Jugarretas. || Privado.||

Había memorizado el nombre de aquella mujer que le había llegado en el pergamino, tenía aproximadamente un par de meses y él no había dado respuestas acerca de aquél encargo. Cada noche le preguntaban lo mismo y siempre intentaba irse por la tangente, esperando que se les olvidara el tema, pero sabía que eso realmente era casi imposible, siempre se acordaban de todo, pues tenían las bitácoras exactas, aunque no sabía como era que sabían de ella. Salió de aquella junta con las ideas revueltas en la cabeza mientras ideaba un plan mejor, aunque no lo tenía, sin embargo todavía no sabía porqué le seguía carcomiendo aquella culpa después de tanto tiempo, tomo su saco y abandonó el lugar, necesitaba estar solo para despejarse, aunque ya tenía el ultimatum, tenía que tener pruebas de que la había aniquilado o alguien más se encargaría del trabajo, en ese momento fingió indiferencia, había tenido demasiadas misiones como para que siguieran exigiendo más, aunque sería verdad, esta era la primera que le quitarían por no haberla cumplido en el tiempo establecido.

La zona de bosques parecía ser segura para él, aunque no del todo, ahora debía comenzar a cuidar las espaldas, sin embargo a pesar de toda la investigación que había realizado no sabía si ella había cometido alguna ofensa en contra de la Iglesia, o era de esas muchas que mandan matar sólo por el hecho de ser sobrenaturales no arrepentidos. Se subió a la rama de un árbol y se puso a ver a lo lejos, mientras los pensamientos se iban acumulando unos tras otros, hasta formar ideas más concretas, y con ello los recuerdos iban aflorando a lo que ahora le hacía arrepentirse, tenía que haberla matado cuando le habían convertido, pero la había dejado vivir, tal vez el peor error que había cometido en todos los años que llevaba, ¿Su excusa? Había sido la primer misión que le dejaban y realmente nunca había estado arrepentido de ser lo que era, y no le robaría aquello a alguien que podría experimentar lo que era tener todo y a la vez nada, además de que tenía un remordimiento por no haber matado antes a aquél vampiro, con unas horas antes ella no hubiera tenido que enfrentar la inmortalidad.

Un puro encendido es lo que logra abstraer a Burke de sus propios pensamientos, haciendo que regrese a la realidad de aquél espeso bosque, mientras observa una silueta a lo lejos aparecer, aunque no está prestando demasiada atención a la misma, simplemente deja que corra, si se lo propusiera podría defenderse incluso en el último momento, pero tampoco es que se vaya a esconder, tendrá que decidir y al final, sabe que se va a decantar por su propia vida, tal vez es momento de que los errores del pasado sean subsanados, aún así la mente sigue yendo y viniendo sin sentido. Baja del árbol y comienza a caminar cuesta arriba, mientras bloquea sus pensamientos, sabe que es un arma letal, cualquiera de la Inquisición que estuviera cerca sabría de aquél dilema interno y no se lo podía llegar a permitir.

Noche de luna llena en París. Una luna hermosa que bañaba con su luz cada rincón de su mansión llena de ventanales. Afuera había algo de viento, pero no estaba frío. El claro cielo nocturno invitaba a olvidar que las noches de luna llena pertenecían a los licántropos y a salir a dar una vuelta luego del encierro diurno. Seducida por la noche, Summer se puso un coqueto vestido celeste por comodidad y salió a dar una vuelta por los bosques linderos a su “hogar”. Iba despacio, disfrutando del aire fresco y buscando libélulas que la sorprendieran en en el camino, como ocasionalmente ocurría. Sabía adónde iba. No tenía prisas y solo un motivo para ir hasta ahí: la vista.

Corrió los últimos cientos de metros por simple placer. Su risa resonaba en el bosque. ¿Por qué estaba tan feliz? Ni idea. Era uno de esos días en los que su humor cambiaba radicalmente y sin razón. Esta vez, por suerte, para bien. Apenas sorteó los últimos árboles pudo verlo. La tierra terminando abruptamente para dar paso a un alborotado azul marino, que en alguna parte, difícil de distinguir por momentos, se unía con el tono casi negro del cielo. La rubia tomó asiento en el borde del acantilado y dejó las piernas colgando. En momentos de tanta paz solía recordar a su familia. Y esa vez no era diferente. ¿Cómo habría sido su vida si no la hubiera mordido aquél extraño vampiro, extravagante en su forma de ser y de vestir como muy pocos? ¿Por qué, por lo menos, no se había quedado a ayudarla con su nueva condición? Entendía que no quisiera verla si el resultado fuera un vampiro despiadado como el que ella misma había creado, pero ella no era así… no tanto. Sí, estaba su época oscura. ¿Cómo olvidarla?

Aquellos tiempos en los que era muy joven para andar por su cuenta, muy temerosa, ignorante de muchas cosas útiles. La sabiduría del barrio en que nació humana (robar sin ser vista u oída, cuidar de los enfermos, coser, cocinar, entre otros) poco le sirven ahora que es inmortal. Por eso fue tan fácil tentarse a aceptar la oferta del viejo vampiro que vivía en el cementerio con otras como ella. Al principio creía que sería fácil adaptarse, ser tan sádica, manipuladora y asesina como ellos. El tiempo probó lo contrario y, cuando por fin se vio despojada de la protección y obligaciones que el vampiro le brindaba, ya sus manos estaban más que teñidas en experiencia y sangre.

Los recuerdos van y vienen pero la melancolía la esquiva galantemente. Ha aprendido a ignorarla. Lo que no puede obviar, sin embargo, es la sensación de ser observada. Puede ser un animal, un fantasma o puede ser su imaginación. No se va. Summer se gira, justo para escuchar el ruido del quiebre de una rama. Eso no lo imagina, una pisada; no está sola. -¿Quién anda ahí?-pregunta con voz autoritaria, tenso cada músculo de su cuerpo. –Sal y da la cara-desafía.

Sigue aquél camino, no sabe en verdad hacia donde sus pies van, sólo se quiere cansar lo suficiente para que llegue exhausto a su casa, esperando que alguien más se encargue de limpiar lo que ha hecho mal, aquello le cala, pues nunca había tenido que recurrir a eso, y sobre todo, se sentía imperfecto, como nunca le había gustado sentirse, era como si algo le faltara, como si su pirámide se desmoronara, haciendo que el propio altar que se había construido fuera derrumbado por un montón de idioteces, pero sobre todo por la culpa, algo que generalmente no experimentaba, pero que hoy estaba ahí latente, como si fuera el karma que se le devolvía por todo lo que había hecho sin pensar en las consecuencias que podía acarrear para después.

Se detuvo casi al instante cuando el olor conocido le había invadido las fosas nasales, frunció el entrecejo, aquello debía ser una broma cruel que le estaba jugando el mismo Satán para tentarlo, para hacerle ver su suerte, tal vez ya había dejado de ser uno de sus hijos favoritos, pero no recordaba haber hecho nada para merecer haber sido arrebatado del infierno donde vivía y donde le gustaba estar. Enarcó una de sus cejas mientras la mujer hablaba. ¿En serio estaba diciendo esas cosas? Resopló con cierta resignación, no es que siempre la hubiera seguido, pero en ese tiempo se había dado cuenta como se había forjado, las investigaciones eran lo que siempre dejaban, mucha información, que siguiendo los indicios correctos te podría llevar a una verdadera mina de oro.

-Nadie se está escondiendo, simplemente estoy llegando.- Mencionó sin más, dejando que los rayos del la luna lograran iluminarle mejor para que pudiera verlo. -Así que baja un poco tu mal humor, que parece que la luna llena te afecta tanto como a los perros.- La sonrisa torcida se había dibujado en sus labios casi de inmediato, mirando aquél rostro que parecía el de una persona que está en una transición, la estúpida etapa en donde no se es nada, ni mujer, ni adolescente y mucho menos niña, pero con ese gesto tan endurecido que le daba su condición, una mezcla bastante interesante. -¿Compraste el acantilado o puedo seguir mi camino?- No se quedaría mucho tiempo ahí, era peligroso, aunque no tanto para él, mucho para ella, tal vez podría decirse que era su oportunidad, quizá la última o la primera, todo era un verdadero albur.

Primero escuchó su voz. Clara y grave; mucho más dulce que sus palabras burlonas aunque igual de atractiva. Le hablaba como si la conociera de siempre, mas cuando la luz de la luna le dio un resplandor blanquecino a su piel y sus facciones fueron distinguibles, supo que no podría haber olvidado ese rostro. Era de rasgos finos y masculinos que podrían haber estado perfectamente tallados en piedra. No tenía aspecto de ser hombre de risas, lo que contrastaba con su ánimo burlón y con el hecho de que aún no había intentado atacarla. En cualquier caso, solo le daba para subir más la guardia frente al atrevido desconocido, uno de los pocos –sino el único- que la enfrentaba de esa forma, sin importarle que fuera mujer, vampira, hermosa, analfabeta o el adjetivo que mejor sirviera de pretexto a la persona de turno.

Lo segundo que notó fue su frase sobre los perros en luna llena. ¿Un vampiro? Solo uno podía tener tantas agallas como falta de cordura, uno muy especial. Ella apretó la mandíbula, reprimiendo el enseñarle los colmillos. Estaba segura de que era un muerto viviente, un siervo de la noche como ella, pero iba a evitar ser tan ruda... por el momento. –Adelante-dijo, haciéndose a un lado e indicándole el camino, uno que terminaba en una abrupta caída de varios metros hasta el agua helada y revuelta, una irónica invitación a que se perdiera de su vista-ya que tanto apuro tienes.

Summer pasó a su lado y se acercó al margen del bosque, donde la oscuridad que amenazaba con tragarse  tanto a los vivos como a los muertos la hacía sentir más segura, a resguardo de la penetrante mirada del vampiro. –Pero te lo advierto, el agua es hostil y traicionera a medianoche-se burló con media sonrisa, reclinándose sobre el tronco de un árbol con los brazos cruzados y la vista fija en el objeto de su desconfianza. Su color de ojos era difícil de distinguir a distancia y en penumbras, pero se los podía imaginar grises. ¿Por qué? Si lo veía bien y a cierto ángulo la embargaba una sensación de déjà vu tan lejana como si hubiera visto su rostro borroso en otra vida, mucho tiempo atrás. Entrecerró los ojos, concentrándose en recordarlo, pero nada vino a su mente. Finalmente, desvió la mirada, frunciendo los labios. Tan acostumbrada estaba a la soledad que las incertidumbres de su presencia la molestaban.

Siempre había sido así la vampiresa, a pesar de todo había seguido sus pasos, de lejos o de cerca, por medio propio o por algún enviado que le ayudaba en la tarea de ocultar aquellos secretos pero que siempre terminaba muerto, pues al final no se podía confiar de absolutamente nadie y menos cuando la Iglesia le seguía los pies tan de cerca, buscando cualquier punto para poder deshacerse de él, hasta ahora no les había dado el gusto. Miró a la rubia con la sonrisa dibujada en los labios mientras se asomaba por el acantilado, parecía que el agua se mostraba embravecida, queriendo terminar con cualquier que osara a bajar para tratar de apaciguarlo. Se giró hacia ella mirando sus ojos mientras analizaba la situación.

-¿Bajar? Realmente no le tengo miedo por muy traicionero que sea, al final no creo que me pase demasiado, tengo un pacto con el diablo, nos veremos cuando ya no tengamos deudas pendientes, por el momento él me deja en paz y yo no lo persigo.- Su voz sigue con aquél mismo tono que había usado siempre, podía decirse que tal vez era una parte de él, aquella firma que no lo dejaba en ningún momento. -Pero parece que tú si le tienes cierto miedo a este tipo de cosas o ¿No? ¿Por qué tan lejos? ¿Acaso no te gustan las aventuras?- Cuestiona con la sonrisa torcida, acercándose hacia ella. -¿Le da miedo el agua cuando parece que nada la ha calmado y quiere vengarse de cualquiera que ose entrar en ella?- Ladea la cabeza terminando por quedar casi delante de ella, sacando uno de sus puros, el cual encendió y soltó el humo hacia el rostro ajeno, sin importar si le molestaba o no.

Había conocido a dos tipos de vampiro en su vida: los serios e intelectuales, tan muertos por dentro como por fuera, y los locos, que poco temían a las consecuencias y desvariaban en sus propios delirios, porque, probablemente, la eterna soledad era demasiado peso para que sus frágiles mentes lo soportaban. Siempre se preguntó si no vendría uno antes que el otro. Los más jóvenes aún tenían espíritu para soportar la condena, mas tarde o temprano caerían en las garras de la locura, al darse cuenta de que, para aquellos cumpliendo sentencia en un infierno terrenal, había tanta esperanza como los que se retorcían entre las llamas del inframundo. “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!” rezaba la puerta al infierno dantesco. Algunos demorarían más que otros en verlo, pero tarde o temprano los años harían mella, tanta que fuera imposible de ignorar.

Hasta que el misterioso desconocido caminó hasta el borde del acantilado, con algo de esfuerzo podría pensar que era joven; aún un inocente cuerdo como ella, intentando moverse por la noche sin memoria. Fue cuando empezó a hablar que se dio cuenta que era del segundo tipo de vampiros. –Parece que el diablo y tú son grandes amigos, ¿eh? Le daré un consejo: hay amistades que no son de fiar –advirtió con media sonrisa, observándolo desde su posición en una soberbia defensiva.

No mueve ni un músculo aún cuando encuentra su debilidad tan fácilmente. ¿Cómo sabía que le tenía miedo a la inclemente tempestad de la marea? Imposible que lo supiera, sólo podía estar tanteando y no iba a darle el lujo de entregarle uno de sus mayores miedos en bandeja. Su respiración se corta. No quiere ni siquiera el humo que sale entre sus labios de forma tan irritante y provocativa. –No encuentro placer alguno en arruinar uno de mis vestidos más cómodos. Pero sí lo encuentro en tener mi espacio personal.

Escucha cada una de sus palabras, sobre todo observa aquél gesto que se dibuja en las facciones de la rubia, como si nada fuera capaz de perturbarla, tal vez había perdido la inocencia que hacía muchos años le fue tan característica, pero eso ya no importaba, le había perdido el rastro en los últimos años, no sabía nada de su vida, tampoco es que le interesara, pero el rostro de ella no lo había olvidado, era el más grande error cometido en su vida y en ese momento no quería remediarlo, era su forma de ser rebelde con la Inqusición, de demostrar que él seguía mandando en su vida a pesar de todo, se había alejado por lo mismo de siempre, si la encontraban los matarían a ambos, no cuidaba su vida, cuidaba la propia, ella no le importaba en lo más mínimo.

-El diablo y yo hemos hecho un pacto, así que no me haga dudar de mi amigo, ya sabe que hay amistades en donde si le hace algo a uno, responden todos, él así es conmigo.- Se le quedó viendo, la diversión estaba dibujada en sus ojos y en sus labios, mientras ella intentaba seguir siendo aquella fémina fuerte y de carácter reacio que pocas veces se entregaba a la infortunia de hacer lo que no desea. -Yo creo que usted simplemente viene a ver quien cae en sus encantos, para que se terminen aventando por el acantilado, que le da miedo asomarse para no ver las almas que ha mandado a la perdición, pero...- Se quedó callado un momento y se asomó como si la altura fueran apenas unos cuantos metros. -Pero creo que ya no hay almas errantes, aunque quizá quieras verlo de cerca.- Siguió con aquella insistencia, mientras le miraba de arriba a abajo, recorriendo con lascivia el cuerpo contorneado por sus curvas. -¿Será? Eso no lo creo, siempre te lo puedes quitar, te aseguro que las vistas serán mucho mejores si lo haces.- El recato y el tacto nunca habían sido palabras que Burke estuviera meditando constantemente, ni siquiera los tenía en cuenta, así que le daba igual lo que pudieran llegar a pensar de él. -¿Entones el vestido es un impedimento o sólo un pretexto?- Ladea la cabeza, quitando su camisa, él se aventaría, viniera ella o no, eso ya estaba decidido.

El bosquejo de una pequeña sonrisa apareció en su rostro. ¿Qué podía hacerle el diablo? A ella, que ya lo había perdido todo a manos de una maldición tan oscura como una noche eterna. Tarde o temprano todo vampiro caería en el lugar de los desalmados y satanás no tendría piedad con ninguno de ellos. Tuvieras diez, veinte, cientos o ningún muerto a cuestas, el pecado era el mismo: ser desalmado y evadir la muerte como Dios manda. Por eso el esfuerzo de querer resistir una naturaleza tan inevitable como que saliera el Sol cada mañana siempre le había resultado estúpido. Esto no era el purgatorio, era el limbo.

La principal herramienta de caza y lo único "bueno" que le había dejado esa maldición era su belleza. Perdición de muchos, sí. Oírlo de labios ajenos siempre era un gusto. Infinitas veces la había salvado también. La seducción era su poder y quedaba encantada cada vez que podía usarlo para alguna travesura, aunque aún no se le había ocurrido tirar a nadie por el acantilado.

Su laciva mirada sobre ella le resultaba algo incómoda. Sabía que ese vestido dejaba demasiados contornos de su cuerpo expuestos. Le gustaba que la admiraran, imposible negarlo, pero era muy tímida con algunas zonas de su cuerpo. Para rematar, se quitó la camisa, como si sus palabras, mirada y cercanía no la intimidaran lo suficiente. No era una mala vista en realidad... Tenía buen cuerpo, incluso para ser vampiro. El calor ascendió por sus mejillas enseguida. Genial. Ladeo el rostro para no verlo (e intentar ocultar ese recurrente problema de las mejillas delatoras) y carraspeó, intentando llamar su atención. -Ambos. De verdad no quiero saltar, gracias-estiró una mano aún sin verlo, buscando empujarlo por el hombro para poner distancia. Quizás fuera la diferencia de alturas, quizás fueran sus nervios, pero terminó tocando más piel y músculo de lo deseado. Y su piel era más calida y suave de lo esperado... Retiró la mano enseguida y se escabulló lejos de él, inevitablemente más cerca del borde del abismo.

-Pero vamos, salte. Yo le observo-dijo. ¿Yo le observo? ¿Acaso iba a dejar de meter la pata algún día?