AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Premonición || Privado
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Premonición || Privado
El cambiante hacía girar una y otra vez el anillo en su dedo anular. Un objeto que pertenecía al muerto que acababa de enterrar y que nadie iba a reclamar. El vampiro, que había lanzado a sus pies el cuerpo sin vida del joven, se había convertido en uno con la noche. No había habido intercambio de palabras ni gesto que indicara reconocimiento entre ellos. Sin embargo, lo hacían, se conocían. Habían hecho un ritual de esos encuentros. Zadok se quedaba con cualquier cosa de valor que encontrara y a cambio, se encargaba de hacer desaparecer a sus víctimas. Al menos, eso suponía. No había cuestionado sobre las causas de las muertes y no iba a empezar a hacerlo. Ellos, todos, le importaban un comino. Si quisiese salvar vidas, desde luego que no estaría en ese jodido sitio. Tampoco le importaba hacerse con las pertenencias de los muertos, pero ese anillo en particular le había traído viejos recuerdos. Una vez, hacía ya tantos años, un mercader le había hecho azotar por hurtar una piedra preciosa como la que lucía esa gruesa y dorada banda. Entonces, su vida había cambiado. Su madre y él se habían convertido en esclavos. Aún ahora podía jurar que seguía siendo el espía del sultán. No era un hombre, pero sí un animal. Los insectos y toda clase de reptiles, parecían llamarlo desde lejos, instándolo a que volviera con ellos. Estar en su forma humana le molestaba. Lo odiaba. Era cuestión de tiempo para que abandonase finalmente toda pretensión de cambiar. Los pantanos eran su hogar. Podría vivir el resto de sus días siendo solo un caimán. ¿Por qué no lo hacía? ¿Qué lo detenía? ¿Era tan estúpidamente exquisito odiarse a sí mismo? Como animal, podía encerrarse en su mente y olvidar que alguna vez tuvo contacto con los humanos. Levana y Elazar desaparecerían, Zadok desaparecería; y el tic tac del reloj no cesaría por su inadvertida existencia. Así como no se detendría por la pronta muerte de un joven, ni por el siguiente o el después de ese.
Se sentó en una de las lápidas, sin siquiera preocuparse en limpiarse las manos de la tierra. La tinta cubría cada parte de su piel. Solo un ojo muy observador podría notar la diferencia entre los tatuajes y la suciedad. Su mirada, aparentemente ausente, estaba fija en uno de los ángeles que custodiaba una de las lápidas. Los humanos tenían ideas muy absurdas en cuanto al cielo y la tierra. Cegado por el odio, que de pronto emergió de su interior y estalló en su pecho con una poderosa fuerza, detuvo sus movimientos. Dejó de darle vueltas a ese maldito objeto. Podría venderlo y ganarse unos francos, ¿pero para qué? El dinero nunca había significado nada para él. La necesidad de poseer se había desvanecido junto al fuego que consumió a su hermano. Elazar era tan ambicioso y él, tan indiferente a los sucesos a su alrededor, habría hecho cualquier cosa que éste quisiera. La fama siempre fue para el Encantador de Serpientes, pero jamás le importó a Zadok. Quería a su hermano. No había duda de ello. Lo había salvado de enfrentarse a la ira del sultán y elegido por sobre la vida de su madre. ¿Por qué Elazar no había hecho lo mismo? El imbécil había contado su secreto a Ever. Había escogido. Enojado por la dirección que tomaban sus pensamientos, se quitó el anillo con brusquedad y antes de que se decidiese a lanzarla lejos, se lo pensó mejor y lo guardó en el interior del bolsillo de su pantalón. No había camisa que cubriese su piel. Solo usaba la ropa necesaria. Decidió honrar al muerto quedándose con una de sus posesiones, algo que no se había molestado en hacer con su hermano. En algún lugar de París, una familia esperaba el regreso de uno de los suyos. Pasarían varios días antes de que lo declarasen desaparecido y con el tiempo, inevitablemente, pasaría al olvido.
Se sentó en una de las lápidas, sin siquiera preocuparse en limpiarse las manos de la tierra. La tinta cubría cada parte de su piel. Solo un ojo muy observador podría notar la diferencia entre los tatuajes y la suciedad. Su mirada, aparentemente ausente, estaba fija en uno de los ángeles que custodiaba una de las lápidas. Los humanos tenían ideas muy absurdas en cuanto al cielo y la tierra. Cegado por el odio, que de pronto emergió de su interior y estalló en su pecho con una poderosa fuerza, detuvo sus movimientos. Dejó de darle vueltas a ese maldito objeto. Podría venderlo y ganarse unos francos, ¿pero para qué? El dinero nunca había significado nada para él. La necesidad de poseer se había desvanecido junto al fuego que consumió a su hermano. Elazar era tan ambicioso y él, tan indiferente a los sucesos a su alrededor, habría hecho cualquier cosa que éste quisiera. La fama siempre fue para el Encantador de Serpientes, pero jamás le importó a Zadok. Quería a su hermano. No había duda de ello. Lo había salvado de enfrentarse a la ira del sultán y elegido por sobre la vida de su madre. ¿Por qué Elazar no había hecho lo mismo? El imbécil había contado su secreto a Ever. Había escogido. Enojado por la dirección que tomaban sus pensamientos, se quitó el anillo con brusquedad y antes de que se decidiese a lanzarla lejos, se lo pensó mejor y lo guardó en el interior del bolsillo de su pantalón. No había camisa que cubriese su piel. Solo usaba la ropa necesaria. Decidió honrar al muerto quedándose con una de sus posesiones, algo que no se había molestado en hacer con su hermano. En algún lugar de París, una familia esperaba el regreso de uno de los suyos. Pasarían varios días antes de que lo declarasen desaparecido y con el tiempo, inevitablemente, pasaría al olvido.
Última edición por Zadok el Mar Ago 26, 2014 8:20 pm, editado 1 vez
Zaccary Pattakie- Cambiante Clase Media
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Re: Premonición || Privado
“¿Qué es el destino, si no es un camino a la verdad?”
En sueños lo escuchaba, una y otra vez, su corazón estaba encerrado, su mente destruida. Un ser que alguna vez tuvo un sentimiento palpitante ahora lo engullía la oscuridad. Estaba cegado en la nada misma, unos ojos que sin vida se mostraban a los demás. Me recordaban a los míos, me sentía reflejado en ellos. Pero no estaba hablando de mí, no era mi yo del pasado, ni mi yo del futuro. Era una persona opuesta, un espejo que tenía que alcanzar y mis dedos nunca llegaban a tocarlo. ¡Maldita la histeria que me carcome por dentro! ¡Maldita la misión que los dioses me aclaman que siga! No había marcas, tan solo sentires. Y de pronto, cada mañana, me levantaba agitada, sintiendo la presión en mi pecho, mirando con destellos dilatados al rincón de la carpa, donde apenas una pequeña luz se adentraba. Era difícil levantarse con tal barullo, jamás me había sentido tan exhausta. Los sueños nunca me cansaban tanto como en esos días en Paris. Fueron pocos, y pronto me di cuenta que eso era un mensaje, me querían decir que la persona a la que tenía que encontrar se hallaba en la ciudad. Me aceleré cuando por fin lo entendí, claramente, haber soñado con una misma persona por más de diez años y nunca encontrarla, no era algo fácil de llevar. En parte, me tranquilizaba, me hacía sentir un poco más esperanzada pero al mismo tiempo, me vaciaba, un vacío que no podía entender y era porque en mi interior yo disfrutaba cada pequeño momento con sus miradas secas, los símbolos que escondían su rostro, me hacían erizar. Y entonces me abracé a Meretseger, besé su cabeza con suavidad, mientras la hermosa víbora terminaba de tragar un ratón lo suficientemente gordo como para llenarla por toda la tarde.
— Mis hermosas, hoy nos espera un día largo, pero lleno de curiosidades. ¿Me acompañarán? — Pregunté mientras enrollaba a Anfisbena y Aghá en los dedos, las cobras se subían con rapidez, mostraban la lengua y su canto era tranquilidad para mis oídos. Pronto las americanas se trasladaron por mi cuerpo, llegando a los pies, donde lentamente se deslizaron por el suelo. Iban a alimentarse, lo sentía, como si me pudiese hablar con ellas y entonces solo la cobra de doce kilos quedó enredada en mi cuerpo, tan fuerte y blanca, con unos ojos que eran capaces de atravesarme por completo. —Tengo miedo preciosa, pero todo va a salir bien. — En susurros melodiosos me cambiaba, por la pálida piel que engendraba la ropa se deslizaba. En principio, un top color verde con canutillos de todo tipo y flecos en los bordes. Luego una pollera larga, llena de retazos de telas y diferentes texturas y colores. Los zapatitos de caucho que mantenían mis pies frescos y por último mi cabello adornado con un pañuelo que me sujetaba la coleta. Estaba lista para salir, tan solo la capa sobre mis hombros y partiría. Las cosas quedarían allí, nada había para robar y de todos modos me habían prometido que nada pasaría. Seguramente estaban protegidos por una barrera mágica. No era de sorprender que los gitanos tuviesen contacto con diferentes hechiceras, seres que mantenían una energía vital más amplia que nosotros… Seres que en gran parte, siempre había envidiado.
Pero no tenía nada que reprocharles a los dioses, ellos sabían lo que hacían y con la frente en alto salí. Recorrí todo cuanto pude y no fue hasta la tarde que un destello en mi cabeza alumbró mi rumbo. Me marcaba, me guiaba, gritándome que lo siguiera. Con miedo, me afianzaba a la serpiente que rondaba en mi cuello y sintiendo mi corazón estallar, empecé a correr. Lo hice hasta que todo se calmó. Almas de todo tipo rondaban por el lugar, mi piel se erizaba, tanto como mis amigas silbaban del terror, se apretaban en mi cuerpo, hasta que las dos más recientes salieron por mis pies y comenzaron a deslizarse en el suelo rápidamente. Jamás las había mantenido en cautiverio, ellas eran libres, podían hacer lo que quisieran, pero parecían aterrorizadas y eso me hacía perder los estribos. Así que volví a trote detrás de ellas. — ¡Anfisbena, Aghá! — Mis ojos se pusieron lagrimosos y para cuando las perdí de vista, mis dedos temblaban de tristeza. En cambio un ser estaba haciendo presencia a lo lejos, apenas podía verle los pies y las manos. Su rostro y torso estaba cubierto por lápidas. No me quise acercar, pero por algún motivo mis pies se deslizaron hacía allí, las colas de mis serpientes se veían de costado y mis orbes, grandes y precisos quedaron abiertos, manteniendo la respiración en cero una vez me quedé frente a aquella persona. Estaba a varios metros, pero me sentía presionada por su aura.
“Es porque siempre supe que te encontraría”
Darko DeGrasso- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Premonición || Privado
Las escuchó arrastrarse por la tierra que había removido hacía tan solo unos instantes. Una ligera mueca se formó en su boca mientras intentaba comunicarse con ellas. Cuando había decidido trabajar como sepulturero en el Cementerio de Montmartre, se había encargado de llevarse a los suyos a los pantanos; mismos que respondían con asombrosa facilidad a sus deseos, aunque tampoco era de admirar puesto que su mente estaba constantemente ligada a la de ellos. Se dejó caer de la lápida con un movimiento fluido, pero antes de que pudiese coger a una de las cobras entre sus manos, su mirada se encontró con la humana que parecía llamarlas. Zadok clavó sus ojos en los ajenos con una preocupante quietud. Sus brazos estaban extendidos a los lados, sus pies ligeramente separados. El reptil que se envolvía a través de su pantorrilla y se deslizaba a través de su espalda, parecía no molestarlo. Cualquiera creería que el chico de los tatuajes no sentía absolutamente nada, pero se equivocaban. Los humanos podrían no importarle, pero no así los animales. El siseo que provino de la gitana le hizo levantar una ceja. Si bien la tinta en su piel ocultaba sus expresiones, el aro que tenía clavado en ésta, hacía a los demás conscientes del gesto. – ¿Me estás amenazando? ¿A mí? – Las palabras del cambiante tenían un matiz peligroso. Sus cuerdas vocales, raras veces la utilizaba. La telepatía era la habilidad necesaria para comunicarse con los animales, no la voz que otro como él, aparentemente humano, necesitaría para hacerse entender. Fue la lealtad que el reptil parecía sentir hacia la mujer lo que le hizo querer echar otro vistazo.
– De modo que tú eres su humana – Agregó tras una evaluadora mirada. Evidentemente, Zadok la colocaba a ella por debajo; dando a entender que quien tenía el control de esta situación eran las cobras. Sus ojos parecían acariciar los tatuajes de la fémina. Le atraían. Quería saber cuál era la historia que escondían. ¿Sería como él? ¿Que quería mostrar al mundo la pérdida de su humanidad? Sin esperar una respuesta por parte de la gitana, que parecía tener un problema consigo para seguir su diatriba, se inclinó lo suficiente para coger a la otra cobra. “¿Esta es tu hermana?” Les habló, embelesándolas. Elazar, por su cuenta, nunca habría podido encantar a las serpientes. Zadok había sido el lazo que los conectaba. Le molestaba saber que la mujer ante él tuviese la capacidad para entablar una amistad con ellas. Era consciente de que no huían, se limitaban a explorar el terreno. “No parece más grande que tú”, anunció. Por supuesto, los animales no podían contestarle, pero eso no evitaba que pudiese sentir su complacencia. – ¿Las mantienes prisioneras? – Exigió saber. – No sé qué has hecho para ganarte a una de ellas – señaló con desgana – pero éstas no tendrían reparo en venir conmigo si quisiera. – Su mano acariciaba la hermosa piel de los reptiles. - ¿Quién eres y qué buscas aquí? A los muertos no nos gusta ser perturbados. – Se incluyó entre ellos, pues él lo estaba, aunque técnicamente su corazón siguiese su labor. La brusquedad con que pronunció cada sílaba iba tan acorde a la hostilidad que bullía en sus orbes.
– De modo que tú eres su humana – Agregó tras una evaluadora mirada. Evidentemente, Zadok la colocaba a ella por debajo; dando a entender que quien tenía el control de esta situación eran las cobras. Sus ojos parecían acariciar los tatuajes de la fémina. Le atraían. Quería saber cuál era la historia que escondían. ¿Sería como él? ¿Que quería mostrar al mundo la pérdida de su humanidad? Sin esperar una respuesta por parte de la gitana, que parecía tener un problema consigo para seguir su diatriba, se inclinó lo suficiente para coger a la otra cobra. “¿Esta es tu hermana?” Les habló, embelesándolas. Elazar, por su cuenta, nunca habría podido encantar a las serpientes. Zadok había sido el lazo que los conectaba. Le molestaba saber que la mujer ante él tuviese la capacidad para entablar una amistad con ellas. Era consciente de que no huían, se limitaban a explorar el terreno. “No parece más grande que tú”, anunció. Por supuesto, los animales no podían contestarle, pero eso no evitaba que pudiese sentir su complacencia. – ¿Las mantienes prisioneras? – Exigió saber. – No sé qué has hecho para ganarte a una de ellas – señaló con desgana – pero éstas no tendrían reparo en venir conmigo si quisiera. – Su mano acariciaba la hermosa piel de los reptiles. - ¿Quién eres y qué buscas aquí? A los muertos no nos gusta ser perturbados. – Se incluyó entre ellos, pues él lo estaba, aunque técnicamente su corazón siguiese su labor. La brusquedad con que pronunció cada sílaba iba tan acorde a la hostilidad que bullía en sus orbes.
Zaccary Pattakie- Cambiante Clase Media
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Re: Premonición || Privado
“No verás jamás la luz si cierras los ojos”
Era oscuridad, profunda y terrible oscuridad la que mis ojos observaban. Por un momento me dije; ‘Huye, corre de allí tan rápido como puedas, porque los dioses te están buscando y te encontrarán’. Pero mis piernas estaban pegadas a la tierra, a la naturaleza que con ansias estaba esperándome. Chasqueé los dientes con aires de desgano y me acerqué, más enojada que otra cosa. Las cobras, mis hermosas serpientes, que eran casi una extensión de mi cuerpo, se arrastraban contra él, se subían a su cuerpo y silbaban con disimulo, mostraban el placer de tocarlo. Quizá era un simple disfrute de momento, ellas parecían conocer a los sobre humanos, como si supieran que en algunos de ellos, una parte animal se escondía. Algunos más que en otros, en este caso. Al menos yo; veía una serpiente disfrazada de hombre. Fue un recorrido lento, tenía los orbes entre abiertos y pasaba de sus pies hacía su cabeza. Sentí la presión en mí frente al llegar a sus ojos. ¡Maldito dolor! Los sueños que tenía desde niña se acumulaban en mi cabeza, pasaban uno tras otro, pero el rostro se transformaba en el ajeno, aparecía y volvía a desaparecer. Me sentí mareada por tan solo un instante, Meretseger no tardó en despertarme con su lengua viperina y entonces pude enfocarme en sus palabras. — Soy más que su humana. Pero puedes llamarlo como quieras. — Bisbiseé frunciendo el ceño, sintiendo al mismo tiempo como me observaba. Mi rostro parecía roca sólida, mis dedos se paseaban por la cobra de doce kilos que estaba enrollada en mi cuello. Necesitaba relajarme, mis músculos parecía que se iban a astillar unos con otros. ¿Era quizá por sus tatuajes? ¿Por la forma seca y dura de hablar que tenía? En mi vida, me había encontrado con personas de similares características, pero ninguna me había hecho sentir tan muda como en ese entonces.
— ¿Te parece que están prisioneras? ¿Por qué no se los preguntas si tienes dudas? Encerrar a un animal o a un humano, tiene consecuencias, ninguna es buena… — Me adelanté, paso a paso hasta que mi rodilla derecha tocó el suelo y alargué una mano, esperando a que Aghá se acercara, parecía que la otra estaba demasiado inmiscuida en recorrer la piel del extraño. Pasaron varios segundos hasta que la primera se acercó, enrrollándose en mis dedos, siseando, denotaba el interés, la emoción, casi sentía que me transimtía los sentimientos. Y simplemente negué, dejando que la cobra se acomodara. Levanté la mirada y me quedé mirando el rostro que estaba cubierto por símbolos. —No podrías amarlas tanto como yo a ellas. No tienes el encanto, solo tienes la naturaleza. Tu aura está tan sucia, que terminarías enfermándolas… Meretseger es el nombre de ella. — Señalando a la que me abrazaba por los hombros. Enarqué mi ceja derecha, tan fina y oscura que parecía salirse de mi rostro. Y sonreí, lo hice con modestia y con una hostilidad que no era agresiva, pero si sobradora. Nadie, jamás, me había cuestionado de esa manera. Claro que sí lo habían hecho los humanos normales, los tontos que siquiera podían entender a los astros. Pero un ser como él, capaz de entender mucho más del mundo que yo… ¿Cómo se atrevía?
—Soy, en este presente, Deméter o al menos ese nombre me pusieron al nacer. Tú no estás muerto, tu corazón late y tu mente habla. Quizá sí sería mejor si lo estuvieses. No sé por qué estoy aquí. Debía venir, el destino es atrevido. — Me acerqué un poco más, Anfisbena se abrazaba al cuello del hombre, se deslizaba como una perra, por momentos pensé que lo terminaría por matar. Pero no, solo se acomodaba, como si hubiese encontrado un nuevo nido. Y entonces me reí, que egoísta era el mundo. Pero, ¿siempre lo había sabido en realidad, no? Tarde o temprano, el hombre de los símbolos iba aparecer y no sabía si era yo la que tenía que hacerle cambiar o si era él quien terminaría dando vuelta mi vida. — Le gustas. ¿Cómo es tu nombre? Tu identidad, parece que la haz perdido, en tu rostro ya casi no se puede ver. — Sus facciones se acentuaban, su mandíbula se notaba dura, sus ojos cansados. Pero no podía ver más allá de eso, siquiera sus pequeños sentires, nada, era un cascarón vacío.
“Es un destino cruel, pero es lo que nos prepara el futuro”
Última edición por Deméter el Miér Sep 10, 2014 7:57 pm, editado 1 vez
Darko DeGrasso- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Premonición || Privado
Los orbes ambarinos del cambiante refulgieron agresivos ante su descaro. – Deméter – pronunció, su voz filosa, cargada de advertencia. Parecía querer recordarle que estaba a solas, en un cementerio, con un extraño que bien podría ser un sádico. – Deberías saber que no me relaciono con los humanos con la misma facilidad que con los animales -. Ella no necesitaba saber que en realidad, no tenía ninguna interacción con los demás. Su acercamiento, era exclusivamente con los suyos y los muertos. Cuando alguien se acercaba demasiado a los pantanos, Zadok siempre lo sabía. Los reptiles se lo comunicaban, esperando por sus instrucciones para atacar. El sultán lo había entrenado para ser un espía y eliminar a los enemigos de manera silenciosa. Nadie sospecharía de que en las turbias aguas, un par de cuerpos habían desaparecido, obra de los cocodrilos. Su trabajo como sepulturero, también tenía sus ventajas, el vampiro que había desaparecido entre las sombras lo confirmaba. Si quería eliminar a alguien, lo haría sin pensarlo. Era capaz de cualquier cosa. El haberse aislado de todos, debía tomarse como el mejor de los favores por su parte. La cobra, que se había quedado tranquila alrededor de su cuello, se sentía reconfortarte. Meretseger siseó y él, incapaz de detenerse, cubrió la distancia para enfrentarla. Su mano retiró la capa con brusquedad para poder apreciar la belleza de la serpiente. La gitana había elegido el nombre sabiamente. – Ellas no necesitan amor, solo respeto y admiración.- Su mirada se clavó en los ojos de la cobra real, que había levantado su cabeza en señal de ataque. Las comisuras en su boca se torcieron. Decidió ignorarla, clavando su atención en la gitana.
– Puedes quedártelas.- Agregó, siguiendo con la mirada el tatuaje que cubría parte de su cuello y se escondía de su vista a través de la vestimenta. Hablaba con desdén, como si en verdad su permiso fuese necesario. – Pero esta preciosidad, agregó, acariciando a Anfisbena, es mía ahora. Dado que son libres, no te importará tener que prescindir de ella. La he conquistado. – Usaba sus palabras en su contra, muy pagado de sí mismo. – Me llamaban Zadok, humana. – Esa vez, evitó usar su nombre; queriendo recalcar la diferencia que existía entre ellos. Sus cuerpos se rozaban. El pecho del cambiante subía y bajaba con fuerza. - Tú también puedes llamarme así o el chico de los símbolos. ¿A quién le importa? – Sin poder detenerse, sus dedos siguieron la tinta que cubría uno de los brazos de la mujer. Para que su cuerpo quedara tallado, había requerido plata y sal. Su sangre había sido derramada en exceso, puesto su piel se curaba excesivamente rápido. El dolor que había sentido era tan placentero, que no pudo detenerse hasta que estuvieron las marcas por todo su cuerpo. - ¿También te gusta el dolor? ¿Es por eso que visitas los cementerios a estas horas de la noche, tentando a tu destino? – Siguió el patrón, sin importarle si le molestaba o no. Por primera vez, hacía mucho tiempo, su boca soltaba palabras. No importaba que estuviesen cargadas con intención. ¿Qué tenía de interesante esa gitana? Debían ser las cobras, el olor que despedía, la manera en que las trataba; como si fuesen una parte esencial en su vida. Los ojos del color del whisky de Zadok, no la abandonaron. La capturaron. – Estoy tan sucio, que otra capa más de mugre, no hará daño a mi aura. ¿No estás de acuerdo? -
– Puedes quedártelas.- Agregó, siguiendo con la mirada el tatuaje que cubría parte de su cuello y se escondía de su vista a través de la vestimenta. Hablaba con desdén, como si en verdad su permiso fuese necesario. – Pero esta preciosidad, agregó, acariciando a Anfisbena, es mía ahora. Dado que son libres, no te importará tener que prescindir de ella. La he conquistado. – Usaba sus palabras en su contra, muy pagado de sí mismo. – Me llamaban Zadok, humana. – Esa vez, evitó usar su nombre; queriendo recalcar la diferencia que existía entre ellos. Sus cuerpos se rozaban. El pecho del cambiante subía y bajaba con fuerza. - Tú también puedes llamarme así o el chico de los símbolos. ¿A quién le importa? – Sin poder detenerse, sus dedos siguieron la tinta que cubría uno de los brazos de la mujer. Para que su cuerpo quedara tallado, había requerido plata y sal. Su sangre había sido derramada en exceso, puesto su piel se curaba excesivamente rápido. El dolor que había sentido era tan placentero, que no pudo detenerse hasta que estuvieron las marcas por todo su cuerpo. - ¿También te gusta el dolor? ¿Es por eso que visitas los cementerios a estas horas de la noche, tentando a tu destino? – Siguió el patrón, sin importarle si le molestaba o no. Por primera vez, hacía mucho tiempo, su boca soltaba palabras. No importaba que estuviesen cargadas con intención. ¿Qué tenía de interesante esa gitana? Debían ser las cobras, el olor que despedía, la manera en que las trataba; como si fuesen una parte esencial en su vida. Los ojos del color del whisky de Zadok, no la abandonaron. La capturaron. – Estoy tan sucio, que otra capa más de mugre, no hará daño a mi aura. ¿No estás de acuerdo? -
Zaccary Pattakie- Cambiante Clase Media
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Re: Premonición || Privado
“Hay un puente de fuego que se alarga y nos aleja poco a poco”
Dejé salir un suspiro profundo, como el hilo fino que conectaba mi habla con el aire. Mis ojos negros tan solo le veían a él, pensaba por unos instantes en sus marcas, como una serpiente camuflada, parecía compenetrarse con el pantano perfectamente, su aura era espesa, parecida a la de los ofidios que se arrastraban por el suelo, para cazar a los desprevenidos, ¿caería yo en esa trama? Me negaba. — ¿Yo debería? ¿Por qué debería saber algo como eso? [...] No me gustan las amenazas y menos si vienen de alguien que tiene características que dan curiosidad. — Tragué saliva, sentí el escalofríos recorrerme la espalda, no era una mujer de hogar que temía a los extraños. Pero tampoco era imbécil, aquel hombre seguramente podía matarme y dejarme caer al lodo si se lo proponía. No quería darle razones suficientes para hacerlo y tampoco quería tomar distancia de él. Maldito destino caprichoso. —Ugh, qué hace… Dioses. — Me quejé en voz baja, como un niño refunfuñando. Mi capa larga y pesada color esmeralda caía hacía un lado con brusquedad. Me sentí desprotegida y estuve a punto de dar un paso hacia atrás. Pero Meretseger quería enfrentarlo, mi cuello estaba sufriendo tirones a causa de todo aquel alboroto. Y pronto me vi bajando la cabeza. Era la situación entre ellos lo que más me extrañaba, como si entre ellos pudiesen entenderse del todo.
— O quizá eso es lo único que tú sabes dar y piensas que es suficiente. Lo que dices es correcto, pero siempre se puede dar más. — Su mirada me hacía sentir pequeña, pero estaba luchando contra ello, tragándome la hostilidad que me estaban entregando. Golpeando las capas de odio que se acercaban a mí, la energía negativa estaba haciendo estragos y como un acto reflejo agarré uno de los medallones que colgaba en mi cuello. Protección, si los dioses querían que ese fuese mi destino, lo aceptaría con los brazos abiertos, pero no me dejaría matar así como así. Moví mi cabeza hacía un lado prontamente, mis cabellos azabache golpearon en mi espalda y la curva de mi flequillo se escabullió hacía atrás. Entonces escuché sus blasfemas palabras, era cierto Anfisbena estaba rodeándolo de una manera que nunca antes había visto. Sentí celos y mi rostro tan blanco y cremoso se tiñó de un rosa pálido. Luego llegó la ira y al final la comprensión. No podía despegarme de ellas, pero aun así ellas podían hacerlo si querían. — Se llama Anfisbena, ¿será esto lo que ellos quieren que haga? No puedo dejarla ir así como así. — Era un murmullo que apenas se escuchaba, yo le preguntaba a los dioses y al mismo tiempo miraba al reptil que hermosamente se acurrucaba, gruñí, él estaba invadiendo mi espacio personal con demasiado ímpetu. Su torso se elevaba con autoridad, su pecho se rozaba con el mío y yo quería empujarle, mandarlo a volar y al mismo tiempo, enrollarme en sus símbolos, como cuando las serpientes lo hacían en mi cintura y me apretaban hasta un momento antes de quitarme el aire.
— Zadok, ¿qué eres tú que no eres un humano? Las marcas, son necesarias, las uso para recordar, cada parte de mi vida está aquí, es un mapa de ida. ¿Me las tocarás todas, ‘chico de los símbolos’? Creo que no conoces la privacidad de un cuerpo. — Nunca había tenido problemas con el físico, desnudarme, bañarme en los lagos y que me vieran, no me importaba. Era lo que me habían dado al nacer y la naturaleza era quien decidía sobre aquello. Pero no podía evitar sentirme intimidada o quizá avergonzada, como si sus dedos fuesen a quemarme. Y entonces la curiosidad me embriagó. Subí la yema de los dedos a su rostro, lo limpié. La mugre estaba pegada, como barro fundido. Sonreí de costado, mi ceja arqueada seguía pronunciándose y al final una risa seca y al mismo tiempo algo amargada surgió de mi garganta. Parecía ser testarudo, como roca maciza. Pensé en ignorar su fechoría, pero luego me arrepentí y con los dedos sobre su mejilla derecha me acerqué. — Puedes hacer de tu alma lo que quieras. Aun así, mis consejos son sabios. Pues no vienen de mi mente, sino de más arriba. Así que… No estoy de acuerdo, ¿pero cambiará algo que no lo esté? No pareces un "hombre" fácil de convencer. — Le investigaba, mi curiosidad me estaba delatando, lo claro de sus ojos, tan profundos y brillosos, resaltaban en lo negro que estaba alrededor. Era pura tinta y también era algo más, pero ¿qué? Qué era eso que me estaba ocultando su aura con tantas fuerzas, no me dejaba ver su verdadero ser y yo, estaba desesperada por saberlo. “No soy un ser que disfrute la compañía. Pero si tú, eres como ellas, te querré adornando mi cuello”
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Re: Premonición || Privado
Si Zadok no fuese tan serio, se habría reído de las palabras tan absurdas de la gitana. La curiosidad de la que hablaba, había llevado – y seguiría llevando – a cientos de personas a la muerte. Vivían en un mundo donde los eslabones más débiles, no debían aventurarse a explorar conscientes de cuál era su lugar. El cambiante había visto a humanos perecer por menos que eso. Nadie debía dejarse llevar por las apariencias, pero en su caso, se había asegurado de que en su piel quedara grabado su verdadero ser. A diferencia de Deméter, el chico de los símbolos no quería recordar, solo olvidar y ser olvidado. El mundo casi lo había hecho. En la tranquilidad de los pantanos o las solitarias noches en el cementerio, sin nadie con quién hablar excepto los animales a su alrededor, Zadok había sido tan insulso como un fantasma. Llevaba trabajando como sepulturero el tiempo suficiente como para identificarse con ellos. Aunque los sobrenaturales – y algunos humanos – pudieran verlos, preferían no molestarlos por miedo. El tener a la encantadora de serpientes frente a él, provocándole de esa manera, solo le confirmaba que ésta, no poseía nada de sentido común. Escuchó su diálogo interno mientras apretaba fuertemente la mandíbula. “¿Quiénes demonios eran ellos?” Estaba tan cerca que su cálido aliento lo envolvía. Quería que retrocediera, que saliera corriendo y no volviera. Entonces, ¿por qué la tocaba de ese modo? No. El otomano no conocía sobre la privacidad. Era un cambiante que encima se dedicaba a enterrar a los muertos. Pero era Deméter y las hermosas cobras quienes lo atraían. - ¿Cuántos años llevas encantándolas, humana? – Deliberadamente, ignoró la pregunta sobre qué era. Tenía que admitir, que la gitana había hecho la pregunta correcta. No era un quién, sino un qué. – Se necesita mucha práctica para manejar a una. Sin embargo, tú pareces muy cómoda con ellas. – Había enojo en sus palabras, el odio en su mirada ambarina parecía ganar fuego conforme pasaba los minutos en su compañía.
Deméter traía a su mente viejos recuerdos catapultados sobre su hermano. Elazar no solo había sido famoso entre los gitanos, había cometido el estúpido error de dejarse encantar por una de ellas. Zadok podía ver esa pasión en la mirada ajena. Era peligrosa, pero no tanto como lo era él. Al principio, su acto reflejo había sido atrapar su muñeca y alejarla de su rostro. No quería su toque. Odiaba el contacto con humanos. Nunca había tenido que molestarse en hacérselos saber, ¡pero ella no seguía las malditas reglas! Se negaba a dejarle ver más allá. Era una extraña que tarde o temprano, desaparecería. Por unos largos minutos, atrapó su mirada. El silencio en el cementerio se volvió aprensivo, un cómplice de la noche que parecía ser manipulado por el cambiante y; como si hubiese chasqueado los dedos, los siseos de las cobras lo rompieron. – Soy un cambiante, gitana. Ni hombre ni humano. – Sabía que ella usaba esa palabra para describirlo, pero no porque creyera que lo fuera, pero eso no hizo menos hostiles sus palabras. – No pagaría ni un franco por tus consejos o visiones sobre lo que me depara el futuro. He acabado de jugar con eso. – Eso último no era en absoluto cierto. Él siempre había sabido que Ever era una manipuladora. Había visto como embelesaba a su hermano con disparates sobre sus sueños. Elazar había sido tan estúpido como para creerlo. Si bien Deméter y Ever no se parecían en absoluto, Zadok sabía que ella le despertaba un inaudito interés. Enojado, capturó los labios ajenos. Su lengua entró dentro de la cavidad con furia. El cambiante se la había perforado con un aro, siempre queriendo sentir el dolor que la plata provocaba a los de su especie. Lo interrumpió muy rápido. – Vete, ahora. – Amenazó en su lóbulo, con la mirada de la cobra que la cuidaba, clavada en la suya. – No eres bienvenida por aquí.-
Deméter traía a su mente viejos recuerdos catapultados sobre su hermano. Elazar no solo había sido famoso entre los gitanos, había cometido el estúpido error de dejarse encantar por una de ellas. Zadok podía ver esa pasión en la mirada ajena. Era peligrosa, pero no tanto como lo era él. Al principio, su acto reflejo había sido atrapar su muñeca y alejarla de su rostro. No quería su toque. Odiaba el contacto con humanos. Nunca había tenido que molestarse en hacérselos saber, ¡pero ella no seguía las malditas reglas! Se negaba a dejarle ver más allá. Era una extraña que tarde o temprano, desaparecería. Por unos largos minutos, atrapó su mirada. El silencio en el cementerio se volvió aprensivo, un cómplice de la noche que parecía ser manipulado por el cambiante y; como si hubiese chasqueado los dedos, los siseos de las cobras lo rompieron. – Soy un cambiante, gitana. Ni hombre ni humano. – Sabía que ella usaba esa palabra para describirlo, pero no porque creyera que lo fuera, pero eso no hizo menos hostiles sus palabras. – No pagaría ni un franco por tus consejos o visiones sobre lo que me depara el futuro. He acabado de jugar con eso. – Eso último no era en absoluto cierto. Él siempre había sabido que Ever era una manipuladora. Había visto como embelesaba a su hermano con disparates sobre sus sueños. Elazar había sido tan estúpido como para creerlo. Si bien Deméter y Ever no se parecían en absoluto, Zadok sabía que ella le despertaba un inaudito interés. Enojado, capturó los labios ajenos. Su lengua entró dentro de la cavidad con furia. El cambiante se la había perforado con un aro, siempre queriendo sentir el dolor que la plata provocaba a los de su especie. Lo interrumpió muy rápido. – Vete, ahora. – Amenazó en su lóbulo, con la mirada de la cobra que la cuidaba, clavada en la suya. – No eres bienvenida por aquí.-
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Re: Premonición || Privado
“El encanto es un veneno que no tiene cura”
Quería responderle con mi puño sobre su rostro. ¿Cómo se atrevía a ser tan descarado? En mis ojos se notó el repentino enojo; repentino porque segundos antes, mi mente y aura estaba plagada de una majestuosa curiosidad, ganas de tocarlo y escucharlo. De sentir su corazón extraño, y encariñarme con sus tatuajes. Pero él no me dejaba, hacía todo lo posible por golpearme con palabras y esa había sido una que había herido mi orgullo. — Desde que tengo memoria. Y nadie puede aprender a encantar una serpiente. Quizá sí a engañarla, trucos de música y distracción suficientemente fuertes para hipnotizarla. Pero ‘encantarlas’ va mucho más allá. Yo me enamoro de ellas y ellas de mí. ¿Eres tú una serpiente también? — Se deslizaron mis palabras con menudo descontrol, mis mejillas calientes de sangre se enrojecían y se secaban al instante siguiente. Él parecía no comprender que mis sentimientos hacía los ofidios era profundo, casi desgarrador. Mordí mi lengua en ese instante, con cuidado, molesta porque su presencia me quitaba el autocontrol y quizá el coraje también se tambaleaba un poco. Sí, de repente sentía miedo, como si me estuviesen quitando una parte de mí. Quise orarles a los dioses en ese momento, trazar el círculo y cerrar los ojos, implorándole horas y horas porque me den una respuesta.
Mis dedos se aferraban unos a otros cuando él sujetaba mi muñeca, intentaba estirarme para rozar su piel. ¿Por qué el sí y yo no? El capricho se inmiscuyó en mi mente, no solía tener esa clase de sentimientos, jamás pensaba en lo que a mí no me habían dado, era una gitana, vivía con lo justo y si tenía de más lo regalaba. Sin embargo, en ese momento me quejé por la división de acciones. Las manos ajenas habían pasado por todos los bordes de mi cuerpo, mis tatuajes se habían prendido fuego al instante de roce. — Y tú pareces muy cómodo entre la tierra y la suciedad. Sin embargo, yo no me enfado por ello, ¿o sí? — Mi ceja se arqueaba con solemne molestia, mi cuerpo se abatía para poner distancia y cuando el silencio de sus ojos se presenció mordí mi lengua y mis piernas se sintieron aflojar. Maldita sea, toda mi vida había soñado con investigar mis sueños, con idolatrar al humano o ser alguno que se aparecía en ellos, sanarle en cuerpo y alma; pero aquel sepultero no era lo que yo esperaba, demasiado molesto con el pasado, su aura me sofocaba, la oscuridad que albergaba en su interior me infectaba y pronto me empecé a indignar con la situación. Tragando saliva cerré los ojos, momento exacto en que el sonido dulce de los cascabeles se hizo presente y mis orbes oscuros volvieron a brillar, enfocándose en sus palabras que como vidrio de diamante me cortaban las palabras.
La sonrisa se crispó y mi cabeza se apoyó en la serpiente que estaba en mi cuello, acariciando la escamosa textura, suave y natural que me incrementaba las fuerzas para aguantar ese destino para el cual siempre me había preparado. — No siempre se me llama para ver el futuro. Ya que eso es algo que uno mismo puede crear… ¿Eres un reptil? De por sí ya pareces uno y supongo que no es coincidencia que justo me hayan predestinado a mí para encontrarte. — Casi como si fuese una tragedia, hablé sin pensar en las consecuencias, pero estas no llegaron como yo pensaba, los dedos se apretaban en mi piel, su cercanía se acortó al punto que pude sentirlo en mi boca, el sabor de la naturaleza viajó por mi interior. Fue algo tan corto, que el frío metálico que sentí pareció una ilusión; pero pude verlo, en su lengua se hallaba el dolor así como en cada parte de su cuerpo. Entrecerré los ojos y antes de poder decir palabra alguna, sus susurros me hicieron temblar, no sabía si era miedo, excitación y una mezcla de ambas, pero como fuese mis ojos se dilataron y en un movimiento rápido apoyé una mano sobre su mejilla. Toqué aquello que antes no me había sido permitido y me tomé la molestia de forzar aquella cercanía una vez más. — Yo no soy bienvenida en casi ningún lugar y no por ello los evito. No quiero irme. ¿Me matarás si no lo hago? Te apropias de una de mis amigas, me robas los labios y ahora me retiras. ¿Piensas que las cosas quedarán así? Hay un ciclo para todo, cambiante. El tuyo está a punto de modificarse. Los cielos son sabios. Y los sueños también. — Me alejé, separé casi un metro mi cuerpo del suyo, la libertad me aprisionaba, al igual que Meretseger, quien estaba más incómoda a cada segundo que pasaba. Mi pecho empezó a subir y bajar. Y para desestresarme, mis dedos comenzaron a acariciar la piel de la serpiente. Y lentamente, sin hacer contacto directo con los ojos ajenos, me agaché a buscar la capa. Tenía pánico y lo estaba disimulando de la mejor manera posible, ¿por qué? Porque a pesar de mis miedos, no me acobardaría a hacer aquello a lo que me habían mandado.
“No hay liberación sin un dios que te guíe en el camino.”
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Re: Premonición || Privado
Los colores del aura de la gitana iban y venían. Nada atraía más a Zadok que la hostilidad y el miedo. La oscuridad que lo consumía, parecía estar satisfecha con la que empezaba a emerger de la fémina. Su mirada no se apartó de ella, siguió cada movimiento con una intensidad que rayaba en la demencia. Su maldita y perfecta memoria, jamás permitiría que olvidara ese encuentro. Podría repetir cada palabra hostil que escupieron esos suculentos labios, recordar sus gestos, su aliento cálido. Se negó a moverse. El cambiante se había quedado como piedra, solo la hermosa cobra irradiaba vida. Muerte, eso era él. Al final, el sultán había ganado. Lo había transformado. Vio como esos dedos acariciaban la piel de la serpiente. Sus tatuajes protestaron, queriendo esa atención sobre ellos. Deméter lo había tocado y su cuerpo, al parecer, anhelaba su contacto. El aro en su lengua también emitió más dolor, como si el haber entrado a sus fauces lo hubiese calentado. La vio inclinarse para recoger su capa, negándose a mirarlo y; el fuego que ardía en sus orbes, se extendió como una llamarada por toda su sangre. Antes de que pudiese advertirlo, Zadok estuvo en cuchillas frente a ella. El chico de los tatuajes se movía como lo hacían las serpientes, ondulando sus músculos. Meretseger no tardó en atacarlo al aceptar la inminente amenaza, pero su veneno poco podía hacerle, era inmune a ellas. Sin preámbulos, recurrió a su capacidad para controlarlas. El juego se había terminado. Ellos sabrían a qué se estaban enfrentando. – Tienes razón, Deméter. – La voz del cambiante eran siseos en ese momento. – Nadie aprende a encantar a una serpiente, pero yo no aprendí. Yo nací así. – Ante la seductora mirada de su acompañante, las cobras que le acompañaban comenzaron a moverse en su dirección. Zadok extendió los brazos para que subieran sobre él. Aún podía sentir la hostilidad de Meretseger, no le gustaba ser controlada. Ésta fue directo a su cuello para intentar asfixiarlo. La ceja del otomano se alzó y respondió al desafío forzando su sumisión. No le gustaba en absoluto hacer eso, mucho menos con quien había demostrado un porte tan regio. ¿Qué había visto en la gitana? ¿Qué veía él?
– Es agresiva, pero no tanto como yo. – Sentenció. ¿Por qué seguía deseando su compañía? Había terminado por esa noche, podía irse a los pantanos y sumergirse en sus aguas hasta que el cementerio le reclamara. O tal vez, era momento de no volver. No necesitaba el empleo. Podía vivir como un caimán el resto de sus años. – Parece que tus Dioses, gitana, te han abandonado. ¿Tengo que enterrarte con vida en una de estas fosas para que lo entiendas? – La molestia de Z nada tenía que ver con sus palabras y todo con las reacciones que obtenía ante su cercanía. Sus manos se cerraron sobre los hombros de la joven, y empujaron para que se tendiera sobre la tierra, bajo su cuerpo. Una orden de su mente y las cobras descendieron, arrastrándose lejos. Él las encontraría. - ¿De qué sueños hablas? – Amenazó, sus extremidades sirviendo como una improvisada prisión. Su fuerza no se comparaba con la humana. Si no quería apartarse, ella no lograría que lo hiciera. Deslizó unas de sus palmas por el antebrazo, siguiendo el patrón de la tinta. Quería desnudarla y memorizar el mapa, los recuerdos que inmortalizaba en su piel. – El único ciclo que está por terminarse es el tuyo. – Antes de que Deméter pudiese volver a tocarlo, sus manos le atraparon las muñecas. Las alzó sobre su cabeza. Estaban cara a cara. Su sombrío y oscuro rostro, ocultándola. Sus dedos perfilaron la mejilla de la fémina, no había ninguna marca. Era hermosa, ¡maldición! Descendió por su cuello, sus dedos se detuvieron sobre su palpitante pulso. Podría negar su atracción hacia ella, pero el olor que la humana desprendía y la manera en que se retorcía bajo él, lo llamaban. No era tan inmune como Meretseger. “Ahora puedo comprenderla”, pensó, molesto consigo mismo. ¿Qué había dicho? ‘Yo me enamoro de ellas y ellas de mí’. Oh sí, lo más sensato sería enterrarla con vida. Nadie sospecharía. Sería otra más desaparecida. – Nunca me gustaron las gitanas. – Continuó, aunque su palma se contradecía, siguiendo el perfil de sus pechos. – No me gustas tú. – Mintió. – Dime, ¿cuál es el encanto que posees? -
– Es agresiva, pero no tanto como yo. – Sentenció. ¿Por qué seguía deseando su compañía? Había terminado por esa noche, podía irse a los pantanos y sumergirse en sus aguas hasta que el cementerio le reclamara. O tal vez, era momento de no volver. No necesitaba el empleo. Podía vivir como un caimán el resto de sus años. – Parece que tus Dioses, gitana, te han abandonado. ¿Tengo que enterrarte con vida en una de estas fosas para que lo entiendas? – La molestia de Z nada tenía que ver con sus palabras y todo con las reacciones que obtenía ante su cercanía. Sus manos se cerraron sobre los hombros de la joven, y empujaron para que se tendiera sobre la tierra, bajo su cuerpo. Una orden de su mente y las cobras descendieron, arrastrándose lejos. Él las encontraría. - ¿De qué sueños hablas? – Amenazó, sus extremidades sirviendo como una improvisada prisión. Su fuerza no se comparaba con la humana. Si no quería apartarse, ella no lograría que lo hiciera. Deslizó unas de sus palmas por el antebrazo, siguiendo el patrón de la tinta. Quería desnudarla y memorizar el mapa, los recuerdos que inmortalizaba en su piel. – El único ciclo que está por terminarse es el tuyo. – Antes de que Deméter pudiese volver a tocarlo, sus manos le atraparon las muñecas. Las alzó sobre su cabeza. Estaban cara a cara. Su sombrío y oscuro rostro, ocultándola. Sus dedos perfilaron la mejilla de la fémina, no había ninguna marca. Era hermosa, ¡maldición! Descendió por su cuello, sus dedos se detuvieron sobre su palpitante pulso. Podría negar su atracción hacia ella, pero el olor que la humana desprendía y la manera en que se retorcía bajo él, lo llamaban. No era tan inmune como Meretseger. “Ahora puedo comprenderla”, pensó, molesto consigo mismo. ¿Qué había dicho? ‘Yo me enamoro de ellas y ellas de mí’. Oh sí, lo más sensato sería enterrarla con vida. Nadie sospecharía. Sería otra más desaparecida. – Nunca me gustaron las gitanas. – Continuó, aunque su palma se contradecía, siguiendo el perfil de sus pechos. – No me gustas tú. – Mintió. – Dime, ¿cuál es el encanto que posees? -
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Re: Premonición || Privado
“Los sueños colapsan en la memoria y te llevan a las dimensiones del pasado”
Sentí entonces la desestabilización de mis energías, había llegado a mi límite, los canales de mi cuerpo se cerraban y mis ojos, siempre serenos y bombardeando alabanzas, solo estallaban en coraje. ¿Por qué me humillaba de esa manera? ¿Por qué los dioses le hacían esto a una fiel creyente? Cerré los orbes oscuros de los cuales sí tenía control, pues parecía que todo lo demás estaba a mereced de aquel hombre de rostro escondido. Oculto entre un mar de sombras que estaban protegiendo algo, algo que sin duda él ya había perdido. Y entonces me acerqué a tomar la capa, mis dedos se aferraron a la tela y cuando me impulsé para levantarme, me encontré con su rostro semi cadavérico, mi voz sonó con silencios, mis cuerdas vocales se aprensaron entre sí y solo la mirada de mi rostro pudo hablar. Una lubricación completamente sobrenatural se apaisó en mis ojos. Pues era el miedo de sentirse acorralada, apresada; la liberad, la hermosa libertad que tanto había luchado por tener se reducía a cenizas cuando aquel hombre senil se montaba sobre ella. — ¡Zadok! Apártate, te lo imploro. — Observé el movimiento de las serpientes, mi más vieja compañera se arrastraba, dejándome marcas rojas en los brazos, lo estaba haciendo a las malas y mi piel lo estaba notando. Jadeé con molestia, mis hombros temblaron como una hoja arrullada por el viento y levanté la vista, lo observé a los ojos fijamente y para mi desfortuna, no pude mostrar mi odio, más una lágrima bordeó y salió por el costado derecho, de la parte externa del ojo, se deslizó hasta mi mandíbula y como una pequeña proeza, quedó colgando de allí unos momentos más.
— Que hallas nacido así no te hace mejor, solo te hace diferente. Los dioses son sabios, saben a quién debe darle el don. — Murmuré con desconsuelo, apoyada sobre mis piernas, aferrándome con fuerzas a mis rodillas que estaban intentando no temblar, las serpientes se alejaban, me sentía desprotegida, desnuda completamente. Giré mi rostro cuando me habló, no deseaba verlo a los ojos, no quería hacer un contacto del cual probablemente me arrepentiría. Eran sus dedos los que estaban agarrándome, aún sentía un miedo irracional por él, Meretseger lo había mordido, había hincado sus colmillos en él. Y aun así seguía como si nada, era salvaje, era feroz y me lo estaba demostrando con acciones y palabras. No era la primera vez que me encontraba con un cambia formas, pero mis tratos con ellos siempre habían sido cuidadosos, respetables, incluso amigables. Me quejé en voz alta cuando terminó tirándome al suelo, mis manos se alzaron como un escudo, empujándole con gran molestia, golpeé su pecho con la palma y al instante supe que sería en vano. Sus orbes claros estaban haciendo un agujero en mi rostro. — Si así es como deseas que sean las cosas, entiérrame viva, mis creencias jamás cambiarán, si los dioses quieren que mi vida termine en tus manos, estoy dispuesta a ceder. — El mensaje era claro, escondí entonces mi rostro entre mis dedos delgados y temblorosos. Mis yemas querían tocarle los tatuajes, pero más quería yo esconderme de aquella situación. Pero él no deseaba darme siquiera un momento, me batallaba, golpeaba contra mí para no dejarme protección ni una sola vez — ¡Ah-! No tengo intenciones de contarte nada cambiante, me temo que no estoy de ánimos para lidiar con tu naturaleza. Sí, mi ciclo cambiará, eso dice el destino. Pero el tuyo también, está escrito en tus labios. Lo sabes pero, ¿por qué? Deja de tocar mi cuerpo, no te pertenece. — Inquirí pero fue algo tambaleante, lleno de pena y desesperación. Mis piernas se movían suavemente a los lados, mis manos forcejeaban contra su apriete. Solo él y yo, ¿hacía cuánto tiempo estaba así de sola frente a alguien? Años, muchos años. Temblé y como último acto desesperado por escapar una de mis piernas se volcó entre medio de las ajenas, golpeando, sin demasiada fuerza, solo la suficiente para sentir su hombría y aplastarla ligeramente. — Yo no pretendo gustarle a humanos, cambia pieles o seres sobrenaturales, solo deseo el amor de la naturaleza y no tengo ningún encanto y menos alguno que puedas apreciar. Estás quitándome lo más preciado que tengo. Así que mátame o déjame ir. Pero decídete ya por favor. — Hablaba con entre cortes lentos, su mano se encaminaba por mi cuerpo, quemaba mi piel, ardía como si me estuviese prendiendo fuego, mi rodilla que había intentado golpear su virilidad, solo lo había rozado y caía perdedoramente, haciendo así que mi cuerpo se retuerza lentamente, mi cuello se estiraba ante los roces profundos y miré con desdicha hacía la nada misma.
“Es una jaula personificada, que no me deja salir.”
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Re: Premonición || Privado
La lengua del cambiante descendió como un látigo contra la mejilla de la gitana, borrando el rastro de la única lágrima que había derramado. Hacía mucho tiempo, Zadok había dejado de sentir cualquier emoción desapegada al odio. Era inmune al dolor. Tanto físico como psicológico. Lo llevaba tatuado en su piel y en el vacío de sus orbes ambarinos. Deméter era todo lo contrario y eso le confundía. ¿Sentía envidia? La simple cuestión lo enfurecía. Era débil, justo como Elazar lo había sido. Una muñeca de porcelana, que podía romper si la forzaba. Algún instinto dentro de él, se retorció, como si la sola idea de dañarle le resultase inconcebible. Solo dos veces, había sentido ese tirón con fuerza y se negaba a reconocerlo. Siempre que había querido proteger, le había sido arrebatado algo. Su libertad, su pútrida alma. Solo le quedaba ese hilo de cordura y la mujer parecía querer reclamarla, tanto como si fuese o no consciente. Sentir el roce de su rodilla contra su entrepierna, solo lo endureció y; cuando ella abandonó toda lucha, sus caderas se impulsaron. La tela de sus pantalones desgastados, era la única prenda que cubría su cuerpo, de modo que solo la bragueta impedía que su longitud la tocase. Un siseo escapó de su boca que estaba a tan solo un aliento de los labios ajenos. Muchos años habían pasado desde que tuviese relaciones con una hembra. La necesidad había estado, pero se había negado a satisfacerla y; últimamente, aquello había dejado de importar. En los pantanos, Zadok pasaba sus horas como animal, solo tomando su forma humana cuando intrusos se acercaban a su territorio. Tener en mente la muerte de terceros, le daba cierto placer. Le habría gustado que ese fuese el motivo de que respondiera a ella. La mano que apresaba sus muñecas, se aflojó, aunque aún sería difícil para ella deshacerse de su agarre. No respondía como él esperaba a sus amenazas. Había obtenido más respuesta por su captura que por una inminente muerte. – Escojo ninguna, gitana. – Había susurrado aquéllas palabras en su lóbulo. A pesar de que eran suaves, no dejaban de sonar letales. – Encuentro que me gusta tenerte como prisionera. – Como si necesitase confirmar sus palabras, su miembro creció un poco más.
El chico de la tinta, sabía, mejor que nadie, lo que era no tener el control de su cuerpo y mente. Debía sentirse asqueado por la situación, pero no lo hacía. Todo había cambiado desde la muerte de su hermano. Además, las palabras ‘no te pertenece’, le habían molestado a grandes rasgos. Por primera vez, quería reclamar algo para él. Su mano libre, que se había detenido en la cadera de la fémina, arremetió de nuevo. – Si no me distraes contándome de qué van esos malditos sueños, tomaré eso como una invitación para buscar mi propia entretención. – La mentira impregnaba cada una de sus palabras y sus dedos, audaces, se deslizaron sobre su vientre. Como cambiante, Zadok estaba acostumbrado a la desnudez. Sin embargo, tenía que reconocer que disfrutaba con el atuendo de Deméter. Dejaba a la vista gran parte de su piel y tatuajes. En contradicción a sus amenazas, su manera de tocarla era reverencial. Un lienzo como ese, debía recibir ese tipo de trato. Hacía unos meses, se había encontrado con una de su especie que también llevaba marcas y él había deseado arrancárselas. Si quisiera hacerlo con la gitana, nada ni nadie podría impedírselo. Se movió sobre ella, ondulando sus músculos. Su pesado miembro, quemando por salir a su encuentro. Irguió su cabeza, solo lo suficiente para impregnarse de su aroma. Él, no era el único que disfrutaba jugando con fuego. – Hace muchos años, Deméter, fui esclavizado. – Contaba aquello con un deje de aburrimiento, pero el sentido común, habría advertido a cualquiera que esa confesión implicaba un castigo. – Sé lo que se siente no tener libertad para elegir cómo actuar. No soy mejor, ni diferente. Soy nada. Y tú estás, exactamente, a un paso de encontrarte conmigo. – En esa ocasión, su boca capturó la ajena. Su lengua serpenteó entre los labios, instándola a abrirlos para él. Se perdió en su sabor. Ella era una pequeña luz que titilaba, tratando de hacer retroceder a las tinieblas que lo envolvían. Tarde o temprano, entendería que nunca podría. Estaba perdido más allá de cualquier posibilidad; pero eso no evitó que golpeara contra sus fauces, obligándole a iniciar una lucha de voluntades.
El chico de la tinta, sabía, mejor que nadie, lo que era no tener el control de su cuerpo y mente. Debía sentirse asqueado por la situación, pero no lo hacía. Todo había cambiado desde la muerte de su hermano. Además, las palabras ‘no te pertenece’, le habían molestado a grandes rasgos. Por primera vez, quería reclamar algo para él. Su mano libre, que se había detenido en la cadera de la fémina, arremetió de nuevo. – Si no me distraes contándome de qué van esos malditos sueños, tomaré eso como una invitación para buscar mi propia entretención. – La mentira impregnaba cada una de sus palabras y sus dedos, audaces, se deslizaron sobre su vientre. Como cambiante, Zadok estaba acostumbrado a la desnudez. Sin embargo, tenía que reconocer que disfrutaba con el atuendo de Deméter. Dejaba a la vista gran parte de su piel y tatuajes. En contradicción a sus amenazas, su manera de tocarla era reverencial. Un lienzo como ese, debía recibir ese tipo de trato. Hacía unos meses, se había encontrado con una de su especie que también llevaba marcas y él había deseado arrancárselas. Si quisiera hacerlo con la gitana, nada ni nadie podría impedírselo. Se movió sobre ella, ondulando sus músculos. Su pesado miembro, quemando por salir a su encuentro. Irguió su cabeza, solo lo suficiente para impregnarse de su aroma. Él, no era el único que disfrutaba jugando con fuego. – Hace muchos años, Deméter, fui esclavizado. – Contaba aquello con un deje de aburrimiento, pero el sentido común, habría advertido a cualquiera que esa confesión implicaba un castigo. – Sé lo que se siente no tener libertad para elegir cómo actuar. No soy mejor, ni diferente. Soy nada. Y tú estás, exactamente, a un paso de encontrarte conmigo. – En esa ocasión, su boca capturó la ajena. Su lengua serpenteó entre los labios, instándola a abrirlos para él. Se perdió en su sabor. Ella era una pequeña luz que titilaba, tratando de hacer retroceder a las tinieblas que lo envolvían. Tarde o temprano, entendería que nunca podría. Estaba perdido más allá de cualquier posibilidad; pero eso no evitó que golpeara contra sus fauces, obligándole a iniciar una lucha de voluntades.
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Re: Premonición || Privado
“Tu alma se encuentra sola, negra y profundamente cautiva de tumbas con nombre”
Maldecía a los dioses por primera vez en mis veinticuatro años de existencia, dejando salir un jadeo casi melancólico que recorría mi garganta y terminaba inevitablemente en la ajena, pues estaba engatusado con mi cavidad. Cuando hubo terminado con ella, le sentí la lengua más definidamente, ésta me recordaba a la suavidad y aspereza de la de las serpientes, larga y perturbantemente amenazadora. Como si con ello me diese a entender que estaba cerca de clavarme su veneno, un juego en donde yo no deseaba estar. Pero como devota que era no podía negarme a las peticiones de arriba. ¿Arreglarlo o ayudarlo? ¿Huir y vivir con el peso de que siquiera lo intenté? No, la última simplemente no era una opción. — ¿Entonces me quieres meter en una pequeña caja para tu propio disfrute? N,no sigas frotándote. ¿Es que alguna mujer te hizo tanto daño que lo canalizarás conmigo? Zadok… No me lastimes y si lo haces, hazlo a conciencia. — Balbuceé con miedo, sí, estaba aterrada ante la idea de ser indudablemente ultrajada en todo sentido. Mi entrepierna se sentía caliente, podía casi palpar la erección ajena y no entendía por qué podía estar pasándome eso. Un cambiaformas como él no tendría que tener problemas de ese estilo, pero allí estaba engullendo sus necesidades contra los bordes de mis prendas. Telas cosidas y artesanales que yo misma hacía hecho, diferentes retazos eran lo que se encontraban sobre mí y él se deleitaba intentando resquebrajar aquellas costuras.
Mordiendo levemente mis labios, mi cuello y espalda se estiraron brutalmente; dejando salir un delgado gemido que podría haberse confundido con un gritillo; mis uñas terminaban por hundirse en la carne ajena, en la mano que me apretaba las muñecas tal como si quisiera quebrármelas; y la mirada de desdicha se hacía casi temible, pero no más que sus palabras que intimidaban todo mi ser al punto que deseaba utilizar el cambio de humor para con él. Quizá buscar sus sentimientos más puros o simplemente hacerlo asustar para que llegue a soltarme. Pero nada de eso iba a pasar, lo tenía prohibido, perder mi vida no sería tan peligroso como pasar mi alma al lado equivocado. — No te contaré los sueños, antes era lo que primero quería hacer cuando te encontrara. Ahora solo quiero golpearte… ¿Por qué fuiste esclavizado? No hay manera, eres un cambiante, puedes escapar de casi cualquier cosa. — Mis ojos estaban tan abiertos, negros y confundidos que decidí callarme y escucharlo, aunque mi cuerpo me pedía libertad y la sensibilidad de mi piel quería dejarse hacer, mi cabeza solo anhelaba escuchar todo lo que saliera de sus labios extremadamente delgados y perfilados. — Ohw, duelen tus toques. Ansío saber más, he esperado muchos años por ti. Tan solo… Al menos ponme en una posición menos humillante. Voy a dar ese paso, lo haré aunque no quieras. ¿Me clavarás tu veneno por ello? —
Entre jadeos calmados y suspiros altivos había recibido su boca una vez más, difícilmente podía considerarme una buena besadora, pero su lengua me hacía palpitar el interior y mis ojos escurrían lágrimas que luchaban entre el miedo, el dolor y un placer tan sofocante como agonizante. Mis piernas temblaban como plumas que querían lanzarse a volar con la brisa y mi cuello lentamente comenzó a torcerse, buscando esconder mis ojos con los brazos. No pensaba escapar, aun cuando sentía su agarre un poco más flojo intentar correr era en vano, si él deseaba que yo me quedase atrapada allí por siempre, sin duda lograría su cometido aún si eso significaba cortarme manos y pies. — Mis sueños siempre me mostraban tu rostro, primero blanco y sin manchas, siempre triste, pero hermoso. Con deseos, con ambiciones. Luego se quiebran, luego una serpiente se esconde. Huye muy lejos y nunca más vuelve a aparecer. Es como si no las quisieras. ¿Las odias? ¿Me odias a mí? — Salpicaba mis habladurías en medio de movimientos lentos, en donde mis piernas se juntaban para evitar el paso ajeno entremedio de ellas. Su calor y temperatura no me dejaban respirar, como si quitara todo el oxígeno que había a nuestro alrededor. Mi cabeza daba vueltas y al final, embargada por la pena y la infinita molestia que tenía, intenté girarme para quedar de espaldas. No quería verle a los ojos, solo mirar el pasto, lo verde que siempre me hacía canalizar.
“Amarás la libertad que te pueden dar mis brazos. Y volverás a odiar lo que alguna vez amaste.”
Darko DeGrasso- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Premonición || Privado
No sabía cómo o porqué, pero la voz de la gitana tenía el poder de calmarlo. Su cuerpo, respondía de la misma forma en que hacían las cobras. Deméter podría ansiar su libertad, pero su piel, clamaba por sus caricias. El aroma de su excitación llenaba sus pulmones. Sabía que si la tocaba entre las piernas, estaría caliente y húmeda. Lista para que su miembro invadiera. Apretó su agarre en un intento por concentrarse. Jamás le había contado a nadie sobre sus años como esclavo en el Imperio Otomano. Ni siquiera Urban, el chamán que había tatuado su piel, había escuchado alguna historia sobre su pasado. Estaba cometiendo error tras error esa noche. Escuchar la descripción del sueño de sus hinchados labios, lejos de instarle a que se detuviera y alejase; le hizo acercarse más a ella. – Ni el olor de tu néctar puede camuflar tu miedo. ¿Por qué persistes en saber lo que escapa a tu entendimiento? – Finalmente, soltó su agarre. El cambiante quería tener sus manos libres para explorar su piel. Éstas se desplazaron por el contorno de sus piernas, llegando hasta sus rodillas, para después regresar su camino y serpentear por sus muslos. Se negaba a darle una respuesta. Ni él mismo sabía qué demonios le pasaba. ¿La odiaba por hacer que la deseara? ¿O porque parecía ser capaz de mirar dentro de su oscuridad? Siseó cuando sus dedos se acercaron a su calidez, pero inmediatamente se detuvo. Ella no quería eso, clamaba por su libertad. Se dejó caer hacia atrás, sentándose sobre sus talones. Desde su posición, Deméter parecía ser el sacrificio para uno de sus Dioses. La frialdad arremetió con el doble de fuerza ahora que se veía obligado a poner las distancias, aunque su erección no parecía verse afectada. Si no fuese por el pantalón que cubría esa parte de su anatomía, estaría apuntando directamente hacia la fémina.
– ¿Nunca pensaste que esos sueños premonitorios podrían ser una advertencia para que cuando nos cruzáramos, huyeras? – A pesar de que había quitado su peso de encima, no así su mano, que ahora se encontraba rodeando su tobillo. – Muy pronto, no importará si te odio o no, porque tú terminarás haciéndolo. He perdido todo rastro de humanidad y tú, me estás despojando del último resquicio de cordura que me queda. Solo quiero hacerte daño y, como has mencionado, la vida no es lo que más temes perder. Ansío robarte la libertad. Eso, eso es lo que realmente me produce placer. – Llevó su mano hasta su miembro, palpándolo con furia. Nada en ese encuentro era usual. Las reacciones que la mujer despertaba en su interior, le sorprendían incluso a sí mismo. Zadok ya no estaba deseoso de romperla en pedazos. Esa era su vitalidad. – No suelo hacer viajes al pasado, gitana. Traen un costo consigo. – Antes de que Deméter pudiese moverse, su cuerpo volvió a apresarla. Era malditamente rápido y ella, jodidamente lenta. – Pero hay algo en ti que alborota la oscuridad que reina dentro de mí. Intenta no hacerlo. – En esa ocasión, no la tocó. Sus rodillas y manos, le mantenían levemente alejado. – No hay nada en este mundo por lo que pueda dejarme atrapar de nuevo. Así fue como ellos lo consiguieron. Verte con las cobras, ha desenterrado viejos recuerdos. – Sus ambarinos orbes centellearon con determinación. – No había visto a una encantadora de serpientes desde él. – Eso era. La gitana le recordaba a Elazar. No era distinta a su hermanastro. Sentía la inconfundible necesidad de protegerla. – Tócame. – Ordenó, odiando pronunciar esa palabra. Sus tatuajes, habían cobrado vida ante esa simple caricia. Ahora, le exigían.
– ¿Nunca pensaste que esos sueños premonitorios podrían ser una advertencia para que cuando nos cruzáramos, huyeras? – A pesar de que había quitado su peso de encima, no así su mano, que ahora se encontraba rodeando su tobillo. – Muy pronto, no importará si te odio o no, porque tú terminarás haciéndolo. He perdido todo rastro de humanidad y tú, me estás despojando del último resquicio de cordura que me queda. Solo quiero hacerte daño y, como has mencionado, la vida no es lo que más temes perder. Ansío robarte la libertad. Eso, eso es lo que realmente me produce placer. – Llevó su mano hasta su miembro, palpándolo con furia. Nada en ese encuentro era usual. Las reacciones que la mujer despertaba en su interior, le sorprendían incluso a sí mismo. Zadok ya no estaba deseoso de romperla en pedazos. Esa era su vitalidad. – No suelo hacer viajes al pasado, gitana. Traen un costo consigo. – Antes de que Deméter pudiese moverse, su cuerpo volvió a apresarla. Era malditamente rápido y ella, jodidamente lenta. – Pero hay algo en ti que alborota la oscuridad que reina dentro de mí. Intenta no hacerlo. – En esa ocasión, no la tocó. Sus rodillas y manos, le mantenían levemente alejado. – No hay nada en este mundo por lo que pueda dejarme atrapar de nuevo. Así fue como ellos lo consiguieron. Verte con las cobras, ha desenterrado viejos recuerdos. – Sus ambarinos orbes centellearon con determinación. – No había visto a una encantadora de serpientes desde él. – Eso era. La gitana le recordaba a Elazar. No era distinta a su hermanastro. Sentía la inconfundible necesidad de protegerla. – Tócame. – Ordenó, odiando pronunciar esa palabra. Sus tatuajes, habían cobrado vida ante esa simple caricia. Ahora, le exigían.
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Re: Premonición || Privado
“El rubro de amante y esclavo”
Su forma osada de hablar no hacía más que intimidarme; incontables veces me había encontrado con personas mal habladas, insultantes y otras muy formales pero llenas de porquerías e hipocresías. Pero él era un caso aparte, entonaba con odio y bramaba con furor, su aliento me perforaba los labios y me hacía zumbar la cabeza. El aroma que despedía era tal cual el aroma de las serpientes o el de los animales de esa forma, cubiertos por una capa protectora de barro, naturaleza por donde sea que mirara, era la viva imagen de un ser del bosque y yo estaba perturbando su hábitat natural, estaba claro que él tenía derecho a estar enojado. Mi respiración se proponía a regularizarse en tanto comenzaba a aceptar que estaba bajo su cuerpo y que ni por más empeño que le pusiera iba a poder moverlo. Aun así daba mi pelea, mostrando la inconformidad de la posición o era más bien que me molestaba el temblor que paseaba por mis entrañas cuando sus manos me delineaban como si se tratara de una flor extraña. — Si tú lo puedes entender, entonces, yo también soy capaz de hacerlo. Zadok… ¿Aquí es dónde vives? Y no, yo entiendo m,mis sueños, no deseaban eso. ¡Ah, ya! — Mi jadeo cansado salió al aire cuando se propuso a invadir con más furor mi piel, separándose, pero dejándome anonada. No podía moverme siquiera un centímetro a la derecha, pues sus dedos me desconcentraban y cuando pude darme un respiro para alzarme terminé de notar su mano enganchándose en lo fino de mi pie. Me quedé observando, no pude diferir, ¿era un agarre de encarcelamiento o me pedía que me quedara allí? Como el niño que aprieta a su madre para que no se aleje. Estuve a punto de soltar una sonrisa, pero fue más el color rojizo en mis mejillas lo que procuró aparecer.
— No podría odiarte, ¿cómo hacerlo cuando solo veo tus propias cadenas? Podrás ponerme miles de ellas en el cuerpo, no terminarás estando contento con eso. ¿A caso solo buscas venganza? ¿Eso terminará de satisfacerte?— Hablaba con la cabeza ligeramente agachada, pues la forma en la que tomaba su entrepierna y apretaba su dureza provocó que un volcán de pudor se subiera en mi rostro. Aun así me dediqué a acercarme con las manos sobre el suelo, poniéndolas entre las rodillas que también estaban apoyadas en la tierra húmeda. Me arrastré hasta quedar entre medio de él. Bastante más bajo, distanciada de su rostro, pues su posición de cuclillas no me daba tregua. Me vi tomando aire antes de alzar la cabeza, pero antes de que pudiese hacer alguna cosa importante su cuerpo se abalanzó como si fuese a abrir su boca y terminar de ingerirme por completo. El grito ahogado se sintió áspero en mi garganta y con el impulso de lo que antes había deseado hacer alcé la mano en busca de su rostro. ¿Era masoquismo o simple idiotez? Consultaba entre pensares, casi sin escucharlo a él del todo. Estaba demasiado enfocada en no temblar como una mosca en peligro. — Dices atrapar, como si yo hubiese llegado con una jaula a apresarte. Y acá soy yo la que está siendo acorralada. — El nudo que estaba teniendo en mi cuello se desató en ese instante y con más ímpetu alcé mis manos, agarrando sus mejillas, acariciando una con el dorso y la otra con la palma. El temblor de mis huesos era lento y rítmico. Pero comencé a acostumbrarme a su modestia cuando al final solo hube dejar salir una risa entre dulce y miedosa.
Negué en ese momento, bajando los brazos hacia los costados de mis caderas, apretaba el pasto suave y con calma me propuse buscar su mirada. Los ojos de la cobra. Prepotentes e impetuosos, eran como ojos de un rey. No había manera de estar confundiéndomelos, así que ¿yo estaba negándome a las palabras de la realeza en la tierra? — ¿Te molesta, que sea una encantadora de serpientes? Yo no sé tocarte… No lo haré bien. Pero si eso deseas a cambio de dejarme estar cerca de ti, pero sin cadenas, lo haré. — Él jamás dijo algo así y yo lo sabía. Pero tenía que llegar a un acuerdo, no podía, de ninguna manera, dejarme enjaular o matar por aquel hombre de los tatuajes. Aún seguía sintiendo el calor de su cuerpo, la vibrante longitud en su pantalón y con falanges que no sabían a dónde iban hurgué entre sus botones, sintiéndolo, estaba solo a una tela de mí. Y casi me vi saltando cuando lo caliente me tomó por sorpresa. — No me digas más ‘gitana’. Me llamo Deméter. Dilo, llámame por mi nombre, por favor. — Alzando apenas mis hombros, con la cabeza arqueada hacía arriba me acercaba curiosamente. Mis ojos ardían, probablemente estuviesen colorados, dolorosamente abiertos, pues me negaba a desperdiciar un momento de verlo, solo para pestañear.
“No saldré de tu jaula, tan solo no digas que existe.”
Darko DeGrasso- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Premonición || Privado
¿Le molestaba? Sí. Pero no por las razones que hacía varios minutos, creía. Jamás reconocería ante ella – y ante nadie – que lo había hechizado, que si seguía tocándolo de esa forma, se movería al contacto de sus manos y al sonido que dejasen escapar sus labios. Con su dulce voz, las cobras le respondían, ¡y él estaba siendo tan endeble como para hacer exactamente lo mismo! Siseó. La inocencia que emanaba de la gitana, le invitaba a corromperla. ¿Era virgen? Por la manera en que reaccionaba a sus órdenes, parecía serlo. Zadok nunca había codiciado nada en su vida. Cuando niño, se había sacrificado para liberar a su madre, haciendo lo que le pedían; nunca suplicando, siempre exigiendo. Sin embargo, cuando el olor de la joven volvió a azotarlo y sus dedos le tocaron, supo sin lugar a dudas que podría empezar a hacerlo si con eso conseguía que no se detuviera. Deméter no era culpable de la oscuridad que le consumía, pero el cambiante no podía hacer otra cosa que odiarle por llegar como una sombra a enturbiar su maldita vida. Sus orbes ambarinos, con tintes oscuros, se embebieron de la belleza de la fémina. – No soy como tus cobras, gitana. Yo soy el Rey entre ellas. Pueden someterse a mí por su propia voluntad o pueden hacerlo a la fuerza, pero el resultado siempre será el mismo. – A pesar de que hacía referencia a las serpientes, no quedaba duda de que sus últimas palabras, amenazantes, eran exclusivamente para ella. Cerró su mano sobre la ajena, misma que tenía cogida su caliente erección. Apretó hasta que el dolor le recorrió, aunque eso no era nada nuevo para él. Incluso en esa parte de su anatomía, Zadok se había perforado. Le mostró cómo debía tocarlo, hasta que; finalmente, la soltó, desafiándole a que le sorprendiera. – Eres más que una encantadora, Deméter. – El nombre se deslizó por su lengua como lo haría una de sus serpientes sobre la piel de la hembra. Acariciando con agilidad y lenta velocidad.
– Vienes aquí, lanzando tus hechizos, hablando de premoniciones, de Dioses, de jaulas y cadenas. Temes ser mi prisionera, pero te niegas a retroceder. – Sus caderas se movieron con ímpetu, como si necesitaba recordarle dónde estaba tocándolo. Sabía que la delicada mano de la gitana, no podía siquiera abarcar por completo lo grueso de su longitud. ¿Se estaría preguntando la joven, si podría darle cabida en su entrepierna? Tantos años de abstinencia estaban pasándole factura. El placer que le recorría con ese simple tacto, bien podría hacerle correrse en su palma. Con furia por las reacciones que la mujer le provocaba, se apartó. El chico de los tatuajes se levantó y su erección, libre de su prisión, apuntó directamente hacia su ombligo. – No me conoces, pero finges hacerlo. ¿Sabes qué es lo que realmente deseo? – Su ceja se enarcó y el aro de plata que prendía de una de ellas, parecía competir con los rayos que la Luna lanzaba. Zadok quería asustarla, hacer que se marchara. Deméter no respondía de la forma en que él esperaba, de la forma en que todos siempre actuaban cuando se encontraban frente a su cuerpo marcado por símbolos. – Deseo apresarte las manos, abrirte las piernas y golpear duramente en tu interior, hasta que supliques que te deje ir. – Su cuello se retorció, corcoveó como lo hacían las serpientes. – Y suplicarás. – Le amenazó. – No tienes lo que se necesita para encantar a esta Cobra. – Y no hablaba precisamente de él, cambiando de forma, sino a esa parte de su anatomía, que parecía acusarlo por haberse alejado de la calidez que emanaba de la hechicera. – ¿Lo has visto? – Le increpó. – ¿Has visto eso en tus sueños? Solo la venganza, puede liberarme. Ese es el ciclo, Deméter. Un cambio de piel. –
– Vienes aquí, lanzando tus hechizos, hablando de premoniciones, de Dioses, de jaulas y cadenas. Temes ser mi prisionera, pero te niegas a retroceder. – Sus caderas se movieron con ímpetu, como si necesitaba recordarle dónde estaba tocándolo. Sabía que la delicada mano de la gitana, no podía siquiera abarcar por completo lo grueso de su longitud. ¿Se estaría preguntando la joven, si podría darle cabida en su entrepierna? Tantos años de abstinencia estaban pasándole factura. El placer que le recorría con ese simple tacto, bien podría hacerle correrse en su palma. Con furia por las reacciones que la mujer le provocaba, se apartó. El chico de los tatuajes se levantó y su erección, libre de su prisión, apuntó directamente hacia su ombligo. – No me conoces, pero finges hacerlo. ¿Sabes qué es lo que realmente deseo? – Su ceja se enarcó y el aro de plata que prendía de una de ellas, parecía competir con los rayos que la Luna lanzaba. Zadok quería asustarla, hacer que se marchara. Deméter no respondía de la forma en que él esperaba, de la forma en que todos siempre actuaban cuando se encontraban frente a su cuerpo marcado por símbolos. – Deseo apresarte las manos, abrirte las piernas y golpear duramente en tu interior, hasta que supliques que te deje ir. – Su cuello se retorció, corcoveó como lo hacían las serpientes. – Y suplicarás. – Le amenazó. – No tienes lo que se necesita para encantar a esta Cobra. – Y no hablaba precisamente de él, cambiando de forma, sino a esa parte de su anatomía, que parecía acusarlo por haberse alejado de la calidez que emanaba de la hechicera. – ¿Lo has visto? – Le increpó. – ¿Has visto eso en tus sueños? Solo la venganza, puede liberarme. Ese es el ciclo, Deméter. Un cambio de piel. –
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Re: Premonición || Privado
“La dualidad es el camino que elegimos sin pesar dos veces”
Qué efímero era el momento en que la felicidad aparecía, pues el miedo se alborotaba en mi corazón, el cual estaba palpitando de maneras catastróficas. Me sentía llorar pero las lágrimas estaban enterradas en mis orbes oscuros, la mirada cancina del cambiante y la lengua viperina que empezaba a inyectarme su veneno, todo estaba mareándome. Mis extremidades temblaban y estaba forcejando, pero ¿con quién? ¿Con él? ¿Conmigo misma? No lo sabía, lo único que entendía es que quería estar acurrucada entre sus brazos. Deseaba ser acunada por su cuerpo largo y suave, plagado de escamas que eran sus tatuajes. Di un salto cuando él me hizo salir de mis ensoñaciones con una de sus manos. Estaba sujetando la mía, apretándola contra su miembro escondido entre las telas y de repente un sonrojo que era terriblemente notorio apareció como fuego sobre mi rostro, estaba duro como si lo que tocase fuese una piedra al lado de un volcán. Los movimientos me lastimaban los dedos, la fuerza con la que él quería que yo me moviera no era humana y me temía no poder seguir sus indicaciones. — El Rey, tu reinado se ha ido destruido poco a poco, ¿por qué no quieres ayuda de ningún modo? ¿Por qué solo buscas hacerlo todo a la fuerza? — Me quejé aún a sabiendas que él podría agarrar mi cuello y partirlo al medio. No me importaba morir si era él quien me mataba, aunque la idea de seguir respirando y sintiendo su aroma y alma me fascinaba. Dejé salir un jadeo suave, retorciéndome de pena. No podía entender el porqué de su excitación, no sabía si lo había provocado yo o si era su naturaleza de aquella forma.
— ¡Uhgm! No me lastimarás. No, yo sé que no podrías dañarme, tu veneno solo me roza pero no me lo estás clavando. Si quisieras hacerlo de verdad, no te hubieses detenido a escucharme. — Le respondía entre un quejido alborotado en sollozos, me deslizaba contra la tierra, me arrastraba como queriendo escapar pero al mismo tiempo enterrarme allí mismo. Su voz era encantadora y aterradora. Y lo hice notar en mis expresiones cuando saltó hacia mi pecho, sus piernas como las de un animal salvaje se quedaban haciendo de jaula alrededor de mi cintura y ahora su extremidad estaba demasiado cerca que la desesperación empezaba a embargarme. Jamás había esperado una situación así, no pensaba que las cosas se podrían desarrollar de ese modo tan estrafalario. — ¿Pagarás conmigo esa venganza? ¿Eso te dejará feliz? No quieras provocar el poco orgullo que tengo. No… te lo permito. — Era firme, hablaba con seguridad, porque no importaba que él quisiera romperme en pedazos, mis pensamientos siempre le ganaban a mis sentimientos. Pero fue tarde cuando entendí lo que él realmente quería decirme, ¿acaso estaba haciendo un juego de palabras con respecto a su sexualidad? La inocencia me hizo buscar desesperadamente una salida, su cuerpo estaba robándome la inteligencia sin lugar a dudas, mis brazos subieron sobre mi rostro, escondiéndome por unos instantes. — Zadok muévete ¡deja de humillarme de esta manera! Mátame o déjame seguir aquí. Pero no me tortures. — La suplica se dejó escuchar, me sentía devastada, mi pecho estaba conmocionándose más de lo que podía y mis labios se querían ir a los ajenos y tomarlos una vez más. ¿Qué es lo que me dirían los dioses en una situación como esa? Siempre había aceptado seguir mis impulsos pero esa vez algo estaba impidiéndomelo. Mis cabellos esparcidos sobre el pasto verde, mi respiración profunda, era como si acabara de haber peleado contra un titán. Y por ello me dejé derrotar al cien por ciento. Subí mis manos a intentar tocar sus mejillas. — Puedes cambiar la piel las veces que quieras. Solo déjame ayudarte en todo lo que pueda, eso es lo que me trajo a ti después de todo. ¿Cómo puedes buscarle una explicación a eso? — Mis brazos intentaban rodearlo a toda costa, me quería abrazar y el fuego en la entrepierna ajena se frotaba en mi abdomen, lo sentía caliente, era como una caldera al rojo vivo que dejaría una marca en mi estómago al final. Pero al mismo tiempo ese calor viajaba a mis zonas dulces, me estaba humedeciendo y me daba pena sentir tan de repente todo eso. Como si él estuviese hecho solo para mí. ¿Por qué no? Era alguien extraño, de apariencia extravagante y que parecía encajar perfectamente con toda la desesperanza que a mí me faltaba.
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Re: Premonición || Privado
– ¿Sabes por qué elegí sepultar a los muertos, Deméter? – Sin ser consciente, el chico de los tatuajes se encontró buscando su contacto. Aquéllos dedos quemaban y, como un pirómano, se sentía atraído por su fuego. Había disfrutado del espectáculo que convirtió en cenizas todas las carpas que pertenecían al Circo donde su hermano y él actuaban. ¿Por qué debía sorprenderse que quisiese abrasarse a las llamas que recorrían la piel de la gitana? – Ellos no hablan, no recuerdan, no sienten. Muestran esa paz perpetua que a mí me abandonó hace tantos años. Una paz que jamás encontraré. Una paz que tú insistes en imponer buscando un rastro de humanidad en mi ser. ¿Por qué? – Cuestionó con una desesperación que le sorprendió. – ¡¿Por qué no me dejas embeberme de ti para poder desaparecer?! Solo tienes que entregarte a mí esta noche y habrás cumplido con lo que tus Dioses tenían preparado para ti. – Su mano, cargada de símbolos, perfiló el contorno del rostro que le estaba condenando. Su llegada, solo amenazaba con poner todo su mundo de cabeza. Zadok sabía que volvería a buscarla, que aunque sus caminos se separaran, él sabría encontrarla. Una vez, había desistido de la búsqueda de su madre por salvar la vida de su hermano; en esta ocasión, no estaba seguro de poder hacerlo. Había descubierto que los humanos eran jodidamente frágiles. Tan solo su veneno era mortal para ellos. Frustrado porque Deméter le respondía con más cuestiones, acarició los delicados labios con las yemas de sus dedos antes de acercar su rostro al de ella y reclamarlos. El beso, que inició con intensidad, fue persuadiendo y marcando su propio ritmo. Se introdujo en sus fauces, acariciando con pericia, avivando el fuego con el único afán de consumirla. Su mano descendió hasta la cintura de la hembra y allí se quedó, apretando, atrayéndola contra su cuerpo.
– Eres tú quien me tortura, gitana. No puedes ignorar lo que me provocas, cuando evidentemente puedes sentir cuán duro estoy por ti. ¿No es eso es lo que quieres oír? – Siseó. – ¿Que odio no es lo único que tengo para compartir? – Aún había burla en sus preguntas, pero ésta había sido relegada a un segundo plano. – ¿Puedes percibirlo? – Su mirada la recorrió de los pies a la cabeza y viceversa. – Tu cuerpo entona los sonidos y el mío, como una serpiente, se presta a obedecerte. ¿Habías visto alguna vez algo como esto? – La incredulidad de Zadok era soberana. De donde él venía, los hombres tocaban el ney y las cobras respondían a su música. Él había tenido la oportunidad de verlos en alguna ocasión desde lejos, y siempre se había maravillado por la manera en que éstos se hipnotizaban. La belleza que rodeaba, invitaba a las personas a aglomerarse a su alrededor. Como cambiante, estaba seguro de estar exento de que alguien pudiese atraerlo de ese modo. Descubrir que estaba equivocado, que una extraña lo tenía en sus manos, le resultaba inquietante. ¡Cuán hipócrita era! Elazar había caído preso del encanto de una gitana y él no había podido comprenderlo. Realmente lo había intentado, pero su pasado y presente, nunca se vio invadido por sentimientos de ese tipo. ¿Y qué sentía al final de cuentas? – Si quieres ayudarme, si realmente quieres hacerlo, solo ponte en mis manos. – Y si lo hacía, él podría expiar el pasado durante el tiempo que durase su encuentro. – Es la última vez que lo repito, gitana. Elige ahora o lo haré yo por los dos. Quieras o no. – La mirada ambarina penetró hasta las profundidades de los orbes ajenos. Zadok, daba por finalizada su tregua.
– Eres tú quien me tortura, gitana. No puedes ignorar lo que me provocas, cuando evidentemente puedes sentir cuán duro estoy por ti. ¿No es eso es lo que quieres oír? – Siseó. – ¿Que odio no es lo único que tengo para compartir? – Aún había burla en sus preguntas, pero ésta había sido relegada a un segundo plano. – ¿Puedes percibirlo? – Su mirada la recorrió de los pies a la cabeza y viceversa. – Tu cuerpo entona los sonidos y el mío, como una serpiente, se presta a obedecerte. ¿Habías visto alguna vez algo como esto? – La incredulidad de Zadok era soberana. De donde él venía, los hombres tocaban el ney y las cobras respondían a su música. Él había tenido la oportunidad de verlos en alguna ocasión desde lejos, y siempre se había maravillado por la manera en que éstos se hipnotizaban. La belleza que rodeaba, invitaba a las personas a aglomerarse a su alrededor. Como cambiante, estaba seguro de estar exento de que alguien pudiese atraerlo de ese modo. Descubrir que estaba equivocado, que una extraña lo tenía en sus manos, le resultaba inquietante. ¡Cuán hipócrita era! Elazar había caído preso del encanto de una gitana y él no había podido comprenderlo. Realmente lo había intentado, pero su pasado y presente, nunca se vio invadido por sentimientos de ese tipo. ¿Y qué sentía al final de cuentas? – Si quieres ayudarme, si realmente quieres hacerlo, solo ponte en mis manos. – Y si lo hacía, él podría expiar el pasado durante el tiempo que durase su encuentro. – Es la última vez que lo repito, gitana. Elige ahora o lo haré yo por los dos. Quieras o no. – La mirada ambarina penetró hasta las profundidades de los orbes ajenos. Zadok, daba por finalizada su tregua.
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Re: Premonición || Privado
El aroma suave de la tierra fresca emanaba de todo lo que era él, era naturaleza en estado puro, el más hermoso de los perfumes recorría su cuerpo y con cuidado el mío se retorcía en sus manos, intentando escapar, pero al mismo tiempo apresarme con cadenas invisibles. Temblaba por las yemas de sus dedos suaves recorriendo mis labios, pasando hasta mi mejilla y me mentón. ¿Se iba a acercar? ¿Qué tanto podría resistir aquel quejumbroso deseo de mi interior por arrancar todo de él? Enjuagarme en su especie es lo que anhelaba y aunque de alguna manera él quería algo similar, tenía miedo. ¡Terror a que la libertad desaparezca! Me era inevitable desear mi camino soberano, después de todo, yo no tenía ni rey ni amo. Pero él era exactamente eso, una cobra de la realeza en búsqueda de su reinado, posarse sobre mí y martillarme para su posesión es lo que parecía querer y yo me estaba negando banalmente a sus pedidos. — Estás confundido, esos cadáveres ya no tienen alma, lo que tú ves es la quietud de sus caparazones. No puedes amar eso, me rehúso a que a anheles algo de un muerto. ¿Acaso tenerme solo por esta noche te hará feliz de alguna manera? — Susurré el final en un tono bajo, escondiéndome de la mirada ajena, acurrucándome en mi misma, pues mi columna quería arquearse cuando las manos ajenas sujetaban mi cintura, me obligaba a que los vellos se elevaran, la piel porosa dejaba al descubierto una pesadez y temeridad que nunca había conocido. Como una nueva parte de mi interior. Y yo la estaba disfrutando, claro que sí, mi mente jugaba con un placer nunca antes comprendido.
— ¿Por qué me dices esas cosas? ¿Acaso quieres atormentarme hasta matarme o hasta que caiga hecha pedazos a tus pies? El veneno que quieres destilar en mí no será suficiente para hacer que mis deseos se detengan. No quiero hipnotizarte, no eres solo una serpiente… ¿Si me pongo en tus manos, qué piensas hacer conmigo? — El coraje salía desde lo profundo de mi interior, buscaba tocarle, pero apenas mis dedos se atrevían a rozar sus brazos, tiritando, me quería hundir en su rostro y el tiempo no se dejó esperar, él mismo se había acercado. El sabor de sus labios era una esencia venenosa que me atornillaba a la tierra, no me tardé en abrazarle la nuca, tocar aquella piel suave pero escamosa, eran sus tatuajes los que le daban una textura extraña y seca. Apreté con cuidado, dejarlo escapar era algo imposible para mí. Peor fue cuando me quedé perdida en unos ojos muy claros, tal como los de mis ofidios. Parecía comerme solo con ellos y seguí buscando su lengua, el aire se me iba y la saliva quería caerse por los bordes de mi boca, pero aquel musculo era mío, lo anhelaba. De repente, unas lágrimas jamás antes percibidas se desparramaron desde mis ojos. Los sueños que los dioses me habían dado no eran otra cosa que mis mismos deseos de encontrar alguien al que aferrarme y sí, eso era lo que quería hacer. — ¿Acaso me llevarás a tu madriguera? Decide por mí… No quiero irme y suelo hacer lo que mis dioses quieren, no puedo llevarles la contra. — Con vergüenza y a su vez algo de miedo terminé por responderle, enojada sin duda alguna, porque él no respondía ninguna de mis preguntas. Parecía el monologo de un monarca y me quejé, removiéndome despacio, retirando mis cabellos de sobre mi rostro a medida que mis dedos frágiles, en comparación con la fuerza sobrenatural del cambiaformas, se paseaban por los retazos de piel que podía encontrar, todo al descubierto, apenas con trozos de tela que le cubrían escasamente incluso su virilidad vertiginosa sobre mi abdomen. Intentaba ignorar la dureza que desde el inicio había notado y que hacía un momento él había buscado recordar. No, no quería pensar en aquella parte dura, caliente y deseosa que tenía el sobre mi vientre plano. Por el contrario, estaba buscando distraerme con todo lo demás, como todo él, con su aura hermosa y perfecta, con sus ojos amaestrados y feroces. No me quería soltar y por ello había encontrado la manera de apretarme a él fuertemente. Si lo que buscaba era que me fuese corriendo por el terror, lo estaba haciendo mal. Solo provocaba que mi anhelo se hiciera más poderoso y mi cuerpo se enterraba en la tierra, negándose a salir. — Me gustaría ver todas las escamas de tu cuerpo… —
Darko DeGrasso- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Premonición || Privado
Deméter no sobreviviría si la llevaba a sus dominios. El Cementerio, no era el único lugar donde los muertos moraban; también en las profundidades de los Pantanos, descansaban los restos que los cocodrilos que habitaban con él, desechaban. Zadok se había replegado tanto en su hábitat, que había enseñado a los animales que le acompañaban, a actuar bajo su propio instinto. Si se sentían amenazados, atacaban. La sola presencia de un extraño, les incomodaba, les ponía en alerta. Una parte maliciosa de él, deseaba ver a la gitana rodeada de su mundo, a sabiendas de que se hallaría fuera de lugar. ¡Se lo merecía! Él mismo se sentía de esa forma en su compañía. ¿Cómo demonios había permitido que sucediera? La fémina era tan ingenua, creyendo que había más de lo que mostraba a simple vista. – Yo no puedo ser feliz, Deméter. Ni esta ni la próxima noche. Mi piel habla de crueldad, de dolor, de pérdida. No sé qué es la felicidad ni recuerdo alguna vez haberla sentido. – Siseó, saboreando con su lengua el sabor de sus labios. Al parecer, el cambiante había olvidado aquéllos años que pasaron antes de que su madre fuese llevada ante el sultán para ser una más de su harén. – Solo quiero exorcizar mis demonios contigo. Compartir la oscuridad que se alimenta de mi alma. Sé que puedes resistirlo. Eres vida, mientras que yo, muerte, vacío. – Sus manos continuaban tocándola. Las yemas de sus dedos, dibujaban los contornos de sus tatuajes, envidiándoles. Quería hundirse en ella y dejar de sentir el frío que le perseguía para embeberse de su calor. Y era esa cruda necesidad, lo que tanto le molestaba.
No podía permitir que esa extraña tuviese un poder sobre él, que a nadie jamás le había dado por voluntad propia. Si se quedaba durante más tiempo, esperando persuadirla para que se entregase a sus deseos; Zadok terminaría por arrebatar sin piedad lo que quería. Sus orbes ambarinos se dejaron hipnotizar por las gotas cristalinas que derramaban los ojos de la hembra. No lo entendía. ¿Qué sentimiento escondían? Él nunca había llorado por nada ni por nadie. Ni cuando le azotaron hasta perder la consciencia, ni cuando su hermano fue asesinado por la mujer de la que se había prendado. Su lengua salió disparada para capturar las lágrimas saladas. – No puedo llevarte conmigo, gitana. No estás preparada para ello. Tus Dioses se han equivocado al propiciar este encuentro. – Su cuerpo parecía temblar, como solía hacerlo cuando se transformaba. Realmente, ¿iba a cambiar ante ella? – Porque podría poseerte aquí y ahora, y no te resistirías. Podría lograr que no te importe que alguien se adentre a este mausoleo y pueda vernos. – Y la dejaría, después de usarla, lo haría. Cerró los ojos, buscando a las cobras que hacía tan solo unos instantes, adornaban el cuerpo de Deméter. Éstas respondiendo a su llamado. Las podía oír arrastrándose para llegar hasta donde estaban ellos. – Pero después de eso, me odiarías. No pienso arrancarte la voluntad como tú estás presta a hacer con la mía. – Con una última caricia a sus enrojecidos labios, a su mejilla y a la curva de su cuello; Zadok se despedía. Sin embargo, ¿cuánto tiempo podría permanecer lejos? El vínculo que había creado con los reptiles de la joven, le permitiría encontrarla, sin importar dónde se encontrara.
No podía permitir que esa extraña tuviese un poder sobre él, que a nadie jamás le había dado por voluntad propia. Si se quedaba durante más tiempo, esperando persuadirla para que se entregase a sus deseos; Zadok terminaría por arrebatar sin piedad lo que quería. Sus orbes ambarinos se dejaron hipnotizar por las gotas cristalinas que derramaban los ojos de la hembra. No lo entendía. ¿Qué sentimiento escondían? Él nunca había llorado por nada ni por nadie. Ni cuando le azotaron hasta perder la consciencia, ni cuando su hermano fue asesinado por la mujer de la que se había prendado. Su lengua salió disparada para capturar las lágrimas saladas. – No puedo llevarte conmigo, gitana. No estás preparada para ello. Tus Dioses se han equivocado al propiciar este encuentro. – Su cuerpo parecía temblar, como solía hacerlo cuando se transformaba. Realmente, ¿iba a cambiar ante ella? – Porque podría poseerte aquí y ahora, y no te resistirías. Podría lograr que no te importe que alguien se adentre a este mausoleo y pueda vernos. – Y la dejaría, después de usarla, lo haría. Cerró los ojos, buscando a las cobras que hacía tan solo unos instantes, adornaban el cuerpo de Deméter. Éstas respondiendo a su llamado. Las podía oír arrastrándose para llegar hasta donde estaban ellos. – Pero después de eso, me odiarías. No pienso arrancarte la voluntad como tú estás presta a hacer con la mía. – Con una última caricia a sus enrojecidos labios, a su mejilla y a la curva de su cuello; Zadok se despedía. Sin embargo, ¿cuánto tiempo podría permanecer lejos? El vínculo que había creado con los reptiles de la joven, le permitiría encontrarla, sin importar dónde se encontrara.
Zaccary Pattakie- Cambiante Clase Media
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Re: Premonición || Privado
¿Qué era ese dolor tan crepitante en mi pecho? Se sentía como fuego, pero mucho peor que las veces en las que mis sueños me alarmaban y me hacían tener un calor sofocante en el cuerpo. No, ahora literalmente me estaba quemando. Las lágrimas que estaban cayendo de mis ojos eran unas que hacía mucho tiempo no tenía, ácidas y tan profundas que terminaron provocando que mis ojos se hincharan y mis labios y nariz enrojecieran. Como gitana nómada, me había acostumbrado a la soledad, a no dejarme invadir por nadie y eso me había cerrado las puertas al desconsuelo que era causado por quien estuviese unido a mi persona; la última vez había sido con mi familia años atrás. Pues ahora, aun cuando estaba rodeada de personas a las cuales intentaba hacerles un bien, nunca se convertían en verdaderos amigos, solo eran entes que estaban predestinados a pasar por mi vida, con una entrada y una salida en ella. ¿Cómo podía ser éste caso tan diferente para mi pobre corazón humano que parecía querer suicidarse allí mismo ante la falta de respiración que le estaba dando? Intenté cubrirme, retorcerme hasta no verle más a los ojos. Era una serpiente que estaba hipnotizándome, no era justo, no era para nada ecuánime. Golpeé entonces con mis puños penosamente la tierra y tironeé mis cabellos negros hacia un costado cuando aquel ser empezó a separarse de mí. No había llegado a responder las suficientes incógnitas, me estaba dejando con las palabras en la boca. — Eres injusto conmigo. ¿Por qué quieres ir en contra del destino? — Chillé, pero muy silenciosamente, era como el crujir de un cuchillo siendo afilado, quería cortar, y no me animaba a hacerlo, siquiera mis dedos estaban aceptando agarrarlo para no dejarlo ir. La libertad es un plato que se sirve de a uno y he ahí quien lo quiera compartir o no.
Me dejé posar sobre el suelo húmedo, ofuscada como nunca antes lo había estado. Sentía como la lejanía del sobrenatural empezaba a hacerse más grande y con ello se llevaba toda aquella extraña felicidad que había tenido desde mi primer sueño con él, mucho tiempo atrás. Me giré, apoyándome sobre mi brazo izquierdo y no tardó en pasar un buen lapso cuando me sentí invadida por una piel escamosa que ya conocía. — Meretseger, Anfisbena, Aghá, es hora de irnos a casa. — Aún podía escuchar el siseo del hombre de los tatuajes, la quemazón de sus dedos en mis costados, hundiéndose hasta mis huesos. Era deplorable, había caído presa de un calvario total e infinito y no había nada para hacer al respecto. Llegar a la carpa había sido nadar en un mar de lágrimas y siquiera hundirme entre las mantas anchas había hecho un efecto refrescante. Pero lo solucionaría, siempre lo hacía. Eran los entes celestiales que me guiaban los que determinarían mis siguientes pasos; y yo los aceptaría, como había hecho perpetuamente. Y esperaba que me volvieran a guiar a aquella persona, había tanto por preguntarle, tanto por querer ver. Él era exactamente lo que yo buscaba, una serpiente que podía amarme como un humano era capaz.
Me dejé posar sobre el suelo húmedo, ofuscada como nunca antes lo había estado. Sentía como la lejanía del sobrenatural empezaba a hacerse más grande y con ello se llevaba toda aquella extraña felicidad que había tenido desde mi primer sueño con él, mucho tiempo atrás. Me giré, apoyándome sobre mi brazo izquierdo y no tardó en pasar un buen lapso cuando me sentí invadida por una piel escamosa que ya conocía. — Meretseger, Anfisbena, Aghá, es hora de irnos a casa. — Aún podía escuchar el siseo del hombre de los tatuajes, la quemazón de sus dedos en mis costados, hundiéndose hasta mis huesos. Era deplorable, había caído presa de un calvario total e infinito y no había nada para hacer al respecto. Llegar a la carpa había sido nadar en un mar de lágrimas y siquiera hundirme entre las mantas anchas había hecho un efecto refrescante. Pero lo solucionaría, siempre lo hacía. Eran los entes celestiales que me guiaban los que determinarían mis siguientes pasos; y yo los aceptaría, como había hecho perpetuamente. Y esperaba que me volvieran a guiar a aquella persona, había tanto por preguntarle, tanto por querer ver. Él era exactamente lo que yo buscaba, una serpiente que podía amarme como un humano era capaz.
[CERRADO]
Darko DeGrasso- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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