Carcajadas ausentes [Zaccharie Chevigné]

por **Helida Darsian** Dom Ago 31, 2014 7:45 am

La luna la contemplaba perezosa, y ella descansaba sobre las ramas de los árboles, que crujían con tediosos sonidos cada vez que cambiaba de posición. Llevaba horas ahí subida, sobre un árbol en mitad del bosque. Era la posición perfecta para tener una vista plena de los caminos. Habitualmente, siempre que acudía a aquella zona, encontraba algo que ajusticiar, sin embargo aquella noche no parecía estar teniendo la suficiente suerte. Bostezó aburrida. Lo más emocionante que había ocurrido durante todo el tiempo que había estado allí, había sido el poder contemplar la caza de una lechuza.

El tronco y las ramas del árbol comenzaron a antojársele demasiado duras para su cuerpo. Se removió incómoda. Y cuando estaba a punto de soltar un suspiro incontenible, escuchó algo; pasos acompañados de unas risas.

La cazadora bajó la vista hacia el camino que tenía a sus pies, y ahí estaban; una pareja. La muchacha se acurrucaba sobre el hombre que la acompañaba, entre trémulas risas.

—¿Si sucede algo me protegeréis verdad? —preguntó soñadora.

Él la aferró con fuerza entre sus brazos y la miró con el semblante serio.

—¿Lo dudáis? Conmigo siempre estaréis a salvo.

Acto seguido se inclinó para besarla, a la vez que ella suspiraba enamorada. En aquel mismo instante, Helida chilló; un grito desgarrador que abrió el cielo. La pareja alzó las miradas sobresaltadas y cuando repararon en la cazadora colgante de una rama y con la mirada perdida, se encogieron de terror. No fue ella sino él, quién salió corriendo primero presa del terror, dejando a su amada detrás, que trató de alcanzar a su hombre entre lloriqueos y graznidos.

Helida contempló su huida entre inevitables carcajadas. Trató de reincorporarse, pero la risa la dejó sin fuerza en los músculos y terminó por caer de la rama en la que se sujetaba con la parte trasera de las rodillas. Fue rápida al interceptar otra, pero esta se partió víctima del repentino peso de la cazadora, que cayó de bruces al suelo.

—Ah…, demonios…—susurró crispada.

Casi pudo escuchar las carcajadas de la luna.

por **Zaccharie Chevigné** Mar Oct 07, 2014 9:46 am

Era una buena noche… no, una noche nefasta, cuando el mayor de los hermanos Chevigné se levantó de la pesada silla del escritorio y decidió tomar a su sabueso para enfrentar a los engendros que resguardaba la penumbra. Desde que el sol se había ocultado no había reinado en el aire más que ese espantoso silencio que se colaba por sus oídos hasta hacerlos sangrar. Era insoportable. Aunque no intentase, no podría dormir. Es que no había nada más alevoso que la quietud. Hasta la muerte cantaba; los cadáveres atraían a otros seres y se armaba una fiesta fúnebre en torno a los obsequios del fallecido. Los únicos que callaban, según Zaccharie, eran los vivos que sabían que no debían estarlo. Ilícito era cada uno de sus respiros. Tenían la certeza de que eran rastreados y que debían ocultarse, porque nadie lloraría su ejecución. Eran plaga. Por eso, el mutismo absoluto era la prueba más fehaciente de que a los alrededores palpitaba vida no autorizada.

Avanzó con el animal a través de la espesura en completo silencio, siguiendo las pisadas humanoides de una criatura. Un cambiante, seguramente. El perro no se mostraba inquieto, pero tampoco en completa paz. Debía ser de tamaño mediano, tal vez un canino, a juzgar por las pezuñas marcadas en la tierra. Así, con el machete empuñado, confió en el olfato de su can como si cazar a esa criatura fuese lo único importante y existente. El infortunio de su familia seguía ahí, al igual que la oscuridad, pero más fuerte era pensar que también se encontraba él, el cazador. Podía ser que el honor de los Chevigné estuviera en jaque por el padre traidor, pero aquel era sólo un accidente, y como tal no podía afectar ni su naturaleza ni su esencia. Aquel baile casi seductor entre el montero y su objetivo, ese tira y afloja de fatal desenlace, nada de eso se iría ni aunque se desterrara del cielo al infierno a la familia completa. En el caso de Zaccharie, tendrían que matar al cazador antes de tocar al hombre.

De pronto, el paso se detuvo. Ahí, de espaldas a ellos, se hallaba la criatura. Era una hembra cambiante que acababa de mudar su apariencia de oso impenetrable para verse tan indefensa como el pétalo de una rosa. El sabueso se puso tenso.

—Quieto, Praetor —susurró Zaccharie a su animal— Ahí está.

Músculos contraídos, miradas fijas, concentración a nivel universal. Sólo hacía falta cohesionar aquellos factores a favor hasta volverlos uno solo. ¡Listo! Eso hasta que un estrepitoso ruido hizo huir a la presa y fracasar la misión. Zaccharie lanzó maldiciones al aire y taló varias ramas a su alrededor por el coraje. Tenía su cabeza servida en bandeja de plata, ¡estaba tan cerca!

—Perfecto —terminó por decir, luego de su rabieta— Anda, Praetor. Ya no hay nada que hacer aquí.

Ya estaba fastidiado, aunque no era como si fuese muy difícil llevarlo a ese estado, pero una vez ahí, sí que era insoportable. Siguió solamente el sonido que había arruinado la operación, no llegando muy lejos para hallar la fuente. Arqueó una ceja visiblemente molesto ante la visión: así que había sido la torpeza de una mujer, para variar. Vaya si por algo el lugar de las mujeres era la cocina y la cama. Eran un peligro hasta para sí mismas cuando se les daba libertad.

—Fuiste tú, ¿verdad? Pues fabuleux, muchas gracias. Diez kilómetros echados a la basura —caminó hacia la muchacha hasta quedar de pié junto a ella. No tuvo la caballerosidad de levantarla ni nada. Hasta la coquetería se le había ido por el drenaje. Sólo una cosa le importaba más que las mujeres, y eso era la caza— ¿Vas a levantarte de ahí o estás esperando una medalla?

por **Helida Darsian** Dom Oct 12, 2014 7:49 am

La Luna.
Todavía la miraba victoriosa.

El humor de la muchacha se esfumó como las cenizas al aire. Aire que acarició la mordedura del Diablo que adornaba su cuello. Helida subió los solapas de su traje de cazadora para cubrir el crimen que había cometido, la marca del pecado, la vergüenza de una noche.

Tan inmersa se encontraba en sus pensamientos que ni si quiera se percató de una nueva presencia hasta que esta hablo.

Giró el rostro alertada, dispuesta a recrear la escena de una pobre dama desprotegida, pero recordó que aquella noche no iba vestida más de lo que era; una cazadora avergonzada.
El tipo que se alzaba frente a ella, era tan alto como una torre. Iba acompañado de un perro que Helida reconoció como poco amigable, al igual que el rostro de su amo. Parecía crispado, tan crispado como lo hubiese estado ella al perder una presa. Juzgó las vestimentas del hombre, las armas...¿Cazador? Era lo más probable. Pero se le antojó tan elegante su porte, que dudo del asunto. Se rasgó la ya habitual herida de su palma para probar que no era un hijo de la Luna. La sangre rodó por su mano como una cascada de muerte, y Helida contempló el rostro de él, que no pareció verse alterado.

Sonrió entonces, una sonrisa irónica y equívoca en su rostro angelical.

—Disculpad mi torpeza caballero. Os ruego ayuda para levantarme —alzó la mano y sin esperar que él la tomara, aferró el brazo del muchacho. Sin embargo no se dedico solamente a socorrerse, sino que tiró tan fuerte que desequilibró al tipo. Y si la fortuna le sonreía, su infinito cuerpo, iría de bruces contra el suelo— Debo rogar por vuestro perdón de nuevo, en ocasiones no controlo mi fuerza.

Provocadora, lo miró con una ceja alzada.
—Sin embargo dejad que os anote algo, si creéis que yo fui la causante de que perdierais una presa, quizás deberíais de reconsiderar que tan grandes son vuestras habilidades de cazador —se encogió de hombros con parsimonia y le lanzó un suave beso— Un gusto conoceros.

Sin nada más que agregar, Helida giró sobre sus talones, dispuesta a dar media vuelta y continuar con la caza. Con suerte, alguna de sus balas atravesaría a su compañero de oficio por accidente.

por **Zaccharie Chevigné** Vie Ene 16, 2015 8:32 pm

¿Caballero? Zaccharie quiso reírse en su cara; solamente se lo impidió el hecho de que si dejaba ir una risotada, la tarada se creería con el derecho de tomar sus palabras a la ligera. No tenía problemas con que un hombre actuase como comediante; siempre podía romperle el hocico de vuelta, pero con una mujer… ¿qué se podía hacer con una mujer además de ubicarla en la cama o frente a una olla? Cuando la vio sonreír tan segura de sí misma como sólo un hombre podía hacerlo, las piezas calzaron para el cazador. «Ahora veo por qué no se las deja salir solas» pensó al tiempo que su sabueso olía las suelas de la desconocida.

Hubiera continuado hundiéndose en ideas de oda al falo, pero en lugar de eso fue tomado fuera de guardia por la muchacha cuando ésta lo tomó del brazo para reincorporarse. Pero qué atrevida. Primero había espantado a su presa y ahora sus manos se alargaban. Zaccharie la miró frunciendo la mirada, inspeccionándola. No parecía una meretriz; no vestía ni olía como una. Al decir verdad, su aroma era más bien parecido al que se quedaba en las armas luego de lavarles la sangre.

—¿Perdón, dice usted? El perdón supone arrepentimiento, ¿o no? Y usted no controla su fuerza ni tampoco la lengua. No se crea tanto tampoco, que me tomó desprevenido, es todo. —dijo displicente mientras se acomodaba las ropas superiores. Quería sacudirse el fastidio de encima.

Echó una segunda mirada; no estaba tan mal la impertinente muchacha. Era bastante guapa. Lástima que no cerrara la boca. Perdería su atractivo irrefrenablemente si continuaba así. Ah, qué lástima. No parecía que ese pico tuviera freno.

Un segundo… ¿ella estaba coqueteándole? ¡Pero si también estaba insultándolo! Nadie dejaba su ego masculino por el suelo y se iba sin consecuencias. Así fue que, antes de que la fémina pudiera dar tres pasos siquiera, Zaccharie hizo uso de su fuerza y la tomó del codo bruscamente de tal forma que la hizo pegarse a su pecho. Sonrió con suficiencia ante esa nueva posición. Ella era pequeña; no debía medir más de un metro setenta. Y él, pues, superaba el metro noventa de estatura. Si tomaba el cráneo de la joven entre sus manos, seguramente podría hacerlo estallar con un estudiado cabezazo.

Pero con esos sugerentes ojos, aquello sería un desperdicio. Así que, ¿por qué no divertirse un rato?

—Sucede que… estás en mis tierras de caza. Me privaste de mi presa y ahora te ofreces tú en su lugar sin ningún recato. —con la misma libertad que ella se tomó, Zaccharie utilizó sus dedos para levantar el mentón de la extraña. Su sonrisa se tornó peligrosa— Y no me gusta que me exhiban blancos para dejarlos sin cazar.

por **Helida Darsian** Mar Feb 03, 2015 2:06 pm

Inevitablemente se vio arrastrada junto al tipo. Helida alzó el rostro, cuya hostilidad se reflejaba en él con claridad. El hombre le sonreía y ¡Oh! Cómo odiaba ella aquel esbozar arrogante ¿Tan ganada creía la partida? Aquella era la parte que más aborrecía de los hombres. Reparaban en una cara bonita y o bien se perdían, o trataban de alcanzarla haciéndose con ella a la fuerza. A ese tipo de individuos había que enseñarles modales.

Él tan arrogante y ella tan impulsiva. No pudo contener la urgencia de hacer trizas aquella sonrisa de un manotazo. Y fiera como era, se alzó para asestar un cabezazo que a pesar de ir dirigido a la frente del contrario, terminó en su nariz debido a la altura de su contrincante.

La cazadora se zafó mientras reculaba. Ignoró el palpitar de su frente, el ardor del dolor, más que molestia le produjo una reconfortante sensación ¡Su padre la había dejado bien torcida! No se había percatado de la necesidad que tenía de una buena pelea hasta que de pronto sus músculos se encendieron como el principio de una mecha, listos para estallar. Despiadada, hundió el codo en el pómulo izquierdo del joven. Tuvo que saltar para conseguirlo. Una genuina carcajada se escapó de entre sus labios. Ni si quiera esperó a que se reincorporara para tomar arena del suelo y tirarla sobre sus ojos mediante una sucia triquiñuela. Sabía que no debía de estar haciendo eso, que un leve escarmiento habría bastado. Sin embargo, no recordaba cuando había cruzado la línea, y por lo tanto, la había perdido de vista y no sabía regresar para colocarse de nuevo tras la misma.

— ¿Sabéis? He tratado con vampiros con mejores modales que los vuestros ¿No es eso chistoso? Debería de haceros reconsiderar unas cuantas cosas. Como bien habéis podido observar, no soy un maldito blanco. En cambio vos sí que podríais dar el pego de diana.

Sin duda su orgullo debía de estar sufriendo más que su cuerpo. No podía esperar el momento en el que él también se encendiera. Por propia experiencia sabía que la arrogancia era gran amiga de la brutalidad.

¿A ver cuál de las dos estallaba más fuerte?

por **Zaccharie Chevigné** Jue Mar 05, 2015 9:09 pm

Modales, modales. Que se los dejaran a las muñecas de porcelana, a los afeminados, y a esos vejetes de salón que al bajar de sus ostentosos carruajes parecían más bien mariposas. Zaccharie no era así ni por asomo; eso se lo dejaba a Octavien. Gracias a la gran puta su padre le había quitado esas mariconadas a golpes.

—Gracias, cielo. Antes quedarse a oír sermones de unos viejos añejos en la Iglesia que besarle el culo a esos buenos para nada. Mientras menos me parezca a ellos, mejor. —habló con suficiencia— Suficiente charla. No me vas a dejar con el plato humeando después de haberlo servido. Ven aquí.

Impaciente y hambriento, Zaccharie ignoró las ofensas de la mujer y la tumbó en el suelo junto con él. Ya le había arruinado la casería; tendría que aliviar sus niveles de testosterona de alguna manera. La fémina solamente debía mantener la boca cerrada y no malograr también esa ocasión. Honestamente al cazador le importaba un rábano que se resistiera; si no quería ser violada, ¿para qué se paseaba a solas en medio de la noche y en esas fachas? Que asumiera las consecuencias. Cualquier hombre en su lugar haría lo mismo, sí señor.

Zaccharie bajó la cabeza sonriéndose con suficiente para besar el cuello de Helida, que tentadoramente se exhibía bajo la luz de la luna. Se le cortó la respiración mientras hacía descender sus labios. Pero ante el primer toque, una sacudida de ruido entre la vegetación alertó al heredero. Levantó la cabeza al instante, como si lo hubiese mordido una araña del bosque. En todo caso, hubiera sido mejor que las criaturas que se aproximaban tímida pero irrefrenablemente.

—Cambiantes —identificó los movimientos. Se puso de pié sin siquiera ver a la mujer que hacía segundos atrás se había encaprichado en poseer.

El sabueso comenzó a ladrar vigorosamente, terminando de alertar al Chevigné para que preparara sus armas. Así sería. Tendría trofeo esa noche. El problema era cuántos enfrentaría. Por la cantidad de pasos que se oían, no serían pocos. Todo era culpa de la atolondrada.

¡Maldita mujer y la puta que la parió!

—¡Los trajiste contigo! —la acusó al tiempo que se ponía en guardia, un tanto encorvado y con el peso hacia delante. Parecía un tigre a un segundo de atacar— Tú, como te llames. Friegaplatos, levántate. Estos bastardos aparecerán por tu lado también.

por **Helida Darsian** Sáb Abr 11, 2015 4:50 am

Se sintió caer en el oscuro vacío cuando él la derrumbó junto a él con evidentes intenciones pero tan difíciles de digerir para la muchacha. Durante los segundos que le tomó al cazador posar un beso ávido en su cuello, el cuerpo de Helida se desconecto de las ordenes de su cerebro ¿Qué tenía la amenaza sexual que le hacía perder todas y cada una de sus capacidades? ¿Qué era aquel terror gélido que se colaba entre las articulaciones de sus dedos, como el aliento de la muerte? Qué horrible era la impotencia.

Su sonrisa se quedó atascada en su cabeza. Sus ojos fieros en su incapacidad de emitir sonido alguno, y sus colmillos todavía palpitaron en su cuello. Maldito Rashâd. Se las pagaría.

Y entonces vino a ella de golpe; el calor del Sol. La furia del fuego y la ira de un incendio. En el momento exacto en el que recuperó los papeles, el tipo se apartó de ella. Un ruido. Ella también lo escuchó. Distante pero claro.

“Cambiantes”

Su política de caza normalmente no la inmiscuía con aquel tipo de seres, sin embargo aquella noche estaba hambrienta de poder, de violencia de destrucción. De caos.

—¿Los traje conmigo? En tal caso deberíais de alegraros; será a ellos a quién destripe en vez de a vos.

El susurró de los arbustos se hizo más presente. Helida extrajo su ballesta; la ballesta de su padre, olvidada y polvorienta en una esquina de su hogar.

—Mi nombre es Helida Darsian. Seguro que habéis oído hablar de los Darsian —dijo, ladeando el rostro. Se tuvo que poner de puntillas para que la dura luz de sus ojos hiciera mella en su compañero.

Alzó el brazo que sujetaba el arma, sin apartar la mirada de su “amigo”.

Los susurros subieron de intensidad.

Helida apuntó sin mirar detrás de si.

Escuchó los gruñidos.

Disparó.

La flecha se hundió en la entrepierna del macho cambiante.

—Diana —siseó a centímetros del rostro del cazador.

Esbozó una sonrisa salvaje. Giró sobre sus talones y se zambulló de lleno en la caza.

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