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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lyanna Moldovan Vie Jul 18, 2014 6:09 am

Nata de agua lustral en vaso de alabastros;
espejo de pureza que abrillantas los astros
y reflejas la cima de la Vida en un cielo…
Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros,
voy manchando los lagos y remontando el vuelo [...]

El cisne en la nocturna — A. Delmira

La noche había caído junto con el esplendor de una luna llena que se posaba en el firmamento. Esa noche para muchos sobrenaturales era un tiempo de cacerías y pérdidas de control, sin embargo para el cisne que tranquilamente reposaba en las frías aguas del lago, solo era una noche más de espera. Una noche igual de tranquila y melancólica como las anteriores, en la que solo ella y los peces que residían en aquel lugar, contemplaban el reflejo de la luna en el agua oscura en total silencio y calma. No se oía ningún chapoteo, más que las cabezadas que hacia la cisne para mojarse el pelaje y algún que otro aleteo que hacía para no dormirse. En luna llena ni para ella era seguro, aunque aún todavía jamás le hubiera pasado nada en esas horas.

Replegó sus alas y escondiendo su pequeña cabeza blanca entre sus alas, se dejó llevar por el agua, disfrutando de la calma y el silencio hasta que un aullido a lo lejos, le heló la sangre, siendo no ese grito el que la despertó completamente, si no el siguiente grito que surcó el aire hasta llegar a ella. Un grito humano y parecía que fuera de dolor. Maldición, pensó Lyanna desplegando las alas mojadas. Aleteó hasta sobrevolar el lago y rápidamente entre el bosque, fue volando, sin cesar en su constante rapidez. Por más obstáculos con que se encontrara, una parte de ella no iba a dejar que un humano muriese en los bosques que consideraba su hogar. Ya anteriormente, hacia unas tres lunas llenas atrás, un niño fue encontrado por un licántropo y poco pudo hacer ella al llegar tarde y descubrir el cuerpo del joven inerte, despedazado en el suelo, sin vida.

Tomo el cuerpo del niño y lo llevó a los inicios del bosque, donde estaba segura que encontrarían el cuerpo y escondiéndose, no descubrió el inmenso error de su gesta, hasta que unos días después empezaron a adentrarse miles de cazadores en el bosque. Buscando a la bestia causante de la muerte de un niño inocente. Los cazadores quemaron parte del bosque, para hacer salir a los animales, Lyanna como halcón pudo protegerse, sin embargo otros animales aterrados no consiguieron encontrar salida entre el fuego, cayendo en él. Se habían perdido muchas vidas y para el cisne había sido un gran golpe, por lo que no podía dejar que volviera a pasar. En uno de sus poderosos aleteos para tomar más distancia del suelo, mutó de forma volviéndose una gran lechuza blanca. No podía hacer mucho como ave, pero si podría otorgarle unos segundos al joven para que escapara o aquello pretendía.

A través de su aguda visión, finalmente dio con ellos. La bestia se encontraba sobre el cuerpo humano y este se retorcía en un intento de salir de su agarre. Parecía estar bien, ya que aún tenía aliento para gritar y maldecir a la bestia, así que con fuerza y con la esperanza de poder salvar al humano, la lechuza blanca cayó sobre el licántropo, yendo directa con sus garras a los ojos inhumanos del gran lobo.

¡Huye! — Gritó en su forma animal, olvidándose de que el humano solo atinaría a oír un chillido inentendible de su parte. Hincando sus uñas, aferrándose con ellas a los ojos del licántropo, picoteando fuertemente con su pico la cabeza del animal, lo alejó del humano todo lo que pudo, aprovechando que lo había tomado por sorpresa y que aún no sabía cómo reaccionar ante esa amenaza que ella representaba. Hasta que tras unos segundos, el búho ululó con fuerza, en lo que sería un grito de dolor al recibir una mordida de aquellos colmillos, quedando apresada medio cuerpo suyo en las fauces de la bestia. Aleteó con fuerza la única ala que no tenía atrapada intentando  salirse y su pico se centró en sus ojos, los que hirió hasta volverlo ciego en un intento de que enloquecida la bestia por el dolor, abriera las fauces y le permitiera salir antes de que pudiese romperle algún hueso y el daño fuera irreparable.

Así siguieron unos segundo más, olvidándose por completo del humano, que Lyanna esperaba hubiese podido huir y se encontrará más allá de esa escena, que teñida de sangre y de plumas, parecía ser la muerte de la valiente lechuza.


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Mensaje por Athan Avramidis Sáb Jul 19, 2014 4:06 pm

" Miramos las mismas estrellas y vemos cosas tan distintas"



A lo largo de la historia, la noche siempre ha guardado un significado místico, tan poco terrenal, que ya los lejanos egipcios hablaban de ella en sus míticos cuentos de Dioses sacrílegos. Pero a pesar de lo erróneo de su fe politeísta, Athan sabía que tenían razón en algo mucho más difícil de comprender para aquellos que aún no se han enfrentando al terror que vive en este mundo. La noche  y la caída del sol, sólo guardaban un significado para los soldados anónimos como él. Y no era otra que la llegada de los demonios. ¿La hora de las brujas?. No. La hora de las bestias. Cualquier inquisidor que se preciara, sabía que entre las sombras siempre había algo más peligroso que un abracadabra. Era cuestión de suerte el jamás cruzarse con ellas.


La llegada de la noche puede guardar significados tan contradictorios para los humanos, que a veces algo tan simple como la dulce llegada de las horas del sueño, pueden convertirse en mortíferos segundos en donde los guerreros se enfrentan a sus peores pesadillas.  La diferencia entre vivir y morir, a veces sólo constaba de un instante de suerte.


Para aquellos que aún se habían cruzado con el mal, la noche sólo significaba descanso. Largas horas en las que descansar junto el ser amado, los hijos o la familia. Llegaba la hora de la cena, de los relatos que lanzaban sus hijos a los padres. Algo tan inocente merecía ser protegido, aún si era a consta de su vida. El juramento que Athan había extendido a la inquisición, tenía un valor tan profundo para él, como la esencia misma de su alma. ¿Qué era la muerte en comparación con la vida eterna junto al Señor?. Fe, constancia y perseverancia. Ésas eran las claves para llegar a ser un buen inquisidor.


<< Pero hay algunas veces, en que eso no es suficiente >> le contestó el duende irritante de su cabeza a Athan. Ése pequeño monstruito de la fatalidad, que siempre parecía saber lo que sentía o se agitaba en su interior cuando llegaba la hora de cazar. Algunos lo llamaban instinto de supervivencia, otros mera negatividad. Pero lo cierto era que a veces ese duende ganaba sus batallas desde el interior de su mente, haciéndolo alejarse de la meta que se había propuesto. Pero ése no sería este día. Esta noche Athan debía rastrear el bosque, o al menos eso se decía a sí mismo mientras su mano temblaba con la lámpara de hierro colgando entre sus dedos.


- Padre nuestro, que estás en los cielos. Santificado sea tu nombre...- Su voz recitaba el cántico de aquella oración, intentando darse ánimos para continuar. Había temido durante todo su entrenamiento el cruzarse con la bestia que le habían descrito los lugareños. Un monstruo. Una bestia de oscuro pelaje que azotaba el bosque en las noches de luna llena. Los más sensibles a lo que habitaba en el bosque, se refugiaban en sus casas, orando porque aquella noche no hubiese otro niño muerto en la entrada del boscaje verdecino. Las huellas que había hallado le había asegurado que esta noche tendría que lidiar con un licántropo, aunque lo que hacía temblar su mano, era el tamaño de la huella.


El doble de su mano humana, con unas garras que habían dejado cinco cuchilladas sobre la tierra húmeda por la llovizna. Aquello no presagiaba algo bueno para ,la ya de por sí, difícil tarea de exterminio de la bestia. Todo cazador sabía que el tamaño de la huella siempre indicaba las proporciones del animal que tendría que cazar. Todo indicaba que la bestia lo duplicaba en todo, tamaño, fuerza, agilidad y peso. El pánico hacía que su corazón latiera desbocado, golpeando su garganta para hacerle difícil el tragar saliva.

- Ven a nosotros tu Reino, así en el Cielo como en la Tierra. - Susurró, agachándose sobre el suelo al escuchar cómo una rama se partía muy cerca de él. El rumor de las hojas a su izquierda le hizo saber que algo estaba junto  a él. Algo lo suficientemente grande como para sacudir los arbustos al no poder deslizarse entre ellos por el grueso volumen de su cuerpo.


El miedo volvió a hacer temblar su cuerpo, aunque esta vez, su mano aferró el arma que tenía en su mano, mientras dejaba en el suelo la lámpara. Sus movimientos eran lentos, como si la bestia estuviese delante de él. El silencio de repente llenó el bosque, nada se oía además de su respiración. Aquello logró hacerlo estremecer, pues a pesar de no oír nada, podía sentirlo allí. Acechándolo. Vigilando cada uno de sus movimientos.


Tener la certeza de que la bestia sólo estaba alargando el momento del ataque para asegurarse de atraparlo en el momento indicado, lo enfureció. Él era el cazador, no la presa. No podía simplemente quedarse inmóvil y tembloroso, encogido sobre su cuerpo como un conejo asustado. Pero no tenía alternativa, si hacía un movimiento brusco, el licántropo lo atacaría como si no hubiese nada que lo detuviera.


- No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. - Su susurro fue el detonante para que la bestia saliera de su escondite, dejándole ver dos esferas amarillas delante de él. El hocico comenzó a sobresalir de las hojas y supo que jamás había tenido el corazón así, dispuesto a lanzarse por su boca para escapar del lobo feroz.

- Amen.- Finalizó la oración al mismo tiempo en que el licántropo rugió frente a él, saltando para atrapar a su víctima con sus garras. Saltó hacia un lado, tirando la lámpara con la vela encendida sobre el rostro del licántropo para cegarlo antes de que una de sus garras consiguiera aplastar su cráneo.

Jadeó y movió la hoja afilada bañada en plata sobre una de las patas del lobo, consiguiendo hacer que el licántropo gruñera y se agazapara dispuesto a volver a saltar. Aunque esta vez, los ojos de aquella bestia voraz parecían analizar qué armas se escondían en sus ropas, escarmentado por la quemadura que comenzaba a curarse en la oreja dañada.


- En el nombre del señor, nada he de temer. Pues su palabra me guía por los senderos inhóspitos del demonio.- Dijo Athan, blandiendo su espada frente el rostro del licántropo y haciéndolo retroceder. Pero el licántropo parecía ser más inteligente, ya que mordió la hoja, tirando de ella lo suficiente como para hacerlo saltar en el aire con sólo un movimiento de su cabeza. Por tozudez, se negó a soltar el arma, siendo así sacudido en el aire, hasta que la hoja se partió.


Su cuerpo giró en el aire y todo pareció ralentizarse.  Como si mientras su cuerpo se preparaba para ser duramente golpeado contra uno de los árboles del bosque, la bestia no pudiera moverse. Recordó, por estúpido que le pareciera después, el momento en que su hermano mayor lo empujó de un columpio de madera. La sensación de la tierra raspando la carne al caer y su sorpresa al ver la sangre manar de la herida. En aquel momento, igual que en este, la caída pareció alargarse en el tiempo, como si en vez de segundos, hubiese volado contra el suelo.


La luz de la luna iluminó su rostro, haciendo que alargara su mano hacia ella como si pudiera volar. Y así, mientras creía que su vida se acababa antes de que su cuerpo tocase tierra, vio la imagen de un búho blanco, resplandeciendo bajo el haz plateado de la luna. ¿ Había muerto antes de sentir dolor?, se preguntó antes de que su cuerpo fuese golpeado contra  un árbol y cayera al suelo.



Que las estrellas brillen para ti hasta el final del camino.



El dolor, como en su recuerdo, lo sorprendió tanto, que su grito fue más una exclamación que cualquier sonido de congoja. Una de las garras del licántropo golpeó la tierra a escasos centímetros de su rostro, eso le hizo entender que no habría una segunda oportunidad. Sacó con desesperación un arma del bolsillo, cargada con varias balas de plata y disparó sobre el pecho de la bestia, esquivando su otra garra.


A pesar de estar tan cercano a la muerte, se sentía extrañamente ligero, como si su cuerpo no pesase nada, quizás por eso se atrevió a darle un cabezazo a la criatura, gruñendo como un animal salvaje. Lo golpeó con todas sus fuerzas, clavando la hoja afilada tantas veces como podía en la gruesa carne del animal, gritando como un hombre que está a las puertas de la muerte, luchando por sobrevivir una noche más.


- ¡¡Ayúdame señor!!- Gritó antes de que el búho cayera del cielo, haciendo que su blancura atrajera sus ojos hacia el animal. El grito que lanzó, en aquel pequeño cuerpo emplumado, fue capaz de llenarlo de fe y fuerza. Se sentía acompañado por la gracia divina, como hércules cuando el águila descendía de los cielos recordándole que su padre siempre estaba presente, vigilando que ningún mal le ocurriese.


Sin miedo,sin temor,
porque en mi corazón
solo guardo el amor de Dios.



Se apartó de la bestia, aprovechando la distracción y se irguió con la cabeza altiva, apuntando su arma con completa seguridad. Cerró uno de sus ojos para mejorar su puntería y cuando el licántropo mordió al ave, un disparo resonó en el bosque, haciendo que la criatura soltase a su presa y cayera en la cuenta de quién era más peligroso de los dos.


Recargó el arma de nuevo, con seguridad, llenándose de orgullo al ver que sus dedos no temblaban al ver a la criatura acercarse trotando hacia él. Disparó una segunda vez, abriendo un profundo hueco en su pecho y cuando la criatura saltó sobre él, su daga, aquella de las que algunos inquisidores se reían por su escaso tamaño, se clavó en la carne abierta, traspasando las costillas y atravesando el corazón.


Se derrumbó contra el peso del licántropo que cayó sobre él, aplastándolo contra la tierra. Gruñó y salió arrastrándose por la tierra mojada, saliendo de debajo del animal, con un aspecto mucho peor que cualquier vagabundo que llevase meses en la calle. Su rostro estaba lleno de barro, al igual que sus ropas torcidas y descolocadas. Sus dedos sangraban con los cortes que se había hecho intentando no soltar el arma.  

Corrió hasta el ave y la cogió entre los brazos, quitándose la camisa para envolverla y presionar la herida para que no perdiese más sangre. - Tranquilo amiguito, vamos a salir de aquí sanos y salvo. No dejaré que mueras.- Sonrió al animal como si pudiera entenderlo y lo refugió contra su pecho, recogiendo sus armas e ignorando el cuerpo del hombre que yacía muerto sobre el suelo. La desnudez del hombre moreno no era lo más horrible de  observar, lo que hizo a Athan evitar mirar al  cuerpo inerte, fue la conciencia de que había matado a una bestia y lo que dejaba atrás, era el humano que había sido una vez.  
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Mensaje por Lyanna Moldovan Dom Jul 20, 2014 12:44 pm

El miedo atenazaba al animal
Medio perdido en su jaula de cristal
[…] Y desde entonces, jamás existió
pájaro alguno sin alas,
y alas sin pájaro.

Ala herida — D. Denberg

Irónicamente, lo único que en esos instantes se oía en todo el bosque era el sonido de sus aleteos desesperados y los chillidos que el ave en cada uno de sus ataques con el pico a aquellos ojos salvajes e inhumanos, soltaba al cielo, aún incluso mas fuerte de los latidos del pequeño corazón que latía poderoso en su plumoso pecho. Los mismos chillidos, lentamente iban disminuyendo a causa del agarrotamiento del ala herida y mordida y su medio cuerpo en las fauces ajenas. ¿Es que jamás la soltaría? Se preguntaba sin cesar en su intento de que la soltara. Su cuerpo ya cubierto de su propia sangre y de la sangre licantropa, gracias a las heridas que ella le provocaba salvajemente, dejó de ser blanco inmaculado para volverse rojizo de sangre y desesperó, hasta que un fuerte y estridente ruido surcó el aire, asustándola a él y a la bestia.

Rápidamente ante aquel ruido la bestia dejó la lechuza, que cayó como un saco de plumas al suelo ensangrentado y sucio del bosque. Lyanna permanecía inmóvil, aterrada tras oír aquel disparo de un arma. Aquel sonido lo había escuchado mil veces la noche en que mataron a todos los suyos, reviviéndolo en cada una de sus pesadillas que a veces tenía. Y si habían disparado solo debía decir algo, cerca de ella habían cazadores armados y lo más seguro que ella fuera la siguiente presa en cuando repararan en ella.

La ave inconsciente de que la bestia ahora iba hacia el joven que había salvado y que precisamente el cual había disparado al licántropo, intentó levantarse del suelo, descubriendo que una de sus patas había sido dañada y en contra de lo que sucedía normalmente, la mordedura de un licántropo, el veneno que se extendía por tu cuerpo tras ser mordido por uno de ellos, no la haría su igual, lo que si le proporcionaría un dolor agudo por unas horas y justamente la sanación acelerada, nada podría hacer para remediarlo. Ululando asustada al oír dos nuevos disparos intentó aletear, subiendo unos centímetros del suelo para volver a caer estrepitosamente al suelo, dañándose aún más la pata y el ala herida.

Por unos instantes Lyanna cerró los ojos y dejándose acariciar por la brisa fresca de esa noche, dejó, ahuyentó de su cabeza los recursos de los cazadores y los perros, negada a morir con el miedo en el cuerpo, hasta que y tras el abatimiento del licántropo, unas manos la tomaron y la sostuvieron contra un pecho masculino. Abrió los ojos y encontrándose con que aquel joven al que había salvado ahora la salvaba a ella, entornó la mirada, ladeando la cabeza de un lado a otro con curiosidad. —Gracias por salvarme. —Profirió en un leve chillido como siempre nada entendible para el humano, que pese a ello parecía haber comprendido sus palabras, lo que solo hizo aumentar la curiosidad por él.

Con la mirada en la de él, sintió como la tomaba mejor entre sus brazos a pesar de que su cuerpo herido temblaba en lo que su organismo intentaba destruir el veneno del lobo, y ella para afianzarse y no caerse de sus brazos, usó la pata que aún conservaba en facultad de fuerzas y se le agarró quizás con demasiado impetú, ya que al oír un jadeo de dolor ajeno, apresurada dejó de apretar y sostenerse en su brazo, guardando las uñas para que no le hiciera sin querer más daño, del que ya tenía el joven.

En ocasiones ululando y en otras simplemente observándole, el humano la llevó fuera de aquel lugar de muerte, alejándose cada vez más del lago y del hogar de Lyanna, que con cierta tristeza veía como se alejaban y como aún era demasiado temprano como para que sus heridas sanasen correctamente y huir. — ¿No vais a dañarme, verdad? ¿Dónde me llevaís? —Se preguntó para sí arrufando la cabeza hasta esconderla entre su pelaje sucio y maltrecho tras la pelea. Suspiró internamente y con los sentidos alertas permaneció atenta a cualquier ruido que pudiera resultarle una grave amenaza y así fue como los oyó: Un pueblo humano.
O más bien un poblado de cazadores… — Agregó en sus pensamientos al oír el inconfundible ladrido de un perro cazador en las cercanías.

En aquel instante poco le importó si le dolía medio cuerpo, si las patas no la sostenían y si le era imposible volar, resistiéndose por primera vez al humano que la sostenía, se revolvió y aleteó entre sus brazos, dañándose aún más su ala a causa de la histeria de encontrarse cerca de gente como aquella.

¡Soltadme! ¡Os lo ruego… soltadme! Ese lugar es peligroso. —Chilló dolorosamente al ver que el joven tras detener unos segundos los pasos, volvía a marchar dirección a los cazadores. — ¡Me mataran! ¡Harán un cojín de plumas cuando me vean! Por allí no vayaís, por lo que más queraís, ¡no te acerques a ellos! — Siguió así, intentando con sus movimientos hacerle entender que no deseaba ir hacia aquel poblado, hasta que a lo lejos del camino la primera silueta humana se dibujó, siendo captada primero a los ojos de Lya que por Athan, quien tras unos segundos tambien la divisó. Solo parecía ser una anciana, aun así les temía, bien podían ser la misma familia de cazadores que asesinaron a todos los suyos. En un modo de ocultarse en los brazos del joven, dejó de resistirse para quedarse inmóvil, con la cabeza escondida, siendo solo el temblor de su pata herida el único indicio de su miedo y malestar general por acercarse a aquel lugar y esperó a ver que ocurría... donde terminaba llevandola aquel joven.
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Mensaje por Athan Avramidis Dom Jul 20, 2014 1:45 pm

La vida le había enseñado que las personas vivimos tanto de grandes y pequeñas mentiras como del aire.

No pudo evitar el reírse al escuchar los gorgojos que hacía aquel peculiar búho blanco. Había pensado que en verano todos ellos habían emigrado a cualquier otro lugar más frío para tener sus crías, pero aquella ave parecía haber ignorado la llamada de la naturaleza y se había quedado en el bosque. Cosa que agradecía, porque si no fuera tan diferente a los demás, seguramente no habría hecho lo posible por cejar los ojos del licántropo que lo había atacado. Lo que más lo divertía, era la curiosa sensación de que el animal parecía hablarle o al menos, por sus acciones parecía que lo entendía, porque no hacía más que revolverse en sus brazos, mirándolo como si esperase la respuesta a alguna cuestión que no había entendido. ¿Quién sabía, quizás aquel animal tenía la capacidad del entendimiento ya que había sido enviado por Dios para salvarlo?

Sonrió feliz y caminó con más brío, intentando alcanzar las cabañas del pueblo antes de que se encontrase alguna criatura más en el bosque. Si eso sucedía, podía despedirse de su vida con tranquilidad, ya que apenas le quedaba munición para sobrevivir unas horas más. Pero cuando vio las señales de que sólo quedaban unos metros para poder adentrarse en el poblado, el ave pareció entrar en pánico, arañándolo con sus uñas mientras intentaba huir con desesperación.

- Basta, no pasa nada. Nadie te hará daño.- Le susurró al ave, mientras la intentaba controlar contra su pecho, tragándose un gemido cuando sintió su piel abrirse contra los arañazos de las garras.

- ¿Es usted, Monsieur Avramidis?.- Susurró la anciana de la casa más cercana al bosque, ganándose una sonrisa del muchacho que acurrucaba al ave como si fuera un bebé lloroso y asustado.

- Así es, Madame. Temo que me he internado en el bosque en busca de esa criatura mítica, pero sólo he encontrado un ave herida y el cuerpo de un hombre asesinado.- Su voz era un susurro avergonzado, como si fuera un niño pillado en medio de una travesura. Se apresuró a darle el dramatismo necesario, mordiéndose la lengua para lograr soltar algunas lágrimas que dieran validez a sus palabras.- Cre-Creo que está muerto. Su pecho está abierto. Estaba completamente desnudo.- Lloró un poco más, siendo abrazado con rapidez por la anciana, quien se apresuró en avisar a sus hijos para que fueran a buscar el cuerpo.

Todos habían coincidido en dejar a Athan cuidando del ave herida en la casa de su abuela, para que pudiera descansar después de su traumática experiencia nocturna. Todos querían averiguar si era un asesinato o si era otra obra del lobo que había atacado al niño que habían encontrado a principios del mes pasado. Pero sólo él y el ave sabían la verdad, el mismo hombre era la criatura que tanto habían estado buscando en la espesura del bosque. Pero eso era una historia que no estaban preparados para oír, por eso Athan sólo asintió a sus palabras y dejó que la anciana lo guiara al interior de la cabaña.

Se le sirvió varios ungüentos para las heridas que traía, así como agua y jabón. También habían añadido una bañera de agua caliente y un plato de abundante guiso de carne. Se sentía tan hambriento que dejó que la anciana prácticamente lo desnudara y lo dejara en ropa interior para que se lavara y cuidara del ave.

- Bien pequeña, vamos a ver qué tal son tus heridas.- Susurró al ave mientras la sostuvo para mojar sus plumas con un pañuelo mojado en el agua que le habían traído. Aún no había probado la comida, pero el olor llenaba la habitación que le habían dado. Suspiró al ver que la profundidad de las heridas no era tan preocupante como había pensado al principio y que era más sangre que la herida que había perdido.

- Eso es. Quédate quieta y te pondré un pañuelo atado a la pata. Si no la mueves en unas semanas seguro estarás bien. – Se rió como un niño y la secó con cuidado, dejando las pequeñas heridas para el final. – Eres un pájaro con suerte. – La miró con afecto y le puso un poco de su apestosa crema en las heridas para que sanara.

- Quédate quieta ahí.- Le dijo colocándola sobre el montón de mantas de su cama. – Necesito bañarme.- Se quitó la ropa interior y quedó desnudo ante el pájaro, caminando por la habitación para echar las hierbas que traía con él dentro de la bañera de madera. Después se metió dentro y se relajó con el agua tibia, suspirando con placer.
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Mensaje por Lyanna Moldovan Dom Jul 20, 2014 3:22 pm

Su gorgojo aún lo recuerdo
era como tu misma risa […]
¿Y quién dijo que el ave no supo reír?

Recuerdos — Anónimo

La brillante sonrisa y la voz dulce del joven no pareció en un principio calmar al ave, que seguía temblorosa y desesperada por huir, hasta que se encontró con la llegada de la anciana y dejando que el joven la acurrucara contra su pecho, se escondió la cabeza  y confío en el chico que parecía querer cuidarla. En ocasiones descubría su blanca cabeza de entre su pelaje para observar que ocurría y ser consciente así de cada uno de los presentes, sintiéndose muy nerviosa al pasar de estar en compañía de una anciana a encontrarse con un grupo de jóvenes y algún que otro cazador. Que para su suerte no parecían ser consciente de ella, o por lo menos no visiblemente.

Son cazadores… seguro atan cabos y sabrán que aquel joven era un licántropo. —Pensó la lechuza en nuevamente una serie de gorgojos en actitud molesta. Esta vez por eso; bajos y leves, apenas unos ruiditos para que él lo oyera pero los demás no fueran testigos de eso mientras de nuevo escondía su cabeza, para tras unos minutos volver a asomarse.

En medio de sus escondites y sus descubrimientos, dejando finalmente de resistirse y dejándose acurrucar en el pecho de aquel joven, sin herirle más sin querer con sus afiladas garras, todo pasó muy rápido y de un momento a otro ya se encontraban de nuevo solos con aquella anciana que les indicaba el camino hacia una de las cabañas, que parecía deshabitada en aquel momento. Por unos instantes la anciana se fijó en el ave, y Lyanna al verla acercarse en un intento de tocarla, picoteó al aire avisándole que no era mansa, siendo regañada con una mirada del chico, ante la que contestó con un resoplido y movimiento de sus alas. — No me gustan los desconocidos, y estamos en un poblado de cazadores. Deberíamos huir de aquí, no quedarnos. — Le replicó volteándose para con saltitos, acercarse más a él y dejar de estar cerca de aquella anciana, que parecía ser demasiado buena para ser una cazadora. — Seguro es una cazadora también, sus hijos lo eran. — Y con aquellas últimas palabras cesó sus intentos de hablarle y de hacer fuera a la anciana, que gracias a dios se había dado por aludida por el comportamiento de la ave, que solo parecía tolerar la presencia de Athan.

Sobreviviré. —Gorgojó dejando que la tomara y empezara a limpiarle las plumas dañadas, descubriendo que la herida no era tan profunda como esperaba. Por suerte su sanación hacia efecto, más lento de lo normal, sin embargo lo que más le dolía era lo que no era visible a ojos humanos. El veneno del licantropa le retorcía los órganos y el malestar seguía allí, hasta que tras comer algo, pudiera recomponerse por sí sola y desquitarse de lo que le hacía mal. Agitó su cabeza un par de veces y se mordió a sí misma en un intento de no morderle a él, por acariciarle las heridas. Una vez sus movimientos fueron mucho más cuidadoso, giró su mirada hacia él, viendo como este le ponía la crema que anteriormente la anciana le había puesto a sus propias heridas.

La ave se relajó al sentir la frescor de la crema y cerrando los ojos en sus brazos, sintió como era devuelta y acostada entre las mantas de la cama suavemente, lo que agradeció hasta que con un ojo abierto fue testigo de la desnudez del joven y avergonzada, se giró dándose la vuelta quedándose observando sin querer el plato de comida que esperaba en una de las mesas. Se levantó de aquella cama, apoyando con extremo cuidado sus patas y viéndole entrar en la tina de baño, se apresuró a seguirle. Primero saltó de la cama hacia el suelo, por suerte lo consiguió sin aterrizar de cabeza y en saltitos fue acercándose hacia él y aquella bañera, a la que en contra de lo que la voz masculina parecía decirle, se subió con esfuerzo, quedándose agarrada con la pata sana de la tina.

Ladeó la cabeza varias veces de forma graciosa hasta que abrió el pico y empezó a picotear al aire. — Necesito algo de comer…¿no puedes darme un poco? — Le decía mediante gestos antes de que sin poder sostenerse bien a la estructura que agarraba con una de sus patas, terminara resbalándose, cayendo en el agua caliente junto a él, mojándose toda ella.

La primera reacción al sentir el agua caliente fue de desesperación y aleteó las alas con fuerza, intentando salirse de allí, dejando en su intento de huida toda el agua y el joven lleno de sus plumas que por el enfrentamiento con el licantropa habían terminado soltándose lo suficiente para caer en cualquier momento. Ante aquella imagen una parte de sí río divertida ante la escena ante ella, mientras la otra desaprobaba su mala suerte al ser mojada por completo y no gustarle para nada el que se mojara su blanco e impoluto plumaje. Caminó un poco por el agua, usando sus alas como empuje y llegando hasta una de las rodillas del joven, se quedó allí posada sacudiéndose el agua de su plumaje que se había quedado reducido y pegajoso a su piel, pareciendo más una extraña rata que a una hermosa lechuza.

Arrufando su cabeza, observó al joven y tras sus caricias, saltó ayudada por el batir de sus alas fuera del baño del chico, dirigiéndose justo debajo de la mesa en la que se encontraba la comida. Al llegar, se detuvo en una de las patas de la estructura de madera y esperando ahora si lograba hacerse entender, empezó a arreglarse las plumas con el pico, quedando su pico impregnado de la crema para sanar sus heridas. Dejando que su salvador terminase el baño tranquilamente tras su chapoteo inesperado.
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Mensaje por Athan Avramidis Lun Ago 18, 2014 10:32 pm


" Eso desean los que viven en estos tiempos pero no nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, sólo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado."

El señor de los anillos



Escuchó los gorgojeos del ave y frunció el ceño. Acostado dentro de la tina de madera, rodeado de agua caliente que hacía a sus heridas escocer como si las hubiera rociado con alcohol, no podía creer que aquel frágil pajarillo blanco siguiera intentando escaparse. Abrió un ojo y la miró con cuidado, viendo cómo se revolvía entre las mantas.

Cerró los ojos de nuevo y lanzó un suspiro cansado, sonriendo sin poder evitarlo al escuchar cómo sus patas chocaban contra el suelo. Se imaginó a una bailarina golpeando el suelo con un clack- clack- clack divertido y desafinado. Parecía el sonido de una risa extravagante e infantil, el golpe era demasiado suave como para ser comparado con una risa adulta. Los niños siempre parecían tener ese tono suave y agudo similar a las campanillas. Aunque ahora que lo pensaba, las mujeres también solían tener una risa aguda.

Hundió su cabeza dentro del agua e intentó dejar de pensar en las mujeres, por mucho que lo intentara el jamás conseguía entender su mente. Era como estar parado delante de una obra de arte, escuchando como todos hablaban sobre el estilo, los sentimientos o la historia que plasmaba, mientras él sólo veía un rostro. ¿ Acaso importaba si la mujer miraba hacia uno u otro lado en la imagen?. Era absurdo y una pérdida de tiempo. Él jamás se paraba a pensar las interpretaciones de las cosas, se tomaba las palabras de las mujeres de forma literal. Si ellas decían que no eran guapas, él asentía y les daba la razón, cosa que le había ganado varias reprimendas serias de sus compañeros inquisidores. Pero, ¿Cómo contradecir a alguien que opina que es feo?. Si él lo piensa, será por algo.

- ¡¡ Ah!! – Gritó al sacar la cabeza del agua y encontrar al ave apoyado en el borde de la bañera improvisada que le habían colocado en la habitación. Se limpió el agua del rostro y se peinó el pelo con los dedos, suspirando y viéndola dar picotazos en el aire como si él no pudiera entender algo importante. – Eres demasiado molesta, te dije que esperaras en las mantas.- Frunció el ceño y se estiró para alcanzarla, aunque antes de que sus dedos la rozaran, la vio caer al agua.


- ¡Para, estás salpicando todo! – Cerró los ojos y alzó sus manos para evitar que el agua le entrara en los ojos. La desesperación del ave hizo que sus plumas comenzasen a volar, cayendo varias de ellas en el agua, el suelo, su cabeza e incluso su boca. Puso una expresión de asco, arrugando todo su rostro mientras extendía su lengua para sacar la pluma que se le había pegado en ella. Se la quitó y miró al ave con una expresión que se balanceaba entre la diversión y la más pura aversión.

Chasqueó su lengua y se levantó, quedando completamente desnudo y mojado ante el ave. Se quitó las plumas que habían quedado pegadas a su cuerpo e intentó recordarse que el pájaro era un ave que había enviado Dios a salvarlo. Se relajó, respirando con largas y lentas exhalaciones, repitiendo un salmo protector en su mente. Cuando terminó, una sonrisa iluminaba su rostro.

- Eres una granuja, pero te perdono el desorden porque te debo la vida. – Salió de la bañera y cogió una toalla para secarse el cuerpo y después atarla a su cintura, quedando semidesnudo. El agua goteaba por su espalda, creando remolinos transparentes sobre la piel salpicada de heridas viejas y nuevas. Era un marco que hablaba de la crueldad y maldad que habitaba en el mundo. Su vida estaba destinada a luchar, aunque no lo quisiera, una vez que habías entrado a aquel mundo, no se podía salir. Los inquisidores renunciaban a la inocencia de sus almas para combatir la oscuridad. Aunque eso no siempre quería decir que hubiera maldad en todos sus actos.

Se agachó y la cogió para secarla con otra toalla. Restregó su pelaje con cierta maldad, dándole una sonrisa cuando miró sus ojos entrecerrados. No entendía por qué se comportaba de una forma tan infantil, pero terminó riendo y dejándola sobre la mesa.

- No sé tú, pero yo tengo hambre. – Rompió el pan y le dejó varios trozos a su lado. Según tenía entendido los pájaros no comían muchas cosas sólidas, pero un búho comía ratones, así que no sabía si el pan sería suficiente. – Te daría algo más, pero prefiero no enfermarte. Enfrentarse a la muerte una vez en la noche es mi límite.- Le dijo con una expresión sombría mientras se sentaba, ignorando el hecho de que su pelo aún estaba mojado y comenzaba a comer con rapidez. No saboreó la comida, sólo movió la cuchara del plato a su boca con dinamismo. Se había acostumbrado a no comer con abundancia, ya que a veces no tenía comida. Había decidido no darse el lujo de deleitar a su paladar con nada, así jamás echaría de menos lo que no volvería a probar jamás. Extrañar algo que se había tenido y perdido era una de las cosas más dolorosas. Por eso aplicaba ése principio en todos los aspectos de su vida. Nada de contemplaciones ni pensar demasiado las cosas.

- Come - Le gruñó con una mirada fría que reflejaba todo lo que había perdido en su vida. Era un guerrero hecho de acero. Podía ser perforado, arañado, golpeado e incluso moldeado con fuego, pero al final, siempre se erguía ante todo lo que ocurría en su vida. – Lo siento, no soy bueno en las relaciones, ni siquiera con un animal – Dijo intentando suavizar su orden anterior, centrándose en beber y levantarse para ponerse la muda nueva. Había llegado al punto de desquitarse con un ave herida, ¿cuán bajo había caído?.
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Mensaje por Lyanna Moldovan Dom Ago 24, 2014 9:35 am

Me dijo que el mal acechó,
incluso más cercanamente de lo alguna vez pensado.
—¿Y qué os contestó? —
Que para cuando abrió los ojos, frente a frente se lo encontró.

Sin nombre — Anónimo

¿Estoy salpicándolo todo? No me había dado cuenta— Ironizó la lechuza aleteando en un intento de alzar el vuelo y alejarse del agua que entumecía y mojaba sus plumas, haciéndolas más pesadas y desordenándolas. Después, tras conseguir algo de comer tendría mucho trabajo ordenándolas y colocándolas en su lugar, si es que luego le quedaban plumas en su cuerpo. Bajo la mirada de la ave, el agua era cubierta por plumas blancas, hasta que dándose cuenta de que como más insistiera en salirse, peor seria, que terminó por simplemente flotar en el agua, con la mirada fija en el joven y el plumaje suave de su cabeza erizado en señal de descontento.

¿Tan difícil es entender que tengo hambre? — Suspiró internamente cerrando un instante los ojos hasta que el joven se levantó del agua y ella carraspeando apartó la mirada. De haber sido humana se habría sonrojado. Solo había visto desnudo de aquella forma a Kirian, y a su extensa familia difunta. Por lo que nunca había visto completamente al natural a nadie que no fuera de su círculo o cambiaformas como ella. Tampoco es que jamás se hubiese fijado, para ella el estar de ese modo era algo natural, pero al verlo de aquel modo y tan cerca la incomodó, como también aquella mirada letal. — Perdóname… no me mires así, caí sin querer. Y solo no me gusta el agua cuando estoy como lechuza… se me pegan las plumas. —Gorgojó de nuevo, entendiéndose solo ella y aguardó haciéndose la despistada, viendo para otro lado, hasta que el joven salió y volvió a dirigirle la mirada, encontrándose con las cicatrices descomunales de su espalda.

Asustada en un primer momento, chilló en una mezcla de preocupación y miedo, lo que hizo que antes de poder siquiera en pensar como escapar de allí, temiéndose lo peor, él se girara y la tomara en brazos. La lechuza escondió su cabeza y sintiendo como la secaba, fue que gorgojó y molesta emergió de su escondite para verle fijamente y ladear la cabeza. — ¿Eres cazador? — Se preguntó —Esas cicatrices son de quien lucha y pelea y eres humano... por qué no veo en ti rastro de ninguna aura y seguramente de ser como yo, te habrías dado cuenta y me oirías. ¿Verdad? — de nuevo pensamientos que no serían contestados y ante la sonrisa de él, dejó de temer volviendo a relajarse.

Al oír lo de comida, toda ella vibró y gorgojeó en respuesta, picoteando de nuevo el aire, viendo si así entendería que era lo que había querido decirle allá en la tina antes de caerse al agua. Se quedó en la mesa donde la había dejado y esperó con los ojos abiertos fijo en la comida que tenía él, haciendo caso omiso al pan que le había dado. Como humana se lo podría comer, todo y que para aquel entonces unas migajas no serían suficientes, pero en forma de lechuza quería y ansiaba carne fresca. Cocinada o no, le importaba poco. Quería comida. Se le quedó viendo fijamente, degustando en su cabeza cada cucharada de carne que él se comía sin saborear. — Kirian jamás me dejaba comer tan bruta como él, o como tú. Me decía que me podría producir dolor en el estómago por correr tanto. — Se dijo acordándose de aquellos momentos en que veía a su mejor amigo canino comer desesperado y ella intentaba seguirle. — Me obligaba a comer despacio, pero cuando se trataba de carne, él siempre terminaba comiendo parte de lo mío a causa de mi lentitud y debía de irme a cazar algún ratón y comérmelo en las ramas o en algún agujero en el que no pudiera meter ni sus zarpas, ni su hocico. —Cerró los ojos acordándose de aquellos bonitos momentos y volvió a abrirlos al oír como comía otra cucharada de comida frente a ella.

No soy una paloma. — Protestó, ladeando la cabeza, arrufándola ante su grito o más bien orden y de reojo miró el pan con desagrado. Resopló y tras unos instantes de mirarlo, fue a buscar una migaja con el pico y tal cual sus papilas gustativas probaron la harina del pan, lo echó a un lado de la mesa y así hizo con todo el pan, hasta terminar por echarlo todo el suelo.

Tal cual terminó saltó de la mesa molesta, quedándose observando lo que parecía un pequeño dragón en el techo y al que en aquel momento no podía ir a buscar por culpa de sus alas mojadas e inservibles para el vuelo y como pudo, se subió de nuevo a la cama. Una vez allí, se dirigió a las mantas que le esperaban y tomando un lado de ellas con el pico, la arrastró hacia uno de los lados de la cama donde se encontraba el cojín y tras una mal mirada al joven, por no haber compartido su comida, ni un poco con ella, se dejó caer cómodamente apoyando su cabeza en una pequeña parte del cojín. Y esperó así, en silencio a que él se acostara a su lado y descansaran.

En la mañana debería despertar temprano e irse antes de ser descubierta realmente por él. Ahora que él aún seguía creyendo en ella como un pájaro enviado de Dios, tenía oportunidades de salir viva, y sabiéndolo no podía permanecer mucho más tiempo. Sentía la magia en ella debilitarse, lo que solo quería decir problemas. En la noche se volvería inconscientemente humana y debía estar lejos de allí, para cuando los ojos masculinos se abrieran.

Lo que no esperaba era que para cuando despertara, fuera tarde, y sus ojos azules adormecidos se encontraran con unos sorprendidos y oscuros ojos fijos letalmente en ella. Justo antes de ser interrumpidos y que ella lograra esconderse nuevamente como lechuza bajo la cama.
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Mensaje por Athan Avramidis Sáb Sep 20, 2014 4:13 am


"Hay momentos en los que Dios exige obediencia, pero hay momentos en los que desea probar nuestra voluntad y nos desafía a entender su amor"

Paulo Coelho


Athan escuchó cada gorgojo que aquella ave le daba, convirtiéndolo en un loco más entre los inquisidores. Cualquiera que entrase y lo viera con un pájaro al lado, agitando sus alas y tirando el pan por todos lados con tal de no comérselo; mientras él sólo le lanzaba miradas que la censuraban por derrochar la comida que el señor les había otorgado en aquella noche de funestos resultados, seguramente habría opinado lo mismo que él. Estaba completamente loco. Seguramente en este estado ni siquiera las plegarias o rezar varios rosarios le ayudarían a apaciguar su alma. Era como un estanque de agua turbia, provocado por un constante chapoteo de niños caprichosos saltando sobre él.

Decidió simplemente ignorarla, centrándose en terminar de comer y vestirse con prendas limpias. Se sorprendió al darle una sonrisa a la ropa que aquella anciana había preparado para que él pudiera dormir refugiado por el frío. La tela era rígida y un poco rasposa, gritando que no era de una buena calidad, pero él sabía que ella le había entregado lo mejor que tenía en su casa. Aquella gente era humilde, pero tenían un profundo sentido de la hospitalidad, jamás dejarían a un huésped la ropa desgastada.

Se giró hacia la cama y frunció el ceño como un niño caprichoso. Aquella ave se había adueñado de parte de su cama, como si fuera lo más normal para un pájaro el meterse allí para dormir. Sabía que los caminos del señor eran inescrutables y que había que tener fe en lo que Dios le entregaba en su camino, así tuviera o no sentido para él en ese instante. Al fin y al cabo, le había entregado una zarza parlante a Moisés. Pero, ¿Un ave que se creía una persona?.

Suspiró y se secó el pelo con la toalla antes de que sus pensamientos lo llevaran al terrible pecado de poner en entredicho las palabras del señor. No quería cometer tal acto de atrevimiento, mucho menos cuando su vida había sido salvada en aquella noche. Quizás sólo era el cansancio, incitándolo a dejarse llevar por la imaginación.

- Sólo necesitas dormir.- Se dijo a sí mismo, dándose algunos golpes en la cara para espabilarse, agitando su cabeza para que su pelo pudiera separarse y secarse mejor. Sin más, se acostó en la cama, refugiándose en el calor de las mantas y entregándose a ese sueño, reparador y profundo, que sólo sienten los niños y los hombres cansados por el trabajo.



"Nadie logra mentir, nadie logra ocultar nada cuando mira directo a los ojos."




Sus piernas rozaron otras mucho más delgadas con las suyas, aunque lo primero que pensó, fue en la sorprendente suavidad de la piel que estaba tocando. Sus manos se habían aferrado a la cintura estrecha, abrazándose al otro cuerpo por la noche, buscando aquella rica fuente de calor como un hombre desesperado. Nunca se había sentido tan en paz, cerca de otra persona, respirando el mismo aire que salía de ella, fundiéndose en un momento íntimo y común.

Movió su nariz con incomodidad, sintiendo el cosquilleo del pelo largo contra ella. Recordaba haber tenido que gruñir en medio de la noche, refugiándola entre sus brazos para que dejara de moverse como un ave asustadiza. Aunque en algún momento, la tibieza del plumaje se había convertido en piel y las patas en unas largas y esbeltas piernas que lo habían pateado en la espinilla. Era una mujer escurridiza e inquieta, se dijo para sí mismo mientras intentaba moverse en el poco espacio que la mujer le había dejado para él.

Sus ojos se abrieron de golpe y su respiración quedó atascada en su garganta. Frente a él, había una mujer. Quien, independientemente de su belleza, carecía de alguna prenda que conservase siquiera el mínimo decoro posible entre un hombre y una mujer. Cerró sus ojos asustado, pensando que quizás su soledad le impulsaba a buscar compañía en un sueño, pero cuando los volvió a abrir, ella seguía allí.

Su pelo tenía numerosas plumas blancas, convirtiéndolo en un nido de aquella ave parlanchina y valiente, su corazón latió a toda velocidad, intentando no volver a desviar sus ojos hacia la desnudez que lo acosaba. ¡¡Iba a ir al infierno!!. Su mente comenzó a crear numerosos escenarios en los que intentaba explicarle al cura de su parroquia lo que había hecho.

Oh, sí Athan Avramidis. Sólo tienes que ir y decirle al mejor amigo de tu abuelo que has seducido a una mujer, la has desnudado y metido en tu cama, pero que no te acuerdas de nada. Seguro que tu familia se enorgullece de ti.

Pasó una mano por su rostro y lanzó un suspiro, iba a tener que tomar la responsabilidad de lo quiera que hubiera hecho la noche pasada. Era hombre muerto.

Justo en ese instante ella abrió los ojos, quedando atrapado por una profundidad azulada que lo dejó congelado, ni siquiera los lamentos de esa voz irritante idéntica a la suya, se atrevieron a molestarlo. Aunque parecía que aquellas personas que permanecían lejos de aquella habitación sí que estaban libres de su embrujo, ya que varios golpes le advirtieron que alguien entraba.

La anciana de la otra noche le trajo el desayuno y le informó de todo lo que habían hecho los hombres con el cadáver, colocando su ropa sobre la mesa para que pudiera cambiarse. Pero él sólo podía concentrarse en su corazón desbocado y el sonrojo, cada vez mayor, que cubría su rostro. ¿Cómo podía actuar tan natural al hecho de que tuviera una mujer con él en la cama?.

Cuando salió, él miró de nuevo a la cama, encontrándose con un hueco notable y al búho refugiado dentro de las sábanas. Gimió y se movió con rapidez, buscando a la mujer por toda la habitación, hasta que quedó evidente que él sólo era un loco intentando encontrar una visión que había visto. Y así, dejándose caer sobre la cama, comenzó a reír.

Al principio sólo fue una carcajada, pero después le siguió un coro de sonidos burbujeantes que terminaron en una risa completa. Nunca había reído de una forma tan histérica, hasta que sólo se quedó callado mirando el techo. Sintió un ligero mareo al incorporarse, así que se tocó la frente y descubrió que tenía fiebre. Debía haber alucinado al tener su cuerpo débil por las heridas. Volvió a taparse, cubriéndose hasta la cabeza y después cerró fuertemente sus ojos, ignorando de pronto el vacío que sentía.

- Estúpido – Se dijo a sí mismo, recordándose que él era un alma pura del señor, no alguien que necesitara a otra persona a su lado. Menos una mujer. Ellas siempre traían complicaciones. – Sólo yo y Dios. – Murmuró con tristeza, sintiendo el arrollador peso de una sola lágrima recorriéndole la mejilla.
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Mensaje por Lyanna Moldovan Miér Sep 24, 2014 5:38 pm

¡Oh!, bello aroma
Tu qué haces de mí ser la cadena
De mi sombra, tú condena
Y de aquella pequeña ave,
aquella pequeña mascara
Bajo la que me ocultas de la pesadilla trasnochada […]

Flor de noche — Anónimo

Tras muchos picotazos al cojín buscando acomodarse perfectamente en él, esperó a que el joven decidiera acurrucarse también a dormir, para así lentamente y segura empezar a cerrar los ojos, dejándose caer dormida en aquella cama mullida. Muchas veces fue que la lechuza abrió los ojos y se incorporó en aquella cama, tras oír la pisada de los ratones al exterior de la cabaña o de algún búho que entre los arboles celebraba su cacería, llevándose al estómago un delicioso conejo. Todos aquellos ruidos aparte de no dejarla dormir, le hacían entrar más hambre, tanto que en una ocasión saltó de la cama para ir hacia donde había los platos de comida y con el pico los terminó por limpiar. Sintiendo que aquello era demasiado poco para su estómago y mirando en dirección la ventana gorgojó triste y hambrienta, volviendo tras sus lloros a la cama donde buscó acomodarse junto el cuerpo masculino, llevándose un gruñido de su parte a lo que correspondió con un suave picotazo en el cabello.

Una vez de nuevo en la cama y rodeada de los brazos masculinos, resoplando en ocasiones e inquieta fue dejándose dormir, sufriendo como cada noche de sus pesadillas nocturnas. Las que tenían por costumbre inquietarla y debilitarla a causa del estrés psicológico que le resultaba a la joven, revivir una y otra vez la muerte de su familia por los cazadores, mientras ella por más que lo intentara no podía hacer nada, más que permanecer mirando y gritando. Gritos que jamás llegaban a ser escuchados, siquiera escapaban de su garganta. Por ello fue que tras un buen rato de temblores, su cuerpo inconscientemente cambió a su forma humana, encontrándose con que el cuerpo masculino se encontraba aferrado a ella, envolviéndola en un cálido abrazo que disipó sus pesadillas e inquietudes. Acurrucada contra él, pensándose aún lechuza se acercó más a él y con sus suaves piernas entrelazadas con las ajenas, restó dormida a su lado toda la noche, hasta que las primeras luces del alba irrumpieron su sueño y lentamente se removió, sintiendo como el cuerpo a su lado también se movía.

Estiró su cuerpo, sintiendo la vitalidad de nuevo recorriéndola tras aquel descanso en lo que podía considerarse una cama ligeramente mullida. Y finalmente abrió los ojos, quedándose congelada al coincidir con la mirada ajena y sentirse por primera vez realmente humana. El joven no la miraba como si fuera un pájaro, si no como una humana. Pensar en aquello, a pesar de estar acostumbrada a que con los cambiaformas no mostrar pudor por su cuerpo desnudo, se sintió incomoda y sonrojada se le quedó viendo sin saber qué hacer, como salir de aquella situación.

 Yo… — Apenas salió el susurro de su voz que unos golpes en la puerta la alertaron y aprovechando que venían visitas, en unos segundos se concentró y cambió de forma a la de lechuza, justo antes de que nadie pudiera verla. al joven y lo que pasaba a su alrededor, escondida entre las sabanas de la cama. Tras que las visitas dejaran la ropa de él limpia y el desayuno y se marcharan de la cabaña, el joven enloqueció buscando por todos los rincones de la habitación. — ¿Me buscas a mí? — Gorgojó el ave saliendo de las sabanas, viéndole con la cabeza hacia un lado y sus ojos saltones. — Si eres cazador o de profesión similar, como no sabes lo que soy? Me has visto como humana… — La ave seguía hablando para sí misma hasta que saltando de la cama aterrizó al suelo en lo que Athan se había tumbado en el colchón, echándola sin querer de allí.

Lyanna resopló y se quejó por unos segundos. Aún le dolía una de las patas y el golpe, no le había ayudado a sanarlo. Picoteando al aire molesta y aturdida, sin saber qué hacer, se quedó viendo una de las ventanas por la que podría escapar. No obstante, un ruido proveniente de encima la cama le hizo trastabillar y caer al suelo, soltando otro gorgojo, que pronto se convirtió en una respiración femenina.

Había vuelto a cambiar de forma. Sus plumas blancas habían dejado un rastro en el suelo y en su cabello, mientras que sus extremidades ahora tenían forma alargada. Lentamente en silencio se levantó del suelo, viendo por primera vez como el chico se tapaba con la manta, sin dejarle ver que le ocurría o que hacía bajo aquella tela. Así que lentamente con una de sus manos corrió la sabana de encima de él, descubriéndolo ante ella mientras la sabana terminaba contra su cuerpo, tapándose su cuerpo desnudo de la mirada del chico. — ¿Estáis… bien? — Le preguntó tras que sus ojos volvieran a coincidir, y sonriera dulcemente, al tiempo que con una de sus manos recogía una traicionera lágrima de los ojos ajenos. —Podrías haber enfermado esta noche, después de lo de ayer…Siento si os molesté esta noche. — No sabía que decirle, le resultaba incomodo que la viera de esa forma, como si estuviera ante un fantasma o algo similar. Sonrojada, desvió la vista durante unos segundos intentando recomponerse de aquella inquietud que sentía, como cada vez que estaba en peligro y sus instintos le avisaban. — Os… ¿sirvo el desayuno? ¿D-deseaís algo? — Esta vez su voz tembló nerviosa y con miedo restó inmóvil esperando que él diera alguna señal de haberla oído o de querer contestarle. Hacía muchos años que no hablaba con nadie que no fueran cambiaformas, y el encontrarse en aquella situación para ella también era extraña. Jamás le habían enseñado a lidiar con humanos o cazadores. Principalmente le habían enseñado a huir. Y aunque ahora pudiese huir, algo le impelía a quedarse. Quizás fuera la lagrima de él, la forma en que como ave la había cuidado o solo que sabía que una vez saliera al exterior se encontraría rodeada de cazadores.
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Mensaje por Athan Avramidis Sáb Oct 18, 2014 4:08 am


“Hubiera yo podido (alto como los montes
es mi orgullo y domina a diablos y nublados)
apartar simplemente mi soberana testa,
si no hubiera atisbado entre la sucia tropa,
¡Y este crimen no hizo tambalearse al sol!
A la reina de mi alma de mirada sin par,
que con ellos reía de mi sombría aflicción,
haciéndoles, de paso, una obscena caricia.”

Charles Baudelaire.




La calma y el silencio eran las mejores medicinas para él, estaba acostumbrado a ellas, el encontrarse siempre en medio de sí mismo, centrado en seguir el camino que Dios había marcado para él. Hasta éste instante jamás había creído que las pruebas de su Señor fueran más difíciles que el luchar noche tras noche contra las criaturas del mal. Al fin y al cabo, derrocar al demonio y sus hijos no era una tarea sencilla, no cuando sólo contabas con piel y huesos con los que frenar el avance de un cuerpo mucho más fuerte que su sencilla y humilde humanidad. Pero ahora, mientras la veía, sabía que Dios definitivamente se había equivocado al mandarla a él.

Cuando escuchó su voz creyó simplemente haber comenzado de nuevo a delirar, pero allí estaba, quitándole la manta de su rostro y tomando las pruebas de su debilidad. ¿Esto era un castigo por sentirse triste con su destino?. ¿Era una forma de recordarle cuán débil y estúpido era?. No sabía cómo no había podido ver las claras señales que el búho le había dejado la noche anterior, ¿Cómo no pudo ver que ella, esa cosa, no era un mero animal?.

Su mano le cogió el brazo de ella, el mismo con el que había tomado su lágrima, apretándolo con la suficiente fuerza como para advertirla de que no pensaba tolerar más aquel juego en el que había fingido ser algo inocente ante sus ojos. No pudo si quiera ocultar el desprecio que llenó sus ojos mientras la observaba directamente a los ojos, él la había considerado una señal de Dios, un aliado enviado por el Santísimo Padre para impedir que pereciera ante el licántropo. Pero sólo había sido la burla de una mujer capaz de mutar su cuerpo y convertirse en una señal equívoca de bondad.

- Si estoy bien o no, no es asunto vuestro. – Se ocupó de empujarla lejos de él, no la quería cerca de nuevo. Se sentó en la cama y, aún en medio de la inestabilidad que dominaba su cuerpo por la fiebre, le dio la espalda para evitar ver cualquier parte de su desnudez. Odiaba sentirse así, engañado y burlado por haber sido tan inocente la noche anterior. Nunca volvería a cometer ese error.

- Tapad vuestra vergonzosa desnudez de mí, el envoltorio inocente que usáis para esconder vuestra pecaminosa existencia me repugna. – La crueldad de sus palabras era tanto para ella como para sí mismo, quizás más para él. Nada había salido como lo pensaba, ¡ Qué tonto, engañado por su deseo de verla con una pureza que ella jamás podría llegar a entender!. Había llorado por estar solo y el demonio le había entregado una mujer desnuda. El mal no tenía límites.

- Comed, os sé herida. – La miró de reojo y sus ojos, antes esferas amables y risueñas, se habían convertido en dos fríos espejos que le decían cuánto odiaba el saber qué criatura era. – Pero no os engañéis, esto es sólo un gesto de piedad. Por alguna razón salvasteis mi vida anoche, sólo por ello no os mataré aún. –

Se giró de nuevo y fue hasta la mesa para empujar el plato hasta la silla más cercana a ella, esperando que comiera rápido y se marchase de su presencia. No creía que ninguno de sus compañeros hubiese tenido la misma piedad con ella, seguramente la hubieran matado desde el mismo instante en que la hubieran escuchado hablar. Por eso él había sido engañado y los demás dormían tranquilos en sus casas.

- Cuando terminéis, marcharos de la misma forma en que habéis llegado. Y os lo advierto, no volváis a cruzaros en mi camino de nuevo. – Sus labios formaron una pequeña sonrisa cínica. – No tendré piedad, ya lo sabéis por el licántropo.









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Mensaje por Lyanna Moldovan Dom Dic 14, 2014 7:44 pm

Levantas la mirada con ojos cansados,
Levantas la mirada con deseo anhelante
de otros campos,
de otras vistas.
Levantas la mirada y no ves nada.
Se esparce ante tus pies la miseria derramada.
Levantas la mirada y me miras fijamente.
Me preguntas
sin palabras,
derrumbando mi mundo con el tuyo fabricado.
Levantas tu mirada y me avergüenza la mía.

Preguntas en el aire — Anónimo

La confianza del cisne se quebró por completo ante el primer movimiento hostil del joven que la había cuidado y al que ahora ella quería y deseaba devolverle el favor. Su mirada temerosa cayó sobre los de él y un escalofrió rápidamente atacó su cuerpo al encontrarse con su mirada llena de desprecio y asco. Como si ella fuera lo más repugnante y horrible del mundo. Un parasito, una inmunda rata que no debía ni de ser contemplada, y aún menos guardar compasión. El agarre en el que se encontraba sometida le dolió y con una mueca de dolor terminó lejos de la figura del joven inquisidor y sus fiebres, tras ser empujada por él mismo.

La respiración se quedó atorada en su garganta unos segundos en los que permaneció inmóvil, inquieta y asustada ante su reacción. ¿Se habría dado cuenta de que era una cambiante? Esa pregunta pasó a responderse con solo verle a los ojos y ver el odio intenso en ellos. ¿Por qué la odiaba? Lo había salvado del licántropo y solo deseaba cuidarlo. Ella jamás podría herir a nadie, quizás en defensa propia podría llegar a intentar algo pero jamás haría daño a nadie sin tener motivos válidos. ¿No la hacía eso diferente de los que eran violentos?

L-Lo siento… — Se disculpó sintiendo por primera vez al ver la reacción ajena, vergüenza de su propia desnudez tan natural en ella. Con las manos se tapó su intimidad y los pechos ya que la única sabana que había en la habitación se encontraba justo bajo la figura masculina y tampoco deseaba incomodarle más o hacerle pasar frio simplemente porque se hubiera tapado. Por qué en aquel instante comprendió muy a su pesar que aquel joven, de tomar la sabana, antes sería capaz de dormir y pasar frio que taparse con la tela que ella y su cuerpo, hubiesen tocado antes. La palabra “repugnante” fue lo segundo que más daño le hizo y ante lo que dudó más antes de contestar. ¿Qué podría decirle? Parecía que al cisne se le hubiese comido la lengua el gato.

Perdonadme… Yo solo quise salvaros, no debíais morir y distraje al licántropo para que pudierais huir y salvaros. Jamás quise haceros daño ni molestaros… Perdonadme por favor y no digáis esas cosas, no todos somos iguales. — Murmuró al tiempo que se preguntaba qué hacer y observaba desde su posición como el joven se levantaba y le tiraba el plato de comida que era para él, como si verdaderamente fuera apenas un insecto, una alimaña a la que no pudiese ni mirar a los ojos. Por unos segundos y viendo la comida, una lagrima se deslizó por su mejilla al pensar en el tiempo que llevaba sola sin más compañía que la de sí misma. Extrañó a su canino y se odió a si misma de nuevo, al pensar que de no haberse ido, ella seguiría con él y no debería de pasar por esta situación, en la que no únicamente ella peligraba, sino también sus pensamientos y creencias. ¿De verdad su desnudez y ella, eran tan abominables? Su frágil corazón se le rompía al pensarlo.

Me iré, y no tomaré comida. Es vuestra y estáis enfermo, tomadla y recuperaros… Siento haberos molestado. Prometo no volver a interponerme en vuestro camino.— Tras su negativa a comer bajó la mirada y volviéndose a la ventana, observó el exterior cayendo en que no se veía nadie por los alrededores. Tardó poco en y tras ver de nuevo por unos segundos aquellos ojos observándola, volverse lechuza y salir por la ventana intentando tomar altura antes de posarse en una rama y descansar. Aquella mañana tenía intención de cazar un poco tanto para ella y para él. Dejaría los conejos muertos en la puerta de la anciana amable y esperaría que con suerte, ella se lo cocinara y se lo diera. Así podrían ambos recuperarse y volver a sus hogares, olvidándose de aquella noche y aquel encuentro por completo. Y esperando que no volvieran a cruzarse, o el inquisidor se serviría de su palabra y le daría caza, como a una alimaña. Como el ser sobrenatural que en el fondo era y nunca dejaría de ser; una cambiante.


TERMINADO
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