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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Guillaume de Beaune Vie Oct 06, 2017 2:31 am

Quizá no soy yo el hombre mejor estudiado, ni mucho menos gozo de las riquezas de otros caballeros de mi edad; tampoco conocí madre o hermanos de sangre. Yo he ignorado todas esas cosas, sí, pero no representan en mí ninguna desventaja ante el resto, ni siento complejo por semejantes circunstancias. Gracias a esas (supuestas) faltas, aprendí sobre el culto a los libros y fue, justamente, porque gran parte de mi infancia transcurrió dentro de un monasterio, y me permitieron distraerme con un sinfín de escritos que, aún en mis veintisiete años, considero maravillosos. Tanto fue mi afán por la literatura que, a estas alturas, sigo pretendiendo convertirme en un escritor de altura. Lo estoy consiguiendo, desde luego. Sin embargo, no siempre puede uno hacer lo que quiere, y mucho menos si no está en el estatus social adecuado (¡cuánta hipocresía!).

Mi padre (adoptivo, debo aclarar), se dedica a negocios nada sacros, y antes de tener ese trabajo nefasto, tampoco hacía cosas... decentes. No critico a la Inquisición, pero, sería hipócrita de mi parte defender la labor que realizan, sabiendo que no son dignos. Quizá hasta pude terminar yo involucrado, sin embargo, Ernest huyó de las filas inquisitoriales antes, y que sea un sicario no lo hace menos mártir. Por suerte de mi bienestar mental, soy una persona poco dada a los resentimientos sociales, o cómo quieran llamarlo. Yo los denomino de esa manera porque, como sabrán, hay individuos que sí se preocupan por la imagen de sus padres, familiares, y así... No los juzgo, simplemente me parece una pérdida de tiempo, aun así, mis recientes discusiones con Ernest no están muy lejos de relacionarse con esos resquemores.

Cuando él me bautizó Guillaume de Beaune, lo hizo con la intención de que yo siguiera sus pasos. ¿Qué puedo decir a mi favor? En un principio lo hice, pero ya luego me aburrí, y terminé escribiendo para un diario local. Hacer lo que me gustaba desde niño, eso sí que me hacía sentir especial. ¿Y luego? Las cosas no salieron tan bien, y ahora estoy en una situación vergonzosa, haciendo cortes limpios, con un cuchillo lo suficientemente afilado. Porque cortar con uno de filo estropeado es un hastío. ¡No saben la cantidad de problemas que me han dado! Termino hiriéndome los dedos, y no consigo una limpieza adecuada en mi trabajo...

¡Odio cortar patatas con cuchillos sin filo! Es lo peor que le puede pasar a un cocinero, y yo me considero muy bueno en la cocina, entre otras cosas, claro. ¡Sí! Así he terminado, porque a Ernest se le ocurrió darme un castigo nada afable: conseguirme un nuevo empleo. Y no, no es broma, tampoco seré cocinero, aunque esté a punto de serlo, porque así puedo concentrarme mejor.

Dejando a un lado las retahílas insignificantes, que no son el objetivo de mi relato, les contaré el porqué de todo esta verborrea. Seré breve y específico. La verdad no sé por qué a mi padre se le ocurrió que yo, Guillaume, el ser más distraído sobre la faz de la Tierra, sería un buen guardaespaldas. No es que sea malo en ciertas actividades, es que tampoco me entusiasma la idea, y menos sabiendo que a quien debo escoltar, aparte de ser licántropo e inquisidora, no necesita que alguien la cuide. ¿Quién hace estos chistes tan poco graciosos? Una persona con cero sentido del humor, obviamente. Y por eso estoy en una cocina cualquiera, cortando patatas para no desviar mi atención a la imaginación.

—No se moleste, señora ¿Gertrudis? Es que... me gusta ayudar en labores domésticas. Ya sé, ya me voy —expliqué, con una sonrisa rígida, antes de salir prácticamente corriendo de la cocina—. ¡Ya dije que lo siento! Qué genio... —farfullé, mientras intentaba, inútilmente, acomodarme el patético traje que debía usar. Pero no terminé, porque ahí estaba ella... mi jefa—. ¿Gertrudis es soltera, verdad? Se nota. Sí, que debemos salir, y no sé a qué parte... ¿No está muy ligera de ropas, mi señora cuyo apellido nunca recuerdo?

¿Quieren que les cuente un secreto? Me gusta hacerme pasar por un reverendo idiota, y lo hago bastante bien, ¿verdad?

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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 3:43 pm

¿Quién me iba a decir que convertirme en la líder de una facción de la Inquisición me iba a suponer enemigos...? Era un razonamiento tan, pero que tan complicado que no habría sido capaz de llegar yo sola a él sin ayuda de otros inquisidores y miembros de la Iglesia varios recordándomelo, ¡muchas gracias por vuestro apoyo! Aunque lo cierto era que ¿cómo podía ser eso así? ¡Si la Iglesia jamás había hecho ninguna cosa mala y la Inquisición era adorada y apoyada por toda Europa! Y, es más, ¡si no había nada de competitividad entre los inquisidores, muchos de ellos deseosos de mi puesto y otros tantos que creían que no lo merecía por tener pechos! También estaba el hecho de que era un secreto a voces que había asesinado a mi padre, cuyos crímenes nadie parecía recordar porque ¿para qué considerar que un inquisidor pudiera cometer pecados? ¡Si eso sólo parecía reservado a alguien como yo! Y, así, más o menos, habían sido casi todas las conversaciones que había tenido los últimos días en el seno del Santo Oficio, eso cuando había podido salir de mi casa porque los informes no me habían mantenido más ocupada de lo que deberían. No dejaba de ser curioso que, para poder contar con los dedos de dos manos las veces que había salido del lugar en el que (apenas) vivía, los continuos recordatorios de que estaba en peligro no dejaran de llegarme, alguno de ellos hasta por carta: fue ese, en concreto, el que me hizo arrojar al fuego la misiva y tomar una decisión que era una tontería, lo sabía de antemano, pero ¿qué otra opción tenía? Así pues, después de mucho buscar y de seguir consejos que en realidad ni me iban ni me venían, opté por contratar a alguien que se suponía que tenía que protegerme, sin entrar otra vez en ese eterno (y yermo) debate sobre cómo de bien podía cuidarme yo solita a mí misma. Dado que yo debía de ser la única que lo creía, ¿tenía algún sentido planteármelo, siquiera...? Probablemente no; por todo eso, contraté a alguien, sí, pero, para mi desgracia, era tan inteligente como real el peligro que me amenazaba, nada en absoluto, así que así habíamos terminado: él con comentarios ingeniosos y yo con la palma de la mano en la frente, esperando haber oído mal.

– Gertrudis tiene muy poquita paciencia con quien no se la merece, y estoy bastante segura de que meter las narices donde no te llaman no es algo que te vaya a hacer ganar su simpatía. Ni la mía, tampoco, porque te parecerá bonito echarle en cara a tu jefa, la señorita Zarkozi, que vaya ligera de ropa cuando se está dirigiendo a la carpa de un circo, Guillaume.

Sonaba casi aburrida, o al menos eso esperaba, porque la otra opción era abofetearlo y echarlo de mi casa. Tuve que obligarme a recordar que lo necesitaba para que la Iglesia dejara de meterse tanto en mi vida, no del todo porque jamás lo conseguiría (para mi eterna desgracia, otra herencia desagradable que le debía al maldito Gregory Zarkozi), pero sí lo suficiente para poder administrar mi tiempo un tanto mejor y poder disfrutar de... ¿De qué? ¿De libertad? ¡Ja! Lo que siempre había deseado, por lo que había huido de un cautiverio y había terminado infectada por la maldición de la licantropía, cada vez se me antojaba más lejano, y eso que hasta había matado a mi padre por conseguirla de una vez por todas. ¿No era irónico? Desde luego, y también otra serie de calificativos en los que no iba a entrar, así que decidí hacerle un gesto a Guillaume para que me siguiera porque, sí, nos íbamos al circo gitano, donde se encontraba uno de los informadores que había encontrado para una próxima y potencial misión. Durante el camino, que recorrimos en un carruaje alquilado para la ocasión (deseaba ser lo más anónima posible, algo difícil cuando me acompañaba un hechicero vigilante que parecía bastante torpe), él no dejó de hablarme, lo cual empeoró mi ya de por sí sempiterna migraña, y cuando llegamos casi tuve que ordenarle que mantuviera la boca cerrada mientras preguntaba por la gitana que iba a hablarme de los vampiros que conocía y que se encontraban cerca de la ciudad. No se me escapó la mirada extraña que me lanzó el hombre al que le pregunté, y durante el camino a la vivienda de la joven me sentí observada por todo el campamento, pero no le di mayor importancia hasta que no nos encontramos frente a ella y el mal presagio se intensificó completamente. Se me daba, sin embargo, demasiado bien disimular, sobre todo teniendo en cuenta mi mala reputación, y fui capaz de hacerlo durante toda nuestra conversación, incluso cuando ella intentó pillarme por sorpresa y atacarnos a los dos, Guillaume y yo. Gracias a ello, pude esquivarla y quitarle la daga, aunque no antes de que él resultara herido, y cuando la tuve inmovilizada le di un golpe en la cabeza y me giré para mirarlo, con los ojos entrecerrados.

– Se supone que te pago para que no me pase esto y para que, si pasa, te ocupes tú. ¿En qué demonios estabas pensando!
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Mensaje por Guillaume de Beaune Lun Nov 06, 2017 12:31 am

Era bastante obvio que mi comportamiento la disgustaba, ¿y a quién no? Incluso a mí mismo solía importunarme un poco. No lo hacía porque me salía natural, sino por fastidiar, tan simple como eso. Tenía yo una capacidad horrorosa de incordiar a otros cuando me lo proponía, incluidos a mi padre y amigos. Se sentía bien, o era eso lo que me dictaba la perversidad de la que todos somos amos y señores, y que al final termina gobernándonos, porque ceder a las tentaciones es algo muy complicado, hasta para los señores que pretenden cumplir las leyes divinas al pie de la letra... Y me estoy desviando del objetivo de este relato. No es culpa mía desvariar tanto, sobre todo cuando me siento como un animal salvaje enjaulado. ¿Cómo no compararme como tal? Siento que Ernest atacó un punto débil en mí, y me desagrada. Sin embargo, tampoco voy a frustrarme. Soy de los que le sacan provecho a cualquier situación, y esta no es ninguna excepción.

Por eso cuando la señorita Zarkozi me replicó, muy agotada de mis comentarios carentes de sentido, reí internamente ante mi pequeña victoria, aunque supe disimularlo bastante bien: alcé mis hombros, hice una mueca, me froté las manos y sonreí, con esa picardía tan molesta. Desde luego, mi sonrisa iba dirigida a la crítica de su vestuario. Es que, a ver, ¿a quién se le ocurre ir a un circo así? Si se pretende seguir con un objetivo, lo mejor es pasar desapercibido, y ya de eso tengo bastante experiencia. He conseguido que mis compañeros de oficio tengan un largo historial de victorias (asesinando personas), gracias a mi habilidad para engañar. Pero eso era algo que ella no sabía, así que no me iba a molestar en contarle toda la historia. Simplemente me preparé para lo peor, porque contaba con la ligera probabilidad de que algo iba a salir mal. Ventajas de ser un hechicero, modestia aparte.

Cuando el silencio fue lo bastante incómodo, tuve que seguirla. Ese gesto suyo me hizo sentir como un perro de compañía, e inmediatamente recordé a mi Rex. Esperaba que estuviera bien, aunque de seguro que sí lo estaría; era un perro demasiado astuto para ser real, y me tranquilizaba también el hecho de que estaba en buenas manos. No pretendo ser muy emocional, porque a veces siento que carezco de eso, pero extrañaba a mi compañero de cacería y de largas horas de escritura, sólo con la vigilancia de la luz vacilante de una vela... ¿Por qué no sacar de esa nueva misión una historia?

Pensé en guardar silencio durante todo el recorrido, pero me fue imposible, y era precisamente por el sucio interés de hallar pistas, y nuevas ideas para escribir algo, apenas tuviera un poco de tiempo libre. ¿Cómo creerá el lector que iba a desviarme de mis intenciones reales de convertirme en un gran escritor cuando estaba a punto de lograrlo? Ni siquiera actuando como un escolta de mediocre categoría iba yo a cambiar de planes. Además, mi objetivo era aún peor que ese...

Como la señorita Zarkozi se mostraba aburrida de mis comentarios huecos, aproveché para inducirla a un estado de hipnosis, propio de un ilusionista adiestrado, y sin ser demasiado egocéntrico, yo había aprendido a educar la técnica muy bien, sobre todo cuando me subestimaban lo suficiente. Era una sensación agradable, sólo que evitaba levantar alguna sospecha al respecto. Y con ella funcionó al dedillo, tal y como lo supuse desde un principio.

Cuando entramos en aquel lugar tan hilarante, al que ya había ido un par de veces, reconocí algunos rostros (que por suerte no sabían mi identidad, ya que me sé cuidar muy bien). Eran tipos rateros, traficantes de información. En mi opinión: unos cobardes. Pero no todos entraban en el mismo saco, sabía de otros que podrían ser una terrible amenaza, como la mujer a la que interrogaba mi jefa. Sabía que la gitana guardaba un arma en alguna parte, y no dudaría en usarla cuando se sintiera amenazada. Y de seguro alguien terminaría muy molesta si se enteraba que yo había sacado esa parte horrible de esa persona, tan sólo con mirarla fijamente a los ojos; inducirle alguna ilusión que pudiera revelar más de su pretensión de hacer daño, antes de que fuera demasiado tarde.

¿Salí yo herido en aquella riña? No, en lo absoluto. Por eso cuando chasqueé mis dedos, me acomodé el traje, y observé a mi empleadora con una sonrisa, me sentí orgulloso de mí mismo. Tal vez así dejaría de subestimarme un poco.

—Tenía una daga falsa, de esas de juguete, la real no pudo sacarla porque se le atascó en el corpiño. No es ella la informante, la enviaron para engañarla y hacerle creer otra cosa. Hay tipos malos aquí, y están bajo la tutela de su traficante de información, que no es mujer, es un hombre que se disfraza como tal —expliqué con naturalidad, observando a mi alrededor. Nadie se había dado cuenta de la disputa, y eso era bueno—. Tampoco estoy herido. ¿Cómo iba a permitir yo eso? Por eso le pregunté por sus ropas, llaman mucho la atención, y así no podrá dar con su objetivo. A menos que... Se le pueda sacar algún provecho, señorita Abigail Solange Zarkozi. ¿Sabe qué? Sígame, conozco a alguien que nos ayudará en este caso particular, y así descanso un poco mi mente. Ser ilusionista no es tarea sencilla, ¿sabe?

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Mensaje por Invitado Sáb Nov 25, 2017 1:21 pm

Tal vez fuera una enorme sorpresa para muchos que no me conocían e incluso para algunos que sí lo hacían, pero a veces, en ocasiones especiales, la perra (en más de un sentido, bendito fuera el lenguaje) de Abigail Solange Zarkozi, Abigail para casi todos y Solange sólo para los que querían fastidiarme, podía ser intuitiva. Lo sé, lo sé, sorprendente, no hace falta ninguna clase de comentario al respecto. Me enorgullecía, en mil ocasiones diferentes, de ser muy francesa, tanto para lo bueno como para lo que otros consideraban malo, una opinión con la que yo estaba en desacuerdo porque, demonios, ¿qué problema hay en ser práctico y arrimarse al árbol que más sombra dé...? Y precisamente por eso, desde muy niña me había visto obligada a aceptar que tenía que ser muy intuitiva, aprovecharme de esos sentimientos que se colocaban en la boca del estómago y avisaban de que algo era muy bueno o muy malo, y por eso, en aquellas circunstancias, decidí que ¿por qué no? ¡Iba a hacerlo! En realidad, también había tomado la decisión porque objetivamente sabía que algo no iba bien: no había forma de endulzarlo, algo estaba horriblemente mal si yo, licántropa y con una vista semejante a la de un águila, empezaba a ver borroso, y aún más si yo, que no obedecía ni a mis superiores inquisitoriales, de pronto me volvía dócil. Más que lo demás, fue esa horrible sensación de ser controlada lo que me hizo saber que no era dueña de mí misma, y eso me permitió contemplar, atónita a más no poder, cómo mi empleado, ¡mi maldito inferior!, me controlaba para librarse de las consecuencias del enfrentamiento y para sacarnos de allí. ¿Quién se creía que era! La rabia me bullía, pero aún era presa del hechizo bajo el que él me tenía desde ni sabía cuándo; había tenido que ser, creía, después de mi ataque, pero no era capaz de señalar el momento exacto, y eso me enfadaba todavía más.

– De acuerdo, llévame a donde quieras.

Mi rabia creció aún más al escuchar mi voz, que no había sido capaz de controlar por completo, pero tal vez fue esa rabia y la certeza de saberme hechizada lo que me dio un pequeño margen para actuar, diminuto pero no por ello peor recibido, en absoluto. A partir de ese momento de certeza, sumado por supuesto a mi natural predisposición como licántropa a no ser hechizada fácilmente, empecé a luchar durante el camino contra el control que el ilusionista estaba ejerciendo sobre mí, y al que se aferraba con uñas y dientes. Vaya, si al final iba a resultar que era bueno en lo que hacía... Nota mental: no volver a fiarme nunca, jamás, de un hechicero, aunque éste jure y perjure que va a obedecer tus órdenes y todo eso. El conflicto al final iba a conseguir convencerme de cederle gustosamente el mando de los soldados condenados al líder Varèse, sólo por quitarme dolores de cabeza. Era una auténtica lástima que ni siquiera por esas estuviera dispuesta a ceder, pero, por otro lado, mi testarudez podía ser una gran ventaja, ya que gracias a eso y a mi fuerza de voluntad estaba siendo capaz de deshacerme muy poco a poco del conjuro. El problema era que lo estaba consiguiendo demasiado despacio, y la rabia que sentía me obligaba a querer que las cosas pasaran un poquito más rápidas, de modo que decidí hacer lo que me daba a mí la gana en vez de amoldarme a los tiempos que su hechizo me estaba regalando. Insólito, ¿a que sí?, que Abigail Solange Zarkozi, vergüenza de su familia y líder de la facción de los soldados se tomara las cosas por su cuenta. Así pues, en un momento de particular control sobre mí misma y sin detenerme en el paseo que estábamos dando (y que él estaba llenando de palabras que ni escuchaba, la verdad), agarré un cuchillo de mis ropas y me lo clavé en la pierna, utilizando el dolor para salir del hechizo. ¡Y qué bien se sintió la quemazón de la plata en aquel momento...!

– Que sea la última maldita vez que te atreves a hechizarme, Guillaume, o te prometo que lo vas a lamentar. ¿Quién es tu amigo? ¿Otro ilusionista como tú? Porque entonces no lo quiero ver ni en pintura. Y si crees que sólo con mis ropas llamo la atención, dime, ¿cómo crees que va a ser la cosa si además estoy sangrando y tengo una daga hincada en el muslo? Contratarte ha sido la peor idea que he tenido en mucho tiempo...
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Mensaje por Guillaume de Beaune Lun Feb 12, 2018 5:01 pm

Me había esperado aquella actuación por parte de mi empleadora, no lo negaba, y si lo hacía, era por querer subestimarla de más, y no, realmente no lo hacía. Sabía perfectamente que ella era una mujer que podría valerse por su cuenta, y el tema de que tuviera un guardaespalda, eso de seguro era necedad de alguien más. Sin embargo, en el breve instante en el que conseguí someterla, con especial audacia, bajo una poderosa hipnosis, me di cuenta de que no siempre iba a salir ilesa de ciertas situaciones. Es decir, si yo pude hacer eso, ¿cuántos más habilidosos en este arte, y en otras más eficientes, no intentarían hacerle lo mismo? Quizá no ahora, pero sí en un futuro, y eso sí que era un problema.

Aunque me dedicara yo, debido a la influencia de mi padre, a actividades nada sacras, guardaba un poco de buenas intenciones. Quizá a veces se me iba un poco la pinza cuando me empeñaba en algo, aun así, no dejaba de mostrar auténtica preocupación, como llegué a sentirla por la señorita Abigail. Desde luego, ella estaba la mar de enfadada conmigo; yo también lo habría estado de haberme encontrado en su situación. No obstante, aquello fue una decisión de última hora. Yo conocía muy bien ese lugar, y a pesar de ser la viva máscara de la hipocresía al querer ser el lugar predilecto de entretenimiento, dentro de las carpas se ocultaban malos bichos. Y no, no necesariamente eran los "raritos" que asustaban o atraían el morbo de las personas "comunes", se trataba de los peores, que se hacían llamar "normales".

Precisamente por esa razón terminé acercándome de inmediato a ella, intentando ocultar la herida tras un trozo de tela que conseguí al rasgar mi abrigo. Le hice señas para que bajara la voz, y aun así, continuaba alterada, lo que hizo que entornara la mirada un poco fastidiado. Aunque no le agradara, ambos estábamos hundidos en ese laberinto de falsedad, y sí quería salir ilesa y con su misión cumplida de manera satisfactoria, tendría que dar su brazo a torcer.

—Ya baje la voz, ¿quiere? Entiendo que no fue el mejor método, pero yo me conozco este lugar al dedillo, y si acudí a la hipnosis para mantenerla quietecita, es porque también me importa mi vida, ¿sabe? No iba a arriesgar mi pellejo por un descuido de su parte. Estuvo a punto de caer en una trampa —espeté, serio, hasta creo que tenía el ceño fruncido. Y pocas veces se me veía de ese modo—. Cuando uno entra en un nido de bichos venenosos, tiene que hacerse con uno particularmente bueno; venenoso, pero bueno. Y aquí hay un par, que por suerte, son conocidos míos. Saben que tienen mantenerse bajo perfil con los inquisidores, así que será fácil convencerlos. Sin embargo, usted me la pone difícil con su actitud...

Solté una pesada exhalación. Ni ella quería tener un guardaespalda, ni yo deseaba estar en ese puesto. Hubiera preferido estar pelando papas en la cocina de alguien más que aquello. Con tanta tontería jamás acabaría mi maldito libro, y ya, me empezaba a fastidiar más de lo que creí en un momento.

—Es más, yo ni siquiera debería estar aquí, y lo estoy, por desgracia. No quisiera ser egoísta, señorita Abigail, porque mi deber es, según, protegerla, pero me dificulta que coopere con su trabajo, cuando ni me compete —le recriminé—. ¿Va a seguir así o intentará calmarse y pensar con lucidez? Porque si es la primera opción, yo renuncio ahora mismo, y me importa muy poco lo que digan los que me han llevado hasta este empleo que ni me satisface. Me conformaba con mi paga en el periódico, para ser honesto.

No se trataba de ningún tipo de chantaje, era la más pura y cruel verdad. Yo podría ser tranquilo y hablar muchas tonterías, pero cuando me tocaban la moral tanto, se me iban los tapones, y pocas veces, me controlaba.

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Mensaje por Invitado Mar Mar 06, 2018 2:45 pm

¿Cómo demonios pretendía que me calmara! Lo que me había hecho era algo, para mí, imperdonable, y estaba segura de que no era, ni de lejos, la única persona del mundo que no llevaba nada bien lo de ser controlada en contra de su voluntad. Si lo era, bueno, la gente debería replantearse sus prioridades en la maldita vida, pero yo las mías las tenía muy claras, y la verdad era que no pasaban por dejar que un brujo cualquiera hiciera de mí lo que le viniera en gana, en absoluto. Y si bien pude entender su lógica (era curioso que para ser una perra sin corazón, como muchos me tenían, tuviera la capacidad de entender tanto a tantos de los que cometían ofensas contra mí), seguía sin aceptarla, y estaba segura de que se me notaba la rabia. Poco me importaba que él, normalmente tan jovial que resultaba irritante, hubiera pasado a ser simplemente irritante a secas, que hubiera preferido estar en otro lugar o que me echara en cara que no cooperaba, ¡si el que tenía que cooperar era él! Se le estaba olvidando algo tan básico como que la jefa era yo y el empleado él, y si tan descontento estaba de su trabajo y de sus funciones, que se largara y me dejara sola, podía apañármelas sin ayuda de nadie y llevaba muchos años demostrando que así era. Además, el maldito dolor de la plata había dejado de ser agradable en cuanto él había abierto la boca y no ayudaba lo más mínimo... Es más, probablemente era eso lo que me estaba impidiendo mostrarme un poco comprensiva con Guillaume, y había una parte de mí que era perfectamente consciente de que nos encontrábamos en una zona que no dominaba y no me vendría mal ayuda. ¿Significaba eso que esa parte era la más fuerte de las que batallaban en mí? No, en absoluto, y sólo podía culpar a la maldita luna, demasiado próxima a estar llena para lo que me convenía, para encontrarme así; consciente, pues, del motivo real de todo lo que me pasaba, me obligué a respirar hondo para no arrancarle la cabeza de un mordisco, hasta si me costaba porque su voz me parecía lo más irritante del mundo cada vez que abría la boca.

– Estás siendo condenadamente egoísta lo mires por donde lo mires, Guillaume. Dejando aparte la pequeña tontería de que trabajas para mí y yo soy tu jefa, habría estado mucho más dispuesta a escucharte y a hacer caso de tus consejos si me hubieras dicho, de antemano, a qué demonios íbamos a enfrentarnos y también que conocías este lugar. No soy tan estúpida como debes de creerte, pero desde luego lo que no soy es adivina, y no puedo leerte la mente para saber todas esas cosas que deberías decirme.

Fui capaz de mantener un tono razonable, nada parecido a cómo me sentía en realidad, y eso probablemente era una buena señal y equivalía a una confirmación de que iba a mantener el control durante un rato más, al menos. En las noches previas a la luna llena, o incluso en las que simplemente estaban cerca, me encontraba mucho más extrema que de costumbre, y al mismo tiempo más susceptible a malas artes como las que él se había encargado de aplicar sobre mí para que le obedeciera, de modo que era hasta normal que hubiera surtido efecto tan rápido. No se trataba, tampoco, de desacreditarlo por completo como hechicero, ya que por lo que había visto me parecía que era uno de los buenos; sin embargo, sólo podía hablar en base a mi experiencia, y hasta el momento no había sido del todo buena. ¿O qué se pensaba, que yo no habría preferido estar sola, sin su compañía, dedicándome a mi misión y ya estaba? Nada me habría gustado más, pero la cantidad de enemigos que me había ganado (y también otros que no había hecho esfuerzo alguno por conseguir, pero esos venían casi por añadidura obligada ante el puesto que ocupaba, por ser como era y, en general, por existir) me estaba obligando a tomar decisiones desesperadas que no tomaría en condiciones normales... Y estaba segura, eso era lo peor, de que contratar a Guillaume sólo había sido la primera de muchas, pero como le había comentado con mi dulzura habitual hacía tan solo un momento, no tenía capacidad para ver el futuro y, en realidad, no podía tener ni idea de si un guardaespaldas solucionaría mis problemas o no. Por lo pronto, debía tratar de centrar mi atención en el asunto que tenía (teníamos) entre manos; una vez nos ocupáramos de eso, podríamos pensar en lo demás, así que como esa idea me pareció buena, decidí aplicarla también a mí misma, en el momento en que los dos nos encontrábamos. Así, antes de seguir hablando con él, decidí envolver la herida que me había auto infligido en un trozo de tela limpia que pudiera servir para cortar el sangrado mientras durara, pues aunque sanara rápido por mi condición, la daga de plata era capaz de retrasar hasta esa característica tan natural de la maldición que me corría por las venas.

– Pensemos con lucidez, tú y yo, porque este embrollo no es sólo mi culpa. Sí, soy capaz de admitir que he hecho algo para traernos hasta esta situación, no hace falta que te sorprendas tanto. Bien, entonces, ¿quién es el bicho más venenoso y cómo lo conseguimos?
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Mensaje por Guillaume de Beaune Vie Jun 01, 2018 10:28 pm

Cierta vez me dije a mí mismo que, quizá, en un futuro no muy lejano, me terminaría matando mi trabajo, y creo que tenía bastante razón con haberme cruzado con dicha idea, sólo que fallaba en una cosa: ese trabajo podía ser similar, pero no era el mismo que yo hacía, aunque fuera una de las "estupendas" ideas de Ernest en uno de sus intentos por alejarme de mi verdadera pasión. Aun así, no dejaba de sumarme dolores de cabeza, más de los que hubiera imaginado. Y es que, a ver, yo nunca me consideré un buen perro guardián de nadie, no por desconfiar de mis capacidades para idear planes y esas cosas, sino porque, ¡no lo consideré y punto! Apenas era capaz de cuidarme a mí mismo con un poco de suerte, sin embargo, ahí estaba, siendo el intento de guardaespaldas de alguien que, ni por asomo, necesitaba de alguno.

Básicamente, la señorita Abigail y yo, empezamos a chocar sólo por tener genios opuestos, y aunque fuera yo alguien acostumbrado a lidiar con personas difíciles, de alguna manera, ella se me estaba haciendo muchísimo más complicada que cualquier otro, y justo por ser tan testaruda. Vale, yo también pecaba de serlo, pero Zarkozi me superaba por una cifra extraordinaria, cabía destacar. No obstante, si algo me favorecía en todo ese choque de voluntades era mi paciencia. Tal vez ella también estaba teniéndola conmigo, algo que yo le pagaba con la misma reciprocidad.

Sin embargo, tuve que aislar mis pensamientos con respecto a dilemas personas, porque lo que teníamos frente a nuestras narices era mucho más importante, y también grave. Por supuesto, no consideré en recriminarle de nueva cuenta que había cometido un error, tampoco me consideraba yo tan audaz para tomar dicha postura. Pero, al conocer el lugar en donde estábamos, ya tenía una idea bastante lúcida de cómo podrían terminar las cosas. El problema era que nunca se lo mencioné, y es que, bueno, ella tampoco me preguntó. Me limité siempre a mi papel del guardaespaldas que no debía meter las narices en donde no debía hasta que, claro, el asunto pondría en jaque mi vida. Lo sentía por ella, pero Guillaume de Beaune, por muy contratado como perro guardían, siempre velaba por su propia seguridad...

—De acuerdo, comprendo que lo de la hipnosis no fue una idea brillante, lo reconozco. Pero era una manera para que estuviera tranquila, al menos mientras me hacía cargo de observar el lugar. Yo ni siquiera sabía hacia donde iríamos hasta que, claro, estuvimos aquí y bueno... me la llevo mal con eso de que pongan en peligro mi vida tan gratuitamente —admití, dejando escapar una exhalación, incluso dejé mis brazos extendidos sobre los costados de mi cuerpo, como un gesto de evidente resignación—. Me he dedicado un poco al sicariato, conozco malos bichos sin siquiera querer conocerlos y bueno... tuve que actuar cuando mi espalda se erizó como lo haría el lomo de un animal que detecta el peligro a leguas.

Dejando a un lado tanta explicación barata, que no era necesaria en un momento de estrés como aquel, le hice señas para irnos a un lugar mucho más reservado, al menos para así poder hablar con más calma, y cómo no, con la discreción que se merecía el momento. Nuestras cabezas aún seguían en peligro. Sí, la de ambos.

—A ver, para nadie es un misterio que aquí pululan todo tipo de seres sobrenaturales que, además, le tienen un odio tremendo a los inquisidores. Sin embargo, no todos consideran necesario los enfrentamientos, y prefieren llegar a acuerdos. Acuerdos que se cumplen de parte y parte —empecé a explicar, mientras hilaba todas las posibles soluciones en mi cabeza—. Supongo que usted tendría de misión venir a atrapar a un pez gordo, ¿cierto? Pues, bien, primero necesito saber el nombre del pez, si lo conozco, podría hallar soluciones, y así ver cómo poder conectar las cosas hasta cumplir el objetivo final de su trabajo. No se preocupe por los créditos, me importa poco si se los lleva todos, a mí me gusta vivir en el anonimato. Saldremos de esta, pero lo haremos colaborando mutuamente, pese a que no le gusta pero para nada...
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Mensaje por Invitado Dom Jun 17, 2018 9:16 am

Vamos, yo no era una mujer tan difícil... De acuerdo, sí, estaba dispuesta a admitir que no era como las sosas y modositas mujeres de sociedad, que lo hacían todo y más para conseguir un buen marido y mantenerse castas y puras ante los ojos de los demás, como si no supiera todo el mundo lo que realmente deseaban bajo esas imágenes amables y esas sonrisas mojigatas. Yo nunca había tenido la posibilidad real de ser como ellas, pues desde que tenía uso de razón había sido entrenada por Gregory Zarkozi para seguir el ejemplo familiar y llevar el apellido hasta lo más alto con mis talentos inquisitoriales, que según mi padre eran inexistentes. Desde el primer momento de mi vida, para mi desgracia entonces y mi bendición ahora, cuando reflexionaba al respecto, yo ya había estado mancillada, pues ¿qué hombre en su sano juicio desearía como esposa a una inquisidora que se juntaba con hombres y se dedicaba a tareas horribles en nombre de la Iglesia? Entonces aún me había importado lo que pensaran los hombres de mí, pero hacía mucho tiempo que había aprendido a manejarlos a mi antojo para que hicieran lo que yo quisiera, y desde ese momento había sido mucho más feliz: mientras obedecieran, me interesaban; cuando no lo hacían, me importaban de poco a nada. De ahí, por cierto, que me resultara complicado llevarme bien con Guillaume, quien no sólo ignoraba deliberadamente que estaba trabajando para mí y no al contrario, sino que además se había atrevido a hipnotizarme... ¡a mí! Aún me quemaba por dentro esa horrible ofensa, igual que picaba y escocía la herida que me había visto obligada a hacerme para que se me pasara ese hechizo que él me había lanzado; pese a ello, sabía que la mejor opción era comportarme como la mujer razonable que podía (y no solía) ser, y por eso le permití que hablara y que me condujera hacia un lugar donde pudiéramos tener cierta intimidad. Me costó mi esfuerzo, sí, pero lo logré.

– Vale, creo que los dos podemos reconocer nuestros errores, eso está bien. Teniendo en cuenta que somos personas orgullosas y que hemos terminado metidos en una situación en la que ninguno de los dos está particularmente cómodo, creo que esto va a ser lo mejor para no terminar arrancándonos la cabeza mutuamente, así que propongo hacer esta determinación oficial y trazar una tregua. Yo intento comportarme y tú te evitas hipnotizarme, ¿de acuerdo? Espero que podamos conseguirlo.

Lo esperaba de verdad, y lo hacía porque no estaba demasiado segura de mi capacidad de autocontrol cuando se trataba de él, si tenía que ser totalmente sincera (y no veía ni un solo motivo por el cual no serlo en la intimidad de mis pensamientos). Antes de embarcarme en aquella misión, antes incluso de que él y yo hubiéramos tenido el más mínimo contacto, me había parecido el candidato ideal para una posición, protector, que realmente no necesitaba, pese a que todo el mundo a mi alrededor estuviera empeñado en lo contrario. No me olvidaba de que tenía enemigos y de que esos enemigos eran fuertes y podían acceder a mí con relativa facilidad, pero tampoco me olvidaba de que yo era una licántropa y, como tal, podía defenderme de casi cualquiera... Con gusto, incluso, si se trataba de vampiros, pero ese odio natural que sentía hacia los chupasangres lo podía proyectar con la misma facilidad en quienes querían verme muerta, no tenía el más mínimo problema en repartir ese desprecio que sentía por ellos. Justamente por eso, no creía que la cosa estuviera aún tan torcida como para necesitar vigilancia, pero había terminado por tomar la decisión de requerir los servicios de Guillaume, que resultaba haber sido sicario (menuda caja de sorpresas estaba hecha el hechicero aquel, al final tendría que acabar reconociéndoselo), y la cosa había sido incendiaria. Sobre el papel, en teoría, él había sido el ideal, pero la teoría pocas veces se aplicaba a la perfección en la práctica, y así habíamos terminado, él esperando a que yo hablara y yo ocupada ordenando mis pensamientos y dejando a un lado el desprecio y el enfado que seguía sintiendo para centrarme, así, en los detalles de lo que habíamos ido a hacer allí. No me resultaba fácil, pero las cosas demasiado sencillas me aburrían y lo prefería complicado porque me daba la vida, así que no tardé demasiado en volver a mirarlo, con la información lista.

– El hombre al que busco se hace llamar Pierre, pero ignoro si es su verdadero nombre. Es un mercenario de poca monta con una cicatriz cerca del ojo izquierdo, antigua, que sirve a la persona que realmente me interesa contactar: el duque de Amboise. Ese tal Pierre dijo que tenía una misión que podría interesarme, y que era el propio duque quien había decidido buscarme a mí para dármela porque creía que me interesaría; más allá de eso, puedo decirte que Pierre es una maldita sabandija pero que sus pistas suelen ser bastante jugosas, así que necesito encontrarlo. El duque y yo tenemos un encuentro pendiente desde hace bastante, y necesito llegar hasta él. Eso es todo lo que puedo decirte.
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