AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
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Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Un silencio abrumador dominaba la mansión de los Chevigné como un fantasma de malos presagios. Ocurría que ni el más pesimista hubiera podido sospechar que hacía menos de veinticuatro horas el escenario había sido totalmente opuesto. Nadie había quedado indiferente a la ejecución del patriarca, Philippe-Pierre Chevigné, ni sus hijos, ni la mujer que sería su esposa, ni su cuñada en potencia, ni nadie.
Junto a la ventana del escritorio que había pertenecido a su padre, el primogénito repasaba las imágenes de la noche anterior; Thylane rezumando, Octavien sosteniéndola cuando apenas podía mantenerse él mismo, y las Rumyantseva pensando en voz alta, caminando en círculos como cotorras asustadas, y debían estarlo. ¿Y él? Mudo por completo. Ni un suspiro. Necesitaba de ese mutismo interno cuando afuera imperaba el caos. Después de todo, ahora le correspondía a él poner cada pieza en su lugar en una partida cuya inclinación a la derrota era más que considerable. Las largas horas que su progenitor lo había encerrado de niño para cultivar esa calma parecían haber rendido frutos.
Ahora era Zaccharie el que caminaba en círculos por la estancia amurallada de estantes, pero no estaba nervioso, sino impaciente. Había tomado una decisión respecto a cada uno de los miembros de la familia, tanto para los deseables como para los indeseables. No daría su brazo a torcer. En algunos aspectos había sido más radical que en otros, pero su conciencia le dictaba que era la necesario para recuperar el honor de la familia. Levantar el nombre de los Chevigné del fango no sería tarea fácil. ¡Se había ejecutado a la cabeza de la familia por ayudar a escapar a su amante vampira! ¡Alta traición! Zaccharie apretaba los puños al recordarlo.
—Se fue demasiado pronto, padre. Hubiera preferido matarlo yo mismo —murmuró con rencor a la pintura que retrataba al fallecido cazador— Pero el destino fue más sabio que usted al no permitirle yacer con su ramera de importación. No me hubiese costado nada asfixiar a su cría en la cuna. ¿O cree que le hubiera permitido poner un dedo sobre lo que es mío por derecho? Tal como imaginaba, nunca terminó de conocerme.
Posicionó su mano izquierda sobre el marco de la pintura tal como si estuviese tocando el hombro de su padre. No era un contacto afectuoso; quería demostrar superioridad.
—Ahora todos están en mis manos; sus hijos, su buscona rusa, y hasta la hermana de ésta, que no parece tener otro talento más que transformar oxígeno en dióxido de carbono —y dio unos pasos hacia atrás, buscando la silla frente a la mesa para aguardar a sus invitados— Esté atento, padre, a sus caras. Cada desfiguración será por su causa.
Estaba como celebrando cuando del cielo caían cadáveres. Es que no eran sus restos, cuando perfectamente pudieron haberlo sido. La fortuna estaba de su parte y pensaba usarla. Si los involucrados hacían lo que él decía, y se aseguraría que así fuera, transformarían la infamia en gloria. Siempre por lo alto un nuevo amanecer para los Chevigné.
Junto a la ventana del escritorio que había pertenecido a su padre, el primogénito repasaba las imágenes de la noche anterior; Thylane rezumando, Octavien sosteniéndola cuando apenas podía mantenerse él mismo, y las Rumyantseva pensando en voz alta, caminando en círculos como cotorras asustadas, y debían estarlo. ¿Y él? Mudo por completo. Ni un suspiro. Necesitaba de ese mutismo interno cuando afuera imperaba el caos. Después de todo, ahora le correspondía a él poner cada pieza en su lugar en una partida cuya inclinación a la derrota era más que considerable. Las largas horas que su progenitor lo había encerrado de niño para cultivar esa calma parecían haber rendido frutos.
Ahora era Zaccharie el que caminaba en círculos por la estancia amurallada de estantes, pero no estaba nervioso, sino impaciente. Había tomado una decisión respecto a cada uno de los miembros de la familia, tanto para los deseables como para los indeseables. No daría su brazo a torcer. En algunos aspectos había sido más radical que en otros, pero su conciencia le dictaba que era la necesario para recuperar el honor de la familia. Levantar el nombre de los Chevigné del fango no sería tarea fácil. ¡Se había ejecutado a la cabeza de la familia por ayudar a escapar a su amante vampira! ¡Alta traición! Zaccharie apretaba los puños al recordarlo.
—Se fue demasiado pronto, padre. Hubiera preferido matarlo yo mismo —murmuró con rencor a la pintura que retrataba al fallecido cazador— Pero el destino fue más sabio que usted al no permitirle yacer con su ramera de importación. No me hubiese costado nada asfixiar a su cría en la cuna. ¿O cree que le hubiera permitido poner un dedo sobre lo que es mío por derecho? Tal como imaginaba, nunca terminó de conocerme.
Posicionó su mano izquierda sobre el marco de la pintura tal como si estuviese tocando el hombro de su padre. No era un contacto afectuoso; quería demostrar superioridad.
—Ahora todos están en mis manos; sus hijos, su buscona rusa, y hasta la hermana de ésta, que no parece tener otro talento más que transformar oxígeno en dióxido de carbono —y dio unos pasos hacia atrás, buscando la silla frente a la mesa para aguardar a sus invitados— Esté atento, padre, a sus caras. Cada desfiguración será por su causa.
Estaba como celebrando cuando del cielo caían cadáveres. Es que no eran sus restos, cuando perfectamente pudieron haberlo sido. La fortuna estaba de su parte y pensaba usarla. Si los involucrados hacían lo que él decía, y se aseguraría que así fuera, transformarían la infamia en gloria. Siempre por lo alto un nuevo amanecer para los Chevigné.
Zaccharie Chevigné- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 20/06/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
El oscuro color de la indumentaria de la pequeña y fina criatura que esperaba de pie junto a la puerta cerrada contrastaba ruidosamente con todo lo que ella significaba, con su dulzura y vivacidad. Su cabellera se encontraba parcialmente oculta bajo un delicado pañuelito de encaje negro y sus manos enfundadas en guantes del mismo material. Sus ojos hinchados manifestaban la profunda tristeza que albergaba su corazón. La pérdida era muy reciente y la impresión, más que el dolor de la ausencia, le mantenía sumida en el silencio. Se sentía cansada y extraviada. Pocas horas atrás le habían comunicado la muerte de su padre lo que le ocasionó un pequeño ataque de histeria. Su garganta, desacostumbrada a emitir sonidos más fuertes que los necesarios para el canto ocasional, aun dolía gracias a los gritos que le llevaron a la inconsciencia. Cerró los ojos sintiéndose ligeramente avergonzada al recordar el incidente, era un comportamiento tan impropio para una señorita de su estirpe que le incomodaba solo el recordarlo.
Cuando volvió en sí la casa se encontraba en completa agitación. Preparativos para el entierro, supuso. No queriendo importunar permaneció encerrada en su habitación. Sola y en silencio, sentada en el borde de su cama mirándose las manos e intentando recordar los detalles del rostro de su padre. Alguna vez escuchó a dos mucamas hablar sobre sus fallecidos, una de ellas manifestaba no poder recordar el rostro de su hermano muerto años atrás. Eso preocupaba profundamente a Thylane pues no deseaba olvidar. Las horas pasaron, alguien le llevó de comer, alguien más recogió después la vajilla con la comida intacta. En algún momento entró su institutriz, la Sra. Levesque. Ella se había encargado de hacerle entender que ahora el jefe del hogar era su hermano Zaccharie y que debía obedecerle como si de su padre en persona se tratase. Luego vino el llamado. Su hermano le requería en el estudio. Ignorando las razones del porqué era su presencia importante, la niña se levantó finalmente de su cama y se dirigió lenta y cabizbaja al lugar señalado entre la quietud apabullante que ahora reinaba en la propiedad.
Después de un tímido anuncio con sus nudillos abrió la pesada puerta de madera. Zaccharie se encontraba en el lugar en que tantas veces había visto a su padre. Aquella visión la desconcertó pero no le correspondía a ella cuestionar las decisiones de su hermano mayor – ¿Me has llamado, hermano? – preguntó con apenas un hilito de voz. A pesar de ser familia y de que ella amara profundamente a Zaccharie, él siempre le había intimidado y el hecho de que no estuviese presente Octavien, ni nadie más en el estudio, solo incrementaba su nerviosismo. Permaneció de pie, ligeramente alejada del escritorio y con la mirada fija en el suelo frente a ella esperando a que la voz masculina aclarase un poco lo que estaba sucediendo.
Cuando volvió en sí la casa se encontraba en completa agitación. Preparativos para el entierro, supuso. No queriendo importunar permaneció encerrada en su habitación. Sola y en silencio, sentada en el borde de su cama mirándose las manos e intentando recordar los detalles del rostro de su padre. Alguna vez escuchó a dos mucamas hablar sobre sus fallecidos, una de ellas manifestaba no poder recordar el rostro de su hermano muerto años atrás. Eso preocupaba profundamente a Thylane pues no deseaba olvidar. Las horas pasaron, alguien le llevó de comer, alguien más recogió después la vajilla con la comida intacta. En algún momento entró su institutriz, la Sra. Levesque. Ella se había encargado de hacerle entender que ahora el jefe del hogar era su hermano Zaccharie y que debía obedecerle como si de su padre en persona se tratase. Luego vino el llamado. Su hermano le requería en el estudio. Ignorando las razones del porqué era su presencia importante, la niña se levantó finalmente de su cama y se dirigió lenta y cabizbaja al lugar señalado entre la quietud apabullante que ahora reinaba en la propiedad.
Después de un tímido anuncio con sus nudillos abrió la pesada puerta de madera. Zaccharie se encontraba en el lugar en que tantas veces había visto a su padre. Aquella visión la desconcertó pero no le correspondía a ella cuestionar las decisiones de su hermano mayor – ¿Me has llamado, hermano? – preguntó con apenas un hilito de voz. A pesar de ser familia y de que ella amara profundamente a Zaccharie, él siempre le había intimidado y el hecho de que no estuviese presente Octavien, ni nadie más en el estudio, solo incrementaba su nerviosismo. Permaneció de pie, ligeramente alejada del escritorio y con la mirada fija en el suelo frente a ella esperando a que la voz masculina aclarase un poco lo que estaba sucediendo.
Thylane Chevigné- Humano Clase Alta
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 03/05/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Qué voz tan dulce y tierna para tan hostil e indiferente lugar. El mayor de los hermanos no le haría la tarea más sencilla a la aún inocente. En efecto, esas delicadezas que tanto parientes como sirvientes tenían para con Thylane, Zaccharie las consideraba excesos innecesarios. Una mujer debía contentarse con lo que le ofrecía el hombre a cargo de ella y agradecer por ello en sus oraciones todas las noches. Tantos halagos y consideraciones podían hacer que se le desviara la atención de la función determinada por su sexo.
Solamente Zaccharie podía exhibir esa aterradora expresión de paz a un ángel de alas empapadas de sal. El cazador ni siquiera había tenido la delicadeza de oscurecer sus ropas por la partida de su padre. Se sentía tranquilo porque su plan era el futuro. Dentro de esa mente calculadora, el retoño de la familia, el agente más insignificante de cualquier núcleo familiar, se volvía una carta imprescindible bajo la mano de Zaccharie Chevigné. Estaba ahí, para tomar su materia inerte y volverla un triunfo. Del honor de la familia quedaban escombros y un par de pilares consistentes en tradición y reconocimiento, pero era suficiente para llamarlo una base sólida. La única manera de renacer era utilizando todo lo que no desempeñaba una función. Y Thylane había hecho de princesa encantada demasiado tiempo. Era hora de cerrar el libro.
—Sí, Thylane. A ti te llamé —movió su cabeza hacia un lado para buscar detrás de la figura de la niña— ¿Octavien no viene contigo? —rió sarcástico— Debo felicitarte, hermana. Felicitarlos a ambos, en realidad. Por fin ese enclenque está dejando de jugar a la casa de muñecas contigo. —indicó a palma abierta la silla de adelante— Siéntate al frente mío, donde pueda verte.
Desde ese ángulo examinó a su consanguínea de pies a cabeza, recorriendo cada zona, excepto sus ojos claros. Aunque pudo notar el rojo que los cercaba.
—Ya lloraste lo suficiente, supongo. Eres una señorita respetable, no un pez globo —bufó un poco molesto. Si existía algo peor que quedarse sin cimientos, era ver estropeados los recursos para edificar unos nuevos.— A propósito. Esas pomposas que trajo papá… no te quiero cerca de ellas. Son mala influencia para ti. Te diría por qué, pero adelantaría lo que debo decirles a todos. No quiero arruinar la sorpresa.
Algo que no cambiaría nada. Porque para cambiar, se necesitaba tomar algo existente y transformarlo a partir de sí mismo. Pero no. Zaccharie haría mucho más que eso. Ni él tenía idea de lo que resultaría, aunque pregonara de ello.
Solamente Zaccharie podía exhibir esa aterradora expresión de paz a un ángel de alas empapadas de sal. El cazador ni siquiera había tenido la delicadeza de oscurecer sus ropas por la partida de su padre. Se sentía tranquilo porque su plan era el futuro. Dentro de esa mente calculadora, el retoño de la familia, el agente más insignificante de cualquier núcleo familiar, se volvía una carta imprescindible bajo la mano de Zaccharie Chevigné. Estaba ahí, para tomar su materia inerte y volverla un triunfo. Del honor de la familia quedaban escombros y un par de pilares consistentes en tradición y reconocimiento, pero era suficiente para llamarlo una base sólida. La única manera de renacer era utilizando todo lo que no desempeñaba una función. Y Thylane había hecho de princesa encantada demasiado tiempo. Era hora de cerrar el libro.
—Sí, Thylane. A ti te llamé —movió su cabeza hacia un lado para buscar detrás de la figura de la niña— ¿Octavien no viene contigo? —rió sarcástico— Debo felicitarte, hermana. Felicitarlos a ambos, en realidad. Por fin ese enclenque está dejando de jugar a la casa de muñecas contigo. —indicó a palma abierta la silla de adelante— Siéntate al frente mío, donde pueda verte.
Desde ese ángulo examinó a su consanguínea de pies a cabeza, recorriendo cada zona, excepto sus ojos claros. Aunque pudo notar el rojo que los cercaba.
—Ya lloraste lo suficiente, supongo. Eres una señorita respetable, no un pez globo —bufó un poco molesto. Si existía algo peor que quedarse sin cimientos, era ver estropeados los recursos para edificar unos nuevos.— A propósito. Esas pomposas que trajo papá… no te quiero cerca de ellas. Son mala influencia para ti. Te diría por qué, pero adelantaría lo que debo decirles a todos. No quiero arruinar la sorpresa.
Algo que no cambiaría nada. Porque para cambiar, se necesitaba tomar algo existente y transformarlo a partir de sí mismo. Pero no. Zaccharie haría mucho más que eso. Ni él tenía idea de lo que resultaría, aunque pregonara de ello.
Zaccharie Chevigné- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 20/06/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Verdades, mentiras, acertijos no resueltos y más. Existían tantos detalles ocultos ante los ojos de cada uno, sin embargo ella sabía más de la cuenta, y su silencio le costaría más de lo que en algún momento imaginó.
Era cierto que su familia se había quedado sin un centavo, su apellido seguía pesando porque los rumores no se dispersaron, sin embargo, Erzebet tenía cartas bajo la manga, y negocios que estaban comenzando a tomar frutos buenos, lo único malo es que necesitaba mantener aún el perfil bajo, para que su posición con esa familia le hiciera tener ventajas grandes, y en algún punto salirse de ahí, no sola, con su hermana claro.
Erzebet no toleraba el carácter tan estricto del primogénito, del ahora líder de la casa. Le reconocía la inteligencia nata que había heredado de su padre, pero también reprobaba su carácter que la mayor parte de las veces nublaba sus sentidos. Si tan sólo fueran de otra manera, la verdad más grande no estaría escondida, y su padre seguiría con vida, incluso con el apoyo de aquella que ante sus ojos de buenos aprendices, ya no era digna.
Vestida de negro cómo era de esperarse, la casi viuda se dirigió a la estancia en la que fue solicitada. Le dolía la perdida, claro que sí, porque aunque todos creyeran lo contrario, la delicada fémina había desarrollado sentimientos fuertes por el ahora fallecido hombre, se habían vuelto cómplices, amigos, y estaba a un momento de volverse compañeros de vida, y eso entre comillas, porque ambos tenían reglas, puntos en los que estuvieron de acuerdo, jamás serían amantes, porque aunque se quisieron, no se amaron para su pesar. ¡Lo que hubiera dado por amarlo! Si, hubiera dado mucho, pero nunca lo logró.
Sólo bastaron tres delicados golpes contra la madera de la puerta que daba paso al estudio donde se efectuaría la reunión. Cuando le dieron el permiso para pasar, la rusa se adentró e hizo una reverencia a los presentes, incluso sonrió de forma cálida a la pequeña niña. ¡Pobre criatura! Se había quedado primero sin madre, ahora sin padre, y con un hermano que lejos de darle ese amor que necesitaba, se lo negaba. Que ganas tenía Erzebet de acunarla y decirle que todo estaba bien, sin embargo se mostró firme, fuerte y valiente ante la situación.
—Buen día — Mencionó antes de tomar asiento al extremo lejano de la pequeña. Guardó silencio, estaba para escuchar más tarde quizás sería el momento para dejar salir las garras.
Era cierto que su familia se había quedado sin un centavo, su apellido seguía pesando porque los rumores no se dispersaron, sin embargo, Erzebet tenía cartas bajo la manga, y negocios que estaban comenzando a tomar frutos buenos, lo único malo es que necesitaba mantener aún el perfil bajo, para que su posición con esa familia le hiciera tener ventajas grandes, y en algún punto salirse de ahí, no sola, con su hermana claro.
Erzebet no toleraba el carácter tan estricto del primogénito, del ahora líder de la casa. Le reconocía la inteligencia nata que había heredado de su padre, pero también reprobaba su carácter que la mayor parte de las veces nublaba sus sentidos. Si tan sólo fueran de otra manera, la verdad más grande no estaría escondida, y su padre seguiría con vida, incluso con el apoyo de aquella que ante sus ojos de buenos aprendices, ya no era digna.
Vestida de negro cómo era de esperarse, la casi viuda se dirigió a la estancia en la que fue solicitada. Le dolía la perdida, claro que sí, porque aunque todos creyeran lo contrario, la delicada fémina había desarrollado sentimientos fuertes por el ahora fallecido hombre, se habían vuelto cómplices, amigos, y estaba a un momento de volverse compañeros de vida, y eso entre comillas, porque ambos tenían reglas, puntos en los que estuvieron de acuerdo, jamás serían amantes, porque aunque se quisieron, no se amaron para su pesar. ¡Lo que hubiera dado por amarlo! Si, hubiera dado mucho, pero nunca lo logró.
Sólo bastaron tres delicados golpes contra la madera de la puerta que daba paso al estudio donde se efectuaría la reunión. Cuando le dieron el permiso para pasar, la rusa se adentró e hizo una reverencia a los presentes, incluso sonrió de forma cálida a la pequeña niña. ¡Pobre criatura! Se había quedado primero sin madre, ahora sin padre, y con un hermano que lejos de darle ese amor que necesitaba, se lo negaba. Que ganas tenía Erzebet de acunarla y decirle que todo estaba bien, sin embargo se mostró firme, fuerte y valiente ante la situación.
—Buen día — Mencionó antes de tomar asiento al extremo lejano de la pequeña. Guardó silencio, estaba para escuchar más tarde quizás sería el momento para dejar salir las garras.
Erzebet Rumyantseva- Humano Clase Alta
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 06/06/2014
Edad : 34
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Odiaba la idea de permanecer un minuto más en aquel lugar donde debía soportar la presencia de muchas personas molestas. Aún no entendía porque la insistencia de su padre porque permaneciera al lado de su media hermana, si ellas nunca en la vida se habían llevado de una buena manera como para que debieran hacerse compañía de aquella manera. Si bien su estancia en París ayudaba a que continuara con sus planes personales de conseguir un pretendiente rico para casarse; los Chevigne impedían que hiciera las cosas a su manera, en especial Zaccharie, quien tomara al parecer siempre todo en sus manos y se empeñara en hacer la vida de todos y cada uno miserables.
Ese día no era la excepción respecto a la incomodidad de estar en ese lugar. Siempre que pensaba en esa mansión y todo cuanto le rodeaba, la idea de estar en el infierno se le venía a la mente con una rapidez sorprendente que no podía ignorarse. Para no perder la costumbre de su estancia en el infierno, ese día había sido llamada al despacho que antes perteneciera al viejo esposo de su media hermana, aquel que murió antes de siquiera pasar una noche con Erzebet y las dejaba pendiendo de un hilo respecto a su futuro. Como era de esperarse para quienes estuvieran enfrascados en un luto; llevaba ropas oscuras y un peinado sencillo. No le dolía por nada del mundo la muerte del viejo, lo que le afectaba de alguna manera era ver el dolor en los ojos de su media hermana de vez en cuando. No serían las más cercanas y en muchas ocasiones no la soportaría pero en definitiva que no era tan desalmada como para no quererla al menos un poco. Como fuesen los asuntos externos estaba de sobra, pues en el fondo ambas compartían algo de sangre y aunque Erzebet no se lo pidiera, la defendería.
Cuando el momento de la reunión llego, se apresuro en dirección al despacho del difunto; sitio donde ahora se dedicaba a estar el mayor de los Chevigne y el más molesto de los hombres. Se detuvo frente a la puerta, la admiro antes de tomar aire y tocar a la puerta. Dio solamente un golpe y cuando se escucho la voz que le indicaba que pasara, ingreso. Dentro se encontraba ya su hermana y la hija más pequeña del difunto Chevigne. Se notaba que la pequeña sufría pero su hermano era tan desalmado que no le prestaba la mínima atención y eso enfurecía más a Katya. Ella misma no había sido la persona más amada del mundo y por tanto creía, que los infantes nunca debían sufrir o verse despojados de amor. Sonrió tanto a su hermana como a la niña y suspiro.
– ¿Qué se supone que pasa? – la pregunta iba dirigida a Erzebet, que no contesto, dando a Katya la idea de que al igual que ella estaba ahí a ciegas. Estaban todos de una manera u otra al mandato de lo que el mayor de los Chevigne decidiera.
Ese día no era la excepción respecto a la incomodidad de estar en ese lugar. Siempre que pensaba en esa mansión y todo cuanto le rodeaba, la idea de estar en el infierno se le venía a la mente con una rapidez sorprendente que no podía ignorarse. Para no perder la costumbre de su estancia en el infierno, ese día había sido llamada al despacho que antes perteneciera al viejo esposo de su media hermana, aquel que murió antes de siquiera pasar una noche con Erzebet y las dejaba pendiendo de un hilo respecto a su futuro. Como era de esperarse para quienes estuvieran enfrascados en un luto; llevaba ropas oscuras y un peinado sencillo. No le dolía por nada del mundo la muerte del viejo, lo que le afectaba de alguna manera era ver el dolor en los ojos de su media hermana de vez en cuando. No serían las más cercanas y en muchas ocasiones no la soportaría pero en definitiva que no era tan desalmada como para no quererla al menos un poco. Como fuesen los asuntos externos estaba de sobra, pues en el fondo ambas compartían algo de sangre y aunque Erzebet no se lo pidiera, la defendería.
Cuando el momento de la reunión llego, se apresuro en dirección al despacho del difunto; sitio donde ahora se dedicaba a estar el mayor de los Chevigne y el más molesto de los hombres. Se detuvo frente a la puerta, la admiro antes de tomar aire y tocar a la puerta. Dio solamente un golpe y cuando se escucho la voz que le indicaba que pasara, ingreso. Dentro se encontraba ya su hermana y la hija más pequeña del difunto Chevigne. Se notaba que la pequeña sufría pero su hermano era tan desalmado que no le prestaba la mínima atención y eso enfurecía más a Katya. Ella misma no había sido la persona más amada del mundo y por tanto creía, que los infantes nunca debían sufrir o verse despojados de amor. Sonrió tanto a su hermana como a la niña y suspiro.
– ¿Qué se supone que pasa? – la pregunta iba dirigida a Erzebet, que no contesto, dando a Katya la idea de que al igual que ella estaba ahí a ciegas. Estaban todos de una manera u otra al mandato de lo que el mayor de los Chevigne decidiera.
Leonora d'Epirro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 04/01/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
No lo habían dejado llorar a su madre; le robaron ese momento como el otoño despojaba de color a las hojas. Sin fuerzas, estériles, no servían para nada. Tampoco dejaron que su padre tuviera una muerte digna, traidor tanto para la plebe como para la nobleza, pero no pasa su familia. Parecía que de todo lo sagrado, sin importar su opinión, Octavien sería eventualmente despojado, lo que hacía que resintiera aún la pérdida. Si bien su progenitor no le había causado sino malestares y, por qué no decirlo, torturas tanto físicas como metales, su sangre atravesaba cada espacio de su cuerpo. Era un vínculo maldito, pero inquebrantable e igual de fuerte que el que tenía con su madre, del cual sólo recibía bendiciones.
Contrariado y algo confundido, el escritor frustrado salió del mausoleo familiar no sin echar antes un vistazo atrás hacia el cementerio. Se preguntó si acaso su padre se había ido en el momento preciso o si se había atrasado en partir al otro mundo. Tal vez, si Philippe-Pierre hubiese hallado la muerte antes, no sentiría tanto temor acerca del criterio de Zaccharie para tomar las decisiones de la familia. Ursuline, sin duda, se había adelantado demasiado. Ahora sólo rogaba que el mayor peso recayera sobre él y no sobre su hermana. Aunque, siendo ella mujer, resultaba un exceso pedir eso. Pero así lo hacía. Después de todo, los escritores no veían la realidad; la soñaban.
No tuvo prisa de llegar a la reunión convocada por su hermano, a pesar de la urgencia de la misma. Y es que cuando Zaccharie especificaba que era algo importante, quería decir algo muy específico: que lo beneficiaría únicamente a él y que los demás deberían resignarse a un plan de acción que distaría años luz de gustarles. Aún así, llegó a la cita. No levantó la vista sino cuando ingresó a la estancia con el mismo ánimo de un cerdo en el matadero, sólo que el alboroto lo llevaba por dentro. Debido a que pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su cuarto o fuera de casa, nunca antes había visto a las Rumyantseva, pero sabía que no agradaban a su hermano. Por eso debía ser precavido.
—Buenos días. Lamento llegar tarde —inclinó su cabeza disculpándose. Acto seguido: instó a la dama más cercana a él, la menor de las Rumyantseva, para que tomara asiento— Usted debe ser la señorita Katya. Siéntese, por favor —ofreció amablemente.
Inmediatamente después, buscó a su hermana con la mirada. La pobre tintineaba como la cola de una cascabel. Se veía aún más indefensa que aquella vez en que la tomó en sus brazos por primera vez. Sintió una gran frustración de no poder atravesar el lugar para acurrucarla contra su pecho. Aquello sólo despertaría la ira de Zaccharie y a ninguno le convenía eso. De todos modos le sonrió sutilmente, haciéndole saber que su guardián estaba allí y que no se encontraba sola.
Y en medio, una cabellera rubia hizo que levantara la vista. Aquella debía ser Erzebet, quien había estado a un paso de convertirse en su madrastra. Pero curiosamente no reflexionó acerca la contrastante juventud entre ella y su padre, ni tampoco sobre el solemne silencio de una viuda virgen. Su mente se confundió y sus ojos parpadeantes fueron muestra de eso, pero no pudo detenerse a resolver el acertijo. Algo los convocaba. Tomó el asiento más cercano al de su hermana, que coincidía con el próximo a Zaccharie, el que nadie había querido tomar. Por algo debía ser.
—Hermano, estamos todos donde querías. Por favor explícanos qué sucede.
Contrariado y algo confundido, el escritor frustrado salió del mausoleo familiar no sin echar antes un vistazo atrás hacia el cementerio. Se preguntó si acaso su padre se había ido en el momento preciso o si se había atrasado en partir al otro mundo. Tal vez, si Philippe-Pierre hubiese hallado la muerte antes, no sentiría tanto temor acerca del criterio de Zaccharie para tomar las decisiones de la familia. Ursuline, sin duda, se había adelantado demasiado. Ahora sólo rogaba que el mayor peso recayera sobre él y no sobre su hermana. Aunque, siendo ella mujer, resultaba un exceso pedir eso. Pero así lo hacía. Después de todo, los escritores no veían la realidad; la soñaban.
No tuvo prisa de llegar a la reunión convocada por su hermano, a pesar de la urgencia de la misma. Y es que cuando Zaccharie especificaba que era algo importante, quería decir algo muy específico: que lo beneficiaría únicamente a él y que los demás deberían resignarse a un plan de acción que distaría años luz de gustarles. Aún así, llegó a la cita. No levantó la vista sino cuando ingresó a la estancia con el mismo ánimo de un cerdo en el matadero, sólo que el alboroto lo llevaba por dentro. Debido a que pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su cuarto o fuera de casa, nunca antes había visto a las Rumyantseva, pero sabía que no agradaban a su hermano. Por eso debía ser precavido.
—Buenos días. Lamento llegar tarde —inclinó su cabeza disculpándose. Acto seguido: instó a la dama más cercana a él, la menor de las Rumyantseva, para que tomara asiento— Usted debe ser la señorita Katya. Siéntese, por favor —ofreció amablemente.
Inmediatamente después, buscó a su hermana con la mirada. La pobre tintineaba como la cola de una cascabel. Se veía aún más indefensa que aquella vez en que la tomó en sus brazos por primera vez. Sintió una gran frustración de no poder atravesar el lugar para acurrucarla contra su pecho. Aquello sólo despertaría la ira de Zaccharie y a ninguno le convenía eso. De todos modos le sonrió sutilmente, haciéndole saber que su guardián estaba allí y que no se encontraba sola.
Y en medio, una cabellera rubia hizo que levantara la vista. Aquella debía ser Erzebet, quien había estado a un paso de convertirse en su madrastra. Pero curiosamente no reflexionó acerca la contrastante juventud entre ella y su padre, ni tampoco sobre el solemne silencio de una viuda virgen. Su mente se confundió y sus ojos parpadeantes fueron muestra de eso, pero no pudo detenerse a resolver el acertijo. Algo los convocaba. Tomó el asiento más cercano al de su hermana, que coincidía con el próximo a Zaccharie, el que nadie había querido tomar. Por algo debía ser.
—Hermano, estamos todos donde querías. Por favor explícanos qué sucede.
Octavien Chevigné- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 30/06/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Desfile de figuras semovientes sobre las que tenía el control. Zaccharie podía ponerse cómodo en la magnífica silla de caoba mientras los veía ubicarse en los asientos disponibles con el rabo entre las piernas. ¿Le gustaba sentirse el puto amo? Mucho. El hijo estimaba a su padre y lo guardaría el resto de sus días, el cazador lo despreciaba y el heredero celebraba su partida. Este último hacía presencia en el cuarto, mirando a todos y cada uno desde arriba. Relajó los brazos en las alas de su asiento y clavó las manos al final de éstas. Especialmente divertido miró a las Rumyantseva cuando arribaron, enfocando su desprecio en la mayor de éstas. Oportunista, mujer poco digna que, de haber podido, hubiera usado sus coquetas manos como rastrillos sobre la fortuna de su padre para inyectarla en sus propios hijos. ¡Ja! ¿había querido despojarlo de su patrimonio? Pero qué graciosa era la vida: ahora ella y su hermana estaban en sus manos.
—Brillante y bella mañana, ¿no les parece? Como penique nuevo —abrió sonriente y burlón la reunión. La respuesta de los rostros fue la esperada: cero— Veo que comparten el entusiasmo. No se preocupen; se les arreglará con las noticias que les tengo. —pasó una mirada por todos y se detuvo en Katya— Y tú, aprende a saludar como es debido a tus superiores. Te mandaré a las barracas si tanto quieres hablar como porquera. —dijo antes de ver a Erzebet— Controla a tu hermana. No tengo intención de jugar a la paciencia. Nunca he sido bueno y detesto perder.
Tomando una promedio bocanada de aire, se inclinó hacia delante ligeramente para dirigirse a la universalidad de los presentes. Podía ser que la mitad estuviera constituida por sus parientes más cercanos y la otra por extranjeras, pero ante los ojos de Zaccharie, podía jugar con el destino de todos.
—Hace dos días teníamos los próximos años asegurados. Ayer no tuvimos nada. Hoy es la reconstrucción, porque están en mis manos. Y adivinen qué: me he tomado la libertad de idear un plan para cada uno de ustedes. Agradézcanmelo luego. —estiró una mano y acarició la cabeza de la pequeña Thylane no como si fuera su hermana, sino como un objeto de exhibición. Y vaya que lo era; parecía una belleza de porcelana. Verla dormir junto a sus muñecas era perturbador. Mismo rostro débil y angelical de su hermano.
En esa misma posición le echó un vistazo a Octavien, pero sin un rastro de ternura. Lo miró como a un enemigo derrotado, demasiado insignificante ya como para tomarlo por un adversario. La puesta en marcha de lo que había diseñado para él, eso podía jurar que no sólo levantaría el honor de la familia, sino que también le produciría una dicha inagotable.
—Sin embargo, antes quisiera escucharlas a ustedes, señoritas. Tienen bastante de qué hablarnos. Si el matrimonio se hubiera consumado, mi padre hubiera ganado a su ligera de lujo y ustedes dinero en demasía. —sonrió cómplice de sí mismo, apoyando al barbilla en una de sus manos— Pero ¡ah! Mi padre está muerto y bien muerto. Y aunque nuestro apellido sea el que está en peligro, ustedes, que están por su cuenta en este país, tienen bastante más que perder que nosotros. Sea que se vayan o no, nuestras posesiones seguirán allí. Nos costará el triple recuperar el honor y la gloria, pero con ayuda de mi plan, lo conseguiremos. En cambio, si despierto de mal humor y las echo a la calle con el mismo exhibicionismo con el que llegaron, no sólo no tendrán fortuna, sino que además perderán lo único que les queda: su valioso prestigio.
Sintió las miradas de repudio, sobretodo la de Octavien, quien más cerca de él estaba, pero que no tenía absolutamente ningún poder. Para la ley y para el orgulloso cazador sólo mandaba el heredero.
—Entonces, quiero saber qué utilidad son capaces de prestar para comer y vestirse bajo mi techo. Damas… las escucho.
—Brillante y bella mañana, ¿no les parece? Como penique nuevo —abrió sonriente y burlón la reunión. La respuesta de los rostros fue la esperada: cero— Veo que comparten el entusiasmo. No se preocupen; se les arreglará con las noticias que les tengo. —pasó una mirada por todos y se detuvo en Katya— Y tú, aprende a saludar como es debido a tus superiores. Te mandaré a las barracas si tanto quieres hablar como porquera. —dijo antes de ver a Erzebet— Controla a tu hermana. No tengo intención de jugar a la paciencia. Nunca he sido bueno y detesto perder.
Tomando una promedio bocanada de aire, se inclinó hacia delante ligeramente para dirigirse a la universalidad de los presentes. Podía ser que la mitad estuviera constituida por sus parientes más cercanos y la otra por extranjeras, pero ante los ojos de Zaccharie, podía jugar con el destino de todos.
—Hace dos días teníamos los próximos años asegurados. Ayer no tuvimos nada. Hoy es la reconstrucción, porque están en mis manos. Y adivinen qué: me he tomado la libertad de idear un plan para cada uno de ustedes. Agradézcanmelo luego. —estiró una mano y acarició la cabeza de la pequeña Thylane no como si fuera su hermana, sino como un objeto de exhibición. Y vaya que lo era; parecía una belleza de porcelana. Verla dormir junto a sus muñecas era perturbador. Mismo rostro débil y angelical de su hermano.
En esa misma posición le echó un vistazo a Octavien, pero sin un rastro de ternura. Lo miró como a un enemigo derrotado, demasiado insignificante ya como para tomarlo por un adversario. La puesta en marcha de lo que había diseñado para él, eso podía jurar que no sólo levantaría el honor de la familia, sino que también le produciría una dicha inagotable.
—Sin embargo, antes quisiera escucharlas a ustedes, señoritas. Tienen bastante de qué hablarnos. Si el matrimonio se hubiera consumado, mi padre hubiera ganado a su ligera de lujo y ustedes dinero en demasía. —sonrió cómplice de sí mismo, apoyando al barbilla en una de sus manos— Pero ¡ah! Mi padre está muerto y bien muerto. Y aunque nuestro apellido sea el que está en peligro, ustedes, que están por su cuenta en este país, tienen bastante más que perder que nosotros. Sea que se vayan o no, nuestras posesiones seguirán allí. Nos costará el triple recuperar el honor y la gloria, pero con ayuda de mi plan, lo conseguiremos. En cambio, si despierto de mal humor y las echo a la calle con el mismo exhibicionismo con el que llegaron, no sólo no tendrán fortuna, sino que además perderán lo único que les queda: su valioso prestigio.
Sintió las miradas de repudio, sobretodo la de Octavien, quien más cerca de él estaba, pero que no tenía absolutamente ningún poder. Para la ley y para el orgulloso cazador sólo mandaba el heredero.
—Entonces, quiero saber qué utilidad son capaces de prestar para comer y vestirse bajo mi techo. Damas… las escucho.
Zaccharie Chevigné- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 20/06/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Los ojos de la pequeña no se elevaron para ver el rostro de su hermano, ni cuando le habló, ni cuando se burlo por el hecho de Octavien no estuviese con ella, ni cuando le ordenó sentarse. Así, cabizbaja, solo se limitó a obedecer, sentándose con la delicadeza y suavidad que tan bien le habían instruido y acomodando las enaguas de su oscura vestimenta para aparentar perfección. La verdad de su interior, sin embargo, no podía encontrarse más apartada de lo que su exterior mostraba. La tristeza de la perdida se vio ligeramente ensombrecida por la decepción de no encontrar el más mínimo consuelo por parte de su hermano mayor. Le conocía pero aún así había esperado algún atisbo de consideración. Se prometió a si misma soportar lo que viniese con aplomo, como bien lo había dicho él era una señorita respetable y le debía obediencia, empero no pudo evitar levantar la mirada sorprendida al escuchar sobre la prohibición de acercarse a las hermanas Rumyantseva. Deseaba cuestionar sobre ese asunto, después de todo era su padre quien les había abierto las puertas y no comprendía las razones por las que su hermano ahora le negaba su cercanía. Pero, por supuesto, no abrió su boca más que para expulsar algo del aire que permanecía atrapado en sus pulmones. Poco a poco la estancia se fue llenando con los convocados. Primero Erzebet, quien le dedicó una cálida sonrisa, y luego la hermana de esta, quien no solo le sonrió sino que manifestó en voz alta la duda que carcomía a la niña en silencio. Aunque se sintió mal, Thylane no se atrevió a responder con gesto alguno las amables sonrisas por miedo a las consecuencias que esto pudiese traerle con Zaccharie.
Retorcía sus manos una contra la otra, en gesto nervioso mientras sus ojos enrojecidos saltaban sobre los presentes. Deseaba que todo eso no fuese más que un mal sueño, que pudiese de pronto despertar, correr hasta los brazos de su padre y fundirse en un consolador abrazo. Su garganta se cerraba otra vez y las lágrimas pujaban por aflorar cuando la puerta se abrió nuevamente. Suspirando aliviada Thylane se ancló a lo único que podía mantenerla a flote: la voz de Octavien. Esperaba que él se le acercara, pero en su lugar permaneció en el extremo opuesto, junto a la más joven de las Rumyantseva. Sin embargo le sonrió y eso le dio la fuerza que necesitaba para poder soportar lo que quedaba de la reunión sin hacer otro bochornoso número. Sintiéndose más fuerte esperó hasta que Octavien se sentó y Zaccharie tomó la vocería como el nuevo patriarca de la familia.
Thylane contuvo el aliento al escucha la manera burda y grosera en que su hermano mayor le hablaba a una invitada de la casa y luego tuvo que resistir el impulso de encogerse cuando él le tocó en la cabeza. Un escalofrío la recorrió ¿Cómo podía hablar de aquella manera? ¿Cómo podía ignorar la memoria de su amado padre y escudarse en un poder recién adquirido para amenazar a aquellas mujeres de esa manera? Algunas de las palabras por él dichas también resonaron en su cabeza. Thylane ignoraba por completo los detalles que rodeaban la muerte de su padre y no había pensado nunca en las razones por las cuales podría tener en un futuro próximo a Erzebet como madrasta. Para ella la justificación era clara, su padre se había enamorado y eso le alegraba el corazón a la pequeña. Ahora su incólume y perfecto mundo rosa se veía manchado de improviso por un manto de duda que incrementó su malestar ¿Sería esa la razón por la cual Zaccharie le había prohibido el contacto con ellas? Pero si eran tan amables ¿Cómo podía ser aquello cierto? Buscó en los ojos de Octavien algo que le indicara en que debía creer y esperó, conteniendo nuevamente el aliento, a que las aludidas respondieran a las crueles acusaciones y provocaciones.
Retorcía sus manos una contra la otra, en gesto nervioso mientras sus ojos enrojecidos saltaban sobre los presentes. Deseaba que todo eso no fuese más que un mal sueño, que pudiese de pronto despertar, correr hasta los brazos de su padre y fundirse en un consolador abrazo. Su garganta se cerraba otra vez y las lágrimas pujaban por aflorar cuando la puerta se abrió nuevamente. Suspirando aliviada Thylane se ancló a lo único que podía mantenerla a flote: la voz de Octavien. Esperaba que él se le acercara, pero en su lugar permaneció en el extremo opuesto, junto a la más joven de las Rumyantseva. Sin embargo le sonrió y eso le dio la fuerza que necesitaba para poder soportar lo que quedaba de la reunión sin hacer otro bochornoso número. Sintiéndose más fuerte esperó hasta que Octavien se sentó y Zaccharie tomó la vocería como el nuevo patriarca de la familia.
Thylane contuvo el aliento al escucha la manera burda y grosera en que su hermano mayor le hablaba a una invitada de la casa y luego tuvo que resistir el impulso de encogerse cuando él le tocó en la cabeza. Un escalofrío la recorrió ¿Cómo podía hablar de aquella manera? ¿Cómo podía ignorar la memoria de su amado padre y escudarse en un poder recién adquirido para amenazar a aquellas mujeres de esa manera? Algunas de las palabras por él dichas también resonaron en su cabeza. Thylane ignoraba por completo los detalles que rodeaban la muerte de su padre y no había pensado nunca en las razones por las cuales podría tener en un futuro próximo a Erzebet como madrasta. Para ella la justificación era clara, su padre se había enamorado y eso le alegraba el corazón a la pequeña. Ahora su incólume y perfecto mundo rosa se veía manchado de improviso por un manto de duda que incrementó su malestar ¿Sería esa la razón por la cual Zaccharie le había prohibido el contacto con ellas? Pero si eran tan amables ¿Cómo podía ser aquello cierto? Buscó en los ojos de Octavien algo que le indicara en que debía creer y esperó, conteniendo nuevamente el aliento, a que las aludidas respondieran a las crueles acusaciones y provocaciones.
Thylane Chevigné- Humano Clase Alta
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 03/05/2014
Re: Resurrección - Rumyantseva/Chevigné
Siempre que le tocaba ver a los hermanos Chevigne se preguntaba cómo era que ambos habían nacido de las mismas personas. Octavien era un hombre encantador, que por extraño que pareciera le hacía sentirse terriblemente culpable de querer adquirir la fortuna de ellos y aunque no habían estado tan cerca como para conocerse o siquiera hablar, se dirigía a ella de manera sumamente amable. No respondió a su ofrecimiento de tomar asiento, sino que permaneció expectante mientras todo comenzaba a desarrollarse.
Katya miro con ira contenida a aquel de nombre Zaccharie. La rusa ni siquiera se había dirigido a él directamente y ya tomaba las cosas demasiado personal, como si ser rico y atractivo pudiera darle el derecho de hablarle de esa manera. Contuvo el deseo de responderle e incluso el de acercarse a darle su merecido; estaban en París solas y a merced de lo que ellos decidieran así que simplemente no podía darse el lujo de seguir siendo tan descuidada. Su semblante se suavizo un poco y se concentro primero que nada en escuchar lo que aquel hombre tenía por decirles. ¿Cuál era el motivo de que les citara a todos? De alguna manera eso podía ser una buena señal, de no ser por el ligero detalle de que no parecía ser muy agradable.
Todos los asistentes mantuvieron el silencio y cada uno expreso a su manera la sorpresa porque aquel sujeto dijera ya tener que hacer para cada uno de ellos. Katya no creía del todo que eso las incluyera a ellas, de hecho, ya comenzaba a imaginarse que serían echadas de aquella mansión y entonces no les quedaría nada más. Los Rumyantseva serian pobres y la vida como la conocieran antes se convertiría en un mero sueño demasiado lejano. Para empeorar la sensación de que eso era lo que sucedería, Zaccharie lo confirmaba de cierta manera con sus palabras. Con ojos abiertos y confusión en la mente, pensando de que manera debía proceder, Katya miro en dirección a Erzebet solo para llevarse la sorpresa de que sin decir palabra alguna, su hermana abandono aquel cuarto de reunión. La sorpresa por ese acto la dejo más confundida e incluso mucho más muda que nunca en su vida. Era necesario que decidiera de que manera proceder y para comenzar tenía dos opciones; la primera era irse detrás de su hermana y aceptar la pobreza, convertirse en una persona de clase baja y vivir una vida completamente diferente a lo que acostumbraba así que lo mejor sería tomar la segunda parte de todo aquello, lo cual consistía nada más y nada menos que en quedarse.
La rusa dirigió su mirada en dirección al mayor de los Chevigne y levanto la cabeza con orgullo. Se encontraba dispuesta a hacer lo que fuera para quedarse en aquel lugar.
– Al parecer mi hermana ha tomado una decisión que no piensa compartir con todos nosotros – ignoro la manera en que podían observarle tanto la pequeña como Octavien, se concentraba solamente en el mayor de aquella familia – Por mi parte y creo que debería ser algo que sospechas, puedo ser de bastante utilidad y solo es necesario que digan que es lo que necesitan – ¿Estaba entregando su libertad al demonio? De cierta manera así era, pero eso era lo de menos, ella no pensaba ser miserable el resto de su vida – Así que, si tienes algún plan para mi desde ahora quisiera conocerlo – Ella no se lanzaría a la pobreza como Erzebet, trataría de sacar provecho como fuera.
Katya miro con ira contenida a aquel de nombre Zaccharie. La rusa ni siquiera se había dirigido a él directamente y ya tomaba las cosas demasiado personal, como si ser rico y atractivo pudiera darle el derecho de hablarle de esa manera. Contuvo el deseo de responderle e incluso el de acercarse a darle su merecido; estaban en París solas y a merced de lo que ellos decidieran así que simplemente no podía darse el lujo de seguir siendo tan descuidada. Su semblante se suavizo un poco y se concentro primero que nada en escuchar lo que aquel hombre tenía por decirles. ¿Cuál era el motivo de que les citara a todos? De alguna manera eso podía ser una buena señal, de no ser por el ligero detalle de que no parecía ser muy agradable.
Todos los asistentes mantuvieron el silencio y cada uno expreso a su manera la sorpresa porque aquel sujeto dijera ya tener que hacer para cada uno de ellos. Katya no creía del todo que eso las incluyera a ellas, de hecho, ya comenzaba a imaginarse que serían echadas de aquella mansión y entonces no les quedaría nada más. Los Rumyantseva serian pobres y la vida como la conocieran antes se convertiría en un mero sueño demasiado lejano. Para empeorar la sensación de que eso era lo que sucedería, Zaccharie lo confirmaba de cierta manera con sus palabras. Con ojos abiertos y confusión en la mente, pensando de que manera debía proceder, Katya miro en dirección a Erzebet solo para llevarse la sorpresa de que sin decir palabra alguna, su hermana abandono aquel cuarto de reunión. La sorpresa por ese acto la dejo más confundida e incluso mucho más muda que nunca en su vida. Era necesario que decidiera de que manera proceder y para comenzar tenía dos opciones; la primera era irse detrás de su hermana y aceptar la pobreza, convertirse en una persona de clase baja y vivir una vida completamente diferente a lo que acostumbraba así que lo mejor sería tomar la segunda parte de todo aquello, lo cual consistía nada más y nada menos que en quedarse.
La rusa dirigió su mirada en dirección al mayor de los Chevigne y levanto la cabeza con orgullo. Se encontraba dispuesta a hacer lo que fuera para quedarse en aquel lugar.
– Al parecer mi hermana ha tomado una decisión que no piensa compartir con todos nosotros – ignoro la manera en que podían observarle tanto la pequeña como Octavien, se concentraba solamente en el mayor de aquella familia – Por mi parte y creo que debería ser algo que sospechas, puedo ser de bastante utilidad y solo es necesario que digan que es lo que necesitan – ¿Estaba entregando su libertad al demonio? De cierta manera así era, pero eso era lo de menos, ella no pensaba ser miserable el resto de su vida – Así que, si tienes algún plan para mi desde ahora quisiera conocerlo – Ella no se lanzaría a la pobreza como Erzebet, trataría de sacar provecho como fuera.
Leonora d'Epirro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 04/01/2014
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