AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Thibault de la Guette
2 participantes
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Thibault de la Guette
THIBAULT DE LA GUETTE
Si quieres paz, ¡prepárate para la guerra!
Datos Básicos
EDAD
30 años
ESPECIE
Humano
CLASE SOCIAL
Alta
OCUPACIÓN
Líder de los Tecnólogos
FACCIÓN
Tres. Tecnólogos.
ORIENTACIÓN SEXUAL
Heterosexual
LUGAR DE ORIGEN
París, Francia
30 años
ESPECIE
Humano
CLASE SOCIAL
Alta
OCUPACIÓN
Líder de los Tecnólogos
FACCIÓN
Tres. Tecnólogos.
ORIENTACIÓN SEXUAL
Heterosexual
LUGAR DE ORIGEN
París, Francia
Descripción Psicológica
Introvertido, hacia dentro. Pareciera que siempre está reflexionando. Pero es inhibido en este aspecto porque siempre fue un estratega, no sólo como líder de los tecnólogos, sino en todas las áreas de su vida; observa, analiza. Cuando ve una oportunidad de saber más la toma. El conocimiento está en el foco de su interés, y si para llegar a él debe pasar por encima de la institución que lo ha levantado, lo hará con sigilo, pero sin arrepentimientos. El rencor que siente para con Dios por haberle quitado todo cuanto ha amado lo ha condicionado de esa manera.
Un tanto frío con las mujeres. Algunos dicen que solo amó de verdad a Nicolette y a sus hijas. A las prostitutas que visita en los burdeles dice “casi amarlas” que implica no entregarse en absoluto. Pero esto no es aislado. No confía en ninguno de los líderes de su institución, pero confía casi ciegamente en sus alumnos. No confía en el hombre ciudadano promedio, pues los cree estúpidos y manipulables. Le entregan todo a Dios con actitud pasiva, esperando que las cosas lleguen y no solventándose nada. Ha nacido en él esa arrogancia frente a los que se quedan quietos con la verdad que les exhiben y no buscan encontrarla.
La sensibilidad y la resistencia de los nervios son admirables, los reflejos de una prontitud asombrosa, la capacidad de trabajo ilimitada; el sueño viene cuando se le ordena. Y ahora al reverso: el frío húmedo provoca la opresión, la tos, la disuria; la contrariedad despierta gran cólera; el exceso de trabajo, a pesar de los baños calientes y prolongados, de una extrema sobriedad, de un uso moderado pero constante de café y de tabaco, engendra a veces breves desfallecimientos que llegan, incluso, al llanto.
Su cerebro lo tiene activo hasta cuando duerme: la atención siempre despierta, remueve infatigablemente los hechos y las ideas; la memoria los registra y los clasifica; la imaginación juega libremente y, por una tensión permanente y secreta, inventa sin fatigarse, los asuntos científicos y ocultos que se manifiestan en iluminaciones repentinas, comparables a las del matemático y del poeta, con preferencia durante la noche, en un repentino despertar, lo que él mismo llama la llamada moral, la presencia del espíritu de después de media noche.
A pesar de lo que lleva dentro, se puede mostrar incluso amable para aquellos que trataba de cerca, pero también frío y distante, siendo más frecuente este último caso. No hay que olvidar que posee una organización física y cerebral que ocultan ese irresistible impulso hacia la acción y la dominación que se llama su ambición.
Un tanto frío con las mujeres. Algunos dicen que solo amó de verdad a Nicolette y a sus hijas. A las prostitutas que visita en los burdeles dice “casi amarlas” que implica no entregarse en absoluto. Pero esto no es aislado. No confía en ninguno de los líderes de su institución, pero confía casi ciegamente en sus alumnos. No confía en el hombre ciudadano promedio, pues los cree estúpidos y manipulables. Le entregan todo a Dios con actitud pasiva, esperando que las cosas lleguen y no solventándose nada. Ha nacido en él esa arrogancia frente a los que se quedan quietos con la verdad que les exhiben y no buscan encontrarla.
La sensibilidad y la resistencia de los nervios son admirables, los reflejos de una prontitud asombrosa, la capacidad de trabajo ilimitada; el sueño viene cuando se le ordena. Y ahora al reverso: el frío húmedo provoca la opresión, la tos, la disuria; la contrariedad despierta gran cólera; el exceso de trabajo, a pesar de los baños calientes y prolongados, de una extrema sobriedad, de un uso moderado pero constante de café y de tabaco, engendra a veces breves desfallecimientos que llegan, incluso, al llanto.
Su cerebro lo tiene activo hasta cuando duerme: la atención siempre despierta, remueve infatigablemente los hechos y las ideas; la memoria los registra y los clasifica; la imaginación juega libremente y, por una tensión permanente y secreta, inventa sin fatigarse, los asuntos científicos y ocultos que se manifiestan en iluminaciones repentinas, comparables a las del matemático y del poeta, con preferencia durante la noche, en un repentino despertar, lo que él mismo llama la llamada moral, la presencia del espíritu de después de media noche.
A pesar de lo que lleva dentro, se puede mostrar incluso amable para aquellos que trataba de cerca, pero también frío y distante, siendo más frecuente este último caso. No hay que olvidar que posee una organización física y cerebral que ocultan ese irresistible impulso hacia la acción y la dominación que se llama su ambición.
Historia
«Las descubrimientos no se palpan con guantes de seda». Eso tenía más que claro Urbain de la Guette, uno de los tantos hijos de cunas nobles cuyo destino estaba marcado incluso antes del primer respiro. Se lo transmitió a su familia como sus padres y sus abuelos antes que él. Estricto hasta la médula, defendía hasta aquellas reglas con las que no estaba de acuerdo en lo más mínimo, como la que lo comprometía a casarse con una desconocida llamada Hyacinthe Saint-Eloy, asegurando de esa forma el poderío de la familia.
En ese ambiente más de reglas que de órdenes se crió Thibault, el mayor de seis hermanos. El primogénito, el heredero, los hombros sobre los cuales se podía edificar el futuro. Por eso se encargaron de educarlo con mayor disciplina que los demás hermanos. Ocho horas diarias que se dividían entre matemáticas, astronomía, historia, y cuatro idiomas que iban variando según aprendía uno antes que otro. En sus manos sintió edificarse las huellas de la vara, pero ninguna lección fue tan dura como aprender que la muerte no conocía de épocas ni de horarios. Lo vivió con dos de sus hermanos: Ferdinand y posteriormente Anaïs. El primero por una infección estomacal que acabó por secarlo y a la segunda nunca le bajó la fiebre un invierno chorreante de enfermedades respiratorias. Sólo recuerda que vio una sábana cubrir sus cuerpos después de la última oración del sacerdote. ¿Y eso era todo? ¿Le pasaría eso también cuando muriera? ¿Vendría gente hablando de él en pasado de las cosas que hizo y que no hizo? Transformarse en un recuerdo parecía ingrato. Estaba seguro de que sus hermanos eran mucho más que las cosas que decían de ellos, pero finalmente serían esos dichos los que mantendrían viva una historia que no era de ellos, pero procuraba serlo.
Su padre sabía esto desde hacía tiempo y por eso investigó todo cuando pudo acerca del mundo y de cómo y por qué funcionaba. Era insaciable en conocimientos. Incluso después de la muerte de su mujer producto de una tuberculosis siguió con sus proyectos acompañado de Thibault, que al parecer compartía su misma hambre. Pero claro, ojos que buscaban siempre encontraban. No tardaron en apresar a Urbain, y por poco también llevaron preso de Thibault por tratar de defender a su progenitor.
Apenas pudo, fue a visitarlo a su celda.
—Padre —lo llamó tras las rejas de la puerta.
—Thibault —reconoció a su hijo.
—¿Cómo está, padre?
—Ya lo sabes. Sin tu madre es como si estuviera muerto. —aseguró.
No se indagó más en el tema.
—No se preocupe. Yo lo voy a sacar de aquí.
—No. Tú tienes que hacerte cargo de tus hermanos. Yo me las arreglaré para salir de aquí —observó a su hijo un poco mejor— Te golpearon.
Thibault asintió.
—Tanto como yo a ellos.
Eso no dejó conforme a Urbain. Negó con su cabeza.
—Alguien tiene que poner orden en este condenado país, Thibault. No puede ser que los que buscamos la verdad seamos apresados y aplastados de esta forma. Esto no puede seguir ocurriendo. Si existe el infierno, estamos en él.
Casualmente se dio cuenta de que su primogénito que no venía solo al observar el fondo del pasillo una paciente figura.
—¿Quién te acompaña?
—Lettie. —así llamaba cariñosamente a Nicolette.
—Oh… tu prima. —aligeró la dura expresión que le acompañaba desde niño— Siempre te ha querido bien. Cuídala, Thibault. Cuídense los dos.
Dio su palabra que así lo haría. Llevaba a Nicolette consigo a todas partes. Ella estaba a su lado, moviéndose graciosamente y haciendo que la ausencia de los amos del hogar fuera menos notoria. Le acompañaba en su escritorio, cuando repasaba fórmulas de química. Su sonrisa lo distraía; era un gesto que demostraba que ella sabía lo que generaba en él y que le gustaba.
—Tengo que estudiar —dijo cariñosamente el hombre.
—¿Me podría dejar a mi casa, entonces? —ronroneó la joven.
—No. Quiero que se quede conmigo. —manifestó Thibault depositando la pluma en el tintero.
—¿Quiere que le ayude a cuidar a sus hermanos?
—Sí. —contestó poniéndose de pié sin apartar sus ojos de ella— Así estudio mis materias y la estudio a usted. He estado muy inmóvil, Lettie. Pero ahora voy a comenzar a moverme. —acarició sus hombros. Los besos comenzaron— Aquí, aquí, y aquí.
Se casó con su prima Nicolette. No tardaron en convertirse en padres.
—¿Cómo le vamos a poner a esta pequeña hembra? —sonreía la primeriza al ver a su marido cargar a la bebé.
—No encontraríamos uno que abarcara lo que ella genera. Podríamos ponerle el nombre de tu madre.
—¿Juliette? Es bello, pero no sería justo. Se parece a ti.
Él la inspeccionó sentado en la cama con su mujer.
—Sí, es verdad. Sacó el rostro del padre, pero las manos de la madre.
—Te amo, Thibault.
—Y yo las amo a las dos.
Thibault sabe lo que es suplicarle a Dios y que éste nunca conteste. Un llanto lo despertó una noche que no era de su hija, sino de su mujer.
—Lettie, mi amor. ¿Qué le ocurre?
Se desplomó en sus brazos con un bulto que se negaba a dejar ir.
—¡La niña está muerta! —estalló en llanto— Se fue, se fue.
El hombre sujetó a su mujer como pudo, queriendo también sostenerse a sí mismo. Pero las cosas cambiaron. Lo comprobó el sacerdote al día siguiente, en el velorio.
—Thibault, no debes pedirle razones al Señor. Sólo acepta su voluntad. Mira a Jesús, que con su obediencia transformó la maldición de la muerte en bendición. —buscó inspirar con sus palabras.
—¿Una bendición para quién, padre? —preguntó displicente.
—Thibault —llamó su atención Nicolette.
—No temas, Lettie —volvió su vista al clérigo— Yo solamente quiero saber a quién ha tocado la mano de Dios.
—A ti y a tu señora esposa. Y por supuesto, a la niña.
¿Estaba demente? ¿Era un sádico, acaso?
—¿Usted cree que esto es una bendición para nosotros, padre? —prácticamente escupió la frase.
—Vivimos con la esperanza de la resurrección, pero para alcanzarla, debemos pasar por la muerte.
—Entonces debió llevarnos a todos, porque para mí no es una bendición que Dios le haya arrebatado la vida a mi pequeña hija. Me parece más bien un castigo, padre.
En la noche quiso hablarlo con su mujer, pero las respuestas no se hicieron menos turbias.
—¿Por qué? —le preguntó acariciándole el lomo desnudo.
—Si Dios lo quiso, por algo es. —se hacía la fuerte.
—Es que no tiene sentido. No tiene razón de ser.
—No contradigas a Dios, Thibault. Él la tiene a su lado.
—Yo la quiero a mi lado. —era un deseo fuerte e inútil.
—Nadie dice que no lo podamos intentar de nuevo, Thibault. Lo podemos intentar. Lo podemos hacer.
¿Si perdió la fe? No; simplemente su relación con Dios se volvió un tanto fría. Muchas cosas este Todopoderoso le hizo pasar y jamás le dio explicaciones. Con su bendición, Nicolette volvió a quedar embarazada, pero estaba intranquila. Con su maldición, algo más ocurrió. La segunda cría Dios también la recibió. Los sirvientes trataron de subir el ánimo de sus patrones con palabras y proverbios, pero Thibault siempre los detenía con una señal de mano. «Gracias. Nuestro señor Dios prefiere el silencio a veces.» contestaba. Y Nicolette, al parecer, también, pues cada día se le hallaba más a menudo con la mirada perdida y la atención difusa.
Un día mandaron a llamar a Thibault urgente de vuelta a su casa; habían encontrado a su esposa ardiendo en fiebre entre unos matorrales del jardín. Enrabiado y preocupado volvió a todo galope supuestamente buscando explicaciones de la servidumbre, pero en realidad lo que quería era liberar tensiones.
—¡Gaïane! ¡Vieja de mierda! —se lo escuchó gritar cuando hizo estallar el sonido de las puertas de su casa.
Halló a la criada arrinconada y temerosa de su patrón.
—¿¡Qué te dije yo?! —increpó.
—Don Thibault, lo que pasa es que nosotras estábamos por el gallinero, porque---
—Dejé instrucciones claras: ¡Nadie deja sola a Lettie!
—L-La señora---
—¿¡Qué fue lo que te dije?!
—P-Pero si la señora está bien. Ahora le vamos a untar unos paños.
—Lárgate de esta casa. —no quiso seguirla oyendo. Nada valía.
—Por favor, amo.
—¡Vete aquí! ¡No te quiero ver! ¡Lárgate! —si ella no se hubiera marchado corriendo, se hubiera arrepentido. Thibault estaba encolerizado— ¡Voy a cuidar de Lettie yo solo!
No permitió que nadie más se acercara. Incluso él preparó la comida para que recuperara las fuerzas.
—Lettie, mi amor. Tienes que ayudarme. Abre la boca y traga.
—Tú nunca aceptas ayuda de nadie. Es mejor que me dejes morir. —sudaba y sudaba. No paraba.
—Hablo en serio. Debes alimentarse. —se notaba la preocupación en su voz.
—Ay, Thibault —nunca cambiaría— Y ahora hasta cocinas. Deberías dejar de hacer tantas cosas. No quiero ser una carga para ti. Sé que si me dejas sólo un momento, voy a ver la cara de Dios y me voy a ir con él para acompañar a mis hijas.
—No. No y no. —tomó sus manos y las juntó con las de él— Tú vas a estar bien. Sólo tienes que hacer lo que te digo y saldrás de esta.
—Ay, mis ojos. Esa luz me quema los ojos, quiero cerrarlos.
Pero no había vela encendida. Incluso las cortinas estaban juntas. Sólo estaba la leve luz del atardecer. Nicolette debía estar realmente grave.
—Lettie…
—Esta bien, Thibault. Está bien.
—Pero…
—No estoy enferma, esposo mío. Estoy maldita. —levantó su cabello y enseñó su cuello.
Fue cuando vio la marca de la licantropía. El calor que desprendía su mujer no se debía a la supuesta fiebre, sino a la transformación.
—No…
—Sí. Mi cuerpo está cambiando, Thibault. —lo miró a los ojos mortalmente seria— Tienes que matarme ahora, antes de que te mate.
—No lo haré. Pídeme cualquier otra cosa. —besó las manos de su esposa con adoración.
—Thibault, escucha. Si no lo haces tú, buscaré a cualquier otra persona capaz de hacerlo. Me saldré con la mía, pero preferiría que fueras tú quien lo hiciera. Lo harás rápido y sin dolor, porque me amas.
—¿Estás segura?
—Sólo quiero descansar, mientras aún me veo humana. Apaga esa luz, Thibault, por favor.
Justo cuando el anochecer desplazaba el cobre de la tarde, la vida de Nicolette finalmente se rindió. Thibault cumplió con su último deseo en un abrazo, girando bruscamente la cabeza de su mujer para romper su cuello. Perdió la noción del tiempo. Parecía una pesadilla. Por donde iba, sentía que Dios le susurraba cosas. La mansión estaba llena de crucifijos; lo volvían loco. Hasta que por fin acudió a la capilla de su hogar y habló al Creador.
—¡No! —exclamó en solitario, observando la escultura que evocaba a Jesús— Deja que yo hable. Tú ya has hablado demasiado. Deja que sea yo quien termine con todo esto. Mira a este hombre, que si tuviera el poder y la fuerza, no dudes que lucharía contigo. No entiendo tus caminos. Tampoco entiendo tus designios, y para serte franco tampoco me interesa. La escogiste a ella para ensañarte conmigo y con mi familia. Has matado a mis hermanos, a mis hijas y a mi mujer. ¿Qué pecado fue? ¿A quién he dañado tan gravemente para que me castigues de esta manera?
Caminó en círculos en ese silencioso lugar. No llegaban señales; mucho menos respuestas.
—No vas a contestar. Te quedarás mudo y distante como siempre lo has estado de mí. Pero seré fuerte. Seré duro como un roble, y conocerás de mí, Dios. Lo juro. Conocerás de un hombre impío llamado Thibault de la Guette, que jamás volverá a pronunciar tu nombre.
Se infiltró en sus filas como un cristiano más, pero nunca más levantó una oración. Podía ser que acudiera a misa sagradamente y que se confesara con la frecuencia óptima de un católico devoto, pero en cuanto a creencias morales la Iglesia podía besarle el trasero. Sólo ingresó por amor al conocimiento, siendo su gran obsesión encontrar una cura para la licantropía. Él sabe que existen dos grandes fuentes de conocimiento: el dinero que ya tiene y la Iglesia. Si quiere salirse con la suya, desde adentro debe prevalecer.
Ahora se desempeña como Líder de los Tecnólogos. Extiende la disciplina a todas sus áreas. Fuerte como un roble, así ha de avanzar. Los descubrimientos no se palpan con guantes de seda. Ahora sabe lo que significa: si quieres paz, prepárate para la guerra.
En ese ambiente más de reglas que de órdenes se crió Thibault, el mayor de seis hermanos. El primogénito, el heredero, los hombros sobre los cuales se podía edificar el futuro. Por eso se encargaron de educarlo con mayor disciplina que los demás hermanos. Ocho horas diarias que se dividían entre matemáticas, astronomía, historia, y cuatro idiomas que iban variando según aprendía uno antes que otro. En sus manos sintió edificarse las huellas de la vara, pero ninguna lección fue tan dura como aprender que la muerte no conocía de épocas ni de horarios. Lo vivió con dos de sus hermanos: Ferdinand y posteriormente Anaïs. El primero por una infección estomacal que acabó por secarlo y a la segunda nunca le bajó la fiebre un invierno chorreante de enfermedades respiratorias. Sólo recuerda que vio una sábana cubrir sus cuerpos después de la última oración del sacerdote. ¿Y eso era todo? ¿Le pasaría eso también cuando muriera? ¿Vendría gente hablando de él en pasado de las cosas que hizo y que no hizo? Transformarse en un recuerdo parecía ingrato. Estaba seguro de que sus hermanos eran mucho más que las cosas que decían de ellos, pero finalmente serían esos dichos los que mantendrían viva una historia que no era de ellos, pero procuraba serlo.
«Somos lo que somos hasta el momento en que nuestro cuerpo deja de funcionar. De ahí en adelante, sólo lo que dicen de nosotros. Y cuando ya no hay quien mencione siquiera nuestro nombre, en ese instante morimos» Esa fue su conclusión.
Su padre sabía esto desde hacía tiempo y por eso investigó todo cuando pudo acerca del mundo y de cómo y por qué funcionaba. Era insaciable en conocimientos. Incluso después de la muerte de su mujer producto de una tuberculosis siguió con sus proyectos acompañado de Thibault, que al parecer compartía su misma hambre. Pero claro, ojos que buscaban siempre encontraban. No tardaron en apresar a Urbain, y por poco también llevaron preso de Thibault por tratar de defender a su progenitor.
Apenas pudo, fue a visitarlo a su celda.
—Padre —lo llamó tras las rejas de la puerta.
—Thibault —reconoció a su hijo.
—¿Cómo está, padre?
—Ya lo sabes. Sin tu madre es como si estuviera muerto. —aseguró.
No se indagó más en el tema.
—No se preocupe. Yo lo voy a sacar de aquí.
—No. Tú tienes que hacerte cargo de tus hermanos. Yo me las arreglaré para salir de aquí —observó a su hijo un poco mejor— Te golpearon.
Thibault asintió.
—Tanto como yo a ellos.
Eso no dejó conforme a Urbain. Negó con su cabeza.
—Alguien tiene que poner orden en este condenado país, Thibault. No puede ser que los que buscamos la verdad seamos apresados y aplastados de esta forma. Esto no puede seguir ocurriendo. Si existe el infierno, estamos en él.
Casualmente se dio cuenta de que su primogénito que no venía solo al observar el fondo del pasillo una paciente figura.
—¿Quién te acompaña?
—Lettie. —así llamaba cariñosamente a Nicolette.
—Oh… tu prima. —aligeró la dura expresión que le acompañaba desde niño— Siempre te ha querido bien. Cuídala, Thibault. Cuídense los dos.
Dio su palabra que así lo haría. Llevaba a Nicolette consigo a todas partes. Ella estaba a su lado, moviéndose graciosamente y haciendo que la ausencia de los amos del hogar fuera menos notoria. Le acompañaba en su escritorio, cuando repasaba fórmulas de química. Su sonrisa lo distraía; era un gesto que demostraba que ella sabía lo que generaba en él y que le gustaba.
—Tengo que estudiar —dijo cariñosamente el hombre.
—¿Me podría dejar a mi casa, entonces? —ronroneó la joven.
—No. Quiero que se quede conmigo. —manifestó Thibault depositando la pluma en el tintero.
—¿Quiere que le ayude a cuidar a sus hermanos?
—Sí. —contestó poniéndose de pié sin apartar sus ojos de ella— Así estudio mis materias y la estudio a usted. He estado muy inmóvil, Lettie. Pero ahora voy a comenzar a moverme. —acarició sus hombros. Los besos comenzaron— Aquí, aquí, y aquí.
Se casó con su prima Nicolette. No tardaron en convertirse en padres.
—¿Cómo le vamos a poner a esta pequeña hembra? —sonreía la primeriza al ver a su marido cargar a la bebé.
—No encontraríamos uno que abarcara lo que ella genera. Podríamos ponerle el nombre de tu madre.
—¿Juliette? Es bello, pero no sería justo. Se parece a ti.
Él la inspeccionó sentado en la cama con su mujer.
—Sí, es verdad. Sacó el rostro del padre, pero las manos de la madre.
—Te amo, Thibault.
—Y yo las amo a las dos.
Thibault sabe lo que es suplicarle a Dios y que éste nunca conteste. Un llanto lo despertó una noche que no era de su hija, sino de su mujer.
—Lettie, mi amor. ¿Qué le ocurre?
Se desplomó en sus brazos con un bulto que se negaba a dejar ir.
—¡La niña está muerta! —estalló en llanto— Se fue, se fue.
El hombre sujetó a su mujer como pudo, queriendo también sostenerse a sí mismo. Pero las cosas cambiaron. Lo comprobó el sacerdote al día siguiente, en el velorio.
—Thibault, no debes pedirle razones al Señor. Sólo acepta su voluntad. Mira a Jesús, que con su obediencia transformó la maldición de la muerte en bendición. —buscó inspirar con sus palabras.
—¿Una bendición para quién, padre? —preguntó displicente.
—Thibault —llamó su atención Nicolette.
—No temas, Lettie —volvió su vista al clérigo— Yo solamente quiero saber a quién ha tocado la mano de Dios.
—A ti y a tu señora esposa. Y por supuesto, a la niña.
¿Estaba demente? ¿Era un sádico, acaso?
—¿Usted cree que esto es una bendición para nosotros, padre? —prácticamente escupió la frase.
—Vivimos con la esperanza de la resurrección, pero para alcanzarla, debemos pasar por la muerte.
—Entonces debió llevarnos a todos, porque para mí no es una bendición que Dios le haya arrebatado la vida a mi pequeña hija. Me parece más bien un castigo, padre.
En la noche quiso hablarlo con su mujer, pero las respuestas no se hicieron menos turbias.
—¿Por qué? —le preguntó acariciándole el lomo desnudo.
—Si Dios lo quiso, por algo es. —se hacía la fuerte.
—Es que no tiene sentido. No tiene razón de ser.
—No contradigas a Dios, Thibault. Él la tiene a su lado.
—Yo la quiero a mi lado. —era un deseo fuerte e inútil.
—Nadie dice que no lo podamos intentar de nuevo, Thibault. Lo podemos intentar. Lo podemos hacer.
¿Si perdió la fe? No; simplemente su relación con Dios se volvió un tanto fría. Muchas cosas este Todopoderoso le hizo pasar y jamás le dio explicaciones. Con su bendición, Nicolette volvió a quedar embarazada, pero estaba intranquila. Con su maldición, algo más ocurrió. La segunda cría Dios también la recibió. Los sirvientes trataron de subir el ánimo de sus patrones con palabras y proverbios, pero Thibault siempre los detenía con una señal de mano. «Gracias. Nuestro señor Dios prefiere el silencio a veces.» contestaba. Y Nicolette, al parecer, también, pues cada día se le hallaba más a menudo con la mirada perdida y la atención difusa.
Un día mandaron a llamar a Thibault urgente de vuelta a su casa; habían encontrado a su esposa ardiendo en fiebre entre unos matorrales del jardín. Enrabiado y preocupado volvió a todo galope supuestamente buscando explicaciones de la servidumbre, pero en realidad lo que quería era liberar tensiones.
—¡Gaïane! ¡Vieja de mierda! —se lo escuchó gritar cuando hizo estallar el sonido de las puertas de su casa.
Halló a la criada arrinconada y temerosa de su patrón.
—¿¡Qué te dije yo?! —increpó.
—Don Thibault, lo que pasa es que nosotras estábamos por el gallinero, porque---
—Dejé instrucciones claras: ¡Nadie deja sola a Lettie!
—L-La señora---
—¿¡Qué fue lo que te dije?!
—P-Pero si la señora está bien. Ahora le vamos a untar unos paños.
—Lárgate de esta casa. —no quiso seguirla oyendo. Nada valía.
—Por favor, amo.
—¡Vete aquí! ¡No te quiero ver! ¡Lárgate! —si ella no se hubiera marchado corriendo, se hubiera arrepentido. Thibault estaba encolerizado— ¡Voy a cuidar de Lettie yo solo!
No permitió que nadie más se acercara. Incluso él preparó la comida para que recuperara las fuerzas.
—Lettie, mi amor. Tienes que ayudarme. Abre la boca y traga.
—Tú nunca aceptas ayuda de nadie. Es mejor que me dejes morir. —sudaba y sudaba. No paraba.
—Hablo en serio. Debes alimentarse. —se notaba la preocupación en su voz.
—Ay, Thibault —nunca cambiaría— Y ahora hasta cocinas. Deberías dejar de hacer tantas cosas. No quiero ser una carga para ti. Sé que si me dejas sólo un momento, voy a ver la cara de Dios y me voy a ir con él para acompañar a mis hijas.
—No. No y no. —tomó sus manos y las juntó con las de él— Tú vas a estar bien. Sólo tienes que hacer lo que te digo y saldrás de esta.
—Ay, mis ojos. Esa luz me quema los ojos, quiero cerrarlos.
Pero no había vela encendida. Incluso las cortinas estaban juntas. Sólo estaba la leve luz del atardecer. Nicolette debía estar realmente grave.
—Lettie…
—Esta bien, Thibault. Está bien.
—Pero…
—No estoy enferma, esposo mío. Estoy maldita. —levantó su cabello y enseñó su cuello.
Fue cuando vio la marca de la licantropía. El calor que desprendía su mujer no se debía a la supuesta fiebre, sino a la transformación.
—No…
—Sí. Mi cuerpo está cambiando, Thibault. —lo miró a los ojos mortalmente seria— Tienes que matarme ahora, antes de que te mate.
—No lo haré. Pídeme cualquier otra cosa. —besó las manos de su esposa con adoración.
—Thibault, escucha. Si no lo haces tú, buscaré a cualquier otra persona capaz de hacerlo. Me saldré con la mía, pero preferiría que fueras tú quien lo hiciera. Lo harás rápido y sin dolor, porque me amas.
—¿Estás segura?
—Sólo quiero descansar, mientras aún me veo humana. Apaga esa luz, Thibault, por favor.
Justo cuando el anochecer desplazaba el cobre de la tarde, la vida de Nicolette finalmente se rindió. Thibault cumplió con su último deseo en un abrazo, girando bruscamente la cabeza de su mujer para romper su cuello. Perdió la noción del tiempo. Parecía una pesadilla. Por donde iba, sentía que Dios le susurraba cosas. La mansión estaba llena de crucifijos; lo volvían loco. Hasta que por fin acudió a la capilla de su hogar y habló al Creador.
—¡No! —exclamó en solitario, observando la escultura que evocaba a Jesús— Deja que yo hable. Tú ya has hablado demasiado. Deja que sea yo quien termine con todo esto. Mira a este hombre, que si tuviera el poder y la fuerza, no dudes que lucharía contigo. No entiendo tus caminos. Tampoco entiendo tus designios, y para serte franco tampoco me interesa. La escogiste a ella para ensañarte conmigo y con mi familia. Has matado a mis hermanos, a mis hijas y a mi mujer. ¿Qué pecado fue? ¿A quién he dañado tan gravemente para que me castigues de esta manera?
Caminó en círculos en ese silencioso lugar. No llegaban señales; mucho menos respuestas.
—No vas a contestar. Te quedarás mudo y distante como siempre lo has estado de mí. Pero seré fuerte. Seré duro como un roble, y conocerás de mí, Dios. Lo juro. Conocerás de un hombre impío llamado Thibault de la Guette, que jamás volverá a pronunciar tu nombre.
Se infiltró en sus filas como un cristiano más, pero nunca más levantó una oración. Podía ser que acudiera a misa sagradamente y que se confesara con la frecuencia óptima de un católico devoto, pero en cuanto a creencias morales la Iglesia podía besarle el trasero. Sólo ingresó por amor al conocimiento, siendo su gran obsesión encontrar una cura para la licantropía. Él sabe que existen dos grandes fuentes de conocimiento: el dinero que ya tiene y la Iglesia. Si quiere salirse con la suya, desde adentro debe prevalecer.
Ahora se desempeña como Líder de los Tecnólogos. Extiende la disciplina a todas sus áreas. Fuerte como un roble, así ha de avanzar. Los descubrimientos no se palpan con guantes de seda. Ahora sabe lo que significa: si quieres paz, prepárate para la guerra.
Otros Datos
→ Es como un padre para sus hermanos pequeños.
→ El cuerpo de Nicolette fue el primero que utilizó para extraer ADN de licántropo.
→ Sabe tocar el violín, pero solamente lo toma cuando está enfadado. Parece que solamente así las notas fluyen.
→ No pretende volver a casarse. Dedica su tiempo a la investigación.
→ Desde que murió su mujer es cliente frecuente en burdeles. Sólo excepcionalmente busca una mujer fuera.
Inquisidor – Francés – Heterosexual – Clase Alta – Humano – 30 años
Lumsx
Thibault de la Guette- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 01/07/2014
Re: Thibault de la Guette
FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
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Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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