirme al juego, pero jamás acepto partidas cuando de antemano soy consciente de que no hay chance de que pueda llegar a perder - comentó con aquel melodioso tono en su voz, reminiscente al de una mujer joven, delicada y sin percepción alguna de peligro. Por esas razones muchos se cuestionaban como ella dio con el grupo y sobre todo, como había podido pasar a conformar parte del mismo. Pero eso solamente era algo que su persona, la de Mihkail y alguien más tenían por conocido… Alguien mas que prometía ser tan Rey como el mismo Tiberius - Solo gusto de partidas con sorpresas… Y por favor, de contar con juguetes en buenas condiciones - se acercó al espacio que encarcelaba al malherido testigo de aquel circo entre inmortales - Nadie con un poco de consciencia acepta jugar con muñecos estropeados - vocablos que jugaban constantemente en una ida y venida con la inocencia siempre presente de la rubia y su lado interno, letal y analítico, consciente de que su Rey no dejaría pasar por alto el detalle de su edad, algo que la hacia excelsa en cuanto a anular equivocaciones para con él. Después de todo, Dauphine sabia que su caso era muy distinto al de Evengeline. Si el momento del enfrentamiento tuviese que llevarse a cabo, la rubia no sería una presa tal fácil de cazar como la morocha, todo lo contrario - Pero si todo este revuelo recae en generar una auditoría sobre los aciertos y errores de cada uno de nosotros, estaré encantada de ser la primera en pasar al frente para que todos mis movimientos sean evaluados en detalle y de forma correspondiente - no se estaba echando a las bestias ni mucho menos y eso lo advertía su leve sonreír, porque después de todo era una de las piezas mas fieles al Rey, tal vez por la intención de ser Reina o simplemente por la idea de ganar profundamente su confianza hasta que el momento de la traición, de pasar al otro lado del tablero se diese completamente, dándole su saber una ventaja interesante. Dauphine sabía jugar tanto o más que los otros, solamente que sus movimientos eran peculiares, a veces no comprendidos y era exactamente por eso que Tiberius debía saber como accionar correctamente con ella ¿Privilegiada? No, en absoluto. Solamente confiada de su conocimiento y poder a través de los siglos para no sentirme insegura, pero tampoco para alardear tal estado.
Dauphine Terrié- Vampiro Clase Alta
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