Zaccharie Chevigné

Orgulloso de su nombre y de ser cazador. Admira a los que estuvieron antes que él, repartiendo la sangre de criaturas por el mundo. Esos son hombres de verdad, y las mujeres que estuvieron a su lado, las mejores reproductoras.

Tiene muy marcadas las funciones de cada género. El hombre es el sostenedor del hogar, quien manda y protege a la mujer y a los hijos. Van a las armas, derraman sangre y cortan cabezas. No hay lugar para el llanto; tampoco para las debilidades. Ni se ocurra mostrarlas. Si se va a dejar entrever algo, que sea ira. Que se hagan temer y respetar. SI no, no es un hombre. “No se es hombre si no se sabe acabar con la existencia de otro” decía su padre. Zaccharie está de acuerdo, si no, ¿cómo esperas hacerte respetar en tu hogar o en cualquier lado? No se conforma con la vida fácil del mariposón que se viste elegante y disfruta en fiestas. Él es un cazador. Con espada en mano, la nobleza es otra cosa.

La relación con su hermano Octavien no es buena, pero tampoco es insostenible. Para empezar tiene ese aspecto de niño bonito que le desagrada. Le hace parecer frágil y débil. Pareciera que realmente lo es. Además, mientras Zaccharie es más fornido, Octavien tiene una contextura más delgada. Zaccharie aprovecha esto para insultarlo con cosas como “marica” o molestarlo simplemente llamándolo “cara de ángel”. Que así no asusta a nadie, que mejor si aprende costura como las mujeres. ¿Guarda rencor hacia él? Sí. Siempre fue el favorito de su madre y también el de la hermana menor, Thylane. Sin embargo, Zaccharie se venga en el hecho de que fue él el favorito de su padre. También ha heredado todo de él, por lo que controla el destino de todos en el hogar. Se acaba de liberar al tigre de su jaula.

Respecto a su hermana menor, Thylane, la relación no es buena, pero tampoco mal. Es una relación más bien distante, porque Zaccharie no posee ni la paciencia ni la sensibilidad para tratar con ella. Además, su nacimiento va de la mano con la muerte de su madre, por lo que verla le incomoda un poco. La ve por lo que es: una mujer. Su labor es casarse con alguien que le sea útil a la familia y producir al menos un varón que sobreviva la infancia. Tampoco es como si intentara ser más suave con ella. Las cosas son lo que son y las personas deben adaptarse. No hay tiempo para cuentos de hadas ni paños fríos. Es la vida, no una casa de muñecas.

Para qué mencionar la relación con las hermanas Rumyantseva, recién llegadas a su hogar. A la mayor, Erzebet, es a quien más rencor le tiene. No bien apareció por esa puerta su padre la tildó prácticamente como la dueña de casa, despreciando el recuerdo de Ursuline. La considera una inútil, pero él piensa darle utilidad de algún modo que le convenga a la familia. Katya, la media hermana de Erzebet, es diferente, puesto que no llegó con un fin determinado y se pregunta Zaccharie qué puede haber tras esos ojos azules, además de intrepidez, para sacarle provecho o para hundirlo si es desechable. Llegó siguiendo los pasos de su hermana porque no tienen nada; en efecto, lo único que les queda a las Rumyantseva es su apellido, pero no riquezas, cosa que sí tienes los Chevigné, cuyo honor necesitan recuperar.

Arrogante como él mismo. Mantiene la cabeza fría cuando se trata de decidir el destino de otros. Es como le enseñaron a ser y también como quiso crecer. Su padre lo educó bien, eso es lo que piensa. Está allí por una razón: para mandar y para destruir. Manejará la familia como dicta su conciencia y cortará las cabezas de sobrenaturales que sean necesarias para que los Chevigné se vuelvan a hacer respetar. Sabe también que en algún momento deberá casarse, pero será cuando tanto Octavien como Thylane tengan su vida armada, pues así podrá vigilar que cumplan con su deber con la familia.

Es un amante demandante, un tanto brusco al comienzo, pero se va suavizando a medida que la seducción echa raíces. Tiene el corazón separado del ámbito sexual. Uno puede acostarse con cualquiera, pero amar a una sola. Las únicas que no tienen este derecho, claramente, son las mujeres. Debido a su arrogancia también es terriblemente celoso y sobreprotector. Piensa que tiene todo el derecho a quitar manos ajenas de lo suyo.

Los Chevigné no caen; invitan a hacerlos caer. De una larga dinastía de cazadores proviene Zaccharie, hijo de Philippe-Pierre y Ursuline Chevigné. El heredero, el impulsivo, la piedra. Desde que nació parecía que su destino no sería esperar, sino actuar, invadido por una fuerza inexplicable. Durante la infancia se les intstruyó especialmente a las nodrizas para que lo criaran sin pañales que constriñesen su crecimiento o debilitaran su resistencia al frío y al calor. Se le inculcó a evitar toda clase de melindres, caprichos o rabietas. Su padre lo aislaba al menos dos veces por día en una habitación sin ventanas ni velas para acostumbrarse a estar solo y a no temer a la oscuridad. El miedo del niño nunca se fue, pero Zaccharie aprendió así a no demostrarlo a edad muy temprana.

Tradición es en los varones Chevigné la bien llamada “Traversée”, en que el niño abandona su casa para ir en un viaje de años quedando bajo la autoridad de su padre, único magistrado capacitado para supervisar la educación de un humano capaz de enfrentar sobrenaturales. A veces se juntan con otros Chevigné de regiones más lejanas, conformando una especie de unidad de lucha bajo el mando del más viejo. Aprendió entonces a leer y a escribir, lo cual es algo mínimo (si no, es rechazado por la familia como alguien inferior dentro de la misma), así como a elaborar su propio refugio a la intemperie. Pero lo esencial de su formación consistió en endurecerlo físicamente por medio de la lucha y el atletismo, y en aprender el manejo de las armas, a atraer a la criatura oculta y, por encima de todo, a obedecer ciegamente a sus mayores en la disciplina y buscar siempre el bien de la familia.

Así fue que durante la infancia, todo el énfasis se puso en el rigor y la disciplina. Estos dos principios abarcan la esencia de todo cazador respetable, le enseñó su padre. Durante toda la traversée extrañó a su madre y estuvo celoso de su hermano Octavien, quien la tenía con él, pero tal y como se lo habían enseñado, no lo demostró. A los doce años podía vérsele habitualmente descalzo caminando por la nieve tras su padre en busca de rastros que pudieran llevarlos al objetivo. Las raciones de comida consistentes en proteínas fueron indispensables para generar la masa muscular suficiente como para no entorpecer la agilidad.

A los doce años, después de cuatro años, volvió a su hogar. De allí en adelante pasaron cuatro años en que no vio ni a Octavien ni a su padre, pues era el turno de la procesión de su hermano. De nuevo en casa era otra persona y su madre y todos en el hogar lo sabían. Los que integraban la mansión estaban autorizados en vigilar su disciplina. Philippe-Pierre dejó dicho tanto a su mujer como a los sirvientes que cualquiera de más edad que viviera en la mansión podía reñir a los niños (tanto a Zaccharie como a Octavien) o sancionarlos con castigos físicos: hacerles pasar hambre, morderles el pulgar, azotarlos, etc. Los haría duros, los haría fuertes. Los haría temerosos y respetuosos de los mayores.

Durante la adolescencia, en su educación se puso especial énfasis en el pudor y la decencia. Se le enseñaron dos tipos de mujeres: la mujer del hogar y la mujer de todos. La primera está destinada a ser la esposa y madre de los hijo que heredarían la tradición. La segunda es un instrumento de satisfacción carnal. Ambas son necesarias, pero mujer de la casa siempre debe estar en primer lugar, ya que con ella se tienen a los herederos y por eso es imprescindible que su vientre no esté contaminado con las inmoralidades de la de todos. Hijos son los que se tienen con la esposa.

Para el cumpleaños número catorce de Zaccharie, Philippe-Pierre llevó a su primogénito al burdel para que las distracciones de las necesidades de su edad no entorpecieran el entrenamiento. Nuevamente sintió miedo, pero no lo demostró. Para cuando acabó, nadie le quitó la sonrisa del rostro. ¿Por qué no había hecho esto antes? Comprendió lo sublime que podía ser el cuerpo de una mujer y también lo que tener francos en el bolsillo podía adquirir.

Luego de esto, comenzó una nueva etapa para entrenar el físico, ya hecho un púber. Aparte de los castigos y prácticas de años anteriores, lo más frecuente era se convirtió en apalearlo. Para esto se ubicó un lugar determinado al interior de las profundidades del bosque, apartado de la vista de la madre, pero al que podía acceder cualquier persona de la mansión. Para proceder a los castigos, se escogió un árbol vigoroso y robusto, al cual se le enganchó una cadena en el tronco y a ésta un palo. Consistía en que Zaccharie agarrase este palo mientras otras dos personas lo apaleaban. Esta acción se llevó a cabo con varas de bambú, puesto que dolía, picaba y desgarraba la piel. Así también apaleó Zaccharie a Octavien cuando el momento le llegó. Y fue incluso más duro con él que su padre por considerarlo débil. Si alguno producto del apaleamiento tenía el cuerpo demacrado, se le retiraba, pero a no ser que se encontrase muy herido no se le curaban las heridas.

Vino un golpe a la familia cuando la madre, Ursuline, falleció al dar a luz a su pequeña hija Thylane. Zaccharie tenía diecisiete años. Es probable que haya sido el hermano al que más le haya afectado esta partida. Ni siquiera le permitieron acercarse al cadáver de su madre a darle un último adiós; simplemente se la llevaron y no se permitió hablar más el asunto. Philippe-Pierre lo determinó así. Zaccharie no debía llorar. Tenía que ser fuerte, o demostrar que lo era.

Ya mayor fue testigo de un nuevo compromiso de su padre con una joven incluso menor que sus hijos, con la noble rusa Erzebet Rumyantseva. Zaccharie fue el primero en oponerse, pero no lo manifestó. Para él continúa vivo el recuerdo de su madre hasta el día de hoy, cuyo afecto fue robado por su entrenamiento y por Octavien, su favorito. No podía tolerar que tuviera que aguantar que se revolcara con esa aparecida en su propia casa. Pero cuando la vio a ella y a su hermana Katya atravesar la puerta, supo que ya no había salida. Se acabaría el gran legado de Ursuline. Incluso si esa perra daba a luz un varón, ¿qué privaría a su padre de elegirlo como legítimo heredero? Las cosas no pintaban a su favor. Detestó a las Rumyantseva apenas dieron el primer respiro en la mansión Chevigné.

Finalmente Erzebet y su padre se casaron, pero en la misma fiesta de celebración, antes que de consumaran el matrimonio, ingresó a la mansión escandalosamente la inquisición y se llevó a Philippe-Pierre. Nadie entendía lo que pasaba hasta que leyeron los cargos. Su padre había ayudado a una vampira a ocultarse y luego escapar; él no lo negó. No sirvió de nada, porque lo condenaron a ejecución pública de todas maneras para que muriese en la horca, convirtiéndolo en heredero de todos sus bienes, incluyendo el Hotel Des Arenes a su nombre ¡Deshonra a los Chevigné! Zaccharie no está dispuesto a perder lo que se ha edificado por generaciones. Recuperarán la honra como sea, y no duda para eso utilizar ni a otras personas ni a su propia familia. Los Chevigné deben renacer.