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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Vie Ago 01, 2014 9:52 pm

Bajo la tierra los muertos descansan
En tierra sus cuerpos se pudren
Pero en la superficie lo nauseabundo se percibe.



“Conocimiento es poder, el poder no lo maneja cualquiera, solo un experto en control de masas puede ostentar un cargo como ese… ¡que es muy fácil! Dicen unos, pero la verdad tener poder es lo más difícil y complicado de llevar, te crea enemigos de día y noche y cada vez tu alma corrupta pide más y más lo que poco a poco te hace caer a un pozo de desesperación…y cuando esa desesperación te gobierna, comienzas a cometer actos incapaces de ser nombrados en público o en la intimidad de nuestras almas oscuras, pero para el alivio de almas atormentadas existen personas que son capaces de cometer tales actos y olvidar a quien se lo ha pedido”


Las noticias vuelan por todo Paris y más en las tabernas y burdeles donde los hombres no pueden mantener la boca cerrada durante el sexo, les encanta presumir de su hombría y lo macho que son con sus negocios mientras se devoran a una mujer solo por unos minutos y unas cuantas monedas que al final de la noche solo se gasta en trago, pero bueno ese no es el punto, el punto es que cada vez son más los negocios sucios de los hombres con dinero y de los ambiciosos que desean por un camino fácil obtener más dinero y poderes sobre los que no lo tienen.
Así es como un pequeño papel fue debajo de la puerta de un escondite, lo cual indicaba que era alguien que requería los servicios de una asesina experta en seducción y trampas así que la nota pedía de aquella presencia femenina en las playas parisinas por las noches de luna llena a la media noche más exactos, pero antes tenía que pasar por el bar de la calle Toulousse, para recibir nuevas órdenes de alguien llamado Louie, el cual esperaría en las mesas más ocultas del lugar, así que con un pantalón ajustado, una camisa oscura ajustada de hombre y una gorra que oculte los cabellos negros largos junto con un abrigo largo para que no se muestren aquellos atributos que delatarían aquel sexo distinto además de ser una manera discreta y no llamar la atención de los hombres y sus bocas llenas de idioteces. En el lugar de la cita, dos hombres en la barra conversando amenamente mientras otros están en lo suyo.

Luego de una horas y algunas copas de absenta el hombre medio tambaleándose se acerca a aquel joven de rasgos finos llena de alcohol, pronuncia un nombre para darse ambos la mano, toman asiento y comienzan las explicaciones y detalles del nuevo encargo, al parecer ya algunos quieren deshacerse de un nocturno, uno de aquellos colmillos aunque el borracho le asegura al jovencito que este hombre no es tan sencillo para llegar a él sus años le han vuelto un zorro viejo por lo tanto acceder a su punto débil es muy difícil así que una mujer podría ser más rápido; la pista la tienen desde varios años atrás y siempre han fallado porque aquel sujeto a logrado desviar los planes de muerte, la paga no es para nada mala, al contrario una bolsa con diamantes es el valor por la sangre de aquel que está con su nombre un papel, la otra parte será monedas al terminar el trabajo, tocándose aquel gorro el jovencito parte rumbo a su encuentro con la muerte.

-Calles Parisinas-
Camina con las manos en los bolsillos pensando en aquellas palabras “Es muy probable que apenas logres lastimarle, pero quien sabe a lo mejor si logres matarle, solo debes cuidarte bien las espaldas no sabes lo que podría hacerte, no es agradable” la pregunta ahora es si lo podría hacer, los pasos lentos y pensativos acuden a una caravana gitana, justo a la tienda de una anciana que recibe aquella persona con una sonrisa, quedándome con ella toda la noche en confesiones de un alma oscura y maldita con recuerdos de pasados terroríficos

-Campamento Gitano-
-no es que no pueda, es que temo, ¿qué tal si no lo mato? ¿y si viene por venganza a ti?-

-Siempre lo has logrado pequeña, nadie podría venir por esta vieja, no te ates a nadie o te tendrán en su poder, Aleja-

Aquellas palabras calman la mente del jovencito, que no era hombre si una mujer oculta entre ropas que aun así dibujan su silueta, aguarda unos minutos dentro para calmar su mente para no dar oportunidad a las malditas habilidades de aquellos seres, no sabía cuáles serían la de él pero no se arriesgaría aunque podrían ser peores, eso ya era un riesgo más.

Recuerdos de antaño se dibujan en su mente, su niñez y la muerte de sus padres, su abuelo y su primer amor, y entonces recordó, recordó por qué había elegido aquella vida, porque se había entregado varias veces a la muerte y porque lo seguiría haciendo, para demostrarle a todos que ella hacía su porvenir y tejía su propio destino y final. Tomó las armas más discretas, cuchillas de plata, cuerdas y unas finas y delicadas armas recogiendo sus cabellos un arreglo bonito pero letal si se lo clavaba con precisión.

-Playa-
Salió del lugar caminando a prisa cual jovencito que le daría una ventaja ¿o no? Depende de la presa también. Sus pasos van directo a la playa, caminando entre la arena como si fuera un joven perdido entre sus pensamientos y deseos, los mismos que los guarda en el olvido, solo, abandonado y con una misión, la cual esperaba cumplir, tenía que aparentar ser alguien inofensivo al menos así no la saldría tan mal librada.

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Mensaje por Rashâd Al–Farāhídi Dom Nov 09, 2014 10:29 pm

“Y a todos los que tú ames, mi pensamiento los cubrirá como una nube fatídica, y los envolverá en obscuridad y desesperanza.”

J. R. R. Tolkien. Los hijos de Húrin.


Como era costumbre en Ian, cada primer viernes de mes el sufí se perdía en los montes cercanos a París para meditar, como había hecho en vida, y como había continuado haciendo después de convertido. A diferencia de su creador, el sufí jamás había renunciado a su humanidad. Ésa era tan solo una de las muchas costumbres que el monje logró mantener a lo largo de su vida.

Pero nunca consiguió que Rashâd le imitase. A diferencia suya, el valaquio se había alejado totalmente de cualquier marca de humanidad en su carácter, perdiendo con el paso de los siglos la piedad, la comprensión, la tolerancia y la humildad. Había sido por mucho, infinitamente más cruel que cualquier humano e incluso que muchos de sus congéneres vampiros. Aprendió a desollar a un hombre de un solo corte. Fue un torturador, una especie de ángel del Infierno, que castigaba a los crueles y malvados. Y, por lo mismo, más de un inocente cayó en sus manos y no salió con vida de sus aposentos.

Pero se había hecho viejo y el vigor de los gritos con el tiempo perdió su encanto; así que no cometía tales atrocidades... o al menos no voluntariamente. Ciertamente, gran parte de su mesura era por su devoto amor a Ian, la única persona por quien Rashâd manifestaba sincero y desinteresado amor. No obstante, cuando él no estaba cerca, le costaba más reprimir sus naturales instintos de caza; después de todo, durante siete siglos dedicó su inmortal vida a cazar a los hombres como piezas de exhibición; el tiempo no había hecho sino mejorar sus ya extraordinarias habilidades y a menudo consideraba una pérdida de tiempo el ocultarlas. Escondía su debilidad por Ian tras las malas palabras y la fingida cólera.

Así que, como si fuera un pacto tácito, cuando Ian no estaba, el valaquio era libre para satisfacer sus más bajas pasiones. Ninguno le preguntaba al otro qué había hecho durante esos días separados; habían aprendido que era mejor no saberlo.

De ese modo, aquel milésimo viernes volvía a estar solo y, como siempre que ocurría, tenía ante sí la posibilidad de actuar como se le viniera en gana. Sin embargo, esa noche no se sentía en lo absoluto creativo. Setecientos años después, la imaginación empezaba a desgastarse. Meditaba en la obscuridad de su cuarto subterráneo cuando uno de sus criados interrumpió en su interior, mucho antes de que el sol se perdiera en el firmamento (lo sabía por el olor particular del humano, cuya piel había capturado las generosas vitaminas que otorgaba Helios a sus hijos más amados).

La carta que le diera el sirviente era breve, pero definitiva. Rashâd agradeció a su criado su buen tino y le compensó con un pequeño diamante por su lealtad. Y era que el vampiro podía ser un maldito desgraciado, pero entendía de lealtades y sabía recompensarlas pródigamente. Una vez a solas, volvió a leer el escueto papel. Alguien le quería muerto; había coleccionado enemigos como un niño canicas de colores; había vivido el suficiente tiempo como para saber que su cabeza tenía un alto precio y que sus enemigos estaban dispuestos a pagarlos.

Una parte de sí mismo, la osada, se rió de la vil amenaza. Pero la otra, la inmortal, decidió tomar precauciones.

Se preparó con rapidez. Como cada vez que se aventuraba en terrenos desconocidos, usó ropa de basta tela y sencilla confección; ya su altura era una característica difícil de disimular, por lo que no acentuaba su particular figura con ropas o telas demasiados extravagantes. Pidió uno de los caballos percheros más jóvenes, para que pudiera simular su personaje sin matar a la pobre bestia y, una vez caída la noche, se dirigió a dos o tres informantes de fiar que podrían dar fe de los rumores que corrían por esos lares. Entre asesinos y ladrones, era difícil obtener la verdad, a menos claro que se fuera dueño de incontables sumas de dinero. Se felicitó por ser tan excelente mercante y poder comprar tan valiosa información.

Sabiendo por fin qué era lo que le esperaba, no apresuró su destino, sino que se dio maña de dilatarlo con una copa de güisqui que un parroquiano ebrio le invitó; jugó unas cuantas partidas de naipes, fumó algo de opio recién llegado desde China y, cuando la medianoche se anunciaba en las iglesias de París, decidió que era momento de ir al encuentro del joven asesino.

No tenía prisas por cortejar a la Muerte; aún así, no le tomó mucho tiempo llegar a su destino. Para su sorpresa, no era un chico quien le esperaba para darle muerte.

Era una mujer, enfundada en un miserable atuendo masculino que, a esas horas de la noche, en efecto podía engañar a un ojo humano. Mas él no era un simple mortal; se burló para sus adentros de la ingenuidad de la chica, pero, al mismo tiempo, le rindió un sincero homenaje. Sabía que las sicarias eran mucho más comunes de lo que los varones estaban dispuestos a reconocer y que, en su oficio, eran todavía mejores y más peligrosas que sus congéneres masculinos, pues ellas contaban con una ventaja que ningún hombre podría igualar: el asesinato durante el sexo.

Pese a ello, la muchacha le pareció tan joven e inexperta; su corazón latía lleno de dudas y sus pensamientos se revolcaban una y otra vez en ideas desesperadas de fracaso y venganza. Ella quería probar su valía, pero temía no estar a la altura. ¡Qué simpleza la de esa criatura! Por eso no les mataba ya; ¿qué desafío podía representar para él una chiquilla, como tantas otras, cuyo único motivo para matarle era el ascenso social?

Descendió de su montura mucho antes de que la chica pudiera verlo u oírlo; había un pinar cerca de él y decidió dejar a su caballo allí, seguro de regresar sin contratiempos. Se movió hacia ella, sigiloso, oculto por el sonido del mar que tanto le gustaba. A unos cinco pasos de la joven se detuvo y habló con suavidad, sin necesidad de gritarle, pues ella le oiría tanto por el viento como por sus pensamientos:

Así que habéis venido a exterminarme, madeimoselle. — apuntó, no como una pregunta, sino como una certeza — Sois apenas una flor germinando de la tierra... Nunca entenderé por qué los humanos estáis tan deseosos de morir jóvenes, como si huyerais de los placeres incontables que la vida os desea ofrecer. — suspiró con profundo abatimiento; incluso el mortal más avezado habría creído ciegamente en el dolor que su voz exhalaba. Él era un maestro de la manipulación y no tenía remordimiento alguno por ello — ¿Qué buscáis en mí? ¿Gloria? ¿Fortuna? Quizás, ghzala, deberías darme la oportunidad de doblar la oferta.

Entonces ella giró a verle. Y él exhibió una encantadora sonrisa.

El juego había comenzado.


***
Rashâd Al–Farāhídi
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Mensaje por Invitado Vie Dic 19, 2014 6:53 pm

Y cuando Él abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto animal, que decía: Ven y ve. Y miré, y he aquí un caballo amarillo: y el que estaba sentado sobre Él tenía por nombre Muerte; y el infierno le seguía: y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las bestias de la tierra.
—Libro de Apocalipsis—


El viento nocturno soplaba notas de una muerte que se estaba aproximando, lentamente los minutos ponían en una extrema sequía la garganta femenina con los latidos de su corazón estallando cual mil caballos en media cabalgata, podía escucharse a kilómetros a la redonda y porque más que se auto calmaba, no lo lograba porque en su mente miles de ideas venían y se iban con las frescas brisas que la envolvían. Su cabello siendo llevado por las pequeñas corrientes del viento que mostraban su identidad, en su rostro se curvó una sonrisa, sus pensamientos se volvían un remolino con nombres e imágenes falsas y unas verdaderas, buscó en su interior concentrarse aún más si podía mostrando un nerviosismo fingido, sin bien conocía a los vampiros estos gustaban de jugar con las personas en sus dolores y temores así que había que crear uno para no develar el verdadero interior.

Los minutos avanzaban lento mientras la noche se volvía más oscura aun, el cantar de las olas del mar siento arrastradas por las fuertes corrientes eran la melodía de aquel poco visitado lugar, unos cuantos gitanos a lo lejos con fogata y cantos de cuerdas para armonizar a los dioses de la vida, viejas y paganas actitudes, la pelinegra cerro sus ojos dejándose llevar en ese laberinto que empezaba a crear, uno a una sus propias mentiras las iba haciendo reales para sentirlas en ella…

Al cabo de otros segundos una voz grave le estremece por completo, esta vez no es mentira, siente un escalofrío recorrerle todo el cuerpo, no fue invención así como la preocupación que comenzó a sentir, ¿miedo? No, no era eso, era el simple hecho de las venganzas que le daba ese mal sabor de boca; no se giró permaneció inmóvil por uno segundos que para ella le parecieron una eternidad pues su momento había llegado, momento de la verdad, era su prueba de fuego para superarse a ella mismo, era el final de su vida de asesina y el comienzo de su nueva vida como alguien libre.

Una sonrisa se dibuja en aquellos labios rosáceos mientras lentamente se va girando para encarar al enemigo, lentamente deja caer aquel gorro que ocultaba su melena negra, ya no era necesario ocultarse, el hombre sabía su condición –no funcionó el disfraz tan bien como esperaba, bah, no importa ya – se recogió el cabello en una coleta alta para evitar que le sea una debilidad, sin apartar esa sonrisa dejó que sus ojos cerraran con toda la confianza de que le vampiro no le haría nada, por el momento, –deseamos la muerte porque es un bocadillo excitante que se degusta lento, ese suspiro último que nos anuncia el final de todo, eso ansia un mortal común, igual que tu ¿Qué afán tienes por matar a tus victimas por su sangre? Te gusta tanto que te hace sentir poderoso – le guiñó el ojo con una sonrisa pero enseguida desaparece cuando comienza a doblar las mangas de aquella camisa, sus manos temblaban un poco –Tu eres el final, solo eso, un final y un comienzo, para que gloria y poder? No me sirve eso y no podría conseguirlo de ti, aunque fortuna suena excitante pero depende de lo que estés dispuesto a pagar, han pagado mucho por tus colmillos– se acerca sin miedo pero con cautela al vampiro con un dedo bajo su propio mentón y sin bajarla la mirada a él - ¿Cuánto vale tu vida para ti ¿ y ¿cuánto estarías dispuesto a pagar por ella? – desliza la mirada por todo el cuerpo del nocturno, tasándolo completamente.

Apetito que se va desembocando en un juego peligroso.
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